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Isabel

Una noche la vi… era ella la mujer de los movimientos en do,


que agraciaba sus pasos a una escala de sol.
La mujer que envolvía la vida en preguntas tan amorfas como aquella de;
¿Qué sería el mundo sin el cultivo de corozo?
¡Oh mi Isabel!,
Mi damita que llenaba nuestras vidas con graciosas sonrisas,
Entregando a la imaginación sutiles aromas de canela y chanel.

Con tu mirada tibia y tu armonía casi celestial,


¿Te quiso acaso la vida algún día dar la oportunidad de ser feliz?
¿De llevarte de la mano y darte un beso en un atardecer naranja?
¡No!… no lo quiso.
Pero hoy descansas en medio de los campos en verdor,
aquellos donde solo los que alcanzan la eternidad reposan
para no regresar a lo mediocre de la existencia.

Por ello hoy mi ser clama a tu recuerdo que nunca tu esencia nos abandone,
que esas notas que plasmaste en lo profundo de nuestras almas,
se queden allí como la muestra tangible de tu paso por la tierra;
porque ni las más brillantes mentes
nos pueden dar a comprender con palabras que no entreguen nuestro ser al dolor,
cuanto marcó la fecha de tu partida,
plasmando tu sonrisa en nuestros corazones.

Es el fin del camino y el arquitecto celestial ha culminado su mayor obra:


tu paso por la vida, tu sendero de amor perdido entre la cruda y fría razón.

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A una madre

Ella era la mujer de mirada triste y voz tranquila.


En las mañanas teñidas de oro solía caminar sutilmente con una bata color hueso a la habitación
donde su hija entre sueños yacía;
-Tita… Tita… Tita…- Su voz plácida y calmada murmuraba, mientras suavemente de la tierra de
Morfeo su hija regresaba.
Plácida, tranquila y tan inagotable como siempre, ella preparaba un café y un pan. Fueron muchas
las mañanas que pasó en medio de bastidores y pinceles que servían para plasmar la frustración y
el odio de una vida cruelmente arruinada.
Hoy… envuelta en lágrimas y soledad, con su única compañera; una pequeña de nombre Roxana,
que con inocentes pero fuertes reproches grita a la vida: - ¿Porqué te las has llevado de nuestro
lado?-
De nuevo clara pero triste su voz, en medio de libros amontonados y mudas réplicas de tutús
blancos y carmesís, grita en silencio: -¡Tita, oh mi Tita!... Mi rosa blanca y de fina figura ¿Dónde
estás? Ya la vida sin ti no ha continuado.-

Perdida en el tiempo, entre bastidores y pinceles su voz clara pero triste grita a la vida: -¡Termina
con la mía…!-

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Dulce muerte

En la hora de la despedida,
sobrarán los claveles y las rosas,
las lágrimas y las oraciones serán parte innecesaria de la ocasión.

Pues al ver el velo que separa esta vida de la otra,


sabremos que por fin hemos alcanzado la tan anhelada perfección,
que como cazadores de fantasmas buscamos durante nuestra existencia,
para solo al final de esta comprender que lo hemos logrado.

Vive, pero no vivas por solo vivir.


Vive para comprender que hay que morir.

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El mármol gris

Al pasar del tiempo y la distancia solo nos queda una última morada,
sellada por un mármol de fino tallado,
donde las plegarias de nuestros seres amados chocan contra el vacío.

Danzan ángeles en camino al cementerio,


lágrimas y quedos suspiros son nuestra última serenata,
nuestro último y satírico recuerdo será el oscurecimiento de toda nuestra luz.

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El vestido negro

¿Cuántos pasos dio sin saber que al caminar creaba su propio destino?
Ella, la mujer de la belleza nievea y labios rojos que tenían un aroma de reseda.
¡Ah!… cuán bella era su figura bajo aquel vestido negro,
hecho de las más finas telas y decorado con las más melancólicas perlas.

Nadie nunca pensó en que bajo aquella silueta


se encontraba una herida en el pasado abierta.
Fueron muchos los libros sin letras y de alegría marchita que leyó,
muchos los valses sin tonada y carentes de inspiración que en su vida escuchó.

Amada, amada y jamás olvidada,


porque solo cuando somos olvidados es cuando en verdad morimos.
Hoy… solo en medio de libros mudos y fotografías sin una imagen que plasmar,
veo aún ese vestido negro y el espectro de su recuerdo en mi habitación danzar.

Mi voz te dice: -¡Vete!...


Vete hacia las tierras sin fin, mujer de alma de niña,
avanza y en la eternidad danza al son de los coros celestiales,
que en mi, tu recuerdo nunca morirá,
porque desde la tumba tu voz me susurrara al oído…
nunca te dejare de amar…-

Autor: Sergio Agudelo.

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