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¿QUÉ SON LAS MATEMÁTICAS?

Las matemáticas, como una expresión de la mente humana, reflejan la voluntad activa, la razón
contemplativa y el deseo de perfección estética. Sus elementos básicos son la lógica y la
intuición, el análisis y la construcción, la generalidad y la individualidad. Aunque diferentes
tradiciones realzan aspectos diferentes, es sólo la interacción de estas fuerzas antitéticas y la
lucha por su síntesis lo que constituye la vida, la utilidad y el valor supremo de la ciencia
matemática.
Sin duda, todos los avances matemáticos tienen sus raíces psicológicas en requerimientos más
o menos prácticos; pero una vez que algún avance ha comenzado bajo la presión de
aplicaciones necesarias, inevitablemente gana impulso por sí mismo y trasciende los confines
de la utilidad inmediata. Esta tendencia de ir de la ciencia aplicada a la teórica aparece tanto en
la historia antigua como en muchas contribuciones de ingenieros y físicos a las matemáticas
modernas.
Las matemáticas registradas comienzan en Oriente, donde alrededor de 2000 a.C. los
babilonios reunieron una gran riqueza de material que hoy clasificaríamos como álgebra
elemental. Sin embargo, como ciencia en el sentido moderno, las matemáticas emergen
después, en suelo griego, en los siglos v y iv a.C. El contacto cada vez mayor entre Oriente y
los griegos, que comenzó en tiempos del imperio persa y alcanzó su clímax en el periodo que
siguió a las expediciones de Alejandro, familiarizó a los griegos con los logros de las
matemáticas y la astronomía babilónicas. Las matemáticas fueron sometidas pronto a la
discusión filosófica que floreció en los antiguos estados griegos. Así, los pensadores helénicos
se dieron cuenta de las grandes dificultades inherentes a los conceptos matemáticos de
continuidad, movimiento e infinito, y al problema de medir cantidades arbitrarias con unidades
dadas. El reto fue asumido con esfuerzo admirable, y el resultado, la teoría de Eudoxo del
continuo geométrico, es un logro que sólo fue igualado más de dos mil años después por la
moderna teoría de los números irracionales. La tendencia en matemáticas hacia la deducción a
partir de postulados se originó en tiempos de Eudoxo y tomó su forma clara y precisa en los
Elementos de Euclides.
De cualquier manera, a pesar de que la tendencia teórica de las matemáticas griegas, basada
en postulados, sigue siendo una característica importante de las matemáticas actuales y ha
ejercido una influencia enorme, hay que dejar claro que las aplicaciones y la relación con la
realidad física tuvieron un papel de igual importancia en las matemáticas de la antigüedad, y
que se prefería con mucha frecuencia una forma de presentación menos rígida que la de
Euclides.
Puede ser que el temprano descubrimiento de las dificultades relacionadas-con las cantidades
"inconmensurables" haya desalentado a los griegos de desarrollar el arte del cálculo numérico
alcanzado antes en Oriente. En lugar de eso, se abrieron paso esforzadamente a través de la
espesura de la geometría axiomática pura. Así empezó uno de los extraños rodeos de la
historia de la ciencia, y tal vez se haya perdido una gran oportunidad. Durante casi dos mil años
el peso de la tradición geométrica griega retrasó la evolución inevitable del concepto de número
y de la manipulación algebraica, las cuales formaron más tarde la base de la ciencia moderna.
Después de un periodo de lenta preparación, la revolución en las matemáticas y en la ciencia
comenzó su fase vigorosa en el siglo xviii con la geometría analítica y el cálculo diferencial e
integral. Mientras que la geometría griega siguió ocupando un lugar importante, el ideal griego
de cristalización axiomática y de deducción sistemática desaparecieron en los siglos xvii y xviii.
El razonamiento lógicamente preciso, a partir de definiciones claras y axiomas "evidentes", no
contradictorios, parecía indiferente a los nuevos pioneros de la ciencia matemática. En una
verdadera explosión de conjeturas intuitivas, de razonamiento sólido entretejido con misticismo
disparatado, con una-confianza ciega en el poder sobrehumano del procedimiento formal, se
conquistó un mundo matemático de riquezas inmensas. Gradualmente el éxtasis del progreso
dio lugar a un espíritu de autodominio crítico. En el siglo xix, la necesidad inmanente de
consolidación y el deseo de una mayor seguridad en la ampliación del aprendizaje superior,
incitados por la Revolución francesa, condujeron inevitablemente a una revisión de los
fundamentos de las nuevas matemáticas, en particular del cálculo diferencial e integral y del
concepto fundamental de límite. Así, el siglo xix no sólo se convirtió en un periodo de nuevos
avances sino que también estuvo caracterizado por un retorno-exitoso al ideal clásico de
precisión y de demostración rigurosa. En este aspecto incluso sobrepasó al modelo de la
ciencia griega. Una vez más el péndulo osciló hacia el lado de la pureza lógica y la abstracción.
Actualmente parecemos estar todavía en ese periodo, aunque es de esperar que la lamentable
separación que se dio entre las matemáticas puras y las aplicaciones vitales, tal vez inevitable
en tiempos de revisión crítica, sea seguida por una época de más cercana relación. La fuerza
interna recuperada y, sobre todo, la enorme simplificación alcanzada a partir de una
comprensión más clara, hacen hoy posible dominar la teoría matemática sin perder de vista las
aplicaciones. Establecer otra vez una unión orgánica entre la ciencia pura y la aplicada, así
como un balance sólido entre la generalidad abstracta y la individualidad concreta, puede muy
bien ser la tarea más importante de las matemáticas en el futuro inmediato.
No es éste el lugar para emprender un análisis filosófico o psicológico detallado de las
matemáticas. Sólo han de recalcarse unos pocos puntos. Parece haber un gran peligro en el
hecho de darle importancia excesiva al carácter deductivo de las matemáticas a partir de
postulados. Es verdad, el elemento de la invención constructiva, de dirigir y motivar la intuición,
tiene la tendencia a eludir una formulación filosófica sencilla, pero ésta sigue siendo lo esencial
de cualquier logro matemático, aun en los campos más abstractos. Si la claridad y precisión de
la forma deductiva es la meta, la intuición y la construcción son al menos las fuerzas
conductoras. Se amenaza seriamente la vida misma de la ciencia al aseverar que las
matemáticas no son más que un sistema de conclusiones derivadas de definiciones y
postulados que deben ser consistentes, pero que fuera de ello pueden crearse al arbitrio del
matemático. Si esta descripción fuese exacta, las matemáticas no atraerían a ninguna persona
inteligente, serían un juego con definiciones, reglas y silogismos, sin meta ni motivo. La noción
de que el intelecto puede crear sistemas de postulados significativos a su antojo es una
engañosa verdad a medias. La mente libre puede conseguir resultados de valor científico sólo
desde una disciplina de responsabilidad hacia el todo interconectado y cuando procede guiada
por una necesidad intrínseca.
Aunque la tendencia contemplativa del análisis lógico no es representativa de todas las
matemáticas, ha llevado a un entendimiento más profundo de los hechos matemáticos y de su
interdependencia, así como a una comprensión más clara de la esencia de los conceptos
matemáticos. A partir de dicha tendencia evolucionó un punto de vista moderno en las
matemáticas, típico de una actitud científica universal.
Cualquiera que sea nuestra posición filosófica, para los propósitos de la observación científica
un objeto queda completamente determinado por la totalidad de sus relaciones posibles con el
sujeto o el instrumento que lo perciben. Por supuesto que la sola percepción no constituye
conocimiento o discernimiento: debe coordinarse e interpretarse con referencia a alguna en-
tidad fundamental, una "cosa en sí", que no es físicamente observable en forma directa sino
que pertenece al ámbito metafísico. Sin embargo, para el proceder científico es importante
descartar elementos de carácter metafísico y considerar siempre a los hechos observables
como la fuente última de nociones y construcciones. Renunciar a la meta de comprender a la
"cosa en sí", de conocer "la verdad última", de revelar la esencia más íntima del mundo, podría
ser en efecto una pesada carga psicológica para los entusiastas ingenuos, pero de hecho fue
uno de los giros más fructíferos del pensamiento moderno.
Algunos de los mayores logros en física se han alcanzado como recompensa a una valiente
adherencia al principio de eliminar la metafísica. Cuando Einstein trató de reducir la noción de
"acontecimientos simultáneos que ocurren en lugares diferentes" a fenómenos observables,
cuando desenmascaró como un prejuicio metafísico la creencia de que ese concepto debía
tener en sí mismo un significado científico, fue que encontró la clave de su teoría de la
relatividad. Cuando Niels Bohr y sus alumnos analizaron el hecho de que cualquier observación
física deber ir acompañada por un efecto del instrumento observador sobre el objeto
observado, fue que se aclaró que no es posible, en términos de la física, fijar simultáneamente
de manera precisa la posición y la velocidad de una partícula. Las consecuencias de largo
alcance de este descubrimiento, incorporadas en la moderna teoría de la mecánica cuántica,
son bien conocidas ahora por todo físico. En el siglo xix prevaleció la idea de que las fuerzas
mecánicas y los movimientos de partículas en el espacio eran cosas en sí mismas, mientras
que la electricidad, la luz y el magnetismo debían ser reducidos a fenómenos mecánicos o
"explicados" como tales, de igual manera que como se había hecho con el calor. Así, se
inventó el "éter" como un medio hipotético capaz de efectuar movimientos mecánicos no
completamente explicados, que se nos presentan como luz o electricidad. Poco a poco se
comprendió que el éter es en principio inobservable; que pertenece a la metafísica y no a la
física. Para desgracia de algunos grupos, y alivio de otros, las explicaciones mecánicas de la
luz y la electricidad, y con ellas el éter, fueron finalmente abandonadas.
Una situación similar, incluso más acentuada, existe en las matemáticas. A lo largo de las
épocas los matemáticos han considerado sus objetos, tales como números, puntos, etc., como
entidades sustanciales en sí mismas. Debido a que esas entidades habían escapado siempre a
todo intento de una descripción adecuada, los matemáticos del siglo xix paulatinamente fueron
cayendo en la cuenta de que la cuestión del significado de esos objetos, como sustancias en sí,
no tiene sentido dentro de las matemáticas, si es que en alguna medida lo tienen. Las únicas
aseveraciones relevantes referentes a ellos no tratan de la realidad sustancial; sólo establecen
las interrelaciones de "objetos indefinidos" matemáticamente y las leyes que rigen las
operaciones con ellos. Qué son "realmente" los puntos, las rectas y los números no puede y no
necesita discutirse en la ciencia matemática. Lo que importa y lo que corresponde a un hecho
"verificable" son la estructura y la relación: que dos puntos determinan una recta, que los
números se combinan de acuerdo a ciertas reglas para formar otros números, y así
sucesivamente. Un discernimiento claro y profundo sobre la necesidad de eliminar la
sustancialidad de los conceptos matemáticos elementales ha sido uno de los resultados más
importantes y fructíferos de los avances modernos de la axiomática.
Afortunadamente, las mentes creativas olvidan el dogmatismo filosófico cuando la adherencia a
éste impediría logros constructivos. Tanto para el docto como para el profano, no es la
especulación filosófica sino la experiencia activa en las matemáticas mismas lo único que
puede responder la pregunta-.¿Qué son las matemáticas?

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