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Historia DE LA IGLESIA EN LA AMERICA ESPANOLA Desde el Descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX Hemisferio sur por ANTONIO DE EGANA, S. 1. Del Instituto Histérico de la Compafiia de Jesis BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRID » MCMLXVI BIBLIOTECA AUTORES CRISTIANOS Declarada de interés nacional ESTA COLECCION SE PUBLICA BAJO LOS AUSPICIOS Y ALTA DIRECCION DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA LA COMISION DE DICHA PONTIFICIA UNIVER- SIDAD ENCARGADA DE LA INMEDIATA RELA- CIGN CON LA BAC ESTA_INTEGRADA EN EL ANO 1966 POR LOS SENORES SIGUIENTES: PRESIDENTE : Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. Mauro Rupio REPULLEs, Obispo de Salamanca y Gran Canciller de la Pontificia Universidad. VIcEPRESIDENTE : Excmo. Sr. Dr. TomAs Garcia BARBERE- NA, Rector Magnifico. VocaLes: Dr. Ursictno DomiNcuEZ DEL VAL, O. S. A., Decano de la Facultad de Teologia; Dr. ANTONIO GaR- cia, O. F. M., Decano de la Facultad de Derecho Canénico; Dr. Istporo Ropricurz, O. F. M., Decano de la Facultad de Filosofia y Letras; Dr. Jost Riesco, Decano adjunto de la Seccién de Filosofia; Dr. CLaupio ViLA PALA, Sch. P., Decano adjunto de Pedagogia; Dr. José Maria Gutx, Sub- director del Instituto Social Leén XUI, de Madrid; Dr. Ma- XIMILIANO Garcia CorpErRo, O. P., Catedrdtico de Sagrada Escritura; Dr. BERNARDINO Luorca, S. I1., Catedratico de Historia Eclesidstica; Dr. CAStANO FLoristAN, Director del Instituto Superior de Pastoral. Secrerario: Dr. Manuzt Useros, Profesor. LA EDITORIAL CATOLICA, S. A. — Aparrapo 466 MADRID + MCMLXVI INDICE GENERAL Pags Pr6Loco. Xx PARTE PRIMERA DE FERNANDO V A FELIPE II (1508-1556) CAPITULO I.—En tierras colombiano-venezolanas. 4 I. Notas geogrificas y etnolégicas. La tierra —El indigena— IL. La conquista espafiola: la conquista civil-militar I. Juan de Quevedo, obispo de la Antigua.—Actuacién del obispo Quevedo.—IV. Tomés Ortiz, obispo de Santa Marta.—V. Juan Fernandez de Angulo, obispo de Santa Marta.—VI. Martin de Calatayud, obispo de Santa Marta.—VII. Juan de los Barrios, obispo de Santa Marta.—Su persona.—Sinodo diocesano.— VIII Rodrigo de Bastida, obispo de Coro. Estado de la didce- sis. El obispo. — Miguel Ballesteros, obispo de Coro. — IX. Tomas de Moro, obispo de Cartagena de Indias. Estado de la diécesis.—El obispo.—X. Jeronimo de Loaysa, obispo de Cartagena.—XI. Francisco de Benavides, obispo de Cartage- na.-—XIL Gregorio de Beteta, obispo de Cartagena. CAPITULO II.—En tierras peruamas.,.......... 5000020 e eee 30 I. Notas geograficas y etnoldgicas. La tierra.—El indigena.— Idioma e idiomas.—Fstructura social.—Estructura econémi ca.—Estructura politico-administrativa.—La religién incaica dogma.—Jerarquia sacerdotal.—El culto——Condiciones mo- rales del imperio.—II. La conquista espafiola.-—La conquista civil-militar.—La muerte del inca Atahualpa.—Establecimien- to de la jerarqufa eclesidstica: el obispado de Ttimbez.— Ill. Vicente Valverde, obispo del Cuzco.—IV. Jerénimo de Loaysa, obispo-arzobispo de Lima —Su persona.—Marco his- térico.—Primeros apéstoles.—Las érdenes religiosas.—Actua- cién misionera.—Actuacién escolar.—Actuacién catequética, Actuacién pacificadora.—Actuacién benéfica~—Reaccién in- : digena.—-V. Primeros concilios limenses. Convocatoria del concilio primero limense,—Programa conciliar.—Concilio se- ips gundo limense.—Fin del gobierno del arzobispo Loaysa.— Ve VL Juan Solano, obispo del Cuzco. TAT SALVADOR MUSOZ IGLESIAS, CENSOR. TMPRIMATUR: f ANGEL, 0B. AUX. CAPITULO III,—En tierras ecuatoriane-colombianas. ... 67 NIHTL 088) Vic. GEN. MADRID, 7 DE JUNIO DE 1966, I, Notas geograficas y etnolégicas. La tierra —El indigena.— Depésito legal M 8597-1966 II. La conquista espafiola. La conquista civil-militar—La eps + conquista espiritual religiosa—III. Garcia Diaz Arias, obispo de Quito—IV. Juan del Valle, obispo de Popayan. vw Indice general CAPITULO IV.—En tierras paraguayas y bolivianas......... I. El obispado de la Asuncién. Notas geogrificas y etnolégi- cas. La tierra.—El indigena.—II. La conquista espafiola. La conquista civil-militar—La conquista espiritual religiosa.— IIL. Juan de Barrios, obispo de la Asuncién.—IV. El obispado de Charcas. Notas geograficas y etnologicas. La tierra. indigena.—V. La conquista espanola. La conquista civil- cae tar.—VI. Tomas de San Martin, obispo de Charcas. CAPITULO V.—Visién sintética.......-.. epee teens betes Los hombres.—Organizacién.—Actuacién. PARTE SEGUNDA DE FELIPE II A CARLOS II (1556-1700) ARGENTINA CAPITULO I.—Didcesis de Tucumén,...... eneeeeee I, Notas geogréficas y etnolégicas, La tierra El ind{gena I, La conquista civil y religiosa—La conquista religiosa— IIL. Francisco de Vitoria, obispo de Tucuman.—Duelo entre Vitoria y Lerma,—Las érdenes misioneras en el Tucuman de este perlodo-—Estado general de la didcesis y sus altos directo- res.—IV, Hernando de Trejo, obispo de Tucuman. Su accién personal.—Expansién misional.—Siglo xvi. Actuacién. ulte- rior del obispo Trejo: problemas internos—Caso Alfaro.—- Accién cultural—V. Cortizar y Torres, obispos de Tucu- mén.—Contfictos regalistas.—Accién misionera del obispo.— Tomés de Torres, obispo de Tucuman.—VI. Melchor de Maldonado, obispo de Tucumén—Situacién general de Tu- cumin.—Aati6n pastoral del obispo Maldonado.—Accién cul- tural del obispo Maldonado.—VII. Francisco de Borja, obis- po de Tucunin.—Espaiia y Tucumén a fines del siglo xvi. ‘Accién cultual del obispo Borja.—Accién pastoral. — VIII. colis de Ulla, obispo de Tucumén.—Accién pastoral, El cura Zérate.—Accién cultural del obispo Ulloa—IX. Bravo y Mercadillo, obispos de Tucuman.—-Accién pastoral del obis- po Bravo.—Accién cultural.—Manuel Mercadillo, obispo de ‘Tucumén. CAPITULO II.—Corregimiento de Cuyo I. Notas geertificas y etnolégicas, La tierra Fl indigena — Conquista dvil y religiosa—-II. Juan Pérez de Espinosa, obispo de Chile—Accién indigenista—Misién jesuitica— Ml. Francise de Salcedo, obispo de Chile.—Accién indigenis- ta—IV. Vilirroel _y Humansoro, obispos de Chile.—Accién del obispo Vilarroel.—Accién del obispo Humansoro.—V. Ca- rrasco y Gomilez, obispos de Chile—Accién del obispo Ca- rrasco.—Acién del obispo Gonvdlez. 92 04 Indice general CAPITULO III.—Diécesis de Buenos Aires..... I. Notas geogrificas y etnoldgicas. La tierra.—Fl indigena.— TI. La conquista civil y religiosa.—La conquista civil.—La con- quista religiosa.—III. Pedro Carranza, obispo de Buenos Aires. Accién pastoral—Duelo Carranza-Cééspedes.—IV. Cristobal de Aresti, O. S. B., segundo obispo de Buenos Aires,—Estado de la didcesis bonaerense.—Duelo Aresti-Cueva.—V. Cristé- bal de la Mancha, obispo de Buenos Aires.—Duelo Mancha- Lariz.—Duelo Mancha-jesuitas.—El sinodo de Buenos Aires de 1655.—Duelo Mancha-Baigorri—VI. Antonio de Azcona, obispo de Buenos Aires—Accién politica. —Accién pastoral. — Un episodio curioso.—VII. La Iglesia en la Patagonia: tierra de misién. Accién de los jesuitas Diego de Rosales y Nicolés Mas- cardi,—Accién de ottos misioneros. PARAGUAY-URUGUAY CAPITULO I.—Diécesis de la Asuncién. I. Pedro Fernandez de la Torre, obispo de la Asuncién.—Ac- cién del obispo Torre.—Duelo Torre-Caceres,—II. Alonso de Guerra, obispo de la Asuncién.—Accién pastoral—Duelo Guerra-Torre,—III. Tomas Vazquez de Liafio, obispo de la Asuncién.—IV. Martin Ignacio de Loyola, obispo de la Asun- cién.—Sinodo rioplatense de 1603.—V. Lizarraga, Grado, To- rres, Aresti, obispos de la Asuncidén.—Reginaldo de Lizarraga. Lorenzo Pérez de Grado.—Tomas de Torres.—Cristébal de Aresti.VI. Bernardino de Cardenas, obispo de la Asuncién.— E] «kolla» mitrado.-Duelo Cardenas-jesuitas.—Segunda fase del duelo.-—-Critica. CAPITULO II.—Reducciones. . I. Reducciones franciscanas.—Primeros tiempos.—II. Reduc- ciones jesuiticas.—Primeros tiempos. ~Misién entre los guai- curties.—Misi6n entre los guaranies.—Misién del Uruguay.— Organizacién y vida en las reducciones.—Guerra contra las reducciones.—Oro en las reducciones. CHILE CAPITULO I.—Didcesis de Santiago (siglo xv1)....... 0.60.00 06 I, Notas geograficas y etnolégicas. La tierra —F] indigena.— IL. La conquista civil y religiosa—La_conquista civil_—La conquista_religiosa.—Los regulares.—Gonzdlez Marmolejo, vicario.—III, Rodrigo Gonzalez Marmolejo, obispo de San- tiago.—Accién pastoral.—IV. Fernando de Barrionuevo, obis- po de Santiago.—V. Diego de Medellin, obispo de Santiago.— Estado de la diécesis.—Monjas y ordenandos.—Accién indige- nista.—Accién cultural.—-VI. Pedro de Azuaga, obispo de Santiago. CAPITULO II,—Disdcesis de la Imperial (siglo xvz)..... I. Antonio de San Miguel, obispo de la Imperial.—Accién in- digenista.—Accién cultural.—Visita pastoral.—Duelo San Mi- 175 189 199 219 vill Indice general Pags. guel-Audiencia—Duelo San Miguel-Azoca—Il. Agustin de Cisneros, obispo de la Imperial.—Estado general de la didcesis, Guras y frailes.—-IIT. Reginaldo de Lizarraga, obispo de la Im. perial Figura discutible-—Actuacién del prelado. CAPITULO III.—Diécesis de Santiago (siglo xvm)............. I. Juan Pérez de Espinosa, obispo de Santiago.—Su persona.— Duelos del obispo.—El padre Luis de Valdivia.—-Fin del epis- copado de Espinosa,—II. Francisco de Salcedo, obispo de San- tiago.—Accién indigenista.—El obispo y los regulares.—El obispo y la Audiencia—IH. Gaspar de Villarroel, obispo de Santiago.—Su persona.—El escritor.—lV. Diego de Human- soro.—Duelo Humansoro-Meneses.—V. Bernardo Carrasco, obispo de Santiago.—Accién. pastoral —Sinodo diocesano.— Duelo Carrasco-Cueva.—-Vida misional.—VI. Francisco de la Puebla, obispo de Santiago.—Visita diocesana.—Accién in- digenista. CAPITULO IV.—Discesis de la Imperial-Concepcién. ........ 1. Oré, Zambrano, Cimbrén, obispos de la Imperial-Concep- cién.—Luis Jerénimo de Oré.—Visita pastoral.—Diego Zam- brana de Villalobos.—Dionisio Cimbrén,—II. Loyola, Mora- les, Lemos, Hijar, obispos de Concepcién,—Francisco de Lo- yola.—Antonio de Morales—Luis de Lemos.—Martin de Hfjar. CAPITULO V.—Vida misional. I. Las 6rdenes misioneras—II. Métodos misionales. PERU CAPITULO I.—Archididcesis de Lima............. I. Toribio Alfonso de Mogrovejo, arrobispo de Lima.—Su per- sona.-—Concilio tercero limense.—Visitas pastorales.-~-Conci- lios cuarto y quinto limenses.—Mogrovejo y las autoridades civiles.—Fin del gobierno de Mogrovejo.—II. Bartolomé Lobo Guerrero, arzobispo de Lima-—Su persona.—Accidn pasto- ral.—Campaiia contra la idolatria—Accién metropolitana.— Metropolitano. Cabildo catedral. Regulares.—III. Gonzalo de Campo, arzobispo de Lima.—Estado general de la didcesis li- mense.—Inauguracién de la catedral metropolitana.—Visita pastoral.—IV. Hernando Arias de Ugarte, arzobispo de Lima. Visita en Lima—Visita de la diécesis.—Concilio-sinodo,—Ar- zobispo y virrey—V. Pedro de Villagémez, arzobispo de Lima. Visita episcopal ——Campafia antiidélatra Duelo Villagomez- Padilla.—Villagémez y el clero secular.—Villagémez y el cle- ro regular.—Villagémez y los virreyes—VI. Juan de Almo- guera, arzobispo de Lima.-Reforma del clero.—Reforma de los monaserios femeninos.—Reforma del pueblo seglar. VII. Melchor de Lifidn, arzobispo de Lima.—Arzobispo: rrey.—Visitas episcopales.—Liian y los regulares.—Duelo Li- iidn-Palata—fin del gobierno de Littén, 229 251 257 268 CAPITULO WI.—Didcesis de Arequipa............6..46+ CAPITULO IV.—Discesis de Trujillo. . CAPITULO V.—Discesis de Huamanga, . Indice general CAPITULO II.—Diécesis del Cuzco............ 66.00 cree eee I. Sebastian de Lartaun, obispo del Cuzco.—Su persona y su accién en la didcesis.—Su proceso.—II. Gregorio de Montalvo y Antonio de la Raya, obispos del Cuzco.—Gregorio de Mon- talvo, obispo del Cuzco.—Antonio de la Raya, obispo del Cuzco.—III. Fernando de Mendoza, obispo del Cuzco y sus inmediatos sucesores.—Fernando de Mendoza.—Lorenzo Pé- rez de Grado, obispo del Cuzco.—Fernando de Vera, obispo de] Cuzco.-Juan Alonso Océn, obispo del Cuzco.—Pedro de Ortega, obispo del Cuzco.—IV. Bernardo de Izaguirre y Manuel de Mollinedo, obispos del Cuzco.—Bernardo de Izaguitre, obispo del Cuzco—Manuel de Mollinedo, obispe del Cuzco. I. Cristobal Rodriguez y Juan Cabezas, obispos de Arequipa. — Cristobal Rodriguez, obispo de Arequipa—Juan Cabezas, obispo de Arequipa.—II. Pedro Perea, obispo de Arequipa.— Su persona.—Duelo Perea-cabildo arequipense.—Accién pas- toral.—III. Pedro de Villagémez, Agustin Ugarte, Pedro de Or- tega, obispos de Arequipa.—Pedro de Villagémez, obispo de Arequipa.—Agustin Ugarte, obispo de Arequipa.—Pedro de Ortega, obispo de Arequipa—IV. Gaspar de Villarroel, Juan de Almoguera y Juan de fa Calle, obispos de Arequipa Gaspar de Villarroei, obispo de Arequipa—Juan de Almoguera, obis- po de Arequipa.—Juan de la Calle, obispo de Arequipa — V. Antonio de Leén, obispo de Arequipa.—Su persona.— Accién pastoral 1, Jerénimo Carcamo y Francisco de Cabrera, obispos de Tru- jillo.—Jerénimo Carcamo, obispo de Trujillo.—Francisco de Cabrera, obispo de Trujillo—II. Carlos Marcelo Corne, obis- po de Trujillo.—Su persona.—Accién pastoral.—-Primer sino- do.—lII. Los inmediatos sucesores en el episcopado de Truji- lo.—Ambrosio Vallejo, obispo de Trujillo—Diego de Mon- toya, obispo de Trujillo.—Luis de Cérdoba, obispo de Trujillo. Pedro Ortega, obispo de Trujillo—Andrés Garcia de Zurita, obispo de Trujillo.—Juan de la Calle, obispo de Trujillo.—Al- varo de Ibarra, obispo de Trujillo.——Antonio de Ledn, obispo de Trujillo-——Francisco de Borja, obispo de Trujillo.—Juan de Bustamante, obispo de Trujillo.—Pedro de la Serena, obispo de Trujillo.—IV. Pedro Diez de Cienfuegos, obispo de Tru- jillo.—Visita canénica.—Estado de la didcesis. 1. Agustin de Carvajal, obispo de Huamanga.—II. Francisco Verdugo, obispo de Huamanga.—Obispo visitador.—Catedral- seminario.—Sinodo.—II. Los inmediatos sucesores en el episcopado de Huamanga.—Gabriel de Zarate, obispo de Hua- manga.—Antonio Conderino, obispo de Huamanga.—Andrés Garcia de Zurita, obispo de Huamanga.—IV, Francisco de Go- 318 329 339 x Indice general Pags. doy, obispo ile Huamanga.—Obispo visitador.—Sinodos.— V. Los inmediatos sucesores en el episcopado de Huamanga.— Cipriano de Medina, obispo de Huamanga.—Vasco Lépez de Contreras, obispo de Huamanga.—VI. Cristébal de Castilla, obispo de Huamanga.—Accidn pastoral.—Sinodo.—Accién cultural. VII. Los inmediatos sucesores en el episcopado de Huamanga. Sancho Pardo de Andrade, obispo de Huaman- ga.—Luis de Bruna Rico, obispo de Huamanga.—Mateo Del- gado, obispo de Huamanga.—Diego Ladrén de Guevara, obispo de Huamanga. CAPITULO VI.—Vida misional........00..00000.. 000 cece eee I. Las érdenes misioneras.—II. Métodos misionales.—IiI. Di- ficultades. BOLIVIA CAPITULO I.--Discesis de Chareas.........2.000..0 0000000 I. Domingo de Santo Tomas, obispo de Charcas.—Su perso- na.—Escritor.—En Charcas.—II. Los inmediatos sucesores en el episcopado de Charcas.—Hernando de Santillan, obispo de Charcas.—Alonso Avalos de Granero, obispo de Chatcas.— Alonso de la Cerda, obispo de Charcas.—Alonso Ramirez de Vergara, obispo de Charcas, CAPITULO II.—Archidiécesis de Charcas...... bette eee ee I. La nueva archididcesis charquense.—Alonso de Peralta, ar- zobispo de Charas.—Il. La archidiécesis charquense en el si- glo xvi. CAPITULO III.—Divesis de La Paz............000:e cee ee I, Domingo de Valderrama, Pedro Valencia y Feliciano de la Vega, obispos de La Paz.—-Domingo de Valderrama, obispo de La Paz.—Pecio Valencia, obispo de La Paz.—Feliciano de la Vega, obispo é La Paz.—II. La diécesis pacense en el si- glo xvi. CAPITULO IV.-—Diéesis de Santa Cruz de la Sierra......... I. Antonio Caldesin, Fernando del Campo, Juan Zapata, obis- pos de Santa Crw de la Sierra—Antonio Calderén.—Fernan- do del Campo.—Juan Zapata —II. Juan de Arguinao, obispo de Santa Cruz dela Sierra.—Su persona.—Accién pastoral.— III. La diécesis smtacrucense en el siglo xv. CAPITULO V.—Vida misional I, Entre los indie moxos.—La tierra—E] indigena.—lI. La conquista espafich-—Conquista civil-militar.—La_conquista religiosa.—III. Relucciones.-—Primera reduccién: Nuestra Se- fiora de Loreto,—Las restantes reducciones moxanas. 350 362 369 374 380 387 Indice general XE Pags. CAPITULO VI.—Vida misional. . . Entre los indios chiriguanos.—Indios itatines—Indios chi- riguanos de la cordillera.—En el siglo xv. CAPITULO VII.—Vida misional. I. Entre los indios chiquitos.—La tierra—El indigena.—II. La conquista espafiola.—La conquista civil-militar——La conquis- ta religiosa.—Accién ulterior de los misioneros, ECUADOR CAPITULO I.—Didcesis de Quito (siglo xv1)........... eee I. Sede vacante.—II. Pedro de la Pefia, obispo de Quito.—Ac- cién pastoral.—Stnodo diocesano.—Accién pastoral con los in- dios.—Duelo Pefia-Audiencia.—Agustinos y franciscanos en Quito.—Régimen del cabildo.—Los eclesidsticos y la revolu- cién de las alcabalas.—IIJ. Luis Lopez de Solis, obispo de Qui- to.—Su persona,—Visita candnica,—Sinodo diocesano.—Fun- daciones eclesidsticas.—Duelo Solfs-Audiencia. CAPITULO II.—Diécesis de Quito (siglo xvi1).. see L Salvador de Ribera, obispo de Quito.—Su persona.—Ribe- xa y los dominicos quitenses.—Ribera y los agustinos quiten- ses.—II. Hernando Arias de Ugarte, obispo de Quito.—- IIL, Alonso de Santillan, obispo de Quito,—Su persona.—Duelo Santill4n-Morga.—Accién pastoral.—IV. Francisco de Soto- mayor, obispo de Quito.—Su persona.—Un extraiio visitador. El visitador y los regulares.—V, Pedro de Oviedo y Agustin de Ugarte, obispos de Quito.—Pedro de Oviedo, obispo de Qui- to.—Agustin de Ugarte, obispo de Quito- —VI. Alonso de la Peiia Montenegro, obispo de Quito.—El obispo y su diécesis.— Obispo escritor—-El caso de las dominicas de Santa Catalina.— El caso Laje.—VII. Sancho Pardo de Andrade, obispo de Qui- to.—Estado moral de la diécesis.—E] caso de los agustinos de Quito. CAPITULO III.—Vida misional. I. Las érdenes misioneras.—II. Métodos misionales.—III. Re- sultados. COLOMBIA CAPITULO I.-Diécesis de Santa Marta I. Vicisitudes de la primera sede colombiana.—Juan Méndez, obispo de Santa Marta.—Sebastian de Ocando, obispo de San- ta Marta.—II. Lucas Fernandez de Piedrahita.—Su persona.— Accién cultural.—Martir. CAPITULO II.—Diécesis de Cartagena................. 5.605 I, Juan de Simancas, obispo de Cartagena.—Su persona.— Accién indigenista.—Duelo Simancas-Del Busto.—II. Dioni- 403 409 416 438 458 47° 476 xii Indice general Pags. sio de Sanctis, obispo de Cartagena.—Su persona.—Estado de su didcenis,--Accién catequistica.—III. Ultimos obispos car- taginenses cn el siglo xvt.—Juan de Montalvo, obispo de Car- tagena. - Juan de Ladrada, obispo de Cartagena.—Miguel An- tonio de Benavides, obispo de Cartagena, CAPITULO HI -Didcesis de Popaydn..................005. 1. Agustin de la Coruiia, obispo de Popayan.——Su persona. Duelo Coruta-Garcfa de Espinar—-Un litigio—II. Francisco de la Serna, obispo de Popayén.—Fundacién del primer colegio de Popayén.—Fundacién ‘dei seminario diocesano de San Francisco de Asfs. CAPITULO IV.—-Archidiécesis de Santa Fe.. I. Juan de Jos Barrios, arzobispo de Santa Fe.—Vicisitudes de la sede santafereia.—Primer sinodo santafereiio—II. Luis Za- pata de Cardenas, arzobispo de Santa Fe—Accién pastoral. — Primer concilio santaferefio.—Seminario conciliar.—Catecis- mo y Constituciones.—Duelo Zapata-Audiencia.—Duelos clericales.—IJ. Bartolomé Lobo Guerrero, arzobispo de Santa Fe.—Su persona.—Duelo Lobo-Sande.—Accién pasto- ral.—Nuevas fundaciones de regulares.—El colegio-seminario de San Bartolmé.—Sinodo diocesano.—IV. Hernando Arias de Ugarte, azobispo de Santa Fe.-~Accién pastoral.—Visita pastoral.—Dortrinas de los regulares.—Concilio primero neo- granatense.—V. Julian de Cortazar, arzobispo de Santa Fe.— Su actitud con los jesuitas.-VI. Bernardino de Almansa, ar- zobispo de Santa Fe.—Su persona.—Duelo Almansa-Sofraga. Duelo Almars-regulares.—Duelo Almansa-jesuitas—Duelo Almansa-Mantique.—Duelo Almansa-canénigos,—VII. Cris- tébal de Torxs, arzobispo de Santa Fe.—Accién cultural.— Duelo TorresSaavedra.—Accién benéfica.—Duelo Torres-je- suitas, CAPITULO V.—Athidiécesis de Santa Fe..............-.55 1. Juan de Argiinao, arzobispo de Santa Fe.—Su persona.—El caso de los doninicos.-—Visita pastoral —IT. Antonio Sanz Lo- zano, arzobisp de Santa Fe.—Duelo Sanz-Castillo.—Accién pastoral—IIL, Ignacio de Urbina, arzobispo de Santa Fe.— Accién pastorl—Urbina y los jesuitas. CAPITULO VI.—Vida misional. . . 1. Las érdenesmisioneras.—II. Métodos misionales.—III. Di- ficultades—IV. Dos grandes misioneros santos.—San Luis Bertran,—-SanPedro Claver, VENEZUELA CAPITULO 1.—Diteesis de Coro-Caracas............005 sees I. Sus postrers obispos en el siglo xv1—Pedro de Agreda, obispo de Venauela.—Sus inmediatos sucesores.—II. Sus pri- meros obisposel siglo xvi1.—Antonio de Alzega, obispo de 488 494 $32 540 556 Indice general XE Pgs, Venezuela.—Juan de Bohorques, obispo de Venezuela.—Gon- zalo de Angulo, obispo de Venezuela.—Juan Lépez Angurto de la Mata, obispo de Venezuela.—III. Mauro de Tovar, obis- po de Venezuela, —Accién pastoral —Duelo Tovar-Gedler.— Duelo Tovar-Fuenmayor.—IV. Los postreros obispos vene- zolanos en el siglo xv1t.—Alonso Bricefio, obispo de Vene- zuela,—Antonio Gonzilez de Acufia, obispo de Venezuela— Diego de Bafios, obispo de Venezuela. CAPITULO H.—Vida misional.. I. Las érdenes misioneras.—II. Métodos misionales.--III. Di- ficultades. VISION SINTETICA CAPITULO I.—Accién santificadora de la Iglesia I. Los martires.—II. Los confesores.—San Francisco Solano. San Martin de Porres.—-Beato Juan Mactas.—III. Las virge- nes.—Santa Rosa de Santa Maria, patrona de América, Indias y Filipinas.—Santa Mariana de Jestis Paredes.—IV. Religiosi- dad popular. CAPITULO H.—Acci6n. cultural de la Iglesia I. Ensefianza primaria.—II, Ensefianza secundaria. sefianza universitaria. CAPITULO III.—Accion artistica de la Iglesia............... Arquitectura,—Pintura.—Escultura.—Musica. PARTE TERCERA DE CARLOS I] A FERNANDO VII (1700-1833) ARGENTINA CAPITULO I.—Discesis de Tucumdn...........660.5000 0005 1. Alonso del Pozo, obispo de Tucumén.—La diécesis al albo- rear del siglo xvii—~Actuacién del obispo Pozo.—II. Juan Manuel de Sarricolea, obispo de Tucuman.—III, José Antonio Gutiérrez, obispo de Tucuman.—Visitador-misioneto.—Mili- tar—Monjas revueltasIV. Pedro Miguel de Argandoia, obispo de Tucuman.—Seminario y sinodo.—Los gobernado- res contemporaneos.—V. Manuel Abad, obispo de Tucumén, Expulsi6n de los jesuitas.—VI. José de San Alberto, obispo de Tucumén.—Su persona.—Accién docente—-El obispo abso- lutista.—Las postrimerfas del xvitt.—z¥ las causas?—VIL. An- gel Mariano Moscoso, obispo de Tucuman.—VIII. Rodrigo Antonio de Orellana, obispo de Tucuman.—-Epoca de la emancipacién americana—El obispo Orellana ante la eman- cipacién, 57t 583 597 625 649 xv Indice general Pags. CAPITULO II,—Corregimiento de Cuyo........ ebeeen sees CAPITULO III.—Discesis de Buenos Aires. I. Luis Francisco Romero, obispo de Santiago de Chil ‘Accién pastoral.—Accién misional.—II. Rojas, Pozo y Satri- colea, obispos de Santiago de Chile—Alejo Fernando de Ro- jas.—José Manuel de Sarricolea—IIl. Bravo del Rivero y Gonzilez, Marmolejo, obispos de Santiago de Chile——Juan Bravo del Rivero.—Juan Gonzalez Marmolejo.—IV. Manuel de Alday, obispo de Santiago de Chile.—Visita-misién.— Accién docente.--V. Sobrino y Maran, obispos de Santiago de Chile.—Blas Sobrino.—Francisco de Borja Maran. I. Sede vacante.—II. Pedro Fajardo, obispo de Buenos Aires.— Visita pastoral—Problemas.—III. Juan de Arregui, obispo de Buenos Aires.—Su persona.—Arregui en la Asuncién.—Obis- po-gobernador civil—IV. José de Peralta, obispo de Buenos Aires.—El obispo y su ciudad episcopal.—Accién indigenis- ta.—-V. Cayetano Marcellano, obispo de Buenos Aires.~-Su persona,—Marcellano ante el tratado hispanoluso de 1750.— Jesuitas.—VI. José Antonio Basurco, obispo de Buenos Aires. VII. Manuel Antonio de la Torre, obispo de Buenos Aires.— Su persona.—Su actuacién con los comuneros correntinos.— Duelo De la Torte-autoridades civiles.—La expulsién de los jesuitas de Buenes Aires y el obispo De la Torre.—El caso Maciel—VHI. Sebastién de Malvar, obispo de Buenos Aires. Accién pastoral.—Duelos del obispo.—IX. Manuel de Azamor, obispo de Buenos Aires.—Su personalidad.—Accién_cultu- ral.—Accién. espiritual. . Benito Lué, obispo de Buenos Aires—Su_perscna—Visita canénica.—El obispo ante la emancipacién.—Duelos Lué y autoridades.—Causales. CAPITULO IV.—Diécesis de Salta...........0..0.0020 cee ee Nicolés Videla dl Pino, obispo de Salta.—La nueva dié- cesis.—El obispo ante Ja emancipacién.~—Videla y el congreso de Tucuman,—Juicio critico del caso Videla.—Videla, obispo. Salta, sede vacante. CAPITULO V.—Vida misional.....0....00..0.0:0 eee ee ree 1, La Patagonia,—felipe van der Meeren.—Juan José Guillel- mo.-—Exploracionss patagénicas.—II. Misién de los pampas de Buenos Aires—III. Misién de los mocobfes de Santa Fe, abipones del Chaco, vilelas de Salta, lules de Tucumén.—Mo- cobies.—Abipones—Vilelas.—Lules. PARAGUAY-URUGUAY CAPITULO I.—Disécesis de la Asuncién. I. José de Palos, ctispo de la Asuncin.—Estado de la didce- sis.--En el caso Axtequera.—El obispo Palos y los jesuitas.— IL. Lorenzo Suatezde Cantillana, obispo de la Asuncién.—El misionero de indie—El canénigo-misionero—El obispo.— 676 688 726 737 751 CAPITULO II.—Vida misional.. Indice general xv Padgs. III. Pedro Garcfa de Panés, obispo de la Asuncién.—Estado general de la diécesis.—Actuacién del obispo. Las reducciones jesuiticas.—Vida interna.—Campaifia antije- suftica—Colonia del Sacramento.—Expulsién de los jesuitas de sus reducciones misionales.-Decadencia de las reduccio- nes.—Critica. CHILE CAPITULO I.—Discesis de Santiago............-..002000055 I. Francisco Romero, obispo de Santiago,—-Estado general de la Iglesia chilena a principios del xvitt—Accién pastoral.— Duelo Romero-Ustariz.—II. Rojas, Pozo y Sarricolea, obis- pos de Santiago.—Alejo de Rojas.—Alonso del Pozo.—Juan de Sarricolea—III. Bravo del Rivero y Gonzalez Melgarejo, obispos de Santiago.—Juan Bravo del Rivero.—Juan Gonzalez Melgarejo.—IV. Manuel de Alday.—Su persona.—Accién pastoral.—Sinodo diocesano.—Extrafiamiento de los jesuitas chilenos,——V. Sobrino, Maran y Zorrilla, obispos de Santiago. Blas Sobrino.—Francisco José Maran.—José Santiago Rodri- guez Zorrilla.—Zorrilla, obispo. CAPITULO II.—Diécesis de la Imperial-Concepcién........- I. Montero del Aguila, Nicolalde y Escandén, obispos de Con- cepcién,—Diego Montero del Aguila—Juan de Nicolalde — Francisco Antonio Escandén.—II, Bermudez, Azia y Toro Zambrano, obispos de Concepcién.—Salvador Bermuidez.— Pedro Felipe de Aztia—José de Toro Zambrano.—Ill. Espi- Beira, Marin y Roa, obispos de Concepcién.—Angel de Espi- Aeira.—Francisco José Marén.—-Tomas Roa.—IV. Diego An- tonio Navarro Martin de Villodres, obispo de Concepcién.— Su persona.—Obispo realista, CAPITULO II.—Vida misional............ 6.0000 c cece ee eeee 1. Las érdenes misioneras.—II. Problemas y métodos misio- nales. PERU CAPITULO I.—Archididcesis de Lima................552555 I. Soloaga, Morcillo y Escandén, arzobispos de Lima,—Anto- nio de Soloaga. — Diego Morcillo. — Antonio Escandén.— II. Gutiérrez de Zeballos y Rodriguez Delgado, arzobispos de Lima.—José Antonio Gutiérrez de Zeballos—-Agustin Ro- driguez Delgado.—III. Pedro Antonio Barroeta, arzobispo de Lima.—Su_persona.—Accién pastoral.—Barroeta-Poveda.— Barroeta-Universidad.—Duelo Barroeta-Superunda— 773 792 803 813 XVI Jadice general IV. Diego del Corro, arzobispo de Lima.—V. Diego Antonio de Parada, arzobispo de Lima,—Accién pastoral —Expulsin de los jesuiitas —Concitio provincial sexto.—-VI. Juan Domin- go Gonzilez de la Reguera, arzobispo de Lima.—Su persona, Visitador y reformador.—VU. Bartolomé Maria de las Heras, arzobispo de Lima.-—Su persona.—Accién pastoral —Su car- denalato.—Las Heras ante la emancipacién,—Renuncia.—En Madrid.—Sede vacante. CAPITULO II.—Disécesis del Cuzco..............00 02.000 e ee 1. Los obispos cuzquenses de la primera mitad del siglo xvrt1. Juan Gonzalez de Santiago.—Melchor de la Nava.—Gabriel de Arregui.—Bernardo Serrada.—Pedro Morcillo.—II, Los obispos cuzquenses de la segunda mitad del siglo xvit.—Juan de Castafieda—Jerénimo de Romani.—-Agustin de Gorricha- tegui.—Juan Manuel Moscoso,—Bartolomé Marfa de las He- ras.—José Pérez de Armendariz.—José Calixto Orihuela.— Ante ja emancipacidn. CAPITULO III,—Didcesis de Arequipa..............-...+05+ I. Los obispos arequipenses de la primera mitad del siglo xvitr. Juan Otélora Bravo de Lagunas.—Juan Cavero de Toledo — II. Los obispos arequipenses de la segunda mitad del si- glo xvim.—Jvan Bravo del Rivero.—Jacinto Aguado.—Diego Salguero.—-Manuel Abad e Illana.—Miguel Gonzalez (o de Pamplona).—Pedro José Chavez de la Rosa,—Reformador— Luis Gonzagade la Encina.—José Sebastian de Goyeneche. CAPITULO IV,—Didcesis de Trujillo......... 0.00... e eee I. Los obispos trujillenses de la primera mitad del si Juan Vitores de Velasco.—Diego Montero de! Aguila.—Jaime de Mimbela—Gregorio de Molleda—II. Los obispos ‘truji- lenses de la segunda mitad del siglo xv11t.— Bernardo de Ar- biza—Francixo Javier Luna.—Baltasar Jaime Martinez de Compafién.—losé Andrés Achurra.—Blas Sobrino.—José Ca- rrién.—Ante ht emancipacién. CAPITULO V.—Diécesis de Huamanga.. I. Los obispo: huamanguenses de la primera mitad del glo xvit.—Frncisco de Deza,—Alonso Lépez Roldan.—Ber- nardino de la Fuente.—Francisco Gutiérrez Gallano.—II. Los obispos huammguenses de la segunda mitad del xvi1t.—Feli- pe Manrique de Lara—José Luis Lila.—Miguel Moreno.— Francisco Lépz.~—Bartolomé Fabro de Palacios.—Francisco Matienzo.—Joxs Antonio Martinez de Aldunate,—José de Sil- va—Pedro Gutiérrez de Coz. CAPITULO VI.—Vida miisional........ 6.0.66. 06 6 eee eee eee Misiones frandscanas. Pags. 84r 855 870 880 Indice general BOLIVIA CAPITULO L—Archidiécesis de Charcas. I. Los arzobispos charquenses del siglo xvi1.—Cronologia- Problematica episcopal.—Potosf.—E1 clero.—Dos sucesos.— II. Benito Marfa de Mox6, arzobispo de Charcas.—Su perso- na.—Ante la emancipacién.—Critica.—III. Las didcesis de La Paz y de Santa Cruz de la Sierra.—Didcesis de La Paz.—Dis- cesis de Santa Cruz de la Sierra. CAPITULO II.—Vida misional.......,..... I, Entre los indios moxos.—Antes del extrafiamiento de los je- suitas.—Después del extrafiamiento de los jesuitas.—II. Entre los indios chiriguanos.—Epoca de Taraqued.—Epoca de Pili- pili 101. Entre los indios chiquitos—IV. Misién de Caupo- ican. ECUADOR CAPITULO I.—Diécesis de Quito..............65 feet eeeee I. Diego Ladrén de Guevara, arzobispo de Quito.—Su perso- na.—Accién pastoral—II. Los siguientes obispos quitenses de la primera mitad del siglo xvi.—Francisco Romero.— Juan Gémez Frias.—Andrés Paredes.—III. Los obispos qui- tenses de la segunda mitad del siglo xvi11.—Juan Nieto.—Pe- dro Ponce.—Blas Sobrino.—Juan Pérez Calama.—José Fer- nandez Diaz de la Madrid—Miguel Agustin Alvarez Cortés, José de Cuero.—Leonardo Santander. CAPITULO II.—Disécesis de Cuenca y de Mainas........... I. Los obispos conquenses del dominio hispinico—José Ca- rrién.—Andrés Quintién.—José Ignacio Cortézar—II. Diéce- sis de Mainas.—Hipélito Sanchez Rangel.—Ante la emanci- pacién, CAPITULO IIL.—Vida misional............ 6600006000 e eee eee I, Misiones franciscanas.—II, Misiones jesuiticas.—La expul- sin de los jesuitas,—III. Misiones mercedarias. COLOMBIA CAPITULO I.—Diécesis de Santa Marta................0e ee I. Los obispos samarios de la primera mitad del siglo xvi1.— Luis Bernardo Martinez Gayoso.—Antonio Monroy.—Mija- res, Polo, Arauz.—II, Los obispos samarios de la segunda mitad del siglo xv1.—Fernando Camacho, Malo y Manuel Camacho.—Calvo, Navarro y Fraga.—Egiies, Santamaria y Sesé,—III. Miguel Sanchez Cerrudo, obispo de Santa Marta. 914 93t 943 951 959 XVIII Indice general CAPITULO II.—Discesis de Cartagena y Popayan.......... I. Diécesis de Cartagena de Indias.—Cassiani y Molleda, obis- pos.—Martinez Garrido y Arbiza, obispos.—Los tiltimos obispos cartaginenses del siglo xvi1.—Los primeros obispos cartaginenses del siglo x1x.—II. Diécesis de Popayan.—-Mateo de Villafaiie, obispo.Su accién cultural—Jerénimo de Obre- gon, obispo.—Pedro Alvarez, obispo.—Salvador Jiménez de Enciso, obispo. CAPITULO III.—Archidiécesis de Santa Fe.,.......6.00000005 I. Francisco de Cossfo, arzobispo.—Su persona y accién.— “Post mortemy.—Francisco del Rincén, arzobispo.—II. Los siguientes arzobispos santaferefios en la primera mitad del si- glo xviu.—Antonio Alvarez de Quifiones.—Juan de Gala- vis.—Diego Fermin de Vergara.—Felipe de Aztia.—III. Los arzobispos santaferefios de la segunda mitad del siglo xv11t.— José Javier de Arauz.—Francisco Antonio de la Riva.—Agus- tin Manuel Camacho.— Agustin Alvarado.—IV, Antonio Ca- ballero, arzobispo.—Su persona.—Accién pacifista.—Arzobis- po-virrey.—Accién cultural.—vV. Jaime Martinez de Compa- iién, arzobispo.—Accién cultural,—Accién pastoral.—VI. Fer- nando del Portillo,arzobispo.—VII. Juan Bautista Sacristan.— Su persona.—Ante la emancipacién.—Cisma. CAPITULO IV.—Vida misional I, Las érdenes misineras.-—Misiones jesuiticas.-Misiones ca- puchinas.—-Misiores franciscanas.— Misiones dominicanas.— Misiones agustiniasas.—iI. Critica misional. VENEZUELA CAPITULO I.—Didécess de Caracas. I. Sus primeros obispos en el siglo xv11.—Juan de Jauregui— Francisco Rincén.—Juan José de Escalona.—José Félix Valver- de.—Los postrero: obispos de Venezuela en este periodo.— Il. Los obispos de Venezuela de la segunda mitad del xvm1— Diego Diaz Madrojero.—Mariano Marti.—Juan Antonio de la Virgen Maria Viars—Francisco de Ibarra.—III. Narciso Coll y Prat.—Ante la enancipacién.—Ajiio 1811.—Accién pasto- ral.—Critica. CAPITULO IL.—Disceis de Mérida y de Guayana........... I. Didcesis de Mé:da de Maracaibo.—Ereccién de la diéce- sis. —Manuel Cancilo Torrijos.—Antonio de Expinoza.—San- tiago Hernandez Mlnés.—II. Rafael Lasso de la Vega, obis- po de Mérida.—Atién_ pastoral.—-Ante la emancipacién.— II]. Diécesis de Sato Tomas de Guayana.—Ereccidn de la diécesis—Franciso de Ibarra, obispo.—Los ultimos obispos guayanenses. 978 998 1010 1021 Indice general ‘xIX Pags. CAPITULO II.—Vida misional......... beeteeeeeeeeeeeeenan 1030 Las érdenes misioneras. VISION SINTETICA CAPITULO I.—Accién santificadora de la Iglesia............5. 1045 I. El episcopado—Il. Et clero.—IIl. El laicado. CAPITULO II,—Acci6n cultural de la Iglesia........060..00665 1068 I. Espiritu intelectual de la nueva época.—II. Primera y segun- da ensefianza.—III. Ensefianza universitaria. CAPITULO III.—Accién artistica de la Iglesia Arquitectura.—Escultura.—Pintura.—Musica. INDICE ANALITICO.. 60. eee eee Seen renee ene nets eee tees PROL OGO Es axioma entre americanistas: «Aun no ha sonado la hora de hacer una sintesis de la historia de Hispanoamérica». Esta ver- dad la hemos sentido, a veces con angustia, durante la gestacién y redaccién de las presentes paginas. Anchas lagunas y profundas sombras hemos encontrado en nuestra larga peregrinacién desde Panama abajo hasta el cabo de Hornos y durante cuatro siglos. Zonas mas iluminadas gracias a investigaciones precedentes en tra- bajos monograficos o historias locales se alternaban con anchos campos atin no hollados por el pie del historiador; tierras ante la ciencia virgenes que de tiempo Iaman la atencién de un hombre ~-de un equipo de hombres—que se preocupe de su vida anterior. Y atin no se ha apuntado esta hora. Y pensamos que tardara en se- falarse. Con esta conciencia aceptamos el encargo de escribir la Historia de la Iglesia en la América espaiola, aventura peligrosa de explora- dores del pasado. Y con fa esperanza de que nuestro trabajo, con sus claroscuros, podia ser de alguna utilidad al presentar en un conjunto arménico toda la gesta historial, a grandes trazos, de la Iglesia en el suelo hispanoamericano. Habia, pues, que componer todo el material de acuerdo con la finalidad de la obra, destinada a lectura de los estudiosos y a servir de texto en las aulas de seminarios y universidades. Este doble cri- terio ponia ciertas condiciones, que precisaba conjugar entre si, so- bre la geografia y la cronologia de nuestro cometido. Asi, sin que pretendamos que haya sido acertado nuestro mé- todo, por razones de claridad pedagégica, hemos parcelado el terri- torio y el tiempo, sin olvidar el proceso del acontecer histérico, que también nos marcaba sus condiciones. Primeramente hemos distribuido la relacién histérica en tres grandes épocas, que, por su analogfa con la historia universal y por la misma intrinseca naturaleza de los fenémenos ocurridos, podrian Ilamarse Edad Antigua, Media y Moderna. Facil es expre- sar su respectiva caracterizacién. I. Edad Antigua: desde la implantacién de la Iglesia hasta Carlos V, época de los primeros contactos y fundacién de [as pri- meras sedes episcopales. Il. Edad Media: desde Felipe IJ hasta Carlos II, periodo de la casa de Habsburgo: consolidacién y expansién de la Iglesia. Ill. Edad Moderna: desde Felipe V hasta la emancipacién de las nuevas nacionalidades sudamericanas, periodo de la casa de Borbon. Estas divisiones, necesarias en toda obra sintética, no siempre corresponden a la evolucién de los sucesos, pues mientras en un XXII Prélogo determinado lugar se vive ya la Edad Media, en otro atin no se ha presentado la Edad Antigua. La historia objetiva no admite las vivi- secciones de la historia subjetiva. Pero la relacién histérica las re- clama por razones de claridad. Ast dividido el tiempo, se presenta el problema del espacio, largo y ancho en nuestro tomo. Por los dichos imperativos, para parcelarlo, hemos adoptado un criterio ecléctico: a) Para la Edad Antigua hemos considerado todo el mapa sudamericano como una «unidad homogénea», y asi hemos seguido el curso de la fundacién de las sedes episcopales segtin su ritmo cronolégico, sobre todo el campo; ello por ser en este periodo el avance eclesial de paso corto relativamente y reducido a dreas es- trechas. b) Para las Edades Media y Moderna hemos considerado el mismo mapa como «pluralidad de naciones», y asi hemos seguido la implantacion y el desarrollo de la Iglesia aisladamente en cada na- cion de nombre moderno, por no obrar en estas edades la razén que en la Edad Antigua, y si la contraria, de un amplio despliegue de Ja Iglesia en tods la extensién del mundo sudamericano. Afiddase el criterio pedagégico, de facilitar al profesorado y al alumnado la oportunidad de hilar concentrado en un conjunto homogéneo cuanto se refiere a una mcién moderna en un perfodo dado. Este ultimo pensamiento nos ha impulsado a poner al frente de cada capitulo la bibliografia indicativa del temario desarrollado en aquel lugar, siguindo en nuestra exposicién a un autor-guia. Asi, mas concretado ese particular bibliografico, amplio segiin las opor- tunidades para mayor facilidad del lector, nos dispensa de antepo- ner en la obra el dlenco de la literatura histérica sudamericana. Dentro de ese cuadro y con estos criterios metodolégicos he- mos pretendido eanarcar la génesis y ulterior crecimiento del cuer- po eclesial en nustro territorio; y para tratar de comprehender la realidad que enyoWié su historia en un circulo concreto, se han dado unas notas prelirinares de tipo geografico, antropoldégico, etnolé- gico y, particularnente, religioso de tal circulo concreto, al presen- tarnos en él por vz primera. Asi esperamos se situard el lector den- tro del mundo qu rodeé al misionero con todo su complejo, sobre todo el religioso, que se ha querido ilustrar suficientemente para yalorar con maya precisién la labor del apostol. Sin embargo, tas cuestiones generales, que afectan a todo el mundo hispanoareticano, o las hemos omitido completamente o tan sélo las hemcapuntado, por haber sido ya tratadas por Leén Lopetegui, con acttado criterio, en el tomo correspondiente a Mé- jico, América Ceztal y Antillas de esta Historia, donde Félix Zu- billaga ha historido con suma competencia la vida de la Iglesia en las zonas tropizles de nuestras Indias.* Al terminar nestro caminar fatigoso no se nos oculta que, con el sistema metodiigico aceptado, nuestro paso ha sido lento, en. * Cuando remitimosillector a una obra citada sin especial anotacién ni de autor ni de titulo (p.¢j., 1 58), nos réimos a esta Historia, al tomo primero de ella. Prélogo XXII ocasiones monétono, mds analista y menos sintético; mas un episco- pologio que una historia eclesidstica. Y es verdad. Se ha ganado en. precision, se han evitado las generalizaciones, tan comunes en este tipo de escritos; se ha hecho girar la historia de los hechos alrededor de las personas de los obispos. Con lo cual se ha concretado la narra- cién y se ha marcado, cuando se ha podido, la personalidad de los prelados, sucesores de los apéstoles, y generalmente los verdaderos actores, patentes u ocultos, del drama historial. Quedaban todavia gestas de trascendencia suma que desorbita- ban la accién del obispo en lo inmediato, como es la obra misional entre elementos autdctonos, y para su narracién se han reservado capitulos aparte. Igualmente, la narracién detallista, que proporcio- naba las ventajas referidas, pedia visiones mas amplias, a vista de avidn, para el recuento de eventos de mayor circunferencia geogra- fica y cronoldgica. Asi, al fin de cada una de las edades se han resu- mido las diversas facetas de la accién de la Iglesia. Primeramente, Ja obra santificadora de la misma, como primer propdsito de su misién divina. En segundo lugar, su accién cultural, desde las prime- ras letras hasta los estudios universitarios. Por tltimo, su accién artis- tica en la arquitectura, escultura, pintura, musica y artes menores. Con todo ello, segin nuestras posibilidades, hemos intentado recopilar cuanto se nos ha presentado con verdad histérica, ajenos a leyendas negras y a leyendas rosas, en la idea de que la Iglesia, divino-humana, ha tenido y tendr4 sus sombras para que resalten las luces. Y lo mismo se impone decir de la Iglesia de Espatia, una de cuyas glorias es haber contado con sacerdotes que supieron ser antes apostoles que espaiioles, cuando ellos tuvieron caracter para reprimir el mal de otros espayioles a favor del indio desamparado. Indice de un alto grado de superacién psicolégica y moral. En mis de una ocasién, de este dualismo nacieron los frecuentes «duelos» que registramos entre los eclesidsticos y los civiles, muy explicables en un tiempo en que se estaba perfilando la estructura de una sociedad nueva en ultramar bajo la accién doble de la Iglesia y del Estado, cuando no pocas de las normas legales atin eran impre- cisas en si y de no tan facil aplicacién al caso concreto de las Indias. Duelos entre curias episcopales y audiencias reales, entre un clero y otro, en los coros catedralicios y dentro de los muros de conventos masculinos o femeninos, nos marcan con fuerte relieve la silueta angulosa del actor hombre, que a una con Dios escribe la historia de la Iglesia, «pueblo de Dios». La responsabilidad histérica nos ha impuesto la obligacién de registrar estas alternativas, desagradables en ocasiones, pero se hacia necesario recogerlas, para explicar asi el adelantar dificil del mundo eclesial por las rutas sudamericanas, Tales nuestros ideales, tales nuestros criterios, tales las lineas directrices de las presentes paginas, que han sofiado compendiar Ja vida heroica de la Iglesia en la América sudespanola. Roma, 25 de marzo de 1966. A, de E. HISTORIA DE LA IGLESIA EN LA AMERICA ESPANOLA AMERICA DEL SuR PARTE I De Fernanvo V 4 FELIPE II (1508-1556) Juridica y politicamente, la mentalidad espariola del siglo xvr siempre consideré a sus dominios ultraoceanicos como una prolon- gacién del mapa metropolitano. Ideologias éticas, econémicas y re- ligiosas, cada una con sus postulados entonces imperantes, afluyeron. a crear tal concepcién unitaria de una amplia patria, rasgada fisica- mente por anchos mares, pero convergente hacia el centro, cuyo simbolo era el monarca. Por esta consideracién nos ha parecido dividir Ja historia ecle- sidstica sudamericana en tres partes o épocas correspondientes a tres grupos de reinantes. A esta razén extrinseca creemos corresponde también la realidad intrinseca de la historia de los hechos. Efectiva- mente, la época que corre bajo los cetros de Fernando V y Carlos V se caracteriza por la nota primeriza de los primeros tanteos de im- plantacién de la Iglesia en el suelo sudamericano, trabajo de rotura- cién del campo salvaje, ereccion de las primeras didcesis, constitucién de una sociedad religiosamente nueva, conquistas de grupos étnicos acristianos; a esta primera época—diriamos la Iglesia primitiva sud- americana—sigue su Edad Media, que comprende el reinado de la casa de Austria, desde Felipe H a Felipe V (1556-1724): afos de robustecimiento y pleno desarrollo de la Iglesia, en plena madurez. Al mismo tiemp> que despliega el fausto de sus cabildos catedrales, eleva sus universidades, sostiene la moral de la alta sociedad de las capitales indianas, aconseja a virreyes, eleva a las clases bajas a un nivel superior de vida humana, se dilata por campos atin inexplora- dos entre elementos aborigenes perdidos en bosques inhéspitos. Asi la sorprende la tercera época coincidente con la hegemonia de la casa de Borbén (1724-1902); época estigmatizada por las revuel- tas politicas europeas, que necesariamente repercuten en Indias con sacudidas fuertes de segregacionismo y autodeterminismo en lo civil, y en lo religioso, de un laicismo y racionalismo que enervan las fuer- zas del catolicismo sudamericano, puesto en conflicto dificil ante el dilema de seguir su atdvico legitimismo monarquico o doblegarse ante el hecho del resurgir de las nacientes republicas auténomas, entre las cuales fue Cuba la ultima en independizarse de Espafia, el citado afio 1902. 4 PL. De Fernando V a Felipe CAPITULO I En tierras colombiano-venezolanas * I, Novas Groardricas Y ETNOLOGICAS 1. La tierra.—Si siempre la geografia ha condicionado el des- arrollo de la obra humana, este principio habia de influir potente- mente en la accién de la Iglesia en el suelo sudamericano tan tragica- mente accidentado. Es sumamente légico que, establecida la primera sede espariola en las Antillas, fueran las costas abiertas al Caribe también las primeras en excitar la atencién de los conquistadores en tierra firme. Asi vemos que, a una con Ja conquista, la Iglesia funda su primer obispado meridional en el punto de unién del norte con el sur, en el golfo de Darién. Precisamente en la Antigua, ciudad fantasma colocada como a legua y media de la desembocadura del rio Atrato (Colombia). Veiase hacia el norte limitada por las extensas e insalubres marismas que forman las bocas del rio, que sepulta en el Atlantico, después de recorrer unos 565 kilémetros, sus 4.800 metros cubicos de agua por segundo. Regién Iluviosa, en el amplio cauce fluvial de cerca de 30.000 kilémetros cuadrados del Magdalena, Ilamado no sin raz6én por A. de Humboldt «lago que corre». Hacia el sur de la ciudad er- gufanse las montafias de la seccidn mids septentrional del sistema andino occidental, cargado de selvas intrincadas, de vegetacién tro- pical exuberante. En forma parilela a esta cadena andina occidental corre la zona * Fuentes,—J, pe CaSTELLANOs, Historia del Nuevo Reino de Granada (Madrid 1886); Cedulario de las provircias de Santa Marta y Cartagena de Indias (siglo XVI) I, Afos 1529 a 1535 (Madrid 1923);M. FERNANDEZ DE NAVARRETE, Coleccién de los viajes 9 descubrimien= tos que hicieron por ma’ ios esparioles (Madrid 1825); G. FernAnpez by Ovtepo, Historia ge- neral y natural de las Indias (Madrid 1853); A. DE HerneRA, Historia general de los hechos de los castellanos en lasislas y tierra firme del mar Océano (Madrid 1601); B. DE Las Casas, Historia de las Indias (Difico 1951); V. Mrtinpez, Tesoros verdaderos ce Indias (Roma 1681). Bibliografia.—Atusez Ruprano, Pedrarias Davila, el Gian Justador (Madrid 1944): R. M. Baran, Resumes de la historia de Veneauela (Brujas-Paris 1939); W. C, BENNET, The archeology of Colombia, en Handbook of South American Indians 11 (Washington 1946) 823- $53; A. DE Ecasta, La tenfa det regio vicariato espariol en Indias (Roma 1958); J. M. Groot, Historia eclesidstica y cis de Nueva Granada (Bogot 1889); A, Hxpuicxa, Early man in South Amorica: Bulletin, Buss of American Ethnology 32 (Washington); P! pe Letoria, Rela ciones entre la Santa Sel: e Hispanoamerica (Roma-Caracas 1959); J.T. Mepina, El descu- brimiento del océano Parco (Santiago 1014); A. Muze, Crénica de la Orden franciscana en la conquista de! Perti Paraguay y el Tucuindn y su convent det antiguo Buenos Aires (Bue- nos Aires 8.2.); F, MontexeGRo ¥ CoLon, Historia cle Venezuela I (Caracas 1960); A. L. Kror- per, The Chibcha, en landbook of South American Indians II (Washington 1946) 887-909; J, DE Ovispo ¥ BaSoy Historia de la conmuisia y poblaciin de la provincia de Venezuela 1 (Madrid 1885); J. M. Fiateco, Los obispos de Santa Marta durante el siglo XVI: Rev. Jave- riana 199 (Bogota 1953] 209-225; Los primeros cbispos de Cartagena: Ecclesiastica Xaveriana 6 Gogots 1956) 357-392;V. Z. Park, Tribes of the Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, en Handbook of South ‘inerican Indians Il (Wéshington 1946) 865-886; L. Peicot y Gar: cia, América indigena I,n Historia de América y de los pueblos americanos, dir. A. Ballesteros y Beretta (Barcelona 146); E. Restaero Tirapo, Los quimbayas (Bogota 1912); Ensayo el- nogrifico » arqueolégicode la provincia de les quimbayas en el Nuevo Reino de Granada (Sevi- Ila 1929); J.P. Restaen, La Iglesia y el Estado en Colombia (Londres 1885); M. Serrano ¥ Sanz, Origenes de la doninacién espaicla en América (Madrid 1918); C.. pr Urnena, Don Ro- digo’ de Baitides (San Domingo 1930); L. Wapina, O. F.M., Annales Minorum (Lug- juni 1625-54) C1. En tierras colombiano-venezolanas 5 central del mismo sistema montafioso, que, después de elevarse en sus pdramos altos a 4.600 metros, cargados de nieves permanentes, desciende al valle del Magdalena, que lo bafia y fertiliza en su anchura (de 30-60 kilémetros) y en su largura (de 600). Mas al le- vante, una tercera cadena, igualmente paralela a las dos anteriores, la zona oriental, cuyos altiplanos alcanzan los 2.600 metros, y al norte, en la Sierra Nevada de Cocuy, los 5.493 metros. Limite del mar se yergue la Sierra Nevada de Santa Marta, de cimas nevadas de 5.880 metros, macizo proteico, contén gigantesco del océano Atlantico, que baja precipitadamente al agua en la costa accidentada. Aqui, el segundo obispado. Si corresponde a esta zona por su posicién un clima tropical, por lo variado del terreno, es variada también su temperatura, que en las zonas cdlidas alcanza una media anual de 29°; en las templadas, 22°, y en las frigidas, 12°. Entrando en el territorio correspondiente a la actual repuiblica de Venezuela, no es menos sorprendente su variada geografia: en la zona costera, al occidente, se abajan las ultimas estribaciones de los Andes en la regién de Mérida, continuacion de la cordillera oriental colombiana, donde las alturas alcanzan los 5.000 metros, con sus valles profundos y barrancos horrendos, mientras las cimas se cu- bren de floresta fresca. En esta zona, al levante, corre la zona monta- fiosa de Coro, donde se colocara el tercer obispado, con tres cadenas de montaiias mds bien bajas—1.000-1.500 metros—; zona rica en florestas y sabanas, con la bella peninsula Paraguana al norte, que se alarga por el Caribe. Al sur va levantandose esta franja litoral hacia la montaiia, a los montes Caribicos, cuyas alturas oscilan entre 1.500 y 1.700 metros, alcanzando el pico de Naiguata los 2.675 metros. Regién rica igual- mente en florestas, que anuncian ya Ja tercera de las cuatro importan- tes regiones venezolanas: los llanos del Orinoco. Extensas superficies bafiadas por el rio, extendidas en un Area de 300.000 kilémetros cua- drados, a 220 kilémetros antes de llegar al mar. Atin mas al sur sube el altiplano de Guaiana, rica en vegetacién, escalando el cerro de Roraina, a 2.632 metros, Andlogamente al clima de Colombia, aunque menos himeda, Venezuela goza de un clima tropical, con una media de 27°-28° en las zonas bajas, descendiendo en Mérida a 17,8° por enero. 2. El indigena.—La regién colombiana, donde primeramente se situé la Iglesia, estaba ocupada por la familia chibcha 1, cuya area comprendia desde el sur de Honduras hasta las proximidades del Chimborazo, en el Ecuador, y por el oriente hasta los Ilanos del rio Apuré, afluente del Orinoco. De este tronco, multiples tribus originarias, lingiiisticamente di- ferenciadas, desde los cunas del Darién que llegan hasta el Atrato, se extienden por Antioquia més alld del rio Cauca, ocupando los altos valles del Magdalena en su parte central (4° 15’-6° 50’ de latitud 1 Cf, Kroewer, 0.¢.; Pericor, 0.¢., 595-602. 6 PL. De Fernando V a Felipe norte) y constituyen propiamente la familia chibcha (llamada tam- bién mosca o muysca), Un grupo de esta familia se separé para situar- se mds al norte, junto al Atlantico, en parte de la Sierra Nevada de Santa Marta 2. Tal el grupo aruaco. Los chibchas occidentales vivieron agrupados en torno a Po- paydn (en el alto valle), de Antioquia (en el curso inferior) y de Car- tago (en el curso medio). Al pie del monte Quindio se asentaba la tribu de los quimbaias, que recibieron amistosamente a los espafioles y les ofrecieron ejemplos de su alta cultura, destinada a no sobre- vivir mucho. Mas importante es el grupo oriental chibcha, habitante del valle del Magdalena, entre los 6° de latitud norte y 4° de latitud sur, cuyo centro era Bogetd, en un territorio de unos 18.000 kilémetros cua- drados, con un millén de habitantes. Su organizacién social radicaba en la familia—nota comtn en el mundo andino—; cien familias formaban un grupo bajo un cacique; varios grupos de familias se reunian en torno de un cacique superior, constituyendo hk unidad alta de la tribu; varias tribus asi unidas, de numero variabk, constituian un bloque social dependiente de un superior central, militar, administrativo y religioso, La vida estaba organizada socid y politicamente en forma piramidal; Ia base estaba formada por los ciudadanos libres; sobre ellos, la nobleza de sangre, que daba fos jefts militares y demds funcionarios del estado, y, en la cuspide, la monatquia. Al margen de esta fabrica yacian los esclavos apresados en guerta o tales por nacimiento. Al tiempo d: la conquista se hallaron nueve estados soberanos y auténomos, ckwsaparecida ya cuarenta afios antes una décima mo- narquia, que alanzé el grado supremo de cultura, el reino de Guatavita, consetido por la imaginacién en el sofiado Dorado. De una estaura media de 143-154 centimetros, indice cefalico 86,21 centimetrs, era su psicologia mas bien timida, reacia al esfuer- zo, indolente; decultura, en general, muy primitiva, su pictografia y petroglifos son groseros y poco dicen al hombre moderno. Segtin lo permitian lasdiversas zonas que en su peregrinacién ocuparon, dedicdbanse al altivo del maiz, de la coca y del tabaco; al tejido de mantas de algodin; entendian de alear y laminar los metales. Eran sus cremcias religiosas de tipo animista, de fantastica mito- logia, manistas, doradores del sol como primer principio, de la na- turaleza en sus os, lagos y elevados montes, como concreciones de la divinidad. Igulmente significaban la divinidad en sus idolos de oro, madera o bio, y en particular conservaban singular veneracién a las plumas de lsaves. También entre ellos, como en todos los pue- blos andinos, sewnservaba la tradicién de cierto personaje—Nente- requeteva o Boditha—que les habria doctrinado en practicas utiles y ensefianzas relgiosas. Su maestro en este aspecto y conservador del depésito de creexias misticas era el jeque: disgregado ya a los dieci- séis afios y sonvido a una vida duramente ascética por siete, sdlo 2 Cf. Parg, o.c. Cl. En tierras colombiano-venezolanas 7 superada positivamente la prueba, recibia «cierto bonetillo, como borla de mano» de un cacique superior, supremo sacerdote. Tras esta iniciacién comenzaban sus funciones de maestro, de sacerdote e in- térprete entre lo alto divino y lo bajo humano, al mismo tiempo que de hechicero; era su misién conjurar el mal en todas sus manifesta- ciones, especialmente en las enfermedades, que se crefan originadas del mal espiritu, aplacando a las divinidades con sacrificios humanos, particularmente de nifios previamente seleccionados para ello. En tierras hoy venezolanas, en contraposicién con la familia chibcha de «cultura andina», nos hallamos con indigenas de la lla- mada cultura amaz6nica» 3, situada en la vertiente oriental norte del Atlntico; agricultores intensivos los chibchas, inferiores los amaz6- nicos; aquéllos, sedentarios; éstos, semifijos preferentemente, subdi- vididos en tres grandes grupos: los aruacos, los caribes y los tupf- guaranis. Gentes influidas de diversas culturas por sus mutuas re- laciones facilitadas por la rica hidrografia de esta parte del conti- nente. El aruaco, proveniente probablemente de las Antillas, estatura media 155 a 164,5 centimetros, con multiples variaciones, que acusan un hibridismo amplio, adquirié el maximo de su preponderancia en la regién interior central, la Vapisiana; pero sus constantes se verifi- can en menor escala en la regién de Coro. Era su familia de tipo esogdmico, en combinacién con la poliga- mia, su derecho hereditario masculino en [inea directa paterna; refinados en trabajos de ceramica, en el tejido de algodén, laboriosos e ingeniosos, de cualidades morales sobresalientes; eran sus casas- cabafias de forma rectangular, o redonda u oval, ocupadas por una sola familia, generalmente, o de hasta cuatro, pero siempre de pa- rientes. Fundabase su religién en la creencia de los espiritus o poten- cias malévolas, habitantes de las selvas o espiritus librados de la carne humana (durima); parece que no conocieron la idea de un Dios creador; desarrollaron el estudio del cielo y de las constelaciones con criterios religiosos. La vida agricola, su maxima ocupacién, era amenizada por danzas fantasticas religiosas que solemnizaban [as cosechas de la mandioca. IL. La conquistTa ESPANOLA 1. La conquista civil-militar.—En Burgos y en 1508, Fernan- do V concertaba una capitulacién con dos audaces aventureros: uno era Alonso de Ojeda, pobre, pero sabedor de las cosas de Indias; el otro, Diego de Nicuesa, rico; ambos gozaban de gran privanza en la corte real. El monarca, aunque la exploracién de tales territorios perteneciera de derecho a los herederos de Colén, cedié a Ojeda toda Ia costa septentrional sudamericana desde el cabo de Vela al golfo de Uraba (Darién), con el nombre de Nueva Andalucia; mientras otorgaba a Nicuesa el actual istmo de Panamé, con sus litorales, des- de el golfo de Uraba hasta mas alla del cabo Gracias a Dios, en Hon- duras, con el apelativo de Castilla del Oro. 3 Cf. R. Biasurts, Le raze e i popoli della terra IIL (Torino 1914) 521-528. 8 PL De Fernando V a Felipe 1 Un afio més tarde, en noviembre de 1509, salia de La Espafiola (hoy Santo Domingo) Ojeda con cuatro embarcaciones y trescientos hombres, camino de su gobernacién continental. Entre sus hombres iban el veterano Juan de la Cosa, nombrado alguacil mayor de Urabé, y Francisco Pizarro, el futuro conquistador del Pert. Dificil fue el primer encuentro con los aborigenes de Cartagena: sus flechas herbo- ladas, portadoras de muerte, diezmaron las huestes del conquistador, y una de sus victimas fue el propio De la Cosa. Ojeda hubo de reple- garse hacia el occidente, y en el punto limite de su provincia fundé un fuerte, el de San Sebastian, que hubo de abandonar ante la pre- sién de Jos naturales. Herido y cauterizando las heridas con planchas ardientes, reducidos sus guerreros a sesenta, sin viveres, regresé a La Espafiola para morir m{sero y abandonado. Igual ruta se decidié a emprender Pizarro; mas en Cartagena hallé al bachiller Martin Fernandez de Enciso, uno de los primeros componentes de aquella expedicién, y ambos se volvieron a Uraba a tentar fortuna, siguiendo su camino hasta Darién. No cedia la re- sistencia indigena. Sin embargo, consiguieron poblar un lugar, como a legua y media de Ia desembocadura del rio Atrato en el Atlantico, y, reconocidosa la proteccién de la Virgen, llamaron al lugar Santa Maria de la Antigua, pronto primera sede episcopal sudamericana. A la actitud hostil de los aborigenes cierto se afiadieron las di- sensiones intemas en el campo espafiol: Vasco Nufiez de Balboa, lugarteniente del difunto Ojeda, logré que le nombrasen alcalde mayor; embari para La Espafiola a su rival Enciso, y él, duefio de la situacién, informado por los indios de que al otro lado de las mon- tafias se extendia un ancho mar, se lanzé con 190 espafioles y 1.000 indios a cruzarel istmo. El 25 de septiembre de 1513 descubre desde Jo alto de unasierra el Pacifico, y dias después entra en sus aguas, tomando poseién en nombre de los monarcas Fernando e Isabel. En esta expediién, el hijo del cacique Comogre le anuncia la exis- tencia de ricastierras hacia el sur, y se enciende ya en Balboa y en Pizarro la sed de! oro peruano. Balboa, coi todo, sufre en stu interior: teme que sus arbitrarie- dades se sepanen la corte; sus huestes no siempre le secundan en sus planes; el 19 de enero de 1514 se decide a volver a la Antigua y enviar a Espiia a Pedro de Arbolancha a informar a sus majesta- des, Le habla: precedido las quejas de Enciso y las nuevas de los descubrimients recientes. Por ambas razones, Fernando habia ya nombrado gobnador de Nueva Andalucia a Pedro Arias de Avila 4. TIL Juans Quevepo, O. F. M., opispo DE LA ANTIGUA x. En el Consejo Real, mientras se preparaba la expedicion conquistadors, se atendia también al problema religioso. Era por 1513. Ya rey aragonés estaba diestro en asuntos de ereccion de didcesis y10mbramiento de obispos. El 8 de mayo de 1512 habia firmado a Burgos con los electos obispos de Santo Domingo, 4 R, Vancas Uae, Historia de la Iglesia det Pert 1 83. Cl. En tierras colombiano-venezolanas 9 de la Concepcién y de la isla de San Juan, una Concordia, redonando a ellos los diezmos de sus iglesias, con lo cual, al mismo tiempo que cumplia con su obligacién de patrono de Ia Iglesia indiana, los sujetaba a la corte real; el 26 de julio de 1513 urgia a su embajador cabe el papa Julio IL que nombrara a Juan Rodriguez de Fonseca, presidente del Consejo de Castilla y encargado del negociado de Indias, obispo de Palencia, hechura regia, patriarea de las Indias occidentales con verdadera jurisdiccién sobre ellas, al mismo tiempo que suplicaba al Pontifice excusara el enviar nuncios al ultramar espaiiol 5. Fiel a este programa centralista y, sin duda, animado por el animo condescendiente del nuevo pontifice Leén X (1513-21), es- cribié Fernando a su embajador en Roma, mosén Jerénimo de Vich, pidiendo se erigiera una sede episcopal en el Darién y presentando para ella al franciscano fray Juan de Quevedo, «predicador que agora es de nuestra real capilla..., ha regido diversos oficios de pro- vincial y guardian de la provincia de Andalucia muchos afios». En el mismo documento el rey pedia dos facultades: una la de «limitar y sefialar los limites y didcesis en la dicha tierra, asi para la dicha Iglesia y obispado de Nuestra Sefiora de la Antigua, de la provincia del Darién, que agora se llama Bética Aurea y que al presente se ha de instituir y criar, como para las que adelante se instituiran y criaran; la otra ha de ser para hacer la particién y divisién de los diezmos de las dichas iglesias de Nuestra Sefiora de la Antigua y de las que adelante se criardn e instituiran...»® EI neoelecto obispo, natural de Bejort, en las montafias de Bur- gos, habia ejercitado con suceso el pulpito, segun testimonio de Las Casas. Persona agradable al monarca, se interesaba éste para que cuanto antes, aun antes de recibir las bulas papales, por prac- tica abusiva no protestada, se consagrara obispo y acompafiara en 3 Eeana, La teoria 11-13, Cf, P, pe Lerurra, Relaciones I 3-31. 6 La carta referida sintetiza el pensamiento regio sobre la organizacién religioso-politica de la Iglesia indiana: «Es necesario que en la provincia donde agora est el pueblo de los cris tianos, que es en la provincia que se ha de llamar Bética Aurea y la iglesia del pueblo se ama Nuestra Sefiora de la Antigua, le plega {al Papa] criar y erigir un obispado de la iglesia ca- tedral deste nombre, debajo del dicho patriarcado; y porque el devoto padre fray Juan de Quevedo, fraile de la Orden de San Francisco de la Observancia, predicador que agora es de nuestra Real Capilla... ha regido diversos oficios de provincial y guardiin de la provincia de Andalucia muchos ., sera Nuestro Seftor servido de que él sea proveldo con este dicho obispado, y Nos le enviamos a requerir con este cargo, y él, biendo lo mucho que en éi puede servir a Nuestro Seftor, hanos aceptado de ir luego a la dicha armada a entender en la conversidn de Ja dicha gente. Por ende suplicaréis a Su Santidad nos conceda dos facultades: Ja una porque Nos y los subcesores en esta corona real de Castilla, o la persona que para ello sefialaremos en nuestro nombre pueda agora y ende aqui adelante limitar y sefalar los limites y didcesis de la dicha tierra, asi para la dicha iglesia y obispado de Nuestra Sedora de la Anti- gua, de la provincia del Darign, que agora se llama Bética Aurea, que al presente se ha de instituir y criar, como para las que adelante se instituirén y criardn, La otra ha de ser para hacer la particién y division de los diezmos de las dichas iglesias de Nuestra Sefora de la Antigua y de las que adelante se criarén e instituiran y para seiialar los réditos del dicho patriarcada, los cuales diezmos, puesto caso que tenemos gracia y donacién dellos, concedido por la Sede Apostélica, porque bayan luego prelados a entender en la conversién de aquella gente barbara, les daré en nombre de la serenisima reyna, mi muy cara y amada hija, ast como si fuesen criando las dichas iglesias, ecepto las tercias, que esto ha de quedar para la corona destos reynos y perpetuamente y pues Nos habemos'de hacer la donacién de los di- chos diezmos, razén es que el repartimiento dellos, asi de los que se dieren al patriarcado como a los Obispos, se haga por la persona que nombraremos para ello y que Su Santidad nos envie la dicha comisiény. Cita en VARGAS, 0.c., 84s. 10 Pl. De Fernando V a Felipe IL la expedicién que se preparaba a las érdenes de Pedrarias. Al rumor de ¢las maravillas y grandisimas riquezas quel Obispo y Pedrarias pregonaban», gentes de toda suerte se afanaban por alistarse; hubo de reducirse el ntiimero de los pasajeros; la armada pudo zarpar del puerto de Sanhicar de Barrameda el 11 de abril de 15147 (I 252-271). Acompahaban al obispo seis religiosos de su Orden bajo el comi- sario fray Diego de Torres, y 17 clérigos, entre los cuales figuraban Lorenzo Martin y Toribio Cintado, candénigos mas tarde de la Antigua, y Hernando de Luque, famoso después en la conquista del Pert. El 30 de junio arribaban a Ja Antigua, después de tocar en la Gomera y Santo Domingo y desembarcar en Santa Marta, donde tuvieron un encuentro fuerte con Jos naturales. A su Ilegada a la sede episcopal, recibido el homenaje de pleitesfa que le rindiera Balboa, obispo, gobernador y clérigos pudieron percatarse de que la capital se reducia a unas 200 casas de humilde madera, unos 500 espafioles 0 algo mis, 1.500 indios de servicio o naborias, simplemente esclavos. En aquel reducido mundo representaban a la Iglesia trés dérigos: uno era Juan Pérez Salduendo, de Plasencia, a quien el preado nombrara deén de la nueva Iglesia; otro era Pedro Sénchezy confesaba a Balboa; el tercero, Andrés de Vera, habia acompaiido al mismo descubridor en su expedicién al Pacifico. 2. Actuacén del obispo Quevedo.—En este medio primitivo jabian de actu el nuevo prelado y sus sacerdotes. Pedrarias, en el repartimiento dz solares de la Antigua, asigné cuatro para el edificio de Ja nueva catral y 150 castellanos de renta anual para su fabrica. ‘Asi, al finalizarel aio 1515, se levantaba su figura pobre y sencilla. Se organizé el cabildo catedral, con Juan Pérez por dein, Diego Osorio por chwtre _y Toribio Cintado por maestrescuela, y por arcediano Rodigo Pérez. Tal era el pensamiento del monarca, de constituir a Ja Iglesia indiana al modo de la granatense desde un principio, con peso y la armazén férrea de un cuerpo clerical mas propio de una Iglesia antigua que de una cristiandad incipiente, Junto a Ia atedral levantaron también su iglesia conventual y aun planearon a ereccién de un colegio para los nativos que se trajeron de las mtradas realizadas por las regiones indigenas. Ade- més, y fue la etcera institucién que se vio nacer en la inhéspita zona, un centrisanitario bajo la advocacién de Santiago, tan nece- sario en aquel dima malsano, y al cual el monarca ordené se apli- casen, por ochiafios, a partir de 1515, las cantidades resultantes de las penas, an 200 pesos de oro 8. . Pero quizaspor la dificultad del mismo medio ambiente, lo : Gaon oe aan, Si eFe a usu, en Santo Domingo, las tres sedes fundadas en las Antillas, y coosta ocasién proponia: «Item, que la ereccion, asf de Ja dicha Iglesia or isde las dignidacss de los otros beneficios con la divisién de las dichas décimas, {se ha SP ttplicar] venga coutida al obispo de Palencia; porque, aunque se hubiese de conformar eta del Reino de funda, emendando algo en la parte del cabildo, se harfa muy bien e may breve». Cita en [ivA, 0.c., 28, CL. En tierras colombiano-venezolanas 1 cierto es que pronto se descompuso todo aquel organismo, pues el obispo, en febrero de 1515, comunica al rey que sdlo cuatro clérigos Te quedan y el candnigo Lorenzo Martin. Informa que en mas de una ocasién se ha visto solo él con otro sacerdote en la Antigua, Para el resto de la diécesis, de limites indefinidos, no podia contar ni con los franciscanos, pues pronto tres de ellos se habian alejado de aquellos parajes ingratos 9°. No se podia pensar en un trabajo de captacién del elemento autéctono. Es légico que éste se hallara en una postura de oposicién ante los extrafios que venian a alterar su vida primitivamente tran- quila. Aunque entre las instrucciones regias dadas a Pedrarias era punto esencial el del buen tratamiento de los naturales 10, segtin las fuentes de los mismos autores espafioles 11, hubo excesos repro- bables cometidos contra los indios. El mismo Balboa no resulta inocente, aunque se supo granjear la estima de algunos caciques y llevar adelante la conquista sin las violencias de otros sucesores. Pedrarias, para ocupar al con- quistador espafiol hambriento y desocupado, organiz6 algunas entradas por la regién. Aquella «caza e monteria infernal», que dira el cronista Oviedo, irrité mds Jos 4nimos de los indigenas; asi que «los que antes estaban como ovejas se han tornado como leones bravos», informaban el obispo y Balboa al rey 12. Fracasaron los intentos de nuevas fundaciones en el interior; sélo una colonia logré establecerse en el norte, Acla, mas tarde Panama y Nombre de Dios. La Antigua languidecia y ya se pensaba en un pronto traslado. Una tercera dificultad vino a sumarse a las dos anteriores: las relaciones violentas entre el obispo y Pedrarias: trajo éste a las Indias Ja mision de residenciar a Balboa. Naturalmente, se distanciaron ambos; ni el matrimonio de Balboa con la hija mayor de Pedrarias sellé la paz. El obispo desde un principio se colocé a favor de Bal- boa, con Io cual se enemisté con Pedrarias, y asi se impidié una accién armoniosa entre ambas potestades. Ni ayudé el mismo cardcter personal del prelado. Segtin Oviedo, Quevedo era codicioso y granjeaba con el botin de los guerreros y en el trafico de esclavos. Las Casas, que le conocié personalmente, afirma que no impedia el que se herrara y vendieran publicamente los indios; y esto lo confesé el mismo Quevedo sinceramente 13, Cierto que el obispo no gozaba de la simpatia de su didcesis: los oficiales reales informaban a la corte, acusdndole «de no haber hecho las diligencias que se requerian para la conversién de los indios», El resultado de esta situacién fue negativo casi completamente: 9 Varcas, 0.¢., 99. 10 Se le ordenaba ¢que por ningiin caso se les hiciese guerra a los indios, no siendo ellos Jos agresores y no habiendo hecho o intentado hacer dato a la gente castellana; que oyese fen estos casos al obispo y sacerdotes, que estando con menos pasién y menos esperanza de hacer interés de los indios, serian votos mas imparcialest. En Groor, o.c., 2. 11 Varcas, 0.c., 86. 12 Carta del r1 abril de 1515. Varcas, 0.c., 8815, 13 Tbid., ors. 12 PI. De Fernando V a Felipe IL los Unicos indios ciertamente bautizados fueron los capturados en las entradas y adscritos al servicio de los espafioles; alguna esperanza sostenia al buen fray Diego de Torres cuando, incrédulo respecto de los mayores, intentaba se le confiase la educacion de los nifios indios en el colegio que levantaron en la Antigua. Oprimido por esta realidad, el mismo Quevedo, apenas después de un aio pasado en el Darien, a 2 de febrero de 1515, solicitaba del rey permiso para volver a Espafia © traslado de su persona a Santo Domingo. En enero de 1518 regresaba a la metropoli, y en Molins del Rey, ante Carlos V, conferencié con Las Casas, rindiendo informes nada agtadables sobre los desmanes y pobreza del Darién y la conducta arbitraria de Pedrarias. Explicé largamente en un tratado su criterio acerca de los problemas sustanciales que le habian interesado mas vivamente en Indias: si era justa la guerra contra los indios y justa la esclavitud de los cautivos; negativa era la respuesta del obispo, si bien, de creer a Las Casas, parecia conceder que los aborigenes eran siervos @ natura, siguiendo en esto a Sepul- veda, En otros dos memoriales entregados al canciller Gattinara denunciaba la conducta opresiva de los conquistadores contra los indios de Tierra firme, y explicaba el remedio que debia aplicarse. Tales fueron las postreras actuaciones del ordinario dariense antes de fallecer ea las proximidades de Barcelona el 24 de diciem- bre de 1519. Su breve episcopado fue un fracaso debido a las causas sefialadas, a pesarde su buena voluntad, no siempre correspondida ni por Ia colaborxién de los otros ni por su propia preparacién, literaria y cortesam mas bien, no apta para una obra de roturacién en un medio hosti. Con él murié dl primer y Unico obispo de la Antigua. Pedrarias habia resuelto fija la residencia del gobernador en Panama, aun contra el dictames de seglares y religiosos. Parece que los francis- canos habian abasdonado ya las orillas del Atrato por Santo Do- mingo. El nuevo dbispo, el dominico fray Vicente Pedraza, se esta- blecera en la ciudid del istmo, mientras la Antigua terminar4 por despoblarse en 1514. Afios mas tar#, en 1789, el arzobispo-virrey de Santa Fe de Bogota, don Antaio Caballero, refiriéndose a este abandono del Darién, que él lo aga totalmente a la cuenta de Pedrarias, comenta: «Desde esta época[1§18] se abandonaron las costas de Darién, y Jos indios, viéndos libres de la fuerza de armas, empezaron a sacu- dir el yugo y a torr venganza de las tiranias de Pedro Arias, cuyos estragos han trascadido hasta nosotros». Y la zona, fuende Ias vias frecuentadas por las corrientes emi- gratorias, que se ditigian veloces al interior en busca del sofiado Dorado, quedé akndonada a su: ingrata suerte. Pasardn dos siglos, y atin en el xviii bs indios de Darién se hallaran privados de una Iglesia jerarquicamnte constituida en didcesis, en cuya sede el primer obispo, digraciadamente, manifesté no estar preparado para su misin. Siblen, y esto debe anotarse a su favor, en él co- menzé la historia # la constante resistencia oficial de los prelados CL. Ep tierras colombiano-venezolanas 13 hispanoindianos en favor del indigena en contra del blanco su explo- tador, aun cuando el propio prelado, privadamente, cayera en el error—hoy crimen—de permitir se marcara a las personas hu- manas 14, IV. Tomas Ortiz, O, P., pRIMER OBISPO DE SANTA Marra El notario sevillano Rodrigo de Bastidas, que desde 1511 cono- cia bien la costa norte de Sudamérica, rico encomendero de Santo Domingo, firmé en 1521 las correspondientes capitulaciones en que se le concedia la fundacién de una ciudad y fortaleza desde el cabo de la Vela hasta las bocas del Magdalena. Desde La Espafola se dirigid en 1525 hacia tierra firme, y el 29 de julio desembarcé en una ensenada cerca de Gaira, y en honor de la Santa, cuya fiesta se celebraba aquel dia, lo Ilamé Santa Marta. Noble con los indios, pronto a reprimir las demasias de los espafioles tras un atentado contra su persona por parte de éstos, volvié a Santo Domingo y en Cuba muri, Duros afios siguieron para la incipiente colonia, ensangrentados por rivalidades personales entre los elementos directores y las entradas fatales del ejército en medios indigenas. Cuando la corte nombré gobernador y capitan general de la regién a Garcia de Lerma, aproveché esta ocasién fray Garcia de Loaysa, presidente del Consejo de Indias, para recabar de su general dominico enviase frailes de su Orden con el neoelecto gobernador. Sefialaronse 40 re- ligiosos, y 20 se embarcaron con los alemanes A. Alfinger, J. Sailler y N. Fédreman, facultados para conquistar desde la laguna de Maracaibo hasta el Orinoco. Otros 20 frailes entraron en Santa Marta con Lerma en 1529, trayendo por vicario a fray Tomas Ortiz, famoso predicador de la isla de Santo Domingo y de México. Comenzaron los misioneros por construir una iglesia de paja y rela~ cionarse con el indio chibcha y sus tribus bondas y taironas, acom- pafiando a los conquistadores que buscaban El Dorado. A propuesta de la Corona, Clemente VII habia elegido primer obispo de Santa Marta al dicho vicario dominicano. Erigié éste la catedral en 1531 y escogié entre los frailes las primeras dignidades. Hallamos su actuacién resumida asf en el libro Becerro del archivo capitular de Santa Fe: «En tiempo que gobernaba la tierra Garcia de Lerma, vino a Santa Marta el primer obispo de ella, fraile domi- nico, que se decia fray Tomas Ortiz, hombre docto y de buena repu- tacién. Su venida fue el mismo ajio de 529 y tuvo por repartimiento el pueblo de Bodinga de aquella provincia, que en aquel tiempo era de mucha importancia, que se lo dio el dicho gobernador; en el cual residié el] mas tiempo que alli estuvo y desde alli hacia su oficio 14 Ibfd., Groot, 0,c., 4. Carlos V, a 6 de agosto de rsro, ordena que, si los religiosos franciscanos habian salido & Darién para Santo Domingo Ilevando utensilios religiosos, los devolvieran. SeRRANO Sanz, o.c., I, apéndice. La catedral debi de trasladarse a Panama entre 1522 y 1524, aunque.en el documento de ereccién se mezclan Jos nombres de Darién, Tierra Firme y Panama, y se da como titular de su catedral a Nuestra Sefiora de la Antigua, Vancas, oc, 94. iW V1. De Fernando V a Felipe IT pantoral, predicande y doctrinando a sus stibditos y a sus naturales. HI cunt, viendo cudn despacio iba la conquista y que los motivos de lla iban por diversos y diferentes caminos de los que él pretendia, y convenia, y tenia ordenado y pensado, determind volverse a Espa- fia, y asi lo hizo» 15, Estas lineas transparentan el fondo del cuadro en que le tocé desenvolverse al prelado. Atento éste a misién evangelizadora, pretendia que los conquistadores se dirigicsen primeramente a las zonas de poblacién mas densa y mas décil, entre los cuales poder asentar los puntos de arranque para un ulterior despliegue de fuerzas. Contrariamente, los seglares, alucinados por el espejismo del Dorado y dems puntos auriferos, dirigian sus conatos de pe- netracién a estos centros donde los indios eran més belicosos. El resultado de este programa para los conquistadores, realizado con descontento cle los eclesidsticos, fue su derrota en Posigueyca, con lat consiguiente apostasia de no pocos indios. Igual suerte le depardé a Lerma su entrada a la Ramada. Acompafaban o el obispo o sus religiosos a los conquistadores en estas empresas para que la accién de éstos fucra mas suave, pues los indios se afianzaban en su postura de protesta ante las vejaciones que recibian, hasta llegar a incendiar sus poblidos antes de entregarlos a los blancos, talar los bosques y huir a los montes abruptos. Tuvo cl obispo también sus diferencias con el gobernador por causa de competencias jurisdiccionales, «porque [Lerma] quiere defender Nuestra justicia e patrimonio real e¢ vos [el obispo] entre- meter en ello, como el tomar el oro y dezir que de ello no devéis derechos algunos», segtin queja de la reina gobernadora. A la muerte de Lerma, a fines de 1531, salté la mas viva anarquia en Santa Marta, Los indios bondas y jerivocas, exaltados por los malos tratamientos que se les infligfan, asaltaron la ciudad mientras Megaba el gobernador interino, doctor Rodrigo Infante, oidor de la Audiencia de Santo Domingo. Su capitan Cardoso extremé las medidas mds drasticas de represién: para dispersar los ntcleos indigenas, vendié por esclavos los indios rebeldes a las islas de Barlovento, contra las disposiciones regias y las reclamaciones del obispo. Este, impotente para actuar eficazmente su programa de protector, volvidse a Esparia, con animo ademas de recibir la consa- gracién episcopal que atin no se le habia conferido. Pero en 1532, apenas Iegado a la metrépoli, fallecié. Es tanto mas digna de encomio la actuacién indigenista de este prelado cuanto mds depravado le parecié el indio, segin lo pinté con tintas negrisimas a Carlos V en una relacién de 1525: «Relacién curiosa de Ia vida, leyes, costumbres y ritos que observaban en lo 15 Citaen Groor, o.., 11. Véase ibid. discutido si fue este obispo enviado a Espaiia preso © no por los frailes, Lo dicho en el texto, siguiendo al ilustre historiador neogranadino, eree~ mos que admite ser aquuilataco a la luz de nuevas interpretaciones referentes a la creacién y primer obispo de Santa Marta: la sede fue erigida por Clemente VII el 9 de enero de 1534; el obispo Ortiz fue elegido porla reina dofia Juana el 5 de abril de 1530, y en esta calidad, ef tesentado obispo Ortiz gobemd aquel territorio «por lo menos durante dos aiiost, y puede Fiamarse obispo ten gracia de fa designacién regia solamente. J. M. Pacuco, Los oblspos de Santa Marta durante el siglo XVI: Revista Javeriana 40 (1953) 209-211. Cl. En tierras colombiano-venezolanas 15 politico, de su idolatria, guerra y paz»; los indios alli retratados se nos aparecen como que écomen carne humana y sodométicos mas que generacién alguna..., andan desnudos, no tienen amor ni vergiienza, son como asnos, abobados, alocados, insensatos...» 16 Tal el aborigen caribe antropéfago que conocié el obispo en Santo Domingo y a las riberas del rio Cariara en tierra firme, sin que se pueda extender tal descripcién a otras unidades étnicas de cultura superior. Fallecido este primer obispo de Santa Marta, fueron presentados por la reina para la misma silla, sucesivamente, fray Alonso de ‘Tobes, franciscano, llegado a Santa Marta en junio de 1533 y falle- cido en diciembre siguiente, antes de la ereccién de la sede, y fray Tomas Brochero, que renuncidé. Y asi la sede estuvo vacante has- ta 1536. on) VY. Juan FERNANDEZ DE ANGULO, SEGUNDO OBISPO DE SANTA Marta Este afio, a 6 de septiembre, el papa Paulo If elegia para Santa Marta a su segundo obispo en Ja persona de Juan Fernandez de Angulo, que entré en su diécesis en agosto del afio 38. Precisamente este aiio, Gonzalo Jiménez de Quesada entré a explorar las regiones vecinas a Santa Marta. Llegé por el rio César hasta el Magdalena y remonté cerca de cien leguas hasta llegar a descubrir el poblado de Tora. Atraido por el fantasma del oro que se le dijo se ocultaba al oriente, abandonado el curso del Magdalena, traspasé las sierras de Opén’y penetré en el territorio de los chibchas, dominios del cacique Bogota; vencido éste, fundé la ciudad de Santa Fe de Bogota, que convirtié en centro de sus operaciones militares, y repartié sus tierras entre los suyos y nombr6 su primer cabildo. De alli partieron destacamentos aguerridos que penetraron hasta los poblados de Hunsa, donde fundo la ciudad de Tunja. Estaba decidido a salir para informar a la corte y conseguir su confirmacién en el gobierno de las tierras conquistadas, cuando se vio sorprendido por la llegada de los espatioles de Quito acaudillados por Sebastian Benalcazar (1538). En estos valles de Bogota, el préximo afio 39, habfan de encon- trarse ambas expediciones, la de Quito y la de Santa Marta, con la dirigida por Nicolés Frédeman, que habia salido desde Coro tres afios antes. El territorio de los chibchas estaba ya definitivamente incorporado al imperio espafiol. En los antiguos y destruidos centros aborigenes comenzaban a levantarse las humildes residencias de los nuevos sefiores 17, Viose la Iglesia representada en esta expedicién de Quesada con una fuerte escuadra de dominicos. Entre ellos, digno de especial ho- norifica mencién es el padre Domingo de Las Casas, primo del céle- bre abogado de los indios, Abundando en el mismo ideario de éste, su accién hubo de dirigirse a dos frentes durante esta penosa travesia: 16 Cedulario 110; J. M. PactEco, Los jesuitas en Colombia I (Bogoté s. a.) 51. 17 Groot, 0.¢., 31-97- 16 Pl. De Fernando V a Felipe I educar a las huestes espafiolas en Ja disciplina y en el respeto a sus su- periores, atajando las revueltas que comenzaban a excitarse ante la crueldad de aquella geografia inhéspita, y en el humanismo evan- gélico con que habian de tratar a los vencidos; al mismo tiempo, evangelizar en lo posible a las gentes dominadas y aliviar su situacién. dificil. Apenas conquistada la zona bogoteiia, se edificé una ermita de paja en la plazuela de San Francisco; alli celebré la primera mi- sa de Nuevo Reino el padre Domingo, el 6 de agosto de 1538. Otra mision delicada en Ia que se vio envuelto e! mismo dominico fue la de tener que arreglar los intereses opuestos de los tres conquis- tadores mencionados: logré que Frédeman se retirara mediante el pago de 4.000 pesos de oro, satisfechos por Quesada; mas agria se presentaba la cuestién entre Quesada y Belalcazar; por fin, Las Casas consiguiéd que, sin sacar las espadas, se viniera a una transaccién, ofreciendo al conquistador quitefio 4.000 castellanos de oro, a los que renuncid, con la facultad de vender los tesoros que trafa y la promesa de que sus gentes serian admitidas en los nuevos tertitorios bogotanos. Informado el obispo de Santa Marta, el dicho Fernandez de An- gulo, por el padre Las Casas de los nuevos descubrimientos y de la fundacién de Bogot4, ordené a fray Juan de Urrés, dominico, que de su Orden pasaran frailes de celo y cualidades apostélicas. Queda- ba nombrado provisor y vicario general en Nuevo Reino don Pedro Garcia de Matamoros, canénigo maestrescuela de Santa Marta. Y simulténeamente con la obra de la colonizacién comenzé la de la evangelizacién, especialmente con las gentes de Tunja y de sus con- tornos, colocando a clérigos en los puestos de poblacién mas densa. «Estos religiosos [dominicos] en Tunja—el padre fray Juan de Au- rrés, en Santa Fe, yel padre Juan de Méndez, en Bogoté—trabajaron incesantemente en su ministerio, en que no fue la menor de sus fa- tigas apartar algo de los corazones de los indios el aborrecimiento con que miraban a los espafioles, ocasionado de las muertes de sus reyes y caciques mas principales. Vivian en continuo susto con el asombro de las armas; juzgaban que el Dios verdadero que los reli- giosos les anunciaban era tan formidable como los que profesaban su ley» (Zamora). Mientras tanto, el prelado, acosado por la miseria, rector de una iglesia tan pobre que le parecia irreverente guaydar en ella el Santisi- mo Sacramento, a 30 de mayo de 1540 escribfa al rey: «En estas partes no hay cristianos, sino demonios; ni hay servidores de Dios ni del rey, sino traidores a su ley ya su rey», y «ninguna cosa les puede ser mis odiosa ni aborrecible que el nombre de cristianos, a los cuales ellos, en toda esta tierra, laman en su lengua yores (?), que quiere decir demonios, y, sin duda, ellos tienen razén, y como los indios de guerra ven este tratamiento que se hace a los de paz, tienen por mejor morir de una vez que no muchas en poder de cristianos» 18, Asi, también en el altiplano bogotano los misioneros se conquistaron 18 Ibid., 87; Pacusco, Los obispos 213. C1. En tierras colombiano-venezolanas 17 las enemistades de Jos blancos y las iras de los indios por razones encontradas. Y tenfan que trabajar en aquel ambiente hostil. Al mismo tiempo, en 1541, se presentaban en la corte de Car- los V cuatro dominicos procedentes de Méjico, Per y Cartagena, reclamando de las extorsiones cometidas contra los elementos aborigenes de las respectivas regiones. La exposicién dura de los padres Juan de Torres, Martin de Paz, Pedro de Angulo y Bartolomé de Las Casas motivé la promulgacién de las Leyes Nuevas (I 83). Si ellas no resultaron eficaces por motivos muy contrapuestos, la Iglesia alz6 a favor del indio su voz proindigenista rechazando cual- quier complicidad con el crimen. Asi el emperador podia escribir el 1 de mayo de 1543 a fray Tomas de San Martin, provincial dominico de Nuevo Reino: «Mucho os ruego y encargo que, pues todo lo en ellas [Leyes Nuevas] prevenido, como veréis, va enderezado al servi- cio de Dios y conservacién y libertad y buen gobierno de los indios, que es lo que vos y los otros religiosos de vuestra Orden, segun estamos bien informados, hasta ahora tanto habéis deseado y procu- rado, trabajéis en todo en cuanto vos fuere que estas nuestras leyes se guarden y cumplan» 19. VI. Martin pe Caratayup, O, S. H., TERCER OBISPO pe Santa Marta Al fallecimiento del obispo Angulo, en 1542, fue nombrado don Martin de Calatayud, jeronimo, para sucederle. Era hijo de Juan Francés y Marfa Lépez, natural de Calatayud; monje en San Barto- lomé de Lupiana el 15 de julio de 1521. De su breve pontificado (1g de diciembre de 1543 a 9 de noviembre de 1548) pocos datos memorables nos ha conservado la historia. Desde un principio pensé en fijar su sede en Riohacha, como es- cribe el 28 de enero de 1545: «... ansi por ser el lugar mayor de todo el obispado, como por estar cerca de la pesqueria de las perlas, como por haber en la comarca muchos indios que no estén de paz y podrén estallo con el favor de Dios y de Vuestra Alteza.» Efectivamente, el elemento indigena estaba en actitud de rebel- d{a, razonaba el prelado, «por ser de su natural de los mas diabélicos de todas las Indias, y, sobre todo, el mal tratamiento que les han hecho y poca fe que les han guardado los pasados cristianos», De estos atropellos hacfase eco Calatayud, refiriéndose mas en-concreto al valle de Upar: «Hasta agora no he entendido en ello [en la evangeli- zacién indigena] por no haber aparejo, porque como aquellos indios estan de guerra y escandalizados de los malos tratamientos que los espafioles les han hecho, y en especial en el valle de Upar, donde pensaba comenzar, tomandoles por muchas veces sus hijos y muje- res y parientes, y a ellos esclavos y robandoles sus haciendas, para ir e poder tener platica con ellos y dalles a entender los favores y mer- cedes que Su Majestad y Vuestra Alteza de aquf adelante pretende hacelles, es menester ir a buen recaudo con harta gente y bien aper- 19 Ibid., ro2, 18 Pl, De Fernando V a Felipe IL cibida, porque de otra manera harfan los indios al principio dafio». Segtin Castellanos, el obispo traia érdenes del rey de abolir la pesqueria de perlas por los indios de Cabo de la Vela, pero que, so- bornado por los interesados en el negocio, no actud. Es cierto que Calatayud examin6 esta industria y que envié informes, segtin anun- cia en su carta al rey (28 de enero de 1545). Otra raz6n tenia también el prelado para no fijar su residencia en Santa Marta: hallabase la antigua sede bajo la constante amenaza de Ja pirateria francesa, pues estando en Cabo de la Vela el obispo, los filibusteros, noticiosos de haberse depositado en esta localidad el oro exportado para el rey desde el interior, «como estaba a cobro, resca- taron la ciudad haciendo en ella mucho dajio; y dieron carena a sus navios tan de reposo como en puerto de Francia, y a esta causa esta tan destruida y escandalizada Santa Marta, que hay muy pocos veci- nos en ella y éstos a pique para irse, y si no fuera por el capitan Luis de Manjarrés, que ahi tiene cargo de justicia, ya no habia ningun vecino en Santa Marta... Si los franceses acuden otra vez, ni sera menester dean ni cura, porque toda la ciudad se destruira». Pero !legé a Santa Marta y tomé canénica posesién de su mitra. An no le habin Ilegado las bulas papales y para consagrarse se embarcé en Cabo de la Vela en busca del obispo de Cartagena. La travesia fue accidentada: «Cuando parti de Cabo de la Vela para venir aqui, a Cartagena, me embarqué en la nao capitana de la flota, adonde venia por capitan Juan Lopez de Archuleta, el cual estando sobre la c4maradonde yo venia le maté un rayo, el cual descendié a mi cdmara, lucia la parte donde yo estaba, y me hirié en la cara y me quem6 lascejas y pestafias y cabellos, y me dexé muy sordo de un ofdo y maltrtado de una pierna, aunque ya de todo estoy mejor, loado sea Dios,y maté dos hermanos del Nuevo Reino que alli ve- nian, que estaban juntos cabe mi, que se decian Hernan Pérez de Quesada y Jiménez de Quesada, y a otros que en la camara hirid», Tras la accientada ruta, Calatayud no pudo ser consagrado en Cartagena de manos del diocesano del lugar, don Francisco de Be- navides, por nehaber Hegado la dispensa pontificia para recibir la consagracién d: manos de un solo obispo. De nuevo en camino, Calatayud saliael 29 de enero del 1545. El 2 de mayo Ilegaba a la capital de Nuew Reino, en compaiifa del joven Pedro de Urstia, delegado por sitio, el visitador Miguel D{fez de Armendariz, para promulgar las [ges Nuevas; este dia llegaba el primer obispo que tocara tierra sastferefia. La situacién era dificil; la nueva legislacion chocaba con muchos intereses creados. Santa Fe, comentaba Cala- tayud, «estaba idos dedos de resbalar en los inconvenientes que los del Pert es cafdit. Asi que ambos mandatarios decidieron distmular por entonces «nto a la publicacién dellas por pregén, aunque cuanto al efecteeste caballero [Urstia] hace guardar algunas dellas», Razona el pelado esta conducta en vista de las circunstancias: el cabildo seghi de Ila ciudad le presentaba resistencia, alegando que atin no esta consagrado, aunque, a la verdad, sus componen- tes halldbanse icursos en las medidas coercitivas que entrafiaban C1. En tierras colombiano-venezolanas 19 las nuevas disposiciones indigenistas de la Corona. De otra parte se requeria la presencia del elemento espafiol, pero éstos necesitaban del servicio indio, pues no hay espafiol—informaba el prelado—que quiera servir, «aunque en Espaia no haya sido otro su oficio sino servir; luego el servicio no puede ser sino de indios, los cuales, aunque al principio vengan a servir contra su voluntad, después huelgan dello viéndose mejor tratados de los espafioles y con mas descanso que entre sus naturales, entre los cuales viven como bestias», Igual- mente se requeria el concurso de los nativos para el transporte por los montes, en grandes extensiones donde no se encontraba una sola venta, y los caballos—las tnicas bestias—valian 500 pesos. Era, por tanto, para Calatayud el servicio indigena un mal necesario por el bien comin. Para suavizarlo y elevar la moral colectiva, en dos de sus cartas desde Santa Fe proponia establecer escuelas para los hijos indfgenas, 4y mientras manda esto [S. M.], se procura hacer en esto segtin mis pobres fuerzas alcanzaren, procurando haber los més nifios que pu- diese, a los cuales servira de colegio mi casa y yo de capellan para ensefiarlos». Parece, sin embargo, que este plan no se pudo efectuar, pues Calatayud hubo de salir pronto para Lima en busca de obispo consagrante. Y para vencer la resistencia que le ponia el cabildo santaferefio, alegando ser larga la ausencia del prelado, hizo esta Ultima etapa de su recorrido como capellan de la expedicién militar que iba a socorrer al virrey peruano Blanco Nujiez Vela en su lucha con Gonzalo Pizarro. E] regio representante fue vencido en la batalla de Afiaquito. Calatayud siguié hasta Quito, desde donde, en buena armonia con Pizarro, entré en su compafifa en Lima. Aqui recibié su consagracién episcopal de manos del diocesano Jerénimo de Loaysa, asistiendo los obispos del Cuzco y de Quito, sirviendo de padrino el mismo Pizarro, y fue la primera consagraci6n episcopal celebrada en Sudamérica. El militar debié de prendarse del obispo, pues cuando se presentd en Panamé el enviado regio Pedro de la Gasca para entender en las revueltas peruanas, Pizarro entregé su confianza al obispo limense Loaysa y al sefior Calatayud para informar personalmente al rey. A principios de 1547 ambos obispos se embarcaban ruta al istmo. En Panamé pudieron conferenciar con La Gasca, y desistié de prose- guir el viaje ultramarino el obispo de Santa Marta, volviendo a esta su sede. Pudo ya edificar su elemental iglesia matriz «en breve tiempo». Pero cuando proyectaba un viaje a Santa Fe le sorprendié la muerte, después de cinco dias de enfermedad, el 9 de noviembre de 1548. Su actuacién en la cuestién indigenista ha sido debatida desde que Quesada le traté de tibio defensor de indios. Efectivamente, tanto con los perleros de Cabo de Vela como en la implantacién de las nuevas ordenaciones indigenistas actué con moderacién. Ello, con todo, parece era lo procedente en aquella coyuntura histérico-social: ambas partes se necesitaban mutuamente en pro del bien comin; una convulsién integral y rapida hubiera resultado desastrosa para 20 PI. De Fernando V a Felipe U aquella sociedad basada en. una economia simplista, propia del pri- mer momento de su transculturizacién. Y ello lo vio Calatayud y traté de razonarlo en su informacién a la corte, presentando el cua- dro general no tan negro, por el lado menos cargado de tintas oscu- ras, a cuenta de los indios que se beneficiaban con el servicio en com- paracién con otros que entre ellos vivian «como bestias». En esto hablaba el diplomatico, pues no podia haberse olvidado el obispo a mediados del afio 15.45 de lo que habia él mismo escrito a principios del mismo afio, de los «malos tratamientos» en general 20, VII. JuaN DE Los Barrios, O. F. M., cuARTO OBISPO DE Santa Marta 1. Su persona.—Habia sido electo obispo de Ja paraguaya diédcesis de la Asunci6n—propiamente obispo del Rio de la Plata—. Pero su humildad franciscana le hizo renunciar. Ante la persistencia de Julio III y del rey, hubo de aceptar su traslacién a la didcesis de Santa Marta; en Roma se despachaban sus bulas el 21 de julio de 1552. Y Barrios, el hijo sencillo del pueblo extremeiio de Pedroche, hizose a la vela en Sanliicar de Barrameda el 4 de noviembre del mismo afio. Envuelto en tempestades y ataques de piratas pudo llegar a Santa Marta el 6 de febrero del 53. Estaba en su sede esperando embarcacién para ir o a Cuba 0 a Santo Domingo a presentarse a un obispo. Ni una nao se avecinaba, y cuando pudo embarcarse para Riohacha, los indios taironas con su sublevacién se lo impidieron. Decidiése, pues, a subir hasta Santa Fe, y se le opusieron los cabil- dantes seglares. Logré, por fin, inyponerse; en una canoa, por el Magdalena, fue visitando las cortas aldeas que le salfan al encuentro. Desde Tamalameque escribe el 15 de abril de 1553: «Las mas iglesias estén sin sacerdotes ni curas, e ésos que hay en algunas todos son de frayles renegados y de los clérigos prohibidos. Yo estoy determi- nado a no dejar acd ninguno destos, como Vuestra Real Alteza me lo manda por su cédula, y asi quedaran las iglesias desiertas y des- amparadas». Otra sorpresa tan desagradable le iba a ofrecer aquella Santa Fe de mediados del xv1; en su informe del 15 de noviembre del citado afo refiere que es escaso el clero diocesano para atender a los curatos y beneficios; suplica el envio de curas dotados de celo pastoral, ‘porque tengo bien donde emplearlos en ensefiar la doctrina por estos pueblos y con buenos salarios», Respecto del clero regular’, son pocos, porque los que évinieron a este Nuevo Reino todos se fueron, con harto escandalo y mal ejemplo de sus personas». La culpa cae, en parte, en los superiores espafioles, que envian pocas personas y de no tanta cristiandad; ahora va a la metrépoli el padre custodio fran- ciscano en busca de operarios «para que se comience a coger esta tan copiosa mies del Sefior, la cual hasta agora se esta derramada y ociosa por no haber habido ni haya quien la Hame a ganar el dinero ce- lestial», 20 Varcas, Histor, 0.c., 190; Pacuico, 0.c., 214-217: Cl. En tierras colombiano-venezolanas 21 Insiste en la misma peticién en su carta al rey, 31 de enero de 1554, «porque estos pocos que aca hay son la escoria de Espafiay. Pasando al gobierno temporal, propone que se fijen las tasas de los indios, pues ante la anarquia fiscal, cada uno es libre para exigir segun el propio capricho, con las consiguientes extorsiones contra el nativo. Para ello precisa el envio de un presidente de veras cris- tiano, «porque algunos de los que aqui estan son mas para desolarla y destruirla que para sustentarlax. Quedan incumplidas las reales ordenanzas en lo referente a la construccién de iglesias; las existen- tes son pobres, de paja, y algunas se han incendiado; los oficiales reales se benefician ellos con los diezmos eclesidsticos a costa de las iglesias. De esta panordmica edilicia no se escapaba ni la misma catedral santaferefia, caso de erigirse alld la sede, segun él lo habia propuesto en 1553; la iglesia era de paja y estaba el obispo empefiado en susti- tuirla por otra menos lamentable; el 4 de octubre del 53 habia ya firmado un contrato con los albariiles por 1.000 pesos. Dos afios mas tarde el templo estaba ya erigido, pero su fabrica habia procedido sin técnica. La vispera del dia sefialado para su inauguracién de- rrumbése el edificio por estar «mal edificada en los pilares, que Ile- vaban mucha falta de cal y malos materiales,» declaraba el albafil Pedro Robayo. 2. Sinodo diocesano.—La primera asamblea diocesana neo- granadina abriase el dia de Pentecostés de 1556. Ello suponia valor en el prelado que Ia convocd, pues la Iglesia habia de enfrentarse con el problema maximo que por aquel entonces pesaba en la joven diécesis de Santa Marta-Santa Fe: una disposicién sinodal, calcada en otra idéntica de Méjico, ordenard a los encomenderos que, con- tra lo estatuido, no habian fundado doctrinas en los enclaves de sus encomiendas, restituir los beneficios percibidos de Jas mismas bajo pena de censuras eclesidsticas. Naturalmente, alborotaronse los in- cursos y alborotése el cabildo secular y se presenté recurso a la Audiencia en caso de fuerza. Un auto de la real entidad, fechado el 19 de octubre del 560, declaraba que en realidad el prelado se extralimitaba de sus facultades por competir el asunto al poder ci- vil y no al eclesidstico, ordenando al obispo levantar las censuras fulminadas y conceder las apelaciones interpuestas por los enco- menderos, referentes a la restituci6n mandada. Aun en otra ocasién hubo Barrios de contradecir a la Real Au- diencia; fue el caso de un clérigo contra quien el poder civil dicts auto de prisién. Por tratarse de caso de fuero, el obispo. contradijo Ja orden emanada de un poder laical y lanz6 el entredicho contra la ‘ciudad. El prelado saliése de la capital maldita ¢ ibase a embarcar | para Espafia cuando, ante el revuelo de Ios buenos santaferefios, : los oidores de la Audiencia se humillaron, salieron al camino a su* : Sefioria y, obtenida la absolucion, le rogaron que regresara. Pero en ‘el ilustre cuerpo de oidores atin estaba recalcitrante contra el pre- ‘ado don Juan Maldonado, quien se atrevid a contradecir ptiblica- ' 22 PL. De Fernando V a Felipe I mente al obispo mientras predicaba en la catedral, acusindole de hereje. Entre estos azares, muy tipicos de aquellas gentes del xvi, pa- saron los primeros diez afios de la vida episcopal del franciscano Barrios, cuando Pio IV decretaba el traslado oficial de la sede sa- maria a Santa Fe, en el consistorio del 11 de septiembre del 562. Dos afios mis tarde, a 22 de marzo del 564, la sede santaferefia era constituida metropolitana y nombrado su primer arzobispo el pro- pio Barrios 21. VIII. Roprico DE Bastrpas, PRIMER OBISPO DE Coro (VENEZUELA) 1. Estado de la didécesis.—Alonso de Ojeda con Américo Vespucci en 1499, en expedicién exploradora, habian Ilegado a Chichiviriche, en la costa de Coro, a los 10° 54’ de latitud norte y 68° 22’ 15”. Alos espafioles surtos en la proxima isla de Santo Do- mingo les atraian aquellas costas inexploradas, cuya riqueza en per- Jas les fascinaba. En 1501, Rodrigo de Bastidas con el piloto Juan de la Cosa exploraban la regién septentrional del continente sud- americano. Pocos afios mas tarde, en 1511, los dominicos de la Espafiola, informados de las relaciones imprecisas de los aventure- ros, llegan a Cumana. Pero los padres Cérdova y Gracés, conside- rados injustamente como cémplices de Jos desenfrenos de los espa- fioles, fueron acrificados por los indios, exasperados por los vejé- menes de los blancos. Por idéntica razén, en 1520 fue arrasado el convento dominicano levantado en Santa Fe, en el golfo entre Cu- mana y Barcelona. Mal terreno y peor época para que el célebre padre Bartolomé de Las Casas intentara sus ensayos de evangeli- zacién pacifica en 1521 al lado del convento franciscano de Cumana. Ante esta stuacién violenta de continuas reyertas debieron de comprender la; autoridades civiles de Santo Domingo que habian de cambiar desistema de colonizacién. Juan de Ampués, hombre sereno y pacifico, fue encargado por la Audiencia dominicana de realizar una obra de politica amistosa. Estudiada la situacién geo- grafica y psicoligica, se convencid de que, para crear un ambiente de mutua comprensién entre blancos y aborigenes, era preciso fun- dar en el continente una ciudad-refugio-fortaleza. Iniciadas las conversacionesen plan amistoso con el cacique Manauré, gober- nante de los inios de la nacién Caiquetia, se lleg6 a que éste se reconociera pa feudatario del monarca espafiol, y entonces Am- pués fundé la dudad de Santa Ana de Coro, «situada a dos leguas poco mds o maos de la marina, en terreno secano, arenoso y des- campado», perapunto estratégico para dirigir la vida azarosa de las islas vecinas 23 Con este citerio, segtin los ideales del dicho padre Las Casas, mentor de la sxiedad dominicana de aquel entonces, se hubiera quizas Iegadoaestablecer un modelo de colonia. Pero son harto 21 Groot, o.c., #118; Pactreco, 0.c., 217-220. 22 Cf. Barart, o¢, 169. Cl. En tierras colombiano-venezolanas 23 conocidas las zozobras econémicas que aquejaron a Carlos V 23 durante todo su gobierno, y la historia ha subrayado el papel impor- tante que en su politica jugaron los banqueros alemanes. Para cubrir jas deudas se recurrié al expediente de entregar ser vicios reales o hipotecar posesiones de la Corona. Asi, mediante previa capitulacién con la casa Welzer de Hamburgo, ésta quedé capacitada para explo- tar el territorio venezolano desde el cabo de la Vela hasta Mazapa- cana y todo el sur, y por medio de sus agentes Enrique de Alfinger y Jerénimo Sailler, en el término obligado de dos afios, para fundar dos ciudades y tres fortalezas; podian llevar hasta 300 espafioles y 50 minexos alemanes. En linea de principio estaban éstos sujetos a jas directivas del dominico padre Montesinos. En 1528 partié de Espafia Ja expedicién alemana. Desembarcé Alfinger en Coro, y en 1530 emprendié su obra, rumbo siempre al centro, al sofiado Dorado. «Situaébanlo, ya en parte oriental de Ja Guayana, con el nombre de Dorado de la Parima; ya 260 leguas hacia el poniente, cerca de la falda oriental de los Andes; ya en un pais que llamaban de los omaguas, donde hab{fa lagunas con el fondo de oro y espacios inmensos cubiertos de este metal precioso» 24, 2. El obispo.—Mientras la codicia humana, tanto menos es- crupulosa cuanto que eran extranjeros los explotadores, se abria paso sobre cadaveres y cenizas, a propuesta del césar, el papa Cle- mente VII erigia en obispado la pequefia iglesia de Coro, el 21 de julio de 1530, nombrando su primer obispo a don Rodrigo de Bas- tidas, dean de Santo Domingo, cl 4 de junio del siguiente afio. La incipiente ciudad iba adquiriendo cierta personalidad: en 1528 Al- finger habia instituido su primer ayuntamiento (cabildo); en 1533 Nicolas Frédeman, uno de los mas conspicuos alemanes explota- dores de Ia colonia, habia obtenido el gobierno de Coro, pero aun antes de Ilegar a su destino, fue nombrado para sucederle Saillier (Spira en los documentos espafioles coetaneos), quien Ilegé a su gobernacién en febrero del siguiente afo, con mas de 400 espafioles. Este mismo ajfio llegaban los primeros eclesidsticos nombrados por el obispo Bastidas para la catedral de la ciudad, encargados de gobernar la diécesis mientras él arribaba. Eran el dean Juan Ro- driguez de Robledo y el chantre Juan Frutos de Tudela. Spira si- guid la polftica de sus compafieros en atrevidas entradas siempre hacia el interior, durante tres afios, mientras Frédeman, por otra ruta, avanzaba hacia la meseta de Bogota; a este centro, por otra via, iban Sebastian de Belalcdzar y Jiménez de Quesada. Entretanto, en 1539 fallecia Spira en su tranquilo gobierno de Venezuela, y, para suplirle en el gobierno civil, fue nombrado su sucesor temporal el obispo Bastidas, que, después de girar la visita candnica en Puerto Rico, habia llegado en 1536. Es la primera vez que nos hallamos en Indias con un prelado revestido de poderes civico-militares, y en ello vemos al primogé- 23 CER, Caranpe, Carlos Vy sus bangueros (Madrid 1948). 24 CEC. Bavte, Et Dorado fantasma (Madrid 1931). 24 PI. De Fernando V a4 Felipe nito de la dinastia de los obispos-virreyes. Y ciertamente que de ello no redundé mucha gloria para la Iglesia. Porque, orillando el obispo su cardcter de eclesidstico, mostrése primeramente guerrero, También él, encendido en deseos de aquel fantastico Dorado, qui so participar en aquel pingtie dividendo. Asi, usando de su autori- dad civil, expidié al aleman Felipe de Utre con gente armada hacia el lago de Maracaibo, a saltear indios, cuya venta le costease otra mayor expedicién que proyectaba hacia el centro aurifero. Los in- dios capturados fueron vendidos en Coro en 1541. Pero también para el obispo militar como para otros, a decir de A. de Humboldt, El Dorado era «un fantasma que parecia huir a los espafioles y que los llamaba a todas horas». No se registra otro hecho insigne de este prelado hasta que en 1542 fue trasladado a la sede de Puerto Rico 25, 3. Miguel Ballesteros, segundo obispo de Coro.—Para su- cederle, segiin las formulas consuetas de aquel entonces, fue presen- tado por el momarca y aceptado por el papa, a 22 de agosto de 1546, don Miguel Ballesteros. En su pontificado, que se alargé hasta 1560, afio en que falleié, tuvo que presidir la vida turbulenta de la pe- quefia sociedad de Coro: los vandalismos de Utre, que seguia en sus campajfias exploradoras hasta los omaguas; las arbitrariedades de Juan de Carvjal, que, tras haberse hecho gobernador de Coro, corté la cabeza a Utre y fund6 después la ciudad de Tocuyo; el go- bierno menos intranquilo del gobernador licenciado Juan Pérez de Tolosa, que, sutituyendo a los alemanes en el régimen, logré res- tablecer el orden ahorcando a Carvajal. Quizds por estas circuns- tancias nada preicias para una positiva obra misionera, es lo cierto que nada se rewerda de las intervenciones del obispo Ballesteros, y por el estado m que se ofrecié la didcesis a su sucesor en 1560, se deduce que fue ptofundamente languida la vida eclesidstica de la primera didécesé venezolana durante estos afios. IX. Fray Tonis DE Toro, O. P., PRIMER OBISPO DE CARTAGENA DE INpras 1. Estado de la diécesis.—La tendencia prevalente entre los conquistadores de ir al centro del continente en busca de aquel mundo sofiado Dorado, no absorbié sus iniciativas de forma que abandonaran elltoral, Facilmente comprendian la importancia de los puertos maziimos como escalas de unién con la lejana metré- poli, Por este citerio, uno de los conquistadores de Santa Marta, Pedro de Hered, capitulé con la Corona la conquista de los terri- bles indios macinaes, que ocupaban las tierras nortefias desde Ca- racas hasta Catigena, extendiendo su poder hasta el rio Darién, unas 200 leguasiierra adentro. El 15 de enero de 1533 entraba He- redia como adelntado por Bocagrande para desembarcar en Cala- mar sus dos nazis. Eligié para asentar la primera poblacién la isla 25 Ovizpo, o.c., #150; Baracr, o.c., 184. CL. En tierras colombiano-venezolanas 25 de Codego. Dias después, el 21, fiesta de San Sebastian, se fundé la ciudad que se Ilamé Cartagena por ser de la ciudad espafiola le- vantina muchos de los soldados Ilegados. De capellanes venfan algu- nos clérigos y dos dominicos, los padres fray Diego Ramirez y fray Luis de Ordufia. Ese dia se celebré Ja primera misa y se consagré la ciudad al santo martir romano. Vencidos los indios de las cerca- nias después de refiidas batallas, Heredia se comunicé con el puesto de Santa Marta y recabé gente espafiola para formar el nuevo nu- cleo colonial. Entre los nuevamente Ilegados se hallaba fray Jeré- nimo de Loaysa, dominico, primo del presidente del Consejo de Indias, igualmente fraile dominicano; le acompaiiaban fray Bartolo- mé de Ojeda y fray Martin de los Angeles, que presidfan la comi- tiva de indios cristianos procedentes del centro de Santa Marta para que, como conocedores ya del espafiol, fueran intérpretes e in- termediarios con sus hermanos de raza. Entre ellos se hallaba una india, Catalina, que, vestida a la espa- Aola, fue el lazo de union entre conquistadores y conquistados. Si- guidse el proceso ordinario de todo descubrimiento: las huestes se afanaban por entrar tierra adentro, allanando con mayor o menor éxito las dificultades que se les oponian por parte de Ja naturaleza dura y por parte de los indios, que naturalmente resistian. Mien- tras, los religiosos trabajaban por convertir a unos y a otros de los beligerantes. Asi Loaysa adoctriné a los indios de Mahates, Bahaire y Turbaco (Bolivar) en las proximidades de Cartagena; en 1534 volvié a Espafia para informar a la corte. 2. El obispo.—Seguramente por virtud de esta comunicacién, en vista de la importancia estratégica del puerto de Cartagena para las expediciones occidentales hacia Centroamérica y para el interior del continente y para su cristianizacién, se resolvié por la Corona la ereccién de un obispado en la ciudad, y para él se presenté a fray Tomas de Toro, que fue aceptado el 24 de abril de 1534 por el papa Paulo TII; el neoelecto era dominico del convento de San Esteban de Salamanca, y, ya consagrado, entré en su didcesis a fines del mismo afio, acompafiado de religiosos de su Orden. Inmediatamente se consagré a la direccién de la didcesis, que comprendia «las ciudades, villas y lugares, tierras y provincias que entran en los limites» de la gobernacion de Cartagena. Pero en la pomposa capital de la gobernacién ni habia iglesia ni se sabia a ciencia cierta si iba a residenciarse alli la ciudad definitivamente, como escribia el obispo al rey el 7 de mayo de 1535: «No saben atin si se hard en el Centi o en Urabd, porque aqui, en este pueblo de Calamar, donde al presente estan en el puerto de Cartagena, no hay disposicién para pueblo grande y muy menos para iglesia cate- dral». Con todo, el obispo Toro emprendié la fabrica de su iglesia matriz: habia piedra, pero se carecia de cal; faltaba madera; sélo un maestro albafiil y él de Santo Domingo; asi que Ia primera catedral cartaginense fue de bahareque cubierto de paja; seguidamente se hubo de pedir a la isla dominicana cal, ladrillo, azulejos, rejas de 26 PAL De Fernando V a Felipe II maclera para la capilla mayor, el coro y puertas, y un maestro que pudiera encargarse del sagrario 26, Se informé Toro por los misioneros vecinos de la situacién espi- ritual de los pueblos, nombré curas paérrocos en Cipacua y Malambo, fijé misioneros en poblados menos importantes, mandé quemar ido- los y adoratorios y exhorté a los encomenderos al cumplimiento de sus deberes religiosos con los indios. Pero, como siempre ocurrié a los eclesidsticos dignos de tal nombre, hubo de saltar pronto la chispa de la discordia entre los clé- rigos y el elemento espaiiol: esta vez fue directamente con el mismo gobernador Badillo; a sus desmanes, vejaciones, arbitrariedades, ra- pifias, saqueos y crimenes opuso el prelado primeramente la suavi- dad de sus consejos; inutiles éstos, fulminé censuras contra los di- rigentes de la cosa ptiblica y, naturalmente, se cred un cerco de enemigos, ¢singularizdndose mas que todos el adelantado [Pedro de Heredia] por ver tan contrario a sus obras al santo obispo» (Za- mora) 27, Mientras tanto, subfa la mareada de inmensas riquezas; Carta- gena se revolcaba en un paganismo soez. Sumése al adelantado su hermano Alonso, venido de Guatemala, en aquella explotacién del nativo. Informése al rey, y mando éste visitar la gobernacién carta- ginense. Muerto Pedro antes de llegar el visitador, para sustituirle fue nombrado el licenciado Juan Badillo, cidor de la Audiencia de San- to Domingo. Mas rapaz éste que el mismo Heredia, y de visitador trocado en conquistador, esclavizé indios y los envid a sus tierras de La Espafiola; sdlo del pueblo de Cipacua se contaron 500 victi- mas. Interpuso el prelado su protesta ante la corte, pero no llegé a ver el resultado de sus gestiones, pues antes de agosto del 1536 moria y con él desaparecfa la figura recia y enteramente eclesidstica del obispo misionero. X. JerdntMo ve Loaysa, O. P., sEGUNDO OBISPO DE CARTAGENA EI 5 de diciembre de 1537 incorporaba Paulo III al episcopado a una de las figuras que mds iban a honrar con su prestigio la alta jerarquia, nombrando para la mitra cartaginense al dominico fray Jerénimo, primo del presidente del Consejo de Indias, miembro igualmente de la Orden de Predicadores. Fue Cartagena de las In- dias para el neoelecto un noviciado en el arte de gobernar como prelado, hasta que subid a la mds alta sede sudamericana en la Ciu- dad de los Reyes (Lima), como veremos. Cuando recibia su consagracién episcopal en Valladolid el pa- dre Loaysa, el 29 de junio de 1538, contaba con una profunda y amplia experiencia de los asuntos del ultramar espafiol, adquirida desde que Ilegé a fundar en 1529 un convento dominicano en Santa Marta, adonde Ifegara con la expedicién de fray Tomas Ortiz. Aqui debio de conocer a Pedro de Heredia, el futuro fundador de Carta- 26 Groor, o.c., 18, 27 Thid., 22. C1, En tierras colombiano-venezolanas 27 gena, quien, no bien hubo erigido la nueva ciudad, llamé a Loaysa; acudié el dominico con sus compafieros fray Bartolomé de Ojeda y fray Martin de los Angeles. «Recibidlo el adelantado—comenta Za- mora—con el respeto y reconocimiento de estar debiendo a su con- sejo y persuasiones la fortuna en que se hallaba. A la amistad y trato antiguo aumenté el gozo de tener con quien consultar los acae- cimientos de su conquista». En aquel mundo primitivo hallé Loaysa amplio campo de ac- cién: el futuro arzobispo limense empezé a prepararse en la cate- quesis humilde de las encomiendas de Mahates, Bahaire y Turba- co, Quiz4 para informar de estas experiencias primeras, en 1534, segiin Zamora, Loaysa volvié a Espafa, pero, parece, sin propésitos de reintegrarse a las Indias, pues habia aceptado el priorato del convento de Carboneras cuando Carlos V cursé su presentacién para Ja sede cartaginense el 5 de septiembre de 1537. Paulo III, el 5 de diciembre siguiente, lo preconizaba. En el mismo Valladolid, la vispera de su consagracién, ejecuté la ereccién de la didcesis de Car- tagena bajo la advocacién de Santa Catalina de Alejandria. Por 1538, a mediados de afio, hizose a la vela el obispo provisto de 6rdenes reales y ayudas de costa: se le facultaba para levantar un convento dominico en la ciudad episcopal, para fo cual podia llevar seis frailes; junto a la catedral, comenzada, debia colocar su residencia; se le dieron campanas, un crucifijo de bulto y 25.000 maravedises para compra de ornamentos. Ademas habia de tratar con el gobernador sobre Ia construccién de una fortaleza, donde se colocarian los talleres de fundicién del oro y de la plata. Y comenzaron los primeros afios del episcopado dindmico de Loaysa; empezé por tratar a los indios como a personas para ha- cerlos cristianos; en su calidad de protector de indios por su condi- cién de obispo, promulgé Ja real cédula del 13 de mayo de 1538, prohibitiva de la venta de indios como esclavos y de tratarlos como bestias de carga; organizé las doctrinas, entregandolas a los regula- tes doctrineros en calidad de parrocos; intenté fundar un colegio para los hijos de caciques—y ésta seria la primera vez que apunta este plan en Sudamérica—, aunque por su rapido traslado a Lima no lo pudo realizar. Resumiendo con Zamora: «Como era antiguo cl conocimiento y amistad que tenia con el adelantado [Pedro de 'leredia], puso la ciudad en mejor forma y los pueblos de los in- clios con mas libertad de la que habian tenido». En tiempo relativamente corto, el obispo Loaysa acerté a mar- car en la direccién de su joven diécesis los hitos de aquella conduc- la inteligente y prdctica que seguird con mayor relieve en su nueva sede de Lima, adonde fue promovido por el mismo Paulo III el 13 de mayo de 1541, por presentacién de la Corona con fecha 31 de tayo del afio precedente 28, 28 CE c. IE § IV infra. 28 Pl. De Fernando V a Felipe IT XI. Francisco DE Benavipes, O. 8. H., TERCER OBISPO DE CARTAGENA Para la mitra cartaginense fijése Carlos V en el prior de los jerd- nimos del monasterio de Guadalupe (Extremadura); era hijo de no- ble familia castellana: por su padre, un Manrique de Lara, marqués de Frémista y mariscal de Castilla; por su madre, un Velasco y Mendoza; su educacién habia sido austeramente cortesana, como por entonces se estilaba, entre el séquito eternamente deambulante dei césar, a quien acompafié el joven noble por tierras de Flandes. Y pensé en retirarse al silencio de un monasterio, en el de Guadalupe; hechos sus estudios en Sigiienza, desde el 4 de septiembre de 1539 era prior en la tierra extremefia. Del coro monacal Je iba a sacar el mismo monarca, quien le presentaba para la mitra indiana el 31 de mayo de 1541; el 20 del siguiente julio, Paulo III expedia sus bulas episcopales. Con cuatro jerénimos, como decia la concesién real, 0, en su defecto, dos clérigos, ocho esclavos y la orden de construir la resi- dencia episcopal en Cartagena, Ilegé el obispo al puerto caribico. Prometiase proseguir la Iinea de progreso iniciada por su antecesor en Ia sede. Pero un hecho imprevisto corté en su nacer la actividad dei prelado: ei 24 de julio de 1543, Cartagena, aquel mundo de blancos, negros y mulatos, sacudia su pereza tropical para celebrar en abigarrada confusién de razas y clases sociales la boda de una hija del adelantado Pedro de Heredia con un capitan. El vecindario estaba distraido, borracho de alegria, Era un desahogo que se per- mitia en su dura existencia la baja estructura de los tristes impor- tados al puerto colonial, cuando el capitan francés Roberto Baal, presidiendo a 500 corsarios, fuertes en sus cuatro navios de guerra y un patache, se lanz6 sobre la ciudad divertida. Poca fue la resis- tencia que le pudieron oponer; el mismo Heredia fue herido y la plaza tomada. Casi todos los vecinos apresados. Entre éstos el pro- pio obispo Benavides. Cuenta fray José de Sigiienza: «Robaron la casa del obispo y maltrataron a sus criados. Llegé a tanto su furia (es insolente aquella nacién: cuando se ve superior), que pusieron Jas manos en el santo prelado, como vengando el coraje y el pesar que tenian de haber hallado en su casa tan poca ropa; dejaron al venerable pastor (aunque aqui haga oficio de cordero) medio muer- to de golpes». Mientras tanto, los corsarios saqueaban las iglesias, robaban los vasos sagrados; pensaban incendiar el corto caserfo de tablas y paja cuando intervino el obispo con otros eclesidsticos y consiguieron rescatar la ciudad por 2.000 pesos de oro. Asi se salvé lo salvable en aquella caética situacién. El rey intervino también, en marzo de 1545, otorgando a la catedral, bien despojada, 1.000 pe- sos, y a su pobre obispo, 500, entre tanto que los atacantes se beneliciaban de los 35.000 pesos de oro que robaron tan facil- mente 29, 29 Grooy, 0.c., 28-29. C1, En tierras colombiano-venezolanas 29 Dejando en la ciudad del Caribe su recuerdo de hombre sacri- ficado y mondsticamente pobre, porque, diré él mismo al rey mds tarde, «no fui alld [Cartagena] para venir rico», en julio de 1550 Benavides era trasladado a la sede de Mondofiedo, en Espafia; co- rriendo los afios se cefiira las mitras de Segovia y mas tarde de Jaén, pero antes de recibir las bulas de esta ultima diécesis, morira en su retiro amado de Guadalupe el 15 de mayo de 1560 39, XIL Gregorio vE Bereta, O. P., cUARTO OBISPO DE CARTAGENA Habia pasado su vida recorriendo las Indias desde que salié de su convento dominicano de San Esteban de Salamanca. El hijo de un pueblecillo de Leén (Espafia) se habia inserto en el Nuevo Mun- do como si fuera el propio. De él diré el cronista Zamora: «Pasé a la isla de Santo Domingo y luego a la provincia de Méjico. Por al- gunos afios ejercité su virtud y letras en la conversion de los indios, cuya lengua zapateca aprendid y ensefié con grandes frutos y ma- tavilloso ejemplo. Tuvo noticia de las gentes que vivian en la Flo- rida sin el conocimiento de Dios, y pasé a ella con el padre fray Luis Cancer», Lo de la Florida fue una aventura: a principios de 1549, Cancer con sus compaiieros saljan de] puerto de San Juan de Ulta (Vera- cruz); se abastecieron en La Habana, y pronto, el 21 de mayo, se asomaron a sus ojos intranquilos las costas calientes de la Florida. Diego de Pefialosa y Fuentes osaron desembarcar para caer inme- diatamente victimas de los salvajes. El padre Cancer, con la idea de que esta sangre dominicana bastara para regar la naciente cris- tiandad, bajé a la playa ¢ igualmente hubo de entregar su vida a la vista de sus compafieros, surtos en la bahia. Quedaban dos frai- les, Beteta y Juan Garcia, y atin se empefiaban en tentar fortuna en otro puerto. Pero el capitén Juan de Arana, con sensatez vasca, abandoné aquellas ingratas costas. Beteta asi vino a parar a Cartagena con su antiguo compafiero de fatigas fray Domingo de Salazar. Pasaron a la provincia de Ura- ba y después a Santa Marta, predicando a los arauacos en la des- embocadura del Orinoco e isla de la Trinidad. Y atin hubiera reco- rrido mas tierras si no le hubiera sorprendido su nombramiento para la sede de Cartagena. Y aqui comenzé el drama interno del fraile Beteta: él se sentia misionero peregrinante y se le queria obligar a sentarse en una sede episcopal. El hombre y el fraile empezaron a luchar en su alma desde que recibié la real cédula del 20 de marzo de 1552, en que se le ordenaba dirigirse inmediatamente a su sede sin esperar las bulas. Julio III obligaba el 28 de julio a aceptar las mitras episcopa- les a tres electos, y entre éstos al obispo Beteta. Por estos afios, el dominico se hallaba en Espafia, adonde viniera para, probablemen- te, presentar su dimisién. Con esta oportunidad, ademas, ex- 30 J. M. Pacneco, Los primeros obispos de Cartagena: Ecclesiastica Kaveriana 6 (1956) 373+ 30 PI. De Fernando V a Felipe H puso sus puntos de vista acerca de algunos problemas indianos: ocupar la provincia de Cauza, Guayana y desembocadura del Ori- noco, con un poblado de 100 hombres, oficiales y labradores, y 30 soldados; denuncia al licenciado Sanabria como causante de que «los franceses quemaran el bergantin y robaran los rescates y bastimen- tos que yo alli tenia para la jornada, todo de Ia hacienda de su majestad», Este era el mundo que esperaba al nuevo mitrado. Pero Beteta no salié de la metrépoli sino hasta fines de 1553 © principios del siguiente. Llegado a Cartagena, parece que goberné la didcesis aun cuando no fuera todavia consagrado. Quizé esperaba alejar este paso que le hubiera retenido para siempre en la jerarquia. Con esta idea, ya muy clara, regresé a Europa y llegé a Roma, pues, es siem- pre el cronista Zamora quien nos habla de estos misioneros domi- nicos, «en lo poco que habia gobernado el obispado... se llené de tantos escrupulos, que por sus cartas hizo dejacién de su obispado. No hubo lugar de aceptacién en la voluntad del Pontifice, ni del emperador Carlos V, que deseaba tener en aquel obispado a un hombre tan sefialado en letras y virtud. Respondiéronle que no ha- bia lugar y que para que recibiera la consagracién le remitian las bulas. Sintidlo tanto que pasé a Espafia, de donde, reconocida la resistencia, salid para Roma, y tres 0 cuatro leguas de aquella gran ciudad. recibié el despacho en que Su Santidad Je aceptaba la deja- cién. Fue cosa notable y de extrafia mortificacién el no querer pa- sar adelante ni ver la grandeza de Roma estando tan cerca» 31, Beteta tenia alma de misionero y no de turista. Y como apéstol, de nuevo al mar, a aquella tan cruel Florida que le habia arrojado afios atras. Tal era su suefio cuando desembarcé en Veracruz. Pero informado por fray Domingo de la Asuncion de las grandes exten- siones floridanas y del escaso ntimero de indios pobladores, desistié del ideal de su vida. Entonces se rindié en él su alma de itinerante perpetuo y renacié su espiritu de contemplativo en el convento si- lencioso de San Pedro Martir, de Toledo, donde debis de fallecer, quizA acordindose de su Florida, el ultimo obispo cartaginés de esta época 32, CAPITULO II En tierras peruanas * I, Noras GEOGRAFICAS Y ETNOLOGICAS 1. La tierra—Al alborear del siglo xvi, el gran Pert tenia sus limites comunes con los del imperio incaico y atin mas dilata- dos: se espaciaba por los territorios de las actuales reptiblicas del Ecuador, Chile, Bolivia, parte de Colombia, Argentina, Paraguay y 31 A, DE Zamora, Historia de la provincia de San Antonino del Nuevo Reino de Granada (Caracas 1936) 313, clado por Packeco, 0.¢., 379. 32 Ibid, 380. * Fuente: co (Lima 1902); . peAcosta, De procuranda indorum salute (Salamanca 1588); Anales del Cuz~ nats de La catedral de Lima (Lima 1903); J. pe Anriaca, Extirpacion de la C.2. En tierras peruanas 31 occidente del Brasil, por una extensién de unos siete millones de kildmetros cuadrados. Su grandeza, su cultura y la primacia que alli logré la Iglesia nos obligan a tratar del Pera mas largamente. Clasica es la divisién tripartita del suelo peruano: primera zona es la costa, faja estrecha litoral del Pacifico, que corre desde Piura, al norte, hasta Chile, entre el océano y la alta columna vertebral de la cordillera andina; tierra desértica, seca, calurosa, sdlo a intervalos suavizada por la presencia de amenos valles. En su parte oriental se levanta la cordillera de los Andes—sierra—: entrando por Ecua- dor, cruza el territorio en tres series de cadenas discontinuas, ele- vandose briosamente en altos picachos, extensas mesetas inhéspitas, los altiplanos, la rigida puna de los indios quechuas, donde se es- conden valles fértiles con dsperas gargantas, a alturas de 3.000 a 4.000 metros sobre las aguas tranquilas del Pacifico. Al oriente de este enorme esqueleto pétreo, que se humilla escalonadamente so- bre el Atlantico, se abre el misterio de la selva inmensa amazdénica con sus bosques impenetrables, sus rios hinchados, su clima tro- pical oprimente, la floresta 0 montatia. A tan variado e irregular territorio corresponde naturalmente idolatria en el Peri (Lima 1621); F, pe Avita, De priscorum Huaruchirensium origine et institutis, (Madrid 1942); Ip., Daemonen und Zauber im Inkareich, en Queilen und Forschungen zur Ge- schichte der Geographie und Volkerkunde V (Leipzig 1939); Cabildos de Lima 1.3 y 4 (Lima 1935); A. dE La Catancua, Crénica moralizada de 1a Orden de San Agustin en el Pert (Barcelona 1638); P. pe Cieza pe Leon, Historia del Peri p.4.* |. B. 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El indigena.—En un siglo aproximadamente antes de la conquista espafiola, los reyes incas habfan logrado crear un imperio de vastas proporciones y de una cultura relativamente adelantada. Su conquista se significé por un criterio de comprensién y asimila- cién de los pueblos heterogéneos que captaban. Les imponian a los nuevos componentes del imperio su lengua, costumbres, religion, pero de una forma paternal, sin anular la vida autéctona peculiar de las zonas dominadas. Asi se creé el Tahuantisuyu, o imperio inca. En él se envolvian unos nueve millones de stibditos, que hoy algu- nos, por razones atendibles, rebajan a cuatro, repartidos en 44 pro- vincias andinas, 38 costefias, cuatro del Altiplano (Bolivia y oriente peruano moderno, quizé dibujadas en anteriores divisiones pre- incaicas) 2. Entre los amerindos, el hombre andino se presenta con caracte- risticas fuertemente acentuadas que lo diferencian de sus congé- neres. De talla media baja (1,50-1,60 metros), contextura robusta, térax y espalda sumamente desarrollados en ambos sexos; créneo braquicéfalo, deprimido en las sienes; cara ancha y plana; ojos pe- quefios, sin profundidad, aspecto claramente mongoloide de pé- mulos salientes, nariz ancha, frecuentemente arqueada, con las ven- tanas muy abiertas; boca grande y labios ordinariamente delgados, con el mentén corto y robusto; tronco y brazos, largos despropor- cionadamente para las piernas cortas; piel de pigmentacién mo- rena aceitunada, sometida a diversas diferencias seguin los accidentes teluricos que la raza debe sufrir en las variadas latitudes donde en el transcurso de los siglos se ha instalado; cabello negro, grueso y lacio, que cae sobre el iris pardoscuro de sus globos oculares tris- tes, de cérnea amarillenta en los adultos. Anomalias tipicas son la mancha mongélica y el «os Incae», |amado también epactal. 3. Idioma e idiomas.—Eran quechuas los incas e impusieron su propia lengua sirviéndose de ella como de elemento unificador y vehfculo de su cultura. El quechua se impuso sobre los demas idio- mas como lengua oficial y de superioridad axiolégica, como «habla de hombres» (runa-simi) por antonomasia. Estos dos hechos, su origen y su predominio, hicieron que los espafioles de la conquista 4 J, Parga Paz Soran, Geografta del Perit (Lima 1955) 17-24. 2 Sin poseer datos para computar la poblacién indigena en el Area inca por los dias de la conquista, hemos de admitir el retroceso demografico que se produjo en los siglos xv y prin- cipios del xvi por varias concausas que hacen decir a Acosta: «En nuestro tiempo esta tan disminuida y menoscabada la habitacién de estas costas y Ilanos, que de treinta partes se de- ben de haber acabado Iss veintinueve; 1o que dura de indios creen muchos se acabaré antes de muchor (Historia natural y moral de las Indias [Madrid 1894] I 250). Rosemnblat fija el numero de itndios, incluyendo Chile, en 3.000.000 y piensa que Ja disminucién entre los afios 1492-1570 fue de medio millén; del mismo pensamiento es el arquedlogo A. L. Kroeber. Cf. Varcas Ucanrz, Historia I rr. C2. En tierras pernanas 33 Ilamasen al quechua lengua del Inga, o lengua del Cuzco, o lengua general. El nombre fue impuesto por el autor de la primera gramé- tica que de ella se escribi6, por el benemérito fray Domingo de Santo Toméas, O. P., y se deriva seguramente del nombre de una parcialidad ind{gena situada sobre el rio Pachachaca, en el actual departamento peruano de Apurimac. Con todo, con buen sentido politico, los incas no pretendieron con su lengua absorber los restantes idiomas aborigenes: cada pro- vincia conservé su lengua propia, o bien se trate de dialectos im- pregnados fuertemente de quechuismo, o bien lenguas pertene- cientes a stocks independientes. Tal el aimara, idioma esencialmente autdéctono, si bien emparen- tado remotamente con el quechua, antiguamente mas difuso, hoy casi reducido a los altiplanos del Collao, junto al lago Titicaca. A esta divisién idiomdtica obedece la antigua particién que hicieron los espaiioles de los indios incas en quechuas y aimaras. Los quechuas habitaban con preferencia o los altiplanos centroandinos, entre 2,000-3.000 metros sobre el nivel del mar, o los Hanos arenosos de la costa pacifica; mientras los aimaras se situaron en los altos en torno al referido lago o al sur del mismo, mds arriba de los 3.000 me- tros de elevacién 3. 4. Estructura social.—E] sistema incaico en Jo social, politico y econémico se apoyaba en el ayllu, institucién preincaica, que tam- bién los espafioles respetaron y utilizaron, atin hoy perdurante en medios indigenas peru-bolivianos. Era el ayllu una comunidad de familias ligadas entre si por lazos de parentesco, lejano quizas y aun fabuloso en ocasiones, asentadas en determinada localidad, a la que se sentian profundamente arraigadas, bajo la autoridad de un jefe—curaca entre los quechuas, hilacate entre los aimaras 4. La familia era una institucién perfectamente diferenciada y es- table, como lo revelan los muchos términos del quechua referentes a los diversos miembros de una sociedad familiar. El matrimonio debfa contraerse dentro del propio ayllu, era monogémico, la mujer era escogida por el inca (principe) o curaca, excluidos los consan- guineos mas préximos. E! inca y los nobles podian tomar por mujer a la propia hermana, para conservar pura la casta, y admitir esposas secundarias. Sobre esta base se alzaba la piramide jerérquica: en el estrato inferior encontramos a los campesinos, trabajadores por necesidad, pues el tributo se pagaba con la prestacién personal y el trabajo era preferentemente agricola (tales eran hatunruna). Encima, los cura- cas, gobernadores y oficiales de la administracién, nobles de segun- do orden. En un grado superior, los nobles de primer orden, pa- tientes del principe, incas; a ellos—-en la misma escala nobiliaria, 3 Sobre esta regidn, cf. M. Neveu Lemar, Los lagos de los altiplanos de la América del Sud (La Paz 1909). Acerca de los indios urus, habitantes a las orillas e islas del dicho lago, cf, Crsqui-Monrort-P. River, Linguistique bolivienne. La Langue uru ou pukina: Journal de Ia Société des Américanistes de Paris 17 (1925) 211-244; 18 (1926) 111-119; 19 (1927) §7-116. 4 Cf. I. pr ta Riva Aciizro, o.c., y RE. Larcnam, 0.c. Ht de la 1. en A.: América del Sur 2 34 PA. De Fernando V a Felipe IL pero sin confundirse—se unieron los nobles escogidos entre las tri- bus quechuas. Todos ellos, nobles de sangre o por privilegio, eran los pacoyoe (orejones) por llevar las orejas horadadas en sefial de nobleza. Ellos proporcionaban. al inca sus mas intimos colaborado- res en el ejército y en la vida civil. En la cuspide se levantaba el inca: hijo del sol, representante de la divinidad y ser divino por su naturaleza; monarca absoluto y padre del pueblo, sumo sacerdote, juez supremo, generalisimo del ejército, simbolo de la raza y de la nacionalidad, unidad suma de todas las fuerzas y valores del pueblo. Esta concepcién arménica de la pluralidad reducida a la unidad, descansando sobre Ja misma primera unidad de derecho natural, la familia, hasta subir a la ctispide de la vida politica, entrafia, sin duda, la razén mds profunda de la fuerte cohesion del mundo inca y de su accién conquistadora. Con todo, al aplastar toda libertad humana violentamente, esta bella arquitectura geométrica escondia el germen de la disgregacién, que afloré en cuanto otro pueblo, el espafiol, logré demoler la piedra colocada en lo alto, el inca Tupac- Amaru. Raépidamente se hundié la gran fabrica. 5. Estructura econémica.—En cada ayllu, el inca, personal- mente o por medio de sus oficiales, dividia la tierra en tres partes al comienzo de la siembra, de proporciones variadas segtin la fertilidad del agro y el numero de los pobladores. La primera parte se reser- vaba a la divinidad, y servian sus productos para atender a las ne- cesidades del culto; la segunda era privativa del inca, de donde sa- caba sus rentas fiscales; la tercera, destinada a subvenir a las necesi- dades generales, se repartia entre los cabezas de familia en seccio- nes (topo) suficientes para el numero de individuos de la propia familia. El cultivo preferente era el de los agros destinados a lo religioso y alo imperial. Cuadrillas de a diez, tomaba cada cual la parte asig- nada con la ayuda de sus mujeres, hijos y amigos. Légicamente, a mayor ayuda, trabajo mas rapido. De ahi que no se logré evitar las diferencias sociales que el sistema ecléctico de distribucién de la propiedad soriara. En el tiempo de la sementera y de la cosecha—di- ferente segun las diferentes latitudes, toda persona habil habfa de cooperar con su persona en el campo; los impedidos eran reemplaza- dos por otros sin mds paga que la comida y, a pesar de su forzada ausencia, hallaban en sus chozas el grano que no sembraron ni re- cogieron. Obras de interés pttblico—caminos, puentes, canales de irriga- cién, correos, milicia, laboreo minero, edificios oficiales, ete.—eran también de la incumbencia del pueblo hatunruna. Por el principio de Ja sustitucién, para impedir que por estas faenas sufriera el cul- tivo agricola, principal en la economia primitiva, usdbase un siste- ma de reclutamiento rotatorio, la mita, o prestacién personal obli- gatoria que todo tributario debia cumplir en las condiciones esta- blecidas por el poder. Al margen de estas clases y diferenciados de ellas mas por el C.2. En tierras peruanas 35 género de trabajo que por la nobleza, encontramos libres de toda tributacién, y por ello asimilados a la nobleza de segundo grado, a los sacerdotes secundarios (tarpontay), maestros (amautas), don- cellas o virgenes del Sol (acllas), y las matronas que las cuidaban y educaban (mamacuna). . Cabe afiadir al lado de los hatunrunas, pero en clase ain inferior por su trabajo vilmente servil, los yanacunas, siervos, esclavos, cap- turados en guerra o reducidos a tal estado por el derecho penal o por nacimiento 5. 6, Estructura politico-administrativa.—Territorialmente el imperio estaba dividido en cuatro regiones 0 cantones (suyu), re- partidos en la direccién de los cuatro puntos cardinales, con la ciudad del Cuzco--ombligo, centro en quechua—como punto cen- tral adonde convergian material y formalmente todas las actividades del Tahuantinsuyu. El canton norte (Chinchasuyu) comprendia el Per central y septentrional con el Ecuador; el sur (Collasuyu) abarcaba la zona andina del Titicaca, Bolivia, Argentina y norte de Chile; el este (Antisuyu) abrazaba la regién nordeste del Cuzco y las provincias boscosas del Madre de Dios; el oeste (Contisuyu) se dilataba por el Peru meridional hasta Mollendo. Cada cantén se subdividia en provincias (huamani), cada una presidida por su capital, centro de la vida civil y religiosa. Cada provincia se distribuia en cierto numero de distritos (saya), que a su vez contenfan los ayllus, mas 0 menos numerosos, mas o menos poblados. Presidfa a cada cantén un prefecto general (apu}, residente en la corte del inca, consejero nato; a cada provincia, un gobernador (tocricoc), y debajo de ellos, gobernando los ayllus, los curacas. Los grupos tributarios se repartian en grupos por el sistema de- cimal: cada ayllu se componia de cien cabezas de familia (pachaca) ; cada una de estas entidades en subgrupos de cincuenta, y de éstos otro subgrupo comprendfa diez miembros, regidos todos por su respectivo jefe. Toda esta armaz6n estaba comunicada en sus diversas partes por los «caminos incaicos»: dos magnificos caminos troncales, en ru- tas paralelas, una por la costa, otra por el altoplano andino, atrave- saban todo el territorio imperial y lo comunicaban con el centro, Cuzco, la ciudad imperial, mientras otras vias menores cruzaban a los anteriores transversalmente, uniendo la costa con el oriente remoto. A trechos, convenientemente colocadas se hallaban posadas (tambos), que los colonos mitayos habian de proveer de hierba, Jena y ciertos mantenimientos para los pasajeros. Correos oficiales (chasquis), ejércitos, oficiales imperiales hacian sentir en cualquier punto del imperio Ja presencia omnipotente del inca. 7. Artes e industrias—E] campo absorbia la parte mayor del trabajo del hatunruna: la papa, la quinua en las mesetas altas, el 5 Cf. Bartra-EGana, 0.¢- 36 PI. De Fernando V a Felipe IL maiz (sora, azua) y la coca en las zonas cdlidas, o el pastoreo de las llamas, alpacas y huanacos. Algunas minas eran beneficiadas rudi- mentariamente en el Collao, al sur del Titicaca. Trabajaban el oro, la plata, el cobre y ef bronce; pero desconocian el hierro. Los meta- les nobles estaban reservados para usos religiosos o imperiales; el pueblo se contentaba con objetos de cobre, piedra, arcilla, madera y hueso. De su alfareria adelantada y de la tejedurfa en lana y algodon, jos museos etnolégicos nos conservan bellos recuerdos, Paralelamente, los palacios incas, especialmente del Cuzco y de sus alrededores, atestiguan lo atrevido de su arquitectura ciclépea, con sus picdras de formas geométricas variadisimas, a veces fina- mente pulidas, enormes bloques pétreos colocados sin argamasas ni especies conglutinantes, por mera bien estudiada yuxtaposicién de las moles pesadas. Con todo, no conecieron la escritura: el quipu, o cordeles de ca- hamo delgado, que por sus nudos, debidamente interpretados, re- ferian noticias 0 contaban numeros, sustituian las grafias de otros pueblos, con sus variados colores expresiones de conceptos °, 8. La religién incaica: dogma.—-Era su religion animista y politeista. Seguin las fuentes hoy existentes no se puede determinar si este dios era cl Intio Sol, a quien estaba dedicado el gran templo del Cuzco (Coricancha), donde se adoraba una estatua de oro ma- cizo representativo del astro solar, en forma de un nifio de diez afios (Punchao). Ciertamente el sol era para el inca el término central y ltimo de su culto; hijo de él era el principe inca. Alrededor de esta divinidad principal giraban otras divinidades menores: la luna (quilla) era su esposz, y su corte las estrellas y las constelaciones. Recibian adoracién el] rayo, la tierra, el agua, los lagos, los rios, las piedras, los montes. La naturaleza era una divinidad activa. El sen- tido profundo familiar se desdoblaba en cultos intimos a los lugares de origen, el campo, el lugar de los antepasados 0 el propio (paca- rina), Sus muertos enn igualmente objeto de culto, sus cadaveres escrupulosamente embalsamados. Idénticamente, el inca se inclinaba en profunda adoracién ante la huaca: adoratorio, sitio o cosa relacionada con la propia persona, donde se suponia la presencia de la divinidad 0 algun efecto divino. Un cerro, una piedra, una momia, un {dolo, eran considerados 0 como animados por un numen divino 0 como manifestaciones del poder supraterrenal. Oa la intemperie, en los campos y montes, 0 en las chozas del indio, een las grandiosas canchas (palacios) imperia- les, Jas huacas elevaban la mente del primitivo a su mundo religioso. En sus correrfas, el ina se preocupé de trasladar al Cuzco las huacas de los pueblos vencidés, y ellas, en torno al Inti, reprodujeron el «Panthedn» de los disses romanos. Asi el alma incaica vivia una atmésfera de religién, inclinacién psiquica que no despreciara el catolicismo, Su dogmatica respxto del hombre colocaba el origen de la raza 6 Cf, Porras BarkeNnecnes,0.c. G.2. En tierras pernanas * 37 humana en el lago Titicaca, donde Viracocha (dios supremo) habria creado a los primeros hombres, aunque ignoraban si hizo una o va- rias parejas. Afirmaban la supervivencia del hombre en una vida ulterior, una especie de paraiso para los buenos (hanacpacha), un in- fierno para los malos (occopacha). Confundiendo el cuerpo con el alma, ignoraban la resurreccién, que la sustituian por una vida im- precisamente explicada. Su profunda estima de la union familiar les llevé a admitir una especie de continuidad ultraterrena de la familia, ya que los vivos continuarfan asistidos por sus muertos, vagantes por la tierra para atender a sus consanguineos, aliviar sus penas, presagiarles sus desgracias. E] mismo respeto hacia que cuidaran de los cadaéveres con un amor sagrado. Especialmente el principe al morir era colocado en su palacio, con sus vestidos y alhajas; nadie lo podia habitar aquellos dias; con él se habian de sepultar sus mu- jeres y criados; sus hazafias eran cantadas por juglares y, por fin, hallaba su ultimo lugar entre los oros del Coricancha7. 9. Jerarquia sacerdotal—E] inca, con un sentido politico muy acomodado a sus finalidades unitarias, descubrié que la con- juncién religién-estado serfa su apoyo mas robu: Asi el principe asumié el caracter de sumo sacerdote y jefe religioso supremo. En una escala inferior aparece el gran sacerdote (Villac Umu), elegido por los amautas, o clase culta, maestro y custodio de la doctrina, depositario de las tradiciones, juez del pueblo. A sus érdenes ejer- cian el sagrado ministerio los sacerdotes secundarios (villcas), en- cargados de los templos y adoratorios. Al margen de esta escala clerical, un mundo de agoreros, brujos, curanderos de ambos sexos, se dedicaban al ejercicio de absurdas magias, especialmente a la cura de Jas enfermedades, ya que éstas para el alma inca tenfan siempre una causa preternatural. Sin llegar a admitir el ntimero, excesivamente clevado, de 40.000 ministros religiosos que algunos autores atribuyen a solo el templo cuzquefio, ciertamente que su numero era muy alto por la total im- pregnacién religiosa de la vida incaica. Singular oficio de los sacer- dotes era atender a la confesién del pueblo: el pecador era tenido como un enemigo de Ja sociedad; aun para librarse de la pena san- cionada por el terrible derecho penitenciario, el pecador, maxime publico, habia de confesarse y bafarse en un rio para que las aguas arrastrasen sus iniquidades. Con todo, el pecado asumia solamente el caracter de delito externo sin llegar a constituir un reato moral. El mismo inca, parece, debia confesarse, y lo hacia sdlo al sol, po- niéndolo por intercesor para con Viracocha. Ciertas practicas de ascetismo a que se obligaban los sacerdotes aureolaban su vida con un alto caracter mistico. Afines a ellos, por su consagracién a la divinidad, eran las vir- genes del Sol (acllacuna). Estas acllas eran jévenes seleccionadas 7 En general sobre Ja religién incaica, ef. R. Varcas Ucarte, La religione deg_sIncas, cnP. Taccits Vewrunr, 8. 1., Storia delle religioniT3 (Torino 1949): PoLo Dz ONDEGARDO, 0.0.3 J.C. Tetx0, Wira-Cocha Inca (Lima 1933). 38 PI. De Pernando V a Felipe I entre las mas agraciadas de todos los ayllus: a los diez aiios de edad eran internadas en colegios especiales, se educaban por sus supe- rioras (mamacunas) en el ejercicio de la ascética y de las labores propias de su sexo; a su tiempo pasaban a ser esposas secundarias del inca o de los nobles o pasaban a la clase de las mamacunas, ex~ clusivamente consagradas al culto solar, en apartamiento absoluto, obligadas a conservar su virginidad integramente. 10. El culto.—La religién presidia la totalidad de la vida incaica. Los tiempos y las estaciones solares regulaban el calenda- tio, y el calendario el culto. En el solsticio de diciembre se celebra- ba el Capac Raymi, uno de cuyos ritos principales era el varachicay, © ceremonias de iniciacién de los jovenes que pasaban a la catego- rfa de adultos; en mayo se festejaba la cosecha del maiz (mamasara) con sacrificios de lamas en gran numero; en junio, las maximas s0- lemnidades del Inti Raymi despedian al sol de verano antes de en- trar en el otofio del hemisferio sur. El mismo inca, en sus funciones de sumo pontifice, oficiaba los sangrientos sacrificios. . Estos, en el incanato como en todo pueblo primitivo, consti- tufan el punto mds importante del ritualismo aborigen. Animales como el cobayo (cuy), aves, llamas, entregaban su sangre propicia- toria. Victinws humanas, especialmente nifios y nifias de bello as- pecto, en la coronacién del inca o en casos de desastres publicos, epidemias, reveses militares, con su muerte habfan de aplacar al airado Viracocha. Otras ofrendas eran vegetales: maiz, coca, aji y sobre todo lh bebida nacional, la chicha, que los incas Ilamaban sora. Asf se amortiguaba el ansia del alma inca, siempre doliente ante su dios. Efemérid:s especiales de la vida social, matrimonios, ciertas dan- zas, asumian también caracter religioso; especialmente el baile esta- ba impregnado de fuerte simbolismo religioso, al son de la quena, flauta cerradz por un extremo y por lo comin de seis orificios, que con su cantilena triste expresaba las aflicciones eternas del alma india. 11. Condiciones morales del imperio.—El indio andino, hundido en ¢ terror religioso, coartado en su perpetua minoridad por el paternilismo despético de sus incas, hecho a una obediencia meramente puiva de siglos, sin conviccién personal, cumplia sus tres grandes preceptos: no robar, no mentir, no estar ocioso cuando una extrafia mano le obligaba a ello. Carente del concepto de res- ponsabilidad, la ley externa tenia que suplir el defecto de un alto criterio moral, Su inteligencia, ajena al conceptualismo europeo, hubo de extrziarse ante el blanco, que, desconocedor de su idioma, pretendia injeirle ideas abstractas. Ni su mente ni su voluntad sin- tonizaban con todo el complejo religioso y juridico que se le quiso imponer. A esta fala intrinseca de preparacién remota para asimilar la nueva culturaimportada se ha de afiadir Ja primera visidn que el in- dio tuvo del mevo mundo que venia en los ejércitos conquistado- C2. En tierras pernanas 39 res: se le predicaba un Dios a quien los mismos blancos habjian ase- sinado; el crucifijo fue para muchos indios una imagen de escandalo; las primeras guerras civiles entre pizarristas y almagristas no subra- yaron ante su mente ingenua la caridad que simultineamente se predicaba en las iglesias cristianas; el famoso divorcio entre el hecho y el derecho, entre las regias ordenaciones y su incumplimiento repetido fue otro capitulo de desorientacién en su alma primitiva, Y pasivamente, como habia vivido en el incanato—y en el preinca- nato—~, un dia se encontré con que era espafiol. Y recibié a sus nue- vos amos con el mismo escepticismo con que habia despedido a los anteriores. Asi se produjo el choque inevitable siempre que dos pueblos—vencedor y vencido—se encuentran después de la batalla en la misma arena 8, La misma precipitacién con que se desmoroné la arquitectura incaica no dio tiempo para una lenta y progresiva asimilacién de la cultura espafiola al pueblo indio, ya tardo de por si y atado a ese atavismo muy intimo, como propio de los pueblos primitivos. El imperio, fabricado a base de un rigido militarismo dictador, en cuya estructura el indio no era sino un ntmero, con una religién sin fuerte armaz6n racional dogmatica, y en muchos aspectos un con- glomerado ecléctico de creencias heterogéneas; debilitada la cons- titucién politica por las luchas intestinas entre los sucesores del principe Huayna Capac, la vispera misma de la llegada del espafiol, precipitaron entonces y hoy en parte explican el rapido hundimien- to del incanato. A estas causas més internas del fenémeno se han de ajfiadir, como concausas externas, el mayor aparato bélico de los espafioles, sus armas de fuego, su caballerfa, elementos desconocidos en los Andes, que sembraron el terror entre las huestes primerizas impe- riales. Quiza la presencia del hombre blanco y barbudo, que, segin una antigua tradicién, habia de dominarles, abatié también sus ani- mos, al conocer que habia Ilegado la hora sefialada por la fatalidad. Quizé el espionaje de las mujeres indias, enlazadas en concubinato con los espafioles, despejaron a éstos muchos misterios de la débil defensa de sus hermanos de raza. Tal era el mundo, tales las circunstancias en que bhubo de pre- sentarse la Iglesia en el largo y ancho campo andino. Largamente quedan descritos los elementos con que hubo de contar a favor o en disfavor para implantarse, enraizarse y extenderse por aquel sue- lo dificil y arisco que practicamente constituia todo el solar hispa- nosudamericano. II. La conquisTa ESPANOLA 1. La conquista civil-militar.—Balboa sofié en aquel pais Jegendario de que le hablara el hijo del cacique Comogre. Pero no bien hubo desdoblado el golfo de San Miguel tuvo que volver a su base de la Antigua. Pedrarias cedié la empresa del sur, de aquel 5 Cf. Pu. A. Mean, The fall, 0.c. 40 PI. De Pernando V a Felipe IL Birt encantado, a Diego de Almagro y a Francisco Pizarro, asocia- dos a Hernando de Luque, vicario de Panama. Al mediar noviem- bre de 1524 estaba pronta la expedicién. Muchas penalidades y poco oro fue el balance total de aquella tentativa. Almagro perdié un ojo en la refriega con los indigenas en Pueblo Quemado, y regresé a Panama a informar a Pedrarias y recabar ayudas eco- némicas. Pizarro, con un corto grupo de valientes, conducidos por el piloto Bartolomé Ruiz, costeando el litoral ecuatoriano, logré contemplar el vaste golfo de Guayaquil. Las muestras de cultura indigena de Tumbez les certificé en la existencia de un mundo técnicamente adelantado. Pizarro volvié a Panama y a Espafia para interesar a los gobernantes en la empresa. En la primavera de 1528 regresaba rumbo al Pert. Aun la Igle- sia no habia puesto pie oficialmente en el suelo peruano. Pero, muy conforme a las costumbres de la época, refiere la cronica de Herre- ra, Pizarro y sus compafieros «cada mariana daban gracias a Dios; a las tardes decian Ja salve y otras oraciones por las horas; sabfan las fiestas y tenian cuenta con los viernes y los domingos». Almagro en su segundo viaje volvié acompariado al menos de dos sacerdotes, el clérigo secular Gonzalo Hernandez y el franciscano Juan de los Santos. Se puede, por tanto, creer que ya en 1527 se celebro la pri- mera misa en el continente sudamericano 9. El 26 de julio de 1529, la reina dofia Juana y Pizarro firmaban las capitulaciones en Toledo: al conquistador se le concedia la con- quista de Jas tierras del Pert, inciertas y atin ignoradas, y su gober- nacion desde el pueblo de Santiago (Darién) hasta doscientas leguas al sur en la comarca de Chincha (sur de Lima). A Hernando Luque, cacatando su buena vida y doctrinas, se le presentaba al Papa para obispo de la ciudad de Tumbez, y entre tanto que Ilegaban las bulas pontificias, se le nombraba protector de indios con 1.000 ducados de renta al afio. Igualmente, Pizarro se comprometia a llevar con- sigo a los eclesidsticos que la reina sefialare «para instruccién de los indios y naturales de aquella provincia en nuestra santa fe catélica»; y a su parecer se debfa atener ¢e no sin ellos» habia de proceder en Ja conquista. E]19 de enero de 1530 Pizarro diose a Ia vela, acom- pafiado al menos de dos dominicos, fray Reginaldo Pedraza y fray Vicente Valverde; aquél se volvié desde Coaque (Ecuador) a Pa- nama, mientras el segundo le acompafié a Cajamarca junto con el clérigo Juan de Sosa, que se hallaba ya antes en Panama. El 27 de diciembre del mismo afio 1530, Pizarro desde Panama se dirigia a Ttmbez; obligado a desembarcar en la bahfa de San Mateo, entre dificultades, por tierra Ilegé a Coaque, poblacién de cierta importancia. Con buenas noticias del botin aqui capturado, de oro y esmeraldas, salieron dos navios a Panama; en ellos volvia fray Reginaldo, y asi sdlo fray Vicente de Valverde acompaiié a Pi- zarro. Pizarro, desafiando la naturaleza rebelde peruana y la extra- fia enfermedad que afect6é a los conquistadores—verrugas u otra 9 A. pe Herrera, Historia, déc.III 1.10 0.3. C.2. Em tierras pernanas 41 ignorada—, llegaba a la comarca de Piura, donde en el valle de ‘Tangarara, en agosto-septiembre de 1532, fundaba Ja primera po- blacién espafiola, San Miguel de Piura, en el actual departamento del mismo nombre. Al conquistador, con los militares, le acompafaban tres religio- sos mercedarios: fray Francisco de Bobadilla, vicario provincial des- de 1526 para toda América; fray Juan de las Varillas y fray Jeronimo © Gonzalo de Pontevedra. Regresado el primero a Panama y ya Pizarro en la Puna, se les agregaron mas mercedarios, que debieron de encargarse de la iglesia de San Miguel. Mediado el afio 1532 se sumé a la comitiva el franciscano fray Marcos de Niza, comisario de su Orden, y alcanz6é a Pizarro en Puerto Viejo; parece que estu- vo en Cajamarca y presencié el ajusticiamiento del inca, de donde pas6 a Quito y fund alli su Orden. 2. La muerte del inca Atahualpa.—Dada la inestabilidad del elemento espaiiol y con él de los misioneros, en perpetua mo- lesta peregrinacién hacia el centro del imperio inca, se entiende que la accién religiosa de los sacerdotes hubo de circunscribirse exclusi- vamente a la vagante poblacién de los blancos. En marcha, la tar- de del 15 de noviembre de 1532 entraban en la poblacién casi de- sierta de Cajamarca, capital hoy del departamento del mismo nom- bre, en Ja zona noroeste del Pert. En el valle, extendido al sur y cercado de la verdura de los montes, acampaba el ejército imperial, que rodeaba la sagrada persona del propio inca. Invitaron a éste los espafioles, y accedié a presentarse Atahualpa con unos 10.000 soldados. Entonces se celebré la entrevista del principe con el do- minico Valverde, tan novelada y comentada. Segtin los cronistas, parece que tuvieron lugar estas escenas: primeramente, Valverde notificé al inca, por medio del intérprete Filipillo, la famosa formula del requerimiento compuesta por el doctor Palacios Rubios, comunicandole la buena voluntad del mo- narca espafiol, que, en nombre del verdadero Dios, le intimaba se sometiese amistosamente y aceptase la religion cristiana que se les predicaria. El «Andnimo sevillano» refiere asi lo sucedido en su cr6- nica, la primera en el tiempo: «Un fraile de la Orden de Santo Do- mingo, con una cruz en la mano, queriéndole decir las cosas de Dios, le fue a hablar [a Atahualpa] y le dixo que los cristianos eran sus amigos y que el sefior governador [Pizarro] le queria mucho y que entrase en su posada a verle. El cacique respondid que él no pasarfa mas adelante hasta que le bolviesen los cristianos todo lo que le havian tomado en toda la tierra y que después él haria todo lo que le viniesse en voluntad. Dexando el fraile aquellas platicas, con un libro que traya en las manos, le empezé a decir las cosas de Dios que le convenjan; pero él no las quiso oir ni tomar y pidiendo el libro al padre se lo dio, pensando que lo queria besar, y él lo tom6 y lo eché encima de su gente, y el mochacho que era la lengua [intérprete] que alli estava, diziéndole aquellas cosas, fue corriendo luego y tomé el libro y diolo al padre y el padre se volvié luego, 42 Pi. De Fernando V a Felipe Il dando voces, diziendo: Salid, salid, cristianos, y venid a estos ene- migos perros que no quieren las cosas de Dios; que me ha echado aquel cacique en el suelo el libro de nuestra santa ley». Para enjuiciar rectamente la conducta del dominico pensamos que hay que distinguir dos momentos: anteriormente a la escena del breviario, Valverde se atuvo a las normas imperiales vigentes en todos los descubrimientos de aquellos espafioles: se redujo a noti- ficar al indio el requerimiento, tan irrisorio que hacia sonreir a su propio autor, el doctor Palacios; el inca, airado por las conquistas de los blancos, l6gicamente, refuté todo acuerdo sobre aquellas teo- logias que no entendia hasta tanto que se le devolviesen los bienes robados en sus dominios, y tiré por los suelos aquel libro que a él no le decia nada. Posteriormente Valverde perdié la nocién de la realidad: al acto de irreligién material del inca le dio una interpretacién torcida, como si fuera un desacato formal al catolicismo, y en este sentido actud acudiendo a la fuerza armada. Y ésta fue la razén que invocé al llamar al ejército, y no el peligro en que vio se hallaban, cuando aquélla era um ficcién imaginativa del excitado fraile y éste si era cierto y urgente. Asi fue faclmente capturade el inca. Ni la palabra dada por Pi- zarro de libertarle, ni el tesoro del rescate, que monté unos 15.500.000 pesos de oro sdlado, valieron al principe. El 29 de agosto de 1533, dos horas después de anochecido, salié Atahualpa, a pie y con gri- Ilos, camino dela hoguera, Valverde le ofrecié conmutar la hoguera por la horca sirecibia el bautismo. Bautizado all4 mismo, sin que valieran las prtestas de los més nobles de los espafioles, fue ahor- cado. Caida lacave que sostenia el inmenso arco incaico, se desmo- rono facilment toda aquella construccién. En aquel memento histdrico, la postura de Valverde no fue muy didfana: sin que admitamos que figuré entre los firmantes de la sentencia, al menos no consta que se opusiera a ella y que su voz, entonces podewsa, se sumara a las protestas de espafioles integros, como Hernando de Soto. Por pusilanimidad, por prudencia o por connivencia co Pizarro, Valverde se limité a esta postura pasiva 10, 3. Estabkcimiento de la jerarquia eclesiastica: el obispado de Tumbez.—Con un criterio que hoy entre los misiondlogos se disputa, pero ae en el siglo xvi parecfa acertado, la Corona espafiola, no bien se habla establecido en algun distrito del Nuevo Mundo, se apresuraba ifundar la Iglesia de una forma jerarquica estable, con propio obispo j cabildo catedral. Lo hemos visto en la provincia de Darién y obissdo de La Antigua. Idénticamente, en las capitula~ ciones toledans de 1529, Pizarro obtuvo para Hernando de Luque el obispado deks nuevas provincias descubiertas o por descubrir del sur, con sede « Tumbez, la primera poblacién conquistada. Nacido enMorén (Sevilla), probablemente, Luque, en 1514 10 Cf. R. Porsi BARRENEGHEA, Las relaciones primitivas de la conquista del Perti (Pa- ris 1937) 85. C.2. En tierras peruanas 43 habia pasado a Nombre de Dios con Pedrarias y el obispo Quevedo. Trasladada la sede dariense a Panama, fue él su primer maestres- cuela; buen conocedor de hombres, amigo de los conquistadores, interesado en la obra conquistadora, nombrado protector de indios, debia salir para Ttimbez, pero no se ausenté de Panamd mientras Carlos por tres veces suplicaba al Papa que aceptase la presentacién hecha del obispado tumbesino a favor de Luque con una renta de 200 ducados anuales, Si Jas bulas Hegaron a firmarse, Luque no pudo gozarlas, pues en marzo de 1534 morfa en Panamé. Asf{ no pudo realizarse el proyecto de crear en Tumbez el primer obispado en zona peruana. IIL. Vicente Vatverve, O. P., PRIMER OBISPO DEL Cuzco Extendiéndose la conquista hacia el sur, Tumbez perdid su importancia. Hubieron, pues, los conquistadores de fijarse en la gran ciudad del Cuzco, antigua capital incaica y centro del imperio, para colocar la primera silla episcopal en la ciudad que por su colocacién estratégica y su noble historial daba garantias de una accion mas eficaz y psicoldgicamente menos desagradable al indi- gena. El electo fue fray Vicente Valverde. Quizas de una familia emparentada con los condes de Oropesa, habia nacido en esta localidad extremefia; en 1523 vistié el habito blanco de los dominicos en Salamanca en su famoso convento de San Esteban. De alli pasé a cursar sus estudios en San Gregorio, de Valladolid, donde, a partir de 1526, era regente de estudios el gran Francisco de Vitoria. Dedicado a los estudios, le sorprendié la orden de salir para las Indias y con Pizarro en enero de 1530; como hemos dicho, fue com- pafiero suyo hasta llegar al Cuzco; después de los sucesos relatados de Cajamarca y en el valle de Jauja, hizo destruir los idolos del famo- so templo de Huarabilca. Vuelto a Espafia por orden del mismo Pizarro, en 1535 la reina le presenté para el obispado cuzquense, y Paulo IU, a 8 de enero de 1537, le preconizé primer obispo del Pert con sede en la capital imperial; pero ya antes, 13 de noviem- bre de 1536, el césar le ordenaba pasase a su distrito aun antes de recibir las bulas papales. Con todo, le llegaron estando atin en la metrépoli los documentos romanos, donde, ademas, se le facultaba para consagrarse por un solo obispo con dos dignidades catedrali- cias. Parece que recibié su consagracién episcopal en Salamanca, entre abril-mayo de 1537, «y, consagrado por tal obispo, bolvié a estos reinos e entré en esta cibdad por el mes de junio de 1538 afios»; aunque es mds probable que su entrada en la sede fue por noviem- bre, después de haber sido recibido por el cabildo de Lima el 2 de abril. Abarcaba la diécesis las tierras que se extienden desde Nueva Granada (exceptuando la provincia de Darién) hasta los confines de Chile, al sur; hacia el oriente hasta el Tucuman y Rio de la Plata, y por el este, hasta el mar Pacifico 11. 1 11 CE. A. M. Tornes, o.c. Mas datos sobre Valverde, en R. Varcas Ucarrs, Historia 134% ad Pl. De Fernando V a Felipe IT IV. Jerdénimo vE Loaysa, O. P., PRIMER OBISPO-ARZOBISPO DE Lima 1. Su persona.—Era igualmente extremefio fray Jerénimo de Loaysa, nacido en Trujillo el afio de 1498. Primo del cardenal de Espafia, don fray Garcia de Loaysa, prelado de Sevilla, después de haber sido maestro general en su Orden dominicana. Dominico fray Jerénimo en el convento de Cérdoba, en 1521 estudiaba en Valladolid. Catedratico de artes y de teologia y prior, sintid la influencia del espiritu misional que entre franciscanos y dominicos hervia. En 1529 arribaba a las orillas de la provincia de Santa Marta, en la costa atlantica del Nuevo Reino de Granada. Allf le aguarda- ban los indios guairas y buriticas, que hablan de ejercitarle los pri- meros en las duras tareas del apostolado, mientras el clima ingrato castigaba duramente su cuerpo. Y, por su gusto, en aquellas tierras tropicales hubiera quedado a no verse obligado a regresar a Espaiia a los dos afios de apostolado. Clemente VII, el 14 de abril de 1534, erigia la sede de Cartagena de las Indias, pero su prelado electo, el dominico fray Tomas de Toro, fallecia en 1536 antes de efectuarse la ereccién de la sede, Para sustituirle fue escogido fray Jerénimo de Loaysa, y consagrado el 29 de junio de 1538 en. Valladolid; a ‘fines del mismo afio volvia a las Indias. Pero su sede principal iba a ser otra: Paulo III, a 13 de mayo de 1541 12, erigia en sede episcopal la Ciudad de los Reyes, que por ’ su colocacién estratégica, casi a orillas del Pacifico, facilitaba el comercio con Espafia y competia ya con la noble Cuzco, muy metida tierra adentro. Lima prometia ser la futura cuca capital peruana. Desmembrada la sede limense de la cuzquense, sujeta, como ésta, a la metropolitana de Sevilla, a 19 de junio de 1540, aun antes de la canénica creacién del obispado, Carlos V notificaba a Loaysa su eleccién para regentarla, y asignandole, por de pronto, 500.000 maravedises anuales. El ag de julio de 1543 entraba a orillas del Rimac el primer prelado limense. El corto vecindario, residente en las diez o doce manzanas de casas bajas tendidas en cuadro bordeando la plaza principal, contemplé la figura humilde de su pastor, bajo palio sostenido por los regidores del cabildo civil, cortejado por domi- nicos, franciscanos y mercedarios, atravesando la calle Real, o de Trujillo, honrado por el licenciado Antonio de la Gama, teniente de gobernador por Vaca de Castro—ausente en el Cuzco—, y por los alcaldes ordinarios, Juan de Barbaran y Pedro Navarro. Indios de los cacicazgos de Lati, Maranga, la Magdalena, Cara- bayllo, Surco y Huachipa ponfan una nota de color indigena entre los pocos vecinos espafioles blancos. Dos dias después, el 27 del mismo julio, desde el pilpito mandaba leer la bula pontificia en la cual se «sefialaba y honraba con el titulo de ciudad al dicho pueblo nombrado de los Reyes y queria que se Ilame Ciudad de los Reyes de aqui adelante, y en ella, por Ja dicha autoridad apostdlica, y por 12 Sobre la demutcacién de'la nueva didcesis, ibid., 145. C2. En tierras peruanas 45 el mismo tenor de las presentes, erigia y constituia una iglesia cate- dral para un obispo que haga edificar Ja misma iglesia y presida en ella después de edificada». El 17 de septiembre firmaba Loaysa el acta de ereccién candnica de su iglesia, calcada en la del Cuzco y en la de Sevilla, declarando su titular, por voluntad papal, a San Juan Apdstol y Evangelista. Seguidamente procedia al nombramiento de sus coadjutores en el ministerio episcopal: Francisco Leén, arcediano; Francisco de Avila, chantre; canénigos, Alonso Pulido y Juan Lozano. Eran limites de su jurisdiccién los mismos que los de Ja ciudad limefia: hasta Are- quipa, por los Ilanos costeros, valle de Nazca y confines del de Acari al sur, y hacia el norte, zona igualmente litoral hasta Trujillo, San Miguel de Piura, Chachapoyas y Bracamoros; por la sierra, hasta Huamanga; hacia el este, hasta la provincia de los Angaraes y, mds adentro, hasta Leén de Hudnuco. Brevemente, desde el paralelo 5 hasta el 15 de latitud sur, aproximadamente, y entre los meridianos 76 y 81 de longitud oeste. Cinco ajios transcurridos después de la designacién pontificia de Lima para sede episcopal, el propio Paulo III, a 11 de febrero de 1546, a peticién de la Corona espaiiola, elevaba la iglesia limense a la dignidad de metropolitana, independizindola de Sevilla y asig- nandole como sufragdneas las iglesias de Leén de Nicaragua, Panama, Quito, Popayan y Cuzco. En la bula, suscrita el 31 de encro de la Encarnacién de 1545 (0 sea 1546), explica el Papa las razones de esta medida, que se reducen fundamentalmente a las lejanias que separaban Lima de Sevilla, con la consiguiente rémora en el despacho de los negocios. En otro consistorio, 27 de abril de 1547, se concedia a Loaysa el uso del palio arzobispal. Alcanzaron las bulas al neoarzobispo en 1548, acompafiando al presidente La Gasca; con él pasé al Cuzco, en cuyo templo mercedario, el domingo 9 de septiembre del dicho afio, le fue impuesto el palio por el dean. Francisco Jiménez y el arcediano Juan Cota 13. 2. Marco histérico.—Al llegar a mediados del siglo xvi, la Iglesia sudamericana contaba con tres obispados y un arzobispado: serfan ellos los cuatro puntos de arranque de Ja obra misional. No hemos de creer, sin embargo, en un ostentoso despliegue de fuerzas por todo el agro peruano. Duras eran las circunstancias. Hervia aquel mundo andino en las sangrientas guerras civiles de pizarristas y almagristas: Almagro, interpretando {as dematcaciones reales de los territorios, pensé que caia bajo su jurisdiccién el Cuzco, y asi se apoderé de la ciudad incaica. Cede por un momento de su posi- cién ante las advertencias de Pizarro, que incluia, por razén contra- ria, la capital cuzqueda como perteneciente a sus dominios. Alma- gro, sin embargo, aliado después con el insubordinado inca Manco- Inca, se apodera del Cuzco y aprisiona a los hermanos de Pizarro, Juan y Gonzalo. En 1537 se firman nuevas capitulaciones entre Francisco Pi- 13 Thid., 162-164. 46 Pl. De Fernando V a Felipe Il zarro y Diego Almagro, en espera de que apoderados regios demar- quen los limites de cada gobernacién; la respuesta cesérea de que cada uno de los actores se atenga a su territorio no dirimia la con- tienda, pues precisamente se trataba de determinar ese tal territorio. En 1538, Orgéiiez, capitan almagrista, ataca a los pizarristas; pero, en la batalla de Salinas, 6 de abril, Hernando Pizarro vence a Orgé- fiez. Almagro, prisionero; Orgéjiiez, decapitado, a quien poco des- pués seguiria en la misma pena el mismo Almagro, condenado por Hernando aun contra la voluntad de Francisco Pizarro. Dirfase que la muerte de Almagro asentaria la paz. Con todo, sus secuaces, enatdecidos por la confiscacién de bienes que cayé sobre los almagristas, lograban el 30 de junio de 1541 asesinar al conquistador Pizarro, La misma destacada personalidad de ambos principales contendientes, sus discrepancias de afios atras animadas por egoismos muy humanos, sostenidas a punta de lanza, complica- ron los primeros dias de la conquista de las Indias meridionales, cuando era precisamente la paz mds necesaria, para fundar en ella Ja personalidad moral y ética de los blancos. La guerra complicé necesariamente la accién benéfica de la Iglesia, que hubo de pre- sentarse a los indios ensangrentada por sus mismos hijos blancos. 3. Primeros apéstoles.—Sobre este fondo oscuro de odios y rivalidades, se destacan las figuras de los sacerdotes que hubieron de lanzar consignas de caridad a ambos campos contendientes, am- bos igualmente cristianos. Hemos indicado que entre las primeras huestes que rompian el avance conquistador figuran eclesidsticos. Su obra, repetimos, en aquellas continuas marchas se hubo de redu- cir al elementoespafiol, y en este particular las fuentes histéricas se nos muestran €xcesivamente tacafias. A partir de 1535, asentadas las ciudades de San Miguel de Piura, Jauja, Quito, Trujillo y Lima, se pudo pensar en una dedicacion mas tranquila al mundo indio. En 1532, Luque escribe al rey que, no pudiendo élitasladarse a su obispado de Tuimbez, envié tres sacerdotes; entrlos clérigos tumbesinos figura Cristébal de Molina, venido de Sante Domigno a Panama en 1533; en los sucesos relata- dos de Cajamarca aparece Juan de Sosa, clérigo inquieto, partici- pante en el fami botin, que, regresado a Espaiia, otra vez se volvié y se enrolé ente los partidarios de Gonzalo Pizarro; penitenciado por su obispo e11548 y desterrado del Pert, se retracté de su con- ducta. En Arequipa, aio 1541, a raiz de la fundacién de la ciudad del Misti, era ara de su iglesia Pedro Bravo. Una miradaomplexiva en orden cronolégico nos da el siguiente cuadro de los zimeros sacerdotes que actuaron en el Peru: espi- gando noticias j@ no son exhaustivas y con fechas aproximativas: 1534: Franeeo Rodriguez, en el Cuzco, canénigo en 1549. Se concede en Eyafia licencia para pasar a Indias a so 6 12 clérigos. 1535: Bartobmé de Segovia, Cuzco. Item, Rodrigo Pérez, Juan Alonso Tinoco,Lima; licenciado Ocaria, Caceres; Ruiz de Morales, Castro; Orenes,mercedario, en Piura-Lima. C2. En tierras pernanas 47 1536: Juan Godinez de Lugo, Lima. 1541: Pedro Bravo, Arequipa. A éstos hemos de agregar los religiosos que vinieron con los mismos expedicionarios, tales como los mercedarios Trujillo y Castafieda, que arribaron con Pizarro al Per, y los ocho dominicos que acompariaron al obispo Valverde. Como ‘se ve, ni el namero satisfacia a las exigencias de aquel mundo que se abr{a a la cultura cristiana ni siempre la calidad de las personas que hacfan mas que justa la queja de fray Tomas de Berlanga al rey, 22 de enero de 1535: ¢que fuera mejor que estuvieran en Esparia, por el no buen ejemplo que han dado». 4. Las érdenes religiosas.—Primeras fuerzas en la roturacién del campo misional, fueron ellas también las primeras energias que fundaron la Iglesia sudamericana. Hemos ya tropezado con varios de sus miembros, Enrolados primeramente en las expedicio- nes conquistadoras, segtin los términos de las capitulaciones estipu- ladas entre el poder gubernamental y los jefes expedicionarios, pos- teriormente eran enviados por sus superiores regulares a expensas de la Corona, que, en virtud de Ia concesién de Alejandro VI, 3 de mayo de 1493 14, asumié este deber. Al sefiuclo del oro peruano no faltaron quienes, saltando por encima de todos los requisitos canénicos, lanzaran a la aventura libremente. Fueron los menos y, ciertamente, los que mas justificaron los lamentos de ambas auto- ridades civil y eclesidstica. Todos, pues, previamente debian ser examinados y legitimamente deputados para la misién. Para regla- mentar la ida de misioneros de solvencia, la Corona redujo la facultad de envio de religiosos a las cuatro Ordenes mendicantes de mercedarios, dominicos, franciscanos y agustinos, a los que se agregaron en 1568 los recién fundados jesuitas 15, Los dominicos llegados a América en 1510, en 1531 se hallaban ya en Darién; al siguiente afio, en compafia de Pizarro, JJega al Pert Valverde y, probablemente en 1534, llega Juan de Olias, quizds fundador del convento limense; en 1538 arriba al Pert: con mas religiosos el célebre fray Tomas de San Martin, ya viceprovin- cial en 1539; en 1540 llega Francisco Toscano con 12 religiosos y entre ellos el no menos benemérito Domingo de Santo Tomas. Su primer convento fue el del Cuzco, que en 1534 se levanté en el mismo lugar donde estaba el Coricancha, o templo maximo del sol. Siguidle el de Limatambo, fundado en el camino de Pacha- camac hacia 1539, como el mismo aiio se fundaba otro en las cerca~ nias del pueblo de Aucallama, valle de Chancay, denominado Santa Catalina Martir, de Palpa. Gracias aestas fundaciones se pudo cons- truir el convento limense, adonde se trasladaron los dominicos por 1540-41 de su primera residencia frente a la iglesia catedral, en la esquina de Ia calle de los judios. 44 Sobre ésta y otras bulas alejandrinas, cf. P. pe Leruria, Relaciones I 153-204. 15 Fuentes historicas sobre su Ilegada al Per, en Monumenta historica S, 1., Monumenta Peruana I (Romae 1954). 48 Pl. De Fernando V a Felipe Dos dominicos estuvieron presentes a la fundacién oficial de Arequipa en 1540, donde pronto se avecindé fray Pedro de Ulloa. Por este desarrollo rapido, y quizas también por las ventajas que supo- nia para el régimen interno de la Orden Ja autonomia de sus recto- res, el maestro general Agustin Recuperato, el 4 de enero de 1540, erigia en provincia independiente la de San Juan Bautista del Peru, que se extenderia desde Nicaragua hasta el Rio de la Plata por toda la costa pacifica, y nombraba su primer provincial a fray Tomas de San Martin. Habia nacido éste en Cérdoba el 7 de marzo de 1482; habiendo profesado en 1498, en 1525 pasaba a Sevilla, donde se gradué de maestro en artes y teologia en 1528. Acompafiando a Pizarro, de Panama hubo de volver a La Espafiola, donde fue regen- te de la Audiencia. Regresado a Espana, volvié a Nombre de Dios en compafia de otros dominicos. Conquisté el afecto general por sus prendas extraordinarias, tanto que el cabildo del Cuzco, en 1543, mouerto Valverde, presentaba su candidatura para la sede episcopal «como persona de gran doctrina y abtoridad». Como provincial parece que tuvo como programa la extensién de los suyos y la ocupacién de puestos estratégicos: Charcas, Canta, Bombén, Tarma, Hudnuco, Trujillo, Huamanga, Chincha, Guailas, Jauja, Huarochiri, Checras, Cajatambo, Chancay, Juli, etc. 16 Reele- gido para el mismo cargo, en 1550 volvid a Europa para asistir al capitulo general con la comisién de recabar de la Corona la funda- cién de Estudio mayor en su convento limefio, origen de Ja futura Universidad. Paralelamente, los franciscanos, con Marcos de Niza, legaron al Peru en 1532. Este mismo afio, el capitulo general de Toulouse acepto la invitacién que le dirigiera la reina gobernadora de enviar misioneros en gran numero a las Indias, Tres franciscanos mds Megaban en 1534, y, fundado el primer convento en Quito, ya en 1535 se encuentran dos frailes en el convento de Lima, fray Fran- cisco de la Cruz, guardian, y un lego, que tomaron posesién de los solares sefialados por Pizarro en el primer reparto; como se encon- traban muy piéximos a los dominicos, pronto se les asignaron otros mas al norte, en los términos de la ciudad que ha por linderos, de la una parte, el rio, y de la otra el cercado del Marqués [la llamada huerta de Pizarro] y la otra calle Real». Aqui, finalmente, se fundé el convento. Ese mismoafio de 1535 0 al siguiente, en el Cuzco, a fray Fran- cisco Portuguls se le asigné un lugar en el barrio de Toccoccachi, donde hoy se halla el seminario. Probablemente hacia 1538, el ca- bildo les cedié otro terreno en el barrio de Casana, junto al tambo de Sillerico; en 1548, por compra, adquirieron los franciscanos un pequerio hospital con sus anejos. Como procedentes inmediatamente de Quito, dependian juridicamente de fray Jodoco Ricke, custodio 16 Por el inforne del dicho padre San Martin se ve que estos conventos eran al mismo tiempo escuelas demuchachos: [...] «se han hecho cuatro monasterios, uno en Chincha, don- de hay mas de 700 zuchachos aprendiendo la doctrina cristiana; otro en la provincia de Guai- las, porque el caciwe de alli y sus hijos se hicieron cristianos; otro en Jauja y otro en Gua- manga» (Levitiier, Gobernantes del Peri 171). ' C2, En tierras pernanas 49 de la regién, por lo menos hasta 1545, en que se dio patente de superior a fray Francisco de Santa Ana. Uno de estos afios, quizas en 1542, hay que colocar la venida al Perti de los doce franciscanos que dieron a aquella provincia el nom- bre de los Doce Apéstoles 17, Parece que primeramente trabajaron en los corregimientos de Trujillo y Cajamarca, en las misiones de Cinto y Collique, hoy Chiclayo 18, adonde Ilegaron los franciscanos hacia 1546. Siguiendo drdenes reales, en 1549 el corregidor de Tru- jillo Pedro Pacheco dio a los frailes 1.200 pesos para la ereccién de un convento, que fue el de Santa Maria de Chiclayo, cabeza de doctrina. Esos mismos afios entraban en Cajamarca y, por de pronto, habitaron siete bohfos que habian sido del inca Hatun- cancha, para pasar en 1562 a un sitio fronterizo al anterior. La tercera de las Ordenes misioneras de esta época, los merce- darios 19, los hallamos en 1532 en Piura; en 1533, al fundarse la ciudad del Cuzco; en 1535, en Lima; en 1539, en Huamanga; de forma que en 1540 tenfan estas cuatro casas dependientes de fray Francisco de Bobadilla, desde 1526 vicario provincial desde Nicaragua hasta el Pert. Informes siniestros, justificados por la conducta anormal de algunos religiosos 29, explican la real dispo- sicién de 1 de marzo de 1543 prohibiéndoles edificar nuevos con- ventos en las Indias y reservandose el monarca el pase para sus religiosos. EI capitulo de Ja Orden, 1543, redujo a cinco los conventos ultramarinos, dejando en el Peri tnicamente el de Lima y el del Cuzco. A indicacién del principe Felipe II, el provincial Bobadilla ordené a fray Francisco de Cuevas pasar a las Indias en calidad de visitador con 24 frailes. Disgusté esta ultima medida al provincial de Castilla, que veia independizarse de su tutela los conventos americanos, y ordené a los religiosos, ya dispuestos a embarcarse, volviesen a sus conventos. El mismo principe pedia al Papa se nombrase un provincial exclusivamente para el Perti en raz6n de una mayor disciplina interna de la Orden. El visitador, por fin, logré pasar a las Indias con los 24 misioneros y comenzé su visita por Nicaragua, pero en la villa de San Salvador murieron él y su compafiero de una forma misteriosa, sin que por la documentacién de la visita, que desaparecié, podamos saber el fondo de esa historia. Flotaba Ja idea de independizar de Castilla los conventos perua- nos, y aferrado a ella fray Juan de Vargas, comendador del Cuzco, convocé capitulo en noviembre de 1556, sin autoridad canénica para ello, y se voté la creacién de la provincia auténoma de la Natividad de Maria bajo su propio provincial, que lo fue entonces el mismo Vargas. Como nota especifica de los mercedarios en su actuacién apostélica desde un principio se ha de subrayar el hecho 17 Sobre la primacia de los regulares en Ja evangelizacién del Peri, ef. R. Varcas Ucarte, Historia 1 202-204. 1 Provincia en el actual departamento de Lambayeque, capital Chiclayo. 19 Sobre ellos, cf. V. M. Bareics, 0.c.; P. N. Pérez, 0.c. 20 Véanse las medidas adoptadas ‘por sus superiores regulares contra los discolos y li- cenciosos, en Varcas Ucarre, Historia I 217s. 50 Pl. De Fernando V a Felipe I de haber admitido en sus filas a criollos y aun a mestizos, a diferencia de las otras érdenes, que en este punto se mostraron més reacias 21, Ya en 1552, el cabildo del Cuzco notificaba al rey sobre los merceda- rios que «han hecho y hacen gran fructo y aun con ventaja a las otras Ordenes, por tener frailes, hijos de naturales, mas diestros en la Jengua que los otros», 5. Actuacién misionera.—Fstablecido asi el cuadro de los actores, veames con qué criterio y sistemas educacionales actuaron en el mundo andino, tan agitado aquellos dias por las luchas intes- tinas referidas y por la actitud generalmente no amistosa del indi- gena vencido ante el vencedor blanco. Mientras los conquistadores estaban en movimiento continuo en sus marchas forzadas desde Darién hasta el Cuzco, limites psicolégicos de sus peregrinaciones, el misionero, caminando junto al ejército, no pudo atender al ele- mento aborigen sino de una forma esporddica y superficial. Cuando se fueron asentando las villas y ciudades, se vio al sacerdote consa- grado a la educacién del indio sistemdtica y permanentemente. Aun ast, su labor necesariamente tenia que ser en los comienzos muy imperfecta: la ignorancia de la lengua le obligé a usar de indios Jadinos por intérpretes, que no siempre eran fieles, sino «monos de Jo eclesidsticor, tanto que el concilio limense I les obligé a ser exa~ minados previmente. En 1545 Loaysa ided el sistema de reunir en una villa principal a los muchachos mas dispuestos, para que, bien aleccionados, vol- vieran a los pueblos de catequistas; la realidad, sin embargo, obligé a reclutar este equipo de doctrinantes entre los adultos mas diestros del propio lugar. La escasez del clero en proporcién con la masa india y con la dispersién de la misma por aquella geografia dificil oblig6 a los apistoles a multiplicarse, de lo cual se resintié la educa- cién sélida delindio; ligeramente adoctrinado éste y castigado con Ja tara de sus costumbres antiguas, era obvio que facilmente apos- tatase de un bautismo admitido casi inconscientemente. Para arranale de su mundo atAvico en lo que religiosamente era necesario, la Igesia viose obligada a destruir sus templos: fue una medida necesaria ante el materialismo religioso del alma india, afe- rrada a los fomas corporales exteriores de la religién; ademas, snuchos de ellosya estaban en ruinas, y otros, de valor artistico, como el Coricancha él Cuzco, el de Huaytard, el de Vilcas, se respetaron y se cristianizaon. Menos compasiva se mostré la Iglesia ante los idolos, por ser ellos objeto directo del culto incaico y reducirse no pocos de ellos 2 absurdos antiartisticos fetiches, piedras, amuletos grotescos, compaquel botén de seda negra e hilo de oro que refiere el doctor Frandsco de Avila haber hallado entre los 30.000 idolos que reunié enlos corregimientos de Huarochiri, Yauyos, Jauja y Chupi Huarang22. Las piezas de valor por su materia o por su pre- cio arqueolégie o artistico muchas se salvaron. No puede, pues, 21 Cf. Vizquez,ce, 506, Sobre los dominicos en este particular, cf. VARGAS, 0.6, 204% 22 Cita en VaRGs,0.¢., 119. C2, En tierras peruanas 51 hablarse de una destruccién sistematica ni aun segin los criterios de aquella época, menos sensible que la nuestra ante Jo aiiejo. En cambio se preocupé hondamente la Iglesia de elevar sus tem~ plos cristianos en zonas puramente indigenas; segtin Ia legislacién 7%, encomenderos e indios habifan de colaborar a la fabrica de sus templos. En cada villa principal debfa existir una iglesia parroquial, a la cual, como radios hacia el centro, habian de converger las ermitas © filiales desparramadas por los poblados secundarios. De valor des- igual, muchas veces miseros edificios de adobes con techados de ramas de arboles o de paja, naturalmente, los siglos los han derrum- bado. Recuerdo de estos centros antiguos de piedad subsiste la iglesia de San Cristébal de Huamanga, sencillo rectangulo de piedra y adobe, sin adornos ni ventanas, con la techumbre de troncos y cafias entretejidas, un poyo de mamposteria corre a lo lago de sus muros, donde quizds se sentaban los fieles después de atravesar el amplio arco de piedra de la entrada protegida por la tmica torre la- teral. Las mismas catedrales ostentaban el signo de los tiempos di- ficiles: la de Lima, anterior a 1543, en que entré el arzobispo Loaysa, era «de humilde fébrica y pequefia), «cosa vergonzosa para aldea»; restaurada en 1551, era de una sola nave y media 55 pies de ancho por 260 de largo, techado de mangle sostenido por muros de adobe ceniciento. Sin lujos, desde luego, y en ocasiones aun sin la menor comodidad para los fieles, su edificacién obedecfa a criterios funcionales y prac- ticos de estrategia pastoral; un eclesidstico debia servirles, primera- mente elegido y subvencionado por el correspondiente encomendero del lugar, sistema que hacia del clérigo, no siempre escogido con men- talidad eclesidstica, un lacayo del sefior lugarefio. Diose, por tanto, prisa la Iglesia por independizar a su representante y recabé para si el derecho de némina, afincando simultaneamente al cura en su iglesia de forma que fueron desapareciendo los girévagos. Ulteriores disposiciones sinodales fijaron en 400 el numero de los casados que debian pertenecer a cada parroquia, pues las 1.500 personas que ello supone y la dispersién de las mismas ocupaban sobradamente el celo de un sacerdote. Bien pronto noté éste la dificultad que creaba el haber de juntarse en un mismo templo y en una misma ceremonia indios y espatioles: la diferente cultura y aun la lengua de cada co- munidad étnica requeria diferente trato, y asi, y no por razones racistas, fueron poco a poco dedicéndose templos exclusivamente para el grupo indio. Lima conté con la iglesia del hospital de San Andrés, la del barrio de San Lazaro y la del Cercado, y en el Cuz- co, con el tiempo, estas parroquias Ilegaron a seis. De forma paralela, las Ordenes religiosas, a veces con demasiado rumbo 24, levantaban al cielo sus iglesias y sus claustros cargados de un barroquismo en, duro contraste con Ia pobreza de la Iglesia 23 §, Zavata, 0.¢., 277. Recopilacién de las leyes de los Reinos de las Indias, ley 3 tit.o 1ib.6. 24 En 1568 Felipe II en sus ordenaciones al neoelecto virrey del Per Francisco de To- edo le recomendaba velase por la sencillez en la fibrica de las iglesias. Coleccién de docu- mentos para la historia de la Iglesia en el Perti (Sevilla 1944) Il 452. 52 PI. De Fernando V a Felipe 1 peruana de aquel entonces. Una cédula regia de 1553 reglamentaba la ereccién de estos conventos en sitios mds dispuestos para el servi- cio de las almas que para la propia comodidad, a debida distancia fos unos de los otros, resplandecientes de sencillez. Si el afio 1539 podia el obispo Valverde notificar al emperador que habia siete igle- sias, sin contar las del actual Ecuador y Colombia, pronto, al paso que iban cimentindose las villas y aun los poblados, surgian las iglesias parroquiales o conventuales, 6. Actuacién escolar.—Aunque fue mas adelante cuando ad- quiriéd su maximo desarrollo la escuela cristiana proindigena, ya en estos primeros aos hay que colocar su creacién. Atinadamente ob- servaron los primeros misioneros el influjo ejercido por los caciques en sus pueblos; inmediatamente dedujeron que, convertido el prin- cipal, reducir a los otros era menos dificil; mientras, a la inversa, la obra misionera era poco menos que imposible. Simultaneamente notaron la muy humana ley del otro influjo: el del nifio sobre sus pa- dres. Asi sentado el principio de al pueblo por el cacique y al cacique por el nifio, concentraron en éste su actividad docente. Ya en 1542, el colegio de Chincha educaba a 700 muchachos; en 1550 fray Tomas de San Martin recababa del césar una ayuda econémica para las 60 escuelas que los dominicos regentaban en el Pertt; este mismo afio, el arzobispo Loaysa determinaba que en el hospital limefio de los naturales «juntamente aya casa de doctrina, manera de escuela, donde a los hijos de los caciques e principales e de los demés indios les doctrinen en las cosas de nuestra santa fe y ensefien a ler y escribir»; residian internos algunos alumnos; en 1551 el Cuzco nos ofrece su recogimiento de Santa Clara. A coronar esta obra vendra en el préximo periodo la Universi- dad, cuyos comienzos, sin embargo, como Estudio general de los dominicos de Lima, hay que situarlos el 1 de junio de 1548, cuando, en uso de sus facultades papales, determinaron crear en su convento del Rosario de Lima un Estudio general, nombrando su primer lector de teologia a fray Domingo de Santo Tomas; inauguradas las clases al siguiente afio, en 1550 se solicitaba del emperador concediese a dicho centro dscente el mismo rango que a la Universidad de Sala- manca, como selo otorgaba en 1551, de forma que en 1553 inaugura- ba su vida académica con catedras de gramatica, retdrica, artes y teologia. Ya este indice revela el alto criterio que tenian los primeros apéstoles de la eiciencia escolar, cuando, de los pocos misioneros con que contaban etos afios, no dudaron en segregar algunos del apos- tolado directanente pastoral para consagrarlos a la docencia. 7. Actuadin catequética.—Es comprensible que no se halle ningtin sistema catequético en Jos primeros afios de la conquista; las circunstancis todas eran adversas a cualquier plan evangeliza- dor; cada misionero hacia lo que entendia ser posible en su mundo agitaclo; segtin iba fijandose la paz y sedimentandose los poblados y villas princiwles, alld se consagraban a la catequesis estable, mientras por va de misiones transetintes atendian a los poblados C.2. En tierras peruanas 53 menores, segtin el tiempo que juzgaban necesario o posible; el cate- cumenado habia de durar al menos un mes; seguin el jesuita Vare- la (?), eran de tres clases los catectimenos: unos, forzados, traidos «en collera o cadena o atados», bautismos por compromiso, utilita- tismo o miedo; segunda clase, de los indios que espontaneamente querian cristianarse, pero cuya formacién fue muy rapida, en cas~ tellano o en latin, prontos a apostatar; la tercera clase, de los que, libremente congregados, recibian una sélida educacién religiosa en su lengua y reposadamente 25, En los primeros afios del xvi no existia ningtn texto catequé- tico: cada misionero usaba el que crefa mds apto, hasta que en 1545 el arzobispo Loaysa publicé su Instruccién con fuerza obligatoria y exclusiva, y fueron imponiéndose las lenguas nativas. A los prin- cipios, los misioneros las desconocfan, y para sustituirlos colabo- raban los intérpretes, ya adultos, ya nifios especialmente instruidos, con sus explicaciones no siempre acertadas, por lo que hubo de requerirseles previo examen; ellos hacfan también de fiscales en los poblados, cuidando de la vida religiosa de los neocristianos. Habiles misioneros pusieron en verso y musica trozos de la doctrina. EI bautismo se administré ordinariamente segtin el uso corriente de la Iglesia romana; pero, en casos de mayor concurrencia de neéfi- tos, hubo quienes administraron el sacramento por aspersién, hasta que Paulo III 26, reconociendo su validez, preceptué se usaran tam- bién las ceremonias secundarias que acompafian la administracién del mismo sacramento y con la maxima solemnidad, en los dias festivos, a ser posible. Este método sensorial intuitivo lo aconsejaba el complejo psico- légico del indio, que, carente de una inteligencia despierta a las abstracciones, goza, en compensacién, de una fina y rapida per- cepcién actstico-visual. 8. Actuacién pacificadora.—Anteriormente hemos sintetiza- do el cuadro de la situacién histérica en que se hallaba el Pert de la conquista: pizarristas y almagristas ensangrentando el agro incaico, con la consiguiente desmoralizacién de los neoconversos y escén- dato para los infieles. Naturalmente, la Iglesia no pudo sustraerse de su medio ambiente. Afios de 1536 a 1548 los retrata con dureza el licenciado Martel de Santoyo 27 cuando, refiriéndose al poco provecho espiritual conseguido entre los indios, lo atribuia a dos malos exemplos de los cristianos y prelados y personas de dotrina, que los an consentido sean robados [los indios], privados de su libertad, maltratados de muchos sefiores, muertos a tormentos 25 Relacidn de las costumbres antiguas de los naturales del Perti, obra atribuida al criollo jesuita Blas Valera. Cf. Varcas Usarte, Historia 1 222. . 26 En su bula Altitudo, 1 de junio de 1537, absolvid de culpa a los que bautizaron tan sélo en nombre de la Santisima Trinidad, omitiendo las demés ceremonias. El indio collagua Juan de Santa Cruz Pachacuti dice: «{...] baptizaban a los curacas con hisopos no més, por- ‘que no pudieron echar agua a cada uno, que si obiera sabido la lengua, obiera sido mucho su diligencia, mas por intérprete hablavas, El I coneilio limense permitié que se usara el R- tual romano, ‘mas breve que el Manual sevitlano, antes en uso (Varcas UGARTE, 0.¢. 227)- 27 Cita en Varaas UGarte, 0.¢., 166s. 54 Pl. De Fernando V a Felipe I porque no davan oro, despojados de sus mujeres y adulteradas, y de sus hijas corrompidas y sus hijos puestos en servidumbre, y todos desterrados de sus propias casas, tierras y heredades, hechos a la costumbre de continuo en servir con sus personas». El primer obispo que recibié la comisién de interesarse por la paz social y politica fue Tomas de Berlanga, franciscano, que, dejando su sede panamense, hubo de presentarse ante Pizarro en Lima en 1535 con la comisién regia de fijar los limites de ambas gobernaciones y abrir informacién sobre los sucesos; ni a Pizarro ni a Almagro gusté su misién fiscalizadora y, ante el fracaso de la misma, se volvié a Panama y mas tarde a Espafia, donde fallecié en 1551. Recogié su triste herencia el mercedario Francisco de Bobadilla, provincial de su Orden en aquellas partes; amigo del conquistador Pizarro, por noviembre de 1535, oidos los técnicos, dispuso se to- mara la altura del pueblo de Santiago en donde comenzaba la gober- nacion de Pizarro y que Almagro se retirase temporalmente del Cuzco, ambos sin sus tropas. No fijé los limites y entregé a su amigo Pizarro el Cuzco, que era precisamente el punto principal de la discordia. Este error le desautorizé y Je obligé a retirarse a Lima y alejarse de! Peri en 1538. En tercer lugar presentése en papel de pacificador el conocido obispo cuzquefio Valverde: como protector de los indios, oficial- mente nombrado para este cargo, viose envuelto en la tan debatida cuestién de si corvenia o no exigir diezmos a los indios; contra fray Domingo de Santo Tomas sostuvo la tesis de la necesidad y aun justicia del talcobro, acosado como se hallaba ante las exigen- cias econdmicas desu pobre obispado 28. No fue mas facil su comi- sién de mediador ite los conquistadores: muerto Francisco Piza- rro, presentése en Lima Valverde para tratar de evitar los probables desmanes; amones‘) privadamente a Almagro el Mozo, inutilmente, y menos eficacia obtuvo con su sermén el 1 de noviembre de 1541, cuando condeno e/haber los almagristas enviado tropas al Cuzco en contra de los jizarristas, que no hab{an querido reconocer al joven jefe. Zarpé Valverde del puerto del Callao hacia el 11 de no- viembre, y los indiss de Puna, 0 a flechazos, o tiréndole al mar, asesinaron al obispo cuzquefio 29. Ante estas derotas diplomaticas en la cuestién batallona de ambos partidos, nepodfa sentirse muy animado fray Jerénimo de Loaysa, el arzobisp limefio, y atin mas complicada se presentaria en el futuro la trama de aquella red irrompible. Gobernaba, pues, el joven Almagro sire los despojos de su adversario. Pero ya antes 28 Valverde pensaba «2con diezmar no se alteraba la costumbre de los indios que de- bian tributar a sus principsincas en la antigiiedad; el padre Santo Toms, a su vez, opinaba que obligar a diezmar a loocristianos era afligirios en demasia ¢altende de las vejaciones y extorsiones que an tenidoytinen con los encomenderost. Vela una rémora mas para la con- version de los pobres natuiss si precisamente a los convertidos se les imponia Ia obligacién de dar sus diezmos, La relodula de 22 de junio de 1541 dio la razén a Santo Tomis (Col. doc. his. Igl. Per. In.3 p.at 29 No parece que se 3a probar que le mataron in odium fidei. Varcas Ucarre, His- toria 1 186. C.2. En tierras peruanas 55 el emperador habia nombrado a Vaca de Castro para congobernar con el conquistador, y, en caso de muerte de éste, sucederle en el régimen. Resistié Almagro, pero en la batalla campal de julio de 1542, vencido, fue condenado a muerte el joven capitan. Sin rivales, asumié el gobierno el vencedor Vaca de Castro. Pero tampoco habia de durar mucho su mando. Desembarcaba en ‘Tumbez en marzo de 1544 el nuevo virrey Blasco Nuifiez de Vela, encargado de ejecutar las Leyes Nuevas de 1542, abolitivas del servi- cio personal de los indios. Los conquistadores, mal avenidos con la novedad, se reunieron en torno a Gonzalo Pizarro. Levantése éste en armas y vencié al virrey en los Ilanos de Afiaquito 39, en enero de 1546. Declarése entonces Pizarro gobernador en abierta rebeldfa contra la Corona. Asi quedaba triunfante en el campo Pizarro, vencido y herido Nufez de Vela, y desterrado ya antes por éste Vaca de Castro. Sélo que ya, al saberse en la metrépoli la actitud de Pizarro, se habfa nombrado al clérigo Pedro de la Gasca con el titulo de presidente para componer las diferencias entre Nuiez y Pizarro. Enterado en Panamd—mayo de 1546—de la situacién del Pert, logré desunir a los pizarristas; los fieles al con- quistador, desmoralizados, hubieron de rendirse en Sacsahuana —abril de 1548—, y Pizarro fue ejecutado, Hubiera gobernado con préspera fortuna Gasca; pero en 1550 tuvo que retirarse a Panamé al publicar a total abolicién de la enco- mienda, dejando el pais en actitud hostil contra la Corona. Asi hallé al Perd el nuevo virrey Antonio de Mendoza en septiembre de 1551, y con él se inauguré una era de paz, pero no duradera, pues a su muerte—julio de 1552—de nuevo se alzaron los pizarris- tas en defensa de la antigua encomienda bajo el caudillaje del ex- tremefio Hernandez de Girén. Tras siete meses de enconada lucha, Girén fue capturado en Jauja y decapitado en Lima—diciembre de 1554-—-. El Peru, alegre después de esta era de sangre, recibio al nuevo virrey Hurtado de Mendoza, marqués de Cafiete, como a un mensajero de tranquilidad. Estos fueron los hombres con los cuales hubo de dialogar el arzobispo Loaysa; recordando estos tiempos, en 1556 escribira el metropolitano limense al césar: «Esta tierra del Peri nunca ha estado bien asentada 3!, Se dedicé, y con tino, a cortar distancias, sugerir formulas de buena inteligencia, aplacar odios profundos. En Lima aconsejé al cabildo se aviniera a recibir décilmente al virrey Blasco; en Andahuailas 32, conferenciando con Pizarro, se ofrecié para intermediario con el virrey, pero ante la postura de los pizarristas, que exigfan saliera de su territorio el representante real, nada consiguié. El mismo intento y por idénticas razones le fall6é en Huamanga 33 (1544). 30 C, Navarro ¥ Lamarca, Historia generat de América Tl 123-130 (con bibliografia). 31 Tdéntica afirmacién la de Gutiérrez de Santa Clara: «No se habla ningun fruto en ellos a causa de las muchas guerras y alborotos que avian sucedido entre los servidores de V. M. ¥ los tiranose (Historia de las guerras civiles 1.5 ¢.56, cita en VarGas UGARTE, 0.¢., 170)- 32. Capital del distrito del mismo nombre en el actual departamento de Apurimac. 33 Distrito del actual departamento de Ayacucho. 56 Pl. De Fernando V a Felipe IL Con Gasca, de dnimo pacifico, Loaysa se entendid fraternalmente, fue su consejero nato y compaiiero en sus viajes; le asesoré, con conocimiento de causa, en el problema de los tributos encomenderos; este colaboracionismo le atrajo las iras de los enemigos de La Gasca por «la codicia inmoderada de la tierra», como decia en una carta el propio La Gasca. Al retirarse éste se hallé solo el arzobispo y sobre él descargaron las iras de todos, incluso de la Audiencia, que llegé a desterrarle, si bien no se llegé a cumplir el decreto. Mientras tanto, hubo de cargarse con el peso nada agradable de tasar los tributos juntamente con fray Tomas de San Martin y fray Domingo de Santo Tomas, todos tres grandes amigos de los indigenas. Naturalmente, se conquistaron los odios de los enco- menderos. Idéntico resultado obtuvo en el alzamiento capitaneado por Girén a una con los encomenderos en contra de las leyes abolitivas de la encomienda, defendidas por la Audiencia casi en su totalidad. Siete meses duros de batallas, encuentros, defecciones, represalias y crueldades. El grito de rebeldia que diera en el Cuzco el caudillo resoné por todos los Andes, pues siendo por motivos sociales el alzamiento, casi todos, por uno u otro de los bandos, estaban complicados o interesados. Ha sido muy disputada la conducta de Loaysa en este asunto: interesado, ambicioso al pretender el arzo- bispo que le nombraran jefe del ejército leal, le ha pintado el mismo inca Garcilaso 34, Pero otros documentos contempordneos revelan gue la intervencién de Loaysa obedecié a que, conociendo lo com- plicados que estaban en la contienda aun algunos de los cidores de la Audiencia 35, y por amor de paz, intervino; gracias a él se revocé la cédula, aboliendo el servicio personal, y se concedié una amnistia general; quiso tratar en el Cuzco personalmente con Girén e indu- cirle a deponer las armas y acompafiar como simple capellén al ejército real después de su derrota en Villacuri 36, como efectiva- mente lo hizo. Después del ajusticiamiento de Girén (1554), quiso realizar su antiguo propésito de volver a Espajia para informar a la corte; en 1555 slid de Lima para Trujillo; atribé a Panama los primeros meses del siguiente aiio, pero ante el consejo del virrey Andrés Hurtado de Mendoza de que su presencia era necesaria en el Pert, se contenté con deputar para Espafia al candénigo Bar- tolomé Leonés. Con mayor paz pudo dedicarse a la fabrica de la nueva catedral 3’ y al gobierno de su vasta didcesis, que él, desin- teresado, pedia se desmembrara, como entonces lo iban haciendo 34 Varcas Ucartt, 0.¢., 190, 35 Un problema deinmunidiad local eclesiistica vino a apartar més atin ala Audiencia y al arzobispo: el capitan Ruy Barba, después de una pendencia con el factor Romani, se habia re- fugiado en la catedral; los alguaciles de Ia Audiencia intentaron sacarle; resistieron los clérigos y sacristanes; hubo de it personalmente el arzobispo al dia siguiente a los oidores, y—cuenta Loaysa—¢procuré por dacatamiento y respeto que a la Audiencia se deve tener, y mas en esta tierra, que me mandasn dar los clétigos que tenian presos en la mar e que todo se sosegase, y aunque uvo alguna diacién, a Dios gracias se hizo asix, Cita en Varcas UcarTE, 0.c., 192. 38 Aldea en el deputamento y provincia de Ica, distrito de San Juan Bautista. 37 La primitiva igksia que hallé Loaysa a su entrada en Lima en 1543 era tde humilde fabrica y pequefiar; a Ie ocho afios ya estaba terminada la segunda iglesia, ya catedral (Rela- ciones geogrdficas del Pri I p.XLVI-L). ‘ C.2. En tierras peruanas 57 otras didcesis: Charcas (1552), Santiago de Chile (1562) y la Imperial (1564), hijas de la diécesis cuzquense, como se vera en sus respec- tivos apartados. Frente a estos tres intermediarios entre los partidos beligeran- tes, hemos de confesar que en aquel clima de excitacién las Ordenes regulares, en algunos de sus miembros, no siempre conservaron la neutralidad que les correspondia. El mismo fray Jodoco Ricke, de méritos indiscutibles en el Peru, custodio de los franciscanos 38, si no toms las armas, aconsejé, sin embargo, a Pizarro que usurpase la corona real y aun propuso indirectamente se gestionase su buen. resultado en Roma; asi pudo escribir Montesinos: «Intervino un fray Jodoco, flamenco, de la Orden de San Francisco, que era mucho de Pizarro y uno de Jos que lo pusieron en lo de la inves- tidura, y asi muy respetado» 39. Mas activista fue la conducta de algunos mercedarios, como aquel fray Pedro Mufioz que se enrolé entre las huestes pizarristas, tomé las armas y las usé, conducta que sus superiores sancionaron recluyéndole en el convento de Valladolid. Segtin las fuentes con- temporaneas, se ha de admitir que no fue éste el tinico caso entre los mercedarios, De los dominicos, que casi todos se conservaron neutrales en la contienda, sdlo se cita el caso de un fray Luis y de fray Agustin de Zumiga, que llegé a decir desde el pulpito que Gonzalo Pizarro tenia mas derecho a las tierras del Peru que el rey, a lo que hubo de responder alli mismo el clérigo Baltasar de Loaiza: <«Mientes, mal fraile, y no sabes lo que dices» 40, El clero secular ofrece dos casos significativos de su partidismo, en general, por Pizarro: uno es el de Juan Coronel, que llegé a escribir un libro en defensa de Pizarro, De bello iusto, que le merecié que el conquistador le confiara la educacién de su hijo bastardo; fue desterrado del Pert por el obispo fray Juan Solano; como tam- bién hubo de abandonar las Indias por la misma razén el inquieto cura Juan de Sosa, acompafiante y mentor de Pizarro. Si se ha de aceptar el resumen que nos hace Cieza: «Y si yo hubiese de contar las bellaquerias que frailes y clérigos hicieron, seria nunca acabar y que fas orejas cristianas recibirian pena», es de notar que tales desmanes recibieron Ia correspondiente sancién y reprobacién por parte de sus superiores, como hemos anotado. 9. Actuacién benéfica.—Aunque las antedichas actividades de la primera Iglesia peruana fueron muy benéficas, sin embargo, la propiamente dicha de beneficencia, en el sentido corriente del tér- mino, merece un apartado especial. Todas las penas humanas de aquellos afios dificiles encontraron eco en el corazén de la Iglesia, o clerical o seglar. Un somero cuadro nos da el siguiente resultado: 38 Fundador del convento franciscano de Quito, que caia bajo la gobernacién de Pizarro como custodio de aquellas regiones, envié al Pert a fray Francisco de Santa Ana; él mismo se consagré a los indios y les ensefié +a arar con bueyes, hacer yugos, arados y carretas..., la ma~ nera de contar en cifras de guarismos y el castellano, a leer y escrivir y tafier todos los instru- mentos de misica, tecla y cuerdas, sacabuches y chirimfas, flautas y trompetas y el canto de 6rgano y Ilanot, Cita en Varcas Ucarte, 0.c., 212. 39 Ibid., 194-106. 40 Ibid., 195-196. 58 Pl. De Fernando V a Felipe IL Lima: en 1538 Francisco Pizarro y los regidores de la capital limeiia asignan el solar donde se habia de levantar el hospital de la ciudad, lindante con la Rinconada de Santo Domingo; y alli estuvo con sus 40 camas hasta que en 1545 se compraron cuatro casas de Juan de Morales, que eran cuatro solares linderos con las calles reales; el clérigo Francisco de Molina asistia a aquellos enfermos que antes «dormian de noche en los poyos de las plazas»; en 1549 Loaysa quiso fundar otro hospital para indios (Santa Ana), y en 1550 se fundié con el anterior para separarse ambos en 1554; pero, gracias al favor virreinal de Andrés Hurtado de Mendoza, pronto surgié el gran hospital de San Andrés, con una renta de 7.000 pesos. Por aquellos aiios, 1552, buenos seglares atendian a una obra benemérita inspirada en la situacién real de muchas personas in- signes: la Hermandad de la Caridad, formada por los escribanos, que comenzaron asistiendo a los encarcelados y ajusticiados; en 1559, a los apestados de la epidemia que atacé a la ciudad; pronto se sumé a ella otra asociacién, y ambas, por consejo de Loaysa, formaron la Hermandad de Ia Caridad y de la Misericordia; crearon su hospital de los Santos Cosme y Damian, refugio de mujeres enfermas o vergonzantes y doncellas pobres. Estas constituian entonces una verdadera clase social; generalmente de origen ilustre, pero incon- fesable, sin porvenir en la vida, eran ocasién de pecado; a reme- diarlas se acudié mediante la asignacién de dotes dignas, de 300 6 400 pesos, Para ellas exclusivamente se vino a crear casas especiales, come la de San Juan de la Penitencia, destinada primeramente para las mestizas pobres, en 1553, bajo la direccién alta de los francis- canos 41, Cuzco: igualmente en la ciudad imperial, donde era mayor el coeficiente indigena de populacién, nacié la idea de un hospital en 1538 y, tranquilizado el ambiente, en 1555 se trasladé a su sitio definitivo junto a San Francisco, y aun se llama de San Juan de Dios, en recuerdo de los religiosos que lo administraron. Por 1550, un buen hombre, Juan Rodriguez Villalobos, apiadado de los le- prosos abandonados, fund6é una pequefia iglesia que después se transfirié a los franciscanos. Seis afios mas tarde, 1556, el francis- cano fray Antonio de San Miguel suscitaba la idea de un refugio para tantos indios enfermos que vagaban sin abrigo, y pata ellos se cred, gracias a la munificencia de muchos encomenderos, el hospital de Nuestra Sefiora del Remedio, concluido en 1564. Huamanga: en el actual departamento de Ayacucho, fundada esta ciudad en 1540, en 1555 tenia ya su hospital «de los buenos que hay en este Reino» 42, gracias a la colaboracién de todos sus pocos vecinos; fue su primer administrador y humilde servidor un tal Pedro Hernandez Barchillén, partidario de Gonzalo Pizarro, condenado a muerte y a perdimiento de bienes; fugitivo, refugiado en el hospital, se consagré al servicio de los enfermos y, por ello, perdonado. Otro, Martin de Ayala, mestizo, sacerdote, fue 41 Ebid., 295-297, con las fuentes correspondientes. 42 Tbid., 300s. C.2. En tierras peruanas 59 capellan, gran limosnero de los pobres, murié con fama de varén santo. Es digno de notarse que estas fundaciones benéficas, casi todas, nacieron de medios seglares, de buenos espafioles, que posterior- mente la Iglesia protegié y desarrollé. Detalle que nos revela la existencia de muchos buenos cristianos, anénimos, que en medio de los escdndalos, que suenan mds, vivian una vida integramente cristiana y fueron, sin duda, una de las bases mas fuertes con que conto Ja naciente Iglesia peruana. 10, Reaccién indigena.—Ante esta actuacién variada de la Iglesia ocurre preguntar cudl fue la respuesta del hombre aborigen. Para justipreciarla, siempre dentro del periodo en que nos move- mos, no hemos de perder la visién de Ja realidad subjetiva del indio y la objetiva de la realidad histérica. En lineas generales cabe afirmar que fue positiva y relativamente consoladora, Natural era que los hechiceros, mas aferrados a sus practicas aun por razones de tipo econémico, se declararan enemigos de la nueva religién importada. Explicable también que los mas ancianos fueran de los mas rebeldes ante las nuevas formas de cultura: su congénito atavismo, mas vivo en los pueblos primitivos, se adheria a sus huesos, ya duros, ante el desastre aun material de su mundo antiguo; con razén podia escribir el citado obispo Valverde, en 1541: ¢en la dicha provincia e tierra del Perti se han bautizado pocos indios naturales e se ha hecho poco fruto en ellos». Mas esperanzas puso la Iglesia en los jévenes y en los nifios, detalle que explica el favor que se prest6 a su educacién escolar. Pero, em general, el indio peruano se mostré décil, da gente mas benévola que entre indios se ha visto y allegada y amiga a los cris- tianos», escribfa fray Marcos de Niza 43; no se registran persecucio- nes propiamente religiosas de parte de los naturales contra los doc- trineros, ni actos de sabotaje, ni actitudes sistematicamente organi- zadas de rebeldia ante la religién. Sin separarnos de las fuentes documentales, se ha de afirmar, creemos, que més dificultades hallaron los misioneros espafioles entre los espajioles, militares y encomenderos, que entre los indigenas para su obra proselitista. Pero es indice también de la reaccién del indigena ante la accién. evangelizadora la relacién que nos da el obispo fray Juan Solano, del Cuzco; escribia desde Lima al césar a 10 de marzo de 1544 contandole su viaje de entrada en el territorio peruano, y al refe- rirle que gran parte de indios encomendados, al publicarse Ja abo- licién del servicio personal, se habian vuelto a sus tierras de origen, afiade: «Y el recibimiento que sus caciques les hacian era sacrifica- Nos porque eran cristianos. Y de un cacique yo soy testigo, porque se lo refif y él me contesté que habia sacrificado una india y, viendo esto, no pude dejar de sentillo» 44. Siendo asi, ya la Iglesia peruana primitiva podfa contar con su martirologio de nombres anénimos. 43 Cémo aparecié el indio peruano a los ojos de los antiguos misioneros, véase en A. DE Ecasa, 8. I., La vision humantstica del indio americano en los primeros jesuitas peruanos (1 568- 1576)? Analecta Gregoriana 70 (1954) 201-306. 44 En Varcas UGARTE, 0.¢,, 252. 60 Pl. De Fernando V a Felipe It V. PRIMEROS CONCILIOS LIMENSES 1. Conyocatoria del concilio primero limense.—Siempre se destacé el arzobispo Loaysa como talento esencialmente realista; conocedor del mundo que gobernaba, pronto observé que bajo las diversas actuaciones apostélicas que se podian emprender latia un problema fundamental que urgia resolver; contaba la Iglesia con un cuerpo doctrinal y disciplinar plurisecular; ultimamente, el con- cilio tridentino habia concurrido a formular mas precisa y moder- namente muchos puntos; pero siempre la mentalidad que habia privado en Jas reuniones generales de la Iglesia era esencialmente europea; precisaba acomodar a la realidad indiana todo aquel acer- vo legislativo. Para ello se necesitaba la cooperacién de todo el epis- copado ultramarino de la archididcesis limense. Un afio después de haber recibido la investidura arzobispal es- cribia Loaysa al rey, a 3 de febrero de 1549, sobre la oportunidad de una junta de sus sufraganeos, «porque conviene mucho que, a lo menos en lo sustancial de la fe y administracién de los sacramen- tos, nos conformemos» 45. As{ expidié la primera convocatoria para abril o mayo de 1550; al no acudir ninguno, repitiéd la misma in- diccidn conciliar para Pentecostés de 1551 (17 de mayo). Respaldaba li iniciativa del prelado limense el principe Felipe IT con sendas cédulas a los ordinarios indianos interesados. Eran éstos los obispos de Nicaragua, Panama, Cuzco, Quito y Popayan, pero Ja primera de las dichas sedes estaba vacante entonces; el de Pana- ma, fray Pablo de Torres 46, dominico, por las muchas quejas que de él habfan llovido a la corte, estaba sometido a la visita de Loaysa y rehus6 acudira Lima, y mandé un procurador; el de Cuzco, el dominico fray Juan Solano, mal avenido con Loaysa 47, igualmente envié un procundor; el de Quito, por su edad y por la distancia, se excusd de acudir y se hizo representar por un. procurador; el de Popayan, don Jun del Valle, se ignora si recibié Ja convocatoria, dada la situacién dificil de su sede, tan alejada de los caminos de entonces, y asf si deputé ningun delegado suyo. Aunque la asam- blea no podia entar con ningtin mitrado sufragdneo ni habfan lle- gado todos los xpresentantes, Loaysa abrié el 4 de octubre de 1551 el primer sinodlimense. Después de a misa celebrada por su reverendisima y el corres- pondiente sermio suyo, trasladaronse los sinodales procesionalmen~ te a la sala capillar. En torno al prelado metropolitano sentabanse 45 Ibid., 230, 46 Por muerte des obispo fray Antonio Valdivieso, O. P., pasé éste a las Indias en 1544, consagrado por el paceLas Casas en Gracias a Dios en 1548} tesistio a las arbitrariedades de Rodrigo de Contrera«gobernador de Nicaragua, y, por sii celo en favor de los indigenas, ase- sinad el 26 de febrewie 1540 (A. pe Rees, Historia de Chiapa y Guatemala {Guatemala 19323] If 218-221 47 Electo obispo #Panamé, en 1546, entrd en su didcesis el mismo aio o al siguiente; se conquisté las antipatisde las autoridades yde su clero; en 1551 ordend el Consejo de Indias, a Loaysa instituyese vista canénica de Ia didcesis panamense; dos diputados del arzobis- pado, en sti nombre,ieiecutaron; las actas y el memorial que en su descargo redacté el obis- po liegaron al Conse}ée Indias; el prelado presenté su dimisién, quiz invitado a ello, y fue llamado a Espaia (Varas UGarre, 0.¢., 249-251). C.2. En tierras pernanas 61 doce representantes de las dichas didcesis mas los de las tres Orde- nes antedichas, dominicos, franciscanos y mercedarios 48, El ca- lendario del sinodo nos atestigua su proceso intenso 49: comenzado el 4 de octubre de 1551, el 23 de enero se concluian las disposicio- nes referentes a los indios, y el 20 de febrero las relativas a los espafioles; las primeras se promulgaron el domingo 24 de enero en la catedral, y las segundas el domingo 22 del mes siguiente, ambas con la solemnidad de rigor en la catedral, celebrada la misa mayor por el metropolitano y con todo el aparato de testigos y notarios 50, Se ha dudado sobre la validez de este concilio provincial: es ver- dad que la ausencia de los obispos fue suplida por sus diputados, pero éstos carecen de voto deliberativo si el concilio no acordare lo contrario; mas hay que recordar que la legislacién de la época no estaba tan determinada y precisa en este particular que excluyera del voto deliberativo entonces a los diputados episcopales 51; igual- mente el concilio III limense derogé las disposiciones del primero 52, mas ello sdélo significa que, ante ulteriores reglamentaciones mas modernizadas, las primeras perdieron su vivencia, valida en un prin- cipio. Por otra parte se ha de atender a que la convocatoria fue legi- tima y valida; que la asistencia de los tres ordinarios por sus enviados constituyé la mayoria requerida entonces, dos tercios de los asis- tentes con voto deliberativo; y as{ parece que entendieron el pro- blema los padres del coneilio III de 1582-83. 2. Programa conciliar.-Los representantes de la Iglesia pe- ruana—en el sentido eclesidstico—reunidos cabe su cabeza jerar- quica eran de los més conspicuos del mundo clerical ultramarino; asi el representante dominico, Domingo de Santo Tomas, misione- ro de experiencias intensamente vividas; Miguel de Orenes, merce- dario, antiguo en Ia tierra; Juan Estacio, agustino, recién Hegado al sur, trala en compensacién su experiencia de México; el arzobispo, como misionero y como rector eclesidstico, habfa vidido honda- mente toda la vida agitada de aquella época en ambos medios am- bientes, de esparioles y de indios. Con esta preparacién comenzaron las sesiones sinodales: fue su primera preocupacién la uniformidad doctrinal, punto esencial, na- turalmente, y mas en aquella Iglesia naciente, donde faltaban textos impresos, la gente era inculta y de mentalidad ajena a la europea, 48 Véanse las firmas de los padres conciliares al fin del texto del mismo, en Varcas Ucar- 12, Concilios I g2s. 49 Véase infra n.2 el vasto campo de las materias que se trataron, muchas de ellas novisi- imas, por tanto de estudio mas dificil por cuanto que faltaban precedentes canénicos en que furndarse. Se ve que fue documento inspirador del concilio la Instruccién para curas de indios, dada por Loaysa en 1545. Cf. F. Marzos, Constituciones para indios del primer concilio limense (1552): Missionalia Hlispanica 7 (tos0) 5,54, ‘0 Ademis de los representantes episcopales y de los provinciales de las cuatro Ordenes, ‘nsistieron e] deén de la catedral limense, el licenciado Juan Toscano, por el cabildo eclesidstico: cl licenciado Juan Cerviago, maestrescuela de la misma catedral, y Agustin Arias, canénigo limense, que debis de hacer de secretario y legalizé los decretos como notario apostélico. 51° CE Varaas Usarre, 0.¢., 2328. 52 Ip., Concilios I 265: tquia et in iis [Concilii I decretis} et iegitima auctoritas desideratur, ct pleraque melius postea disposita sunt, nulla de caetero, sive in {cta provincia sive in hac «hocesi obligandi vim habeant (c.1 ses.2). Aluden los padres al principio de esta determinacién que falté al dicho primer concilio la aprobacién pontificia. 62 Pil. De Fernando V a Felipe Il facil a interpretaciones equivocas que, al correr de los afios, serian dificiles de aclarar; con este criterio redactan la constitucién primera en la parte relativa al indio; todos los doctrineros se ajusten a la instruccién que se publicara, bajo pena de excomunién mayor y de 50 pesos de multa; vuelve la constitucién 37 a reforzar este princi- pio, y las siguientes, 38 y 39, transcriben el sumario de los prin- cipales articulos de la fe. En este campo doctrinal se publicéd una Cartilla, con las oraciones, mandamientos, etc., que se debian re- tener de memoria, en lengua quechua. En el orden disciplinar, el catecumenado seria obligatorio desde los ocho afios de edad para quienes quisieran libremente abrazar el cristianismo, y durante treinta dias, para poderlos bautizar un dia festivo, y en lengua nativa, exceptuados los enfermos y viejos; da- das las condiciones psicolégicas y morales del indio de aquel en- tonces, se resolvié que sdlo se administrasen al indigena el bautis- mo, la penitencia y el matrimonio, quedando reservada a los obispos la facultad de confirmar a quienes ellos aprobasen, y a los mismos © a sus provisores 0 vicarios Ja de dar la comunion a alguno que mostrare que sabia lo que iba a recibir; para facilitar el matrimonio, tan enrevesado por las uniones consumadas en la infidelidad, se ad- mitié el privilegio paulino y el privilegio concedido por Paulo I153 en cuanto a los grados de consanguinidad y afinidad en tercero y cuarto grados; se legislaba igualmente que se demoliesen las huacas (adoratorios) 0 se cristianizasen; que no adoctrinasen los seglares sin previa aprobacién, y que las doctrinas estuviesen conveniente- mente distribuidas en orden a una accién mas eficaz. Respecto de los espajioles seglares, los padres sinodales insisten en que cumplan sus deberes religiosos anuales y dominicales, res- peten la inmunidad eclesidstica y la moderna legislacién sobre los matrimonios. Mas por extenso se tratan los asuntos pertenecientes a los espa~ fioles clérigos : la observancia litirgica en catedrales y demas iglesias nos da casi la sensacién de que se trata de una Iglesia adulta; se legisla sobre la accién pastoral, predicacién, sacramentos a fieles, archivos eclesidsticos; especial atencién se dedica a la vida privada de los clérigos, insistiendo en los puntos relativos a su honestidad, a su vida econémica y a la visita de los ordinarios a todas sus igle- sias cada dos afios, en orden a elevar el clero a un nivel superior de espiritualidad. Para que su actividad fuera mds eficaz se determina que, deste- rrada la costumbre de carecer los eclesidsticos de una residencia fija, habiten en Ja villa principal, adonde acudiran de los poblados vecinos los feligreses a la iglesia y a la escuela desde una legua a la redonda; nifios debidamente amaestrados les supliran en los lu. gares menores, y, por lo menos dos veces al aiio, personalmente £3 Notese esta cencesién provisional del concilio I: sPero si algunos se hallaren casados verdaderamente, segtn sus ritos y costumbres, con sus propias hermanas, permitimos que se ratifique el matrimonigen la hazde la Iglesia, hasta tanto que ¢ Sumo Pontifice sea consultad lo que en este caso seha de hacer» ibid., 16s, ed. Marzos, 0.c., 30). Véase aclaracién de Ma, teos, 0.c., nota 40. C2. En tierras pernanas 63 visitaran a todos sus fieles; para la observancia ptiblica de la vida cristiana, alguaciles o fiscales indios velaran por el recto cumpli- miento de sus deberes entre el elemento aborigen. Hay que admitir que el conjunto revela un conocimiento amplio y profundo del medio ambiente: sin caer en un rigorismo inoportu- no, tampoco se declina hacia un laxismo comprometedor para el porvenir. Unicamente la parte cultual de la liturgia, con el peso de sus multiples ataduras, se nos antoja un tanto fuera del tiempo y del lugar. Urgia evangelizar todo un mundo por pocos eclesiasti- cos, y a éstos se les entretiene en complicadas ceremonias que los atan al coro. Pero no olvidemos que vivian en el siglo xvt espafiol, que tanta importancia aun daba al lujo religioso, y que Lima era ya entonces una capital delineada seguin el patrén de la complicada corte borgofiona de un Carlos V. En esos capitulos—relativamente numerosos—se nota el influjo de los procuradores, hombres gene- ralmente de catedrales y curias episcopales. Todo ello constituye una estampa viviente de aquel mundo eclesidstico indiano. Estas constituciones sinodales tuvieron vigencia hasta 1583, pues el se- gundo concilio, en 1567, las amplié y perfeccioné, y sdlo el tercero, en la dicha fecha, decreté su derogacién y sustitucién por sus nue- vas disposiciones. También es cierto que este primer concilio no obtuvo la apro- bacién pontificia ni la real, pues Loaysa queria llevar estas actas personalmente a Europa; al no realizarse este viaje, el metropolita- no mando al Consejo Real las constituciones referentes a los natu- rales, y en 1560 podra decir que el sinodo primero fue enviado al rey y que habja recibido noticia de haberse visto en el Consejo y obtenido su aprobacién y dado cédula para su cumplimiento, si bien atin no la habia recibido 54, Probablemente esta cédula no llegé a darse, pues se hubiera citado al derogarse el sinodo en 1583, qui- z4s porque Loaysa convocé para un segundo sinodo a sus obispos para el 20 de diciembre de 1553, y en Trujillo, punto mas céntrico de su inmenso arzobispado. Aunque recurrié el arzobispo a la cé- dula regia que ordenaba acudiesen los sufraganeos al llamamiento de su metropolitano, no pudo celebrarse este segundo sinodo hasta quince afios mas tarde, en 1567. 3- Concilio segundo limense.—E] texto del concilio Triden- tino Ilegé a Lima a mediados del 1565; Loaysa y el presidente Lope Garcia de Castro acordaron que se promulgase en domingo, 28 de octubre, con la solemnidad acostumbrada. En junio del 66 se lefa en la catedral limense Ja convocatoria del concilio segundo, citando a los nueve obispos sufraganeos para el 1 de febrero del siguiente afio 67. A las sedes anteriormente existentes se habian de ajiadir ya las de nueva creacién: La Plata o Charcas, Santiago de Chile, la Imperial, Asuncién del Paraguay. La apertura del concilio se tuvo que retardar hasta el domingo 2 de marzo del 67; con Ia asistencia de los obispos de Lima, Quito, Charcas, Imperial, se abrié la pri- $4 Varcas Ucarre, Historia 1 2358. 64 Pl. De Fernando V a Felipe It mera sesién, a la que acudieron también los procuradores de los cabildos eclesidsticos del Cuzco, Charcas y Lima y los representan- tes de los dominicos, agustinos, mercedarios y franciscanos, y de la parte seglar, el presidente Garcia de Castro. Cumplidas las ceremo- nias preliminares en la catedral capitalina, se leyé integro el texto tridentino y el de las constituciones aprobadas del concilio primero limense de 155255, De la labor de los padres conciliares son rico exponente las dos grandes secciones que dividen toda la materia tratada: las 132 cons- tituciones de Ja primera parte tienden a cristianizar la vida del nu- cleo espaiiol, siempre segtin la pauta trazada ultimamente en Tren- to ya la luz del primer concilio limense. La segunda parte la dedican al mundo indio; comparando con las normas del concilio prece- dente, nétase un criterio de mayor amplitud respecto de la vida sa- cramental del indigena, una mayor facilidad para la recepcién de los sacramentos de vivos, si bien atin queda excluido del orden sacro el indigena por su estado considerado todavia como minorenne. Esta apertura revela que, en los quince afios transcurridos desde la primera reunién conciliar, el nivel religioso habia ascendido pau- latinamente, pero sin oscilaciones ni retrocesos. En este particular, el mesurado arzobispo Loaysa hubo de coartar la tendencia rigo- rista del obispo de Quito, fray Pedro de la Pefia, mas catedratico de teologia que conocedor del mundo indio. En otro orden de ideas, los padres conciliares estudiaron los tres memoriales que se presentaron: 1) por parte de los cabildos seglares, defensores de sus pretendidos derechos en el regimen ecle- sidstico, y de los encomenderos en oposicién de las disposiciones conciliares indigenistas; 2) por parte del clero secular, por los articu- los reformistas pertinentes a Ja vida clerical; 3) por parte del clero regular, en defensa de la autonomia interna y apostdlica de sus miembros. El concilio los examind y negé u otorgd los postulados segtin creyé prudente. Asi Garcia de Castro podia informar a Feli- pe II: «El arzobispo desta ciudad, aunque viejo y enfermo, a pro- curado asistir siempre al concilio que en esta ciudad se ha hecho, y aunque por sus enfermedades a hecho algunas faltas, han sido muy pocas; han trabajado él y los obispos mucho y no se ha podido concluir mas presto por muchas cosas que en él han ocurrido y yo me he hallado presente a todo ello y fue necesario, porque, aunque el arzobispo ha tenido toda Ja templanza que ha podido, como los otros prelados se juntaban contra él en algunas cosas, fue provecho- so hallarme yo por medio» 56. Las actas llegaron al Consejo de Indias y alli se archivaron sin obtener la aprobacién ni del papa ni del rey. Los padres del conci- lio tercero, sin embargo, abrogando fas disposiciones del primer concilio, aceptaron y revalidaron las de éste, y asi las aprobaciones pontificia y real que canonizaron todo el conjunto del concilio ter- cero, canonizaron también las constituciones del segundo. $5 Ibid., 237. sta en i 56 Carta fechada en Lima el 20 de diciembre de 1567. Cita en ibid., 247s. C.2. En tierras peruanas 65 4. Fin del gobierno del arzobispo Loaysa.—Pronto a termi- nar su gloriosa carrera el primer arzobispo limense, podia ver en el mapa eclesidstico de su inmensa archididcesis clavadas pequefias pa- rroquias rurales en los confines mds lejanos del centro bajo el régi- men inmediato de los nueve obispos sus sufrag4neos. Los misione- ros habjan logrado cubrir toda la inmensa superficie: los dominicos, desde Panama habian Ilegado a Arequipa, Tucuman, Charcas; los franciscanos, desde Quito hasta el Paraguay y Chile; los merceda- rios, desde Chachapoyas hasta Potosi y Santa Cruz de la Sierra; los agustinos, llegados en 1551, desde Trujillo, a La Paz, Charcas, Co- chabamba, Copacabana, a orillas del Titicaca; los jesuitas, que pi- saron el suelo peruano en 1568, desde el centro, Lima, se habian extendido hasta el Cuzco, Juli, Potos{, mientras en la dicha capital, cabeza de su inmensa provincia regular—extendida virtualmente por todo el hemisferio sur hispano—, regentaban el colegio de San Pablo, abierto para sus alumnos religiosos y aun para los extrafios, clérigos o laicos; ensefiaban en la Universidad civil; doctrinaban como curas en la doctrina de Santiago del Cercado, a las afueras de la urbe, y en la de Huarochiri (departamento de Lima); se preocu- paban de crear colegios de hijos de caciques; erigian cofradias ma- rianas para los indigenas ciudadanos y para los negros de los su- burbios de la ciudad virreinal. Cada Orden, segtin las caracteristicas peculiares de su organi- zacion interna y métodos pastorales, entendfa en la cristianizacién del espafiol y del indigena, en accién directamente espiritual (pa- rroquias, doctrinas, misiones volantes) 0 en accién indirectamente espiritual, mediante la educacién de hijos de caciques en colegios. Todos uniformemente habian entendido que el sistema de la inme- diatez era e] mds eficaz: hacerse andinos con el andino, De aqui el aprendizaje de la lengua general, al menos, la elaboracién de los ru- dimentales catecismos en quechua y aimara, y la convivencia en medios indigenas para sintonizar al unfsono con el elemento au- téctono. Esta fuerza centrifuga por el ilimitado agro peruano, natural- mente, hubo de desarrollarse a costa de Ia fuerza centripeta que lleva al regular a su convento; de ahi el problema hondo que peséd sobre los rectores del movimiento misional, el de conjugar ambas fuerzas en orden a una vigorizacién interna sin merma de la accién externa. Y se logré satisfactoriamente en un futuro préximo, a pe- sar de las naturales deficiencias particulares, muy explicables en aquel entonces y en aquel mundo. En medio de esta vida joven de la Iglesia naciente, moria en su sede arzobispal don fray Jerénimo de Loaysa, primer obispo-ar- zobispo limense, el 26 de octubre de 1575, el creador de la jerarquia hispanosudamericana 57. Dotado de una gran comprensién de la 57 El vicario capitular de Lima, sede vacante, don Bartolomé Martinez, comunicaba a Fe- lipe TI, desde Lima, el 3 de marzo de 1577: Al principio del ato pasado de 76 escrivié y em- ld testimonio a vuestra magestad cl cabildo de Ja cathedral de esta Ciudad de los Reyes de tdmo cl Reverendisimo Argobispo della murié a 26 de octubre de 75», Cita en E. Lisson, La Iylesia de Espaiia en el Pert IL Sevilla 1944) 768. 9 de lal. en A.: América del Sur 3 66 PI. De Fernando V a Felipe W realidad, de un sano equilibrio, de una apacibilidad de caracter, muy necesaria en el momento que hubo de vivir, supo resistir al vitrey Toledo sin exasperarle, dirigir a los obispos sufraganeos, en- cauzar las dos fuerzas vivas de la accién pastoral, clero secular y regular, en mancomunidad de ideales. Su memoria perdura gloriosa en la historia de Ja primitiva Iglesia hispanoamericana. VI. Juan Sotano, sEGUNDO OBISPO DEL Cuzco Para suceder a Vicente Valverde fue preconizado otro dominico, fray Juan Solano, el 18 de febrero de 1544. Nacido en Archidona (Malaga), hechos sus estudios en San Esteban de Salamanca, en 1543 era prior de Pefiafiel al ser presentado para la mitra cuzquense. Arribé a Panama, atin sin ser consagrado, en febrero de 1544, y por mar lleg6 a Tumbez y por tierra a Lima. Ya aqui, desde un principio, se avino mal con Loaysa, sin que sepamos los puntos de esta divergencia, Por la lucha entre Pizarro y el virrey Nufiez de Vela no pasé a su sede, pero por procurador tomé posesién de la misma en noviembre del mismo afio. Consagrado obispo por Loaysa en Lima, entré en el Cuzco el 3 de noviembre de 1545. Después de dar a su iglesia los primeros estatutos y tomar las primeras disposiciones cerca de Ja fabrica de la catedral, salié para el Collao en 1547 para animar a los partidarios del rey. Vuelto a su capital episcopal, a mediados de 1549 pasé a Arequipa, donde per- manecié dos afios largos. En carta al rey suplicaba se determinasen los diezmos, por negarse los vecinos espafioles a pagarlos de las aportaciones de los indios; en sentido idéntico insistié ante el virrey, y para que colaborasen a la fabrica de la iglesia mayor con la tercera parte del gasto encomenderos e indios. Asi procedia Solano cuando en 1552 salté la chispa de su mal reprimida aversién contra Loaysa: tanto por las resoluciones sinoda- les como por el estado de la diécesis cuzquense urgia ser visitada aquella sede; para esta comisién designo el arzobispo a Agustin de Sotomayor, con la consiguiente provisién de favor del poder civil. Al entrar el visitador en el Cuzco, obispo y cabildo le robaron las patentes de su comisién y le encarcelaron y le sujetaron con un par de grillos. Protesté Loaysa y la Audiencia mandé reponer en su libertad y en sus derechos al visitador. Mas recusado por Solano, nombraronse visitadores el candénigo limefio Agustin Arias y fray Pedro Calvo, priot dominicano del Cuzco. Nuevamente impidie- ron la visita las autoridades cuzquefias apelando al papa e inten- tando poner bajo la inmediata jurisdiccién pontificia la iglesia cuz- quense. El rey condené este paso audaz y ordené el cumplimiento de los c4nones a Solano, mandando a la Audiencia de Lima apoyase al arzobispo. Y si se cumplié la visita, quedaron vivas las discordias, mientras levantabs la catedral, dividia en otras cinco las parroquias del Cuzco y visitaba su diécesis este extrafio obispo, celoso e intem- C3. En tierras ecuatoriano-colombianas 67 perante, cuyo ultimo recuerdo se conserva en la iglesia romana de la Minerva, donde, gracias a su pingiie ébolo, hallé artistica sepul- tura en 1580, después de haber renunciado a su mitra en 1561 58, CAPITULO III En tierras ecuatoriano-colombianas * I. Novas GEOGRAFICAS Y ETNOLOGICAS 1. La tierra.—La cronologia historica eclesiastica nos lleva a Ta didcesis de Quito. Aunque, en su curso conquistador, descen- diendo desde Panama, fueron estas tierras pisadas por los evangeli- zadores antes que las mds meridionales del Pert !, no se fundé la sede quitense sino en 1546, mas tarde, por tanto, que la cuzquense, en 1538, y la limense, en 1541. Y la raz6n potisima para fundar esta nueva sede fue precisa- mente la geografia andina que imposibilitaba el régimen de estas latitudes desde el obispado limense y cuzquense. Colocadas estas regiones ecuatorianas dentro del sistema de los Andes, que ocupan cerca de 78.000 kilémetros cuadrados—una cuarta parte de todo el territorio del actual Ecuador—, se presentan diseccionadas por dos cadenas casi paralelas: una la cordillera occidental y otra la cordi- llera real, continuacion de la cordillera central de Colombia. Esta, la mas abrupta y salvaje, de una altura media de 4.000 me- tros, por cuyas gargantas se arrojan los afluentes amazénicos del Pastaza y Paute; la cordillera occidental, cortada por numerosos rios * Fuentes.—M. Capeito pt Batsoa, Historia del Pert (Lima 1920); J. Dg CASTELLANOS, Elegias de varones ilustres de Indias (Madrid 1589); G. Gonzauez Davita, Teatro eclesidstico de la primitiva Iglesia de las Indias (Madrid 1649-55); F,_J. Hewarz, Coleccién de bulas, breves y otros documentos relativos a la Iglesia de América y Filipinas (Briiselas 1879); F. Lovez vE Gomara, Historia general de las Indias (Zaragoza 1554); J. E. Rumazo GonzAurz, Libro primero de Cabildos de Quito, 1534-43 (Quito 1934); 1p., Libro segundo de Cabildos de Quito, 1544-51 (Quito 1934). Bibliografia —J. Arroyo, Historia de la gobemacién de Popayén (Popayén 1907); M. pa Cavezza, Storia universale delle missioni francescane (Roma 1837-08); D. 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LeuMann, The Archeology of the Popaydn region, Colombia, en Handbook of South American Indians 11 (Washington 1946) 861-864; Max Unt, Las anti- uas civilizaciones esmeraldeitas: Anales de la Universidad Central 38 (Quito 1927); J. Murra, “Phe historic Tribes of Ecuador, en Handbook of South American Indians I Washington 1916) 785-82 (con bibliografia); P. River, Cing ans d'études anthropologiques dans le République de fEcuador (1901-06): Journal de Ta Société des Américanistes de Paris III (1906) 229-237; J. DE Vexasco, Historia moderna del Reino de Quito (Quito, s. a.); R, Vernau-P, River, Ethnographia ancienne de l'Equateur (Paris 1912...). 38 Vargas Uaarte, Historia I 253-2575 Il 57. 1 Supra, c.2 II r. 68 Pl. De Fernando V a Felipe 1 que buscan la anchura del Pacifico—Chone, Daule, Guayas, Na- ranjo, Jubones, Chira—, toma todas las sinuosidades de Ja costa, de la cual esta separada por una franja desértica que abarca un 20 por 100 del suelo ecuatoriano, y a Ja altura de Guayaquil de una an- chura de 150 kilémetros. Ambas series montafiosas estan en las al- turas divididas por una regién deprimida, estrecha y alargada, sub- dividida por una serie de hoyas, altiplanos elevados a gigantes al- turas, como el de Ibarra, a 2.225 metros. Nota comtin a ambas cordilleras es su cardcter volcdnico, debido a Jos cuarenta volcanes que se cuentan, entre los apagados ya y los que atin estan en activi- dad més o menos intermitente. Al oriente, la zona amplia, plana, llamada precisamente Oriente, ocupa mds de la mitad de todo el Ecuador, regada por los grandes afluentes del Amazonas: Coca, Napo, Curaray, Pastaza, Morona, Santiago; una floresta lujuriante en un verdor perpetuo conservado por las lluvias constantes todo el afio, refugio de los temidos jibaros. Por su colocacién ecuatorial corresponderia a estas regiones un clima altamente calido; sin embargo, lo accidentado del terreno permite las maximas variaciones entre el clima tropical de los valles, 20° en las épocas mds frescas, y 0° en los pdéramos altos nevados 2. 2. EJ indigena.—En estos principios del siglo xv1 estaba la regién ecuatoriana mas o menos incorporada al mundo incaico; era, pues, una prolongacién del sistema de vida del lejano Cuzco. Pero también aqui el inca, al imponerse como vencedor, con poli- tica acertada, no absorbié las peculiaridades étnicas de los pueblos vencidos. Las primeras fuentes documentales de los cronistas nos atestiguan la supervivencia de las pequefias comunidades prein- caicas. La etnologia moderna nos da hasta ocho distintos grupos lingiiisticos 3, pero cuyos limites geogrdficos atin no se decide a fijar con precisién. Colectividades mds 0 menos autéctonas, provenien- tes, en su curso de siglos, o de Centroamérica, o de la actual Co- lombia, o del moderno Pert, al domiciliarse en las tierras ecuato- rianas, aportaron sus dominantes culturas: la chibcha las dos pri- meras y la quechua la Ultima. El grupo Barbacoa—chibcha—ocupa aun hoy una gran zona geografica norte, con les sobrevivientes in- dios otavalos, cuaiqueres, cagiapas, colorados; el grupo Péez-Coco- nuco, los antiguos Panzaleos, rodeaban las modernas ciudades de Ambato, Quito y Latacunga, y un tercer grupo, hacia el sur, cons- titufan los puruhas y los cafiaris. Limitando con estos grupos chibchas, en la costa pacifica norte se hallaban los indios esmeraldas, y hacia el sur, los mantas, ambos de una cultura elevada relativamente, de tipo centroamericano esen- cialmente. Partiendo de esta dicha costa y subiendo a las alturas interandinas, el pueblo cara habia logrado instalarse en el interior, en la regién septentrional del actual Quito, y fundado alli el legen- 2 Asi, en Quito, la temperatura media anual es de 12,6; en los meses més frlos, 1,5; en el mes de septiembre, 12,7, En Guayaquil, media anua! 25,7; en ei mes de julio, 24,1; en el mes de abril, 26,9 (R. Riccaiot, Geografia Universale VII [Torino 1938] 200). 3 Log Garas (Caranqui, Imbaya), Panzaleos (Quito), Puruhas, Cafaris, Paltas, Esmeraldas, ‘Mantas (Murra, 0.c., 791-805). C.3. En tierras ecuatoriano-colombianas 69 dario reino de Scirios 4, con una cultura politica y social comparable con los incas. Sobre las variantes peculiares de cada grupo de los referidos flotan ciertas notas comunes con las cuales hubo de contar la Iglesia al penetrar por las sinuosidades de este mundo dificil. De Quito y de su distrito, las fuentes del siglo xvi 5 nos testimonian el sistema gubernativo ya desarrollado segiin el plano inca (35s); persona relevante en cada poblado es el cacique, cuya virtud dominante ha de ser la valentia bélica; distinguido por el rendimiento y respeto de los de la parcialidad, se vestira con atuendos honorificos, como sombre- ros «mas gordos que el dedo pulgar, redondos, que abrazan la cabeza, son de lana de colores labrados a manera de alfombra», ejercia el po- der por medio de los capitanes, sus inmediatos lugartenientes en guerra y en paz para la distribucién del trabajo agricola y la consi- guiente tributacién a los altos gobernantes. Ocupacién predominante era en esta regién la agricultura: trigo, cebada, papas, maiz, frijoles, legumbres y hortalizas, segiin las diver- sas latitudes; y el cuidado del ganado vacuno y lanar, que les facili- tara el vestido y el intercambio con otras comunidades. En sus casas, cabafias cubiertas de musgo, ramas, hojarasca, y limitadas por muros de adobes o maderas, de piedras en las regiones lluviosas, tomaran su mantenimiento ordinario, consistente en «vino hecho de maiz, que los espafioles Ilaman chicha y los naturales azua, y unas yerbas que llaman yuyos, y papas, y frisoles y maiz cocido; cualquiera cosa de éstas cocida con un poco de sal es su mantenimiento, y tienen por buena especia, de que se aprovechan en sus guisados, el aji, ‘Todas estas cosas las cojen alrededor de sus casas» 6. A este plan rudimentario, al que habra de atenerse el misionero, se unfa la dificultad idiomatica: el predominante quechua tenfa que alternar con las lenguas aborigenes, sobre todo en los medios infe- riores de cultura, siempre mas tenaces en conservar lo primigenio. «Muy pocos indios desta doctrina [Pimampiro, regién del rio Mira] saben la lengua general del Inga, y casi ningunas mujeres entienden la dicha lengua del Inga». En el area de la lengua puruhd, modernas provincias de Chimborazo y parte de la de Bolivar, se refiere: «La lengua que hablan es la puruay, ques la suya propia, y todos los mas la general del Inga, que tienen por mas polida». En la provincia de Cuenca, «la lengua questa provincia habla se dice cafiar, porque los indios se dicen y laman cafiares». «En los términos de la dicha ciudad [Loja] hay tres diferencias de gentes, naciones o lenguas. La una lengua se dice cafiar, y la otra palta y la otra malacatas, questas dos tltimas, aunque difieren algo, se entienden; y asi son diferentes en habitos y en trajes, y aun en condiciones, porque la gente cafiar es gente mds doméstica y de mds razén que no la palta»7. 4 Seria una tribu situada en la actual provincia de Azuay y gobernada por la fantastica dinastia de sos Scyris Caranes, de tan oscuro y remotisimo origen, y tan noble e ilustre por ende, que concluy6 enlazandose con la de los Incas, sin que el Sol y Ia Tierra, padres de estos suberanes, se opusieran al matrimoniot (M. jrwinez De La Espapa, en Relaciones III p.CLX0). 5 Cf. supra Fuentes», y Relaciones 1, Yona de este estudio” © Relaciones III 94. 7 Tbid., 129.151.179.213. En otra relacién se hace notar que, ademés de la lengua cafer, 70 Pl. De Fernando V a Felipe I~ Idéntica diversidad ecléctica se observa en lo religioso, si bien dominan las notas comunes a todos los pueblos interandinos: es su doctrina religiosa animista, manista; el sol, la luna, los rios mds caudalosos, los montes y volcanes més altos y més violentos, son los objetos del culto indiano; sus hechiceros, agoreros y curanderos ac- tdan de sacerdotes, y los actos rituales, en que se ofreceran victimas humanas, especialmente de corta edad, de ambos sexos, seran fes- tejados con espléndidas borracheras de chicha y salvajes obscenida- des consiguientes. En tierras de la ciudad de Cuenca: «Aquestos tenian por cerimo- nia de adorar el sol, porque decian que asi como el sol alumbraba y daba luz a todo el mundo, asi le tenfan por hacedor y criador de todos los frutos de la tierra. Usaban de los hechiceros y agoreros, y después que vino el Ingua fueron ensefiados en las adoraciones: idolatrias de adorar las pefias, juntas de rios y montes. Haciendo en el centro de la tierra una béveda muy honda en la cual enterra- ban un cacique, para que le hiciesen compaiiia echaban muchos nifios y indios y ovejas de la tierra, y le ponian muchos cantaros y ollas de chicha, porque tenian por ironia quel sefior que alli enterraban se habia de levantar a comer, y que si no hallaba recaudo, se indignarfa contra ellos y les castigaria; y asi le provefan de comidas y bebidas y le ponian las vacijas de oro y plata y toda la ropa y ha- cienda que tenia, de suerte que no dejaban cosa ninguna a sus he- rederos» 8, II. La conquisTa ESPANOLA La conquista civil-militar.—Era por 1531; el capitan Sebas- tidn de Belalcdzar, 9 proveniente de Nicaragua con una treintena de soldados, se sumé al ejército expedicionario de Francisco Pizarro en Coaque o en Portoviejo, cuando en aquellos dfas duros el con- quistador sudamericano se dirigia al coraz6én del imperio inca, el Cuzco. Vinieron después los sucesos de Cajamarca ya conme- morados (458), y precisado el caudillo a seguir sus rutas, envid a San Miguel de Piura a Belalcazar para que presidiera el gobierno 1 de aquella zona. Pero alucinado éste por Ja fama de la opulenta todos conocen la lengua quechua, porque el Inca asf Jo mands, y para ensefiarla trajo del Cuzco Jos indios «mitimaes» (traspuestos de una provincia a otra), Una tercera relacion demuestra la promiscuidad idiomatica ea el pueblo de Santo Domingo de Chunchi, provincia de Cuenca: «Hablan la lengua general quichua del Inga; los mas, la lengua particular dellos, ques la caftar de la provincia de Cuenca, y en partes revuelta con la de los purguays de la provincia de Rio- bamba. Hay otras diferentes lenguas en estos mesmos indios, mas por estas dos lenguas se entienden todos» (ibfd., 171.189). 8 Thid., 193 , ° Cf. Jun ¥ Camano, Sebastidn Benalcdzar. Este capitan escribja su apellido o en esta forma o én la otra, idéntica al pueblo de origen: Belalcazar. Hijo de unos labradores de Castilla, se enrold en la expedicién de Pedrarias Davila; de Darién pasé a Panama, donde se distinguio por su valor; acompaié a Pedrarias en la expedicién de Nicaragua; invitado por sus amigos Francisco Pizarro y Almagro (padre), con treinta soldados y seis caballos arribo a las costas de Ia provincia de Esmeralda, donde se junté a Pizarro y fue su compafiero en la jornada de Puna y Cajamarca; era teniente de gobernador en San Miguel de Piura cuando, sin érdenes superio- res para adelantarse a Pedro de Alvarado, que venia de Guatemala, se lanzé a la conquista del reino de Quito en 1533. GonzALez SuAnez, Historia general I] 148-153-156. 10 Sobre el régimen politico-militar en estas regiones, cf. ¢.5,2. C3. En tierras ecuatoriano-colombianas val Quito, penetré por los riscos salvajes andinos, rifié dura batalla en los llanos de Riobamba, donde el 15 de agosto de 1534 funds la primera ciudad espafiola ecuatoriana con el nombre de Santiago de Quito; pero, abandonada inmediatamente, el 28 del mismo mes y afilo se fundé la villa de San Francisco de Quito, donde habia estado la ciudad india de Quito, y fue nombrado Belalcazar su teniente gobernador en aquella provincia por Diego Almagro. El 6 de diciembre de dicho afio hizo su segunda entrada en la ciudad su gobernador. Esta rapida organizacion juridica no nos sorprendera si recorda- mos que ya en la llanura de Riobamba se habia presentado un serio competidor: Pedro de Alvarado 11. Este célebre conquistador de Guatemala habia desembarcado en la bahia de Caracas o de Puerto- viejo (departamento de Manabi, Ecuador) y, tras vadear el rio Daule, traspuso la gigantesca barrera de montafias andinas que le ocultaban las regiones quitenses. En desesperada marcha por glaciares, entre nieves y cenizas volcanicas, llegaron a los pefiascales del Chimborazo, a las espesuras del Tungurugua y a los terribles desfiladeros de Capac Uru y Sangay. En Riobamba se encontraron con Diego Alma- gro y Belalcdzar. Evitaron venirse a las manos 12, Alvarado opté por ceder a Almagro sus doce buques y el resto de su bien diezmado ejército por 120.000 castellanos de oro, y, visitado el Cuzco, tornd a Guatemala. Quedaba duefio del campo Belalcazar, representante del gobernador Almagro, y por los afios 1535-38 abria nuevas rutas por el valle de Paita y la regién de Popayan (Colombia). 2. La conquista espiritual religiosa.—Ya en los mismos co- mienzos de la vida nueva de Quito hallamos tres clérigos: el padre Garcia, Francisco Ximénez y Juan Rodriguez, a quien el cabildo, con fecha 30 de julio de 1535, designara cura de la iglesia mayor, y en 1537 le sustituira Diego Riquelme; en 1541 aparece como vicario general Gaspar de Carvajal 13, dominico, con dos curas. Recordemos que a Francisco Pizarro le acompafiaba fray Vicente de Valverde, ya repetidamente mencionado, y a Alvarado los fran- ciscanos Marcos de Niza, Jadoco Ricke, Pedro Gosseal y Pedro Ro- defias, quienes fundaron su Orden en Quito, y dos mercedarios, Hernando de Granada y fray Martin de 1a Victoria, considerado como el introductor de la Orden mercedaria en el suelo quitefio en 1535, o antes, segtin alusién de las actas del cabildo el citado afio 14. 11 Cieza pe LEON, p.1.* ¢.36s.40-42 (Quito); 45s (Puerto Viejo}; Herrera, déc.s 1.5 o.5-123 Ovimn0, IV 1.46 .20; Garcitaso Dz LA Veca, p.2.* 1.2 c.9-16; VELASCO, 2238; GonzALEZ SuA- REZ, O.C., 178.179.182-212. : 42 La obra de pacificacién entre Almagro y Alvarado por parte de fray Marcos de Ni: véase en GonzALEz SUAREZ, 0.C., 2028. 13 Veremos que este religioso fue el compafiero fiel de Gonzalo Pizarro en su expedicién al oriente ecuatoriano; posteriormente. en 1544; en el Perd se consagré a fundar conventos de su Orden dominicana; en 1557 fue elegido provincial y murié en el convento de Lima, de edad muy avanzada, en 1384. «Goz6 entre los suyos de fama de varén sencillo, de animo constante, grande sufridor de adversidades y muy ejemplar en sus costumbres* (ibid., 297). 14 En rsg4 figura este mercedario entre los religiosos que acompafiaron a Francisco Pi- zarto en. su marcha a Puna con otros cuatro frailes de la misma Orden. El padre Granada apa- rece como asociado a Belalcazar, y en el cabildo de Quito, a 4 de abril de 1537, se adjudicana ate cuatro solares ¢para que edifique un monasterio ... en el sitio que est arriba del solar de 12 PJ. De Fernando V a Felipe 1 Todos dependientes del tinico obispado existente en Sudamérica, el lejano Cuzco. Este mismo afio, a 25 de enero, se fundaba el con- vento franciscano quitense; fray Jadoco pidié de limosna al cabildo le designaran el sitio, y asi pudieron levantar una iglesia sencilla y pobre en el punto donde esté ahora el templo de San Buenaventu- ra, mientras los frailes se cobijaban en una casa de paja con un dormitorio y algunas celdillas 15, El segundo convento de la ciudad fue el de los mercedarios en el solar designado el 4 de abril de 1537 por el cabildo al dicho Her- nado de Granada, con dos fanegas de tierra para sembrar, enfrente de la casa de placer del rey inca Huayna Capac. Pronto alli el pa- dre Victoria, diestro en el aprendizaje de los idiomas indigenas, constituiria la primera escuela de lenguas para sus compafieros de apostolado. De los dominicos, fray Alonso de Montenegro acompafié en sus expediciones al capitan Belalcazar, pero por entonces no fundaron convento en Quito, sino en 1541, cuando el cabildo concedié a fray Gregorio de Zarazo un solar y una encomienda de indios vacos. La irrupcién de Alvarado revelé a los conquistadores del sur la necesidad de controlar otras posibles incursiones desagradables para sus proyectos de monopolio. Almagro encargé al capitan Francisco Pacheco Ja fundacién de una ciudad-fortaleza en Puertoviejo, pro- vincia de Manabi, y ejecuté este plan el 12 de marzo de 1535. Al mismo tiempo, el mercedario que le acompaiid, fray Dionisio de Castro, daba comienzos a su convento en la misma localidad, desde donde irradiarian su actividad fos religiosos por Ia provincia de Manabi y Esmeraldas, tragicamente desolada por los desafueros de los espafioles contra los indios y los alzamientos de éstos. Mientras tanto, Belalcazar sintié la necesidad de abrir un camino al mar, medio el menos molesto para comunicarse tanto con el norte como con el sur. Como punto de apoyo en el litoral pacifico, después de varias experiencias, fundo a Ia orilla derecha del rio Guayaquil 16 la ciudad que Iamé Santiago de Guayaquil, y la poblé con vecinos de San Miguel de Piura y de otras colonias en 1537. Ejecuté esta fun- dacién el capitan Francisco de Orellana, enviado por Pizarro desde el Pert, eligiendo el sitio que esta al pie del cerro de Santa Ana; los franciscanos edificaron su iglesia en la parte entonces llamada El Arrabal. Juan Lobato, como desciende el agua, linde con unos edificios antiguos donde estaban unas casas de placer del sefior natural (Fuayna Capac)». Varcas UGarre, Historia I 103.111; GoN- zAurz SUAREZ, 0.¢., 238. . , . 15 GonzA.ez Sudntz, 0.c., 236, Recuérdese que el primer trigo nacido en tierra quitefia se debe al dicho fray Jadoco: lo sembré delante de su convento en la actual plaza; se conservé durante sighos el cantarillode barro en que de Europa trajo el fraile la primera simiente; lo vio y tradujo del aleman el bardn A. von Humboldt la leyenda escrita en et cantarillo: Tu que me vaclas, no te olvides de tu Dios®. Bolivar lo tuvo en sus manos, y por fin pasé al presidente de la republica, don Juan José Flores (ibid., 249s). 16 La primera ciudad espanola se fund6, provisionalmente, llamada Santiago de Quito, en Jas Manuras de la antigua Riobamba, y ello para adelantarse Belalcizar a Alvarado (15 de agos- to de 1534); después de cxlebrado el compromiso entre los dos dichos jefes, Almagro dispuso se trasladara la ciudad al punto donde antes estuvo la ciudad india de Quito, y se dio el acta de fundacion el 28 del citadames y aio, y se Ilams la nueva fundacién Villa de San Francisco de Quito, en honra de Francisco Pizarro (ibid., 228). Varias descripciones de la ciudad de Quito, los afios inmediatamente posteriores a la conquista, en Relaciones II] passim, C3. En tierras ecuatoriano-colombianas ve) Asj{ se iban asentando los conventos en las zonas un tanto pacifica- das. Pero en aquellos hombres, frailes o soldados, se habia encarnado el espfritu de la aventura. EI 30 de noviembre de 1539, Gonzalo Pizarro se vio investido por su hermano Francisco con el titulo de gobernador de Quito 17, Sintié que aquellas regiones de su mando, ignotas, al oriente, le reclamaban insistentemente. A principios de 1541, en loca malpara- da aventura, se lanzé con sus soldados e indios; la primera jornada les puso en el punto llamado el Inca, en la cordillera oriental, hacia el noreste de Quito; descendiendo la cordillera, y tras algunos rodeos, salieron al rio Coca, y, por sus orillas, continuaron hasta dar con su desembocadura en el Napao. En este punto, el capitén Francisco de Orellana 18, hombre de confianza de Gonzalo, se separé de él para traicionarle nueve dias mas tarde y, navegando por este rio, entrar en el Amazonas, por donde lIlegé al océano Atlantico. De regreso, abatido por la conducta de los hombres, fuertemente castigado por la naturaleza salvaje, diezmada su gente por el ham- bre y las enfermedades, Gonzalo, con unos ochenta hombres de los trescientos que salieron con él, entraba en Quito en junio de 1543. Asi se habia esfurmado el suefio de la canela que buscaban ansiosa- mente, pero los espafioles habian penetrado en un mundo nuevo y el Amazonas habia entrado en la geografia del mundo culto. En medio de aquella tragedia tan intensamente vivida habia de poner una nota de paciencia cristiana fray Gaspar de Carvajal, com- pafiero de Orellana. Este dominico extremerio, Ilegado al Peri en 1533, fue el primer sacerdote que surcé las aguas amazénicas; herido en las refriegas con los indios, dulce y sereno, supo enfrentarse con dura energia al mismo Orellana cuando éste publicé su plan de abandonar a Pizarro. Solamente su prestigio le salvo de las iras del traidor, y pudo atender a las huestes, fuertemente diezmadas, y ad- ministrarles los sacramentos hasta que el hambre extrema les obligd a comer fa harina que Ilevaba el fraile para hacer hostias. El y otro religioso, el mercedario Gonzalo de Vera, que salié con Pizarro desde Quito, fueron los eclesidsticos destinados a aliviar la agonia de los casi doscientos hombres que quedaron para siempre en las regiones humedas del oriente quitefio. 17 Gonzalo era el Gnico legitimo de los hermanos Pizarro y el preferido por el conquista- dor Francisco; éste le habia conferido pingiies encomiendas en las lejanas regiones de Charcas thoy Sucre, Bolivia). Ahora le sefalaba la gobernacién de Quito, con los territorios de Pasto y Popayan (hoy Colombia) y de las tierras que se descubrieron mas alla de la cordillera, al orien- te. A principios de marzo de 1540, desde el Cuzco, donde se habla entrevistado con su herma- no Gonzalo, se dirigié 2 Quito (GonzAuez Suarez, 0.c., 277). 18 Este caballero, también extremeno, se unié a Pizarro en el valle de Zumaque, pueblo de Muti, y traia consigo al padre Carvajal, ©. P. En ta confluencia del Coca con el Napo se separé Orellana de Pizarro con la consigna de explorar la tierra y aportar a Pizarro y a sus huestes hambrientas comida y demas auxilios, el 26 de diciembre de 1541; nueve dias mds tarde Neg Orellana a Imara, donde hallé matz, aif y pescado; pero en vez de volver adonde le aguardaba Pizarro, con falaces argucias, le traicioné, siguiendo el curso del Napo hasta dar con el Amazonas, y por el Marafién salié al Atlantico para pasar después a Espafia. Carvajal, con otros pocos espaiioles, le afeé su conducta traicionera con Pizarro. Ibid,, 291-294. 4 Pl. De Fernando V a Felipe IL Tl. Garci Diaz Arras, PRIMER OBISPO QUITENSE El duro esqueleto de la cordillera andina, fas distancias que sepa- raban Quito de la sede cuzquense, las revueltas de almagristas y pizarristas, que ensangrentaban aquel mundo indio, como hemos recordado 19, revelaron la necesidad de desmembrar las regiones ecuatorianas de la jurisdiccién del ordinario cuzquense. Con fecha 31 de mayo de 1540, desde Lovaina, el césar presentaba al papa Paulo III, para la sede que debia erigirse en Quito, al bachiller Garci Diaz Arias. El 8 de enero de 1446 20, por la bula Super specula mili- tantis Ecclesiae, se creaba la nueva didcesis, cuya catedral habia de levantarse bajo Ja advocacién de Santa Virgen Maria, y se desig- naba su primer obispo al presentado imperial. De él Ja historia sélo nos revela que, nacido en Consuegra (Toledo), era sacerdote de esta didcesis; llegado al Peri en una de las primeras expediciones, ejercia su ministerio en Lima; era capellan y consejero de Francisco Pizarro, el conquistador, cuando fue presentado por Carlos V en 1540 «por ser persona docta, benemérita y cual conviene para salvacién de las dnimas de los indios naturales de aquella provincia [Quito], segtin sus méritos, vida y doctrinay. Recibié la consagracién episco- pal en el Cuzcode manos de fray Juan Solano, ordinario de la capital incaica, el domingo 5 de junio de 1547 21. Amigo de la familia Pizarro, testigo de vista del asesinato del conquistador 22, aunque no le defendié en tal trance, y sin romper con La Gasca, el 5 de mayo de 1547, desde Yucay, escribia a Gon- zalo extrafiéndose y condenando la actividad de este eclesidstico que, como sacerdote, no debia haber aceptado la comisidn y titulo de presidente y prometiendo que escribirfa a la corte «cémo estaba la tierra en paz y eran los indios bien tratados y que él [Gonzalo] gobernaba por S. M.» 23, En 1548 mandaba un memorial al Consejo con la stiplica de que aprobaran los limites de su obispado, sefialados por Vaca de Castro 24, dentro de los cuales cafa San Miguel de Piura, aunque sus diezmos los usufructuaba el ordinario limense. Parece que a mediados de 1549 entr6 en Quito, y la ciudad ecuatoriana vio asu primer obispo, «alto de cuerpo, bien proporcionade, buen rostro, blanco, y representando autoridad, que guardaba con una Ilaneza y humildad que le adornaba mucho» 25, Pronto hube de habérselas con el ayuntamiento quitefio: habia 19 Supra, p.658. 20 Varcas Ucaste, Historia I 149. 24 Tbid., 130; GozALez SuiAnez, 0.c., 420.4348, 22 En carta suyaa Carlos V (Lima, 15 de enero de 1542) contandole el asesinato de Fran- cisco Pizarro «como quien lo vido y pasé por la sombra de las armas que lo mataron y después vi lo que mas hasta oa subcedides, Cita en Varaas Ucartz, 0.¢., 150. 23 Ibid, 151. 24 Aunque la litstacién de una diécesis, por derecho, corresponde al papa, repetidas ve- ces la Santa Sede en sta Spoca delegé esta facultad a la Corona espafola. En el caso presente esto mismo se solicitide Su Santidad y lo otorgé en la referida bula de ereccion de la didcesis. Varcas Ucarte, 0.¢, 149; EGana, La teorie 138. Cita en Gonzitez Suarez, 0.c., 4337, Asi lo recordaba fray Baltasar de Ovando, O. P.. en au Descripcién hisrico-geogrdfiea del Ferd; fue éste mis tarde obispo de La Imperial ile). C.3. En tierras ecuatoriano-colombianas 1 éste impuesto la contribucién de un tomin de oro a los introductores de cualquier mercancia en la ciudad; repuso el prelado que esta medida era de la incumbencia exclusiva del rey, lanzé pena de exco- munién mayor reservada al papa, y por estar excomulgados mandé salir de una funcién de la catedral al gobernador Francisco de Ol- mos y a los regidores quitefios, en cumplimiento de su misién epis- copal; rindiése el cabildo hasta recibir la respuesta regia. Sus doce afios de episcopado los consagré el buen prelado a su grey celosamente: la parroquial de Quito era, cuando él Ilegd, una pobre iglesia de techumbre de paja en el mismo punto donde ahora hallamos Ja catedral, aunque su 4rea era mucho menos extensa; aun lado estaban las casas parroquiales edificadas por el presbitero Juan Rodriguez, primer cura de Quito; por disposicién de Carlos V, la nueva catedral se erigié a expensas de la Corona, de los encomen- deros y de los indios, con piedras que se sacaron de la misma cantera que atin hoy suministra material a la ciudad. EI devoto obispo, exacto liturgista, edificante en su tenor de vida, mereciéd que un contemporaneo nos dejara esta loa de su me- moria: «Varén no muy docto, amicisimo del coro; todos los dias no faltaba de misa mayor y visperas..., gran eclesiastico, su iglesia muy bien servida, con mucha musica y muy buena de canto de organo» 26, A fines de abril de 1562 murié en su sede, y bajo el altar mayor de su catedral hall6é su ultimo lugar el primer obispo ecuatoriano. Quizas, en vista de la historia revuelta de aquellos tristes afios, hasta su Ultima hora le persiguié aquel pensamiento que le hizo escribir en carta al césar aun antes de su promocién episcopal: ‘Todo ha resultado en dafio de estos indios, que son los que mas pierden» 27. En su duro episcopado hubo de luchar con las autoridades espa- fiolas, con la escasez de clero (en la unica parroquia de Quito sdlo habfa dos curas) y con los limites inmensos de su jurisdiccidn, que abarcaba al norte hasta el rio de Patia, por el sur pasaba de Paita, comprendiendo, ademas del actual territorio del Ecuador, parte del Pert y de Colombia. En su distrito contaba con algunas poblaciones que fueron surgiendo al dictado de las circunstancias bélicas de aquella turbulenta época: Ambato, situado mas abajo de su actual ubicacién; Loja, edificada cerca del antiguo camino incaico hacia 1548; Zamora, levantada en 1550 al otro lado de la cordillera oriental, en tierras de los indios poroaucas; Cuenca, hacia 1357, punto intermedio entre Loja y Quito, en las bellas tierras de Paucarbamba, «campo de primavera» 78, Del mundo indio quitefio de esta época pocas relaciones nos han Ilegado; ellas nos revelan, con todo, el estado religioso infimo en que se hallaban principalmente los naturales, distanciados de los dichos centros mas cultivados; asi, de los indios de Chapi, al pie de la cordillera de los Quixos, a 18 (?) leguas de Quito, al este, 26 Ibid. 27 En la citada carta (supra, nota 22), en VarGAs UGARTE, 0.¢., 150. 28 GonzAtez SUAREZ, 0.¢., 440-443, Otras ciudades fueron fundadas en la época siguiente. 76 PI. De Fernando V a Felipe se refiere hacia cl afio 1541, que, por estar alejados,

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