You are on page 1of 7

ALUMNOS Y CURRÍCULUM

LIC. Y MDCI OMAR CASTRO GARCÍA


CATEDRÁTICO DE MEDIO TIEMPO EN LA ESCUELA DE DERECHO EN
CETYS UNIVERSIDAD, CAMPUS MEXICALI, BAJA CALIFORNIA, MÉXICO

El análisis que hoy hemos realizado parte del documento escrito por Juan Bautista

Martínez Rodríguez, “El papel del alumnado en el desarrollo del currículum”. Somos

plenamente coincidentes con la mayoría de los puntos de vista del autor y

aprovechamos el presente trabajo para exponer algunos propios y ampliar o

contextualizar algunos ajenos.

Quien es alumno, va generando en su paso por las aulas una identidad específica,

distinta de otros roles existentes en nuestra sociedad, identidad que habrá de sufrir

cambios importantes dentro de las diversas etapas escolares por las que transita el ser

humano. Tal identidad ha sido en gran medida el producto del desarrollo curricular que

la escuela como institución social ha impuesto, muchas de las veces, cumpliendo las

órdenes del Estado, otras de ellas, bajo su bendición.

Aún cuando transcurra el tiempo, la identidad del alumno se encuentra marcada por una

constante: Las diversas contradicciones con la identidad del maestro. El alumno, por su

parte, muestra una tendencia a rechazar cualquier imposición u opresión, por que lo

concibe como un atentado a su individualidad, por poco desarrollada que esta sea en

realidad. Por lo menos así lo conciben los alumnos desde temprana edad, y es que la

labor del maestro procura poner en movimiento un engranaje que se ha movido muy

poco y que de alguna forma se encuentra en un estado de comodidad, pero no es fácil

extraer a un sujeto de su zona de confort ya que esto implica un acto de voluntad, la


toma de una decisión que plantea diversas interrogantes muy válidas en especial para

los modelos educativos tradicionales. Los alumnos podemos comenzar por

cuestionarnos quién es el maestro, es decir, qué sujeto está jugando el rol social de

educador, qué antecedentes históricos tiene, si es moralmente y técnicamente apto para

ello, entre otras. En la obtención de las respuestas, la mayoría de los alumnos con

suerte llegarán a tener una vaga idea de quién es en realidad el maestro, ya que, el

propio educador se habrá de encargar de crear una cortina de humo ante la cobardía de

no poderse presentar ante sus alumnos como lo que es, un ser humano. La sociedad no

nos lo permitiría, ya que desde la concepción tradicionalista de la labor pedagógica esto

equivaldría a perder la autoridad, concebida esta como un poder que nos habrá de

servir de herramienta para mantener el orden en el aula y en teoría, desarrollar nuestras

labores adecuadamente, facilitando que todos aprendan. Algo muy alejado de la

realidad.

Las anteriores actitudes llevan al alumno a considerar que está recibiendo educación de

un perfecto extraño, de una persona que no confía en él y que por consiguiente, no es

digno de nuestra confianza. Para el alumno, el maestro tradicional es una persona sin

compromiso, que se limita a aparecerse en el aula, tratar de enseñar los contenidos,

apoyándose en una concepción de su papel, jerárquicamente superior a nivel social e

institucional y que muchas de las veces abusa de esa “Jerarquía”. Entre los alumnos

son comunes quienes conciben al maestro como un sujeto con un problema de actitud,

derivado primordialmente de los bajos salarios que reciben, quienes no se involucran

con los problemas reales en el aula y se limitan a la exposición de problemas

hipotéticos que supuestamente han de presentarse en la vida futura de los alumnos y

que muestran una suma indiferencia a las necesidades de estos.


Y dicha concepción no es errada. Normalmente los adultos abusamos de nuestra

posición, imponiendo a los niños reglas que en muchas ocasiones son injustificadas. Ni

pensar de que sean consensuadas, y la crítica a estas determinaciones de los adultos

son un verdadero “Coto de Caza”. En el ámbito de la educación tradicional el fenómeno

es similar. El maestro y la institución ha impuesto al alumno reglas que no han sido

consensuadas, en cuya elaboración no ha participado y eso lo lleva a desafiar tales

reglas. Si a esto le agregamos la concepción que el alumno tiene del maestro, como

sujeto extraño a su vida, indigno de confianza, no podemos esperar que tales normas

se acepten sin una pizca de duda o rebelión.

Las relaciones tradicionales entre adultos y niños no se han caracterizado por el respeto

o la igualdad, sino por la imposición, por la arbitrariedad, ante nuestra incapacidad de

diálogo y de comunicación, ante la triste creencia de que los niños no saben lo que

dicen, sin embargo, dicen mas de lo que creemos, es cuestión de recuperar nuestra

habilidad de escuchar, de ver, de sentir y de interpretar lo que los niños nos dicen de

una manera fuerte y clara.

El diseño curricular no ha estado exento de este abuso de poder. Pero, nosotros

concebimos este abuso desde una perspectiva un poco diversa a la que muestra Juan

Bautista Martínez Rodríguez en la lectura “El papel del alumnado en el desarrollo del

currículum”, ya que para este, el error ha sido en no permitir que los alumnos

intervengan en la toma de decisiones curriculares. Lo cual resulta a nuestro juicio

pertinente, pero no en todas las etapas escolares del ser humano.

Nos referiremos a la educación básica. El ser humano, desde la óptica de la filosofía de

la educación, es un ser “Inacabado” y en consecuencia, muestra sus carencias mas


abismales al inicio de su vida, en la infancia. Si el ser humano es un ser “Inacabado”,

entonces el niño es un ser “Apenas comenzado”, que no se puede valer por sí y que

indubitablemente necesita la presencia de un adulto para sobrevivir. El niño, como un

ser que apenas se inicia en el devenir de este mundo, no ha desarrollado en esta etapa

su capacidad electiva. Sus decisiones muestran una estrecha relación con el placer

inmediato, sin tomar en cuenta el concepto de “bienestar”. La inmediatez es la nota

característica de sus actos y la paciencia, la planeación y el largo plazo simplemente no

forman parte de su vida. Difícil que participe en el desarrollo curricular quien no tiene la

perspectiva de estos conceptos.

Sin embargo, la ausencia de tales conceptos en la vida del niño están mas que

justificadas. Por lo que hace a la paciencia, el niño no la ejercita por que va en contra de

su teleología intrínseca en esa etapa de la vida, conocer el mundo lo más pronto posible

(finalmente, como seres materiales tenemos los minutos contados). La planeación

tampoco le es necesaria, ya que los adultos la desarrollan por el y de todas maneras su

margen de planeación es mínimo ya que debe ajustarse a los planes de los adultos

(Sean los padres en el plano familiar o los profesores en el ámbito escolar). Y por lo que

hace a la noción del largo plazo, simplemente no es comprendida por un ser que no la

ha vivido, ante su corta estancia en este mundo.

Por lo anterior, para nosotros resulta casi imposible que el niño aparezca como un

sujeto que tome decisiones en el desarrollo curricular, lo que no significa que no se

tomen decisiones en torno a él. Creemos que ante las necesidades del niño siempre

deberá estar un adulto que tome las decisiones trascendentes por él, al momento de

que le ayuda a desarrollar dicha habilidad y allí radica el problema cuando nos referimos

al desarrollo curricular, en determinar quién habrá de tomar las decisiones en


representación del niño. El estado ha demostrado sobradamente su incapacidad para

delimitar una política educativa que haga frente a las verdaderas necesidades del

pueblo, cayendo muchas veces en la seducción del control de las masas y los sistemas

opresores, que le permitan el mantenimiento del poder público. El propio gremio

académico será incapaz de diseñar un currículo efectivo ante las necesidades de los

niños, mientras sigan mostrando una actitud indiferente burocrática y desensibilizada.

Las decisiones acerca de los niños deben ser tomadas con un sentimiento de amor

sincero y maduro del adulto, procurando siempre su bienestar. El padre que lleva su

hijo al dentista no lo hace con la finalidad de que sufra ante los embates del taladro

maldito, sino para procurarle salud, aunque quienes somos padres sabemos que el

sonido del artefacto nos causa más dolor a nosotros que al pequeño paciente.

La labor del diseño curricular para estas etapas esclares deberá ser conducida siempre

por adultos que realicen tal labor con base en sus experiencias, pero sobre todo, con el

cariño sincero de quien ve en los niños la esperanza del mundo y procura, como

consecuencia, su bienestar.

El currículum deberá buscar la existencia de una empatía entre los alumnos y maestros,

disminuyendo las contradicciones en las ideologías de ambos, propiciadas en la

educación tradicional, tal como lo expusimos con anterioridad en este ensayo. Debemos

dejar claro que trabajamos por objetivos conjuntos, aunque el niño no lo perciba

cabalmente. Sin embargo, será imposible obtener esta empatía y disminuir las

contradicciones en el discurso, por lo que debemos apelar al ejemplo. La pedagogía de

la alteridad desarrollada por Pedro Ortega y Ramón Minguez nos podría dar una luz en
el camino. En ese sentido diremos que resulta inaplazable para los maestros

desarrollar una capacidad de acogida del alumno, que nos permita involucrarnos en el

plano emocional para poder descifrar las necesidades reales de estos y tener la

autoridad moral para representarlos en el desarrollo curricular. En el plano curricular,

poco puede hacer por los niños un maestro que no los conoce verdaderamente, como

poco puede hacer un abogado por su cliente si no conoce a detalle los pormenores del

caso o un medico, los mas intrincados elementos de la enfermedad de su paciente. Solo

un maestro involucrado, con conocimiento y amor por los niños podrá impregnar en el

currículum la búsqueda sincera del bienestar de estos

A su vez, la empatía generada a partir de la pedagogía de la alteridad, nos ayudara a

establecer el diálogo franco y tolerante entre alumnos y maestros, diluyendo la

confrontación diaria en las aulas y en nuestra mente.

Concluyendo, debemos decir que el papel del alumno en el desarrollo curricular debe

ser considerado de gran importancia. Que la confrontación entre alumnos y maestros ha

sido en gran medida generada por los propios adultos, ante nuestra incapacidad de

diálogo y de respuesta a las necesidades afectivas y cognitivas de los niños. Es

importante limar asperezas en las relaciones alumno y maestro y esto nos debe llevara

replantearnos nuestro papel en el aula, dejar de lado las fórmulas tradicionales y

descender del pedestal en el que nos hemos situado, comprendiendo que nuestros

alumnos son quienes nos han dado la dicha de dedicarnos a la educación y que por

consiguiente son merecedores de nuestro eterno respeto, gratitud y cariño. Por otra

parte, se deben considerar las necesidades de los menores en el diseño curricular, pero

no expuestas de viva voz, por que esto nos llevaría a un callejón sin salida, si no

expuesta por quienes han mostrado mayor preocupación por ellos, que en definitiva son
sus padres, algunos de los maestros con un fuerte sentido del compromiso y alguna o

casi ninguna autoridad estatal. En ese sentido se tomaría en cuenta el papel del alumno

dentro del desarrollo curricular no con base en suposiciones, sino en un conocimiento

de la realidad que viven los niños

You might also like