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las acciones iniciales, hasta la voluntad posterior de seguir con el tema cueste
lo que cueste; sea que se trate de un difunto “importante”, o de otro que no
tenga nadie que lo defienda. Si todas las muertes sin resolver son dolorosas y
merecen atención por parte de la comunidad, la de aquellos que se van
perdiendo en el olvido por falta de recursos de sus familias o, simplemente,
porque la sociedad los deja de lado, generan un dolor mayor y avergüenzan a
la justicia juninense. Claro que hay delitos que no pueden esclarecerse, pero
veinte es demasiado como para entrar en la lógica natural de la estadística. El
simple peso del número, abruma. O bautizamos a Junín como “la ciudad de los
crímenes perfectos”, suerte de triángulo de las Bermudas bonaerense habitado
por asesinos de inteligencia superior y habilidades dignas de protagonista de
novela policial inglesa, o existen serias deficiencias en el sistema que
garantiza justicia a todos los ciudadanos. Sin duda, el sentido común obliga a
inclinarse por la opción de las deficiencias en el sistema. Ahora bien, cuando
hablamos de crímenes irresueltos, solemos apelar a la necesidad de castigo a
los culpables y lo que esto significa para el buen funcionamiento de la
sociedad toda. Sin embargo, detrás de las leyes y las normas, están las
historias de quienes murieron en forma violenta, sus familias, sus amigos;
universo entero de seres humanos que sufren doble. Basta ponerse en el lugar
de ellos para temblar. Al dolor de la muerte inexplicable, el horror de no saber
qué pasó, quién fue o por qué no se los castiga como es debido. Para los
demás el mundo sigue girando con sus alegrías, tristezas, cuentas a pagar,
fiestas, bautismos, discusiones. En síntesis, la cotidianeidad que nos mantiene
distraídos y con un nivel de alegría aceptable. Ellos en cambio quedaron
detenidos en un tiempo doloroso para siempre. Y encima con la incertidumbre
y la bronca a flor de piel. Imaginen lo que es vivir así mientras el nombre de su
ser querido va desapareciendo; primero de los diarios, después de la justicia.
Al final queda sólo en el corazón de los que lo conocieron. En un asesinato, el
sepelio no ocurre cuando se entierra al muerto, sino cuando se encarcela al
asesino. La ciudad ya tiene demasiados muertos sin sepultar.
atendía, en la esquina de avenida San Martín e Italia. Por el caso fue detenido
e imputado un joven de 26, quien dos años después resultó absuelto en un
juicio oral por falta de pruebas.