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ae 1 EL HISTORIADOR ¥ LOS HECHOS Qué es Ia historia? Para precaverme contra quien encuentre superflua o falta de sentido la pregunta, voy a partir de textos relacionados respectivamente con la primera y la segunda encarnaciones de la Cam- “bridge Modern History. He aqui a Acton, en su in- forme a los sindicos de la Cambridge University | Press acerca de la obra que se habia comprometido Es ésta una oportunidad sin precedente de reunir, en la forma més titil para los més, el acer- vo de conocimiento que el siglo xix nos esta le- gando. Mediante una inteligente divisién del tra- bajo seriamos capaces de-hacerlo y de poner al alcance de cualquiera el tltimo documento y las, conclusiones mas elaboradas de la investigacion internacional. No podemos, en esta generacién, formular una historia definitiva; pero si podemos eliminar Ia historia convencional, y mostrar a qué punto he- mos llegado en el trayecto que va de ésta a aqué- lla, ahora que toda la informacién es asequible, y que todo problema es susceptible de solucién (1). (1) The Cambridge Modern History: Its Origin, Authorship nad Production (1907, pies, 10:2, Y transcurridos casi exactamente ‘sesenta afios, et profesor Sir George Clark, en su introduccién gene- ral a la segunda Cambridge Modern History, comen- taba aquel convencimiento de Acton y sus colabora- dores de que legaria el dia en que fuese posible pre- sentar una «historia definitiva», en los siguientes tér- minos: Los historiadores de una generacién posterior no esperan cosa semejante. De su trabajo, esperan que sea superado una y otra vez. Consideran que el conocimiento del pasado ha llegado a nosotros Por mediacién de una o més mentes humanas, ha sido «elaborado» por éstas, y que no puede, por tanto, consistir en dtomos elementales e imperso- nales que nada puede alterar... La exploracién no Parece tener limites y hay investigadores impa- cientes que se refugian en el escepticismo, o cuan- do menos en la doctrina de que, puesto que todo Juicio histérico implica personas y puntos de vis- ta, todos son igual de validos y no hay verdad histérica , u a modo de conjuro, encaminada, como casi todos Jos conjuros, a ahorrarles la cansada obligacin de Pensar por su cuenta. Los positivistas, ansiosos por consolidar su defensa de la’ historia como cienci contribuyeron con el peso de su influjo a este culto de los hechos. Primero averiguad los hechos, decian los positivistas; luego deducid de ellos las conclu. siones. En Gran Bretafia, esta vision de la historia encajé perfectamente con Ia tradicién empirica, ten- dencia dominante de la filosofia briténica de Locke a Bertrand Russell. La teorfa empirica del conocimien- to presupone una total separacién entre el sujeto y el objeto. Los hechos, lo mismo que las impresiones sen- soriales, inciden en el observador desde el exterior, y son independientes de su conciencia. El proceso re- ceptivo es pasivo: tras haber recibido los datos, se los maneja. El Oxford Shorter English Dictionary, itil pero tendenciosa obra de la escuela empirica, de- limita claramente ambos procesos cuando define el hecho como «dato de la experiencia, distinto de las conclusiones». A esto puede lamarsele concepcién de sentido comin de la historia. La historia consiste en un cuerpo de hechos verificados. Los hechos los en- cuentra el historiador en los. documentos, en lag ins- cripciones, etcétera, lo mismo que los pescados sobre el mostrador de una pescaderia. El historiador los retine, se los lleva a casa, donde los guisa y los sirve como a él mas le apetece. Acton, de austeras aficio- nes culinarias, los preferia con un condimento sen- cillo, En su carta de instrucciones a los colaboradores de la primera Cambridge Modern History, formulaba el requisito de que «nuestro Waterloo debe ser satis- factorio para franceses e ingleses, alemanes y holan- deses por igual: que nadie pueda decir, sin antes exa- 2 minar la lista de los autores, dénde dejé la pluma €l Obispo de Oxford, y dénde la tomaron Fairbairn 0 Gasquet, dénde Liebermann o Harrison» (3). Hasta el propio Sir George Clark, no obstante su desacuerdo ‘con el enfoque de Acton, contraponfa «el sélido mi- cleo de los hechos» en la historia, a «la pulpa de las interpretaciones controvertibles que lo rodea» (4), olvidando acaso que en la fruta da més satisfaccién fa pulpa que el duro hueso. Cerciérense primero de los datos, y luego podrén aventurarse por su cuenta y riesgo en las arenas movedizas de la interpretacién: tal es la Ultima palabra de la escuela histérica emp{- ica del sentido comin, Ello recuerda el dicho fa- vorito del gran periodista liberal C. P. Scott: «Los hechos son sagrados, la opinién libre». Pero est4 claro que asi no se llega a ninguna par- te. No voy a embarcarme en una disquisicién filosé- fica acerca de la naturaleza de nuestro conocimiento del pasado. Supongamos, a efectos de la discusién Presente, que el hecho de que César pasara el Rubi- ‘e6n y el hecho de que haya una mesa en el centro de esta sala son datos de igual orden, o de orden pareci do, y que ambos datos penetran en nuestra conciencia de modo igual o parecido, y que ambos tienen ade- més el mismo cardcter objetivo en relacién con la Persona que los conoce. Pero aun en el caso de esta suposicién atrevida y no del todo plausible, nuestro Fazonamiento topa con el obstéculo de que no todos los datos acerca del pasado son hechos histéricos, ni son tratados como tales por el historiador. ¢Qué cri terio separa los hechos histéricos de otros datos ‘acerca del pasado? (2) Acros, Lectures on Modern History (196), pig. 38. (4) Citado en The Listener, 19 de Junto de i982, pag. 952. B

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