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de la población rural
de Buenos Aires tras la crisis de
la independencia(1815-1830)
Raúl O. FRADKIN
Resumen
Indice
Texto integral
En la elite urbana imperaba una visión pesimista del mundo rural. Un lugar
preferente en este diagnóstico lo tenían las gavillas de salteadores en la
medida, consideradas como la manifestación más agresiva de una
criminalidad tan extendida como tolerada. Desde su perspectiva era
imperioso realizar una reforma profunda del mundo social y sus
costumbres a las que se atribuían las causas de la amenaza criminal. La
elite porteña propugnó la construcción de un orden institucional más sólido
en la campaña en el cual los Juzgados de Paz y las Comisarías de Campaña
debían tener un lugar privilegiado43. Se buscaba disciplinar una población a
la que se calificaba de díscola e insolente para obtener la afirmación de los
derechos de propiedad. Las consecuencias fueron inmediatas. Por un lado,
se operó un creciente distanciamiento entre las concepciones y valores que
la elite gubernamental impulsaba y la mayor parte de la sociedad rural en
la media que antiguas y arraigadas prácticas consuetudinarias iban
cayendo bajo el influjo de la criminalización44. Por otro, se exacerbó la
persecución de la vagancia se amplió a una variedad mayor de sujetos y
prácticas y terminó por ser aplicada no sólo a individuos sueltos sino
también a familias45.
1811 1 2 3
1812 2 2 4
1816 1 1
1817 1 1 2
1818 1 2 2 5
1820 1 3 1 1 6
1821 1 1 1 4 1 8
1822 2 3 5
1823 1 2 1 1 2 7
1824 1 2 2 2 7
1825 1 3 1 2 1 8
1826 3 4 3 1 1 12
1827 3 2 1 1 7
1828 1 1 1 3
1829 1 2 3
1830 4 2 1 7
1831 1 1 2
1832 3 2 1 1 1 8
Total 19 30 9 25 8 7 98
Con todos estos recaudos los datos de la Tabla pueden ser de alguna
utilidad. Ellos sugieren que las gavillas de salteadores pasaron de ser un
fenómeno esporádico pero recurrente durante la década de 1810 a uno
permanente en la siguiente. El cambio debió producirse en torno a 1820 y
las gavillas sólo se habrían reducido tras el esfuerzo institucional
desplegado para reconstruir el orden y constituir el nuevo estado
provincial. A mediados de esa década el aumento de las causas debe estar
indicando no sólo una mayor capacidad estatal de represión sino también
la creciente resistencia social que se diseminaba. En consecuencia, las
gavillas no habían sido erradicadas cuando estalló la crisis de 1828-29
durante la cual su accionar pareciera haberse subsumido en la vasta
sublevación social que sacudió a la provincia durante ese ardiente verano y
que terminó por catapultar a Rosas al gobierno de la provincia56. Una vez
restaurado el orden las gavillas siguieron operando aunque sin la
intensidad que el fenómeno habría tenido a mediados de los años 20.
Para tener una idea aproximada reseñemos las acciones desplegadas por
una gavilla entre 1818 y 1824. La primer noticia que tenemos es que en
1818 asaltó en Areco las casas de un sargento y de un importante
hacendado. En agosto de 1820 unos 20 individuos armados con sables,
pistolas y tercerolas asaltaron una estancia en Pilar simulando ser una
partida militar; el asalto fue extremadamente violento, la casa fue
saqueada por completo llevándose los gavilleros toda la ropa y el dinero
que encontraron, incendiaron el techo de un rancho y asesinaron a dos
moradores. En el sumario se identificó a integrantes de varias gavillas que
estaban siendo buscados (como los famosos “hermanos Melo” y en
especial Atanasio Melo, alias “Tango”) y también a varios soldados; sin
embargo, la mayoría de los acusados resultaron ser peones y labradores
residentes en la zona sin antecedentes penales. En diciembre de 1820
algunos de sus miembros asaltaron en Areco la casa de una parda,
asesinando a su marido. La gavilla continuó actuando por lo menos hasta
1824 robando ganados y realizando asaltos en varios partidos (San Antonio
y Fortín de Areco, Exaltación de la Cruz, Pilar, Morón, San Isidro y Flores).
El ejemplo, aunque excepcional por la duración de esta gavilla, permite
advertir algunos rasgos característicos. En rigor no se trataba de una
banda permanente sino de una constelación inestable y sin una jefatura
fija; dentro de esa constelación algunos individuos actuaban
reiteradamente junto a otros que se unían circunstancialmente; entre ellos
no faltaban los milicianos (soldados y suboficiales), eran frecuentes los
desertores del ejército pero en su mayoría eran peones y labradores
radicados en la zona66.
La gavilla típica era una formación transitoria que contaba con 4,6
integrantes de promedio. Sin embargo, podía haber otras mucho más
numerosas (que llegaban hasta la treintena) y la evidencia sugiere que en
estos casos debió tratarse de la reunión momentánea de varias gavillas
menores. La mayoría de las gavillas tenían corta duración y se
conformaban para producir uno o dos asaltos en el mismo partido o en sus
alrededores, aunque hubo algunas que extendieron notablemente su radio
de acción. Al ejemplo anterior podemos sumar otros: en julio de 1825 una
gavilla que había realizado robos de ganado y asaltos desde Arrecifes (en
el extremo norte de la provincia) hasta Luján (en el oeste); la mayor parte
de los acusados eran paisanos calificados como vagos y varios “ladrones
famosos” con antecedentes de salteadores67. En enero de 1831 fue
desbaratada otra gavilla que había operado desde las afueras de la ciudad
hasta los puntos más alejados de la frontera oeste68.
Sólo seis de más de un centenar de acusados dijo que sabía firmar. Y, sin
embargo, en las confesiones a veces aparecen argumentos sugestivos,
retazos de sus declaraciones de los que emergen nociones que invitan a
pensar que, de algún modo, disponían de una cierta cultura jurídica71
Las edades de los acusados deben ser tomadas con cuidado dado que en
muchos casos los jueces sólo anotaron si el acusado era o no mayor de
edad (25 años) y porque no fueron pocos los detenidos que dijeron ignorar
cual era su edad y entonces les fue asignada por el juez a partir de su
apariencia (y su estereotipo). Disponemos así de datos de edad para 115
hombres: la edad mínima registrada fue de 12 años y la máxima de 51 un
espectro lo suficientemente amplio como para intentar cualquier
generalización abusiva: el 51,3% contaba entre 20 y 29 años, el 26,9%
entre 30 y 39 y un 9,5% era menor de 19 años. Predominan los jóvenes
aunque no tanto como podría esperarse.
“Ladrones famosos”
Otro ladrón famoso era Roque Arguello quién fue detenido a principios de
1821 en Arrecifes, en el extremo norte de la provincia98. En el sumario fue
calificado como “ladrón incorregible y el más temido malévolo de estos
campos y de todos los que han tenido la desgracia de ser pisados por él”.
El oficial que lo detuvo no dejó de fundamentar esta detención en el
panorama que veía: “Considero de mi deber al elevar este parte a V.S.
poner en su consideración el estado de desorganización, desgracia,
insubordinación en que se halla la Campaña y cuan necesarios son en ella
por las actuales circunstancias algunos ejemplares que restablezcan el
respeto a las autoridades y por extensión el castigo de los atentados
rurales que infestan estos campos de los que hace más de 10 años que es
azote el mencionado Roque Arguello robando de un pago y vendiendo en
otro lo que le ha ocasionado varias prisiones”. El informe muestra no sólo a
un salteador y cuatrero de larga trayectoria y abultados antecedentes sino
que su persecución se activó para afrontar una situación rural imperante
hacia 1821 que las autoridades locales no dudaban en presentar en estado
de insubordinación.
Los juicios nos muestran una imagen de los salteadores muy alejada del
estereotipo de individuo “suelto” y “sin arraigo” que recurrente en el
discurso elitista de la época dejó su impronta en la historiografía101. Por el
contrario, ellos permiten registrar las múltiples relaciones de parentesco,
amistad, vecindad, paisanaje (o aunque más no sea de simple interés) que
los salteadores mantenían con paisanos y vecinos de su pago. Ellos eran
parte inseparable del medio social rural del que surgían y durante sus
correrías parecieron mantener lazos firmes y perdurables. Por cierto, estas
constataciones no habilitan a sostener que sus acciones gozaran de
consenso y simpatía pero, al menos, permiten observar que eran toleradas
y no los llevaban al aislamiento. Sin duda, es muy difícil encontrar en las
tramitaciones judiciales expresiones favorables a sus acciones delictivas
pues no parece un juzgado un lugar adecuado para hacerlo pero una
lectura atenta del discurso de las autoridades sugiere indicios firmes de
“consentimiento” y “abrigo” entre la población y cierta tolerancia de
algunas autoridades locales. Por ejemplo, en 1825 el Juez de Paz de San
Vicente remitía detenido a la Marina a “Pablo Ríos por salteador, desertor,
por haber herido con cuchillo a un hombre en una pulpería y a otro
después de haberlo desnudado” y también a Nicolás Cuello “por abrigador
de hombres de esta clase”102. Mas claro aún, es el panorama que
presentaba en 1827 el Juez de Paz de Matanza cuando sostenía que
“Desde los suburbios de la Ciudad hasta lo más remoto de la Campaña hay
infinitos Ranchos cuyas familias numerosas subsisten y se alimentan con lo
que se roba en la Provincia y quizá con lo que se trae de otras partes del
mismo modo”. Para este juez “los ladrones queriendo tener una
salvaguardia y vigía prodigan cuanto tienen para asegurar sus personas y
perpetuar sus crímenes”. De ser cierta esta visión, el circuito de circulación
de bienes que motorizaba el bandolerismo estaba implicando a muchos
más individuos que los salteadores y ellos parecen haber sabido utilizar con
creces estas posibilidades. El juez, además de señalar que “con este
aliciente infame vemos prostituirse y abandonarse porción de familias”
identifica toda una gama de actividades a las que se dedican: “Los unos
con la capa de Labradores, otros con la de cuidadores de Bueyes, otros de
Puesteros y por fin con la de vecinos son unos completos haraganes, que
solo causan la destrucción del País”, un perfil análogo al que trazamos a
partir de las confesiones. Pero, además, el juez se queja de las autoridades
locales que por “una imprudente prédica los toleran y consienten” y lo hace
desde un diagnóstico preciso de la situación: “Estos Ranchos son la fuente
fecunda de los desórdenes; de ellos es de donde nacen los males que
extendiéndose por todas partes como una impetuosa avenida fluyen y
refluyen hasta haberse establecido el sistema de callar á todo lo que se
sabe por no descubrir la complicidad en los hechos y romper las relaciones
de amistad y parentesco que tienen los buenos y laboriosos con los malos
y haraganes, siendo también estos Ranchos la principal causa de falta de
brazos y de la mucha deserción en las tropas”103.
Pero hay una cuestión más y quizás más importante: los estudios más
sólidos mostraron que no existían fronteras infranqueables entre ambas
ocupaciones y que podían ser más dos fases del ciclo de vida antes que
indicadores de dos situaciones de clase. Por tanto, la demarcación entre
peones y labradores no debe ser exagerada pues puede ocultar otros
aspectos tanto o más importantes de la vida popular rural. Para ello es
preciso recuperar la densidad de sus declaraciones. Ellas nos mostrarán
que los salteadores provenían en su mayor parte de ese segmento de
peones que gozaban de movilidad y autonomía como para tener la
posibilidad (o al menos la expectativa) de transformarse en labradores
autónomos y de labradores que entre sus estrategias de supervivencia
incluían el conchabo asalariado más o menos temporario como peones y
que estaban situados al borde de una cornisa social. Los unificaba una
común resistencia y reticencia a la dependencia y su persistente búsqueda
de preservar su autonomía108 amenazaba por varios peligros, pero ante
todo, por la leva y por las oscilaciones del mercado en el que intervenían
tanto como vendedores de productos y fuerza de trabajo como
consumidores.
Estas evidencias indican que las relaciones entre las gavillas de salteadores
y el rosismo debe haber sido más compleja de lo que podría parecer. Sin
duda, ese primer gobierno de Rosas estuvo signado por el firme propósito
de la restauración del orden. Slatta y Robinson han efectuado una
estimación del número de arrestos que efectuó la Policía entre 1827 y
1850158 y esta estimación arroja un promedio anual de 310 detenciones
para todo el período. Sin embargo, entre 1827 y 1832 el número de
arrestos fue muy superior al promedio. La cifra más baja de arrestos se
produjo en 1829 (con 380 arrestos) y probablemente deba atribuirse no a
una mayor tranquilidad pública sino al desquiciamiento del funcionamiento
de la policía durante la crisis. La mayor cantidad de arrestos se produjo en
1830 (850) y 1831 (760). Se ha postulado que ello ofrece una imagen
prístina de la “Restauración de las Leyes” y de la capacidad del primer
rosismo para potenciar la capacidad de acción de la Policía. Sin embargo,
es posible también otra lectura sino alternativa al menos complementaria:
el restablecimiento de la disciplina social era una empresa aún en ciernes y
el número de arrestos policiales podrían estar mostrando que la capacidad
represiva y disciplinadora del estado crecía frente a una población que
continuaba estando altamente indisciplinada. Más aún, hasta el éxito del
estado en estos pocos años puede verse como relativo: hacia 1832, con
Rosas firmemente asentado en el poder, el número de arrestos era de 440,
es decir que tenía los mismos niveles que había tenido en años
convulsionados políticamente como habían sido 1827 y 1828. Los ritmos de
la lucha política y de la disciplina social se nos vuelven a mostrar distintos
y esta arritmia es en sí misma un indicio de que no pueden formularse
relaciones simples y directas entre las intensidades de los conflictos
políticos y de las tensiones sociales. Nuestra muestra de juicios, por su
parte, indica que en estos años la mayor cantidad de causas se iniciaron en
1827, 1830 y 1832 y dado que sólo representan una proporción de la
cantidad de gavillas existentes sugiere que la llegada de Rosas al poder fue
precedida, acompañada y continuada por el accionar de los salteadores. Si
fueron hábilmente manipulados en la crisis de aquel verano caliente de
1829 muchas deben haber sido difíciles de controlar y disciplinar después.
José Luis Molina había sido capataz de la estancia que Francisco Ramos
Mejía organizó en tierras bajo control de los indios pampas a mediados de
la década de 1810. En 1821, tras la brutal represalia del gobernador Martín
Rodríguez Molina se unió a estas parcialidades y condujo sonados malones
contra la frontera. Hacia 1826, obtuvo un indulto y fue incorporado como
baqueano de las tropas provinciales hasta terminar bajo las órdenes de
Rosas. Al parecer Molina conducía su propia gente tanto que Rosas tuvo
que “compensarlo” en julio de 1827 para que se retirara con sus 80
hombres de Chascomús hacia su estancia159. No debe haber sido sencillo
mantener disciplinadas a estas fuerzas: en setiembre de 1827 fue asaltada
violentamente la casa de un Alcalde de Barrio en las afueras de la ciudad
por una gavilla integrada por soldados al mando de su sobrino, Dionisio
Molina160. Durante el alzamiento rural de fines de 1828 Molina y las tribus
amigas tuvieron un destacado papel y después del triunfo federal se
transformó en jefe de una unidad militar hasta su muerte en 1830.
Conclusión
Pero, correr del centro del análisis las motivaciones personales de los
bandidos no implica eludir sus implicancias políticas ni concluir que los
propios bandidos no tuvieran nociones políticas. Ellas eran las que
imperaban en su medio social tras siglos de sistema colonial y fueron
transformadas por las experiencias y los discursos que dos décadas de
revolución y guerra habían traído a la campaña bonaerense. En cierto
sentido, los vínculos que los bandidos terminaron teniendo con la lucha
política puede calificarse provisoriamente como transaccionales. Ellos
suponían una serie de intervenciones que no se sustentaban en una lealtad
inalterable derivados de vínculos de dependencia personal previos sino que
estaban sujetos a adhesiones que debían obtenerse mediante
transacciones, de un modo no demasiado distinto al que intervenían en las
elecciones el común de los paisanos.
Fuente:
http://nuevomundo.revues.org/document309.html