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PALACIOS SUBURBANOS Y VILLAS: VILLA MADAMA, PALACIO DEL TÉ, VILLA GIULIA.
EL TIPO SIMPLIFICADO: LA FARNESINA, LA VILLA MÉDICIS.
EL TIPO DE PATIO: PATIO CIRCULAR (VILLA MADAMA), PATIO CUADRADO (PALACIO DEL
TÉ)
LA VARIANTE FRAGMENTADA: LA VILLA GIULIA
PALACIOS SUBURBANOS Y VILLAS: VILLA MADAMA, PALACIO DEL TÉ, VILLA GIULIA.
Un tipo de residencia suburbana se constituye en Roma a principios del siglo XVI. No se trata
ya de una fortaleza que marca el poder señorial, sino de una casa abierta y agradable, luminosa
y cómoda, que se sumerge en el verdor de una propiedad cuyas plantaciones están dispuestas
con refinamiento para formar un jardín ornado con fuentes y estanques. El ideal del retorno a
una vida rústica se combina en ellas con el cuidado que se presta a la organización del tiempo
libre: algo de paseo, veladas literarias, fiestas.
Los Médicis habían lanzado la moda en los alrededores de Florencia. Pero la villa de Careggi
(Michelozzo, 1457) disfrazaba mal, por el recurso a la ironía, su dependencia con respecto a la
Edad Media. Giuliano da Sangallo había sido el primero en intentar, en su villa de Poggio a
Caiano (1480), fijar los elementos de un tipo que encontrará una rápida consagración en Roma
en el siglo XVI para a continuación conocer una amplia expansión: un criptopórtico formaba
el zócalo de una terraza, una logia abovedada en cañón y ricamente decorada daba a una pieza
refinada abierta exteriormente por un pórtico. Esta opción es claramente cultural: se trata de
retranscribir los elementos de la villa antigua. Será el acuerdo entre arquitectos y comitentes
sobre tales elementos lo que permitirá al tipo constituirse sin quedarse al nivel de un ensayo sin
continuidad.
Vamos a hablar del palacio del Té de Mantua (1526-1534) y de cuatro villas romanas: la villa
del banquero Chigi (1509-1518), hoy conocida como “la Farnesina”; la villa Madama (1517-
1523), la villa Giulia (a medio camino de la villa Madama, 1501-1505) y la villa Médicis (1564-
1590).
La Farnesina, lo mismo que la villa Médicis, está próxima al simple bloque abierto sobre una
terraza a través de una logia. La villa Madama y el palacio del Té añaden a ello un patio interior
que distribuye varias logias. La villa Giulia, retomando el esquema de la villa Madama, que
había quedado incompleto, logra fusionar la logia y el pórtico del (semi) patio, para llegar a una
dispersión mayor de la arquitectura, que se dispersa en jardines cerrados.
que no quedan más que unos mínimos restos) y una villa compuesta por pocas piezas pero que
se abría al exterior mediante dos logias, una de las cuales daba al norte y la otra miraba al este,
hacia el río. La arquitectura, que, a fuerza de rigor, puede llegar a considerarse seca, es de
Peruzzi, a quien Bramante había encargado importantes estudios en el taller y que interviene
también a la hora de pintar sobre los muros del salón del piso superior esas perspectivas por
las que era famoso y que habían atraído la atención de Agostino Chigi. La villa es, por
excelencia, obra colectiva del taller: Rafael, Sebastiano del Piombo y Peruzzi pintan la logia este
(1521); Rafael, Giulio Romano y Giovanni da Udine la del norte (1520), protegida por dos
antecuerpos.
La villa Medicis es el resultado de la transformación, entre 1576 y la década de 1590, para el
cardenal Fernando de Medicis, de una villa más antigua, comenzada en 1564. El nombre de
Ammannati está unido al proyecto de transformación y el de Annibale Lippi, sin duda, a la
totaliclad de las obras. Aunque situada al borde de una cresta, la villa mira en la dirección
opuesta, delimitando una terraza, y recupera, más allá de las modas estilísticas, el esquema
simple de la Farnesina (la fachada este es un collage de motivos en estuco donde se esconde
una colección de antigüedades). La logia se sitúa también entre dos ligeros antecuerpos que se
desarrollan en altura hasta formar dos pabellones cubiertos unidos por una terraza para
constituir, si se quiere, una versión animada y pintoresca, adaptada a una posición dominante,
del esquema de la Farnesina.
EL TIPO DE PATIO: PATIO CIRCULAR (VILLA MADAMA), PATIO CUADRADO (PALACIO DEL
TÉ)
La villa Madama es el proyecto más completo de Rafael y su taller, pero no fue objeto sino de
un principio de ejecución. En la curva del Tíber que se vuelve hacia el noreste, a plena vista
desde la carretera que viene del norte a poca distancia de la villa, la villa debía constituir el
punto clave de una zona de residencias aristocráticas que los papas Medicis (León X y después
Clemente VII) habían pensado crear para hacer fructificar terrenos pertenecientes a la Iglesia
con capital de los Medicis. Rafael comenzó las obras en 1517 para el cardenal Giulio de
Medicis, asistido por Giuliano da Sangallo el Joven, a quien confiaba tareas de ejecución y
asistencia técnica (para las cuales él no estaba preparado, por su formación) y por Giulio
Romano, encargado de la decoración. A su muerte, en 1520, ambos pueden continuar sin
dificultad la misma orientación, sobre todo después de la elección de Clemente VII en 1523.
Pero, demasiado expuesta a la entrada de la ciudad, la villa (o la mitad que de ella existía) fue la
primera víctima de las tropas imperiales en los momentos del sacco de 1527. Reparada y
consolidada a continuación, seguirá estando, pese a todo, mutilada o, cuando menos, en estado
fragmentario.
El proyecto de Rafael no nos es conocido más que por algunos estudios en planta de Sangallo
el Joven y de su hermano Giambattista, al que utilizaba como dibujante y como inspector de
obras. La villa propiamente dicha estaba contenida en un recinto rectangular formado por los
muros de contención que había sido necesario construir por la pendiente y tres de cuyos
ángulos estaban provistos de torres redondas. En el interior de este recinto coexisten, en un eje
sur-norte, un patio de recepción, la escalinata monumental, el edificio propiamente dicho,
también rectangular y con un patio circular, y un jardín con una terraza en la que disfrutar del
frescor del noreste, al abrigo del sol de la tarde; un poco más abajo, un jardín cerrado entre dos
logias (sin duda, un vergel plantado al tresbolillo) y, en el otro extremo, un estanque (un vivero)
bordeado por tres salas frescas en forma de nichos excavados bajo la terraza.
El patio circular en el centro del edificio ordena dos ejes sobre los cuales se articulan
cuidadosamente un vestíbulo y una logia (al norte y al este), un vestíbulo y un “atrium” de
cuatro columnas (al sur, en la parte superior de la escalinata, el “atrium” es el “vestíbulo” que
ordena el acceso a la casa); al oeste, del lado de la pendiente, una gruta se hunde bajo la tierra, y
de ahí parten dos escaleras que dan acceso al anfiteatro excavado en la colina y cuya escena
móvil mira al valle. La gran logia y el salón contiguo de cinco ventanas abarcan también la
vista, más allá de las terrazas inferiores (una de las cuales oculta las caballerizas) y el
hipódromo, hasta el Tíber, al que conduce una carretera recta que llega al Puente Milvio.
Desde la logia norte (la que se construyó), la mirada sigue, por el contrario, la horizontal de la
terraza y de una larga avenida para perderse en una fuente que articula un ninfeo situado en un
valle abrigado. Se encuentran aquí, resumidos, todos los recursos del arte de los jardines para
los dos siglos sucesivos. La vista se escapa del recinto de los muros en el que había sido
confinada y abarca, sin plan preconcebido, lo próximo y lo lejano; explora la luminosidad y la
sombra; los ejes no son tensos y saltan a cada nuevo ejercicio de la perspectiva. Los episodios
se autonomizan o se conjugan en agrupamientos insensiblemente rivales sin perderse los unos
a los otros gracias a la presencia discreta de dos ejes de coordenadas que se cortan en el patio
circular y que evocan simplemente uno la mayor pendiente del lugar y otro el reposo
horizontal. Las dimensiones cubren el abanico desde lo concentrado hasta lo desplegado:
nichos, grutas, pequeños jardines, terrazas, planicies.
La paradoja de una revelación semejante es estar basada enteramente sobre convenciones:
parte de convenciones para formular convenciones sin jamás parecer académica o sistemática.
Tales convenciones las comparte la arquitectura con el comitente y con los medios
intelectuales y las busca, casi podríamos decir que laboriosamente (aunque también se registran
descubrimientos luminosos), en la arqueología y en los estudios literarios. Rafael, nombrado
conservador de antigüedades por el Papa, pone a prueba en villa Madama sus conocimientos
de la arquitectura antigua. El recinto rectangular es el de las termas romanas. El patio circular
conjuga el “teatro marítimo” de villa Adriana, que había explorado con Giulio Romano, y el
sentido de la articulación que caracteriza a las termas (ese difícil ejercicio de volver a atrapar lo
circular en el cuadrado, propicio al juego, a la revelación de espesores que en seguida se nos
escapan). El, entusiasmo experimentado al recorrer la campiña sobre las huellas de la Domus
Aurea de Nerón explica la sucesión de terrazas y de galerías en el flanco de la colina, mientras
que la fascinación por la decoración (apenas despejada) de las termas de Tito justifica la
ambición de trazar el espacio como una totalidad coloreada y no ya con la mera brutalidad de
la albañilería. Todo ello estaría abocado a la dispersión, a la acumulación incoherente, a la
sucesión de llamaradas de pasión incomprensibles, si no fuera, una vez más, por el trabajo de
ajuste a las fuentes literarias. Plinio, comentado y criticado, proporciona el hilo conductor, tan
fácilmente quizá porque sugiere un modo de vida, el ideal de comportamiento unificador que
se trata de restablecer. Pero en Plinio hay más que esto: detalla una especie de programa formal
al, que Rafael se refiere punto por punto en una carta en la que describe su proyecto. La
preocupación por basarse en convenciones y el interrogante sobre las fuentes arqueológicas y
literarias son igualmente importantes en el palacio del Té. Después de que una serie de obras
sumarias, entre octubre de 1524 y febrero de 1526, tuvieran por objeto hacer del ala norte,
alrededor de una primera logia, “un lugar al que poder ir a reunirse y cenar de vez en cuando”
(Federico Gonzaga), Giulio Romano, llamado en 1526, ve todo el partido que puede sacar de
la disposición: al conjunto le será dado, un orden, y este orden será el de la villa antigua.
Cerrando el patio, que se convertirá en cuadrado, dotándolo de un “atrium” vitruviano (la
entrada de tres naves del lado oeste), el edificio
quedará plenamente caracterizado como el lugar
de un “otium” principesco opuesto al
“negotium” político que ocupaba la vida del
príncipe en su palacio urbano. Y, si los gustos
de Federico Gonzaga lo alejaban del debate
literario, se interrogará a los textos antiguos
para demostrar que, al lado del reposo
intelectual buscado en otras partes, se podían
también exaltar las “fatigas” del ejercicio físico;
el entrenamiento para el torneo, la equitación, la
caza. En una fase ulterior, de las obras, estos
rasgos típicos del palacio del Té serían
aumentados con una tercera logia, de resonancia imperial (y llamada por ello la logia de David,
modelo del rey cristiano), cuando, para albergar a Carlos V, la fachada sobre el jardín fue
duplicada y se realizó la logia (1530-1534). Tres logias distribuidas por un patio es, con una
geometría aproximada -aquí un patio cuadrado, allá un patio circular-, lo que caracterizaba
también a la villa Madama.
EL DISCURSO TEÓRICO
El palacio romano del siglo XVI no podría haber sido formulado en el tipo en que lo
conocemos sin una reflexión teórica. Los hombres prácticos más atareados son también los
que sostienen un discurso teórico: Sangallo el Joven preparaba una traducción de Vitruvio de la
que no queda más que el prefacio (1531) y un importante dossier de investigaciones llevadas
conjuntamente con su hermano menor Giambattista; más tarde, la actividad de Palladio, cuya
intensidad es algo que cuesta trabajo llegar a concebir (su labor durante la década 1550-1560
tiene algo de furioso), estará completamente basada en un proyecto teórico riguroso que
examinaremos en su momento.
a)La analogía del cuerpo
Es por comodidad y para ganar tiempo por lo que buscaremos en Palladio el sistema
de pensamiento que permitió organizar el palacio. Sin embargo, la obra de Palladio fue
publicada en una fecha tardía, en 1570, y el terreno de sus aplicaciones no fue Roma sino
Venecia. En su fondo, el pensamiento de Palladio es más avanzado que el de los teóricos de la
Roma de principios del siglo XVI.
En el segundo de sus Cuatro Libros, Palladio “da los dibujos de varias casas que ha
construido tanto en el campo como en las ciudades” y propone la reconstrucción de los
modelos antiguos en los que se inspira. El edificio no se describe a través de una lista de piezas:
no hay que imaginar funciones bien establecidas, sino una doble movilidad, la movilidad de las
personas según las horas del día y según las estaciones (en invierno se vive en habitaciones
pequeñas y en verano se buscan las estancias más amplias y aireadas), y la movilidad del
mobiliario, que, de acuerdo con su etimología, es desplazado continuamente, “guardado” y
vuelto a sacar (“poner” la mesa quiere decir traer caballetes y bancos). La función de una
habitación es transitoria y lo que cuenta es, por contra, la posibilidad de elección o la
asociación de varias estancias que deben “servirse mutuamente”. “
Cuidad de que haya habitaciones grandes, medias y pequeñas y de que estén situadas
todas unas junto a las otras para servirse mutuamente con mayor comodidad. Se harán
entresuelos o separaciones en las pequeñas para practicar en ellas lugares donde colocar
gabinetes, libros y otros muebles o impedimenta similar de la que continuamente se tiene
necesidad”.
El ideal de la solidaridad entre las habitaciones se traduce en un sentido general del
orden que comporta tensiones y oposiciones:
“Debe haber partes de bella y gran apariencia y otras menos ajustadas, sin las cuales las
principales serían inútiles o estarían llenas de estorbos, lo que les acarrearía gran perjuicio y las
haría imperfectas”.
La ruptura del orden sirve, por encima de todo, para celebrar su rigor -lo perfecto
suscita lo imperfecto y lo ajustado lo menos ajustado- en una puja dialéctica que los palacios
Massimi evidencian. La analogía con el cuerpo está subyacente -“Como nuestro reverenciado
Creador dispuso que los más bellos miembros fuesen los más expuestos a la vista y ocultó los
menos honestos”- y es a ella a la que se recurre para reunir lo que estos “miembros” tienen de
dispar y de opuesto estableciendo “la proporción y la correspondencia entre ellos”.
b) La elaboración del tipo. De la casa en bandas al palacio con patio
rodeado de pórticos
Dos dibujos de Sangallo el Joven conservados en los Uffizi de Florencia presentan de
un proyecto para un mismo emplazamiento conocido como “el sitio de Rafael”. Estas dos
versiones muestran de manera sorprendente la transformación que se ha efectuado en Roma, a
principios del siglo XVI, sobre el tipo de edificio de habitación. En uno de los casos, la parcela
cuadrangular está ocupada por nueve casas “en banda” constituidas por una habitación con
dos ventanas a la calle y una pieza trasera adosada a un mismo muro divisorio paralelo a la
calle. Una tienda abovedada ocupa la planta baja, abierta a través de una arcada, y dispone de
un entresuelo accesible por una pequeña escalera recta. Un corredor permite ganar la escalera
situada en la parte trasera y que da acceso a las otras estancias. Un minúsculo patinillo
proporciona escasa luz a la habitación de detrás y a la escalera. Este tipo es el que se conoce en
Roma de manera casi exclusiva durante la Edad Media y seguirá en uso hasta el siglo XVIII en
las construcciones corrientes: es el tipo de la insula antigua, relacionado con una ocupación
densa de la ciudad y vuelto hacia el exterior, puesto que es de la calle de donde recibe su mejor
luz. El plano de Sangallo permite comprender, más allá de sus periferias, cómo están hechas
esas “bandas” muy simples. El otro proyecto es totalmente diferente: se trata, sin duda, de una
versión “noble”, puesto que se pueden identificar dos palacios de patio regular. Las tiendas con
entresuelo continúan ciñendo la parcela, que, sin embargo, se vuelve ahora también hacia el
interior con un cierto número de piezas que toman luz del patio. Sólo dos escaleras principales
sirven los pisos superiores. La imbricación entre las geometrías de cada uno de los palacios es
tan brillante como la de Peruzzi y Giovanni Mangone en los palacios Massimi.
Si la casa de bandas encuentra su “pedigree” en la ínsula romana, el patio porticado
reivindica también un origen antiguo: proviene de la “domus”, de la gran casa aristocrática de
la ciudad y el campo. Sin embargo, en la propia Roma, sólo el tipo de la “ínsula” permaneció
después de los desastres de las invasiones: la “domus” desapareció, a diferencia de lo ocurrido
en otras partes de Italia (en Como, Bolonia, Verona, Florencia, o en las zonas fronterizas con
influencias árabes o bizantinas, como fue el caso de Amalfi, Palermo o, sobre todo, Venecia).
Para Florencia no representará problema alguno elaborar en el Quattrocento una versión
regular del palacio con patio (palacios Medici y Strozzi), que pasa a Pienza (palacio
Piccolomini) y a Urbino. Pero, en la misma época, Roma duda en deshacerse, incluso en los
palacios de los cardenales, del tipo de simple cuerpo de habitaciones, algunas veces con arcadas
y provisto de una escalera exterior, como el primer palacio Mattei, en la plaza de las Tortugas,
u otras veces con disposición en L.
A pesar de ensayos aislados como el Palazzo Venezia (1468-1471) y el palacio Riario
(1485-1495), habrá que esperar a la llegada de Bramante y al palacio del cardenal Adriano del
Corneto (Giraud, Torlonia), proyectado en 1496 y terminado, al menos en parte, para el año
santo de 1500, para asistir en Roma a la restauración del tipo de palacio con patio.
Corresponderá al siglo XVI producir la versión “moderna” de la domus antigua: y ésta, lejos de
ser una reconstrucción, responde más bien a un cruce entre tipos; se basa en introducir un
cierto número de caracteres del tipo de la domus (el patio porticado, la extensión horizontal)
en el tipo de bandas de la ínsula, que conserva sus cualidades de densidad, extensión vertical y
extroversión. Esta elaboración de un tipo cruzado, el palacio de patio regular, se corresponde,
desde luego, con una transformación de la propiedad y con el surgimiento de una nueva capa
dominante. Pero es, en concreto, una construcción intelectual puesta a punto a través de la
lectura crítica de las fuentes literarias antiguas y, ante todo, de Vitruvio.
LA CASA VITRUBIANA.
Ante la ausencia -que se prolongará todavía largo tiempo- de restos identificables, la
casa antigua no es conocida, a principios del siglo XVI, más que por la descripción que de ella
da Vitruvio. Su texto no es totalmente claro (Vitruvio está lejos de ser un escritor elegante) y,
además, hoy sabemos de los prejuicios a un tiempo elitistas y nostálgicos, digamos
conservadores, de Vitruvio. La casa que ofrece como modelo es, en efecto, la domus
aristocrática, un tipo ya antiguo y destinado a ser superado, en el área metropolitana de Roma,
por el de la ínsula, mejor adaptado a la densificación vertical. El tratado de Vitruvio gira en
torno al atrio, de medidas consagradas, fuente de luz y centro de distribución de una casa que
se extiende horizontalmente con el añadido de un segundo patio más vasto, esta vez de
medidas libres: el peristilo, de origen helenístico. En la propia Roma, hubo que esperar a 1777
para liberar una casa vitruviana completa en el Esquilino, en un momento en que ya Pompeya
estaba suministrando otros ejemplos. Quiere ello decir que los teóricos del siglo XVI
avanzaban a tientas, tanto cuanto que los restos que descubrían no correspondían, en realidad
modelo vitruviano. Sangallo y Peruzzi dibujaron así una casa “itálica” sin peristilo tomándola
por una casa vitruviana, lo que contribuyó en no poca medida a mantener la confusión entre
peristilo y atrio. A falta de “domus” urbanas, se creyó poder volverse a las villas suburbanas,
sabiendo Vitruvio indicaba para ellas una inversión en el orden del atrio (colocado detrás) y del
peristilo (delante). Finalmente, hubiera sido preocupante ha casas del género “griego”, con su
desdoblamiento en “andron” (casa de hombres) y “gineceo” (casa de las mujeres), cuando no
se completaban una casa para huéspedes completamente independiente; el “oecus”, sala larga y
poco profunda a lo largo del peristilo, era en ellas el elemento que más intrigaba: hoy sabemos
que esta sala hipóstila es de origen oriental.
INTRODUCCIÓN
Inicio y primeras obras
Partición arquitectónica pintada en la Capilla Sixtina.
El Juicio Final
Proyectos para la tumba Julio II
IGLESIA DE SAN LORENZO
Proyecto para la fachada
Sacristía Nueva
Biblioteca Laurenziana
MIGUEL ÁNGEL EN ROMA
Plaza del Campidoglio
Proyecto para San Pedro
Palacio Farnese
Estudios de planta centralizada para San Giovanni dei Fiorentini
Capilla Sforza
INTRODUCCIÓN
Uno de los grandes genios artísticos de la humanidad, resumió y cumplió en
plenitud todas las cotas de absoluto y de belleza del alto renacimiento, de manera menos
serena que Rafael, pero con un dinamismo y un sentido del drama que abrieron
perspectivas nuevas.
Michelangelo Buonarroti (llamado Miguel Ángel) nació en Caprese, cerca de
Arezzo, en 1475 en el seno de una familia arruinada que pretendía tener una ascendencia
aristocrática y que llegó a establecerse en Florencia. Las disposiciones del joven decidieron
que fuera confiado al taller del pintor Ghirlandaio, por aquel entonces el fresquista más
reputado. Lorenzo de Médicis, el Magnífico, se fijó en el aprendiz, le abrió las puertas de sus
jardines de palacio, su academia, y le puso de este modo en contacto con su colección de
obras antiguas; Miguel Ángel frecuentó allí un círculo de intelectuales refinados (Marsilio
Ficino, Pico de la Mirandola) que ejercieron una profunda influencia sobre su formación
espiritual y su ambición de artista creador. La academia estaba dirigida por el escultor
Bertoldo di Giovanni (h. 1420-1491), especializado en el bronce. Sin embargo, Miguel
Ángel fue sobre todo escultor del mármol; el estudio de las obras antiguas parece, pues,
haber contado por encima de todo en su formación. No había día, en aquella época, que no
se descubriera en las excavaciones algún fragmento importante escondido en el suelo
italiano: por ejemplo, a principios del siglo XVI, el famoso grupo del Laoconte. En la
escultura antigua, Miguel Ángel buscaba la ciencia de la composición, del agrupamiento de
los personajes, de la armoniosa belleza del cuerpo humano, del expresivo juego de la
musculatura, pero él le añadía una búsqueda de movimiento y una profundidad psicológica
y moral. El cuerpo humano se convierte en un lenguaje por el cual el artista hizo sentir las
emociones y las pasiones del hombre, puesto que, elevándose al plan metafísico, expresó
toda la tragedia del destino humano ante su creador.
Se ha discutido mucho sobre la significación y la interpretación neoplatónica de la
obra de Miguel Ángel, hasta querer explicar sus menores detalles mediante esta filosofía, sin
duda de un modo algo excesivo. Ciertamente, Miguel Ángel fue un artista consciente de su
importancia y del valor del mensaje de su obra. Es cierto que permaneció durante toda su
vida profundamente creyente, incluso aunque, como muchos de los hombres del
renacimiento, estuviera tentado por sueños sincretistas. La antigüedad la vivía intensamente
en sus obras y en su espíritu, y no temía mezclar elementos paganos en su universo
cristiano. Recordemos, además, que vivió tiempos particularmente atormentados: este
florentino vio sucederse los regímenes políticos al rápido ritmo en su amada ciudad; vio la
cátedra de san Pedro ocupada por pontífices escandalosos (Alejandro VI Borgia), abúlicos
o codiciosos, vacilar la fe en muchos y la ortodoxia recusada al mismo tiempo que el
principio de autoridad. A veces se le ha acusado de haber llegado hasta los límites de la
herejía, y, seguramente, Miguel Ángel frecuentaba ambientes sospechosos. A pesar de los
desgarramientos, cuyos estigmas están en sus obras, él no transigió nunca. Los inestables
acontecimientos agitaron considerablemente sus proyectos y su misma carrera; su carácter
difícil, sus saltos en el humor, que le hacían pasar de la exaltación al descorazonamiento y al
desespero, repercutieron en la realización de su obra, la cual, en gran medida, se presenta
como inacabada, como una especie de grandioso descalabro, sobre todo en el terreno de la
escultura. Desde luego, Miguel Ángel se sentía y se consideraba ante todo como escultor.
Consideró la escultura como la más noble de todas las artes, en parte por ser la más difícil.
Ante el bloque de mármol del que había que extraer una forma viviente, conoció la patética
lucha del creador nunca satisfecho. Por sentimiento de fracaso, le sucedió a menudo que
no conducía su trabajo hasta la perfección, hasta el pulimiento que da al mármol su brillo y
su apariencia preciosa, dejando subsistir en algunas partes las huellas del cincel, de la
“gradine”, en una opacidad rugosa y a veces despejando apenas la forma deseada. Un cierto
romanticismo se ha amparado en este non finito para hacerle descubrir los más secretos
tormentos del maestro y cargarlo de una significación suprema, mientras que la verdad es
mucho más simple: Miguel Ángel, por lasitud o por la contrariedad que le producía no
poder obtener lo que él quería, rehusaba seguir más adelante. Trató siempre, con un
sentido muy escrupuloso del acabado, lo que él consideraba como obras terminadas. Pero
esta bruttezza ha cometido estragos en los tiempos siguientes, y Miguel Ángel, debido a esa
repugnancia cada vez más frecuente con la edad, de llegar hasta el final, se ha convertido en
el símbolo de la lucha sin fin del genio humano contra la ciega fatalidad, una suerte de
nuevo Sísifo.
Inicios y primeras obras maestras
En el principio de su carrera, cuando aún estaba en la “academia”, hay que situar un
bajorrelieve todavía confuso, el Combate de los centauros contra los lapitas, y como contrapunto
– paganismo-cristianismo –, La Virgen en la escalera llena de serenidad, en la que se
reconoce, dentro de la técnica del relieve, la deuda de este incipiente maestro hacia su gran
predecesor Donatello. Desde el principio, Miguel Ángel osciló entre una tendencia
dinámica y dramática y una tendencia antitética, inclinada a la dulzura y a una cierta
suavidad, en la que se perciben los ecos de Leonardo da Vinci. Se ha hallado otra obra de
juventud, un Crucifijo en madera, del que algunos discuten su autenticidad; sería la única
escultura en la que el artista habría añadido una policromía, procedimiento que rehuyó en
adelante. En 1492, a la muerte de Lorenzo el Magnífico, Miguel Ángel dejó el palacio Médicis
y, en 1494, visitó Venecia y Bolonia; se ejercitó en estudios de anatomía sobre cadáveres.
Vuelto a Florencia en 1495, esculpió para un cardenal un Cupido dormido, desaparecido hoy,
pero que, por su perfección, fue tomado por una obra antigua. El cardenal incitó al joven
escultor para que hiciera un viaje a Roma, y la pesada atmósfera de Florencia se añadió a
este deseo de evasión. Parece pues que en ese momento Miguel Ángel se orientó hacia una
fácil carrera de escultor, dentro de un registro bastante abierto, pero en la que la mitología
de moda imponía los temas. Entretanto, en Bolonia, era destinado para colaborar en la
terminación del “arca” de San Domenico; sus pequeñas estatuas de ángeles arrodillados, de
san Petronio y san Próculo revelan la influencia de un maestro de principios del
Quattrocento, Jacopo della Quercia, del cual copió Miguel Ángel los pliegues ampulosos y
la pasión contenida. Por encargo de un cardenal francés, Miguel Ángel realizó en Roma su
primera obra maestra, uno de sus trabajos más celebrados y populares, la Pietà de San
Pedro, que sufrió un atentado en 1972 y fue luego restaurada. El tema y la composición son
insólitos, de origen nórdico y no italiano, pero el artista sacó del mármol un poema
exquisito y sobrecogedor. El rostro puro de la Virgen (representada curiosamente como
muy joven, de la misma edad que el crucificado) se inclina con gracia sobre el cuerpo
abandonado, pero no dislocado, de un hermoso Cristo muerto, como un Adonis, y cuya
armoniosa anatomía se halla resaltada por el admirable embozo del gran manto suelto de la
dolorosa Madre a manera de sudario. Esta obra maestra juvenil, en la que estallan la
vibrante sensibilidad y el virtuosismo del escultor, es también la única escultura que éste
firmó orgullosamente sobre la correa que cierra en diagonal el pecho de la Virgen. Casi al
mismo tiempo en que esculpía esta piadosa imagen, Miguel Ángel trabajaba en la más
pagana de sus figuras, un extraordinario Baco ebrio, joven efebo titubeante del que se burla, a
sus espaldas, un sátiro irónico. El artista fue, desde entonces, más allá de sus modelos
antiguos. Si las estatuillas para el altar Piccolomini en la catedral de Siena son
controvertidas, actualmente se considera la hipótesis de que la Virgen de la Iglesia de
Nuestra Señora, de Brujas, pertenezca a este conjunto y que su fecha de realización se
situaría hacia 1500. El mismo tema de La Virgen y el Niño inspiró al escultor, bajo la forma
siempre de moda en Italia del tondo, composición de forma circular, dos hermosas obras en
las que exploró (para no volver a ellas) las posibilidades del bajorrelieve: el tondo Pitti y el
tondo Taddei, nombre de las familias que le hicieron el encargo. En la misma época, Miguel
Ángel, que había aprendido pintura, realizó bajo la misma forma circular el tondo Doni,
representando una Sagrada Familia con un curioso efecto de escorzo para la Virgen
acurrucada y, en último término, unos faunos desnudos cuya presencia en esta escena
religiosa se explicaría de forma alegórica (¿el paganismo que cede el puesto al
cristianismo?). En esta primera obra pictórica conocida, Miguel Ángel mostró un
sorprendente sentido del modelo y una original investigación en las tonalidades. Una nueva
obra maestra de escultura le seguiría. De vuelta a Florencia, a donde una secreta nostalgia le
llevaría sin tregua, Miguel Ángel extrajo de un bloque de mármol, en principio destinado a
una estatua de la catedral, un gigantesco David (1501-1504; la estatua tiene más de 4 metros
de altura) en una heroica desnudez, llevando desmañadamente al hombro su honda, imagen
alegre de juventud victoriosa en la que el artista superó con brío la falta de espesor del
bloque. El David obtuvo el honor de ser colocado delante del Palazzo Vecchio (hoy, en la
Academia). El renombre que alcanzó de ello, hizo de Buonarroti el artista más popular y
admirado de Florencia.
En 1503 se encuentran en Florencia Leonardo y Miguel Ángel; los gobernantes de
la ciudad aprovechan las divergencias entre los dos artistas invitándoles a decorar al fresco
dos paredes de la sala del consejo del palacio Vecchio. La decoración de aquel amplio
ambiente, que debía cobijar al Consejo mayor creado por Savonarola, fue encomendad en
principio a Leonardo, quizá por influencia de Maquiavelo, que le había conocido en Urbino
dos años antes. Pero ante las dilaciones de Leonardo, Soderini decide dividir el trabajo
entre Leonardo y Miguel Ángel, convirtiendo el encargo en una especie de competición.
Se deje en libertad a los dos pintores para que elijan entre las batallas históricas de
la ciudad el tema de sus pinturas; Leonardo se decide por la batalla de Anghiari, y amplía el
significado del episodio histórico relatando un conflicto adicional entre hombres, animales
y fuerzas de la naturaleza desencadenadas, en un paisaje tempestuoso. El motivo que
confiere unidad a la obra, es la violencia, “cosa nefanda” porque destruye “la obra
admirable de la naturaleza”. Miguel Ángel en cambio elige un episodio secundario de la
guerra de Pisa, la batalla de Cascira, aquel en que los soldados florentinos que se están
bañando en el Arno, son alertados para la batalla; de esta manera se limita a representar un
grupo de figuras desnudas, sorprendidas por la noticia en distintas actitudes, o
preparándose ya para la lucha. No es el movimiento en sí mismo lo que aquí interesa, sino
el momento de transición entre la quietud y el movimiento; esto le sirve para coordinar la
composición, analizando las varias fases del proceso y los diversos grados de intensidad.
Tanto Leonardo como Miguel Ángel, comprometidos en diversas obras,
abandonan la empresa. Los cartones, expuestos en el palacio, fueron copiados y
comentados durante mucho tiempo por artistas y literatos, contribuyendo a popularizar la
rivalidad entre los dos pintores.
En 1505, el papa, el fogoso Julio II (Giuliano della Rovere), llamó a Ángel a Roma
y le encargó la realización de su tumba. Fue el principio una larga y dolorosa empresa igual
que la capilla de Médicis en Florencia, perseguiría y obsesionaría artista durante toda su
vida sin llegar a una solución digna del proyecto inicial. Para la tumba del pontífice, se
pensó en la iglesia de San Pedro, que estaba entonces en plena construcción, e incluso en
un lugar de honor bajo la cúpula prevista.
Pero Miguel Ángel se ganó desde entonces el obstinado rencor del gran arquitecto
Bramante. Este antagonismo le perseguiría durante mucho tiempo y no favorecería sus
empresas. El mismo Julio II cambió de ideas; encargó a Buonarroti una estatua colosal de
él mismo, en bronce, destinada a decorar la fachada de San Petronio, en Bolonia y a
simbolizar la sujeción de la al papa. Esta obra en bronce, excepcional en la obra del artista,
conocería la suerte de los cambios políticos: a la primera rebelión que aconteció fue
derribada y fundida.
historia sagrada.
Prescindiendo de una unidad perspectiva y mediante los grandes saltos de escala
que se establecen entre las distintas representaciones, quedan aislados los personajes
singulares o los grupos, que de esta manera adquieren un extraordinario resalte. La
policromía, basada en los colores complementarios, propios de la tradición florentina -ojo y
verde, naranja y azul, morado y amarillo- está estrechamente vinculada al relieve, y sirve
para modular, en mayor o menor grado, los efectos volumétricos; pero en ciertos casos,
sobre todo en las historias de la creación y en las figuras colindantes -las últimas que se
pintaron- la neutralidad tonal obtenida con el equilibrio de los campos contrapuestos se
rompe, a causa de la prolongación de algunos dilatadísimos campos, amarillos o violetas,
determinados por tonalidades cambiantes; el color se convierte entonces en un medio
alternante, que va debilitando los valores plásticos. Este abuso del relieve alcanza su
máximo grado en la figura de Jonás, colocada en el eje de la pared del fondo, y dominada
por la masa irisada del pez.
Se sabe que Miguel Ángel pintó las historias en orden inverso al cronológico, y sin
valerse de ninguna ayuda; analizado bajo este punto de vista, el fresco es ilustrativo de su
progresivo dominio de la técnica ejecutiva y refleja además, según una de las
interpretaciones, el sentido “anagógico” del relato principal, que se remonta del pecado a la
inocencia y a la divina acción originaria: a medida que se aproxima a la divinidad, Miguel
Ángel atenúa la consistencia plástica de la representación, no sólo mediante un artificio
estilístico, sino merced a una especie de contención, en violento contraste con su
temperamento agresivo. En esta obra, rica en incomparables invenciones formales, el
resquebrajamiento de la forma se hace ya evidente, con enorme anticipación respecto de
sus posteriores experiencias.
El Juicio Final
El fresco del Juicio Final que ideó el año 35, lo realiza del 36 al 41. Su gran novedad
estriba en la renuncia a cualquier tipo de encuadre arquitectónico: las figuras desnudas están
suspendidas en un espacio vacío, carente de cualificación ambiental, sólo en parte análogo
al espacio perspectivo de los grandes frescos tradicionales cuya historia va de Signorelli a
Rafael. Faltan o quedan reducidas a un segundo plano las sugerencias de profundidad,
puesto que las figuras se amontonan en primer plano; la composición del conjunto no está
ordenada jerárquicamente en cuanto a la posición de las figuras dentro de una continuidad
perspectiva, sino por una serie de roturas de esta continuidad que imprimen a las figuras o
a los grupos de figuras unos impulsos dinámicos concatenados. La figura de Cristo, aislada
de las otras por un leve salto de escala, está compensada por el violento gesto de los brazos
que ejecutan dos movimientos opuestos; siguiendo la rotación que resulta de este gesto,
todas las demás figuras se mueven alrededor de Cristo, arrastradas por la misma fuerza
irresistible. El movimiento del conjunto se complica con los movimientos secundarios de
los personajes “incontables” según Vasari, no tanto por el número de ellos, como por la
variedad. de sus posturas, que sugieren un panorama universal de la humanidad. Miguel
Ángel utiliza aquí muchas de sus invenciones plásticas estudiadas en obras precedentes;
pero precisamente su carácter de movimientos secundarios dominados por la rotación
general, despoja a los personajes de una gran parte de su vigor intencional. Los gestos se
aplacan en el aire, los movimientos apasionados se repliegan en los escorzos de miembros
sobrecargados por su propio peso. El afán de acumulación figurativa en algunas zonas del
fresco contrasta abiertamente con otras zonas vacías, coloreadas por la viva tonalidad azul,
uniforme e irreal del cielo; ésta es una de las premisas teóricas que Miguel Ángel, en este
mismo período, aconseja seguir a Francisco de Holanda, usado sin embargo en este caso
con libertad desconcertante. La composición resulta similar a un collage, y sugiere la idea de
un agregado infinito que sólo puede captarse aislando sucesivamente las partes. Incluso los
indicios del proceso de ejecución, efectuado por pequeñas zonas yuxtapuestas, siguiendo la
técnica tradicional del fresco, son perceptibles porque así lo quiso el artista.
Esta obra coincide con un período en el que Pablo III desarrolla el más decisivo
esfuerzo para reformar la Iglesia católica y enfrentarse con los protestantes; fue comenzada
mientras Pole y Cantarini preparaban el Consi1ium de emendanza Ecclesia y terminada en los
momentos del enfrentamiento de Ratisbona. La gran “historia” miguelangelesca capta
verdaderamente el clima cultural de los primeros años del pontificado: un momento
efímero en el que prevalece una mentalidad religiosa vinculada a la tradición humanística,
neoplatónica y erasmista. Este clima hizo viable un encargo semejante, y quizá inspiró a
Miguel Ángel la exaltación del misterio religioso, a través de la representación exclusiva de
la figura humana; sin embargo, la participación del artista con el grupo que comisiona la
obra no es tan completa como en los tiempos en que pinta los frescos de la bóveda. La
evolución ideológica de Miguel Ángel influye ahora de manera decisiva en su figuratividad
artística, y su actual falta de fe en el valor del mundo visible prevalece en su visión del
futuro fin del mundo; así, mientras plasma todo un repertorio de desnudos en múltiples y
variadísimas posturas, se entretiene Miguel Ángel en descomponer la forma humana de
distintas maneras, hasta llegar a los cadáveres y a los grotescos demonios colocados en la
parte inferior de la composición.
En el Juicio Final, Miguel Ángel pretende plasmar exhaustivamente su temática
pictórica, y quema en cierto sentido, sus últimas oportunidades. Cuando, el año 42, Pablo
III le encarga los frescos de la capilla Paulina, Miguel Ángel pinta la caída de San Pablo
-entre 1542 y el 45- y la Crucifixión de San Pablo -entre 1546 y el 50- no sólo con gran
esfuerzo físico sino con un espíritu distinto, indiferente y sumiso. Los más esforzados
análisis estilísticos no han podido justificar la endeblez de estas pinturas, dentro de las
cuales la maestría del artista se manifiesta con singular contención; Miguel Ángel, entonces,
Estas pilastras, que articulan los muros y se corresponden con las vigas, son una
herencia del Quattrocento. Sin embargo, ningún interior cuatrocentista muestra el
tratamiento de los paramentos situados entre las pilastras utilizado aquí. Consiste en un
escalonamiento en tres niveles: el más profundo contiene los marcos de las ventanas; el del
medio lleva los vanos tapiados del piso superior y los altos rectangulares en los que están
colocadas las ventanas, y el tercero es el formado por las pilastras y su basa corrida. Las
molduras de los marcos son de pietra serena, y los paramentos, de estuco blanco. Este
escalonamiento dota a los paramentos de una profundidad sin precedentes. La diferencia
funcional existente entre los elementos sustentantes y los muros enmarcados por ellos se
manifiesta con toda claridad en la yuxtaposición de formas tridimensionales y
bidimensionales. Al mismo tiempo, Miguel Ángel resolvió un problema estructural. Como
los muros de la sala de lectura se levantaban directamente encima de los del claustro
antiguo, tenía que reducir lo más posible su peso y volumen, lo que consiguió gracias al
sistema de marcos y niveles de la articulación. En definitiva, las pilastras hacen las veces de
revestimiento de los paramentos ubicados a modo de pilares entre las ventanas y que son
en realidad los que sostienen la techumbre y desempeñan una verdadera función
estructural.
Cuando Miguel Ángel se fue de Florencia en 1534, sólo se habían levantado los
muros de la sala de lectura. El pavimento, los asientos y la techumbre no se añadieron hasta
alrededor de 1540, pero el diseño que el artista había hecho de ellos era tan preciso que
cabe considerar como obra suya tanto la estructura como la decoración de la sala. De todos
modos, el ricetto siguió siendo prácticamente un armazón hasta el siglo XX. La parte
superior que vemos hoy día se completó en 1904, fecha en que se acabaron también las tres
ventanas que dan al claustro, así como la articulación del interior, que sólo se había
completado hasta esta nueva parte por el lado sur. La escalera fue construida en 1559 por
Ammannati, al que Miguel Ángel había enviado una maqueta de arcilla en 1558.
El ricetto
Los primeros diseños, realizados en 1524, muestran dos tramos de escalera situados
junto a los muros laterales del ricetto y formando un puente delante de la puerta de la sala de
lectura. Sin embargo, en 1525, Miguel Ángel decidió trasladar la escalera al centro del
vestíbulo y comenzarla con tres tramos, que se unirían en uno solo en el piso superior. En
1550, Tribolo intentó acabar este proyecto utilizando unos escalones ya construidos según
las instrucciones de Miguel Ángel, pero no llegó a hacerlo. Ammannati aprovechó algunos
de estos escalones cuando construyó la escalera actual, pero no cabe identificar ésta con el
proyecto de 1533-1534, ya que adaptó los escalones antiguos a otros de piedra diferente;
además, en respuesta al interés que mostró Vasari por el diseño de la escalera en 1555,
Miguel Ángel manifestó que no se acordaba ya de él, lo que indica que la maqueta de arcilla
que le envió a Ammannati en 1558, según la cual se construyó la escalera, era un nuevo
diseño realizado entre 1555 y 1558.
No cabe duda de que Ammannati se esforzó cuanto pudo por hacer realidad las
ideas de Miguel Ángel; pero el escaso material del que disponía, el tamaño relativamente
pequeño de la maqueta de arcilla y las instrucciones de Miguel Ángel sólo podían darle una
idea general de la forma, por lo que los detalles quedaron a discreción suya.
La escalera ocupa la mitad de la superficie del ricceto, que mide 9,50 por 10,30 m. La
parte inferior, compuesta por nueve escalones, se divide en tres tramos. El borde de los
peldaños centrales es convexo, mientras que el de los laterales, separados de los anteriores
por balaustradas es recto. Los tres escalones inferiores del tramo central son más anchos y
altos que los que les siguen y semejan grandes losas ovaladas, la más baja de las cuales
sobresale del resto de la escalera extendiéndose sobre el suelo del ricetto, del mismo modo
que el décimo peldaño convexo lo hace sobre el descansillo.
La sala de planta casi cuadrada donde está situada la escalera es tan poco corriente
como ésta. Su extraordinaria altura (alrededor de 14,6 m.) es fruto de la modificación del
proyecto mencionado anteriormente, tras rechazarse la propuesta de Miguel Ángel de
utilizar tragaluces para iluminar el ricetto. El artista había pensado desde el primer momento
colocar columnas pareadas en el cuerpo intermedio. Las columnas están empotradas en el
paramento, y en las superficies situadas entre cada par de ellas hay profundos nichos
rectangulares con frontones en voladizo, encima de los cuales aparecen paneles con marcos
lisos. Lo extraño de esta articulación radica en el hecho de que el paramento no esté tratado
como un plano. Las partes de éste enmarcadas por las columnas pareadas tienen tanto
vuelo que parecen bloques tridimensionales, y en las esquinas llevan pilastras que se
corresponden con las columnas. En definitiva, en cada una de las cuatro paredes hay seis
columnas y tres superficies murales. El espacio parece estar conformado por elementos
tridimensionales y no por un paramento continuo. La estructura mural situada detrás de
estos elementos es tan delgada que apenas se puede distinguir en la planta; de hecho, la
techumbre de madera no iba a descansar sobre los muros exteriores; sino sobre los pares
de columnas. En el tercer cuerpo, que se añadió tras la revisión del proyecto, el sistema del
principal queda reducido a dos dimensiones: sobre las columnas se alzan pilastras pareadas,
y sobre las superficies murales, marcos cuadrados. Mientras que en el cuerpo central se
advierte claramente la interrelación de las fuerzas en juego, el superior nos muestra sólo la
proyección de los elementos sobre el plano del muro.
Comparados con los paramentos ricamente modelados del cuerpo central, los del
inferior resultan muy sencillos. Este cuerpo, el correspondiente a la escalera, contiene la
puerta de entrada, flanqueada por inmensas volutas que sobresalen del muro por debajo de
las columnas de modo que parecen pertenecer al cuerpo central. Al igual que en la Sacristía
Nueva, los muros le resultan inconcebiblemente altos al espectador situado en el cuerpo
inferior, pues se siente incapaz de encontrar una relación racional entre ellos y su propia
altura. Las basas de las columnas pareadas están por encima del nivel de la escalera y sus
capiteles, muy por encima del dintel de la puerta de la sala de lectura, por lo que las
columnas del cuerpo central adquieren aún más prominencia -su vertical ininterrumpida
gobierna el efecto general del ricetto, mientras que las cornisas, con sus diversos grados de
vuelo, apenas influyen en la impresión global. Las verticales de los muros contrastan con
los planos horizontales de los peldaños. Pero incluso en la escalera, el observador parece
estar enfrentándose a fuerzas sobrehumanas. La anchura de los escalones aumenta de
arriba abajo, por lo que todo el que desciende por la escalera tiene la sensación de estar
entrando en una amplísima habitación, mientras que al que va a subirla le parece que los
escalones más bajos se ensanchan para recibirle. Las formas redondas, pesadas y
sumamente dinámicas que caracterizan la escalera llevan el sello del último estilo de Miguel
Ángel, mientras que la articulación de los paramentos se remonta a una fase anterior. Los
muros estaban casi acabados cuando Miguel Ángel se marchó de Florencia en 1534.
El contraste que se advierte entre la alta antecámara y la larga sala de lectura no está
previsto. En los primeros diseños hay también un orden de columnas pareadas en los
muros de la segunda. Fue tras el cambio de planes que supuso el aumento de la altura del
ricetto cuando Miguel Ángel se decidió por el mucho más reposado sistema de pilastras y la
cornisa sin vuelo observables hoy día. El motivo de las columnas pareadas quedó
circunscrito al ricetto, por lo que cobra mayor fuerza expresiva.
Incluso los contemporáneos se dieron cuenta de que la composición y los detalles
de la Laurenziana constituían una ruptura radical con la tradición. Este hecho es cierto no
sólo en el caso del vocabulario formal. Porque, si la organización espacial parece opresiva y
empequeñecedora, y si da la impresión de que las columnas han sido insertadas a la fuerza
en los muros, se debe a que el propósito de la arquitectura es despertar emociones
concretas en el espectador. Miguel Ángel expresó en sus sonetos la idea de la figura
aprisionada en el bloque y que el escultor libera, y similares ideas se manifiestan en la
relación existente entre la columna y el muro en la estructura de la Laurenziana. La fuerza
dramática de la escalera, que con tanta frecuencia se ha descrito, es una de estas
innovaciones. La escalera exterior construida por Bramante ante la exedra del Belvedere no
tiene continuación fuera de sus escalones concéntricos; pero en 4 del ricetto, los peldaños
inferiores se expanden hacia fuera, y los superiores parecen conducir irresistiblemente al
observador hacia arriba, a la sala de lectura, por la sola fuerza de la gradación de su
anchura. Otro rasgo característico es la transformación del motivo tradicional del edículo
en el cuerpo central del ricetto: las pilastras que enmarcan las superficies murales se
ensanchan hacia arriba, por lo que la parte superior resulta más pesada que la inferior. La
divergencia entre esta oblicuidad de los marcos y los bordes verticales del muro producen,
una vez más, una sensación de inmenso peso atrapado en el espacio. Ya hemos visto una
emotividad similar en las formas arquitectónicas del palacio del Te, construido por Giulio
Romano en la misma época. En este caso, el artista no permite que el observador llegue a
saber muy bien si el edificio sigue todavía en construcción o está ya en ruinas; sus
extravagantes ideas dejan perplejo al observador, igual que el humor negro. Sin embargo,
para Miguel Ángel las fuerzas palpitantes en la piedra son una parábola de la tragedia de la
vida humana. Al igual que Giulio Romano, Miguel Ángel adopta el lenguaje formal de
Bramante y Rafael, pero para entender el nuevo significado que él le da, es preciso
compararlo con su prototipo, el modelo clásico. El motivo de las columnas pareadas, por
ejemplo, había hecho ya su aparición en el palacio Caprini; pero a diferencia del maravilloso
equilibrio impreso por Bramante entre los planos horizontales y verticales y entre los dos
cuerpos que, a pesar de todas sus diferencias formales, resultan igualmente pesados, los
elementos horizontales del ricetto son tan delicados desde el punto de vista de la forma que
las columnas pareadas del cuerpo principal dominan la sala entera. En la arquitectura
clásica, la columna es la imagen del equilibrio de fuerzas creado por el arquitecto. No es de
extrañar que aparezca a menudo en los tratados representada antropomórficamente. Al
igual que el hombre, se la puede describir como un organismo independiente, separado de
su entorno. Las columnas del ricetto no podrían entenderse como formas independientes si
no fuera porque están pareadas, aunque están separadas del muro, producen una sensación
tan grande de sostenimiento vertical que cabría compararlas con pilares góticos. Por último,
debido a su altura y posición en el muro, cobran una expresividad dramática que no es en
absoluto clásica.
El Capitolio
Desde los tiempos medievales, la sede del gobierno de la ciudad de Roma había
estado en la Piazza del Campidoglio, creada tras el derrumbamiento de los antiguos
templos en la suave depresión situada entre las dos elevaciones del Mons Capitolinus. El lado
oriental de la plaza estaba ocupado por el edificio fortificado del Palazzo del Senatore,
cabeza nominal de la administración de la ciudad. En el lado norte se encontraba el flanco
longitudinal de la iglesia de los franciscanos, Santa Maria in Aracoeli, y frente a éste se
alzaba la estructura cuatrocentista del Palazzo dei Conservatori, cuya planta baja albergaba
la sede de los gremios. Del lado occidental, abierto, salía un sendero empinado que
conducía a la ciudad.
Miguel Ángel modificó las fachadas de los palacios del Senatore de los Conservatori
pero conservó su emplazamiento original. Además, “duplicando” el segundo por el lado
norte redujo el tamaño de la plaza y quitó la iglesia de la vista general.
El desarrollo de los planes de reconstrucción del Capitolio no se ha elucidado
nunca satisfactoriamente. En las fuentes, el nombre de Miguel Ángel no aparece hasta
1539, cuando se colocó la estatua de Marco Aurelio y se construyó bajo Santa in Aracoeli
un muro de contención. En 1544, se añadieron al transepto de la iglesia una logia de tres
crujías y un tramo de escalera, para poder entrar así directamente desde la plaza, ya que la
iglesia se utilizaba también para las ceremonias religiosas oficiales. Poco después, se
comenzó la doble escalera situada delante del palacio del Senatore y, entre 1550 y 1553, se
construyeron junto al dei Conservatori una logia de tres crujías y una escalera. Es evidente
que este sistema de tres grandes escaleras se ejecutó de acuerdo con un proyecto
homogéneo que existía ya cuando Miguel Ángel colocó en su sitio la estatua ecuestre y es
probable, aunque no está probado, que figurasen en dicho proyecto las modificaciones de
los dos palacios. La última etapa de las obras, que dio a la plaza su forma actual, se inició en
1561, es decir, tres años antes de la muerte de Miguel Ángel, cuando el papa Pío IV destinó
al proyecto los fondos necesarios y ordenó una restauración completa del palacio del
Senatore. Se volvieron a cambiar el pedestal y el emplazamiento de la estatua de Marco
Aurelio, se construyó la balaustrada que discurre a lo largo del lado occidental de la plaza y
se erigió una nueva fachada en el palacio dei Conservatori. Un amigo patricio de Miguel
Ángel, Tommaso dei Cavalieri, se encargó de las obras del palacio del Senatore, mientras
que los planos del palacio dei Conservatori los hizo el arquitecto Guidetto Guidetti “de
acuerdo con las instrucciones de Miguel Ángel”. No cabe duda de que las obras encargadas
por Pío IV se basaban en un proyecto global de Miguel Ángel, que probablemente sea el
que ha llegado hasta nosotros a través de los grabados de Etienne Dupérac, publicados tras
la muerte del artista. Los grabados, como es lógico, difícilmente se pueden considerar una
reproducción exacta de un dibujo de la mano de Miguel Ángel, pues, por lo que sabemos,
en ninguno de sus edificios el artista materializó sus ideas en un diseño definitivo. En
cualquier caso, Dupérac trató de combinar las partes reconocibles de los edificios todavía
inacabados con lo que sabía o sospechaba de las intenciones de Miguel Ángel. De lo que no
cabe duda es que reflejó fielmente en sus grabados los rasgos más destacados del proyecto.
La explicación más sencilla de las discrepancias entre los grabados y los actuales
edificios radica en que quedó a juicio de los sucesores del maestro suplir lo que éste no
había indicado. Los grabados de Dupérac sirvieron seguramente de guía para las partes
construidas posteriormente.
La fachada del palacio dei Conservatori se completó en 1584 y la del palacio del
Senatore alrededor de 1600. El arquitecto ejecutante fue Giacomo della Porta. La antigua
torre del segundo de estos palacios resultó dañada por un rayo en 1577, siendo
reconstruida por Martino Lunghi, en 1583, en el lugar previsto por el proyecto de Miguel
Ángel, aunque no de acuerdo con el diseño de éste. En esos mismos años, Porta concluyó
su trabajo en la cordonata, la rampa con balaustrada que conduce a la plaza. El edificio
llamado Palazzo Nuovo, el “duplicado” del palacio dei Conservatori, no se construyó hasta
el siglo XVII, concretamente entre 1603 y 1654. Fue en los palacios del Campidoglio
donde el denominado orden colosal apareció por primera vez en la arquitectura civil del
Renacimiento romano. Las ocho grandes pilastras de los dos cuerpos del palacio de los
Conservadores se alzan para sostener la cornisa independientemente de la división
horizontal creada detrás de ellas. Las columnas y cornisas de las logias de la planta baja
forman un sistema secundario respecto del anterior. El orden colosal soluciona de modo
simple y radical un gran problema que había preocupado a los arquitectos desde la época de
Alberti, a saber, cómo combinar el sistema antiguo de columnas o pilastras y cornisas con
la división en cuerpos de un palacio moderno, con sus ventanas e hiladas voladas, de modo
que los elementos verticales que se alzan desde el suelo soporten la cornisa de la misma
manera que lo hacen en la arquitectura clásica. Las pilastras son la parte delantera de unos
pilares cuyas separaciones se corresponden con la sucesión de las salas de la planta baja.
Los tabiques divisorios de éstas se combinan con los pilares para formar un sistema
uniforme de muros sustentantes que recuerda la estructura de los edificios de hormigón
modernos. La construcción era tan estable que permitió a Miguel Ángel dotar a la logia de
la planta baja de una cubierta adintelada. La techumbre de cada crujía se apoya en cuatro
columnas, de las que dos están en la fachada y las otras en el muro posterior. Estas
columnas, junto con los tabiques divisorios de las salas adyacentes, constituyen el
“armazón” de la planta baja. No obstante, cada crujía de la logia es una unidad estructural
prácticamente independiente insertada en el orden colosal. La función de ambos órdenes
queda perfectamente reflejada en la fachada. Las pilastras y la cornisa de remate se
encuentran en el primer plano; la fila de pilares que aparecen a izquierda y derecha de las
pilastras gigantes, en el intermedio, y la hilada volada de la planta baja y el paramento del
piso principal, en el posterior. La cornisa sostenida por las pilastras no tiene vuelo respecto
a ellas, y por otro lado, la del orden menor une los pilares entre sí, haciendo que éstos
absorban el arquitrabe de la planta baja. Al igual que en la sala de lectura de la Laurenziana,
el material utilizado en los elementos de apoyo es distinto del de las superficies no
sustentantes. En las pilastras, columnas, cornisas y pilares se utiliza travertino, y en el resto,
ladrillo, por lo que en lugar del acusado contraste entre elementos gris oscuro y superficies
blancas, tan característico de Florencia, aparece el menos intenso que forman el gris claro y
el rojo del ladrillo típicos de Roma. En el edificio de tres cuerpos del palacio del Senatore,
Miguel Ángel trató la planta baja como si fuese el basamento almohadillado del orden
colosal. Las pilastras de éste forman una especie de pantalla que oculta el edificio antiguo
(conservado en gran parte detrás de la fachada): no tienen función estructural. La doble
escalera que conduce a la planta principal se eleva por delante de la planta baja, por lo que
no interrumpe las grandes pilastras. Esta escalera y la elevada posición del orden colosal
son expresión del status del palacio del Senatore, que se alza por encima de las fachadas de
los edificios contiguos haciendo que éstos parezcan «estar a sus pies». El visitante que llega
al Capitolio por la cordonata, ve la estatua ecuestre y, detrás de ella, el alto pórtico del palacio
del Senatore.
En la planta, las fachadas del palacio dei Conservatori y su “duplicado”, el Palazzo
Nuovo, forman ángulos y agudos con la del Senatore, y obtusos con la balaustrada de la
cordonata. Así pues, la forma de la plaza es un trapecio, fruto del mantenimiento de las
fachadas de los dos edificios antiguos. Sin embargo, la estricta simetría de los palacios
gemelos, que es, junto con el orden colosal, la auténtica innovación del proyecto, hace que
a primera vista perciba la plaza Como un rectángulo. como muestran los grabados de
Dupérac, Miguel Ángel había planeado tres anillos concéntricos de escalones ovalados que
descendiesen hacia el centro de la plaza y que el dibujo del pavimento limitado por este
óvalo irradiase en forma de estrella desde el pedestal de la estatua. Debido a la combinación
de las formas ovalada y trapezoidal, las enjutas de la segunda parecen del mismo tamaño, lo
que crea que la ilusión de que el trapecio se vea como un rectángulo. Además, como el eje
longitudinal está a escuadra con el palacio del Senatore y la balaustrada de la cordonata, el
observador cree que el eje transversal forma también ángulo recto con las fachadas de los
palacios laterales, y de ahí que éstos parezcan paralelos. Así pues, la decoración ovalada del
pavimento impide al observador advertir la forma trapezoidal “irregular” y le obliga a ver la
plaza como una figura regular, es decir, como un rectángulo.
La decoración del pavimento cumple otra función perfectamente clara. El gran
óvalo, que contiene el pedestal igualmente ovalado, y las líneas decorativas que tienen su
inicio y final en éste hacen que la estatua parezca más grande de lo que es. Esta
magnificación ficticia es una característica del Miguel Ángel escultor. “Monumentalizando”
la escala de la estatua, es decir, adaptándola a la de los edificios circundantes, la
representación del emperador romano se convierte en el auténtico tema de la composición.
Además, las otras estatuas relacionadas con el proyecto, tales como los dioses fluviales de la
escalera del palacio del Senatore y las figuras de la balaustrada, quedan integradas en el
esquema general.
La reconstrucción del Capitolio llevada a cabo por Miguel Ángel ocupa un lugar sin
igual en la historia del urbanismo. El emplazamiento del conjunto arquitectónico en la
histórica colina del centro de la antigua Roma era único. La plaza no tiene antecedentes ni
sucesores. La Piazzetta de Venecia y el Campidoglio son dos de los más maravillosos y
espléndidos ejemplos de plaza mayor italiana. Cada uno de estos recintos está delimitado
por fachadas relativamente uniformes, lo que hace de ellos una especie de “plaza-salón”.
Por otro lado, la antigua estatua del emperador sirvió de modelo de todas las figuras
ecuestres que se erigieron en las principales plazas de Europa desde mediados del siglo XVI
hasta el XIX.
Palacio Farnese
Cuando Miguel Ángel se hizo cargo de las obras del palacio Farnesio en 1546, el ala
posterior del patio ya estaba comenzada, y en la parte delantera del piso principal ya había
algunas estancias a la derecha del eje central listas para ser ocupadas. Miguel Ángel dejó
inalterado el orden jónico utilizado por Sangallo en la logia del patio, aunque aumentó la
altura del entablamento y lo decoró con un friso de guirnaldas, máscaras y flores de lis.
Dicha elevación permitió aumentar también la altura de la bóveda de la logia, cuyo
arranque se encuentra, por tanto a un nivel más alto de lo corriente. Consecuencia de todo
ello es el espacioso pasillo, que, semejante a una sala, se extiende por delante de los salones
de gala del palacio, los cuales alcanzan su punto culminante en el gran salón. Es probable
que el tamaño actual de este
último lo definiese Sangallo,
pero su pavimento y
techumbre no se completaron
hasta alrededor de 1580. Tiene
cinco ventanas en la fachada
principal y tres en las laterales,
y una altura equivalente a dos
de los cuerpos de la fachada,
por lo que las ventanas del
tercero son los vanos de la
parte alta del salón. Miguel
Ángel diseñó la cornisa de la
fachada y el piso superior del
patio. Su trabajo en el palacio
Farnesio quedó recogido en
varios grabados de la época.
En 1549, Lafreri editó una
vista de la fachada, que se había acabado hacía poco, con la plaza delante. Este grabado
muestra en el pavimento de la plaza un gran dibujo ajedrezado, cuyos cuadros tienen la
misma anchura que las calles de la fachada. Se sabe que las casas que se levantan en el
emplazamiento de la actual plaza fueron adquiridas por los Farnesio antes de 1549. Por
consiguiente, el trazado y el tamaño del recinto están estrechamente relacionados con la
construcción en sí. El dibujo geométrico que aparece en el grabado habría dado a la plaza
una escala bien clara y definida, regida por la arquitectura; forma parte de la composición
arquitectónica tanto como el dibujo ovalado del pavimento del Campidoglio. Es posible,
por tanto, que el grabado ilustre un diseño no ejecutado del pavimento de la plaza Farnesio
realizado por Miguel Ángel. Y lo mismo cabe decir de un proyecto para e] ala posterior del
patio que aparece reproducido en un grabado de 1560 y que se le ha atribuido al propio
Miguel Ángel. Este proyecto habría abierto el piso principal por el ala posterior con una
logia. Según Vasari, Miguel Ángel pensaba construir un puente para unir los jardines
situados detrás del palacio con los jardines Farnesina de la ribera opuesta del Tíber, que los
Farnesio tenían alquilados en ese momento. La plaza situada frente al palacio iba a
desempeñar un papel en la composición arquitectónica, y el espacio abierto detrás de él,
también. El objeto de la logia de tres crujías era, por un lado, que el espectador situado en
la parte frontal del piso principal tuviese una vista del río y los jardines y, por el otro, que se
pudiera ver el patio desde el jardín. Es característico de Miguel Ángel que sólo llevase
arcadas el piso principal y la superior, que está articulada por pilastras y ventanas, no. El
hecho de que el observador situado en el patio tenga la sensación de encontrarse en una
habitación totalmente cerrada se debe en gran medida a la forma del suelo.
San Pedro
Cuando Miguel Ángel sucedió a Sangallo como arquitecto-jefe de San Pedro en
1546, emprendió una tarea que para muchos de sus contemporáneos parecía sobrehumana.
La comisión encargada de las obras no abrigaba ninguna duda acerca de que la
continuación del edificio según la maqueta hecha por Sangallo en 1539-1543 exigiría un
gran desembolso de dinero. Debió ser una gran sorpresa para sus miembros que Miguel
Ángel, nada más ocupar el cargo, tuviese hechas ya dos maquetas que mostraban un diseño
totalmente diferente. La aceptación de su proyecto sólo lo consiguió gracias al apoyo del
papa; en realidad, incluso los sucesores de Pablo III tomaron parte en las disputas del
artista con los miembros de la comisión. Como no aceptaba ningún pago anticipado por su
trabajo, estaba muy bien considerado. Al final recibió cincuenta ducados mensuales, pero se
le pagaron del tesoro papal, no de los fondos de la comisión, por lo que no se veía obligado
a soportar las presiones de ésta.
Miguel Ángel resolvió los problemas que no habían sido capaces de solucionar sus
predecesores. Impulsó las obras con tal tenacidad que se podía dar por sentado que a su
muerte estaría terminado el edificio. Cuando se produjo ésta, en 1564, el brazo meridional
de la cruz estaba acabado; en el septentrional sólo quedaba por terminar parte del
abovedamiento, y en cuanto al tambor de la cúpula, estaba prácticamente concluido. Los
brazos norte y sur construidos por Miguel Ángel forman el transepto de la actual iglesia. El
brazo occidental de la cruz, el actual presbiterio, se construyó a finales del siglo XVI tras la
demolición del coro de Rossellino y Bramante. Dicho brazo, de acuerdo con el proyecto de
Miguel Ángel, tiene una planta y un alzado idénticos a los de los otros dos.
Son fuentes de la evolución del proyecto del Miguel Ángel y del progreso de las
obras durante el mandato de Miguel Ángel como arquitecto-jefe sus propios bosquejos,
documentos, cuentas y numerosas vistas del edificio acabado, así como tres grabados de
Dupérac, que aparecieron poco después de la muerte del artista y que reproducen la planta,
la sección y el alzado de San Pedro. La interpretación de esas fuentes sigue siendo bastante
controvertida. Como en el caso del Capitolio, Miguel Ángel no dejó ninguna maqueta
definitiva ni vinculante. Los grabados de Dupérac muestran que los brazos norte y sur de la
cruz fueron ejecutados por Miguel Ángel, mientras que el ático aparece en el estado en que
se encontraba tras las modificaciones realizadas por los sucesores inmediatos del artista. No
cabe la menor duda que la reproducción de Dupérac del brazo occidental se corresponde
con lo previsto por Miguel Ángel. Por otro lado, las contradicciones del dibujo de la
fachada oriental hacen suponer que no se habían realizado aún planos definitivos de esta
parte a la muerte del artista. Lo primero que llama la atención al comparar la planta de
Miguel Ángel con las de sus predecesores es el reforzamiento que rodea la totalidad de los
muros, que es el resultado de una simplificación radical del sistema estructural. Los cuatro
grandes pilares de la cúpula no están rodeados, por así decirlo, por un conglomerado de
capillas secundarias más bien confuso, sino por el cuadrado de los muros exteriores, del
que sólo sobresalen los ábsides de los brazos de la cruz. Los deambulatorios de éstos, así
como el campanario, se han eliminado; se han acortado los brazos y los ocho
“contrapilares” que reciben el empuje lateral de la cúpula se fusionan con los muros
exteriores.
Miguel Ángel declaró que había remodelado la planta de Bramanted porque su
cúpula, al igual que la de éste, se alza sobre la intersección de los brazos, con bóveda de
cañón y terminados en ábsides, de una cruz griega. Lo que Miguel Ángel no adoptó fue el
sistema de cúpulas menores de Bramante, que, por su función estructural y multiplicidad
espacial, recuerdan a todas luces las termas antiguas. El equilibrado agrupamiento de
cúpulas menores y campanario, de cúpulas más o menos altas, era incompatible con la
sencillez estructural y la unidad global que buscaba él. Los muros exteriores tenían ahora la
misma altura en todo su contorno y estaban articulados por los mismos pares de colosales
pilastras corintias que Bramante había diseñado como soportes de la cúpula en el interior.
Asimismo, el ático situado sobre la cornisa principal se prolongó también alrededor de
todo el edificio, de modo que oculta el abovedamiento de los brazos de la cruz. Un pórtico
con frontón se añadió al brazo oriental a modo de fachada; sus columnas iban a tener la
misma altura que las pilastras que articulan los muros y el frontón se elevaría sólo
ligeramente por encima del ático.
La perfecta armonía del interior y el exterior es uno de los rasgos innovadores del
diseño. La articulación de los muros es exactamente igual por dentro que por fuera. La
auténtica fachada del edificio es, en realidad, todo el exterior. Miguel Ángel remodeló la
planta centralizada de Bramante, ya que la suya habría ofrecido la misma vista por todos los
lados. El pórtico de entrada apenas habría interrumpido la continuidad de los muros
exteriores. Entre 1558 y 1561, Miguel Ángel hizo una maqueta de madera de la cúpula
principal que todavía se conserva. La cúpula en sí fue ejecutada por Giacomo della Porta
entre 1588 y 1591. Al igual que la proyectada por Miguel Ángel, es de doble cascarón, pero
está más apuntada. Como Della Porta alteró el cascarón exterior de la maqueta de Miguel
Ángel en el mismo sentido, los grabados de Dupérac que muestran ésta antes de dicha
alteración y en relación con la totalidad del edificio, reproducen las ideas del artista mejor
que la propia maqueta y que la cúpula acabada. Por su forma semiesférica -aunque no por
su estructura- la cúpula de Miguel Ángel trae a la memoria el Panteón y el proyecto de
Bramante de 1506. Al igual que la de Bramante, se alza sobre un tambor con columnas,
pero éstas están pareadas y flanquean las ventanas en lugar de ocultarlas. Para el
observador, la sucesión rítmica de columnas pareadas y ventanas parece una continuación
del motivo de pilastras pareadas de los muros exteriores. Aunque los planos verticales
dominan el tambor, la semiesfera de la cúpula da la impresión de ser una forma en reposo
en la que culmina el movimiento ascendente de dichos planos. Sus nervios se estrechan
hacia arriba hasta quedar truncados por la base de la linterna. Así como la cúpula descansa
sobre las cornisas horizontales del tambor y su ático, la linterna lo hace en el anillo
horizontal del vértice de aquélla, con lo que se consigue un perfecto equilibrio entre los
planos verticales y horizontales que queda realzado por las inmensas pilastras de los muros
exteriores y el perfil de la cúpula, así como por los festones del ático del tambor y los
ventanucos de la cúpula.
La maqueta de Miguel Ángel de 1558-1561 fue el fruto de años de estudio y
experimentación. Poco después de tomar posesión de su cargo, el artista escribió a
Florencia pidiendo las dimensiones de la cúpula de Brunelleschi, lo que demuestra que, a
diferencia de Bramante y Sangallo, tenía la estructura del doble cascarón en la mente desde
un principio. En los primeros estudios ambos cascarones tienen un acusado perfil “gótico”
y los dibujos iniciales del tambor y la linterna recuerdan la catedral de Florencia. De los
grabados de Dupérac se deduce que proporción entre las alturas de la cúpula y la linterna
no quedó definitivamente fijada hasta después de 1561, es decir, una vez acabada la
maqueta. Dado su método de trabajo, es muy probable que Miguel Ángel utilizase la
maqueta como “punto de referencia” visual y volviese a revisar los planos en el último
momento, y en este caso habría que considerar los aspectos formales y estructurales
simultáneamente. Las cúpulas menores que aparecen en los grabados de Dupérac son
absolutamente incompatibles, tanto por su perfil como por sus detalles, con el estilo de
Miguel Ángel. El lenguaje formal apunta a Vignola, que sucedió a Miguel Ángel en San
Pedro. Se ha intentado varias veces explicar la discrepancia. Es muy poco probable que
Miguel Ángel pensase eliminar las cúpulas menores, y en tal caso, lo que Dupérac
reprodujo sería una de las nuevas y singularísimas ideas de Vignola. Por otro lado, tampoco
hay que descartar la posibilidad de que Miguel Ángel diseñara tales cúpulas, pero no dejara
ningún dibujo de ellas, en cuyo caso, Vignola habría “puesto en práctica” el proyecto de
Miguel Ángel. Las cúpulas menores que se ejecutaron fueron diseñadas por Della Porta,
siendo erigida poco antes que la cúpula principal la situada al norte y poco después la
situada al sur. No son sustancialmente distintas que las que aparecen en los grabados, pero
el perfil es más apuntado; el tambor y los nervios tienen un relieve más pronunciado, y en
lugar de la insignificante linterna proyectada, Della Porta copió la construida por Miguel
Ángel en la Sacristía Nueva de San Lorenzo. La cúpula principal se apoya en los pilares de
Bramante, tal como proyectara éste, domina el exterior de la iglesia. Miguel Ángel concibió
los métodos prácticos que permitieron hacer realidad las ideas de Bramante, y a él se debe
que el anillo mural que rodea el interior se funda con la cúpula en un conjunto artístico,
dentro del cual los distintos elementos tienen una función estética y estructural
perfectamente clara. La interrelación de las pilastras pareadas que se elevan vigorosamente
desde el suelo y el pesado entablamento la repiten en el ático del tambor los planos
verticales y horizontales. Esta polaridad entre elementos dinámicos y en reposo alcanza su
máxima expresión en la cúpula. El perfil, más alto y apuntado, del cascarón exterior de San
Pedro hace que la cúpula acabada resulte más ligera de lo que Miguel Ángel tenía pensado y
también que los planos verticales que se alzan hacia ella sean más pronunciados. Sin
embargo, la cúpula que podemos contemplar hoy en día se atiene tanto a las ideas del
artista que cabría considerarla obra suya.
Capilla Sforza
La capilla conmemorativa de los Sforza de Santa Maria Maggiore, comenzada
alrededor de 1560 y consagrada en 1573, es la única obra en la que Miguel Ángel hizo
realidad la más tardía de sus concepciones espaciales. Las dimensiones son
extraordinariamente grandes para este tipo, pues mide alrededor de dieciocho metros tanto
de anchura como de altura y profundidad. Estas proporciones habrían sido ideales para una
planta cuadrada o cruciforme con cúpula sobre el crucero; pero Miguel Ángel lleva el
“crucero” hacia delante, hacia el muro de la nave lateral de la iglesia, con la que está
conectado por una estrecha y corta bóveda de cañón. Los transeptos de la capilla tienen
ábsides abovedados; en la planta, sus muros son segmentos circulares notablemente
achatados, adyacentes al lado externo de los pilares del crucero. El cuarto brazo de la cruz,
que alberga el altar, es de planta rectangular, y la anchura de la bóveda de cañón es mayor
que la profundidad. Enfrente de las caras diagonales de los pilares del crucero se alzan
columnas exentas y la bóveda que cubre éste parece una vela hinchada por el viento. Entre
el estrecho arranque de los arcos y los capiteles de las columnas se han insertado inmensas
impostas, cuyas molduras planas, se continúan alrededor de los muros.
No hay ninguna analogía en la arquitectura de la época con la curva aparentemente
casual del crucero y los ábsides, que desafía todo intento de definición geométrica. Estas
curvas no están determinadas por la forma geométrica de los planos del muro o de los
arcos, sino por el espacio circunscrito, por la configuración del volumen conformado por
muros y arcos. Uno de los elementos del “contenido” de este espacio son las columnas de
travertino, de 9,5 m de altura, que se alzan exentas en el espacio a modo de monumentos.
La monocromía de los paramentos, el relieve acusadamente bajo de sus articulaciones, la
abundante luz que se derrama desde las altas ventanas, las transiciones singularmente lisas
entre los paños del abovedamiento, éstos son los medios que permiten al espectador
familiarizarse con el carácter escultórico del espacio. Como muestra la planta, el interior se
ha dilatado tanto como lo permite el espacio disponible, y al mismo tiempo, los segmentos
achatados de los ábsides y del abovedamiento transmiten al observador la impresión de que
las formas poco prominentes definen dicho espacio con la mayor economía posible.
TEMA 10. MANIERISMO Y CRISIS (II).
LA HEREJÍA DE GIULIO ROMANO
Palacio del Té
Se preveía construir el palacio del Te en una isla situada a extramuros de la ciudad, en
la que, desde tiempo inmemorial, se encontraban las cuadras de los Gonzaga y pastaban sus
famosos sementales. Según Vasari, la primera idea de Federico fue edificar un simple pabellón
donde se pudiese tomar algún refrigerio y descansar tras montar a caballo. Fueron estas
modestas intenciones las que sirvieron de base a Giulio para diseñar el elaborado edificio que
podemos ver hoy.
Las cartas intercambiadas entre el cliente y el artista nos muestran a un Giulio
arquitecto, artista, contratista y maestro de obras. Dichas cartas indican también hasta qué
punto el cliente estaba deseoso de acabar el edificio cuanto antes. Giulio tuvo que justificar
repetidas veces retrasos debidos a la carencia de obreros cualificados, a enfermedades o
trabajos en otros lugares. Se comprende mejor la insistencia de Federico cuando se piensa en
todas las villas de la época que quedaron inacabadas o que se tardaron décadas en terminar. Lo
más probable es que el Marchese quisiera brillar más que su hermana Eleonor de Urbino, que
poseía una gran villa cerca de Pesaro. Hacia finales de 1534, la estructura y decoración del
palacio del Te ya estaban prácticamente acabadas.
Vasari se refiere a “un edificio cuadrado, con
un patio provisto de césped y cuatro entradas. La
primera de éstas, que el visitante procedente de la
ciudad advierte de inmediato, da acceso a una
amplísima logia que se abre al jardín, mientras que otras
dos conducen a diferentes estancias decoradas con
pinturas y estuco”. Estas concisas frases, que están
seguidas por siete páginas con descripciones de los
elementos accesorios y del programa iconográfico, no
permiten adivinar en realidad las sorpresas que atesora
el palacio. De entrada, las dimensiones no son nada
corrientes. El exterior tiene el aspecto de un bajo
bloque de un solo cuerpo y de una anchura cinco veces
mayor que su altura. Las dos fachadas que miran a la ciudad tienen un orden dórico colosal,
pero las separaciones entre las pilastras son desiguales y, por tanto, en las esquinas chocan
entre sí sistemas de carácter diferente. Los pórticos y las ventanas ostentan un vigoroso
almohadillado y los detalles son tan extravagantes como en el palacio Maccarani. La
“amplísima logia” mencionada por Vasari da acceso a un vestíbulo tetrástilo, cuyas naves
laterales tienen techos adintelados y cuya nave central está cubierta con una bóveda de cañón.
El sistema del triple vestíbulo aparece en forma de “atrium” en la edición del tratado de
Vitruvio publicada por fray Giocondo en 1511. Es probable que a 1a hora de adoptar dicho
sistema, Giulio Romano se basara en el proyecto de villa Madama, estructura bien conocida
por él. Es evidente que con la combinación de columnas, arquitrabe, techo adintelado y bóveda
de cañón artesonada (el modelo de los artesones fue la basílica de Majencio en vez del
Panteón) se persigue una evocación de los edificios antiguos. Sin embargo, la primera
sensación experimentada por el visitante no es la de encontrarse frente a un edificio “clásico”.
Las columnas y pilastras están recubiertas con un grueso almohadillado. El espectador se siente
impulsado a imaginar el aspecto que tendrían las columnas de mármol, que parecen recién
salidas de las canteras, una vez labradas. Se ha modelado cuidadosamente el arquitrabe, pero en
el centro de cada uno de los intercolumnios hay una “clave” totalmente arbitraria provista de
una superficie almohadillada. Resulta difícil no tener la impresión de que dichas claves se
dejaron inacabadas “involuntariamente”. Esta sensación resulta casi más extraña al experto que
al visitante normal, pues, al fin y al cabo, el acabado de las columnas y el arquitrabe era un
trabajo rutinario para los maestros albañiles.
En las esquinas del patio, al igual que en el exterior del palacio, chocan entre sí
distintos sistemas. En los lados septentrional y meridional, los paramentos situados entre las
semicolumnas tienen la misma anchura; sin embargo, en los lados oriental y occidental se
observa que una sucesión de superficies alternadas de mayor y menor tamaño, lo que
constituye una variante del sistema utilizado por Bramante en el patio superior del Belvedere.
Entre las semicolumnas se advierte la presencia simultánea de un tosco almohadillado y una
elegante sillería. En dos de los lados del patio, se tiene la impresión de que los triglifos del
entablamento están a punto de resbalar sobre el muro. La sensación general es que las
superficies han quedado inacabadas; parece como si ninguno de los elementos individuales
hubiese encontrado su emplazamiento definitivo; se advierte una situación provisional e
inestable. Al igual que en el Palacio Maccarani, el espectador se siente constantemente burlado.
Han desaparecido los adornos de colores que debían realzar el carácter fantástico e inestable de
la fachada. Su grado de influencia en el efecto general se puede observar todavía en el interior,
que, a pesar de siglos de incuria y repetidos repintes, se conserva bastante bien. El duque
mandó que pintaran sus caballos favoritos en los frescos de la Sala dei Cavalli. Aparecen a
tamaño natural e inquietantemente vivos delante de las pilastras y nichos de la arquitectura
ficticia. Los nichos contienen figuras en grisalla de los dioses del Olimpo. La mezcla de varios
niveles de realidad es tan esencial en este estilo como la yuxtaposición de detalles formalmente
acabados y totalmente amorfos. Da la impresión de que las vigas de madera del techo de la Sala
dei Cavalli estuviesen entrelazadas.
La interacción de ilusión y realidad alcanza su punto culminante en los frescos de la
Sala dei Giganti. El visitante tiene la sensación de encontrarse rodeado por unas paredes que se
tambalean. Este efecto tiene su origen en las rocas que caen sobre los gigantes vencidos por
Zeus. El dios, blandiendo su rayo, aparece por encima de unas nubes. Un templo monóptero,
que representa al Olimpo, flota a una altura inaccesible en el vértice de la bóveda. Este cuadro
de caos y terror recuerda a El Bosco. No hay un solo elemento acentuado de carácter
horizontal o vertical donde poder fijar la mirada; los muros que delimitan la sala parecen ceder
ante la horrible presión procedente de arriba. El arquitecto ha abandonado el lenguaje
arquitectónico. No le preocupa más que la expresividad, la emoción que la estancia puede
despertar en el visitante. La Sala dei Giganti se construyó treinta años después del Tempietto y
quince años después de la Sala de las Columnas de la villa Farnesina. Contemplados desde este
punto de vista, Bramante y Peruzzi parecen encontrarse más cerca del arquitecto del Partenón
que del discípulo de Rafael.
La fachada del palacio del Te que da al jardín se encuentra toda ella provista de arcos.
En el centro hay una logia de tres crujías, y las bóvedas de cada una de éstas descansan sobre
cuatro columnas. En esta logia, el visitante que sale de la exuberante Sala dei Giganti se ve
rodeado de livianos muros y columnas blanqueadas con estuco. Las columnas son perfectas
tanto por su forma como por sus dimensiones. Las bóvedas recuerdan las decoraciones de la
época del emperador Augusto. Giulio Romano despliega aquí su conocimiento de Alberti y de
los principios de la arquitectura clásica. Unos colosales entablamentos con molduras clásicas
aparecen sobre los grupos de columnas, de suerte que no hay una conexión inmediata entre
éstas y los arcos de medio punto. Se advierte una similar combinación de columnas, arquitrabe
y arcos de medio punto en las logias de menor altura situadas a ambos lados de la sección
central, logias que son, de hecho, balcones poco profundos. Tal y como se puede ver en el
plano de la planta, dichas logias, a semejanza de los triforios góticos, forman un “muro
cortina” de carácter exclusivamente estético.
Si nos situamos frente a la fachada, se puede ver el vestíbulo tetrástilo y almohadillado
a través del pórtico de la logia y al otro lado del patio. El contraste es intencionado. En este
edificio se observa por doquier el choque entre lo acabado e inacabado, entre formas
ortodoxas y no convencionales, entre “fortissimos” y “pianissimos”. Parece como si el
arquitecto, por arte de magia, mantuviera en suspenso por un momento las fuerzas en juego, el
conflicto planteado entre orden y caos.
Palacio Ducal
En el palacio que los Gonzaga tenían en la ciudad, Giulio diseñó, además de algunos
interiores, el ala meridional del actual Cortile della Cavallerizza, la llamada fachada del Estivale.
En esta fachada de siete calles se vuelve al sistema del palacio Caprini; sin embargo, en el
palacio ducal el almohadillado se extiende también al cuerpo principal de una manera de lo más
extraña, y lo que es más aún: el movimiento hace acto de presencia en el más tranquilo de los
órdenes clásicos. Las columnas dóricas se retuercen helicoidalmente alrededor de sus ejes. Sus
basas almohadilladas sobresalen del paramento y, en consecuencia, necesitan apoyarse sobre
unas ménsulas situadas entre los arcos de la planta baja. Los arcos se flexionan y adoptan la
forma de arcos rebajados bajo el peso de las hiladas voladas superiores, y los frontones de las
ventanas del piso principal pasan a ser arcos de descarga de carácter liso. En este caso, la
relación entre elementos sustentadores y sustentados vuelve a ser dinámica, pero no armónica.
Arquitectura Religiosa
La posición y la influencia de Giulio permanecieron invariables cuando, tras la muerte
del duque Federico en 1540, el cardenal Ercole Gonzaga asumió la regencia durante la minoría
de edad de Francesco III. Giulio tuvo que enfrentarse por primera vez a los problemas de la
arquitectura religiosa: se le confió la restauración de la catedral de Mantua y de la iglesia abacial
de San Benedetto Polirone, edificio situado no lejos de dicha ciudad. Observando el aspecto
actual de ambos edificios, no se puede saber exactamente el estado en que se encontraban
antes de la restauración ni el grado de participación de Giulio en esta última. En la catedral, se
conservaron los muros exteriores medievales y las obras se circunscribieron a las cinco naves
del interior. La nave central, con su techo adintelado y sus columnas y arquitrabe de estilo
corintio, trae a la memoria la vieja basílica de San Pedro. Las bóvedas de cañón de las naves
contiguas a la central ostentan una profusa decoración, mientras que las exteriores tienen
techos adintelados y artesonados. Esta curiosa sucesión de techos adintelados y abovedados se
continúa en las capillas de las naves laterales exteriores: alternativamente, unos arcos de medio
punto dan acceso a unas capillas adinteladas y unos pasadizos adintelados conducen a unas
capillas abovedadas.
En la iglesia de San Benedetto se restauró también el exterior. En la fachada y en los
lados del templo, Giulio adoptó el motivo del arco triunfal utilizado por Bramante en el patio
superior del Belvedere. En el interior, se conservaron las bóvedas del siglo XIII, pero se
cambió por completo el sistema medieval consistente en la alternación de pilares de mayor y
menor tamaño. Los pilares principales se recubrieron con pilastras, mientras que los de tamaño
menor se reemplazaron por dos columnas de pequeña altura que, con su arquitrabe, forman un
orden secundario. En medio de cada crujía, al igual que en las naves laterales exteriores de la
catedral de Mantua, unos arcos de medio punto interrumpen el discurrir del arquitrabe.
Resulta revelador que un artista tan fértil y original adoptase en estos edificios formas
procedentes de una basílica paleocristiana y del patio superior del Belvedere, de Bramante. Las
formas del palacio del Te están calculadas para ser contempladas desde cerca. Dado el tamaño
y las exigencias litúrgicas de ambos templos, Giulio se vio obligado a recurrir a otros medios si
quería producir los efectos de contraste que eran característicos de su concepción
arquitectónica. El contraste entre las naves laterales abovedadas y adinteladas de la catedral, la
confusa composición del interior de la iglesia de San Benedetto y la mezcla de elementos
nuevos y viejos en uno y otro edificio no son menos sorprendentes que las estancias del
palacio del Te. Pero los estudiados efectos de sorpresa y contraste en estructuras del tamaño de
la iglesia de San Benedetto resultan mezquinos, pues a esa escala los ojos del visitante necesitan
claridad, equilibrio y estabilidad.
Villa Farnesina
El primer edificio que Peruzzi erigió en Roma fue la villa construida por su paisano
Agostino Chigi entre 1509 y 1511. Se alza en la vía Lungara, la arteria que se estaba
abriendo a la sazón entre el Vaticano y el Trastévere, bordeando el río Tiber. Hoy en día, la
villa Farnesina, junto a las obras de Bramante, se destaca como el edificio más importante
construido en la primera década del siglo XVI. Es también la primera villa suburbana
erigida en el Cinquecento. Es un rasgo típico de Peruzzi que dicho edificio no constituya la
continuación o al comienzo de una tradición diferencia de las villas construidas a finales
siglo XV -Poggio a Caino, Poggioreale Belvedere de Inocencio VIII- en que dos de sus
lados exteriores tienen el aspecto de un palacio de dos cuerpos. En Roma, la articulación de
estas “fachadas principales” mediante pilastras dóricas y ventanas rectangulares era
novedad. La Cancillería y los edificios derivados del anterior tienen todavía ventanas con
arcos de medio punto en la planta baja y en el piso principal. La ausencia de rítmicos
grupos de pilastras y de incrustaciones de mármol representa una notable diferencia
respecto de la Cancillería. La fachada que da al jardín -una logia de cinco crujías flanqueada
por dos prominentes alas-, constituye uno de los primeros ejemplos de esa planta en forma
de “U” que habría de sobrevivir sobre todo en Francia, como cour d´honneur. El cuarto lado,
que da al Tíber, se asemeja dos fachadas principales, salvo en la logia de la planta baja.
La planta, al igual que las fachadas, es asimétrica. La mitad de la planta está ocupada
por las dos logias antes mencionadas, logias que son perpendiculares entre sí. Con esto, se
busca establecer una vista hacia el jardín y hacia el río. Dichas logias aloja frescos
ejecutados por Rafael y sus discípulos: en la del jardín, el ciclo de Psique y en la del río, el
horóscopo mítico del dueño de la mansión y el Triunfo de Galatea. A diferencia de la villa
Madama, construida años más tarde, en que el estuco desempeñaba un papel importante, la
decoración de la villa Farnesina, al igual que la de las estancias de Rafael en el Vaticano,
realizada prácticamente por la misma época, es casi por entero pictórica. Los frescos de la
villa Farnesina constituyen, junto con los de los muros de las Estancias, el ejemplo más
importante de esa pintura arquitectónica en perspectiva que, según Alberti, otorga al pintor
su supremacía sobre el arquitecto. Seguramente no fue una casualidad que el pintor Peruzzi
realizara personalmente la decoración de la sala de recepción de su cliente situada en el piso
principal. El simple nombre de la estancia -Sala de las Columnas- indica hasta qué punto la
pintura arquitectónica es el elemento dominante en la misma. El asunto de los frescos son
los dioses del Olimpo. El punto de vista que rige la falsa perspectiva de los frescos se
encuentra no lejos de la entrada. Los dos lados más cortos de la estancia ostentan
alternativamente enormes pilares adornados con pilastras y columnas muy separadas entre
sí. El visitante tiene la sensación de mirar por un balcón y de estar contemplando el paisaje
romano a través de los espacios situados entre las columnas. La sala carece de zócalo: los
pilares y las columnas parecen descansar directamente sobre el suelo, de suerte que el
espectador no ve más que elementos sustentadores un ilusorio espacio abierto. No hay,
como en el caso de las estancias de Rafael, un pedestal continuo. En la capilla Chigi de la
iglesia de Santa Maria del Popolo, construida poco después de la villa Farnesina para el
mismo cliente, Rafael dota a las pilastras de unas basas de pequeña altura similares a las de
la Sala de las Columnas. El efecto es el mismo en ambos casos: el espectador no ve la
estructura arquitectónica desde fuera o desde abajo, como ocurriría si contemplara su
cuadro, sino que se siente envuelto por ella.
En la historia de la pintura en perspectiva, la Sala de las Columnas ocupa un
curioso lugar de transición. El establecimiento del punto de vista se atiene todavía por
completo a la tradición de Bramante. Peruzzi, sin embargo, va más allá de éste en la medida
que su perspectiva no se puede percibir de una sola ojeada. Dicha perspectiva está en
función de las cuatro paredes, y aunque la ampliación ficticia del espacio real podría
considerarse una contrapartida secular del coro de Santa Maria presso San Satiro, Peruzzi
da un paso más al representar el espacio abierto situado más allá de las paredes. Desde un
punto de vista estilístico, la arquitectura ficticia de la Sala de las Columnas es tributaria del
repertorio formal de Bramante, mientras que el tratamiento del orden toscano sigue al pie
de la letra las reglas establecidas en el Tempietto. Se puede suponer también que la
arquitectura de Bramante está en el origen de los pilares revestidos con pilastras.
No obstante, a pesar de la precisión y elegancia de los detalles, el verdadero encanto
de la villa Farnesina reside en el conjunto soberbiamente planificado: la acompasada
sucesión de las habitaciones, la confortable escalera, las dos logias abiertas de la planta baja,
en las que, al igual que en la cerrada Sala de las Columnas, la pintura parece trascender la
arquitectura. Sería una injusticia considerar la arquitectura de la villa Farnesina como una
arquitectura de pintor o como un mero soporte de los frescos. En ningún otro edificio
renacentista se alcanza tal perfección a la hora de unir arquitectura y pintura, ese ideal del
arte italiano desde la capilla de la Arena de Giotto. Con toda probabilidad, Vasari se refería
también a la unidad de las artes cuando calificó el edificio de la villa Farnesina de “de algo
no construido, sino nacido”. En la villa Farnesina, un edificio relativamente pequeño, se
alcanza dicho ideal, mientras que en el proyecto mucho más monumental de la basílica de
San Pedro, el mismo artista no pasó de idear diversos proyectos.
GALEZZO ALESSI
Al igual que Palladio y Vignola, Galeazzo Alessi (1512-1572), natural de Perugia, es
uno de los grandes arquitectos del período. Sus edificios tienen una importancia tipológica
y estilística para Génova y Milán similar a los palacios y villas de Palladio para el Véneto.
No obstante, a diferencia de sus grandes contemporáneos, Alessi no escribió ningún
tratado, lo que quizá sea una de las razones de que carezcamos de suficientes
conocimientos de su obra y carrera.
Los primeros edificios de Alessi muestran que tenía un dominio absoluto del
repertorio arquitectónico romano de la época. Santa Maria di Carignano, iglesia de planta
centralizada situada en una colina desde la que se divisa toda la ciudad, es inimaginable sin
los proyectos realizados por Sangallo y Miguel Ángel para San Pedro.
Villa Cambiaso
La planta de la villa Cambiaso (1548), con su logia de tres crujías flanqueada por
dos calles más prominentes, se atiene a un tipo que muy probablemente tenga su origen en
Peruzzi. Clara muestra de que Alessi estaba muy familiarizado con los palacios veroneses
de Sanmicheli es la soberbia articulación de la fachada: semicolumnas dóricas en la planta
baja, pilastras jónicas de fuste estriado en la superior, que aparecen pareadas en los
extremos, dotando al orden de una energía propia de Rafael. La disposición del interior no
es menos genial. El salón principal está situado sobre la logia de entrada y el vestíbulo
adyacente, y su abovedamiento llega hasta el mismo tejado, por lo que está iluminado
también por unos ventanucos superiores. Detrás del salón hay una logia, cuyos arcos están
separados por dos pares de columnas. Los paramentos de la logia muestran la misma
combinación de austeridad monumental y riqueza decorativa de la fachada: los sofitos de
los arcos están decorados, las enjutas entre los arcos están llenas de términos y la cornisa de
remate presenta una profusa ornamentación.
Santa María de Carignano
La iglesia de Santa Maria de Carignano, proyectada en 1549, se levanta en una
colina que pertenecía a los Sauli. Hay numerosas anécdotas que demuestran que la fundó
esta familia como un monumento a sí misma, por lo que, a diferencia de lo ocurrido en San
Pedro, no hubo circunstancias históricas ni litúrgicas que impidiesen la realización del ideal
de iglesia de planta centralizada. Los deseos de los fundadores coincidían perfectamente
con las ideas del arquitecto. En una carta dirigida a su patrón, Alessi llama a la iglesia la
“primogénita de mis creaciones y la más querida de todas mis hijas”.
Al igual que en el proyecto de San Pedro realizado por Miguel Ángel, la planta
cuadrada abarca la cruz griega formada por los brazos principales y las cuatro capillas de las
esquinas; desde fuera, el ábside, encajado en un rectángulo de mampostería, se nos muestra
sobresaliendo del cuadrado. La cúpula del crucero está rodeada de cuatro cúpulas menores
y de dos campanarios, no de los cuatro previstos en un principio. Estos últimos son casi
tan altos como la cúpula principal, mientras que las cuatro cúpulas menores apenas se alzan
por encima del tejado. Los soportes del crucero son extraordinariamente macizos, y el
diámetro de la cúpula es ligeramente mayor que la anchura de los brazos de crucero. En
este caso, Alessi se basó en San Pedro, por lo que la cúpula resulta por dentro algo
achaparrada: a pesar de su altura, no parece ser el centro del edificio, sino un mero realce
vertical de la intersección de los cuatro brazos del crucero. En el exterior, éstos tienen
fachadas, con pilastras colosales que sostienen frontones con grandes lunetas.
El proyecto estrictamente clásico de Alessi no se llevó a cabo en su totalidad, ni
siquiera en la ejecución de las fachadas; además, la profusa decoración escultórica añadida
en el siglo XVII modificó el efecto del diseño original. De todos modos, Santa Maria di
Carignano, junto con las iglesias de Todi y Montepulciano, es uno de los edificios de planta
centralizadas más bellos del siglo XVI. Al igual que las demás obras de Alessi, su fama
sobrepasó las fronteras de Italia, gracias a su inclusión en un libro de grabados de Rubens
publicado en 1622 con el título de Palazzi di Genova.
Palacio Marino
El mayor palacio diseñado por Alessi para un patrón genovés se alza en el centro de
Milán. El cliente, Tommaso Marino, se había hecho rico en esta ciudad dedicándose a la
banca y a la recaudación de impuestos; en cierto edificio aparece una inscripción en la que
se llama a sí mismo duque de Terranuova, título que adquirió por la inmensa suma de
trescientos escudos. El tamaño y el lujo de su casa, una típica mansión de nouveau riche, no
tienen precedentes entre los patricios de la época: su extensión es casi igual que la del
palacio Lateranense de Sixto V en Roma; las fachadas, de tres cuerpos, son de diecisiete y
once calles, respectivamente, y de 62 y 54 metros de anchura y 23 de altura; el salón,
situado entre dos patios mide unos 22 metros de largo por 11 de ancho. La fachada tiene el
mismo sistema “clásico” de articulación que la villa Cambiaso de Génova, pero los
elementos subordinados tienen vida propia, por lo que la decoración ahoga la estructura.
Los edículos de las ventanas de la planta baja constituyen un orden jónico menor
apretujado entre las semicolumnas dóricas del orden principal. El arquitrabe de los edículos
se compone de bloques de piedra con mucho vuelo y los fustes de las columnas parecen
abrazar el paramento. En la planta principal, las pilastras de los jambajes se estrechan hacia
abajo y los frontones están interrumpidos por grotescas cabezas humanas o de animales
que hacen las veces de ménsulas de los jambajes del entresuelo. En el cuerpo superior, las
pilastras del orden principal también se estrechan, por lo que las estrías convergen en la
parte inferior. Además, en lo alto de la pilastra, en vez de un capitel convencional, hay un
bloque cuadrado que lleva una gigantesca cabeza enmarcada por cartelas.
Cada par de las veinticuatro columnas del patio sostiene un arquitrabe que forma la
línea de impostas de los arcos de medio punto, por lo que los pesados soportes del piso
superior se alzan sobre los intercolumnios de la planta baja. El contraste entre la profusa
decoración de los soportes jónicos y la sencillez de las columnas dóricas es intencionada.
Para el teórico, el primero es femenino, y el segundo, femenino; en consecuencia, hay
cabezas de león en las cartelas situadas sobre las columnas dóricas y cariátides en el orden
jónico del piso superior.
Los orígenes estilísticos de esta arquitectura “pictórica” hay que buscarlos en la
obra del círculo de Rafael, por ejemplo, en la fachada revestida de estuco del palacio del
Aquila, en las logias del Vaticano o en los edificios roma- nos y mantuanos de Giulio
Romano. En Roma, la tendencia pictórica, tal como aparece a mediados del siglo,
especialmente en la obra de Pirro Ligorio, dejó paso al estilo de Miguel Ángel y Vignola,
más austero. En Lombardía, en cambio, donde había un gusto innato por la profusión
decorativa de las superficies planas, floreció. Esta inclinación lombarda por la decoración
explicaría también por qué la antropomorfización de los elementos tos arquitectónicos no
quedó confinada a la decoración de villas y fuentas públicas, como ocurrió en Roma.
El nombre de Alessi aparece en los documentos de casi todos los edificios
importantes que se construyeron en Milán alrededor de 1560. Su prestigio estaba basado
con toda probabilidad en el efecto del palacio Marino. Además, Alessi supo recoger la
herencia de los dos arquitectos más importantes que trabajaron en Milán antes de su
llegada.
FLORENCIA
GIORGIO VASARI
Giorgio Vasari (1511-1574), como arquitecto del duque Cosimo I, desempeñaba
una función y ocupaba una posición similares a las de Pellegrini en Milán y Domenico
Fontana en Roma. Su habilidad diplomática, gran capacidad de trabajo e infatigable energía
hacían de él el artista cortesano ideal. Fue sobre todo su talento para la organización lo que
convirtió a Florencia una vez más en capital del arte europeo a finales del siglo XVI. La
puesta en referencia de la cultura florentina respecto del gran ausente cuenta con Vasari
como catalizador de su triple vertiente: a) como ideólogo y mediatizador; b) con su papel
en la Academia de Disegno; y c) con la consolidación de Florencia en el terreno
arquitectónico.
a) Redactor de las “Vidas de los artistas” (1ª ed. 1550), obra que sintoniza
ampliamente con las aspiraciones florentinas, aporta un concepto progresivo de la
Historia desde el Medievo a Miguel Ángel (en la edición de 1568 amplía su estudio
de la contemporaneidad), valiéndose del método biográfico en una mezcla crítica de
anécdotas y teorizaciones. Así, en su concepto evolutivo, señala la existencia de tres
fases sucesivas en la historia del Renacimiento. La primera de estas fases
comprende el pensamiento y la obra de los precursores del lenguaje renacentista
(Cimabue, Giotto, Amolfo di Cambio), que llevaron a cabo las primeras tentativas
de superar con su arte los rígidos conceptos metafísicos de la Edad Media. En la
segunda fase, desde Brunelleschi y Ghiberti hasta los últimos creadores del
Quattrocento establecen ya una verdadera sintaxis del nuevo arte, aunque, según
Vasari, no llega a desarrollarse enteramente por falta de vigor, mientras que en la
tercera fase, que empieza con Leonardo da Vinci y culmina con Miguel Ángel, se
alcanza la perfetta maniera, superando incluso el ejemplo de los antiguos. En esta
interpretación de la evolución de las formas clásicas durante el Renacimiento, no se
define la verdadera trayectoria del ideal renacentista pero se acierta a señalar la
importancia del cambio que se opera en los primeros años del Cinquecento, cuando el
lenguaje artístico parecía debilitado al convertirse en un objeto de gusto
convencional sometido a normas fijas reconocidas por todos. Esta tercera fase
descrita por Vasari, que puede fijarse entre 1520 y 1600, desencadena la llamada
“crisis del Renacimiento”. Durante dicho período se manifiesta una intensificación
súbita de todos los problemas sociales, económicos y políticos que afectan el
territorio italiano, y la historia de la cultura renacentista parece arrastrada por una
tensión que conduce a revisar las pasadas ilusiones intelectuales, condensando en la
obra de sus mejores artistas una nueva visión del mundo y de la realidad. El ideal de
perfección del Renacimiento, tomado como medida para todas las experiencias
anteriores, aparece de repente como una noción problemática, cuestionable, y los
modelos clásicos, como un precedente emulado y superado. Frente al arte del
Quattrocento, cuyo rasgo más característico es la serenidad rítmica y melodiosa de las
formas integradas en una unidad indivisible, los artistas del Cinquecento celebran la
plenitud de la belleza física y la fuerza expresiva como modelo de fuerza espiritual.
Se perfila ahora un principio de actividad intelectual y artística bien diferenciado del
espíritu de organización racional que fuera propio de la fase anterior. Cada artista
vive y padece como conflicto personal la crisis abierta por la difícil coyuntura
política, económica y social, cuyos efectos pesan gravemente sobre este pasaje
cultural, y su obra se convierte en una revisión y superación de los modelos
clásicos.
b) Las teorizaciones se ligan íntimamente con los dictados de la Academia del Disegno
que funda Vasari en 1522, y que va a producir un cambio muy significativo en la
representación pictórica florentina. Tras una soberbia lección pictórica de Rafael se
produce un pulso entre dos centros: por un lado Venecia y su entendimiento del
color como atributo sustancial de la obra pictórica, identificando la figura a través
de la percepción y la valoración extraordinaria de la luz. En pugna con el
cromatismo veneciano, el Florencia se materializa la preocupación por la dibujística
y, más específicamente, por el “disegno”, que no es sólo el dibujo sino el vehículo
que expresa la ideación más sensible. La pintura florentina institucionalizada en la
academia queda así marcada por el pensamiento vasariano. En este sentido hay que
contemplar el proceso generado con el magisterio e pintores como Andrea del
Sarto, “artista senza errore” (según Vasari) que se multiplica en expresiones del
lugar y de la época, como los sistemas de estilización y de escorzos. Destacaremos
también la obra de un Rosso Fiorentino (su “Angel místico” de los Uffizi) de
Jacopo Pontorno o de Bronzino y su extrema “finesse” de ejecución, especialmente
en la retratística.
c) Si Florencia ya se reconoce arquitectónicamente, en ese momento de crisis no
caben transformaciones en profundidad, sino consolidar la ciudad, sistematizarla
orgánicamente, hacerla aún más reconocible prestigiando el corazón urbano con el
afianzamiento del centro civil. Cosme I pasa a residir en el Palazzo Vecchio,
recualkificado por Vasari a partir de 1555. La decoración formal de sus recintos
adquiere una nueva faz con el uso de la pintura del momento. El salón del
Cinquecento se convierte en el ámbito cortesano por excelencia. Vasari pinta en el
techo “La fundación de Florencia” (1563), compartimentado de acuerdo con un
explícito programa iconográfico que glorifica el mito histórico florentino. Se
recuperan los temas fallidos como las victoriosas batallas de Anghiari y Cascina
(antes encargadas a Leonardo y Miguel Ángel) y se enaltece la figura de Cosme I
“triunfante y glorioso, coronado por Florencia” (Vasari). Se cuelgan tapices, se
exponen esculturas como “El genio de la Victoria” de Miguel Ángel y su
“pendant”, el “Apolo” de Gianbologna, revelando el tránsito estético entre la
fuerza miguelangelesca y al sensibilidad y eficacia en el rigor de la ejecución de
Gianbologna. La multiplicidad de usos incluye las representaciones teatrales, con
telones como el diseñado por Zuccari. Los ambientes privados requieren del
“sancta sanctorum” para satisfacción del señor; así, en 1570 se realiza el Studiolo de
Francisco I desde la profunda convicción de la posesión de una sensibilidad
personal en quien detenta el poder. Las esculturas de Gianbologna o el complejo
programa de pinturas afrontan el papel aúlico del arte.
Sistematización de la Plaza de la Signoria
Cosme I y sus sucesores termina y perfeccionan el centro oficial de la ciudad, es
decir, la plaza de la Señoría; la logia se transforma en un sugestivo museo de escultura. Al
David de Miguel Ángel se suma la fuente del Neptuno de Ammannati (1575) o las
esculturas de la logia dei Lanzi. Este centro del poder granduacal se ve corroborado con la
erección en 1594 de la figura ecuestre de Cosme I, realizada por Gianbologna. El centro
civil florentino desempeña un papel autocelebrativo, manifiesto en toda su dimensión en
visiones como la de Baldassare Lanzi en que la plaza entendida como escenografía aparece
como una síntesis de la “escena trágica” y de la “escena cómica”. Y al espíritu celebrativo se
adscriben los tratamientos concretos que signifiquen instantes singulares de la vida urbana:
revestidos para entradas o aparatos para exequias.
Dependencias Uffizi
A la vez que acondicionaba para residencia del duque el Palazzo Vecchio, Vasari
diseñó los Uffizi, la mayor empresa arquitectónica florentina de la época; según sus propias
palabras, “la logia del inmenso edificio que se extiende hasta el Arno, de todo lo que he
erigido, fue lo más difícil y peligroso, porque había que construirlo sobre el río, en el aire,
por así decirlo”.
Los Uffizi, edificio comenzado antes que las grandes empresas de Sixto V, es, como
El Escorial, que se construyó más o menos en la misma época, un temprano ejemplo de la
arquitectura de la monarquía absoluta. Fue erigido por orden de Cosimo I para albergar
trece organismos administrativos hasta entonces ubicados en vetustas oficinas repartidas
por toda la ciudad. Los documentos contienen considerable información sobre la
resistencia de los gremios a trasladarse allí y de los propietarios de muchas casas, comercios
o talleres demolidos o expropiados para hacer sitio al nuevo edificio.
Las obras se iniciaron en 1560, y cuatro años más tarde se estaba utilizando ya el
bloque adyacente al Palazzo Vecchio y se encontraba casi acabado el lado que da al Arno.
Tras la muerte de Vasari, continuaron las obras Alfonso Parigi y Bernardo Buontalenti, que
las acabaron poco después. Según documentos de la época, su coste total fue de
cuatrocientos mil escudos. Los doce maestros albañiles y los veinticuatro peones
empleados estaban a las órdenes de un supervisor que actuaba en lugar de Vasari. Para
algunas partes del edificio se hicieron maquetas de tamaño natural en madera según
instrucciones de éste. En calidad de provveditore Vasari recibía un salario de ciento cincuenta
escudos además de otros beneficios.
Según las crónicas, los antiguos edificios se demolieron “para construir la calle y la
nueva sede” de la Administración. Los soportales de la planta baja de los Uffizi se
construyeron para el tráfico peatonal y para que esperasen en ellos las personas que iban a
visitar a las autoridades. La calle -de unos ciento cuarenta metros de largo y dieciocho de
ancho y compuesta de uniformes fachadas de cuatro cuerpos perfectamente alineadas y que
se extiende desde la plaza de la Signoria hasta el Arno- es análoga desde el punto de vista
urbanístico a la Strada Nuova de Génova. En este caso, el cliente era la máxima autoridad
del ducado de Toscana, mientras que en Génova, la calle fue encargada por la oligarquía
patricia de la República; de ahí precisamente que los edificios florentinos sean uniformes y
las fachadas genovesas se diferencien entre sí.
Vasari subdividió la larga fachada en unidades de tres calles. En la planta baja,
columnas dóricas pareadas se alternan con pilares más gruesos. En la principal, cada tres
ventanas forman un grupo enmarcado por paramentos lisos. La ventana central lleva un
frontón curvo, y las laterales, uno triangular, por lo que el eje central de cada grupo se
destaca especialmente. Se ha conseguido también un delicado relieve, indispensable para el
efecto general de la larga fachada por medio del ligero vuelo de la cornisa sobre los pilares y
marbetes. Una fachada de esta longitud y altura no admitía detalles complicados; el relieve
tenía que advertirse fácilmente, y un vuelo más acusado, con movimientos rítmicos hacia
atrás y hacia adelante había producido una sensación de desasosiego. El abovedamiento de
los soportales de la planta baja está iluminado por vanos abiertos sobre el orden dórico,
que son similares a los que aparecen en la bóveda artesonada utilizada por Bramante en el
coro de Santa Maria del Popolo y en la logia del patio del palacio Massimo, de Peruzzi. En
este aspecto, cabría afirmar que Vasari se ha basado en modelos “clásicos”. Por otro lado,
se advierte una variante nueva del artesonado tradicional de las bóvedas de cañón. El orden
dórico de la planta baja de los Uffizi lo escogió, como escribe Vasari, el propio duque. Para
la construcción del arquitrabe se utilizó un nuevo tipo de grapas de hierro, que el artista
describe con todo detalle.
Mientras supervisaba las obras de los Uffizi, Vasari se encargó también de la
reconstrucción de la estructura medieval del Palazzo Comunale de Pisa, que fue
remodelado en 1561 por Cosimo I para convertirlo en la residencia de los Cavalieri di San
Stefano, orden fundada por él. Asimismo, en su ciudad natal de Arezzo, diseñó, en 1556, la
iglesia abacial de SS. Fiora y Lucia y, en 1573, las Logge Vasariane.
Muy importante para la arquitectura europea del siglo XVI es la modernización del interior
de las iglesias monásticas florentinas de Santa Maria Novella (1565-1572) y Santa Croce
(1566-1584) llevada a cabo por Vasari. Está estrechamente relacionada con las ideas del
concilio de Trento y es comparable a la labor realizada en la misma época por Carlo
Borromeo en Milán. Ambas iglesias “purificadas” son expresión de la nueva concepción
ideal del espacio abierto y claro manifiesta también el Gesu de Roma. Según él mismo,
Vasari lo hizo por orden de Cosimo I, quien quería, como gobernante católico que era,
seguir las huellas del gran Salomón y “renovar, mejorar y embellecer las iglesias”. Así pues,
tuvo que quitar de la nave las altas divisiones y los coros de los monjes medievales y
colocar la sillería detrás del nuevo altar mayor. En Santa Croce, se colocó en éste un alto
ciborio dorado; además, en ambas iglesias los antiguos altares de las naves laterales fueron
sustituidos por grandes edículos uniformes, con pinturas de altar nuevas.
BARTOLOMEO AMMANNTI
El escultor florentino Bartolomeo Ammannati (1511-1592), que trabajó a las
órdenes de Sansovino en la biblioteca de Venecia, muestra la influencia de éste en su
primera obra arquitectónica, un arco que construyó en el palacio del médico paduano
Marco Benavides, entre el patio y el jardín adyacente. Con su vigoroso orden dórico, el arco
es un excelente ejemplo de una vuelta a la Antigüedad clásica que los humanistas de la
universidad de Padua favorecieron particularmente.
En 1550, tras trabajar algún tiempo en Urbino, Ammannati se mudó a Roma,
donde recibió varios encargos importantes de Julio III por recomendación de su amigo
Vasari, como su participación en las obras de la villa di Papa Giulio. Es muy posible que
ciertos detalles que ésta tiene en común con la Villa Imperiale, de Pesaro, construida para el
duque de Urbino, se deban a Ammannati, que conoció la segunda durante su estancia en
esta última cuidad. La fachada del jardín del actual Palazzo di Firenze, de Roma, renovado y
ampliado por Ammannati para el hermano de Julio III, todavía recuerda el arco de
Benavides por la coherente aplicación de los órdenes clásicos; el relieve menos acusado de
la fachada del patio muestra el interés del artista por el estilo de Vignola.
Ampliación del Palacio Pitti
La obra maestra arquitectónica de Ammannati es el patio del palacio Pitti, de
Florencia, comenzado en 1560. El edificio cuatrocentista que había pasado a manos del
duque Cosimo I en 1549 se componía sólo del bloque de la fachada; el patio estaba todavía
en mantillas. Sin embargo, en una residencia del Cinquecento era imprescindible tener un
patio suntuoso; además, la elevación del terreno situado detrás del edificio y la situación de
éste en las afueras de la ciudad brindaban la oportunidad de crear una composición ideal de
palacio, patio y jardín. Se añadieron dos alas posteriores al antiguo edificio y se construyó
un gran teatro en forma de herradura en el jardín al nivel de la planta principal. La planta
baja y el pavimento del patio no se ven, por tanto, desde el teatro. Un muro de contención
de un solo piso separa el patio del jardín. Al proyectar el trazado había que tener en cuenta
que, visto desde el jardín,.el patio tenía que ser la fachada más llamativa del palacio.
El patio, de tres cuerpos, es uno de los ejemplos más importantes de almohadillo
del Cinquecento. El consejo de Serlio de limitar el uso del almohadillado a las
fortificaciones y edificios de carácter similar no se siguió siempre, como muestran las obras
de Giulio Romano, Alessi y Pellegrini. Mientras que en la fachada de la ceca de Venecia,
ejecutada por Sansovino, el almohadillado se adapta perfectamente a la función del edificio,
en el patio de la Canonica o el palacio Marino, de Milán, no es más que la forma de
expresión del arquitecto.
Ammannati, que había colaborado en la construcción, conocía la fachada de la Villa
di Papa Giulio, uno de los pocos ejemplos de almohadillado de la arquitectura urbana
romana, pero mientras que el portal de Vignola sigue la regla de Serlio, a saber, que sólo el
orden toscano se adapta al almohadillado, el uso de éste en el patio del palacio Pitti se
extiende a los órdenes jónico y corintio de los cuerpos superiores. Son varias las
consideraciones que debieron motivar la infracción del canon. La robustezza del
almohadillado armonizaba perfectamente con el carácter principesco del edificio. El patio
servía de proscenio a las representaciones que tenían lugar en el teatro del jardín, donde la
naturaleza y el arte se combinaba del mismo modo que el almohadillado y la arquitectura.
Digamos, por último, el lado de la entrada cuatrocentista ya estaba almohadillado.
Puente de la Trinidad
La única obra posterior de Ammannati comparable en monumentalidad y fuerza
expresiva al patio del palacio Pitti es el puente de Santa Trinita, de Florencia. La curva de
los tres arcos que lo forman y de la carretera que lo cruza está constituida por segmentos
elípticos. La elasticidad de los arcos carpaneles que comunican las dos orillas del río semeja
la curva que crea el arquero al tensar su arma. Desde la Antigüedad, los arcos de los
puentes siempre habían tenido forma semicircular o de segmento de círculo, salvo en
algunos casos medievales en que eran apuntados, pero la curva elíptica aparece ya en 1547
en el diseño de un pequeño puente cercano a Bolonia proyectado por Vignola. Es posible
también que Ammannati conociese la bóveda utilizada por Miguel Ángel en la planta
principal del palacio Farnesio, cuya corvadura tiene aspecto de arco carpanel de tres
centros, es decir, elíptico. Sabemos que Vasari estudió los proyectos del puente de Santa
Trinita con Miguel Ángel y que se trajo dibujos y notas de ellos a Florencia, por lo que no
es imposible que fuera el segundo el que concibiese la forma de los arcos. En ese caso,
Ammannati sería responsable únicamente de la ejecución, aunque las molduras y tarjetas
heráldicas muestran su inimitable, digna y pausada caligrafía.
BERMARDO BUONTALENTI
La obra de Vasari en los Uffizi la completó Bernardo Buontalenti (1531-1608),
quien, en 1586, dirigió la construcción del teatro del piso superior -el primer teatro
permanente de Florencia (aunque se demolió más tarde)- y diseñó la famosa tribuna, la sala
octogonal cubierta con cúpula donde se exhibían las mejores piezas de la colección de arte
medicea. Buontalenti debe sobre todo su fama a la habilidad técnica que tenía. Construyó
fortalezas, puertos y canales y era especialista en fuegos artificiales. Donde Buontalenti
muestra una inventiva inagotable es en la decoración arquitectónica. Tiene un talento
personal para los detalles ornamentales, y en la forma en general y en la articulación sigue
siendo tradicional. Un famoso ejemplo de ello es la Porta delle Suppliche, entrada lateral de
los Uffizi. Se trata de una puerta de tipo miguelangelesco, pero Buontalenti varía el motivo
del frontón partido invirtiendo los semifrontones, es decir, uniéndolos por uno de los
extremos.
Gruta de los jardines de Boboli
La extravagante gruta situada detrás del
palacio Pitti nos permite hacernos cierta idea de los
desaparecidos jardines trazados por Buontalenti en
Pratolino; es uno de los ejemplos más importantes de
la fusión de la naturaleza y el arte tan característica del
Cinquecento. La fachada, comenzada por Vasari -en
la planta baja se repite el motivo de las dobles
columnas dóricas flanqueadas por pilares que aparece en los Uffizi-, está unida al pasaje que
conduce de los Uffizi al palacio Pitti. Al piso superior, ejecutado por Buontalenti,
difícilmente cabe considerarlo como arquitectura: la piedra pómez que cuelga de los
frontones como estalactitas y el muro de mosaico hacen que la fachada parezca un capricho
de la naturaleza. Sobre el arquitrabe de las columnas, una luneta se abre al oscuro interior
de la gruta, donde estaban “las cuatro figuras toscamente talladas por la mano divina de
Miguel Ángel y que parecen hechas especialmente para este lugar. Sustentan el,
abovedamiento. Buontalenti creó también muchas figuras humanas y de animales, que
mandó a pintar a su discípulo Poccetti”. De la primera gruta, un pasadizo de rocas
artificiales conduce a otra más pequeña, que acaba en una tercera, con una fuente en la
pared de mosaico, cuya agua cae sobre el cristal de roca. En el medio de esta cueva se
encuentra una fuente con la figura desnuda de Venus Anadiomene realizada por
Giambologna. Una vez que los ojos se han acostumbrado a la penumbra, el visitante se
percata de las incontables conchas que recubren los pedestales de las estatuas y los muros,
de los sátiros que asoman por el borde de la fuente, de los surtidores de agua que rodean la
estatua, de las formas aparentemente naturales, jamás tocadas por manos humanas, que hay
en los muros y bóvedas. La gruta representa la cueva de Anadiomene. Lo que se ha creado
en ella con los frescos, el estuco, la piedra apenas labrada y los surtidores son exactamente
el contrapunto del ceremonial de la corte del vecino palacio, una unión de la naturaleza y el
arte que parece proceder de un mundo más antiguo, más primitivo.
Este extraño e intencionado contraste entre una naturaleza todavía informe y una
arquitectura modelada de acuerdo con las reglas del arte se observa a lo largo de todo el
siglo.
TEMA 13
EL VÉNETO I
VENECIA Y VERONA
PRIMERA Y SEGUNDA GENERACIÓN:
FALCONETTO Y SANMICHELI, SANSOVINO
de la estructura gótica. La tracería gótica del palacio de los dogos discurre con delicadeza
ante la poderosa articulación de la biblioteca, donde las imponentes cornisas realzan los
planos horizontales con la misma intensidad que los anchos y lisos paramentos levantados
sobre las logias del palacio de los dogos. A pesar de todas sus diferencias, ambas fachadas
resultan igualmente macizas.
La Biblioteca se comenzó en la esquina adyacente al campanario. Tres tramos del
lado de la Piazza y la arcada adyacente de la fachada principal, la de la Piazzetta, debieron
de completarse en 1540. En diciembre de 1545, la bóveda que cubre los cinco tramos del
piso superior se derrumbó, aunque estaba reforzada con tirantes. Los procuradores
pensaron que había habido negligencia en la supervisión de las obras, así que Sansovino fue
despedido y pasó una temporada en la cárcel, aunque él atribuyó el desastre a una helada
fuera de lo corriente. Al final, los procuradores le concedieron mil ducados para reparar los
daños, a razón de cien al año y con la condición de que pagase de su bolsillo todo lo que
superara esa cantidad. Un año después, se reconstruyeron las partes dañadas, pero
sustituyendo la bóveda por un techo de madera con falso abovedamiento debajo. En 1547,
se le restituyó a Sansovino el cargo de Proto. En 1554, dieciséis arcos de la Piazzetta estaban
acabados y la decoración del interior iba ya muy avanzada, y en 1558 se colocaron los
libros. Los cinco últimos arcos del lado del Molo no se construyeron hasta 1583-1588, con
Vicenzo Scamozzi. En la planta baja de la biblioteca, una logia con bóveda de cañón
discurre por delante de las tiendas. La forma y las molduras de los pilares, que llevan
delante semicolumnas dóricas, recuerdan el orden dórico del patio del palacio Farnesio
antes de su modificación. No cabe duda de que Sansovino conocía el edificio romano, que
se comenzó en 1517. La combinación de pilastra y columna empotrada en los pilares de las
esquinas de la biblioteca recuerda otro edificio de los Sangallo, que también debía conocer
Sansovino: la Madonna di San Biagio, de Montepulciano, comenzado en 1518. Por
consiguiente, no es una mera coincidencia que el orden dórico de Sansovino tenga el
mismo efecto de esplendor y monumentalidad que los edificios romanos de la época de
Rafael. Sansovino intensificó este efecto colocando figuras reclinadas en las enjutas de los
arcos, a la manera de los arcos triunfales romanos, y dando al entablamento la poca
corriente altura de un tercio de la de las columnas. En la vista general de la Piazza, el
imponente carácter del entablamento es un componente esencial del efecto de la biblioteca.
El cuerpo superior tenía que llevar vanos más estrechos y superficies más anchas que la
logia abierta del inferior. Sansovino apoyó las ventanas rematadas con arcos en columnas
exentas; el entablamento de este orden menor queda interrumpido por las columnas
empotradas -también jónicas- del orden principal. Las columnas pequeñas son estriadas, y
las mayores, lisas. Las basas de las segundas descansan sobre pedestales independientes,
mientras que las del orden menor se apoyan en la balaustrada de las ventanas. La cornisa de
remate, con su balaustrada, es aún más pesada y recargada que la del cuerpo inferior. Los
querubines y guirnaldas del friso son un motivo romano. Sansovino hizo en éste una
variación del de terracota construido en el cuerpo superior de la villa Farnesina en 1521,
que lleva también ventanucos decorados de modo similar.
En la crujía central de la planta baja hay una escalera con bóveda de cañón que
conduce a la principal, cuyas salas ocupan toda la anchura del edificio y, por esta razón,
tienen ventanas a ambos lados. El salón principal está en la esquina situada frente al
campanario. Corresponde a siete arcos de la fachada y cabe considerarla como uno de los
interiores más notables y bellos del Cinquecento. En los lados, ventanas rematadas por
arcos alternan con falsos nichos, más bajos, sobre los que se continúan a modo de
molduras las impostas de los arcos. La falsa bóveda es también notable; consiste en bandas
decorativas que se entrecruzan formando cuadrados, en cada uno de los cuales hay una
pintura circular. Este esquema decorativo se atiene a la articulación de las paredes, pero no
llega a ser pintura arquitectónica. Por otro lado, en el vestíbulo del salón principal, la
pintura está totalmente subordinada a la estructura: pilastras de piedra sostienen la cubierta
artesonada, e incluso están enmarcadas por edículos de piedra. El vigoroso relieve de esta
estructura mural sirve de transición entre las formas tridimensionales de la fachada y las
paredes pintadas del salón. Tan magnífica decoración fue obra de Tiziano, el Tintoretto y el
Veronés, y de los escultores Alessandro Vittoria y Danese Cattaneo, Es muy posible que el
conjunto lo diseñase el propio Sansovino.
Como dijeron Vasari y Palladio, la biblioteca de Sansovino implantó en Venecia el
nuevo estilo romano. Palladio dijo de ella que era “el edificio más rico y decorado desde la
Antigüedad”, y Jacob Burckhardt lo consideraba todavía como “el ejemplo de la
arquitectónica civil más espléndido de la Europa moderna”. Por primera vez en Venecia se
aplicaron correctamente los órdenes clásicos, y la relación del peso y apoyo de columnas,
pilares y entablamentos quedó claramente articulada.
Hasta el siglo XVI, el campanario de San Marcos marcó la intersección de la Piazza
y la Piazzetta. En ambos lados, los edificios lindan con él. Es cierto que Sansovino adoptó
en la fachada principal de la biblioteca la delantera de los humildes edificios anteriores, que
estaba determinada por el campanario, pero dejó una separación entre éste y la esquina del
nuevo edificio. La fachada de la biblioteca que da a la Piazza no se construyó sobre los
cimientos de los edificios anteriores, sino que la situó un poco más atrás, con lo que el
recinto es ahora 24 metros más ancho a la altura del campanario y 13 metros en la otra
esquina. En el otro extremo de la Piazzetta, Sansovino demolió los talleres y comercios que
flanqueaban las dos columnas. Sólo entonces la vista se abrió al Canal Grande y a San
Giorgio Maggiore.
En el lado del campanario situado frente a San Marcos se erigió la Loggetta,
diseñada por Sansovino y comenzada en 1537, que servía de sala de juntas para los
consejos de Estado. Esta pequeña logia, llamada en principio el Ridotto dei Nobili, tiene un
solo piso y tres tramos; en la fachada, alternan vanos rematados por arcos de medio punto
con columnas pareadas exentas. Este esquema -variante del motivo del arco triunfal- se
aprecia también en los diseños de la fachada de San Lorenzo, de Florencia, realizados por
Giuliano da Sangallo. Evidentemente, Sansovino lo había utilizado antes en la fachada de
madera de la catedral de Florencia.
La Ceca, situada junto al Molo, se construyó más o menos en la misma época que la
biblioteca y la Loggetta. En la planta baja, las pilastras y arcadas se componen de
almohadillas de mármol. Las columnas dóricas del cuerpo superior están formadas por
troncos cilíndricos anchos y pequeños alternados y están al ras de las ventanas. El esquema
de la planta baja es otra derivación del palacio Caprini de Bramante, pero mientras que éste
pareó las columnas en la planta principal, Sansovino puso doble dintel en las ventanas. El
entablamento y los dinteles tripartitos de las ventanas y la ausencia de toda decoración
dotan a la fachada de una extraña y sombría monumentalidad que refleja perfectamente la
función del edificio. El tercer cuerpo no fue añadido hasta alrededor de 1560,
probablemente por el propio Sansovino. En este caso, las columnas no están al ras de las
ventanas; las “bandas” que las sujetan a los paramentos se extienden hacia los lados hasta
las jambas de las ventanas, que están coronadas con frontones. Una comparación de estos
dos cuerpos demuestra hasta qué punto esta alteración aparentemente insignificante
estropea el aspecto general de la fachada.
Vasari consideraba la fachada de la Ceca como la primera aparición del
almohadillado en Venecia, y, en este sentido, hace hincapié en la fortezza del edificio, epíteto
que Serlio aplica repetidas veces al almohadillado. En la Ceca, éste y las emociones que se
espera que despierte en el espectador están perfectamente a tono con la función del
edificio. Similares tendencias expresivas se observan en los edificios de Giulio Romano,
erigidos no mucho antes, aunque éste utiliza el almohadillado de un modo más caprichoso.
Es muy probable que Sansovino conociese las obras de Mantua; desde luego conocía a
Sanmicheli, que estaba al servicio de la República. En cualquier caso, el almohadillado
desempeña un papel muy importante en su obra.
Palacio Corner
TIPOLÓGICA.
San Francesco de la Vigna
San Giorgio Maggiore
Il Redentore
LA TIPOLOGÍA DE PALACIO. PLANTA Y FACHADA
Basílica de Vicenza
Palacio Porto Colleoni
Palacio Chiericati
Palacio Thiene
Palacio Valmarana
Loggia del Capitaniato
EL PROYECTO PARA EL TEATRO OLÍMPICO
Desde el siglo XVII, el nombre de Andrea Palladio (1508-1580) ha sido sinónimo de
perfección arquitectónica. Hay edificios de este artista en Rusia y Estados Unidos, y son
muchas las personas que visitan la pequeña ciudad de Vicenza con el único objeto de ver las
obras de Palladio.
No obstante, el hecho de que a ningún arquitecto renacentista se le haya estudiado
tanto como a él en la última generación no se debe únicamente a su categoría y fama. En
general, el interés por el Cinquecento es cada vez menor y no ha aumentado nuestro
conocimiento de Pellegrini o Alessi, mientras que con las recientes publicaciones sobre
Palladio se podría llenar una pequeña biblioteca. La razón del actual interés por este artista
radica en la particular cualidad de su trabajo. Sus obras tienen un curioso carácter abstracto y
cabe contemplarlas independientemente de su ambiente, por lo que se prestan a ser imitadas.
Muchas de ellas se atienen a el actual gusto por las superficies lisas, los ángulos rectos y las
sencillas formas cúbicas. Así mismo muchos de sus edificios apenas han sufrido
modificaciones, así que no hace falta mucha imaginación histórica para verlos en su forma
original. Por último, Palladio hizo más duradera su fama con un libro de ilustraciones y
comentarios de su propia obra.
La condición de edificio de recreo, rasgo que diferencia a este edificio de las fincas
palladianas, es claramente perceptible en la suave pendiente del camino de acceso, cuya
voluntad escenográfica es manifiesta. La situación y la disposición de la villa procura además
amplias vistas panorámicas de la campiña circundante. La composición de la fachada ofrece un
logrado juego de relaciones entre los elementos que la integran, como puede apreciarse en la
gradación de alturas que se establece entre el frontón triangular, los tres vanos que hay bajo él y
la cúpula, elemento que preside el conjunto.
LA ARQUITECTURA ECLESIAL. CARACTERÍSTICAS DE LA FACHADA Y
TIPOLÓGICA.
“Nosotros, que no adoramos a falsos dioses, elegiremos la más perfecta y maravillosa
forma para nuestras iglesias. Como el círculo supera a todas las demás formas por ser sencillo,
homogéneo, igual por todas partes, sólido y espacioso, nuestros templos serán circulares. El
círculo refleja la unidad de Dios, su infinita esencia, uniformidad y justicia”.
Este famoso pasaje aparece en el libro IV del tratado de Palladio, escrito cinco años
antes de las Instructiones, de san Carlos Borromeo, donde se rechaza expresamente la planta
centralizada por considerarla pagana e impropia de un edificio eclesiástico cristiano. Alberti ya
había elogiado este tipo de planta, que en su opinión era la forma suprema de la arquitectura
religiosa. Para los arquitectos seguía siendo el ideal de belleza en la medida en que la estética
gobernaba su arte. Pero, por muchas iglesias circulares que aparezcan en los cuadernos de
apuntes y pinturas, los edificios de planta centralizada son en realidad muy raros. Entre tales
excepciones figuran el Tempietto de Bramante; Santa Maria di Campagna, cerca de Verona, y
San Sebastiano, de Milán -todas ellas iglesias votivas. El clero prefería las formas tradicionales y
fueron muchos los edificios que se erigieron con plantas antiguas, ya que la centralizada no era
apropiada para la liturgia cristiana.
San Giorgio Maggiore
Después de mediados del siglo XVI, las exigencias litúrgicas del clero se impusieron a
las ideas estéticas de los arquitectos. Cuando Palladio escribe, tras el pasaje citado
anteriormente, que las iglesias longitudinales tienen sus ventajas, da la impresión de que
estuviera despidiéndose de la planta centraliza: “la entrada se encuentra a los pies de la cruz,
frente al altar mayor y el coro. En los extremos de los brazos de la cruz hay dos altares o
entradas más. En la iglesia longitudinal, los fieles ven ante ellos el madero en que crucificaron a
nuestro Salvador. Ésta es la forma en que construí la iglesia de San Giorgio Maggiore en
Venecia”.
San Giorgio Maggiore, iglesia monástica benedictina comenzada en 1556, es una
basílica con cúpula sobre el crucero, transeptos acabados en semicúpulas y un largo presbiterio.
Fue el primer gran edificio religioso de Palladio. La planta es de un tipo muy corriente desde
los tiempos medievales, pero, al entrar en la iglesia, el visitante se encuentra en un espacio
nunca visto y sumamente sorprendente, al que se ha
descrito siempre como luminoso, despejado,
sencillo y solemne. Las bóvedas y paramentos
decorados con estuco de un blanco purísimo que
resalta el gris de las semicolumnas, pilastras y arcos.
La nave mayor, de tres tramos, lleva bóveda de
cañón con lunetas y las laterales, de arista. Los
soportes son los suficientemente sólidos como para
marcar claramente la separación entre las naves,
pero no resultan pesados. Son un organismo de
elementos verticales hábilmente compuesto:
semicolumnas gigantes sobre altos pedestales del
lado de la nave mayor pilastras pareadas más bajas
bajo el arranque de los arcos y semicolumnas entre
pilastras en las naves laterales. Junto a las columnas
de crucero hay pilastras. Más allá de éste, las naves se extienden un tramo más, y la mayor
continúa en el presbiterio, que es más ancho y largo que los otros tramos y que se diferencia de
ellos en que su bóveda de arista se a ya sobre columnas estriadas exentas. Un invento
característico de Palladio, que iba a tener un gran futuro, es el grupo de columnas situado entre
el presbiterio y el coro de los monjes; sólo aquí las columnas, que en todas las demás partes de
la iglesia se alzan delante de los muros o están empotradas en ellos, se ven desde todos los
ángulos.
Todas las variadas formas de bóvedas y articulaciones tienen su correspondencia exacta
en los Quattro Libri. La idea que inspiró San Giorgio Maggiore fue una “iglesia cristiana
antigua”. Para Palladio, no podía ser de otra manera: las formas de la arquitectura antigua, las
más bellas y espléndidas jamás inventadas, quedan convertidas en la manifestación más noble y
sublime de la arquitectura: la casa cristiana de Dios. El interior de San Giorgio envuelve al
espectador actual en una atmósfera de solemnidad, pero cuesta saber si tal sensación es
espontánea o está condicionada por la visita a las incontables iglesias derivadas de Palladio. No
es necesario explicar que según el concepto palladiano de fachada de iglesia, el pórtico
columnado del templo antiguo era el elemento esencial. Pero mientras que la fachada del
templo antiguo se compone de elementos tridimensionales exentos, la de la iglesia cristiana,
que es la parte externa del muro que delimita el interior, adopta por su misma naturaleza el
carácter del fondo de un relieve. Las naves de San Giorgio Maggiore tienen diferente altura; la
sección de la basílica cristiana es totalmente distinta de la de un templo antiguo. Palladio se
enfrentó a este problema en tres iglesias venecianas y lo solucionó en todos los casos de la
misma forma: reduciendo al mínimo la diferencia de altura entre la nave mayor y las laterales y
colocando delante de la primera un orden gigante compuesto; las vertientes del frontón corren
paralelas a las del tejado. A los lados hay un orden corintio me- nos prominente y de menor
altura, con semifrontones. De esta forma, en la fachada de la iglesia se reflejan dos sistemas
“antiguos”, contrastando los elementos del central con los del lateral por su mayor relieve.
Ambos sistemas tienen unos entablamentos completamente desarrollados, y el más pequeño
discurre por detrás del orden gigante, el cual parece ocultar incluso el centro de los frontones
más pequeños.
Se aprecia el intento de crear la fachada de iglesia alla antica desde Alberti hasta Vignola
y Cristoforo Lombardino, pasando por los diseños que hicieron para San Pedro Bramante y
Rafael. Sin embargo, ni siquiera Palladio pudo eliminar la contradicción que suponía.
Duplicando el sistema y con el aparente ocultamiento de los frontones más pequeños plantea
el problema, pero no lo resuelve, si bien su tratamiento, aunque complejo, es digno y coherente
por sí mismo, lo que resulta evidente por las
muchas imitaciones que se hicieron en el siglo
XIX.
San Francesco della Vigna
Cuando se completó la fachada de San
Giorgio Maggiore, después de 1600, se habían
hecho ciertas modificaciones de detalle. La de San
Francesco della Vigna, que se construyó bajo la
dirección de Palladio alrededor de la misma época
que el interior de San Giorgio, supera a la de ésta
tanto por su composición como por sus detalles.
Palladio yuxtapone dos planos de fachada, grande
y pequeño, al centro y los laterales, con frontones
como reflejo de las naves. El orden lateral, sin
embargo, se alza sobre el podio común, pero su
línea de cornisa se ve interrumpida en los intercolumnios. Las poderosas semicolumnas –
motivo que gustará para fachadas en grandes espacio libres- son ensayadas en sus iglesias
transmitiéndose luego a los casos ya citados de la Loggia del Capitanato o del palacio Port-
Berganze.
Il Redentore
Los interiores de las principales iglesias de Palladio nos llevan a analizar ciertos
aspectos de su arquitectura que hasta ahora no hemos tratado. Su última iglesia, Il Redentore,
es evidentemente un caso especial. Pero incluso la anterior iglesia de S. Giorgio Maggiore
presenta algunos rasgos inusuales que podemos enumerar brevemente: 1) La planta está
formada por tres unidades claramente independientes, la cruz latina con una corta nave y una
impresionante área cubierta por una cúpula; el presbiterio rectangular con una columna en
cada ángulo, y el coro separado del presbiterio por una imponente pantalla de columnas. 2)
Estas tres unidades están además separadas por escalones: el suelo del coro se encuentra tres
escalones por encima del presbiterio. 3) El altar mayor está situado delante de los dos pares de
columnas a través de las cuales se abre una vista hacia el coro. 4) Los elementos de articulación
se hacen más potentes en las cercanías del altar mayor. 5) La diferenciación cromática confirma
la definición de los espacios: las medias columnas de piedra gris que hay en la nave contrastan
con las pilastras enjalbegadas; mediante este recurso, Palladio reforzaba la imagen de la nave
como una unidad rítmicamente dividida y
contrastaba su dirección longitudinal con la
dirección transversal de las naves laterales y las
capillas poco profundas. 6) El sistema
arquitectónico cambia en el coro. En vez de seguir
utilizando el orden grande, Palladio diseñó una serie
de nichos y edículos alternantes a pequeña escala,
una articulación derivada de modelos clásicos. Las
ventanas termales de la bóveda, las capillas y el
presbiterio garantizan una iluminación uniforme en
toda la iglesia (exceptuando el coro).
En virtud de los rasgos aquí señalados, no
existe ninguna iglesia en el centro de Italia cuya
planta y alzado puedan compararse con los de S.
Giorgio Maggiore. Las intenciones de Palladio resultan aún más evidentes en Il Redentore,
donde adaptó todos los elementos citados a un tipo distinto de planta. La nave tiene tres
profundas capillas a cada lado; no hay naves laterales. La nave de Il Redentore es, como la de
S. Andrea de Mantua de Alberti, una recreación de un vestíbulo de las termas romanas; se trata
de un enorme espacio unificado por una bóveda impresionantemente simple y por la
contracción que antecede al espacio cubierto por la cúpula: a ambos lados del gran arco que da
paso al crucero hay un estrecho entrepaño con dos nichos, uno encima del otro, que repite
exactamente la articulación del muro de la entrada, reforzando la uniformidad y autonomía de
la nave. Los tres escalones que separan la nave de las capillas y del área que cubre la cúpula
subrayan este carácter autónomo.
No es éste el lugar para hablar de la incomparable solemnidad de Il Redentore, una
solemnidad que impresiona a cualquiera que visite la iglesia. Lo que ahora nos interesa es poner
de manifiesto que, con su inflexible determinación de clarificar los principios fundamentales,
Palladio revitalizó el viejo problema de la tipología “compuesta” de iglesia, en la que una
estructura central cubierta por una cúpula se une a una nave, longitudinal.
En los ábsides laterales, Palladio transformó las medias columnas de la nave en
pilastras, mientras que en el ábside situado detrás del altar mayor las convirtió en columnas
exentas. Aunque las principales divisiones horizontales de la nave continúan en el presbiterio,
decidió no utilizar el orden menor; además, reemplazó los edículos columnados de los altares
de las capillas por ventanas enmarcadas por pilastras (por lo demás de idéntico diseño), y las
ventanas termales de las capillas por simples ventanas rectangulares. De este modo, la
“orquestación” de la nave difiere en gran medida de la del presbiterio. Cuando uno mira hacia
la nave desde cualquier punto de la parte centralizada, recibe una sensación de diversidad en la
unidad, o mejor aún, de unidad a pesar de la diversidad. Pero al mirar hacia la parte
centralizada desde la nave (la dirección natural para los fieles), la sensación es radicalmente
nueva y distinta.
Las líneas visuales dibujadas sobre la planta de la iglesia muestran que desde la puerta
de entrada el visitante contempla en el extremo final del crucero el emparejamiento de una
media columna con una pilastra, una repetición precisa del motivo situado bajo el arco de la
nave. A medida que avanza por el eje central, va viendo los soportes más alejados de la cúpula,
y al llegar a la mitad de la nave aparece en su campo de visión una agrupación de medias
columnas y nichos muy similar a la de los entrepaños del final de la nave. Mediante estas
repeticiones, Palladio creó un nuevo tipo de coherencia entre la nave y la parte centralizada. La
unificación de espacios separados se logra mediante la creación de las correspondientes vistas a
lo largo de grandes espacios más que mediante el tratamiento uniforme de la articulación
mural, como era habitual en el centro de Italia. Estos recursos ópticos, que recuerdan el efecto
de un decorado teatral, equilibran y reemplazan la separación estructural objetiva.
Otro elemento revolucionario es el arco de columnas exentas, un motivo recogido de
las termas romanas y ya anunciado en S. Giorgio Maggiore. Estas columnas tienen una triple
función. En primer lugar, forman un poderoso final, un crescendo cercano al altar, mostrando la
liberación respecto al muro de las medias columnas de la nave. En segundo lugar, sirven para
mantener la uniformidad de la parte centralizada, ya que la forma absidal que “se lee” a lo largo
de las columnas se corresponde con la de los ábsides laterales, al mismo tiempo que el coro de
los monjes sigue siendo, como es lógico, parte integral de la iglesia: una forma. ingeniosa de
conciliar la tradicional exigencia de la prolongación oriental con la idea de una planta central.
Por último, la pantalla de columnas nos invita también a dejar que la vista explore el espacio
posterior, un espacio al que no tienen acceso los fieles, y cuya absoluta sencillez nada tiene que
ver con los estándares de la suntuosa articulación de la iglesia. En definitiva, estas columnas
constituyen al mismo tiempo una barrera y un eslabón óptico y psicológico con un mundo
inaccesible para el seglar.
Palacio Porto-Colleoni
Las obras del Palazzo Porto-Colleoni debieron dar comienzo antes de 1550. La
dependencia de fachada respecto a las de una serie de palacios construidos en Roma por
Bramante y Rafael es tan obvia que no requiere comentarios. Estos edificios constituyen un
grupo aparte y suponen la culminación del palacio del Alto Renacimiento en el periodo
comprendido entre 1515 y 1520. Su diferenciación funcional entre una planta baja rústica y un
piano nobile liso, la majestuosa sucesión de dobles medias-columnas, su escaso empleo de
grandes formas y su economía de detalles, la separación orgánica entre un miembro y el
siguiente (por ejemplo, los balcones, y los basamentos de las columnas), la compacta
ocupación del muro y la enérgica proyección de las masas, todas estas características, sin
precedentes en la Antigüedad o en la Época Moderna, proporcionaron a estos palacios el sello
de una verdadera grandeza imperial. Compartían de algún modo la cualidad serena y grave de
los antiguos edificios romanos, y su tipología, fusionada con elementos venecianos primero
por Sanmicheli (Palazzo Pompei, Verona) y después por Palladio, fue constantemente imitada
y reinterpretada por los arquitectos clasicistas de toda Europa.
Aunque Palladio se mantuvo más fiel que Sanmicheli a sus modelos, proporcionó a su
edificio una apariencia más suntuosa y más agradable mediante la introducción de figuras
recortadas contra el cielo, figuras y festones decorando las ventanas y máscaras a modo de
claves en el basamento; todas estas adiciones son típicas de Venecia y la terra ferma, y Palladio
pudo encontrar la mayoría de ellas en la Libreria de Sansovino. También transformó el pesado
orden doble de columnas dóricas en una única secuencia jónica más elegante, y dio un carácter
ligero y decorativo al pesado tratamiento rústico romano. El profundo interés que Palladio
demostró por los palacios romanos se comprueba incluso en los dibujos supervivientes. En la
colección Burlington- Devonshire no sólo se conserva un dibujo suyo inspirado en la Casa di
Raffaello, sino también tres alzados que deben considerarse como diseños tempranos para el
Palazzo Porto, y que en varios sentidos suponen una transición entre la tipología romana y el
diseño definitivo.
Al igual que las plantas de las villas, la planta
del Palazzo Porto no tiene precedentes en el siglo XVI.
Está formada por dos bloques idénticos a ambos lados
de un patio, aunque sólo llegó a construirse uno de
ellos. Palladio afirmaba seguir con este esquema la
tipología griega de casa privada, en la que las
dependencias familiares estaban separadas de las de los
invitados. Cada bloque está dividido por un eje central
en dos grupos simétricos de habitaciones, y el elemento
fundamental de cada uno de esos bloques es un amplio
vestíbulo con cuatro columnas; éste es el “tetrástilo”
que, en una posición central y dominante, desempeña
tan importante papel en la reconstrucción que Palladio
hace de la casa romana. El tetrástilo, convertido en
leifmotiv de la planta baja, es una de las características
recurrentes en los palacios palladianos. En el capítulo 8
del Libro II, Palladio nos ofrece una reconstrucción a gran escala del tetrástilo bajo el
encabezamiento “De los Vestíbulos con cuatro columnas”, y afirma en su texto que “El
siguiente diseño corresponde a los vestíbulos, a los que se llamaba Tetrastili porque tenían
cuatro columnas. gran de forma cuadrada, y las columnas se hacían de tal manera que la
anchura fuera proporcional a la altura y la parte superior resultara segura; así es cómo he
procedido yo mismo en muchos edificios”. El antiguo atrio no tenía techo, pero un atrio
abierto resultaba difícilmente aceptable para un arquitecto moderno, y Palladio dispuso en su
lugar un vestíbulo tetrástilo. Además, el cambio podía justificarse, ya que entre los cinco tipos
diferentes de atrios que mencionaba Vitruvio había uno sustentado por cuatro columnas, es
decir, tetrástilo. La preferencia de Palladio por este atrio no sólo se basaba en su solidez
estructural, sino sobre todo en su forma cuadrada, que él consideraba una forma perfecta.
Posiblemente sea en la disposición de la escalera, incómodamente ubicada bajo el
pórtico a un lado del patio, donde mejor se refleja la cualidad formal de la planta; Palladio
justificó dicha disposición afirmando que obligaba a admirar la parte más hermosa del edificio
a todo aquel que quisiera subir. Efectivamente, el patio -el antiguo peristilo- se consideraba la
parte más importante de la casa. El cortile de Palladio, con sus columnas gigantes compuestas,
era de una grandeza sin par hasta la fecha; inauguraba una concepción completamente nueva
del cortile italiano cuya influencia se deja sentir incluso en el proyecto de Bernini para el Louvre.
Esta revolución se produjo porque Palladio quiso que la altura de las columnas del peristilo se
correspondiera con la anchura del patio, una idea que Trissino ya había expresado en su
descripción del palacio ideal. Estas proporciones teóricas se reflejan claramente en la
ilustración de los Quattro Libri. No es improbable que esta concepción derivara de una mala
interpretación de la exigencia de Vitruvio según la cual la altura de las columnas del peristilo
debía guardar relación con la
anchura de la columnata.
Palacio Chiericati
El Palazzo Chiericati,
probablemente proyectado poco
después que el Palazzo Porto,
presenta una problemática especial.
Debía levantarse en uno de los
lados de una gran plaza cuadrada, y
no en una calle estrecha. Palladio
ideó su fachada en términos de un
foro romano, y diseñó dos largas columnatas distribuidas en dos pisos. Sus propias palabras
demuestran que se inspiró en la tipología del foro; en el capítulo dedicado a las “Piazze”
afirma: “Alrededor de las piazze deben construirse pórticos, tal como hicieron los antiguos”.
Claro está que la columnata del piano nobile está interrumpida por la ligera proyección de los
cinco entrepaños centrales, proyección que forma propiamente una fachada palacial derivada
del mismo prototipo bramantesco que el Palazzo Porto. Esta desviación con respecto al ideal
no respondía sólo a motivos artísticos; también tenía que ver con la utilidad y la viabilidad,
factores que Palladio siempre se esforzó por conciliar con los requisitos ideales y que
desempeñan un papel muy importante en los Quattro Libri. Por otro lado, Palladio dejó bien
clara su concepción teórica en la ilustración de la fachada completa, donde dejó los órdenes en
blanco y sombreó todas las paredes por igual (sin diferenciar las situadas en el mismo plano
que la columnata de las que estaban mucho más atrás), dando de ese modo a la fachada del
palacio una apariencia similar a la del grabado de su “piazza”. Esta comparación también
demuestra que mientras que concibió las columnatas de la piazza con unos suntuosos órdenes
jónico y corintio, al construir el Palazzo Chiericati eligió un sobrio dórico para el piso de abajo
y un jónico sin adornos para el piso superior. El dórico aún conserva algo de la sencilla
grandeza del Tempietto de Bramante, y nada tiene que ver con el problemático estilo de Miguel
Ángel, quien justo en este periodo estaba reviviendo una piazza antigua en su proyecto para el
Capitolio.
Palacio Thiene
Según Gualdo, Palladio estuvo en Roma en 1554. Esta visita debió abrir sus ojos al
significado de la arquitectura contemporánea. No sólo sus plantas, sino también el estilo de sus
fachadas, experimentaron una verdadera metamorfosis a su regreso. El primer testimonio de
este cambio es la fachada del Palazzo Thiene. Aunque el frente ejecutado muestra de nuevo un
paramento rústico abajo y un orden arriba, la expresión y el énfasis difieren por completo de
los del Palazzo Porto. El almohadillado rústico del basamento no tiene ya un carácter
decorativo; sus grandes y toscos bloques producen, por el contrario, una impresión de masa y
potencia similar, aunque algo más contenida, a la del paramento rústico de las murallas de
Augusto que rodean los foros y que sirvió de modelo para el Palazzo di S. Biagio de Bramante
y para otros palacios de este grupo. La puerta de entrada, con sus pinjantes alternativamente
pequeños y grandes superpuestos a la rusticidad del muro, era un elemento constantemente
utilizado y reinterpretado en el manierismo italiano tras su introducción por Rafael en el
Palazzo Pandolfini de Florencia. El muro del piano nohile no es liso como en palacios romanos
bramantescos, sino que está formado por un paramento de sillares planos con aristas vivas
sobre el que se disponen las pilastras. Con este diseño, Palladio retoma una tradición que se
remonta al piso más alto del Coliseo, pasando por la Cancelleria y el Palazzo Rucellai de
Alberti; la propia reconstrucción que Palladio hace del exterior del Panteón indica que
consideraba este tratamiento como algo habitual en la Antigüedad. El carácter contradictorio
de esta combinación atrajo a los arquitectos manieristas, quienes la explotaron de diversas
formas desde el Palazzo del Te de Giulio Romano hasta el Palazzo Marino de Alessi en Milán.
El propio Palladio hizo del contraste entre las pesadas cuñas y dovelas de los marcos de las
ventanas y el paramento plano y regular del muro con sus grandes pilastras lisas la característica
principal de la fachada.
Las columnas jónicas de
los edículos de las ventanas
resultan casi invisibles bajo los
pinjantes rectangulares. Este
motivo tenía precedentes clásicos
como la Porta Maggiore de Roma,
pero sólo alcanzó pleno desarrollo
en la arquitectura manierista. A los
arquitectos manieristas les
encantaba la apariencia
“inacabada” de este tipo de orden;
sus múltiples posibilidades fueron
explotadas plenamente, tal como
demuestran las obras de Giulio
Romano, Sansovino, Sanmicheli,
Ammanati, Dosio, Alessi, Vignola
y muchos otros. En el caso del
Palazzo Thiene, las pequeñas
columnas rústicas jónicas y las pilastras corintias lisas del orden mayor se relacionan de una
forma sutil. Un entablamento que parece prolongarse por detrás de las pilastras une las
pequeñas columnas, lográndose de este modo una coherente alternancia entre un orden
pequeño y otro grande. Este complicado ritmo creado por la interpenetración de un orden
pequeño y uno grande aparece con frecuencia en la arquitectura manierista. La continuidad
horizontal del friso del orden pequeño, que se prolonga a lo largo de toda la fachada produce
otro efecto más: interfiere en la consistencia del muro rústico, cortándolo por así decirlo, en
dos. Esta misma idea se introdujo en la planta baja, donde dos hiladas lisas por encima y por
debajo de las ventanas contrastan con la superficie irregular de los bloques rústicos.
A pesar de los elementos manieristas, a pesar del carácter complejo y “conflictivo” del
edificio, no percibimos en él ni la extrema tensión de Miguel Ángel ni la turbulencia casi
patológica de Giulio Romano; es un conjunto ordenado, sistemático y totalmente lógico, cuya
contemplación desata una libre curiosidad y no la violenta respuesta que provocan otras
estructuras manieristas mucho más complicadas. Y hay que decir también que todos sus
detalles se inspiran en prototipos clásicos.
Palacio Valamarana
Un paso adelante en la dirección manierista es la fachada del Palazzo Valmarana,
construido en 1566. Resulta obvio que esta fachada contiene una referencia a la problemática
arquitectura de Miguel Ángel. La influencia de los palacios del Capitolio se plasma en el uso
combinado de un orden gigante y otro pequeño. Pero al margen de esta idea básica, las
diferencias son considerables. En el Palazzo Valmarana casi se ha eliminado el muro, y en la
superficie aparecen múltiples motivos. Los marcos de las ventanas del piano nohile tocan el
entablamento superior, y están flanqueados por enormes capiteles. Entre las delgadas molduras
de dichos marcos y la abultada masa de las pilastras se plantea una lucha desigual, típicamente
manierista. Además, el tratamiento de la planta baja es extremadamente complejo, dado que el
orden corintio menor no se aplica sobre un muro propiamente dicho. El paramento rústico
sobre el que se dispone dicho orden tiene un carácter especial. Las bandas a ambos lados de las
ventanas han sido tratadas para que parezcan pilastras toscanas con sus propios capiteles, lo
cual produce la impresión de que existe un tercer orden diminuto; la relación existente entre el
orden gigante compuesto y el pequeño orden corintio se reproduce entre las pilastras corintias
y las toscanas. Sobre las ventanas hay relieves que, situados en un plano más profundo que el
paramento rústico, parecen estar enmarcados por este último, al mismo tiempo que el borde
inferior sirve como dintel de las ventanas. Da la impresión de que Palladio está siguiendo en
este caso su propio camino, sin tener en cuenta modelos antiguos. Pero incluso para este
edificio se remitió a la Antigüedad clásica, encontrando en ella, sorprendentemente, la
justificación para esta complejísima interacción del muro y el orden.
La estructura del Palazzo
Valmarana no es coherente como
lo eran las otras estructuras que
hemos analizado. No sólo la
rompe una entrada
extravagantemente alta, sino
también el cambio total de
tratamiento de los dos entrepaños
de los extremos. En ellos, las
ventanas tienen marcos diferentes
y alturas distintas y, sobre todo, el
orden colosal ha sido equilibrado
en las esquinas mediante una
pequeña pilastra corintia que
sustenta una cariátide. El
inquietante efecto que produce
esta disposición fue señalado ya en
el siglo XVIII: Temanza lamentaba
que Palladio hubiera debilitado las
esquinas, justo los puntos que
debían haber mostrado una mayor
fortaleza. Pero esto era
precisamente lo que Palladio
pretendía. En ningún otro edificio
ensayó una ruptura tan deliberada
con las convenciones clásicas establecidas.
El lenguaje y la paciencia tienen sus límites cuando se describe una estructura
manierista, y hemos de pasar por alto muchos otros rasgos de este edificio. No obstante,
merece la pena señalar un caso de típica inversión manierista. La cornisa se proyecta por
encima de cada una de las pilastras del orden gigante, pero tal proyección desaparece en las
esquinas, sobre los atlantes; el entablamento del orden pequeño, por el contrario, sigue siempre
un mismo plano salvo en las esquinas, donde se proyecta bajo los atlantes. Una inversión
similar puede observarse en un ejemplo de arquitectura “manierista” antigua que Palladio
conocía bien, la Porta Borsari en Verona; la influencia de este monumento puede rastrearse en
otras obras palladianas tardías. En este periodo, Palladio se sentía evidentemente atraído por
las tendencias anticlásicas de la arquitectura antigua. Su manierismo de este momento es un
fenómeno de considerable interés ya que, tras las “salvajes” décadas de 1530 y 1540, la
tendencia predominante en los años cincuenta y sesenta era el retorno al clasicismo, a la
“regularidad, simetría y orden”.
Logia del Capitanato
En 1571, más de veinte años después del comienzo de las obras de la basílica, se
encargó a Palladio la logia del Capitanato, que se alza frente a la anterior y que era la residencia
del gobernador veneciano de Vicenza. La construcción se detuvo después de haberse
levantado tres tramos y no se sabe si en el proyecto de Palladio figuraban cinco o seis.
El orden colosal compuesto de la logia es un soberbio ejemplo del estilo tardío de
Palladio. Comparadas con los claros y excepcionalmente cuidados detalles de la basílica, las
formas resultan confusas y violentas. El volumen de los pilares es sumamente reducido, el
jambaje de las ventanas del cuerpo superior interrumpe el entablamento, toscos triglifos
sostienen el arquitrabe de los balcones y el paramento se ha disfrazado con estuco. Entre estas
formas desasosegadas y en absoluto clásicas se alzan las cuatro altas semicolumnas coronadas
por la parte correspondiente del entablamento. Parecen los restos de un edificio antiguo al que
se hubiesen añadido sin consideración alguna un piso y arcadas. La columna, el más importante
y digno elemento de la arquitectura antigua cobra solemnidad y monumentalidad supremas al
imponerse en los diversos pisos de un edificio utilitario moderno. Es así como habría que
entender el orden colosal de la logia de Palladio.
EL PROYECTO PARA EL TEATRO OLÍMPICO
Tras haber puesto de manifiesto la teatralidad de los tipos arquitectónico en Palladio
pasamos a continuación a incidir en al tema de la formalización del “luoco teatrale” que
culmina en su obra final: el Teatro Olímpico da Vicenza (1579-80). El teatro, durante el 500, se
convirtió en un nexo fundamental con la cultura grecolatina, erigiéndose en símbolo de la
actividad cultural pública Se estableció una censura respecto al teatro medieval -propio de
ambientes populares en plazas o iglesias- vinculándose con las élites y sus ámbitos de
privilegios: el palacio o casa señorial (Salón del Cinquecento en el Palacio Vecchio) o la villa (
caso de la Farnesina-Chigi); mientras, en el Veneto se presagia la relación entre lo popular y lo
clásico en la oferta a Padua de Cornaro con la loggia y el Odeón. La consolidación de la
tradición escenográfica pasaba en esos momentos por la búsqueda de una forma propia para el
“locus” teatral y por el tema de la figuración escenográfica, mimética de lo urbano desde el
entendimiento de la ciudad como lugar de la representación. Pero para llegar a la resolución de
estas cuestiones, Palladio tuvo que realizar diversas aproximaciones.
En 1555 un grupa de vicentinos -entre los que se encontraba Palladio- fundó la
Academia Olímpica que en su deseo de cultivar al “uomo universale” hizo de las
representaciones teatrales una de las actividades más notahlas. Hacia 1561 y 1562, Palladio fue
encargado por la Acadamia de
construir un teatro provisional en
el Salón de la Basílica con objeto
de representar “Sofonisba” de
Trissino. Según describió
Chiappin, las escenografías
palladianas, inciden en el estudio
del “frons scaenae” clásico. Lo
que la relaciona con sus
observaciones de los teatros de
Pola, Verona y Vicenza que le
fueron tan útiles para preparar
sus ilustraciones sobre al teatro
antiguo, cedida para la edición
comentada del Vitruvio que
publicó Daniele Barbaro en
1556. En el desarrolla de sus
temas, civiles, Palladio habría
conseguido matices nuevos, paro
desde la fidelidad a lo clásico.
Arquitecto y por tanto hombre
de cultura según el
Renacimiento, en su obra
incorporaba como “leit-motiv” la
referencia al mundo antiguo. Así
su experiencia se adhería a las
partes establecidas par el Vitruvio y a las ruinas que visitaba. Pero a la hora de reconstruir el
teatro vitruviano para Barbaro se encuentra con el problema tipológico de definir como era el
teatro romano. En ese instante no hay movimientos por la vía arqueológica. El texto de
Vitruvio donde se indica todo lo que debe entenderse por arquitectura clásica no resulta
esclarecedor, induciendo restituciones insuficientes en las distintas ediciones de la época.
Palladio entonces acepta ese esquema mal organizado de edificio indaga mejor en las
exponentes arqueológicas citados, tan próximos a su ambiente. Para el “frons” suprime la
escena en profundidad y las hornacinas por “periacti” triangulares y una columnata rectilínea
creando una piel clásica con entidad arquitectónica propia y abandonando definitivamente el
ilusionismo escenográfico.