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“Las razas americanas viven en la ociosidad y se muestran incapaces, aun por medio de la
compulsión, para dedicarse a un trabajo duro y seguido” (Sarmiento, 1979: 27)
Introducción a la problemática
A fines del Siglo XIX, la organización del sistema educativo a partir de la conformación
del Estado Nacional, presenta la impronta de una “enseñanza obligatoria”, igualando
oportunidades entre los sujetos pero al mismo tiempo asegurando la transmisión de un
bagaje cultural y social homogéneo. De esta forma, en la Argentina se da cumplimiento al
mandato constitucional de formar “ciudadanos” .
En los comienzos del S. XXI, la realidad internacional, producto del avance de los
procesos globalizadores, nos encuentra asimétricamente con desarrollo económico y social
de los países avanzados. En la Argentina –que atraviesa una de las peores crisis de su
historia- “la igualdad de oportunidades” asume hoy un carácter de exigencia dramática de
preservación de los derechos esenciales, planteándose la necesidad de incluir a todos los
habitantes en el sistema educativo, para evitar así la profundización de los desniveles
formativos que agravarían las diferencias sociales.
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Siglo XIX vivía la necesidad de solidificar y consolidar la Nación por medio del Estado para
posibilitar su inserción en el concierto del Capitalismo moderno. Así, se dieron las garantías
necesarias con el fin de que los habitantes tuviesen la “igualdad de oportunidades” de ser
educados con pautas comunes y según el proyecto político-cultural del país, quedando en
evidencia la necesidad de homogeneizar para acomodarse a las exigencias internacionales.
Por eso, la educación aparece nuevamente ubicándose en estos dilemas que la Nación
debe resolver. Pareciera, como dice Oszlak (1982), que los contextos geopolíticos apuran a
las naciones – como las nuestras -, a definir sus políticas, sin darse la oportunidad de
originar en sí misma la posibilidad de construir sus propios proyectos.
Así como en el S. XIX, las circunstancias nos llevaron a definir un Estado a la par de
solidificarnos como Nación, no dejando de cumplir con las necesidades internacionales;
ahora, nos sucede lo mismo, disputando los alcances de nuestra soberanía.
Nos debemos un nuevo posicionamiento internacional, que obliga a mediar por medio
de la educación, preguntándonos si esta igualdad de oportunidades (¿a todos?) apunta a
concretar las nuevas competencias que el neoliberalismo nos está solicitando; o al
contrario, es una oportunidad para redefinir los alcances de nuestra identidad.
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En el territorio argentino, urgía una política inmigratoria, atrayendo hombres con
quienes colonizar, para originar riqueza, dando lugar así a una sociedad más compleja. Para
lograr la integración del inmigrante a la cultura nacional, como asimismo para lograr la
capacitación para los cambios productivos en el país, se requería una política educativa.
Esto estaba expresado en “el programa sarmientino,... asentado sobre tres factores
capitales: inmigración, colonización y educación” (Weinberg, G. 1988). Su pensamiento
estaba basado sobre el modelo de desarrollo nortamericano, cuya prodigiosa capacidad de
expansión lo había deslumbrado. “La educación debía desempeñar un papel político,
económico y social fundamental” (Weinberg, G. 1988).
Sarmiento pensaba que uno de los elementos claves para el cambio era la educación para
el progreso, ya que ella permitía formar hombres para desenvolverse como productores,
además de ser partícipes conscientes en su función de ciudadanos.
En el ensayo que Sarmiento presentó en el concurso de 1853, y que fue premiado por el
gobierno chileno, expresaba aspectos significativos y profundos para el cambio: “la
obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza; la inutilidad de los certificados de “moralidad
y capacidad”; la organización de escuelas permanentes, temporales y ambulantes,
escuelas para adultos, escuelas normales, etc.” (Weinberg, G. 1995: 175). Esta política que
proponía el sanjuanino propiciaba una movilidad social de sectores excluidos cumpliendo
de esta forma un papel fundamental en el proceso de organización del Estado para ordenar
la sociedad. Esta visión de Sarmiento reinaba en gran parte de la clase dirigente de esa
época, expresando él en una oportunidad que “un pueblo ignorante seguirá siempre a
Rosas”.
La obligatoriedad, impuesta por el poder, posibilitaba sacar a los habitantes del atraso de
la “barbarie”, llevándolos a la categoría de “ciudadanos”. Aunque Alberdi pensaba
también en la educación como camino para el despegue, no era similar su planteo al de
Sarmiento: “Para Alberdi los gauchos no eran bárbaros. No aceptaba la oposición entre
hombres de la ciudad o del campo expuesta en el Facundo. No había sido la cantidad de
escuelas lo que trazara la diferencia entre las regiones sino su posibilidad de intercambios
fluidos de todo tipo con el resto del mundo, o sea Europa” (Pérez, 1993: 22)
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En relación al eje de la “igualdad de oportunidades para todos”, encuadrándose en la
“obligatoriedad”, el Estado era un instrumento indispensable para la ejecución de acciones
tendientes a limitar, encarrilar y someter a los inmigrantes a las reglas de juego establecidas
por la oligarquía. La educación compulsiva no sólo significaba subordinación a los valores
comunes y al conocimiento de la sociedad sino también al conocimiento de sectores
sociales que estaban en condiciones de garantizar la difusión pública de su mensaje.
Casi en la finalización del Siglo XIX, la Argentina, desde la construcción del Estado –
Nación, intentó modernizar la sociedad. Era un objetivo prioritario el logro de la
integración nacional a través de la configuración de una conciencia homogénea e identidad
“ciudadana”. Tanto la oligarquía como la aristocracia modernizante ejecutaron políticas
públicas que en el mediano y largo plazo promovieron la movilidad social de sectores
excluidos del circuito de las elites. La formación del Estado-nacional implicó la unificación
territorial y administrativa que reivindicó la soberanía hacia afuera, monopolizó el poder
contra los privilegios estamentales y las autonomías locales hacia adentro y permitió
organizar los procesos de acumulación capitalista.
Esta realidad marca un hito en las decisiones del Estado, explicitando en sus políticas,
como lo señala Borón A. (1991: 113) una configuración de Estado capitalista
“caracterizado por una determinación dual: por una parte su forma institucional está
moldeada por las reglas de la democracia representativa, pero su contenido material está
determinado por el curso general del proceso de acumulación” . Dicho Estado, evidencia a
las claras el posicionamiento de la Argentina en su constitución como Nación en relación a
las exigencias de la economía internacional de esa época.
“La nueva política debe tender a glorificar los triunfos industriales a ennoblecer el
trabajo, a rodear de honor las empresas de colonización, de navegación y de industria, a
reemplazar en las costumbres del pueblo, como estímulo moral, la vanagloria militar por el
honor del trabajo, el entusiasmo guerrero por el entusiasmo industrial que distingue a los
países libres de la raza inglesa, el patriotismo belicoso por el patriotismo de las empresas
industriales que cambian la faz estéril de nuestros desiertos en lugares poblados y animados.
(...)”
“(...)Nuestra política, para ser expresión del régimen constitucional que nos conviene,
deberá ser más atenta al régimen exterior del país que al interno”
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crecientemente complejas mediante el control y empleo de recursos de dominación. Esto
significa que la formación de una economía capitalista y de un estado nacional son
aspectos de un proceso único – aunque cronológica y espacialmente desigual-”. Es por eso
que a continuación nos aclara que “la experiencia latinoamericana no se aparta del
“clásico” patrón europeo. Es decir, el surgimiento de condiciones materiales que hacen
posible la conformación de un mercado nacional es condición necesaria para la
constitución de un estado nacional”.
Las ideas rectoras del librecambio fueron expresadas en el pensamiento alberdiano como
también en otros contemporáneos argentinos. La forma de concebir el Estado permitió a la
burguesía porteña aceptar el pacto de la división internacional del trabajo y participar así en
las economías complementarias de las industrias británicas. Para eso, eran importantes las
decisiones internas que debían implementarse para el logro de dicho objetivo. Esta
orientación demandada, obligaba a los “sectores económicos dominantes que encontraban
en la apertura hacia el exterior creciente terreno de convergencia para la homogenización
de sus intereses” la superación de las restricciones por medio de “la institución de un
orden estable y la promoción de un conjunto de actividades destinadas a favorecer el
proceso de acumulación” (Oszlak,1982: 14)
Esta lógica “surge en un período histórico particular de consolidación del estado, y por
lo tanto de fuerte penetración de éste en la sociedad civil. Lo educativo fue una de las
dimensiones de esta penetración. Esta constitución de la educación como tarea
esencialmente estatal, que se materializará en este sistema escolarizado de instrucción
pública, implicó un supuesto: visualizar la educación como requisito para el pasaje a la
modernidad” (Pérez y Alonso Bra, 2001: 23)
¿Cómo fue la modernidad para un país como la Argentina en el Siglo XIX?. Nuestra
constitución como Estado/Nación se fue dando a partir del posicionamiento de los intereses
internacionales, ya que la Argentina para lograr una liberación acorde a las posibilidades
que brindaba la independencia como Nación, puso a consideración su necesidad de
construir un sistema productivo acorde a la división internacional del trabajo como ya lo
había indicado oportunamente Adam Smith.
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Latina fue apareciendo en el Siglo XIX, la clásica fórmula del credo positivista “Orden y
progreso”, pero dando primacía al “orden” para el logro de una supervencia y
consolidación como Nación.
Durante la década del 80 y luego en la del 90 con mayor intensidad, vivimos el impacto
neoliberal como única receta, desestabilizando el terreno para cualquier otro horizonte
alternativo, dándose una ausencia de cualquier reconocimiento crítico con respecto al
continuo poder de las ideas que propiciaba dicha corriente (Felder, R. 2000). Este vacío
condujo a la conservación y al desarrollo de una visión mundial distorsionada, permitiendo
la presencia de una política hegemónica, provocando omisiones o silencios que
encontramos en buena parte del pensamiento crítico.
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de sociedades como las nuestras, desafiando directamente la soberanía por medio de
instituciones globales y regionales. El neoliberalismo se caracteriza por la importancia
combinada que se adscribe a la propiedad privada, las relaciones de mercado y el
individualismo posesivo, mostrando una ausencia significativa “del otro” en la
contextualización mundial.
Frente a esta realidad, nos ubicamos nosotros como Nación. Los retos son fuertes, las
experiencias que hemos vivido durante el transcurso del S.XX y ahora en estos años del S.
XXI nos lleva a pensar y a replantear situaciones similares a las que se vivió en el S.XIX y
que pudimos analizar. Ciertas analogías se dan desde el momento que el Estado/Nación no
puede revertir su rumbo ya dependiente. Y sin lugar a dudas, la educación como eje de
disciplina social, se volvió a tocar y a replantear en la década del 90 con el fin de acomodar
los objetivos en relación al contexto internacional.
El problema actual, es superior y más complejo que el del Siglo XIX. ¿Por qué?. Dentro
del ámbito del Estado/Nación, los habitantes del mismo país, se veían en la necesidad de
igualar sus oportunidades para lograr un consenso común en ideales que los pudiera unir
en el mismo espacio social y cultural. Sin lugar a dudas, las diferentes corrientes de
pensamiento, más las influencias económicas, limitaban o condicionaban las posibilidades
para el ejercicio pleno de sus derechos.
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“En este contexto (…)”, cabe plantearse si puede concebirse hoy – sigue diciendo el
texto - “a la educación como el medio principal para enfrentar con éxito los retos
mencionados. El acceso del conjunto de la población a los valores, conocimientos y
competencias que brinda el sistema educativo se constituye en un elemento imprescindible
para garantizar la continuidad y permanencia de las instituciones democráticas, la
participación política, económica, social y cultural, en particular para los grupos más
desposeídos, y como parte de la lucha contra la pobreza”.
Frente a estas realidades, las políticas que apunten a la educación deben ser planteadas
desde el Estado, basándose en el consenso y en la participación de todos los sectores
sociales, a fin de garantizar el acceso a la educación a toda la población sin distinción
alguna Pero en los albores del siglo XXI el Estado argentino ha sufrido uno de los
procesos de devastación mayores que se conocen. La década de los 90 significó un virtual
desmantelamiento del sistema nacional de educación pública. El dispar presupuesto
asignado a educación por las distintas provincias, unido a un débil manejo nacional de las
políticas de articulación del sistema federal fueron el reflejo de un proceso de
debilitamiento estatal en el plano económico que provocó, en los comienzos de los 2000,
una crisis social sin precedentes.
En ese contexto, “la escuela argentina, pensada para una sociedad más
igualitaria...tuvo problemas para abordar una realidad en la que el guardapolvo blanco
era insuficiente para moderar las desigualdades...”(Feijoo, 2003). No obstante, la
escolarización se trasformó en estos años en prácticamente el único elemento preservador
de la inserción e integración social. La falta de trabajo y sus consecuencias: el
hacinamiento, la indigencia, la subalimentación, la atención médica precaria, tornaron a los
grupos más desfavorecidos en altamente vulnerables...el agotamiento de las arcas públicas a
mano del endeudamiento y la corrupción no dejaron nada por distribuir...y la escuela se vio
así, transformada en la única agencia social capaz de administrar asistencia a los más
desfavorecidos.
Por ello, en Argentina el desafío pasa hoy por la inclusión de crecientes capas de
población en un sistema social que las ha marginado, y que de no atender a esta realidad
tornará inviable cualquier política nacional. Obviamente, la escuela no está ajena a este
desafío, aunque su función deba ser seriamente replanteada para tornarla funcional a un
proyecto de país para todos.
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¿Qué pasó con la educación?
“Un reto al Estado ausente”
En el Siglo XIX, una Nación / Estado se fue dando en la República Argentina con
características propias que fue demandando la época en relación a las circunstancias
internas como externas. Dicha Nación como tal, implicaba entre otros atributos, la
existencia de un “mercado”, dándose en éste las “relaciones de producción”, poniendo en
evidencia la constitución de “clases sociales” generadoras, a su vez, de un “sistema de
dominación” (Oszlak, 1982)
Esta situación de crisis repercutió en todas las áreas del Estado, donde la educación tuvo
su necesidad de reacomodamiento, aunque su descentralización se comienza a perfilar a
partir de 1956.
La Reforma educativa iniciada por medio del Congreso Pedagógico en la década del 80
y formalizada en la Ley Federal de Educación en 1993, institucionalizó el cambio que fue
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operando el Estado, equiparando en el discurso a la ley 1420. Pero el eje central de la
Reforma se dio alrededor de la “calidad educativa”, quedando ella en la “dimensión
técnico-pedagógica del cambio sin problematizar las condiciones materiales,
institucionales y políticas sobre las que se inscribe, de las que sólo es posible dar cuenta
evaluando seriamente el proceso anterior” (Pérez, O. y Alonso Brá, M., 2001: 31)
Esta calidad educativa debe darse en la “escuela”, gerenciando “la educación”. “Así
como la consolidación y expansión del estado- nación requirió de un sistema educativo en
crecimiento constante, fuertemente centralizado y verticalizado, estructurado a partir de la
norma, el “estado mínimo” actual conlleva una redefinición del sistema educativo o, en
términos propios de la reforma, la “refundación” del sistema desde las escuelas” (Pérez y
Alonso Brá, 2001: 48)
De esta forma, el nuevo estado diseñaba nuevas reglas de juego sociales “en las que el
mercado se convierte en el principal regulador, asumiendo este último una tarea propia de
aquel estado nación. Paradójicamente este nuevo estado interviene en dirección de
garantizar su retiro, su no intervención en espacios que estuvieron constituidos
históricamente como esencialmente estatales” (Pérez y Alonso Brá, 2001: 48). Aquí se
puede apreciar el pasaje de la lógica del “ciudadano” al de “consumidor”, opacando la
dimensión política del estado, donde se redefinía la educación como un servicio regulado
por las demandas del mercado, imponiendo éste los objetivos educativos.
Esta Reforma supeditada a la Reforma del Estado ponía en discusión ciertos criterios
que emergían de la lógica del mercado, explicitándose por medio de los términos de
equidad y calidad en la que fue la Ley Federal de Educación.
Al darse primacía a la “soberanía del cliente” por medio de la reforma del estado, la
implementación de la Ley Federal de Educación, como consecuencia de esta reforma, logró
poner en evidencia las grandes desigualdades que ahora el Poder Ejecutivo Nacional quiere
subsanar por medio de la nueva Ley de Educación Nacional (Ley 26.206).
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sistema educativo nacional. Y en segundo lugar, buscar la forma de diferenciarse de la Ley
anterior marcando los lineamientos y principios que deben regir el sistema educativo de
ahora en adelante.
Es por eso, que frente a un Estado que intenta reubicarse; una sociedad que vive
realidades desiguales; y con una educación, que como política pública, se presenta con
desajustes, nos hemos propuesto realizar el presente análisis.
PARA IR CERRANDO
Para darse esta relativa “emancipación” de los países latinoamericanos, el “orden” era
necesario para “estabilizar el funcionamiento de la sociedad, reprimir los focos de
contestación armada, hacer previsible el cálculo económico, interponer límites negativos a
las consecuencias socialmente destructivas del propio patrón de reproducción de las
relaciones sociales capitalistas (…), lo que en última instancia se plantea es la
viabilización “técnica” del capitalismo, la búsqueda de fórmulas que superen las
profundas contradicciones generadas tanto en su desarrollo a escala mundial como en el
ámbito más acotado de las economías nacionales”. En fin, lo que se pretendía era
“garantizar y sostener las condiciones de funcionamiento y reproducción del capitalismo
dependiente, a través de su despliegue histórico” (Oszlak,1982: 18)
Los hechos del S.XIX, como también los actuales, nos llevan a ver lo que O´Donnell
(1984), plantea sobre la realidad acuciante del “pueblo” como un hecho evidente de
irregularidad y de desajuste en relación al sistema de dominación del Estado.
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América Latina está en una situación de reverse políticamente y decidir, incluyendo a la
Argentina en este reto. “(E)l Estado latinoamericano no sólo tiene que vérselas con la
burguesía nacional, sino también con la presencia de empresas multinacionales que en
muchos aspectos escapan a su poder de decisión y que por diversos canales dirigen parte
importante de su acumulación hacia mercados externos” (Oszlak y O´Donnell,1982: 95)
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