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2009

María Dolores Mira y Gómez de Mercado


Antonio García Megía
Angarmegia: Ciencia, Cultura y Educación
Portal de Investigación y docencia
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JUAN FALCONI
EL MÍSTICO INJUSTAMENTE
OLVIDADO
María Dolores Mira y Gómez de Mercado
Antonio García Megía
Maestros. Doctores en Filología Hispánica

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María Dolores Mira y Gómez de Mercado – Antonio García Megía
Juan Falconi, el místico injustamente olvidado

Introducción

Rogamos al lector acepte dar un salto en el tiempo y viajar con nosotros al


Madrid de 1638 para, una vez allí, elevarnos juntos sobre el aire, como hiciera Cleofás
de la mano de aquel Diablo Cojuelo liberado por Vélez de Guevara de la redoma que le
mantenía aprisionado.
Y es que, desde esta posición de privilegio, tal vez entendamos mejor qué sucede
en esta villa en la tarde noche del 31 de mayo.
Nos encontramos en el Madrid de los últimos Austrias, el de la corte de Isabel
de Borbón y Felipe IV, justo en el momento en que la ciudadanía comienza a tomar
conciencia del fracaso de las actuaciones del todopoderoso Conde Duque de Olivares
dirigidas a reforzar el poder de la monarquía y a devolver al país la grandeza e
influencia que ha perdido. Si observamos con atención, notaremos en el ambiente un
sentimiento generalizado de amargura, desesperanza y decadencia, especialmente esta
noche en que una noticia circula por los mentideros humildes de la villa y alcanza los
más altos palacios de la Corte. Nadie puede explicar, todavía hoy, donde tuvo su origen
el rumor
Un hombre se debate entre la vida y la muerte. Es un hombre bueno, querido y
admirado, que sufre una lenta y dolorosa agonía en el convento de la Merced, muy cerca
de la capilla donde se venera la imagen de Nuestra Sra. de los Remedios, una
advocación que él ama profundamente.
El hombre, que siempre fue de salud frágil, ahora sufre de calenturas, dolores
intensos en articulaciones e intestinos, problemas respiratorios consecuentes a un
proceso tuberculoso muy avanzado…, pero no está solo. Junto a él, al lado de monjes
que rezan para ayudarle a bien morir, tres médicos de renombre, alguno enviado
expresamente desde la Casa Real, usan, con poco éxito, lo mejor de su ciencia para
aliviar los atroces sufrimientos que padece.
Él, no se queja, sólo ora. Así describe la escena un testigo de los hechos:

“Fueron muy intensos los dolores que padeció en la última enfermedad, y tanta
la batería, que parecía le arrancaban el corazón con garfios y al mismo tiempo
procuraba Satanás perturbar la alegría de su paciencia a vista de tan penosas
amarguras, más el siervo de Dios, pidiendo perdón de sus culpas, decía a un crucifijo
que tenía abrazado: “Como, señor, ostentas tu poder contra una débil hoja. Seamos
amigos, buen Jesús, mirad, Señor, mis pocas fuerzas.
En lo profundo de estos dolores sollozaba con tiernos gemidos de amor divino
y volviéndose a los religiosos que le asistían y bañados de lágrimas le atendían, les
decía: padres míos, ayúdenme a morir bien, que en las cosas de Dios y en mi
salvación, soy un bruto”.

La muerte, que a todos iguala, sobreviene como consecuencia de la retención de


orina provocada por la aplicación de un parche de morfina colocado con intención
calmante. Y llega antes de que lo haga una de las escasas personas advertidas de la
situación, Jerónimo Rodríguez de Valderas, luego obispo de Badajoz y de Jaén, que no
podrá despedir a su entrañable condiscípulo y amigo.

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Juan Falconi, el místico injustamente olvidado

Cuando el cadáver se traslada a la Capilla Mayor del templo conventual, en la


iglesia no cabe un alma. El pueblo madrileño, sin distinción de clase, condición o
cultura, se ha congregado allí.
No hay curiosos, sólo dolientes que pugnan por acariciar el cadáver y tocar sus
ropas mientras elevan al cielo una oración de adiós, de recuerdo o de súplica.
Construyen un cuadro que muestra unidos en el llanto a la dama y su sirvienta, al rico
hacendado y a su humilde campesino, al reputado abogado y a su atribulado cliente. La
iglesia se constituye en una metáfora viva de igualdad, comunión de almas y de amor.
Todos anhelan llevar a casa una reliquia, un recuerdo, que les aporte, sobrevenida la
muerte, la cordura, la sensatez, el consejo, e incluso el milagro, que el hombre regaló
generosamente en vida. Por eso usan tijeras y dientes para trocear sus hábitos, por eso,
alguien arranca, a hurtadillas, no se sabe cómo, varios dedos de sus manos para
conservar como reliquia.
La pregunta es, ¿quién es el hombre que se hace acreedor de semejante
homenaje espontáneo que ejemplifica y da forma corpórea a la frase “muerto en olor de
santidad”?

Infancia y adolescencia

Se llama Juan y viene al mundo en Fiñana, la pequeña villa almeriense ubicada


en el pasillo de Guadix, entre las sierras de los Filabres y Nevada, el 28 de marzo de
1596.
Es fruto de la unión de Juan Falconi, abogado, que ejerce por entonces como
alcalde mayor de la ciudad, y Dª María de Bustamante. El padre procede de una familia
de caballeros de antiguo entregados a la función pública y política, y asentada, en
aquellos tiempos, en Toledo. La madre desciende de antigua y muy religiosa estirpe de
Guadalajara.
El recién nacido es hijo largamente deseado y esperado en vano. Pero va ser
precisamente aquí, en el lugar de Fiñana, donde se produzca el milagro que colma los
sueños de la pareja. Un milagro que llega gracias a muchos rezos y peticiones para
doblegar la voluntad de Dios, es cierto, pero también a actuaciones más humanas y
terrenales, que tienen mucho que ver con otra magia menos divina que fluye de este
terruño almeriense. Lo explica así otro de sus contemporáneos:

“No obstante estas diligencias divinas, se valieron juntamente de algunas


humanas que fue irse hasta los baños que hay en aquella tierra que dicen de Alhamilla.
Y con grande diligencia fue Dios servido de darles este hijo”

La bondad de las aguas del balneario de Sierra Alhamilla para tales menesteres
se muestra tan eficaz y duradera que, después de Juan, el matrimonio se ve bendecido
con la llegada de dos hijas más: María e Isabel.
La infancia y adolescencia de Juan está marcada por los cambios de residencia
consecuentes al trabajo de su padre, dada su condición de funcionario real. Vive en
Almuñécar, Hijar…
Por eso, y porque mientras lo demás niños juegan, hacen travesuras y novillos.

Él estudia, estudia, estudia…, con ocho años conoce el latín. Y… reza, ¡reza y
vuela! Porque Juan Falconi vuela en sueños hacia su amado Cristo. Un día confiesa de

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este modo a sus hermanas los frecuentes momentos de éxtasis religioso que
experimenta.

“Vuelo como una paloma hasta hacer el nido en el pecho de Jesús. ¡Qué bueno es
volar!”

A los diez años ya tiene muy clara, y así lo manifiesta a su confesor, la intención
de tomar hábito religioso.

La Merced. Primera etapa

El devenir del tiempo refuerza las ilusiones infantiles de Juan Falconi. El


adolescente ha fijado sus ojos en la Orden de la Merced Redención de Cautivos y en el
convento que esa Religión tiene en Madrid, donde se venera la imagen de Nuestra
Señora de los Remedios. Su sueño se hace realidad en abril de 1611. Después de superar
un grave enfrentamiento con sus padres que se oponen a su decisión. Tiene, entonces,
quince años. Profesa un año después.
La vida del flamante mercedario se centra, a partir de ahora, exclusivamente, en
su gran afición, el estudio. Paradójicamente, su existencia transcurrirá entonces lejos de
la Virgen de los Remedios. Juan Falconi se ve en la obligación de abandonar el
convento.
Mateo de Villarroel, un ilustre filósofo que llegará a General de la Provincia de
la Orden en Cuzco, lo lleva con él a Burceña, en cuya casa de estudios, ubicada en lo
que hoy es un barrio de Baracaldo, acaba de alcanzar una prestigiosa cátedra de
Filosofía. Aquí inicia sus estudios de Lógica, Filosofía, Mística y Teología.
Tres años más tarde da el gran salto a Salamanca para ampliar estudios
teológicos como colegial de la Vera Cruz, un privilegio solo al alcance de las mentes
más preclaras. Tiene allí como condiscípulo a Jerónimo Rodríguez de Valderas.
Transcurre el año 1615.
El paso del tiempo sustituye también el pupitre de estudiante por la tarima
docente. A partir de 1620, fecha en que se obtiene el título de Teología, ejerce labores
de Lector de esa materia en Segovia, Valladolid y, finalmente, desde 1622, en Alcalá.
La brillantez con que desempeña la función de profesor, merece el aprecio de los
alumnos que comienzan a aplicarle el apelativo de Venerable antes de que tuviera la
consideración oficial de tal.
Pero esta vida no satisface al mercedario que, aprovechando ciertos episodios de
pérdida de memoria, renuncia al cargo, por que otros hubiesen vendido su alma al
diablo, y solicita de sus superiores el retorno a labores de apostolado común.

La Merced. Segunda etapa

La decisión, no entendida por muchos, le supone la satisfacción de volver a la


vida humilde, de oración, recogimiento y pobreza que siempre ha deseado y, sobre todo,
el regreso a su amado convento de Nuestra Señora de los Remedios.
Pero esa plenitud en sus aspiraciones dura muy poco. La dirección espiritual
que ejerce desde el confesionario, lo acertado de los consejos que brinda a cuantos

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Juan Falconi, el místico injustamente olvidado

acuden a él en demanda de orientación y ayuda, trasciende los muros mercedarios, se


comenta en toda la villa y alcanza las altas esferas de la Corte a la que es llamado como
consejero de almas del entorno de la reina. Es la obediencia, no la afición, la que vuelve
a situar a Juan Falconi en un entorno de lujo y poder que nunca quiso. La reina, se dice,
lleva habitualmente, guardado en su manga, un librito de consejos de oración del
mercedario.
Pero también es popular entre la gente de la calle. Es una popularidad que
alcanza por igual los universos seglar y religioso. Ese, “su” trato igualitario y lo
avanzado de sus planteamientos doctrinales en campos muy sensibles en el momento,
como la oración o los sacramentos, despierta recelos y envidias que derivan en duros
ataques y denuncias desde los púlpitos, ante sus superiores y al mismo Tribunal de la
Inquisición.
Se ve, así, señalado por el dedo acusador de muchos, como hereje por sus ideas
y como brujo por la eficacia que muestra en reconducir y moderar actitudes desviadas
de pecadores públicos reconocidos. Son controversias que nunca alimenta, que acepta
resignadamente y de las que se defiende usando su demoledora dialéctica
argumentativa. Todos los cargos, uno tras otro, se desmoronan con el paso del tiempo.

Pensamiento y obra

No se puede entender la obra literaria de Falconi sin tener presente que es un


gran enamorado de Cristo desde su infancia.
Especialista en Teología Escolástica y experto en Moral, además de Ciencias
Sagradas poseía vasto conocimiento en materia política y económica y era gran
conocedor de autores que quedará de manifiesto en sus escritos.
Hombre de gran humildad, se considera indigno de ser sacerdote, confesar, ser
director de almas… Por obediencia, se ordena en Segovia y sufre un gran cambio
espiritual. Si antes había sido un religioso cumplidor de sus deberes, bastante piadoso y
excelente estudiante, ahora tras experimentar una conversión profunda, busca una vida
más perfecta. A partir de esa experiencia, la misericordia divina será el centro de su
existencia.
Vuelca lo más íntimo de sus sentimientos en una obra bellísima, el Tesoro de las
Misericordias de Dios. Es la primera producción escrita del fíñanés y la más hermosa
desde un punto de vista literario. Con ella se alista en la corriente espiritualista de su
tiempo. Es, como queda dicho, totalmente autobiográfica.
Compuesta en primera persona, se desarrolla toda ella en un monólogo lleno de
candor y gracia en el que Falconi alaba, interroga… abruma, en definitiva, a un Dios
silencioso, que no se pronuncia en toda la obra, pero que permite el diálogo.
Dados los lazos de amistad habidos entre Falconi y Tirso de Molina, hay autores
que consideran que Tirso bebió de las aguas de esta obra para escribir su Condenado
por desconfiado. El Tesoro, como gran parte del resto de su producción literaria, se
publica después de su muerte.
Las otras dos obras de contenido teológico escritas por el venerable, tienen su
origen en la preparación de las clases en la Cátedra de Salamanca y Alcalá. Encuadradas
en esta categoría están El Pan Nuestro de cada día y los Mementos de la Misa. Se cree
que debió escribirlas con intención de explicar De Eucharistia de Santo Tomás.
El Pan nuestro es la obra más teológica y la que le ha dado mayor personalidad
científica. También fue publicada después de su muerte.
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Defiende el acceso universal a la comunión frecuente y lo fundamenta en


pruebas de autoridad de Padres, Doctores Teólogos y santos que han defendido este
mismo principio. Dos veces durante el siglo XVIII fue delatada a la Inquisición
española la doctrina expuesta en su libro, aunque la primera vez, 1751, no encontraron
nada “teológicamente censurable”. A finales de siglo, en Barcelona, es un libro muy en
boga, con diversas tiradas, y su contenido tema de tertulias, por lo que en 1799, unos
clérigos piden a la Inquisición se manifieste explícitamente si se debe o no seguir la
doctrina expuesta por Falconi. El Tribunal, tras su estudio, contesta que “no contiene
proposición alguna contra la fe y buenas costumbres”, pero, al estar “en manos de
mujercillas y de gente sencilla y poco instruida aunque devota” se considera se debe
vetar su lectura al vulgo.
El 2 de julio de 1800 la Junta del Consejo da su dictamen sobre la prohibición,
pero nunca llega y se sigue publicando, teniendo gran difusión, y creando polémica
hasta comienzos del siglo XX, concretamente, hasta el pontificado de Pio X quien zanja
definitivamente la cuestión en 1905 dando toda credibilidad y validez a los argumentos
defendidos por el venerable.
Mementos de la Misa, se cree que forma parte de un tratado más amplio, no
encontrado, De sacrificio misae. Es muy práctico, quiere dar para fieles y sacerdotes
unas normas y un orden en los mementos, peticiones por vivos y difuntos, de la misa.
Se debieron hacer varias ediciones en vida de Falconi ya que se le conocía como
Mementos de Falconi.
Ya en Madrid, y también por obediencia, dedica su vida a la dirección espiritual
y a la confesión. En su ejercicio como director de almas enseña a descubrir la fe y a
mantener una relación permanente con Dios a través de la oración y de la vida
sacramental. Se le considera un mártir del confesionario, ya que la iglesia de la Merced
es fría y húmeda. Cuentan sus contemporáneos que pasa muchas horas en este lugar
confesando a fieles de todas clases sociales, desde los nobles de la Corte a las doncellas
negras y mozas de cántaro.
Falconi será considerado apóstol de la oración mental, la confesión frecuente y
la comunión diaria para todos, incluidas las clases más bajas y los niños con uso de
razón. Entregado a esta labor en cuerpo y alma, presta especial atención a la práctica de
la oración. Como buen erudito y hombre de letras, piensa escribir un tratado científico
sobre el modo de mejor orar. Pero “alguien” entra en su celda, ¿un ángel?, y deja sobre
la tosca mesa de estudio una cartilla como las que usan los niños para aprender a leer en
la escuela. Ello le hace recapacitar. A partir de ese instante, todo cuanto escribe, sus
obras ascéticas, toman la forma de tratados cortos, profundos pero sencillos, útiles para
la práctica de la oración.
Si, según Falconi, orar es elevar el pensamiento y el corazón a Dios, debe
entenderse ese acto como un diálogo amoroso y un estar siempre en presencia de Dios.
La verdadera oración consiste, pues, en una decidida determinación de abandonarse a la
voluntad de Dios para amarlo y servirlo de la mejor manera posible.
¿Qué libro es el mejor que puede leer un cristiano para aprender a orar? Cristo.
Cristo es Libro Vivo. Esta idea es la rige el pensamiento del mercedario con relación a
la oración. Cristo es Libro de Vida Eterna, libro en el cual están escritos todos los
tesoros de Dios. Libro con dos hojas, una de divinidad contemplada y otra de
humanidad para imitar. Libro al que hay que leer para que el alma adquiera de Él, por
imitación, actitudes de vida y virtudes.
Ya en el siglo XVI Santa Teresa había dicho que Cristo era el libro en que
mejor se aprendía. Si Cristo es el libro, los fieles son los niños que deben leer en Cristo.
Y si la necesidad de orar es para todos, cada uno según su estado social y académico,
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Falconi necesita escribir para los distintos estados. Por eso sus obras se constituyen en
pequeños tratados graduados para aprender a leer en Cristo.
Expone Falconi que son tres los estados por los que debe pasar quien desee
aprender a leer. El primero saber las letras del ABC. El segundo aprender a juntar las
partes para construir un todo. El tercero llegar a leer sueltamente.
Si lo primero que debe hacer un niño es conocer las letras, un cristiano debe
comenzar tomando conciencia del ABC del libro Cristo. Para ello escribe la Cartilla
Primera en la que expone el ABC de la oración.
La Cartilla Primera enseña, pues, a meditar en los misterios, hechos y virtudes
de la vida de Cristo que expone en forma de abecedario. Deletrear es rumiar los
misterios de Cristo meditándolos uno a uno. Un ejemplar de esta Cartilla era portado en
la manga por la reina Isabel de Borbón para facilitar la consulta frecuente.
El segundo estado de aprendizaje, el de cómo juntar las partes, lo enseña en un
pequeño Tratado de la oración unido la Vida de Dios incomprensible y divina.
La Vida de Dios, escrita en su época de lector siguiendo la Summa de Santo
Tomás, supone el intento de elaborar un tratado ameno y claro, en lengua vulgar, sobre
Dios Uno y Trino, para combatir la gran ignorancia del vulgo. El Tratado de oración
enseña a amar más a Cristo. Concreta en la figura de Jesucristo lo que se ha dicho en la
Vida de Dios.
En las ediciones de las Obras Espirituales publicadas aparecen siempre La vida
de Dios y el Tratado ubicadas entre la Cartilla Primera y la Cartilla Segunda
Los consejos y orientaciones para llegar al tercer estadio de la oración, “leer
sueltamente”, quedan recogidos gradualmente en Carta a una hija espiritual, Cartilla
Segunda y Camino derecho para el cielo.
En la Carta a una hija espiritual da unas primeras directrices de contemplación
activa.
En la Cartilla Segunda, escrita al estilo de los Nombres de Cristo de fray Luis de
León, parece que dialoga con una segunda persona, el lector, a quien trata familiarmente
de tú. Reproduce su, hipotética, conversación con un, también supuesto, penitente en el
confesionario en la sacristía del convento. Es la obra donde expone de forma nítida los
pilares de su método: la resignación mística, la nata del amor y la oración virtual. Tres
ideas originales de Falconi.
La resignación mística, carente de cualquier connotación negativa, debe
entenderse con un contenido de filial abandono fundamentado en el infinito amor de
Dios hacia sus criaturas y en que Dios nos quiere más a nosotros que nosotros mismos.
Con la resignación se trata de obligar más a Dios. Por esto aunque sea bueno pedir cosas
convenientes, la mejor petición es conformarse con la voluntad de Dios. Además, así
siempre se tiene la seguridad de demandar lo más conveniente.
Lograr la conformidad con la voluntad de Dios y el resignarse con Él,
constituye la nata del amor que implica el cumplimiento de las virtudes, las supone
necesariamente y las perfecciona.
Alcanzar la resignación mística significa la práctica constante de la Oración
virtual de fe. Se está en oración virtual atendiendo a las ocupaciones cotidianas: trabajo,
estudio, comida, diversión... porque esto no es contrario a la voluntad de Dios, y se
sigue en ella, a no ser que se cometa algún pecado.
Compara Falconi la oración virtual de fe con la joya entregada a un amigo al que
no hay que estar constantemente recordando que se le ha hecho tal regalo. Precisamente
la imagen de la joya, al ser tomada por Miguel de Molinos, hará que su nombre se vea
injustamente acusado de quietista durante, y a partir, del proceso de herejía que lleva a
Molinos a prisión en Roma.
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En Camino derecho para el cielo vuelve a tratar los mismos temas, pero en
mayor profundidad porque está escrito para los doctos, aquellos que pueden dedicarse a
la contemplación infusa. Afirma el propio Falconi en el Prólogo, que trata lo expuesto
en la Cartilla Segunda, pero reforzado. Lo hace con estas palabras:

“Lo expuesto en la Cartilla segunda lo refuerzo con razones vivas y autoridades


de Santos y Padres de la Iglesia, de que se pueden aprovechar los doctos y leídos. Lo
cual no pude hacer en las demás obras, así por haber pretendido en ellas la brevedad
como porque hablo allí con la gente sencilla”.

Finalmente, hay que hacer mención a Carta a un religioso publicada en Italia de


la que no se conoce versión castellana.
Una obra tan decidida y moderna, como la de Falconi, no puede nunca ser
admitida sin controversia. La época está manchada por censura editorial y el
pensamiento del mercedario, no escapa a ella.
Por decreto firmado en 1688, algunos escritos de Falconi aparecen incluidos en
los sucesivos catálogos del Índice de Libros Prohibidos, así aparecen, por ejemplo, en el
editado en Roma en 1704. Son concretamente Carta a una hija espiritual, publicada en
Madrid en 1657, sin permiso de la Orden de la Merced, y las ediciones italianas de
Carta a una hija espiritual y Carta a un religioso, así como una de las ediciones de la
Cartilla primera. La situación de expurgación se mantiene aún en la edición madrileña
de 1844.

El proceso de beatificación

Pero, retornemos a los días que siguieron al fallecimiento del mercedario.


Presionados por el pueblo madrileño, las autoridades de la Orden inician los trámites
para solicitar de la Santa Sede, la beatificación de Juan Falconi. El coste económico de
las gestiones procede de aportaciones generosas de sus seguidores y admiradores.
El acta de inicio del Proceso de Información acerca de las Virtudes de Juan
Falconi lleva la fecha de 6 de abril de 1640. En ella se recoge el nombramiento que hace
el Provincial de la Merced de Castilla, Jerónimo Rodríguez de Valderas, a Alonso Ruiz
de Miranda y a Gregorio López como Procuradores para las Informaciones ante el Juez
que presidirá las mismas, Don Juan Carrillo de Salcedo, Canónigo de Toledo.
El proceso, que consta de mil ciento cuatro folios de declaraciones, se realiza en
la Iglesia Parroquial de San Martín y en la Iglesia de las Trinitarias y recoge testimonio
de setenta y cinco personas, cuarenta y tres mujeres y treinta y dos varones, entre ellos
el de Sor Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega y Micaela Luján.
Los comparecientes deben responder a un cuestionario de sesenta y una
preguntas sobre la vida y virtudes de Juan Falconi. La lectura de las declaraciones
evidencia las afirmaciones, bajo juramento solemne, de veintitrés curaciones
milagrosas, incluidas las aportadas por un médico del Tribunal de la Inquisición, una
resurrección, la del hijo de la Condesa de Lorente, certificada por tres comparecientes, y
dos visitas, post morten del Mercedario a personas necesitadas de su consejo y
consuelo.
El acta final del proceso aparece firmada en la fecha de 12 de enero de 1645. El
capítulo general de la Orden, reunido en Huete, acuerda su remisión a la Sagrada

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Congregación de Ritos en 1648. Sin embargo, no hay constancia de él en Roma hasta


1725. ¡Han pasado setenta y siete años desde el acuerdo!
¿Qué ha motivado este retraso? En primer lugar el incumplimiento involuntario
de los requisitos burocráticos exigidos en las Decretales de Urbano VIII publicadas
mediado el proceso. Carece concretamente, de la intervención de dos procuradores.
Tampoco conviene políticamente a los responsables de la Orden posicionarse en
apoyo del mercedario cuya obra, que ha comenzado a imprimirse, reaviva las
polémicas, controversias y ataques que hubo de afrontar en vida. Ni siquiera su amigo
entrañable, Valderas, dinamiza suficientemente los trámites. Tiene especial
trascendencia, pensamos, la aparición del nombre de Falconi en la acusación, juicio y
condena de Miguel de Molinos y el quietismo. La inclusión de parte de la obra
publicada del mercedario en los índices de libros prohibidos, que, si bien nunca tuvo
efecto práctico alguno, inhibe cualquier iniciativa de reactivación del proceso.
Cuando las aguas vuelven a su cauce natural, la Sagrada Congregación de Ritos,
ya en el segundo cuarto del siglo XVIII, se manifiesta proclive a subsanar los defectos
de forma, pero solicita la copia legalizada y cerrada por notario, de toda la
documentación recibida. La petición conlleva unos costes económicos que la Orden de
la Merced no puede asumir, y pasados noventa años del fallecimiento, no quedan
seguidores agradecidos que puedan hacer frente a la fuerte suma necesaria. Y, hasta el
día de hoy, en que sigue paralizado el proceso.

A modo de conclusión

Juan Falconi, de impresionante formación teológica y humanista, respetado y


querido de todos quienes le trataron, apóstol de la resignación mística, predicador
incansable de la nata del amor, conciliador y apaciguador de almas atormentadas,
humilde hasta el extremo, conciliador y de personalidad imponente, de haber elegido
profesar en otra orden, jesuita, dominico…, hoy, probablemente, sería venerado en los
altares e incluidos y estudiado en los manuales de historia de la literatura.
Aunque, el olvido injusto de su nombre tal vez sea el premio, en la muerte, que
le otorga aquel Dios con el que tantas veces negoció y que se negó a concederle en vida,
la paz y sosiego que el venerable mercedario siempre reclamó para emplear todo su
tiempo en mejor amar a Jesús, a ese Jesús, hacia el que, de niño, volaba en momentos
de divino éxtasis religioso.

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