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IKAST LA

SEXUALIDAD Y GÉNERO1
Algunas preguntas que se hacen con frecuencia

¿Qué es el género?
Es un sistema o red de creencias, actitudes, valores, formas de comportamiento y maneras de ver el mundo que
se aprenden desde el nacimiento, a través de la familia, la escolaridad, la relaciones sociales y medios de
comunicación, las que son diferentes si se es un hombre o una mujer. Así se determinan los “roles de género”, es
decir, los comportamientos esperados para hombres y mujeres y los tipos y formas de relación entre personas de
distinto sexo. Las sociedades dan diferente valoración a los hombres y las mujeres, siendo por lo general, éstas
devaluadas y aquellos sobrevaluados. Esto hace que las relaciones entre los hombres y las mujeres no sean
equitativas, que se vean envueltas por el poder y se expresen en múltiples desigualdades en todos los ámbitos de
la vida.

¿Quién y cuándo se asigna el género a una persona?


Como revisamos en el capítulo anterior, el proceso comienza con la asignación de sexo a partir de las
características anatómicas-genitales con el que el individuo nace. Esta primera categorización marcará el
comienzo inmediato de un proceso de construcción social, en el que la sociedad enseñará a su nuevo miembro los
patrones de comportamiento que deberá tener de acuerdo al género al cual fue asignado, es decir, su rol de
género.

¿Qué instituciones sociales intervienen en la construcción del género?


Las instituciones sociales a través de las cuales se aprende el género son múltiples: la familia, la escuela, la
Iglesia, los medios masivos de comunicación, por mencionar sólo algunas. La familia juega un papel central en el
aprendizaje de género, porque es la primera fuente de conocimientos para el/la niño/a, quien pronto aprenderá
lo que se espera de él.

¿Qué es la perspectiva de género (o enfoque de género)?


Es tomar conciencia de las diferencias que tienen los hombres y las mujeres, en lo social, lo político y lo
educativo, así como en sus concepciones del mundo y la vida; es observar cómo las políticas o los programas
tienen efectos diferentes sobre los hombres y las mujeres. Es lograr que esta visión se incorpore a todos los
ámbitos profesionales, académicos y personales de la vida cotidiana, para una búsqueda de equidad en las
relaciones entre los géneros.

¿Cómo se integra la perspectiva de género a la práctica cotidiana en la salud pública?


Existe evidencia que el género también explica las diferencias que existen en el tipo y prevalencia de algunos
malestares o enfermedades a las que estamos sometidos hombres y mujeres.
Así debiéramos considerar por ejemplo, para establecer los horarios de los centros de atención a la salud, el
hecho que muchas mujeres trabajan fuera de su hogar y también dentro de él (a esto se le denomina doble
jornada) y que por lo tanto necesitan horarios específicos. Otro ejemplo es tomar en cuenta el hecho que a los
hombres les costará dirigirse en busca de medidas de protección sexual a lugares o programas etiquetados como
“de la mujer”.

1
Documento elaborado para profesionales de la salud.
Manual Conversemos de Salud Sexual 1
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1. Entender la categoría de género
Tal parece que hoy en día está de moda hablar de género. Es necesario aclarar este término, ya que en nuestro
idioma tiene varias acepciones, por lo que se presta a confusión. En los últimos años el término ha sido usado
frecuentemente por el movimiento de mujeres, investigadores e incluso políticos, que han utilizado
indistintamente la palabra género o mujeres. En muchos textos se usa como sinónimo. En ocasiones, cuando se
habla de políticas estatales que tienen que ver con incluir a las mujeres se hace referencia a “perspectiva de
género”; sin embargo, el término es mucho más amplio, no solamente se refiere a las mujeres sino también a los
hombres.

Otro concepto que es necesario aclarar es el de sexo, ya que durante mucho tiempo este concepto consideró
tanto las características biológicas (varón, hembra) como el comportamiento (masculino, femenino). Hoy se
entiende el termino “sexo” como los componentes biológicos, de varón o hembra, que todo individuo tiene al
nacer, y género como los aspectos psicológicos, sociales y culturales que cada sociedad asigna para la
masculinidad y la feminidad.

Ha sido gracias a algunos estudios pioneros de la antropología y la sexología que se comprendió mejor la acción de
la sociedad cuando se trata de comportamiento y cultura. Por ejemplo, las investigaciones comparativas entre
adolescentes de las Islas de los Mares del Sur y de Estados Unidos que realizó la antropóloga Margaret Mead a
mediados del siglo XX, revelaron que es la sociedad la que enseña a sus miembros a comportarse como hombres y
mujeres y que este comportamiento cambia de acuerdo con la época y lugar en que se vive.

Por lo tanto, el género no es algo natural, no nacemos con él. El género es una característica socialmente
construída; esto quiere decir que la acción de la sociedad es definitiva para el aprendizaje y desarrollo de los
seres humanos.

Durante los últimos diez años el concepto de género se ha convertido en una herramienta teórica de análisis
social; así por ejemplo, ha servido para incluir en las estadísticas, divisiones por sexo. Ha permitido mostrar y
explicar las diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres, haciendo visible un problema social que hizó
crisis en la década de los sesenta: la exclusión de las mujeres.

El movimiento feminista ha sido fundamental en la búsqueda de explicaciones sobre las diferencias entre los
géneros, sobre los orígenes de la subordinación y la desigualdad de oportunidades que las mujeres enfrentan. Ha
logrado que el problema, antes invisible, se reconozca y se discuta en todos los ámbitos: político, religioso, social,
escolar, sanitario, etcétera.

El concepto de género se relaciona necesariamente con otros términos que expresan inequidades como son la
clase social, la etnia o el grupo de edad. Investigadores, como Ann Oakley han señalado que los niños y niñas de la
clase baja aprenden antes los papeles de género que las niñas de clase media. y que sus concepciones sobre el
género son más rígidas y estereotipadas que en niveles más altos.

El conocimiento acerca del origen de las desigualdades no garantiza que se lleven a cabo acciones para evitarlas.
Para entender realmente cómo se originan y qué efecto tienen sobre la vida de los individuos se utiliza la
denominada perspectiva de género, que puede definirse como la inclusión en todos los ámbitos de la vida (por
ejemplo los académicos, políticos, religiosos etc.) de una visión que toma en cuenta las características específicas
que tiene el género y cómo se expresa en la sociedad y en la historia. Esta óptica permite proponer opciones de
equidad en las relaciones entre los géneros. Sin embargo, mucho de lo que se ha dicho sobre la categoría de
género carece de líneas de acción o propuestas organizativas basadas en la comunidad; es decir, no se pasa de la
reflexión a la acción.

2. La construcción social del género

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En todas las sociedades existen instituciones y mecanismos a través de los cuales se transmite la cultura; ésta
abarca muchos elementos como el lenguaje, la cosmovisión, las reglas morales, las religiones y el género, por
mencionar algunas de ellas.

Al momento de nacer se despliega la lógica de género: en función de la apariencia externa de los genitales, al
recién nacido (a) se le habla de una cierta manera, se le trata distinto, se la alimenta diferente y se deposita
sobre ella ciertas expectativas y deseos. Así se inicia el proceso de atribución de lo femenino o lo masculino a
cada sexo. Por ejemplo, en la mayor parte de las sociedades occidentales, si la recién nacida es niña se le pondrá
ropa de color rosa y se le hablará con dulzura; la bebé será cargada con suavidad y le corresponderá un nombre
catalogado como femenino. En cambio si es varón usará ropa de color azul, se le hablará en un tono más
categórico, se mencionará que es fuerte y su nombre será masculino

Se puede decir que el género es la primera asignación en la vida que determina muchos otros aspectos de la
existencia de los individuos, como su identidad, su rol de género, la orientación hacia el trabajo y otras más.

Ambos, niño y niña, aprenderán también la valoración desigual que la sociedad confiere a los géneros: lo
masculino altamente valorado y lo femenino devaluado. Incluso esta diferencia de valor, como muchas otras
asociadas al género, quedarán registradas como algo natural e intrínseco a la diferencia sexual y pocas veces
reconocida como construcción social. .

Las diferencias genéricas son transmitidas de forma explicita e implícita. El lenguaje, las acciones de la vida
cotidiana, la ropa, el trabajo, las relaciones familiares, les dan a niños y niñas elementos para comportarse de
acuerdo con el género asignado y para elaborar su autoimagen. Si la valoración que se da a los géneros es
desigual, se crece también con una autoimagen que implica desigualdad.

Se han realizado numerosas investigaciones acerca de cómo se transmite el género a través de juegos, cuentos
infantiles, juguetes, así como todo lo que rodea a los pequeños. El análisis de cuentos infantiles deja ver que en
muchas de las historias clásicas los personajes femeninos son estereotipo de bondad y pasividad; en cambio los
personajes masculinos son más dados a la acción; en muchos de ellos el matrimonio aparece como el objetivo final
en la vida para las mujeres. Así tenemos, por ejemplo, los cuentos de Blanca Nieves, La Cenicienta y La Bella
Durmiente, donde los personajes centrales son mujeres jóvenes que se hayan en problemas, pero finalmente
todas son rescatadas por un “príncipe” que se casa con ellas y resuelve todos sus conflictos. Los tres cuentos
terminan con la conocida frase “se casaron y fueron felices para siempre”. En nuestro país, desde hace algunos
años, ser realizan esfuerzos importantes por modificar el tipo de textos con que nuestros niños y niñas estudian,
con el objetivo de que estas lecturas no representen desigualdades genéricas así como tampoco roles rígidos y
estereotipados que polaricen cualidades.

3. Instituciones que intervienen en la construcción del género


3.1 La Familia

Durante la niñez y la adolescencia la familia tendrá un papel preponderante en la enseñanza del género. Los
niños(as) reforzarán ciertos patrones de conducta asociados al rol, a través del trato directo con sus padres y por
la observación de las relaciones de género entre los adultos de la familia. Estas relaciones pueden ser más o
menos equitativas y se expresan en diferentes formas de la vida cotidiana.

Por ejemplo, la división del trabajo entre la madre y el padre; si el padre comparte o no el cuidado de los hijos o
realiza algunas tareas del hogar; si la madre se dedica exclusivamente al trabajo de la casa o si trabaja afuera y
además realiza ella sola el trabajo doméstico. Las responsabilidades que se dan a los hijos

también son importantes; si las hijas sirven la mesa a los hermanos, si sólo ellas ayudan con el trabajo doméstico o
si éste es repartido entre todos los miembros de la familia de forma equitativa.

Las libertades que tienen unos y otras para salir con amigos o a fiestas es otro punto en el cual se pueden expresar
desigualdades; por ejemplo, si se refuerza que los hombres, sólo por el hecho de serlo, deben tener más libertad
para salir y aprender así su papel en el mundo, mientras que el lugar de las mujeres es la casa, ya que afuera
corren peligro. En algunos sectores de la población hasta la alimentación es diferente para hombres y mujeres; las
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madres e hijas llegan a tener grados de desnutrición mayores, pues la “mejor comida” es cedida a los hombres,
bajo el argumento de que la necesitan “porque ellos trabajan” o “serán el pilar de una familia”.

Otro aspecto importante se da en la toma de decisiones al interior de la familia; el modelo de relación reforzado
en niños y niñas será distinto si las decisiones importantes que afectan a todos los miembros de la familia son
tomadas sólo por el padre o si éstas son discutidas y analizadas por ambos padres tomando en cuenta a los demás
miembros de la familia.

3.2 La Escuela

La escuela es otra de las instituciones formadoras y reforzadoras del género; tanto los conocimientos que se
adquieren en las aulas, como la interacción entre el/la profesor(a), los alumnos y éstos entre sí, llevan el sello
social del género. Esta transmisión de conocimientos se da en muchos casos de manera implícita; podemos
encontrarlos en los juegos y rondas de los preescolares, en las actividades propuestas por los libros de texto, en
los comentarios de profesores y profesoras, en las labores asignadas a niños y a niñas. Se llega al extremo de que
objetos escolares como lápices, estuches, cuadernos etc., sean catalogados como de niña o de niño de acuerdo
con sus ilustraciones y colores .

En estudios realizados en Europa y Estados Unidos se ha comprobado que las/los profesores(as) tratan de manera
diferencial a chicos y chicas; prefieren a las “niñas modelo” porque son pasivas, obedientes, tranquilas y no
generan problemas en la sala de clases. Esto hace que las alumnas que tienen dicho comportamiento tengan
mejores calificaciones, lo que, a largo plazo, termina siendo perjudicial, porque ellas ponen mayor atención en
agradar al profesor/a para obtener buenas calificaciones, más que en adquirir conocimientos. De igual manera, a
quienes no son tan estudiosas, los profesores/as las siguen apreciando si tienen un comportamiento sensato y
tranquilo. De estas actitudes, las muchachas aprenderán que el éxito no es primordial en la vida y que el fracaso
—en este caso en la escuela— no lleva al rechazo.

En el caso de los varones, los maestros tienen más expectativas y les brindan mayor apoyo; a los muchachos
brillantes los prefieren por sobre todos los alumnos; en cambio aquellos que tienen bajo rendimiento son
considerados en el más bajo nivel. De ello, los alumnos varones aprenden que el rendimiento es importante.

3.3 Los Medios masivos de comunicación

Los medios de comunicación tienen un papel preponderante en la transmisión y conformación de valores de


género. Una altísima proporción de la población, tiene acceso a la televisión, la que, a través de su programación,
desde los comerciales, películas, dibujos animados, teleseries, etc., contribuye a la formación de valores y
modelos de comportamiento que la sociedad considera deseables o reprobables en los hombres y mujeres. La
programación que se transmite por la televisión, llevan el mensaje de la sociedad, para mantener y fomentar los
papeles de género.

En la prensa escrita esto se expresa en la forma en que se redactan las noticias, los calificativos utilizados e
incluso las fotografías son distintas cuando se refieren a hombres o a mujeres; las revistas de mujeres dan
consejos de cómo conquistar al sexo opuesto, consejos de belleza y chismes de los artistas de moda. Para los
hombres las hay de deportes, ciencia y política, además de las pornográficas.

Los contenidos de estos medios, van configurando y reforzando una particular forma de ser, que unida a la
socialización familiar y escolar van “permitiendo” o “prohibiendo” determinadas conductas, intereses y
motivaciones para hombres y mujeres. Estos tratarán de cumplir con el estereotipo impuesto a nivel social,
ajustando su conducta a estos requerimientos.

4. Construcción del género en la sociedad Latinoamericana


4.1 Visión histórica

La América precolombina estaba poblada por una gran variedad de culturas, desde los complejos mayas, incas y
aztecas hasta grupos menos desarrollados como las tribus nómadas de los más diversos puntos de la vasta
geografía de estas regiones.

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La mayoría de estos pueblos (los grupos amazónicos, los belicosos pueblos caribeños y muchos otros) se habían
organizado desde sus más remotos orígenes con base en la división sexual del trabajo; esto quiere decir que los
hombres realizaban una serie de tareas como cazar, sembrar —aunque las descubridoras de la agricultura fueron
las mujeres—, defender al grupo de los posibles agresores, etc. Por otra parte las mujeres se encargaban de cuidar
a los hijos, producir alfarería, preparar los alimentos, hilar, tejer, etc. Estas actividades podían tener alguna
variante de sociedad a sociedad, pero lo importante es la generalización de la división sexual y que ambas labores
eran indispensables para la supervivencia de la comunidad.

Sin embargo, la relación entre los hombres y mujeres no era equitativa en la mayor parte de las sociedades. Por lo
general estas culturas daban mayor valor a lo masculino y devaluaban lo femenino; el poder político-social estaba
en manos de los hombres, por ello se dice que estas sociedades eran patriarcales.

Debemos mencionar sin embargo, que en este mismo período, en nuestro país, en un lugar muy lejano, llamado
Tierra del Fuego donde habitaban onas y yaganes, las mujeres se sentaban en la proa de la canoa y los hombres en
la popa; las mujeres cazaban y pescaban, salían de las aldeas y volvían cuando querían, mientras los hombres
montaban las chozas, preparaban la comida y cuidaban los hijos. En esta cultura si bien existía igualmente la
división sexual del trabajo, los roles eran distintos al patrón habitual.

Con la llegada de los españoles y portugueses nuestros antepasados tuvieron que enfrentarse al doloroso fin de su
mundo y adaptarse a las nuevas condiciones incorporando a su vida cotidiana las nuevas reglas que les permitieran
sobrevivir en este nuevo mundo adverso.

España había comenzado su proceso de reunificación unos cuantos años antes del descubrimiento de América. Esto
implicaba la conquista territorial, la unidad religiosa y la formación de una nación, en la cual se compartieran el
idioma, la religión, las leyes y la forma de ver el mundo.

Así, para las colonias españolas y portuguesas se importaron del viejo mundo los sistemas económicos, los sistemas
jurídicos, la religión, formas de vida y reglas éticas y morales. La imposición de éstas le dio a Latinoamérica una
base común que, una vez mezclada con las características geográficas, étnicas y culturales de cada región, le
imprimió un sello propio a cada lugar.

En la sociedad colonial las mujeres eran legalmente menores de edad; se consideraba que eran seres débiles a
quienes se debía proteger. El poder político, económico, la autoridad familiar y legal, estaba en manos de los
hombres; era por tanto, una sociedad patriarcal. La Iglesia ejercía un rígido control sobre la moralidad y las
costumbres y especialmente, sobre la sexualidad.

Los ideales para los roles de género mostraban a una mujer sumisa, obediente del padre y marido, que se
encargaba de las labores del hogar, alejada de los placeres sexuales, devota cristiana y entregada por entero al
cuidado de su familia, la cual estaba por encima de todo, inclusive de sí misma. Los hombres en cambio, debían
ser buenos proveedores, representar a su familia legalmente, saber enfrentar con fortaleza

cualquier amenaza y ser buenos cristianos. Pero se reconocía que los hombres eran seres sexuales cuyos placeres
no podían, dada su naturaleza, evitar. Por ello la prostitución era una práctica tolerada que se justificaba
aduciendo que protegía la honra de las mujeres solteras y las buenas costumbres dentro del matrimonio,

Respecto a la educación, las mujeres y muchos de los individuos pertenecientes a los estratos sociales más bajos
se tenían que conformar con aprender cuando mucho las primeras letras; las mujeres de clase media o
privilegiadas podían asistir a las escuelas llamadas “amigas”, pero los estudios superiores les estaban prohibidos.

En resumen durante la Colonia, las nuevas sociedades impusieron una clara normativa societal, donde las
relaciones de género que existían eran casi todas patriarcales y desiguales: el género femenino era considerado
inferior.

El siglo XIX trajo para América Latina profundos cambios sociales iniciados a fines del siglo XVIII en Francia y
Estados Unidos. Casi todos los países lograron su independencia, comenzando la búsqueda de un camino propio.

Las ideas básicas que imperaban en América Latina eran la conformación nacional y la modernización de los
países. Las jóvenes naciones necesitaban hombres y mujeres nuevos que hicieran frente a los retos de la
modernización. Las fábricas requerían de obreras, además de obreros, y la sociedad de mujeres con cierta

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educación que pudieran orientar y educar a sus hijos. El matrimonio y la familia siguieron siendo la base de la
sociedad; los modelos ideales comenzaron a sufrir modificaciones.

La educación femenina siguió siendo solamente para las mujeres de clase privilegiada, para quienes era
fundamentalmente un adorno, ya que ésta consistía básicamente en prepararlas para ser buenas esposas y poder
llevar la administración del hogar.

En el caso de Chile, las mujeres iniciaron en 1833 su lucha por el derecho a voto; después de innumerables
discusiones en las cámaras se llegó en 1884 a una negativa expresada en el artículo 40 de su constitución. La lucha
por el voto femenino estuvo ligada a la lucha por el derecho a la educación y fue hasta 1877 que las mujeres
pudieron ingresar a la Universidad y en 1893 al Instituto Pedagógico.

A fines del siglo XIX proliferan las fábricas textiles y las mujeres se incorporan en mucho mayor número al trabajo
remunerado fuera del hogar. Surgen movimientos por los derechos de las mujeres, liderados en su mayoría por
mujeres de clase media o alta que habían tenido acceso a la educación. En Chile se funda la Federación Femenina
Panamericana (1910) y las mujeres se integran paulatinamente al trabajo sindical obteniendo el derecho a voto en
1949.

A partir de 1960 las mujeres ingresan a los centros de estudios superiores, asumen cargos públicos, participan
algo más en las decisiones nacionales y adquieren mayor conciencia cívica y comunitaria; ésta última ligada
principalmente a la llegada de la planificación familiar. Estos cambios traen consigo modificaciones y/o
extensiones a los roles tradicionales establecidos, proceso que adquiere una particular complejidad al convivir, en
un mismo momento histórico y social, discursos heterogéneos y fragmentados respecto del rol femenino y
masculino.

En nuestra sociedad éste es un proceso no acabado, al que comúnmente llamamos de transición cultural. Es
evidente que en el país ha cambiado el concepto de mujer como sinónimo de madre. Sin perder su carácter
fundamental, la maternidad ha empezado a entenderse como un dominio de realización y, en las mejores
condiciones, como una opción. Las mujeres han aprendido también a valorar su sexualidad como un ámbito
importante de la vida de pareja. Sin embargo, ello parece convivir con una identidad aún cargada de culpas, por
no cumplir con los roles tradicionales, al mismo tiempo con dificultades en la relación de poder hombre/mujer.

En el caso de los hombres, los cambios ocurridos si bien han tenido algún impacto, ellos no han hecho variar
sustancialmente su lugar en la sociedad. Sin embargo se hace necesaria una redefinición de la masculinidad en
función de las transformaciones ocurridas en la identidad femenina.

Pasemos entonces a revisar como opera en la actualidad las relaciones de género en la vida cotidiana, de modo
de entender el efecto que esto posee sobre la sexualidad en general y sobre la intimidad sexual en particular.

5. El género en la vida cotidiana


Hasta aquí tenemos clara la existencia de un género masculino y otro femenino, cada uno de los cuales se
presenta como modelos sexuales de comportamiento que contienen las principales nociones, normas, valores y
significados respecto de cómo ser hombre o mujer en cada sociedad. La manifestación pública, o rol de género,
como dijimos anteriormente, indica a cada persona, y a los demás, cuán femenino o masculino es su
comportamiento de acuerdo a una normativa social particular.

Estudios realizados en nuestro país, en los últimos 15 años, aún identifican el ser hombre con el ejercicio del rol
de proveedor, autoritario, personaje activo en el ámbito público y decidor de lo importante en el hogar,
controlado afectivamente y activo en lo sexual. Lo femenino se identifica esencialmente con la maternidad y la
crianza de los hijos, esposa de un hombre, pasiva en el terreno sexual y dependiente en lo económico y afectivo.

Estas concepciones pueden identificarse en afirmaciones que escuchamos a diario tales como: “el hombre tiene
que tener una actividad rentable que le permita subsistir y mantener a su familia”, “el hombre que no trabaja
puede ser un amigo simpático para pasarlo bien, pero no es bien visto”, “el hombre siempre tiene ganas”, “no se
debe demostrar cobardía”, “el hombre es de la calle”, “el hombre bien hombre no acepta ser controlado por una
mujer”, “tiene que demostrar de alguna forma que es importante”. Para las mujeres, en cambio, el rol femenino
se refleja en frases tales como: “ la mujer será siempre de su casa, es su primera prioridad”, “mi plata es para lo

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accesorio, él debe saber colocar lo demás”, “la que sabe mucho de sexo es por algo“, “ la mujer puede vivir sin
sexo”, “para nosotras siempre será más importante estar con él, pero para ellos no es igual”.

Estas creencias acerca del comportamiento aceptado para cada sexo, nos permiten vislumbrar su efecto en el
ámbito de la relación hombre/mujer, contribuyendo a la polarización de las funciones sociales, valoración
desigual de las tareas asignadas a cada sexo y como es de suponer, marcando diferencias en torno al
comportamiento erótico amoroso,

En este contexto, lo femenino se encuentra en situación de desventaja, y lo masculino, aquello “propio del ser
hombre”, adquiere mayor valor. Esto no significa ver a la mujer como víctima pasiva de subordinación y al hombre
como agresor-dominador exclusivamente. La realidad presenta una situación mucho más compleja: mujeres y
hombres encasillados en los roles adscritos y demandados en ellos, rasgos y atributos que se expresan como
imperativos y que impiden ejercer actividades inherentes a su condición humana. Nos estamos refiriendo, por
ejemplo, al derecho de los hombres a participar activamente en la crianza de los hijos y de expresarse
emocionalmente, o al de mujeres a disfrutar del espacio público sin tantas culpas y de expresarse libremente en
el plano sexual.

Sin embargo, como concepto sociocultural, el género no es estático. Está sujeto a los cambios que se generan a
partir de transformaciones del contexto social en su sentido más amplio. Esto se evidencia en algunos estudios 2,
en que los entrevistados reconocen estar inmersas en una etapa de transición y asistiendo a un cambio
sociocultural donde los roles establecidos son confrontados en su invariabilidad y rigidez.

Afirmaciones de hombres que reflejan lo anterior, son por ejemplo: “no me gustaría ser ni tan fuerte ni tan
canchero”, “lo conquistador me gustaría cambiar, estoy cansado y aburrido de eso, a uno siempre le toca tomar la
iniciativa”, “a veces me canso de ser el sostenedor”, “quiero dejar de ser el malo entre los niños”, “a veces me
canso, mi mujer siempre espera que yo decida”, “me gustaría dejar de ser el que debe controlarse, quiero tener
la oportunidad de bueno y sano sincerarme, y no tener que tomarme un trago para eso”. Las mujeres por otro
lado afirman: “me gustaría ser más suelta de cuerpo, darme más permiso”, “quiero que compartamos más las
tareas, me cuesta dejar que participe en la casa, pero hay que dejarlos”, “me he dado cuenta que ser más
emocional no necesariamente es una debilidad, sólo es nuestro”, “me siento bien aportando, a veces pienso que
me gustaría que él pudiera descansar...”

Aparecen así en escena, emergentes, modelos más cercanos en términos de complementariedad de funciones,
nuevos permisos y menos prohibiciones para mujeres y hombres en la búsqueda de relaciones más igualitarias,
que respeten las diferencias, sin por ello, construir desigualdades.

Estas modificaciones al rol establecido, lo que llamamos rol emergente, aparece en lo cotidiano de diversa forma.
Por ejemplo, mientras el rol tradicional o establecido muestra predominio en el espacio público, lo emergente se
visibiliza con mayor fuerza en el espacio privado. El rol más “conservador” aparece como modelo de “deber ser”,
impuesto desde fuera, mientras los roles más complementarios y menos rígidos se sitúan como ideales que surgen,
al parecer, de necesidades internas y personales, en una búsqueda de relaciones afectivas más enriquecedoras.

En términos muy concretos lo anterior se ve reflejado en situaciones por todos reconocidas a diario. Cada uno de
nosotro/as ha participado de reuniones donde mujeres y hombres tienden a polarizar discursos en torno al orden
establecido. Entre risas y bromas los hombres se vanaglorian de llevar “bien puestos los pantalones”, “de estar
siempre listos para lo que venga”, mientras las mujeres asienten como una forma de complicidad con su varón,
quien debe aparecer “bien” ante los ojos de los otro/as. Ellas por su parte, se muestran fervorosas de su casa y de
sus hijos, dejando explícito el sentimiento de culpabilidad que les rodea al no poder pasar todo el tiempo que
quisieran con ellos. Al llegar a casa, es muy posible que la conversación cambie, y se rescaten mayores
complementariedades: el puede generar una conversación en relación a la necesidad de compartir más con los
hijos, mientras ella le participe sus necesidades de logro profesional y competencia técnica.

Dicho de otro modo, en la vida de hombres y mujeres coexisten aspectos organizados en forma tradicional y
estereotipada y otros de forma más flexible. Es importante señalar que esta coexistencia dependerá también del
contexto sociocultural. Así, el modelo tradicional sigue ejerciendo fuerte influencia en los sectores
socieconómicos más bajos y rurales, mientras que en sectores medios y altos es posible observar con mayor
frecuencia la adopción de modelos más flexibles.
2
De Aguirre, P., Díaz M. E, Díaz, M.,Malinarich, A. Rojas, X., Sanhueza, A., ¿Y que pasa con los hombres?
DOMOS,1991.
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A continuación intentaremos revisar cómo la constitución y articulación de la sexualidad en nuestro país se
entrecruza con el género.

6. Sexualidad y género. Distinciones, articulaciones e interacciones


La sexualidad y el género son dos construcciones sociales íntimamente relacionadas, que en muchas ocasiones se
han confundido una con otra a causa de su parentesco tan cercano. Sin embargo, cada una tiene su campo y su
dinámica propia, así como sus políticas particulares.

La sexualidad y el género tienen un mismo origen: el cuerpo sexuado de los seres humanos; es a partir de éste que
la sociedad levanta las construcciones sociales que le son características a cada una.

El campo de la sexualidad se refiere a la manera en que la cultura marca las pautas para vivir los deseos y
placeres eróticos, y el género la manera de vivir como hombre o mujer. La influencia que ejercen la una en la
otra es fundamental; el deseo y placer erótico cambian dependiendo de si se vive como hombre o como mujer.

Ni la sexualidad ni el género son las mismos siempre; esto quiere decir que las prácticas que la sociedad construye
son históricamente determinadas, es decir, que cambian a través del tiempo, del espacio o de la cultura; el ser
hombre o mujer en Colombia, Perú o México hoy es diferente a serlo en la edad media, en África o en la época
prehistórica.

Tanto la sexualidad como el género son estructuras que pueden ser transformadas; a pesar de estar reglamentadas
por el Estado y la sociedad en todas las épocas y en todas las partes del planeta, los seres humanos han promovido
y luchado para lograr cambios en las conductas y en las políticas de sexo o género;

Otro de los aspectos donde la sexualidad y el género se entrecruzan es en las políticas sexuales que se desarrollan
y aplican de manera diferencial y jerárquica de acuerdo con el género, como es el caso de muchas sociedades
patriarcales que controlan la sexualidad femenina o que permiten dos morales sexuales, una para cada género,
como en muchas de nuestras sociedades latinoamericanas donde se impulsa a los hombres a iniciarse sexualmente
en forma temprana y a tener gran número de parejas sexuales que aseguren experticia, mientras que a las
mujeres se les pide, si bien ya no la virginidad ,si una cuota de perspicacia para resguardar su experiencia sexual.

Principales diferencias entre sexualidad y género


•El género es un término cultural que alude a la clasificación social entre masculino y femenino.
•El sexo se refiere a las diferencias biológicas entre varón y hembra: las visibles de los órganos
genitales y las relativas a la procreación.
•El género es la categoría donde se agrupan todos los aspectos psicológicos, sociales y culturales de la
femineidad/masculinidad.
•La sexualidad se refiere a la manera en que la cultura marca las pautas para vivir los deseos y placeres
eróticos.

Así, las conductas, valoraciones, actitudes, las identidades sexuales, lo permitido y lo prohibido, lo valorado y lo
negado en el plano de la búsqueda del placer sexual, debe ser vinculada al contexto social y con ello a las
diferencias en los roles genéricos y la simbolización que de ellos hacen los miembros de una determinada
sociedad.

Si el género es la simbolización de la diferencia sexual, la sexualidad resulta ser la construcción social y simbólica
en torno a la capacidad que tienen los seres humanos de derivar placer de sus cuerpos sexuados. A partir de la
pulsión que nos lleva a buscar la satisfacción sexual, las sociedades humanas elaboran sistemas más o menos
complejos para definir los caminos a través de los cuales buscaremos satisfacer nuestros deseos, cuáles serán los
objetos en los que encontraremos satisfacción, e incluso impregnarán las concepciones personales de placer
sexual.

Como lo explicitan Lamadrid y Muñoz (1996) “es en la sexualidad donde los géneros, que han aprendido a
diferenciarse, se enfrentan y confrontan los aspectos más íntimos de sus identidades. Son las mismas definiciones
genéricas las que participan en establecer los límites de lo posible para los miembros de la pareja.
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Si nos basamos en los roles tradicionalmente adscritos a hombres y mujeres, veremos que la inequidad de género,
de la que hablamos más arriba, no sólo se expresa en la vida cotidiana sino también en la vida sexual de los
individuos.

Así por ejemplo, lo prescrito para los hombres (es decir permitido e incluso reforzado socialmente) tiene relación
con estimular o posibilitar la frecuencia coital y la diversidad de parejas: “hijo tienes que conocer harto antes de
casarte”, “hijo de tigre lo pasan llamando por teléfono, algo se trae”, son algunos comentarios que se dirigen a
menudo a los jóvenes. Se espera que un varón que se precie de tal inicie su actividad sexual tempranamente en
vías a oficiar de “experimentado” en sus relaciones erótico-amorosas futuras. La actividad sexual se convierte así
en el ámbito donde los hombres se vivencian como tales, resultando su práctica inherente a la significación de lo
masculino, de lo viril. En este contexto de aprendizajes, no debe extrañarnos que en los varones la práctica
sexual adquiera mayor valor que la intimidad afectiva, lo erótico prevalece en el espacio sexual sobre el
compromiso afectivo y relacional.

Respecto de las prohibiciones o restricciones, es esperable que los hombres manejen el tema del contagio de las
enfermedades de transmisión sexual, así como cuiden de no dejar embarazada y, si así ocurriese, sepan encarar el
“la situación” y la responsabilidad económica del futuro hijo.

Para las mujeres, el rol establecido asocia la vida sexual a los atributos de exclusividad y fidelidad. La práctica
sexual aparece así vinculada a la conyugalidad y la maternidad, donde lo sexual es vehículo de afecto y por ende
de procreación, en el marco de la legalidad (matrimonio) establecida: “cuando te enamores sabrás a quién
entregarte”, “cuida ese bien preciado para el hombre que sepa amarte y responderte”. El cuerpo como
instrumento de placer sexual para sí misma está prohibido; es un cuerpo al servicio de otro, que, en la medida
que “sirve” a los deseos del cónyuge, obtiene a cambio afecto y atenciones: “si a él le hace feliz, a mí me hace
feliz”, “lo hago por él, porque no soporto que amanezca malhumorado”.

Actualmente, como ya dijimos, existe un movimiento hacia una relación más equitativa entre hombres y mujeres,
que también se vislumbra en el plano sexual.

Esto aparece con mayor precisión en los estudios realizados en población de jóvenes de ambos sexos, donde es
posible de apreciar en forma más evidente “como las instituciones y los relatos e ideologías tradicionales carecen
de potencia para interpretar la experiencia de sexualidad de los jóvenes” 3. Las formas tradicionales de la pareja
(pololeo) no alcanzan a cubrir una sexualidad que se da en la ocasionalidad; del mismo modo los esquemas del
“romanticismo” (en mujeres) y el machismo (en hombres) que otorgaban forma a la sexualidad están sujetos a
cuestionamiento permanente por parte de los jóvenes.

Sin embargo, incluso en esta población, el discurso antiguo aún no es reemplazado; los patrones emergentes no
logran ser un referente social que derrumbe “los mandatos tradicionales”. Los valores de los padres ya no son
útiles, pero no han surgido otros que los reemplacen plenamente. Por tanto, los jóvenes tienden a vivir en una
continua ambivalencia, entre lo emergente y lo establecido.

La transición cultural de la que hemos venido hablando, parece operar en el terreno sexual en la tensión
amor/placer. Esta oposición aparece como paradigma del sentido del cambio cultural en sexualidad, que se
movería a erotizar la sexualidad femenina y emocionalizar la masculina 4. Ello debiera traducirse en una
integración de ambos aspectos (el placer erótico y la emocionalidad) tanto para el rol femenino como para el
masculino, dejando de lado la polarización que se observa en los patrones establecidos o más tradicionales (el
placer erótico como propia de lo masculino y la emocionalidad para lo femenino).

Aportes interesantes en este sentido, son los análisis de discursos realizados por investigaciones recientes. Rodó y
Sharim5 descubre contradicciones en el discurso de las mujeres, en tanto habla privada o habla grupal. Este
estudio da cuenta cómo los nuevos códigos eróticos aparecen en el habla privada, mientras el

habla grupal se muestra aún más conservadora y restrictiva respecto al comportamiento y prácticas sexuales
permitidas para “las mujeres”.
3

Canales, M. CORSAPS.1994.
4
Op cit.
5
Rodo, A. Y Sharim, D. 1997.
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Por su parte, Malinarich6 realiza un estudio similar en hombres donde los entrevistados, a pesar de sentirse
identificados con los roles asignados tradicionalmente en esta sociedad, muestran interés en modificar algunos de
ellos, principalmente aquellos que limitan su relación de pareja y/o hijos (controlados, poco expresivos
afectivamente, autoritarios) o aquellos que suponen una carga (responsabilidad económica, tomar decisiones
importantes y el de ser “machos”). Los menos, cuestionan el rol de hombre en su conjunto, aduciendo su
desacuerdo con ellos, dado el abismo que sienten entre lo que son sus necesidades humanas y los modelos
impuestos, que cursarían por caminos opuestos. Sin embargo, los autores señalan que, en los hombres
entrevistados, no se percibe una conciencia clara e integral de lo que implica para sus vidas y sus relaciones
humanas, el estar metidos en el engranaje de roles. A pesar de reconocer la rigidez de los roles establecidos y el
costo que ello significa, ellos mismos no advierten, o al menos no lo manifiestan, las implicancias concretas que
tiene el hecho de flexibilizar tales roles.

Como hemos visto son muchos los aspectos en los que la sexualidad y el género se entrelazan y llevan la
desigualdad hasta los rincones más íntimos y privados de la vida cotidiana. Es aquí donde la toma de conciencia
representa una parte del camino hacia el cambio, ya que a través de ésta podemos comenzar a transformar
nuestras conductas.

7. Los profesionales de la salud y el género


Los profesionales de la salud, más allá de su experticia técnica, somos parte de una sociedad y en ese sentido
intervienen en nosotros las cargas culturales que lleva el género, ideas, identidad, sentimientos, movimientos,
lenguaje corporal, lenguaje oral, vestidos, etc. Uno de los aportes más relevantes que han realizado las ciencias
sociales al trabajo en salud, consiste en incorporar las variables psicosociales en la comprensión del proceso de
salud-enfermedad en las personas. Ello se traduce en considerar, en las intervenciones sanitarias, el
replanteamiento y cuestionamiento de los roles sociales, de la carga sociocultural , que muchas veces enferma o
problematiza en forma diferente a hombres y mujeres.

Generalmente los servicios de salud se establecen con una aparente “igualdad” para ambos sexos; sin embargo, se
nota cada vez más la necesidad de adecuar tanto los servicios como el trato que se da a pacientes según el sexo al
que pertenezcan. Esto se hace con el fin de lograr un mayor impacto en la salud de la población.

La inequidad entre los géneros ha generado diversos problemas en cuanto a salud; a manera de ejemplo
mencionaremos algunos, como la mayor desnutrición entre las niñas que entre los niños, la sobremortalidad
femenina por cáncer en edad adulta, la sobremortalidad masculina por causa de accidentes y violencias, etc.
Estos ejemplos nos muestran la necesidad de trabajar con la población de manera diferencial tomando en cuenta
el enfoque de género.

ENFOQUE DE GÉNERO
Implica el reconocimiento de los diferentes roles y necesidades de mujeres y hombres; el diferente acceso y
control que tienen respecto a las inequidades que resultan de ahí, y a partir del mismo, una toma de acción con
el fin de superar tales inequidades que innecesaria e injustamente perjudican a uno u otro de los sexos.

Las siguientes consideraciones podrían ayudar a cambiar algunos aspectos que tradicionalmente han pasado
desapercibidos tanto para el profesional de la salud como para la población misma.

Por ejemplo, la concentración de la función maternal en la mujer, bajo el supuesto de la “naturalidad de la


maternidad” a modo de instinto no reconoce el trabajoso y complejo proceso de “convertirse” en madre. Muchas
veces, dentro de nuestro espacio profesional seguimos actuando conforme a este mandato social, sobrecargando a
la mujer de la labor maternal y separando al hombre del contacto con lo afectivo y con la crianza de los hijos. Nos
cuesta aceptar que una madre no pueda asistir al control del niño sano, y lo lleve al padre. Muchas veces
etiquetamos negativamente a esa mujer por no estar cumpliendo con lo esperado.

6
Malinarich, A.M., DOMOS, 1991.
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Cuando atendemos a una pareja de adolescentes embarazados, muchas veces reforzamos en el joven, igualmente
desorientado que la chica, la responsabilidad económica del nuevo hijo, induciéndolo a buscar trabajo y
haciéndonos cómplice de la amenaza de no poder ver a su hijo si no “asume” como se espera.

Debemos preguntarnos en qué medida estamos permitiendo en nuestro quehacer que las cosas sigan tal cual, y en
que medida participamos en el logro de una convivencia social más armónica, fomentando relaciones más
equitativas entre hombres y mujeres.

Retomando el tema de la maternidad, esta podría vivirse mejor, en tanto condición elegida, no como
predestinación o aspecto único y determinante de la identidad femenina. No debemos olvidar el efecto del
mandato de la maternidad como aspecto principal del ser mujer, sobre todo cuando vemos a menudo cómo se
embarazan nuestras jóvenes mujeres populares como único proyecto seguro cuando no encuentran un espacio en
la sociedad para ser legitimadas

Como profesionales de la salud debemos avanzar en modificar algunos aspectos relacionados con el género que
atentan contra la salud sexual y reproductiva de la población. Por ejemplo respetar la posibilidad de opción y
decisión de la mujer respecto de su cuerpo (estamos lejos de ello si las mujeres deben pedir autorización al
marido para esterilizarse), propiciar y alentar la investigación aplicada de metodologías anticonceptivas para los
hombres, poner a disposición de hombres y mujeres espacios de consejería y educación sexual, procurando
romper con el sexismo y la desinformación existente.

Al respecto actuar con perspectiva de género implica, para este último punto, considerar que mujeres y hombres
necesitan distintos horarios de atención; por ejemplo, las mujeres que trabajan en la casa requieren horarios
matutinos que no interfieran con la entrada o salida de las escuelas, mientras que la mayor parte de los hombres
requieren horarios vespertinos. Del mismo modo, para aquellas mujeres que trabajan fuera del hogar, establecer
el lugar y momento apropiado al igual que para la población de jóvenes (principalmente mujeres) no
escolarizados.

Sabemos de las frustraciones a las que se ven sometidos las y los profesionales de la salud, por ejemplo respecto
del uso de las metodologías anticonceptivas, cuando el método falla, por falta de comprensión o mal uso de los
métodos, a causa de los bajos niveles de escolaridad que presentan las usuarias. En este punto es de suma
importancia que el personal que atiende a estas mujeres considere que los quehaceres y roles tradicionalmente
asignados al género femenino les va privando de autoestima, de asertividad, de audacia, de capacidad de
decisión, de poder, de atrevimiento. Todo ello hace necesario que el profesional brinde explicaciones amplias y
apropiadas, motivando las preguntas de las pacientes, brindando espacio para que tome decisiones, reforzando
capacidades de negociación, instándolas a decir no cuando sea necesario; en resumen actuar con perspectiva de
género significa también reforzar en las mujeres habilidades y destrezas que les permitan dialogar respetando sus
necesidades e intereses, lo que indirectamente contribuye a que sea capaz de relacionarse en forma a más
equitativa con los hombres.

Por otro lado, debemos idear estrategias que promuevan en los hombres su salud sexual y reproductiva. Los
hombres requieren de una atención específica en estos términos, no una que sea anexa a la de su mujer o como
parte de una patología urológica. Los hombres requieren también vivir su paternidad y ello significa no sólo
incorporarlo al parto sino más bien ser coparticipe de su duración y crianza. Los hombres requieren

también espacios donde hablar de sus miedos, exigencias, cansancios, etc, en horarios (y lugares) apropiados para
ellos. Los hombres necesitan aprender también de sexualidad, de erotismo, de placer corporal, para que sean
capaces también de construir espacios íntimos de disfrute sexual.

Los profesionales deben también considerar que los roles y quehaceres asignados tradicionalmente al género
masculino, les ha privado de expresividad emotiva y de conexión con el dolor y a potenciado la imagen de experto
en todo y que no necesita ayuda. Así a pesar que el paciente varón diga haberlo entendido todo, saberlo con
anterioridad, o “no sentir nada” es labor del profesional instigar el desarrollo de habilidades que hagan de cada
hombre que consulta un sujeto más integral.

La integración de una perspectiva de género al trabajo comunitario


A continuación, queremos presentarles el modelo desarrollado por Caroline Moser, quien plantea la necesidad de
que exista una “planificación de género”, para garantizar que el desarrollo se dé en condiciones de equidad. La
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planificación de género toma en cuenta que tanto los hombres como las mujeres tienen intereses diferentes, ya
que desempeñan roles distintos en la sociedad.

El rol que tradicionalmente tienen los hombres es la dirigencia política y el de las mujeres el ser una masa de
miembros voluntarios. Ésta es una inequidad fundamental que no ha permitido a las mujeres desarrollarse
adecuadamente.

La estrategia propuesta contempla las NECESIDADES DE GÉNERO; esto es que toda planificación debe basarse en
las preocupaciones prioritarias de las mujeres, o de los hombres según sea el caso. Los intereses de género van en
relación directa con la ubicación social y pueden ser estratégicas o prácticas.

Las necesidades estratégicas para el caso de las mujeres parten del análisis de la subordinación; como un ejemplo
podemos decir que luchar en contra de la segregación ocupacional es una necesidad estratégica de género.

Las necesidades prácticas de género parten de las condiciones concretas, como pueden ser las necesidades de
servicios básicos, por la supervivencia humana, etcétera.

El personal de salud puede partir de analizar las necesidades prácticas de género, relativas a los servicios de
salud, a partir de una lista de problemas y necesidades de acuerdo con los intereses de las mujeres y los hombres
según sea el caso. En esa lista pueden ir horarios diferenciados, talleres explicativos en relación con planificación
familiar, embarazo adolescente o de salud preventiva para la familia.

Uno de los conceptos relativamente novedosos que se ha convertido en una estrategia muy importante para
transformar las relaciones de género es el llamado proceso de empoderamiento (“empowerment”), que consiste
en impulsar a las personas a vivir un proceso interno para desarrollar las fortalezas y destrezas que le permitan
actuar en beneficio personal o colectivo para mejorar su calidad de vida.

Hoy casi todos los programas de desarrollo, nacionales e internacionales dirigidos sobre todo a las mujeres —ya
que se reconoce que son éstas quienes sufren en mayor grado las desigualdades—, incluyen en su planteamiento la
capacitación en el proceso de empoderamiento. La Organización Panamericana de la Salud plantea cuatro
mecanismos en este proceso: empoderamiento personal, desarrollo de grupos de autoayuda, organización
comunitaria y coaliciones de acción política.

Estos planteamientos van de lo personal a lo colectivo; los elementos más importantes son el desarrollo de la
autoestima, la toma de control y autonomía corporal y la valoración personal que permitan pasar a ser un sujeto
activo.

Bibliografía:
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Sociales, Dpto. de Antropología social, U.de Chile. Stgo., Chile. Mayo de 1995.

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Taller sobre género, salud y desarrollo. Guía para facilitadores. Mujer, salud y desarrollo. OPS/OMS. Washington,
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