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Contenido
Cap. Pág.

1 Pandemia mundial de tristeza 1

2 Estrés laboral vs. bienestar familiar 4

3 El “fin del trabajo esclavizante 6

4 Vida “superacelerada”: El malestar de una nueva adicción 7

5 Karoshi: una buena fórmula para la desgracia personal y


familiar 10

6 El malestar familiar y la ilusión del divorcio apresurado 12

7 Riqueza y bienestar 13

8 Riqueza, bienestar y esperanza de vida 15

9 El caso del bienestar keralita 18

10 Los mejores lugares para vivir 21

11 Participación social y bienestar 23

12 Equidad social y bienestar 26

13 Estado actual de la pobreza en el mundo 27

14 La desigualdad social como vulneradora del bienestar 30

15 Dificultades para la igualdad social 33

16 La solidaridad como promotora del bienestar social 36

17 La felicidad en la riqueza prosumidora 39

18 Prosumo y cohesión social 41

19 Autodeterminación y bienestar 43

20 Los promotores del bienestar 46


1
Pandemia mundial
de tristeza

Es alarmante lo difundidos que están los trastornos del estado de


ánimo. Se calcula que hay en el mundo más de trescientos treinta
millones de casos de depresión grave,1 patología que ocasiona tristeza
abrumadora y pérdida de placer en las actividades cotidianas.2 En
Alemania, por ejemplo, uno de cada cinco habitantes padece un
trastorno psíquico al menos una vez en su vida: los más frecuentes son
los estados de angustia y depresión. Anualmente, uno de cada diez
alemanes ha sufrido una depresión que le ha durado varias semanas
(Wittchen, 2000). Como resultado de estos trastornos, en ese país se
registran todos los años varios millares de suicidios.3 En otras partes
del mundo el índice de suicidios no es tan alto como en Europa central.
Por ejemplo, hay menos suicidios en América del Sur, África y algunos
países asiáticos. El índice de suicidios en Argentina es exactamente la
mitad que en Alemania. En algunos países como Egipto son
prácticamente desconocidos.4
La frecuencia de los episodios depresivos graves aumenta en todos
los países desarrollados y afecta cada vez más a los niños, a los
adolescentes y a los adultos jóvenes. En estos grupos de edad, el riesgo
de sufrir una depresión grave es hoy tres veces más alto que hace solo

1
Reporte 2001 de la Federación Mundial para la Salud Mental, EE. UU.
2
La depresión grave o depresión clínica es más que un simple arrebato de tristeza melancólica, se trata de
un trastorno psíquico verdaderamente grave que a menudo interfiere en el desempeño de las actividades
cotidianas.
3
A finales del siglo pasado, siete de cada diez alemanes estaban de acuerdo en que “el sentido de la vida
consiste en ser felices y vivir todas las alegrías que uno pueda”. Las cifras exactas son 68 frente a 49% En 1974,
solo estaban de acuerdo con esto uno de cada dos. (Fuente: Instituto Demoscópico de Allensbach, citado por la
agencia DPA, 21 de enero de 1998). Actualmente, tres de cada diez alemanes se consideran felices, y apenas la
mitad se declaran satisfechos con “la vida en general” (Fuente: Allensbacher Archiv, IFD-Umfragen [encuesta]
078-6.020 y 1.019-5.069).
4
Statistical Demographic Yearbook of the United Nations, ediciones de 1981 a 1987.
1
diez años. Por ejemplo, los nacidos en París entre 1945 y 1954 tenían
un riesgo de apenas un 4% en cuanto a padecer una depresión grave
antes de cumplir los 25 años. Para los nacidos en los diez años
siguientes dicho riesgo ascendió al 12%. En todos los países del “Primer
Mundo” se registran cifras similares.5 Se dice, por ejemplo, que el 2005
fue el octavo año consecutivo en que la cifra de suicidios en Japón
rebasó los treinta mil. De hecho, ese país posee uno de los índices de
suicidios más altos del mundo.6
Los trastornos mentales se están extendiendo a otras partes del
planeta, y no se conocen con certeza los factores que precipitan esa
miseria mental. Aunque en ocasiones haya un componente genético,
parece que en la mayoría de los enfermos influyen mucho los niveles de
estrés de la vida urbana, junto con las cada vez más difíciles condiciones
de los mercados de trabajo, el aumento en el índice de divorcios7 o el
hecho de que cada vez se trabaja menos físicamente (Toffler, 2006).
Se ha señalado que el diagnóstico de depresión clínica es el doble de
frecuente en la mujer que en el hombre.8 En el caso de los varones, se
calcula que entre el 5 y el 12% sufrirán depresión clínica en algún
momento de su vida. Por ejemplo, se prevé que a escala mundial para el
2020 las depresiones harán más daño a las mujeres que cualquier otro

5
Cross-National Collaborative Group. The changing rate of major depression, JAMA, 268, vol. 21, 1992, pp.
3,098 – 3,108.
6
Mainichi Daily News, agosto de 2003, p. 37.
7
En Estados Unidos, el 50% de los matrimonios acaba en divorcio (Grimm, 2003). Cada año se producen
entre 850,000 y 950,000 divorcios. Solo en 2007, se produjeron 856,000 divorcios. La tasa de divorcio es entre
3.5 y 4.0 divorcios por cada 1,000 personas (http://www.answerbag.com/category/world-divorce-
statistics_2658). En Japón ha habido un rápido aumento en el número de divorcios, y estos sorprendentemente
se producen entre personas de mediana edad para arriba. Las tasas de divorcio en parejas japonesas casadas
desde hace más de veinte años (de más de 50 ó 60 años de edad), se ha triplicado en las últimas tres décadas
(Shaefer, 2003). Según Onishi (2003), la tradicional baja tasa de divorcios de Corea del Sur se ha convertido en
una de las más altas del mundo. Alexandra Frean (2003) ha afirmado que en Inglaterra el número de hogares
encabezados por parejas casadas ha caído por primera vez por debajo del 50%, lo que refleja los drásticos
cambios sociales en la vida familiar británica. Hasta en Hong Kong, donde los antiguos valores chinos todavía
están muy arraigados, la tasa de divorcios aumentó a más del doble durante las últimas dos décadas del pasado
siglo. En Singapur el divorcio aumentó en casi un 70% en el mismo periodo tanto en la comunidad musulmana
como en la no musulmana. Más tarde hablaremos de la relación que guarda el estado de divorcio con los
estados de infelicidad.
8
Quizás incida en ello la susceptibilidad a la depresión posparto, así como los cambios hormonales de la
menopausia. Además, las mujeres están más dispuestas a acudir al médico y, por ende, reciben más
diagnósticos que los hombres.
2
trastorno, y en el hombre serán superadas solo por las aflicciones
cardiovasculares. Actualmente, la depresión grave (major unipolar
depression) figura en el cuarto lugar de la lista mundial de causas
patógenas de la OMS; pero, según las previsiones, esta afección ocupará
para el 2020 el segundo lugar después de las dolencias cardiovasculares.
Algunos profetizan que la depresión será “la gran pandemia del siglo XXI”
(Klein, 2004), por lo que con razón se le ha empezado a llamar “el resfriado
común” en el campo de las enfermedades mentales.
Sin embargo, no es lo mismo, ni mucho menos, padecer un trastorno
psíquico que ser infeliz. Hay entre los estados persistentes de abatimiento
y la depresión una correlación mucho más estrecha de lo que se creía hasta
hace muy poco. Se ha reportado que lo uno y lo otro son resultado de
procesos cerebrales muy parecidos (Klein, 2004). Urge tomar medidas,
pues el carácter epidémico de la depresión nos indica que andamos muy
necesitados de una cultura del bienestar.
En este documento trabajaremos con el concepto de bienestar en
términos de la dimensión temporal que contempla los tres momentos de
la vida del sujeto (su pasado, presente y futuro): 1) La satisfacción con la
vida es el juicio, la medida o la evaluación que el individuo hace a largo
plazo de su vida como bloque, en perspectiva pretérita. 2) El estado de
felicidad, es el balance subjetivo de los afectos positivos o negativos que
provoca una experiencia inmediata o potencial, en perspectiva presente.
3) La esperanza prospectiva centra su atención en la posibilidad de
desarrollo de las capacidades y el crecimiento personales, en perspectiva
futura. (Diener, 1994; Veenhoven, 1994; Atienza, Pons, Balaguer, y García-
Merita, 2000; Cabañero et al., 2004). Vale recordar que las primeras
concepciones del enfoque prospectivo se articularon en torno a conceptos
como la auto-realización (Maslow, 1968), el funcionamiento pleno
(Rogers, 1961) o la madurez (Allport, 1961). Este enfoque tricronómico
del bienestar nos permite afirmar que un índice alto de bienestar resulta
de la correspondencia entre las aspiraciones, las posibilidades y los logros.
En otras palabras, el bienestar como estado psicológico está determinado
por el resumen valorativo que el individuo hace de sus logros pasados en
franca relación con las posibilidades reales de desarrollo futuro de sus
capacidades. El hombre es hoy lo que hizo ayer más lo que pueda hacer
mañana

3
2
Estrés laboral vs.
bienestar familiar

En casi todas las culturas se ha alabado a las personas que son


industriosas, concienzudas y trabajadoras, pues se considera que
poseen grandes virtudes. Hasta un escritor bíblico dijo: “No hay mayor
felicidad para el hombre que comer, beber y pasarlo bien gracias a su
trabajo”.9 En general, casi todo el mundo aun cree en estos valores. Pero
tanto si lo juzga una virtud como si no, la mayoría de la gente trabaja
desde la mañana hasta la noche, cinco, seis y hasta siete días a la semana.
Pero con trabajar demasiado la gente no gana siempre y
necesariamente el bienestar deseado. Los “milagros económicos”
logrados en Japón y Alemania desde el fin de la Segunda Guerra Mundial
se convirtieron en la envidia de las naciones en vías de desarrollo.
Ambos países resurgieron tras su derrota hasta convertirse en las
potencias económicas que hoy han hecho que el resto del mundo tenga
que tomar muy en cuenta. Sin embargo, la devoción al trabajo que se les
reconoce a estas naciones no les ha traído dividendos necesariamente
favorables en términos de bienestar. Por ejemplo, aunque el nivel de
vida subió considerablemente en Japón, a la mayoría de los japoneses
“todavía les resulta difícil percibir en su vida cotidiana una sensación de
verdadero bienestar”.10 Aún peor, como veremos, en su decidida
búsqueda de la llamada “buena vida”, muchos caen enfermos o hasta
mueren por exceso de trabajo y estrés.
Las familias posindustriales de nuevo formato están
experimentando una presión laboral que parece estar afectando de
manera negativa los estilos de vida y, por ende, la dinámica y el
bienestar familiares. Pareciera que el dilema de las últimas dos décadas

9
Eclesiastés 2:24.
10
Mainichi Daily News, 2 de agosto de 1990, p. A7.
4
ha sido el de escoger entre el dinero para la familia o el tiempo para la
familia. En Estados Unidos, el especialista neoyorquino en agotamiento
laboral, Herbert Freudenberger, declaró que al tratar de hacer realidad
el llamado sueño americano, los estadounidenses están “sacrificando
[su] persona y [su] familia por conseguir dinero y poder”
(Freudenberger, 1980).
Los esposos están absortos en el trabajo, y la mayoría de ellos se
consideran buenos padres porque sostienen económicamente a la
familia (Augustyn, 2006). Pero esa es solo una de sus responsabilidades.
En Gran Bretaña, algunas esposas de hombres de negocios que trabajan
fuera de su país dicen sentirse aisladas y desdichadas. Pero las esposas
británicas no están solas en su desdicha. En Japón, menos de la mitad de
todos los trabajadores de mediana edad regresan a casa antes de las
ocho de la noche. Allí, algunas esposas ya no consideran a su esposo
como un verdadero cónyuge en el sentido pleno de la palabra; ya no lo
quieren tener en casa más tiempo del que está. El desengaño de las
esposas japonesas quedó resumido en aquel anuncio de televisión que
decía: “Lo mejor es tener el marido sano, pero fuera de casa”.

5
3
El “fin” del trabajo
esclavizante

El actual estado de relaciones entre familia y empleo parece contradecir


viejas profecías acerca del fin del trabajo esclavizante. Varios expertos
del pasado siglo creían que los adelantos tecnológicos liberarían a la
gente de la monotonía del trabajo y marcarían el comienzo de una “era
de ocio nunca antes vista” (Rifkin, 1997). A principios de la década de
1930, el profesor Julian Huxley auguró en su famosa obra Un mundo
feliz que en el futuro nadie tendría que trabajar más de dos horas a la
semana. El empresario Walter Gifford declaró que la tecnología le daría
a toda persona la oportunidad de hacer lo que quisiera y el tiempo para
cultivar el arte de vivir y aumentar las comodidades y satisfacciones de
la mente y el espíritu.11 En cuanto a las aspiraciones materialistas de la
gente, el sociólogo Henry Fairchild alardeó de que las fábricas
producirían, con una jornada laboral de no más de cuatro horas diarias,
muchos más bienes de los que sabríamos aprovechar.
Está de más decir que tales predicciones no se cumplieron. Es cierto
que el crecimiento económico durante el siglo XX fue realmente
explosivo. En teoría, la carga de trabajo debería haber aminorado de
manera significativa y aumentado los efectos beneficiosos de la
interacción familiar de alta calidad; pero la realidad nos arrojó a la cara
algo diferente: la gente ha estado utilizando el aumento en la
productividad para conseguir aún más dinero (o bienes si se quiere) y
no para disfrutar de más tiempo de calidad con la familia. Dicho
llanamente: somos una sociedad posindustrial que le dio más
preferencia al trabajo remunerado que al tiempo familiar.

11

http://translate.google.com.mx/translate?hl=es&langpair=en%7Ces&u=http://en.wikipedia.org/wiki/Walter_Sherman_Giff
ord
6
4
Vida “superacelerada”:
El malestar de una nueva adicción

Aunque algunos quisieran desacelerar la velocidad de rotación de la


Tierra sobre su propio eje para hacer que los días duraran al menos 30
horas, lo cierto es que está muy generalizada la sensación de que cada
vez tenemos menos tiempo —síntoma de que a nuestra lista de
adicciones se ha añadido una más. Hacia 1970, ya se preveía que el
ritmo de la vida se dirigía hacia una mayor aceleración (Toffler, 1971).
Durante estos últimos cuarenta años, tal aceleración se ha disparado a
niveles peligrosos para la salud y el bienestar. La nueva terminología
que se ha creado para describir los nuevos estilos de vida
superacelerados van desde “velocidad de tirón” y “enfermedad de la
prisa”, hasta “acentuación del tiempo”, “tiempo digital” y “hambruna de
tiempo” (Lancaster, 1998; Chard, 2002; Tomkins, 1999; Markoff, 1996;
Webber, 1999). Hoy día, millones de personas experimentan el acoso y
el estrés debidos a esta compresión subjetiva del tiempo. Hasta ha
surgido un nuevo tipo de terapeutas especializados en ayudar a los
“adictos a la prisa” a ir más despacio por la vida (Stephens, 2002).
Todo esto se vincula con una cuestión especialmente preocupante
en lo relativo al bienestar social: el innegable conflicto entre el trabajo
y la familia. Los constantes y acelerados cambios de la economía
mundial, las presiones de la competencia y los avances de la tecnología
han difuminado la frontera tradicional entre la vida laboral y la vida
doméstica que había establecido la sociedad industrial (Toffler, 2006).
Es innegable que estos factores han generado una riqueza sin
precedentes, pero a un precio muy alto. Millones de ciudadanos de las
naciones más o menos ricas hoy viven sobrecargadas de trabajo,
saturadas de actividades y abrumados por las preocupaciones. Es una
situación bastante paradójica, pues, aunque hay más recursos la gente
experimenta puro agobio.
7
Los datos indican que este problema es de gran magnitud:
De cada 10 europeos, 6 sufren de estrés laboral.
En Estado Unidos, 1 de cada 3 empleados se siente sobrecargado de
trabajo todo el tiempo.12
De cada 3 canadienses, a más de 2 les resulta difícil conciliar el
empleo y la familia.
Más de seiscientos millones de trabajadores (el 22% de la fuerza
laboral mundial) pasan más de 48 horas semanales en el lugar de
trabajo.
Tales realidades ponen al descubierto una tragedia humana que no
puede ser ignorada. Algunos estudios vinculan los horarios de trabajo
prolongados e irregulares con la mala salud, relaciones tirantes,
deficiencia en la crianza de los hijos, separaciones y divorcios (Cox,
1993; Cox et al., 2000a; Cox et al., 2000b; Mackay et al., 2004). El
director general de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), Juan
Somavia, ha dicho: “La cantidad de horas trabajadas es un índice
importante de la calidad de vida de un país en su conjunto.” Añade que
“si bien son evidentes los beneficios de un trabajo duro, trabajar más no
es lo mismo que trabajar mejor.”13 Como veremos más tarde, parece ser
que la demasía que rompe el equilibrio siempre es mala en algún modo.
El tono en que decimos estas cosas no es exagerado. Para empezar,
las mujeres que se han incorporado al mercado laboral también
presentan señales de angustia porque trabajan más que los hombres,
dice el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). Y en los
países en desarrollo, las mujeres trabajan entre 60 y 90 horas a la
semana. Esto ocurre en Asia, América Latina y África subsahariana,
donde las horas que ellas dedican al trabajo pueden superar por un
amplio margen a las que lo hacen sus maridos.14 En otras partes del
12
Los trabajadores estadounidenses son, de entre todos los de los países industrializados, los que trabajan
más horas al año: casi 2,000 horas por persona en 1997, lo que equivale a prácticamente dos semanas más de
trabajo que sus homólogos en Japón, donde el número de horas trabajadas al año ha venido reduciéndose
gradualmente desde 1980. Este es uno de los datos que revela un nuevo estudio estadístico de las tendencias
del trabajo en el mundo publicado por la Oficina Internacional del Trabajo (OIT).
13
http://www.ilo.org/global/about-the-ilo/press-and-media-centre/press-releases/WCMS_071401/lang--
es/index.htm
14
http://www.cimacnoticias.com/site/07033002-Mujeres-trabajan-ma.17060.0.html
8
mundo, muchas mujeres, solas o casadas, que tienen que trabajar, al
volver a casa se topan con una lista de obligaciones extra: preparar la
comida, limpiar la casa, lavar la ropa, ir por los niños a la escuela,
ayudarles a hacer las tareas, hacer que se bañen y acostarlos. Se calcula
que de los 1,200 millones de mujeres que trabajan,15 millones de ellas
se ven enfrentadas a este agobiante segundo-empleo-no-remunerado.
Aunque muchos hombres se hallan en la misma situación, sin embargo,
las encuestas revelan que los varones, por lo general, rehúyen las tareas
domésticas y que estas siguen recayendo casi exclusivamente en las
mujeres, sea que trabajen fuera del hogar o no.16

15
http://www.listin.com.do/economia-and-negocios/2008/7/20/66794/Tendencias-laborales-de-las-
mujeres-en-AL-y-el-Caribe
16
http://www.eldiario24.com/nota.php?id=202789
9
5
Karoshi: una buena fórmula para la
desgracia personal y familiar

No estamos negando la necesidad de dedicar tiempo y atención al


trabajo para llevar una existencia plena y satisfactoria. Pero el individuo
promedio parece pasar por alto (más que ignorar) el hecho de que otras
esferas de la vida mantienen una relación semejante o aun mayor con
los niveles de bienestar familiar. En efecto, varios estudios muestran
que trabajar largas horas, sacrificando el descanso o el entretenimiento
adecuados, priva al individuo de las alegrías de la vida; además de
provocar graves problemas de salud física y mental. Trabajar en exceso
de manera habitual se asocia con la obesidad, el alcoholismo, las
enfermedades cardiacas, los accidentes laborales, la
farmacodependencia, la ansiedad, la fatiga y la depresión, entre muchos
otros trastornos relacionados con el estrés (Lazarus y Folkman, 1984;
Edwards y Cooper, 1988; Payne, 1999; Briner, 2000; Adisesh, 2003;
Nelson y Simmons, 2003).
El exceso de trabajo puede ser incluso mortal. Según el informe del
National Defense Counsel for Victims of Karoshi, se calcula que en Japón
mueren todos los años por lo menos 30,000 personas por esta causa: la
misma cantidad que muere por accidentes de tránsito. Aunque este
fenómeno, conocido con el nombre de karoshi (“muerte por exceso de
trabajo”)17 no es exclusivo de Japón, no nos extraña enterarnos que más
del 40% de los oficinistas japoneses encuestados recientemente

17
Según Tetsunojo Uehata, del Instituto de Sanidad Pública de Japón, el término karoshi hace referencia a
muerte o incapacidad causada por apoplejía cerebral, infarto de miocardio o insuficiencia cardiaca aguda como
resultado de un trabajo pesado que agrava un estado de hipertensión o de arteriosclerosis. Por su parte, un
informe del Ministerio de Sanidad y Seguridad Social de Japón advierte que trabajar horas extraordinarias
constantemente roba a la persona tiempo de sueño y degenera en mala salud y enfermedad.
10
temieran la posibilidad de morir repentinamente por exceso de
trabajo.18
No podemos dejar de reconocer, sin embargo, que muchas familias
luchan para apenas llegar a fin de mes. Algunos esposos tienen dos
empleos para sacar a flote a los suyos; en otros casos, trabajan el
hombre y la mujer y dejan a los hijos al cuidado de los abuelos o en una
guardería. Aun así, no deja de ser necesario buscar maneras creativas
de compaginar el empleo y las obligaciones familiares. Lo esencial
parece ser no sacrificar la satisfacción de la vida en familia por estar
enfrascados en el trabajo. No cabe duda de que conciliar el trabajo, las
diversiones y las necesidades familiares puede brindar múltiples
oportunidades para la experiencia del bienestar familiar.

18
http://karoshi.jp/english/index.html. Un informe publicado en el diario japonés de mayor tiraje, el
Mainichi Daily News, dice que las bebidas vigorizantes se han hecho muy populares; hay más de doscientas
marcas disponibles en el mercado que producen al año un total de 900 millones de yenes en ventas. La
popularidad de estos productos, de los que se dice que proporcionan un aporte energético instantáneo a los
trabajadores fatigados, “da testimonio del impulso japonés por el cumplimiento del trabajo a pesar del estrés,
las pocas horas de sueño y el sofocante calor del verano”. 2 de agosto de 1990, p. A7.
11
6
El malestar familiar y la ilusión
del divorcio apresurado

Muchas familias están sobrecargadas de actividades y emocionalmente


desconectadas. La gente se lamenta diciendo que el trabajo le roba casi
todas las energías, y a los hijos y la esposa les tocan las sobras. Aunque
del distanciamiento conyugal al divorcio solo pueda haber un paso,
nada de ello parece contribuir a la felicidad de quienes huyen de su
situación por la puerta falsa del divorcio precipitado. De hecho, “las
ventajas del divorcio se han sobreestimado”, afirma Linda J. Waite,
profesora de Sociología de la Universidad de Chicago, quien dirigió en
2002 un equipo de investigación sobre matrimonios desdichados
(Waite et al, 2002). Por su parte, tanto el reconocido profesor de la
Universidad de Oxford, Michael Argyle, así como otros psicólogos
sociales que han investigado el papel del matrimonio en la felicidad, han
descubierto que los menos felices en la sociedad son los divorciados y
los separados (Argyle, 1999; Blanchflower y Oswald, 2004; Frey y
Stutzer 2002; Stutzer y Frey 2006).
La razón de lo anterior es que, aunque el divorcio logre eliminar
algunos problemas, también puede desencadenar una serie de sucesos
traumáticos sobre los que se tenga poco control. Además, ciertos
estudios demuestran que el divorcio normalmente no reduce los
síntomas de depresión, y no aumenta la autoestima ni el bienestar
subjetivo (Zimmermann y Easterlin, 2006). Por eso, aun cuando no se
tenga el matrimonio perfecto, permanecer junto al cónyuge quizás
reporte beneficios a la larga. Muchos que han tomado esa resolución
han logrado hallar felicidad relativa. La profesora Waite ha asegurado
también que con el tiempo muchas dificultades se resuelven, y las
personas casadas tienden a ser más felices (Waite et al, 2001).

12
7
Riqueza y bienestar

Es innegable que se ha buscado la felicidad pero no se ha logrado


hallarla. El actual índice de bienestar no es mejor que el de hace medio
siglo, pese a lo mucho que se ha elevado el poder adquisitivo en todo el
mundo. Es verdad que hoy en día la vida ofrece mucho más al individuo
promedio, y que lo que antes eran lujos para élites pudientes hoy puede
costeárselos una mayor cantidad de gente. El salmón ahumado y el
champagne se pueden hallar en los supermercados, y se puede volar a
los Estados Unidos por el precio de un buen traje. El tiempo de ocio ya
no es un bien escaso para la mayoría, y se puede aprender casi cualquier
cosa con solo inscribirse a un curso en línea. Todos esos recursos para
el disfrute de la vida son hoy de lo más normal en las opulentas
sociedades occidentales. Sin embargo, sin importar si consideramos los
estudios comparativos entre diferentes países, o los que quieren reflejar
la tendencia de las últimas décadas, en las naciones industrializadas el
grado de satisfacción de la ciudadanía no crece al ritmo del nivel de vida.

En la gráfica 1 la felicidad de los humanos, expresada por medio de


un «índice», aparece repartida en tres bloques: A) Los ciudadanos de los
países que han pasado por las conmociones de un gran cambio o de una
crisis suelen ser los menos satisfechos, debido a la incertidumbre que
tienen que soportar. B) En los países en vías de desarrollo, con tal que
haya estabilidad, el «índice de satisfacción» crece con las rentas, desde
la pobreza de Bangla-desh hasta Puerto Rico o Corea del Sur, diez veces
más ricos y ya en el umbral de los países industrializados. C) En las
naciones altamente desarrolladas, las necesidades materiales se hallan
cubiertas para la mayoría; sin embargo, en ellas un aumento
significativo del bienestar económico no produce necesariamente
mayor satisfacción subjetiva. Como se puede apreciar, los alemanes
13
orientales, por ejemplo, son casi seis veces más ricos que los
neozelandeses, pero son menos felices que éstos. Así pues, no parece
haber correlación sostenida entre la prosperidad objetiva y el bienestar
subjetivo (Ingelhart y Klingemann, 2000).

Gráfica 1. Gráfica del índice de satisfacción de Ingelhart y


Klingemann.

14
8
Riqueza, bienestar y
esperanza de vida

Los filósofos de la Ilustración afirmaban que la misión de los gobiernos


consiste en incrementar la felicidad de sus ciudadanos. En 1725, el
filósofo escocés Francis Hutcheson definía tal misión en estas palabras:
“La máxima felicidad para el mayor número posible”.19 Y aunque esta
idea no solo fue piedra angular de la Declaración de Independencia
estadounidense (y muchos demócratas europeos se declaran todavía
seguidores del ideal de Hutcheson), hoy en día la realidad nos arroja a
la cara la constatación del fracaso de los políticos occidentales de los
últimos decenios.
Los gobiernos de prácticamente todo el mundo procuran
incrementar sobre todo el poder adquisitivo como medio para elevar el
nivel de vida de sus ciudadanos para así promover el bienestar social.
Eso contribuiría a “la máxima felicidad para el mayor número posible
de ciudadanos” siempre y cuando una mayor prosperidad produjese
realmente mayor bienestar, y eso, como lo prueban las estadísticas, ni
siquiera se cumple para la mayoría de los países industrializados. Lo
mismo que en Alemania, por ejemplo, el poder medio de compra de la
ciudadanía también aumentó enormemente en los Estados Unidos
durante los últimos cinco decenios. En cambio, la proporción de los que
se declaran felices no varió y se mantiene en un tercio de la población
aproximadamente (Myers y Diener, 1995). Si hemos de esperar recibir
la felicidad y el bienestar como resultado del trabajo humano y del de
las máquinas, tenemos que concluir que nuestro sistema económico
basado en el trabajo remunerado, pese a sus enormes plusvalías, es
enormemente (por no decir grotescamente) ineficaz.
19
“This action is best, which procures the greatest happiness for the greatest numbers”, en An Inquiry into
the Original of Our Ideas of Beauty and Virtue.
15
El caso de los llamados “países subdesarrollados” es diferente. Ahí,
cada dólar extra puede suponer un verdadero beneficio. Como se puede
apreciar en la gráfica 1, desde los países más pobres (Moldavia, por
ejemplo) hasta los mejor colocados en la vía del desarrollo (Corea del Sur),
la curva del índice de satisfacción sube indicando una correlación fuerte:
a mayores ingresos mayor satisfacción. Sin embargo, después de eso se
ralentiza hasta llegar a estabilizarse en un índice promedio de ±87, a pesar
de que la renta aumenta de manera notoria.
No necesitamos adivinar las causas de los índices más bajos. El
principio es muy sencillo y evidente: allí donde hace falta lo indispensable,
escasea el bienestar, es decir, la percepción subjetiva de satisfacción,
felicidad y esperanza. Por ejemplo, un campesino pobre de Nepal, que
cosechó este año apenas lo justo para alimentar a su familia, vive bajo
estrés constante preguntándose:
¿Alcanzará la cosecha del año que viene para vivir?
¿Tendremos que emigrar a la ciudad para conseguir un empleo?
¿Aguantará el tejado de la cabaña las próximas lluvias?
¿Qué tan grave estará el hijo que tose tanto?
En estas circunstancias, cualquier aumento de la renta, por pequeño
que sea, puede suponer una gran diferencia para toda la familia. En
algunos casos, podría ser la diferencia entre llevar o no al hijo al médico y
comprar los medicamentos. En otros, incluso enviar o no los hijos a la
escuela el año próximo (Diener y Sukh, 2000).
Según el economista de la Universidad de Princeton, William J. Baumol,
durante el siglo XX, los ingresos per cápita de las economías de libre
mercado se incrementaron al menos en un 700%. La expansión económica
fue particularmente fuerte durante las décadas de 1960 y 1970, cuando la
economía global creció con una tasa de un 5% anual y todas las regiones
experimentaron beneficios económicos (Salamon, 1994). Aunque la
prosperidad de la segunda mitad del siglo XX estaba lejos de estar
distribuida equitativamente, fue al mismo tiempo una causa y una
consecuencia de los grandes avances científicos que han redefinido la vida
y el bienestar humanos. El cambio más importante ha sido que las
personas viven más tiempo y tienen mucha más libertad para pensar en
cosas distintas que la mera supervivencia.
16
Efectivamente, los humanos somos cada vez más longevos. Nos
estamos acercando velozmente al punto en que mil millones de personas
en el planeta serán mayores de 60 años.20 Según la Organización Mundial
de la Salud (OMS) está aumentando la esperanza de vida al nacer incluso
en países del Tercer Mundo. En los países en vías de desarrollo ―a pesar
de toda su pobreza, miseria, enfermedades, escasez de agua y desastres
medioambientales―, en el último medio siglo la esperanza media de vida
se disparó de los cuarenta y un años de principios de 1950 a los sesenta y
dos de 1990; se encamina a los setenta, en 2020, y supera esta última en
países como Costa Rica, Jamaica, Sri Lanka y Malasia. Por su parte, los
demógrafos de la Universidad de Cambridge y del Instituto Max Plank de
Alemania nos dicen que una niña que nazca hoy en Francia tiene un 50%
de posibilidades de alcanzar los cien años, lo que la coloca en el siglo XXII.
Este es un incremento de la longevidad que no tiene precedente alguno en
la historia (Cf. Wills, 1999).
La OMS informa también que Europa, como región, es en la actualidad
la parte “más anciana” del mundo, mientras que Japón, como nación, tiene
el mayor porcentaje de gente de más de sesenta años. El pronóstico de la
OMS para 2020 es que casi una tercera parte del total de la población
japonesa habrá superado su sesenta cumpleaños.21 Y en Japón, Francia,
Alemania y España, entre la gente de más de sesenta años, uno de cada
cinco, tendrá más de ochenta. Lo peor de este escenario es que ningún
sistema de asistencia sanitaria está diseñado en país alguno para
semejante combinación de patologías, estrechamente dependientes de
factores de conducta y estilos de vida, junto con una población que
envejece.
Por si fuera poco, tenemos que decir que envejecer no es
necesariamente agradable aún si se tiene dinero. En las regiones más
pobres del mundo el nivel de ingresos es solo uno de los muchos factores
que determinan el bienestar subjetivo. Hay lugares del mundo donde se
vive más y mejor a pesar de la modestia de los ingresos familiares.
Tomemos por caso a Kerala, uno de los estados federales del sur de la
India.

20
“Population Ageing: A Public Health Challenge”, Organización Mundial de la Salud, septiembre de 1998,
www.who.int/inf-fs/en/fact135.html
21
Actualmente, Japón tiene el índice más alto en esperanza de vida: 83.59 años (WHO).
17
9
El caso del bienestar keralita

Al suroeste de la India se encuentra Kerala, un estado federal (o


pradesh). De clima cálido-húmedo, es una entidad con casi 35 millones
de habitantes (2005) que cultivan la tierra: cocoteros, plátanos y
plantas de especias. Dado que la tierra es muy fértil, las cosechas son
abundantes. No obstante, la población, que vive exclusivamente de la
agricultura y la pesca, tiene una renta media inferior a los 650 pesos
mensuales (52 dólares o 40 euros). Sin embargo, desde una perspectiva
más amplia, los keralitas están altamente desarrollados en aspectos que
van más allá de lo meramente monetario:
Es el estado más alfabetizado del país: con una tasa de más del 90%,
casi no hay analfabetas.22
La mayoría de los keralitas ha cursado la educación media.
Disfrutan de una milenaria tradición de artes marciales, medicina
ayurvédica y teatro bailado.
Prácticamente todas las familias de labradores son propietarias de
las parcelas que las alimentan, lo cual está en franco contraste con el
campesinado de otras regiones del Tercer Mundo, donde la población
campesina tiene que sudar de sol a sol en las fincas de los grandes
terratenientes a cambio de un salario mísero.
A lo anterior hay que añadir que los keralitas tienen buenas
probabilidades de alcanzar una edad avanzada, pues la esperanza
media de vida allí es de 74 años (un hecho excepcional para un país de
economía tan modesta). No sucede lo mismo con los brasileños, por
ejemplo, que son seis veces más ricos que los keralitas, pero cuya

22
Actualización: 2010-05-25: The state ranks first in the country with a literacy rate of 94.59% (1st).En otros
estados de la India, uno de cada dos hombres no sabe leer ni escribir. La proporción es todavía más alta para
las mujeres.
18
esperanza de vida se cifra en los 66 años; ni con los estadounidenses de
color, con unos ingresos inconmensurablemente superiores, pero que
no alcanzan la media de vida de los habitantes de Kerala (Sen, 1999).
¿Qué pasa en Kerala que hace la diferencia? ¿Acaso la esperanza
media de vida nos dice algo acerca de la felicidad y el bienestar sociales?
Hoy sabemos que la salud facilita los sentimientos gratos, y
recíprocamente la ausencia de irritaciones y de estrés fomenta la salud
(Klein, 2004). No hay duda que el hecho de que los keralitas vivan más
años que los habitantes de otras regiones comparables, debe estar
determinado por la calidad del sistema sanitario y la higiene del país.
No nos extraña enterarnos que allí no han invertido en factorías
siderúrgicas ni en aeropuertos, como sí hicieron otros países en vías de
desarrollo, sino en escuelas y hospitales. Otro factor que contribuye al
bienestar social y físico de esa población es la mejor calidad de vida, en
comparación con otros estados de la India. Con tierras propias, ingresos
asegurados y comunidades rurales que funcionan aceptablemente, se
puede esperar el futuro con más tranquilidad, y se padece menos estrés
que en las villas y cinturones de miseria amenazadas por las
excavadoras y los derribadores de casas.
Los efectos recíprocos cuerpo-mente cobran mayor relevancia en la
medida que una población: a) recibe atenciones médicas, y b) adquiere
instrucción. Es de todos sabido que en las regiones subdesarrolladas las
infecciones diezman a la población, pero que ahí donde la medicina y la
educación en higiene han hecho presencia pocos mueren ya de
neumonía, tuberculosis, disentería, cólera o gripe. Ahí la gente vive más
años y llega a morir por causas más naturales. En contraste, cuanto más
aumenta la esperanza de vida en las naciones ricas, las enfermedades
mortales ya no son aquellas patologías contagiosas, sino
cardiovasculares, de cáncer de pulmón y otras dolencias en cuya
etiología tiene algo que ver el estrés y el malestar generalizados, y que
están muy ligadas al comportamiento individual en relación con la dieta,
el ejercicio físico, el alcohol, las drogas, el tabaquismo, el estrés laboral,
la actividad sexual y los viajes internacionales.23
23
“Leading Causes of Death”, estadísticas de Estados Unidos, 2000, www.cdc.gov/ncha/fastats/lcod.htm;
Advances Begin to Tame Cancer”, Raja Mishra, Boston Globe, 6 de Julio de 2003, p. A-1; Campaign Publicizes
Obesity, Cancer Link”, Andre Picard, Toronto Globe and Mail, 5 de marzo de 2003, p. A-2.
19
Así pues, podemos ver que es claramente notoria la correlación entre
el estado de ánimo positivo (con la consiguiente ausencia de estrés) y la
esperanza de vida, que numerosos estudios reportan. El estilo de vida de
una persona determina la edad que probablemente alcanzará, mucho más
que la dotación genética, las condiciones medioambientales y las
atenciones sanitarias: su influencia pesa más que todos los demás factores
juntos (Adler, 2001).

20
10
Los mejores lugares para vivir

Desde un punto de vista meramente material, la mayoría de los


estadounidenses viven actualmente mucho mejor de lo que vivían sus
abuelos en la década de 1950. En aquella época, la familia
estadounidense corriente gastaba casi una quinta parte de sus ingresos
solo en alimentarse. Medio siglo después, en 2002, solo se necesitó una
décima parte.24 El vestido, por aquella época, se llevaba un 11% del
gasto familiar. En 2003, a pesar del aumento en los precios en la ropa
de moda, la cifra cayó al 6%.25
En la época a que hacemos referencia, solo un 55% de los
estadounidenses tenían una vivienda en propiedad.26 En la actualidad,
tal cifra asciende a casi el 70%, sin mencionar que las casas son mucho
más grandes.27 De hecho, en 2002, un 13% de las ventas de casas fueron
de segundas viviendas (Easterbrook, 2003). En lo referente a la salud, a
pesar de todos los problemas, la esperanza media de vida se incrementó
de los 68.2 años de 1950 a los 76.9 de 2000.28
Sin embargo, a pesar de todas estas mejoras en el nivel de vida y del
gran número de pruebas que lo confirman, la estadounidense parece ser
una de las sociedades más infelices del mundo (Myers y Diener, 1995).
En términos de la percepción subjetiva de bienestar, la contraparte de
los Estados Unidos se encuentra en Europa. Según la prestigiosa

24
“Food CPI, Prices and Expenditures: Expenditures as a Share of Disposable Income”, Servicio de
Investigación Económica del Departamento de Agricultura,
www.ers,usda.gov/Briefing/CPIFoodAndExpenditures/Data/table7.htm.
25
“Consumer Dominance Hits a 54-Year High”, tabla adjunta a un artículo de Floyd Norris, New York Times,
1 de diciembre de 2003, p. C2.
26
“Historical Census of Housing Tables: Ownership Rates”, Oficina del Censo,
www.census.gov/hhes/www/housing/census/historic/ownrate.html.
27
Deane, Daniela. “Homes for the Holidays”, citando cifras del Departamento de Comercio, Washington
Post, 20 de diciembre de 2003, p. F1.
28
Meckler, Laura. “U.S. Life Expectancy Hits New High”, en referencia a un informe del Departamento de
Salud y Servicios Humanos, Associated Press, 13 de septiembre de 2002.
21
Encuesta sobre Calidad de Vida edición 2010 de Mercer29, en el
continente europeo se hallan 16 de las 20 ciudades del mundo que
experimentan el mayor índice de bienestar. Aunque Viena, en Austria,
ocupa actualmente el primer lugar en el ranking mundial, Suiza, como
nación, nos parece el campeón indiscutible, pues no solo había venido
ocupando por años el primer lugar sino que dos de sus cantones se
hallan actualmente entre los cinco primeros lugares de la encuesta:
Zurich ocupa el segundo lugar mundial, Ginebra el tercero (Ver Gráfica
2).30

Gráfica 2. Las 20 ciudades del mundo con mejor calidad de vida según la
Encuesta sobre Calidad de Vida edición 2010 de Mercer.

29
http://www.mercer.com/qualityoflivingpr#Top_50_cities:_Quality_of_living
30
Por lo demás, no deja de ser curioso el hecho de que en la lista de la Encuesta Mercer de las 20 mejores
ciudades para vivir no aparezca ninguna que pertenezca a alguna de las principales potencias económicas del
día de hoy (Estados Unidos, Japón y China) ni de las grandes economías emergentes (Brasil, Rusia e India).
Además, ni siquiera una ciudad de América Latina aparece entre las 50 mejor situadas. San Juan de Puerto Rico
(72) retiene la mejor posición conseguida en la edición pasada, seguida por la capital de Uruguay, Montevideo
(79). Bagdad ocupa el último puesto de las 215 ciudades analizadas.
22
11
Participación social
y bienestar

No debiera extrañarnos que en este resultado favorable a Austria y


Suiza influya de alguna manera la innegable belleza de los paisajes
alpinos. Pudiera ser también que su prosperidad económica
generalizada y su notable sentido de la limpieza, del orden, la seguridad
y la honestidad sean los elementos decisivos del bienestar aludido. Sin
embargo, hay un elemento de naturaleza psicosocial que nos gustaría
resaltar, ya que pudiera ser la clave indiscutible del bienestar reportado
al menos por la mayoría de los ciudadanos suizos. Nos referimos al
peculiar sistema político por el que rigen su vida en comunidad, y que
no tiene parangón en otro lugar del mundo (Frey y Stutzer, 2002; Frey,
2001).
A diferencia de los sistemas de gobierno centralizado de las naciones
del resto del mundo, en Suiza muchas de las decisiones políticas
fundamentales no se toman en la capital, Berna, sino en cada uno de los
26 cantones que integran la nación. Como si fueran antiguas ciudades-
estado griegas, en cada cantón se utilizan procedimientos de
democracia directa. Por medio de referéndum y plebiscitos, los
ciudadanos no solo pueden promulgar o derogar leyes, sino incluso
controlar el presupuesto y hasta cambiar la constitución. Con estos
privilegios, la ciudadanía se siente socialmente motivada a participar en
política.
Un estudio llevado a cabo por Stutzer y Frey (2002) sobre 6,100
suizos buscó comparar los índices de bienestar subjetivo con las
posibilidades de participación política. La correlación resultó ser
directa y el efecto tan estadísticamente fuerte que concluyeron que el

23
poder de decisión política satisface aun más que el poder adquisitivo.31
La satisfacción ciudadana parece provenir directamente de la capacidad
de tomar decisiones que afecten positivamente a la comunidad y la
región en la que uno vive. No está de más puntualizar el hecho de que,
aunque los extranjeros que habitan esas regiones no tienen voz ni voto
en las decisiones públicas, a pesar de disfrutar igualmente de la gran
calidad de los servicios públicos no manifiestan el mismo grado de
satisfacción que resulta de participar directamente en las decisiones
democráticas.
Al parecer, los países con mayor índice de bienestar en términos de
su ciudadanía son aquellos en los que la actividad política es algo muy
distinto al conocido espectáculo en el que participan como únicos
protagonistas los voraces mercenarios de la función pública en la
mayoría de las naciones latinoamericanas. El psicólogo social Ed Diener,
ha puntualizado el hecho de que todos los países que son punteros en
cuanto a satisfacción ciudadana gozan de tradiciones democráticas
antiguas y arraigadas, con elecciones libres desde por lo menos la
década de 1920, libertad de prensa y Estado de derecho. Inversamente,
en todas las naciones industrializadas que accedieron a su actual
democracia después de la Segunda Guerra Mundial, o más tarde aún
(Polonia y España, por ejemplo) la ciudadanía se declara menos
satisfecha que en los países tradicionalmente democráticos.
Al parecer, el sentido cívico no solo se va desarrollando en el
transcurso de varias generaciones, sino que es menester que la
participación efectiva en el destino del propio grupo humano sea parte
de la experiencia cotidiana, pues las pruebas indican que la
participación política-democrática hace más felices a las personas de
una comunidad. Y no nos extraña semejante hecho, pues sabemos que
el término “comunidad” se deriva del término “comunicación”, y éste, a
su vez, se deriva de las voces latinas communis (“de todos, por todos,
para todos) y facere (“hacer, elaborar, construir”). Así pues, una
verdadera comunidad, más allá de ser un mero conglomerado de gente,

31
Un ejemplo dramático de lo anterior es el hecho de que mudarse, digamos, de Ginebra a Basilea mejora
más el grado de satisfacción que saltar del nivel más bajo de la escala de retribuciones al más alto. En otras
palabras, un aumento de sueldo de 800 a 3,000 euros no es más satisfactorio que la estimulante participación
en las decisiones políticas de la propia comunidad.
24
es en realidad “un proceso social, diseñado para la búsqueda del
entendimiento mutuo entre todos los participantes de una iniciativa de
desarrollo, capaz de crear una base para la acción concertada” (Ramírez,
1997, FAO, 1984).32 La conclusión lógica es que sin comunicación
podemos tener cualquier cosa, menos una comunidad; y sin
comunidad/comunicación es imposible el bienestar social.

32
www.fao.org/sd/dim_kn1/docs/kn1_060602d1_en.pdf
25
12
Equidad social y bienestar

No solo la participación activa y efectiva en el destino de nuestra


comunidad nos hace felices. Igualmente promueve el bienestar la
equidad social (la justicia social). Allí donde los contrastes entre los muy
ricos y los muy pobres son cada vez más acusados, la gente es más infeliz
y, por lo mismo, tiende a morir más pronto. No es el PIB en cifras
absolutas sino la equidad en la distribución de los bienes lo que
contribuye al bienestar y la longevidad de los ciudadanos felices. Esta
relación es bastante identificable en las naciones altamente
industrializadas. En Suiza y en Japón, por ejemplo, la disparidad de los
ingresos está poco acentuada, y en ambos la población es longeva. Por
el contrario, las desigualdades sociales crecientes son causa de una
disminución en la esperanza de vida. Por lo mismo, no debe ser casual
el hecho de que en el cuadro comparativo entre naciones de Ingelhart y
Klingemann (2000), los que presentan mayor índice de satisfacción
ciudadana coinciden con la mayor uniformidad en la distribución de la
riqueza. La OECD ha observado que, en las naciones escandinavas, en
Holanda e incluso en Suiza, las diferencias entre pobres y ricos no son
tan acentuadas como en Alemania, y no digamos Italia.33
En base a lo anterior, la relación que se establece entre el dinero y la
felicidad es paradójica. Aunque la satisfacción apenas aumenta a partir
de un cierto nivel de prosperidad en adelante, el reparto justo de la
riqueza es de la mayor importancia para la promoción y mantenimiento
del bienestar social.

33
Organización Europea para la Cooperación y el Desarrollo, OECD-Dokument DEELSA/ELSA/WD, 2000, 3.
26
13
Estado actual de la pobreza
en el mundo

Es indudable que la inequidad en el reparto de la riqueza ha ensanchado


la llamada “brecha entre ricos y pobres”. Aunque no se puede negar que
la riqueza mundial es mayor que en otras épocas, lo cierto es que se ha
concentrado en un número menor de países y de manos. Durante las
últimas tres décadas, las disparidades de renta han aumentado en
muchas partes del mundo.34 La situación ya raya en lo absurdo: el 20%
más rico de la población mundial se lleva al bolsillo el 83% de la renta
mundial. En otras palabras, la riqueza colectiva de los 358
multimillonarios del mundo es igual a los ingresos sumados de los 2,500
millones de personas más pobres (aproximadamente el 40% de la
población mundial).35 Y mientras que en los países ricos los salarios
siguen a la alza, 80 naciones pobres han visto menguar el sueldo
promedio en los últimos diez años.
En el siglo XVIII, el economista Adam Smith declaró que “ninguna
sociedad puede florecer ni ser feliz siendo la mayor parte de sus
miembros pobres y miserables”. La veracidad de tal observación resulta
aun más obvia en la actualidad. El Banco Mundial nos dice que casi 2,800
millones de personas (casi la mitad de la población mundial) siguen
viviendo con el equivalente a dos dólares diarios o menos; de ellos, unos
mil cien millones sobreviven con menos de un dólar al día, en la absoluta
o extrema pobreza.36

34
Estas desigualdades se encuentran no solamente entre países sino también dentro de ellos. En China, por
ejemplo, el residente urbano medio gana más de tres veces lo que gana un granjero tradicional, y este boquete
entre lo urbano y lo rural se está ensanchando. En Brasil, el 10 % más rico de la población poseen casi la mitad
de la renta del país, mientras que el 10% más pobre tienen menos del 1 %. Estas diferencias de renta cada vez
mayores hacen difícil que el desarrollo económico contribuya a la reducción de la pobreza
(http://www.terra.org/articulos/art01694.html).
35
Banco Mundial: www.worldbank.org/poverty(inequality/intro.htm
36
“Global Poverty Down by Half Since 1981, But Progress Uneven As Economic Growth Eludes Many
Countries”, Banco Mundial, 23 de abril de 2004,
www.worldbank.org.cn/English/content/776w62628918.shtml.
27
La desigualdad entre ricos y pobres no es exclusiva de los países en
vías de desarrollo. Para el Banco Mundial, “los focos de pobreza son
comunes en todos los países”. Desde Bangla Desh hasta Estados Unidos,
sin importar lo acaudalados que sean algunos, hay quienes tienen que
luchar para conseguir suficiente comida o un techo bajo el cual
cobijarse. En estados Unidos, por ejemplo, la Oficina del Censo de
Población, ratificó que 36.6 millones de personas, o sea 12.6 % de los
casi 300 millones de habitantes en Estados Unidos están considerados
como pobres. La cadena de periódicos McClatchy, en un análisis
divulgado a finales de febrero de 2007, explicó que 16 millones de
personas en el país más económicamente poderoso del mundo,
sobreviven debatiéndose en la extrema pobreza, situación que se
advierte tanto en áreas urbanas como rurales. Aunque parezca
inconcebible, el número de norteamericanos en la miseria creció el 28
% entre los años 2000 y 2006, sobre todo en 66 Condados de los 215
que integran la nación. A la cabeza de ese negativo índice entre los 50
estados de la unión, aparece Washington D.C., la capital, con el 10.8 %
de los residentes en extrema miseria.37
En ese país, los sociólogos están estudiando también lo que ellos
denominan el grupo de los “casi pobres”, compuesto por las personas
con un elevado riesgo de caer en la pobreza. Pese a vivir en un país
inmensamente rico, más de cincuenta millones de estadounidenses se
encuentran en esa penosa situación. El escritor y periodista David
Shipler ilustra la situación de algunos de estos estadounidenses que
viven al borde de la ruina económica: Un apartamento viejo y
deteriorado empeora el asma de un niño, lo que le causa una crisis y
obliga a la madre a llamar a una ambulancia. Como no puede pagarla, su
historial de crédito se echa a perder. Esto dispara la tasa de interés del
préstamo para adquirir un automóvil y la fuerza a comprar uno de
segunda mano no tan fiable, con el que llega tarde al trabajo. La falta de
puntualidad reduce sus posibilidades de recibir un ascenso y, por ende,
de mejorar sus ingresos, lo que le impide mudarse a un apartamento
mejor, donde ella y su hijo habrían podido ver elevada su calidad de vida
(Shipler, 2005). Aunque vivan en la nación más rica del mundo, la

37
http://www.defensahumanidad.cu/artic.php?item=2343
28
amenaza de la pobreza pende constantemente sobre esta madre y su
hijo.
Eso es en Estados Unidos, pero se supone que la pobreza es la
enemiga común. Prácticamente cada gobierno del mundo afirma hacer
esfuerzos por intentar eliminar la desesperada situación de los pobres.
Miles de ONG recaudan hoy en día dinero para alimentar a los niños
hambrientos, potabilizar las reservas de agua de las aldeas y llevar
asistencia médica al campo.38 Las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el
Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Agricultura y la
Alimentación y otros organismos internacionales, encargados (al
menos en parte) de combatir la pobreza, emiten pías resoluciones. Y los
adjetivos que se aplican a la penuria mundial van desde simplemente
“triste” a “lamentable”, “trágica”, “vergonzosa”, “escandalosa”,
“espantosa”, “atroz”, “indescriptible” e “imperdonable”. Y si bien es
cierto que multitud de funcionarios bienintencionados, organizaciones
internacionales de ayuda y expertos en desarrollo han volado a remotas
regiones para proporcionar asistencia técnica, en torno al tema de la
reducción de la pobreza mundial ha crecido una archimillonaria
“industria de la ayuda” en dólares (Easterly, 2002, p. 33).
Entre 1950 y 2000, más de un billón de dólares fluyó del Primer
Mundo a los países pobres, bajo el concepto de “ayuda” o “ayuda al
desarrollo”. Algunos de dichos dólares salvaron vidas y mejoraron las
condiciones: el programa de erradicación de la viruela en la década de
1960, el de inmunización infantil en la del ochenta y las campañas
contra el tracoma, la lepra y la polio. No obstante, los datos siguen
siendo desalentadores. A pesar de todos los esfuerzos por lograr una
mejoría, en muchas partes del mundo en los últimos treinta años la
disparidad de renta ha aumentado a niveles amenazantes para el
bienestar social.

38
Según el informe anual 2001 del Fondo de Población de las Naciones Unidas, se prevé que el crecimiento
demográfico de los países en vías de desarrollo hará que la población mundial aumente a 9,300 millones para
el año 2050. Se calcula que 4,200 millones de personas vivirán en países donde es imposible satisfacer las
necesidades básicas de comida y agua, cifra que representa el doble de la cantidad que hoy día ya carece de
alimento suficiente. La directora ejecutiva del fondo, Thoraya Obaid, indicó que la pobreza y el rápido
crecimiento demográfico constituyen una combinación letal. Los más afectados por la degradación
medioambiental son los pobres, pues dependen más directamente de recursos naturales como la tierra, la leña
y el agua. (http://www.un.org/esa/population/publications/wpp2008/pressrelease.pdf)
29
14
La desigualdad social como
vulneradora del bienestar

Durante la segunda mitad del siglo XX, el mundo se encontraba inmerso


en una Guerra Fría y estaba dividido políticamente en tres partes.
Mirándose con recelo se hallaban, aun lado de la invisible “cortina de
hierro”, el bloque comunista (encabezado por la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas), y al otro, las naciones no comunistas, con
Estados Unidos al frente. Los países no alineados con estos bloques
formaban el llamado Tercer Mundo. Con el tiempo, esta última
denominación llegó a considerarse despectiva y se sustituyó por
“naciones subdesarrolladas”. Pero como esta nueva expresión también
adquirió matices negativos, los economistas comenzaron a hablar de
“los países en vías de desarrollo”. Tales cambios terminológicos solo
terminaron acentuando más las diferencias económicas que las
políticas. El mundo del siglo XXI ya no está dividido en aquellos tres
bloques políticos. Sin embargo, aún hay diferencias económicas, y
concretamente industriales entre los países “desarrollados” y los que
están “en vías de desarrollo”.
Prescindiendo de cómo las designemos, las naciones ricas y las
pobras son muy distintas, casi dos mundos opuestos. Las primeras con
un mayor desarrollo industrial y económico, gozan de un elevado nivel
de vida, mientras que las segundas, con una economía menos pujante,
tienen que arreglárselas con menos. Las desventajas de las naciones
pobres son obvias. Si nos centramos tan solo en el rubro de la asistencia
médica, los nueve países más ricos alistados en la Gráfica 3 cuentan con
1 médico por cada 242 a 539 habitantes, pero los dieciocho menos
favorecidos solo cuentan con 1 por cada 3,707 a 49,118. Según la
Declaración Universal de los Derechos Humanos toda persona tiene
derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su
familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido,
30
la vivienda y la asistencia médica (artículo 25), pero una de cada cuatro
personas del planeta tiene que vivir con un dólar diario y se ven
enfrentados a una paradoja fatídica; la asistencia sanitaria privada está
disponible, pero no es asequible, mientras que la pública es asequible,
pero no está disponible. Aunque los más de mil millones de pobres del
mundo tienen ‘derecho a recibir asistencia médica’, lamentablemente
esta todavía se halla fuera de su alcance.

Gráfica 3. Contrastes entre los países más ricos y los más pobres.

Claro está que estos dos polos opuestos también se pueden hallar
dentro de un mismo país. En el este de Europa es donde más parece
haberse ensanchado las diferencias entre ricos y pobres. Las
estadísticas más lamentables las presentan Rusia y Lituania. En esos
países, la mortalidad aumentó un tercio desde 1989; hoy, la esperanza

31
de vida para los varones está por debajo de los 60 años.39 En Hungría,
que experimentó su transición al capitalismo, la mortalidad aumentó en
un quinto entre 1970 y 1990, lo cual no significa que los húngaros se
hayan empobrecido, al contrario: se triplicó la renta nacional durante el
mismo período. El problema es que los beneficiarios de la prosperidad
fueron, una vez más, la minoría, mientras que la mayoría sigue teniendo
hoy lo mismo que tenía en 1970 (Kopp, 2000; Kopp et al, 2000).

39
Organización Mundial de la Salud, Oficina Regional para Europa: Atlas of Mortality in Europe 1980/81 and
1990/91 (WHO Regional Publications, European Series Nº 75, Copenhague, 1997).
32
15
Dificultades para la
igualdad social

La sabiduría neoliberal nos diría que a nadie debe afectar que los ricos
se hagan más ricos en tanto los pobres no se hagan más pobres. Tal
postura sería incuestionable si la vara de medir fueran únicamente los
saldos de las cuentas corrientes. Sin embargo, el argumento resulta un
sofisma cuando consideramos las consecuencias para el bienestar y la
salud: cuando aumentan las diferencias sociales, tarde o temprano
todos pierden, tanto los ricos como los pobres. Veamos por qué.
El novelista francés del siglo XIX Honoré de Balzac dijo en alguna
ocasión que “la igualdad tal vez sea un derecho, pero ningún poder
terrestre será capaz de hacerlo realidad”. Pese a que muchos hoy ya
entienden que, por naturaleza, las diferencias de clase no están bien,
incluso en la sociedad del siglo XXI perduran múltiples divisiones
clasistas. Calvin Coolidge, quien fuera presidente de los Estados Unidos
de 1923 a 1929, se interesó en el asunto de las diferencias sociales y
hasta habló proféticamente de “la extinción total de las clases
privilegiadas”. Sin embargo, unos cuarenta años después de su
mandato, la comisión Kerner, nombrada para investigar las relaciones
interraciales, manifestó su temor de que ese país se dividiera
irremediablemente en dos sociedades: “la negra y la blanca, separadas
y dispares”.40 No solo hay quienes dicen que esta predicción se ha
cumplido, sino que la brecha económica y racial va en aumento.
Lograr la igualdad social resulta increíblemente difícil. Un factor
ineludible es el de la naturaleza humana. Alguien ha dicho que “todos
los hombres son iguales en al menos un aspecto: su deseo de ser
diferentes”. Quizá el dramaturgo francés Henri Becque, también del
siglo XIX, lo expresó con mayor claridad cuando dijo: “Lo que hace que
la igualdad sea una empresa tan ardua es que deseamos alcanzarla solo

40
http://www.worldlingo.com/ma/enwiki/es/Kerner_Commission
33
con los que están arriba”. En otras palabras, los seres humanos quieren
igualarse a los situados por encima de ellos en los estratos sociales; pero
pocos estarían dispuestos a renunciar a sus prerrogativas y privilegios
para conceder la igualdad a quienes son considerados inferiores.
En siglos previos, algunas personas nacían en el seno de familias
plebeyas, nobles o hasta de la realeza. Hoy en día, aunque hay algún que
otro lugar donde sigue ocurriendo así, en la mayoría de los países es la
diferencia de ingresos lo que determina si alguien pertenece a la “clase
baja”, “media” o “alta”. Además de eso, existen otros factores, como la
raza, la educación y la alfabetización. En ciertas regiones, incluso el sexo
es motivo de gran discriminación; de hecho, se considera a las mujeres
“ciudadanos de segunda clase” (Hernández, 2010).41
La legislación en materia de derechos humanos ha permitido
derrumbar algunas barreras sociales. Por ejemplo, en Estados Unidos
se promulgaron leyes contra la segregación racial; en Sudáfrica se
declaró ilegal el apartheid, y la esclavitud, pese a que aún existe, está
prohibida en gran parte del mundo. Las sentencias judiciales han
forzado el reconocimiento de los derechos humanos sobre la tierra de
determinado pueblo indígena, y los reglamentos contra la
discriminación han aliviado en cierto grado a las capas sociales menos
favorecidas (Cfr. Informe Human Rights Watch World Report, 1998). Sin
embargo, todo esto no quiere decir que se acerque el fin de las
diferencias. Aunque algunas distinciones de clase sean menos
marcadas, se han generado otras nuevas. Se ha dicho que ya no parecen
apropiadas las denominaciones “clase capitalista y “clase trabajadora”,

41
El mundo sigue “tratando a las mujeres como ciudadanos de segunda clase”. El 70% de los pobres del
mundo son mujeres; dos tercios de los más de 130 millones de sin escolarizar que hay en el planeta son niñas;
dos tercios de los 96 millones de analfabetos del mundo son mujeres. Las mujeres también sufren
notablemente debido a la violencia doméstica y sexual, que sigue siendo “una de las violaciones de los
derechos humanos más extendidas y menos denunciadas” (Hillary clinton, ante la Asamblea de la ONU, 10 de
diciembre de 1997). Algunas mujeres son víctimas de la violencia aún antes de nacer. Principalmente en
determinados países asiáticos, algunas madres abortan a sus hijas no nacidas porque prefieren a los varones.
En ciertos lugares, la preferencia por los varones ha convertido las pruebas genéticas para la selección del sexo
en un negocio próspero. La propaganda de algunas clínicas de detección del sexo indica que es mejor gastar 38
dólares ahora para acabar con un feto femenino que gastar 3,800 después para pagar su dote. Tales anuncios
funcionan, pues un estudio realizado en un hospital grande de Asia reveló que se abortaba al 95.5% de los fetos
que se descubría que eran femeninos (Hernández, 2010).
34
pues estos grandes estratos se han fragmentado en grupos más
pequeños de “gente iracunda”.42
Y en esa ira está la clave: al parecer, el clasismo separa a las personas
y produce envidia, odio, dolor y hasta derramamiento de sangre. El
antiguo concepto de la supremacía blanca que se tenía en África,
Australia y América del Norte ocasionó sufrimiento a grupos sociales
minoritarios, como lo demuestra el completo genocidio de los
aborígenes de la tierra de Van Diemen, la actual Tasmania (Gray,
2007).43 En Europa, el hecho de catalogar a los judíos como inferiores
dio lugar al Holocausto Nazi (Landau, 2002). La opulencia de la
aristocracia y la insatisfacción de las clases bajas y media contribuyeron
al estallido de la Revolución francesa en el siglo XVIII y de la Revolución
bolchevique en la Rusia de 1917 (Viault, 1990). La lección fue esta: ya
sea que la dominación o la supremacía la ejerzan individuos o grupos,
cuando una clase se eleva sobre otra, es inevitable que cundan la
angustia, el sufrimiento y el malestar.

42
Este enojo parece estar justificado: Recientemente, la FAO publicó un informe en que estima que en el
mundo 1,000 millones de personas mueren al año por hambre y desnutrición producto de la pobreza, y que se
requieren aproximadamente 30,000 millones de dólares anuales para ayudar a salvar esas vidas. Al mismo
tiempo, el informe expone que seis bancos centrales de Estados Unidos, la Unión Europea, Japón, Canadá,
Inglaterra y Suiza gestionaron en 2008 una solicitud de recursos para salvarse de sus quiebras. Estos bancos
consiguieron inicialmente 480,000 millones de dólares, luego el Senado de los Estados Unidos autorizó 700,000
millones, posteriormente se agregaron 800,000 millones, y así sucesivamente hasta que en septiembre de
2009, un año después, se completó un paquete total de rescate de 17 trillones de dólares. Al hacer la división
de estos recursos entre los 30,000 millones de dólares que calcula la FAO para combatir el hambre, se tendrían
600 años sin hambre en el mundo.
43
http://es.wikipedia.org/wiki/Genocidio_de_Tasmania#cite_note-perrosdepaja-0
35
16
La solidaridad como promotora
del bienestar social

Lo opuesto de la estratificación social parece ser la cohesión social. Ya


se sabe desde hace mucho que la solidaridad hace más soportable las
situaciones difíciles. De hecho, el movimiento obrero del siglo XIX con
sus cofradías, hermandades y sindicatos, se basó en este principio. El
descubrimiento verdaderamente nuevo es que una comunidad bien
articulada y con buen funcionamiento influye hasta tal punto en la
condición psíquica y física de sus miembros, que incluso beneficia el
estado de salud de éstos.
De esta evolución en el concepto de bienestar social habían ofrecido
un ensayo preliminar los ciudadanos de Roseto, Pennsylvania (EE.UU.),
cuyos habitantes en la primera mitad del siglo XX eran prácticamente
inmunes a los trastornos cardiovasculares, primera causa de
mortalidad en los países desarrollados. Allí, nadie fallecía de ese tipo de
afecciones antes de la edad de jubilación, y los hombres mayores de 65
años presentaban un índice que apenas llegaba a la mitad del promedio
estadounidense. Su buena salud tampoco podía atribuirse a la celebrada
dieta mediterránea. De hecho, al ser todos inmigrantes italianos,
llevaban un régimen de vida bastante malsana, ya que fumaban y
trabajaban mucho, sin mencionar que el aceite de oliva era muy difícil
de conseguir en este continente, de modo que las mujeres tenían que
cocinar las tradicionales frituras del sur de Italia con manteca de cerdo.
Lo que realmente hacía diferente a esta comunidad de otros
ciudadanos estadounidenses era su cohesión social. Descendientes de
un puñado de clanes de Abulia (sudeste de Italia), emigraron todos por
las mismas fechas, y ni siquiera después de llegados al Nuevo Mundo
quisieron separarse. Así, conservaron en Pennsylvania todo el conjunto
de ritos propios de una pequeña ciudad italiana: salían d paseo por la
tarde, jugaban en las tabernas y celebraban solemnemente sus

36
ceremonias religiosas. Lo que veían mal los ciudadanos de Roseto eran
las ostentaciones de riqueza, pues habían comprendido que las envidias
podían destruir su comunidad. Por lo mismo, aunque muchas familias
habían logrado gran prosperidad, no era posible distinguirlas de las
familias pobres mediante la vestimenta, los vehículos o las casas.
Aunque los ancianos vivían con sus hijos hasta tres generaciones y
la delincuencia era desconocida, todo cambió y la comunidad se quebró
cuando algunos rosetinos decidieron “americanizarse”. Después de
1970, los jóvenes comenzaron a emigrar a las urbes para estudiar,
trayendo de regreso ideas distintas a las que sus mayores les habían
inculcado. Muchos comenzaron a vivir al estilo americano: circulaban
en Cadillac, construían grandes casas con piscinas, instalaban rejas en
los jardines y se encerraban en sus casas a ver la tele. Cuanto más iba
pareciéndose Roseto a cualquier otra ciudad estadounidense, más se
acercaban al promedio nacional los índices de morbilidad y mortalidad.
Conforme desaparecían aquellos estrechos vínculos socialmente
cohesionantes, se desvanecía también su efecto protector (Egolf et al,
1992; Bruhn y Wolf, 1979).
Al principio, nadie se mataba trabajando para descollar sobre los
demás. Al mismo tiempo, nadie que tuviera menores ingresos
experimentaba la pérdida de su consideración social. De algún modo,
los rosetinos sabían que, al fin de cuentas, la infelicidad no consiste en
tener poco sino en la percepción de tener menos que los demás, es decir,
“esa sensación de impotencia que produce ver pasar al vecino y darnos
cuenta que jamás conseguiremos recuperar la ventaja que nos ha
sacado” (Klein, 2004: 354).
Los ciudadanos de Roseto sabían que podían contar con el apoyo
incondicional de sus parientes y vecinos. Esta conciencia no solo les
permitía vivir con la tranquilizadora seguridad de que, en caso de
necesidad, su red de apoyo comunitario no los abandonaría, sino que se
reflejaba en los índices excepcionalmente bajos de morbilidad
cardiovascular, en cuya etiología figura con frecuencia el estrés. El
cáncer, por su parte, se presentaba ahora con la frecuencia del
promedio nacional.
Las lecciones son reveladoras: 1) quien cuenta con una tupida red
de vínculos sociales vive mejor y más años. Esta relación entre
37
bienestar, esperanza de vida y cohesión social ha sido corroborada de
manera convincente por numerosos trabajos, entre los cuales destaca el
llamado Estudio Almeda (Berkman y Syme, 1979).44 2) Para que existan
relaciones sociales estables, es preciso que los estilos de vida no sean
demasiado diferentes, y que las personas tengan intereses similares. 3)
Siempre que las contradicciones se vuelvan irreconciliables, el tejido
social se desintegrará y comenzará el malestar, pues los ricos y los
pobres siempre vivirán en mundos distintos, y los unos procurarán
evitar la esfera en la que se mueven los otros.

44
La importancia primordial de una distribución equitativa de los bienes, del sentido de solidaridad y de la
existencia de intereses comunes en una sociedad se refleja en un análisis sobre la evolución de la esperanza de
vida en Inglaterra durante las dos guerras mundiales. Desde los obreros hasta los lores, la alimentación
controlada por tarjeta de racionamiento escaseó para todos y la actividad económica se contrajo, pese a lo cual
la esperanza de vida aumentó en Inglaterra en los periodos 1914-1918 y 1940-1945 mucho más que en los
decenios anteriores o posteriores (Wilkinson, 1996; Sen, 1999).
38
17
La felicidad en la
riqueza prosumidora

Hasta aquí hemos visto que la participación política (el sentido de


comunidad) y la justicia social (la igualdad social) promueven el
bienestar: ayudan a vivir felices, satisfechas y esperanzadas a las
personas, aunque haya poco en la despensa o en la cuenta de ahorros.
Pero también lo hace el prosumo, uno de los grandes descubrimientos
económicos y psicosociales del siglo XX.
Si bien casi todos los seres humanos vivimos en una economía
monetaria, existe también una economía paralela, fascinante y en gran
medida inexplorada, en cuyo seno satisfacemos muchas necesidades
vitales o deseos sin necesidad de pagar por ello. Se trata de la economía
no monetaria basada en el prosumo, o trabajo no remunerado que todos
nosotros realizamos cotidianamente. Como veremos enseguida, el
prosumo es una forma de generación de riqueza no monetaria tan real
que puede impresionar a la mayoría de la gente saber toda la riqueza,
salud y bienestar que podemos llegar a producir en un solo día de
trabajo no remunerado (Henderson, 1995; Cahn, 1992; Glazer, 1993).
Aunque en su uso cotidiano, el término riqueza hace referencia por
lo general, aunque de forma restrictiva, a activos económicos (y a
menudo conlleva la connotación de exceso), la riqueza no es
necesariamente sinónimo de dinero, como suele malinterpretarse
vulgarmente. El dinero es uno más de los múltiples fetiches o
expresiones simbólicas de la riqueza. Incluso, se dice que la riqueza a
veces puede “comprar” cosas que el dinero no puede adquirir; y esto es
así porque la riqueza, en su sentido más amplio, es cualquier cosa que
colme necesidades.
Para algunos, la riqueza puede significar tener un poco más de lo que
dicta su necesidad subjetiva, sea cual fuere. Para otros, ninguna
cantidad será suficiente. Entre la gente pobre, las cosas suelen ser
menos subjetivas. Para la madre cuya criatura se muere de hambre, un

39
puñado de arroz al día puede ser una riqueza desmedida. Definiremos
aquí la riqueza en sentido amplio como cualquier posesión, compartida
o no, que tiene lo que los economistas denominan “utilidad”, al
proporcionarnos alguna forma de bienestar por sí misma o mediante el
intercambio con alguna otra forma de riqueza que satisfaga dicha
necesidad de bienestar.
En el contexto de la actual economía monetaria, constantemente se nos
dice que más de mil millones de seres humanos subsisten con el equivalente
de menos de un dólar al día. Muchos sobreviven a duras penas con mucho
menos. Pero lo que casi nadie menciona es que, asombrosamente, sigue
existiendo una gran cantidad de personas que viven sin dinero alguno. Se
trata de individuos y colectivos que jamás han ingresado al sistema
monetario mundial dado que viven consumiendo básicamente la propia
producción (Tharoor, 2002). Se nos dice también que en la actualidad, la cifra
total anual de la economía monetaria mundial (la “economía visible”)
representa unos cincuenta billones (5 x 1013) de dólares (Pfanner, 2003).
Este es, según los expertos, el valor económico total creado en el planeta cada
año.45 Pero en la economía oculta o “no contabilizada”, se produce también
una gran cantidad de actividad no detectada, no calculada por ser no
remunerada. Es la economía no prosumidora no monetaria que, según
expertos, representa tal vez otros 50 billones de dólares anuales en
productos, servicios y experiencias.
Cuando en 1980, los investigadores norteamericanos Alvin y Heidi
Toffler inventaron la palabra “prosumidor”, lo hicieron para designar a todos
aquellos que creamos bienes, servicios y experiencias para nuestro propio
uso o disfrute, antes que para venderlos o intercambiarlos (Toffler, 1980).
Estos autores explican así el modo en que acuñaron su término: “Cuando
como individuos o colectivos, PROducimos y conSUMIMOS nuestro propio
output, estamos prosumiendo” (Toffler, 2006:221). Un prosumidor típico,
por ejemplo, comparte casi cualquier cosa con su familia, sus amigos o su
comunidad, por el bienestar que esto le produce y sin esperar dinero o su
equivalente a cambio. También, dado el progreso actual en el transporte y las
tecnologías de la información y la comunicación, el prosumo puede incluir el
trabajo no remunerado para crear valor y compartirlo con extraños en otros
lugares del mundo.

45
http://www.terra.org/articulos/art01694.html
40
18
Prosumo y
cohesión social

Todos hemos sido prosumidores en algún momento de nuestra vida. De


hecho, todas las economías cuentan con un sector de prosumo más o
menos intenso, debido a que muchos de nuestros deseos y necesidades
más íntimos no los proporciona, o no puede proporcionarlos, el
mercado. A veces, esos satisfactores son demasiado caros. A menudo
disfrutamos siendo prosumidores; otras, sentimos una urgente
necesidad de serlo. Y en el seno de esa invisible economía prosumidora,
llevamos a cabo incontables tareas no remuneradas; realizamos
actividades cooperativas “socialmente cohesionadoras” comparables a
las actividades competitivas en la economía remunerada por el hecho
de que ambas crean valor social (Henderson, 1982: 23). Todas estas
actividades, generalmente no cuantificadas por la economía formal por
no producir dinero, son producción “en la misma medida que las
similares proporcionadas por el mercado” (Ringen, 1996: 18). En una
palabra, son prosumo: producción en el aspecto no monetario de una
economía nacional.
El ministro japonés de Salud, Trabajo y Bienestar Social, Noriko
Sakakibara, ya reconocía en 2005 el significado y valor del prosumo
cuando declaró al Daily Yomiuri que “trabajar no solo [significa] trabajo
remunerado, sino también trabajo voluntario para organizaciones y
servicios comunitarios sin ánimo de lucro”.46 Y esto es lo que nos
interesa a los psicólogos sociales en términos del bienestar social: saber
que los prosumidores y voluntarios ayudan a mantener unidas a las
familias, a las comunidades y a las sociedades; y lo hacen como parte de
la vida cotidiana, sin calcular, por lo general, sus efectos sobre la
economía visible de la nación. De hecho, sería en gran manera
instructivo que los economistas pudieran decirnos cuánto vale la

46
“Social Structure Must Change Ahead of Population Decline”, Daily Yomiuri, 6 de agosto, 2005, p. 4.
41
cohesión social en pesos, dólares, yenes, o euros. O lo que cuesta la
desintegración social.
Por allá por 1965, Gary Becker ya decía que “el tiempo durante el
que no se trabaja puede ser ahora más importante para el bienestar
socioeconómico que el tiempo de trabajo” (Becker, 1976: 90-114).47
Con respecto a la importancia y valor del llamado “tiempo de ocio”, un
estudio del psicólogo social Michael Argyle ha demostrado que quien se
compromete al servicio de otros obtiene una gran satisfacción de esa
misma actividad. La mayoría de los encuestados por Argyle dijeron que
no hay nada comparable a la felicidad que deriva de un compromiso
voluntario.48 Los que asumían un compromiso celebraban en particular
la oportunidad de conocer a otras personas de ideas parecidas a las
suyas y la de diversificar experiencias (Argyle, 1996). Participar, sea en
un grupo de astrónomos aficionados o en una asociación para proteger
a los animales, es muy recomendable, y no solo por motivos morales,
sino incluso desde el punto de vista del provecho y el bienestar propios.
En términos de grupos humanos más grandes, allí donde los
habitantes se asocian de buena gana (voluntariamente,
prosumidoramente) para alcanzar alguna finalidad de interés común
formando redes sociales densas, aumenta y se generaliza el bienestar
subjetivo, aumenta la confianza mutua entre los ciudadanos y aumentan
las probabilidades de envejecer hasta edad más avanzada (Putnam,
2000; Kawashi et al, 1997; Kawashi y Kennedy, 1997; Kaplan et al,
1996).

47
Tendrían que pasar 27 años antes de que Becker recibiera en 1992 el Nobel de Economía, gracias, en
parte, a su investigación. En la actualidad, y a pesar de los numerosos estudios al respecto, el prosumo y el
trabajo no remunerado, especialmente el de las mujeres, se mantienen completamente al margen de las
principales preocupaciones de la economía cotidiana y convencional. Toffler (2006) dice que al definir
esencialmente el “valor” económico como algo que solo se crea cuando el dinero cambia de manos, los
economistas suelen centrarse en superficialidades fácilmente cuantificables.
48
Únicamente el baile puntuó más alto en una escala de la satisfacción que producen los distintos
pasatiempos del ocio.
42
19
Autodeterminación y
bienestar

Una clave más para la generación y mantenimiento del bienestar


consiste en ser cada uno dueño de su propia vida. Como dijo Bruce
McEwen, especialista neoyorquino en el estudio del estrés, “la
necesidad de someterse puede ser una experiencia dolorosa”.49 La
experiencia de no ser dueño de la propia vida también implica un estrés
destructivo para la salud y el bienestar. Todos hemos conocido el estrés
del desvalimiento. Es una herencia ancestral de la evolución esa
reacción de estrés por parte de quien no controla su propio destino.
Incluso las servidumbres más sutiles (las más cotidianas) van
erosionando a largo plazo el bienestar y la salud. Veamos el más triste
de los ejemplos históricos.
Es bien conocida la “Solución Final” que el régimen nazi implementó
para deshacerse de los judíos de Europa. El programa alemán de
aniquilamiento de vidas humanas, no solo en los campos de batalla sino
también y sobretodo como consecuencia de la guerra misma,
representó un pilar de la malintencionada mentalidad alemana. Un
principio ya establecido en 1920 por el general Karl-Heinrich von
Stülpnagel, precisaba que la desnutrición científicamente organizada
permite mantener en condiciones de no resistencia a un pueblo
conquistado. Los jefes nazis adoptaron ese principio para sus campos
de prisioneros y de concentración, así como para los Estados ocupados.
En el campo de Minsk, aproximadamente 100 mil prisioneros de guerra
y 40 mil “políticos” se quedaban a veces cinco o seis días sin comer nada.
Para el alto mando alemán, eso simplificaba las cosas, pues apenas se
necesitaba una compañía para vigilar a hombres que ya no se
mantenían en pie.50
49
“Stress and Health”; conferencia en el congreso anual de la American Association for the Advancement of
Science, San Francisco, 12 de febrero de 2001.
50
Informe del consejero ministerial Dorsch al Reichsleiter Rosemberg con fecha del 10 de julio de 1941.
43
Los prisioneros de los campos de concentración, sucios, escuálidos e
indistinguibles como hombres o mujeres, por virtud de sus cabezas
rapadas y su extrema delgadez, fueron reducidos a ser el número que
les tatuaban en el brazo. Condenados a sufrir sin esperanza, trabajando
para el Tercer Reich, sufrieron la degradación metódica que entrañaba
el vivir en el inframundo de las barracas, y el soportar cada día más
sufrimiento y humillación de los que podían resistir. Cada barraca
albergaba cientos de seres, de cuatro a cinco por litera, sin almohadas
ni colchón, los pies de uno en la cabeza del otro que luchaba por obtener
imposibles milímetros extra de espacio y sin poder dormir. De tres a
cuatro de la madrugada se les pasaba lista, a la intemperie y con los pies
desnudos sobre la nieve. También debían estar presentes y “de pie” los
que habían muerto de frío durante la noche y los que se habían
ahorcado con su pantalón rayado. Si las enfermedades, la desesperación
o el trabajo excesivo no les traían la muerte durante el día, el hambre se
encargaría de quienes habían sobrevivido. Habiendo “desayunado” una
bazofia de piltrafas o cenado pequeños trozos de salchicha podrida, sin
vitaminas, grasas ni albúminas (alimentación calculada fríamente para
mantenerlos en un estado intermedio entre la vida y la muerte), los reos
se hallaban permanentemente mareados y amnésicos, pero al mismo
tiempo nerviosos e irritables, sufriendo terribles dolores de cabeza y
hemorragias nasales. Todo en los campos estaba planeado para reducir
a sus víctimas al grado mínimo posible de humanidad (Landau, 2002).
En estos actos de crueldad extrema se confirma la tesis de Fromm
(1987) de que el deseo de causar dolor a otros no es lo esencial del
sadismo, sino tener el dominio completo sobre la otra persona,
convertirla en el objeto desvalido de nuestra voluntad, ser su dios, hacer
con ella lo que queramos. Fromm aseguró también que no hay dominio
mayor sobre otra persona que obligarla a aguantar el sufrimiento sin
que pueda defenderse, pues el fin del sadismo es cosificar al hombre,
convertir lo animado en algo inanimado, pues mediante el control
completo y absoluto el vivir pierde una cualidad esencial: la
autodeterminación (Fromm, 1941). Los nazis conocían bien su oficio:
promover el sentimiento de desamparo y la pérdida de la propia
determinación debilita el alma hasta la muerte. La experiencia y la

44
sensación de no ser dueño de la propia vida generan un estrés
destructivo para la salud y el bienestar.
Por el contrario, hay pruebas de que la promoción y el aumento de
la capacidad de autodeterminación de las condiciones que rodean la
propia vida, por pequeños que sean, pueden aportar altos niveles de
bienestar. Los beneficiarios son más felices y viven más años. Así lo
demostraron los médicos de una serie de geriátricos estadounidenses,
cuando introdujeron una reorganización que facultaba a los residentes
para decidir sobre los pequeños detalles de su vida cotidiana. En vez de
plantarles el plato en la mesa a los jubilados, se procedió a repartirles
un menú para que eligieran el platillo de su preferencia. Antes, los
cuidadores tenían la responsabilidad de regar las plantas, pero en el
nuevo régimen a cada anciano le tocaba hacerse cargo de las que tenía
en su habitación. Parecían nimiedades, pero el efecto era asombroso.
Mientras los residentes se atrevían a ampliar cada vez más el ámbito de
sus responsabilidades, hablaban más unos con otros, padecían menos
achaques y, cuando se les interrogaba, se declaraban más satisfechos y
felices en su vida. Lo mejor fue que los índices de mortalidad bajaron a
la mitad. El estado de los ancianos mejoró en la medida en que los
cuidadores los animaban a asumir el control de su propia vida, y
empeoraba cuando aquellos se empeñaban en quitarles
responsabilidades. Los más pequeños matices cobraron importancia.
Por ejemplo, cuando se organizaron visitas estudiantiles a los
geriátricos, la salud de los residentes mejoró, pero los que más
mejoraron fueron los autorizados a elegir por sí mismos las fechas y
horas de las visitas (Rodin, 1986; Rowe y Kahn, 1987).

45
20
Los promotores
del bienestar

En conclusión: la participación política (el sentido de verdadera


pertenencia a una comunidad), la justicia social (la igualdad social), el
prosumo no lucrativo (el compromiso voluntario a dar sin cobrar) y la
autodeterminación (el control sobre la propia vida), parecen promover
de manera excepcional el bienestar social porque reducen el estrés a
que los humanos estamos expuestos por la necesidad natural de
convivir. Cuanto más satisfaga una comunidad estas cuatro necesidades
básicamente humanas, más contentos se manifestarán con su vida los
individuos que la integran. Un trabajo posterior podría profundizar en
el hecho de que estos factores no pueden contemplarse de manera
aislada, pues se condicionan y se determinan mutuamente.

Para que una comunidad pequeña o una sociedad grande


experimenten la felicidad, los individuos deben tener la facultad de
decidir por sí mismos acerca del mayor número posible de asuntos
grandes y pequeños; debe contribuir a que cada uno pueda desarrollar
sus proyectos y lograr sus expectativas. El economista indio y premio
Nobel, Amartya Sen, ha llegado a asegurar que el sentido de todo
desarrollo socioeconómico radica en ampliar el número de opciones
ofrecidas a los individuos, y que todos los demás objetivos son
secundarios, incluido el de la prosperidad económica (Sen, 1999). Esto
concuerda completamente con la tesis del poeta y ensayista mexicano,
Gabriel Zaid, quien dijo: “La riqueza es, por encima de todo, una
acumulación de posibilidades” (Zaid, 1999).

Finalmente, mencionaremos una objeción. Siempre se nos ha dicho


que para disfrutar de la libertad hay que asumir la responsabilidad.
46
Pero, contra lo que dicta el sentido común, los datos nos dicen que eso,
más que ser una carga, implica un placer. De modo que el individuo, al
tiempo que disfruta las ventajas de una sociedad feliz, admite la
obligación de encargarse de su funcionamiento. Así, entendemos ahora
que la sociedad civil contribuye por dos vías al bienestar de quienes
eligen comprometerse: 1) por los resultados positivos de esa acción, y
2) por el placer que engendra la actividad misma. Es en la acción libre,
voluntaria, comunicativa y justa donde está la clave del sentimiento
subjetivo de bienestar. Y eso es cierto tanto para la felicidad individual
como para el bienestar colectivo.

Cuernavaca, Mor. Mex


Enero, 2011

47
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