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Bandolerismo y politización

de la población rural
de Buenos Aires tras la crisis de
la independencia(1815-1830)

Raúl O. FRADKIN

Resumen

El propósito de este trabajo es indagar las ambiguas y complejas


relaciones entre dos fenómenos que se desarrollaron en forma simultánea
en la campaña bonaerense durante las décadas de 1810 y 1820: la
creciente movilización y politización de la población rural y el aumento del
bandolerismo rural. Ambos fenómenos tuvieron ritmos y modalidades
diferentes pero su misma simultaneidad invita a profundizar en sus
posibles vínculos y exige sortear la tentación de reproducir en su
reconstrucción histórica la perspectiva desde la cual los observaron las
elites contemporáneas. Sin duda, indagar el proceso de politización de los
sectores rurales y en especial de sus grupos subalternos, no carece de
dificultades y obliga a ampliar el campo de análisis para dar cuenta de las
formas y contenidos específicos que esa politización pudo haber adquirido
entre una población rural cuyo protagonismo se anunció como ineludible en
la crisis de 1820 y adquirió decisiva influencia en la de 1828/29. Para ello
es preciso leer la documentación buscando registrar las múltiples formas
que esa politización pudiera adoptar aunque no lo hiciera apelando a
términos y discursos específicamente políticos ni en acciones de estricto y
claro sentido político. En esta ocasión intentaremos acercarnos a través de
las gavillas de salteadores que asolaron con creciente virulencia a la
campaña de Buenos Aires y sus pueblos tras la crisis de la independencia
rastreando los modos en que sus acciones se engarzaron con una
conflictividad política que también se hacía cada vez más violenta.

Indice

Un panorama general del bandolerismo en Buenos Aires.


Un perfil de las gavillas de salteadores.
“Ladrones famosos”
Bandolerismo y conflictividad social
Bandolerismo y politización: la dinámica de una relación
Conclusión

Texto integral

En 1821 Bartolomé Hidalgo daba a conocer uno de sus famosos diálogos


que constituyeron un capítulo decisivo en la emergencia del género
gauchesco1. Las jugosas conversaciones era protagonizadas por Ramón
Contreras, presentado como un gaucho de la Guardia del Monte y Jacinto
Chano, un capataz de una estancia en las Islas del Tordillo2. En uno de
ellos, Contreras comenta: “Pues yo siempre oí decir/ Que ante la ley era
yo/ Igual a todos los hombres.” Y Chano le contesta: “Mismamente, así
pasó,/ Y en papeletas de molde/ Por todo se publicó;/ Pero hay sus
dificultades/ En cuanto a la ejecución./ Roba un gaucho unas espuelas,/ O
quitó algún mancarrón,/ O del peso de unos medios/ A algún paisano
alivió;/ Lo prenden, me lo enchalecan,/ Y en cuanto se descuidó/ Le
limpiaron la caracha,/ Y de malo y salteador/ Me lo tratan, y a un presidio/
Lo mandan con calzador“3. Los versos de Hidalgo hacen referencia al
intenso proceso de politización que se estaba produciendo entre la
población de la campaña bonaerense, ilustran algunos de los mecanismos
de difusión de nuevas ideas y nociones y ofrecen una imagen bastante
clara de la centralidad de la justicia en esa experiencia. Pero también
aluden a una figura omnipresente en los discursos de las autoridades
políticas, judiciales y policiales de la época: la de “malo” y “salteador”.
Aludía tanto a los llamados “ladrones famosos” como a simples paisanos
“desgraciados” frente a un sistema judicial y policial cada vez más firme y
agresivo. Se trataba de la nueva inflexión de una figura penal de antigua
tradición y profundo arraigo, la de “vago y mal entretenido” que no había
dejado de adoptar connotaciones cambiantes y que, por entonces, tendía a
incluir un universo cada vez más amplio de sujetos. Con el proceso
revolucionario, dentro de ese aglomerado de calificaciones y epítetos
transmutados en figuras penales que se tejieron en torno a la vagancia se
fue imponiendo una forma extrema y por momentos obsesiva: la de “malo”
(y sus sinónimos más frecuentes: “malévolo”, “malhechor”, “forajido” o
preferentemente “facineroso”) y la de “salteador”. En este sentido, los
versos de Hidalgo se nos presentan como una suerte de poetización del
lenguaje rutinario de los expedientes judiciales.

Los “malos” y “salteadores” eran los nombres habituales de la época para


referirse al fenómeno del bandolerismo y sobre todo del bandolerismo
rural. En este trabajo se intenta una primera aproximación a su análisis
durante las décadas de 1810 y 1820 buscando comenzar a llenar un vacío
sugestivo en la historiografía argentina. Ante todo porque la rica historia
del género gauchesco no sólo transformó a algunos bandidos reales (y a
otros imaginarios) de figuras criminales en símbolos populares sino que
suministró materiales para diseñar desde arquetipos de la nación hasta
objetos de culto y devoción popular4. Por ello, no deja de llamar la
atención que en la Argentina fueron muy escasos los estudios históricos del
bandolerismo. Y, aunque a fines de los años 60 se conoció uno de los
primeros intentos latinoamericanos por indagar un ejemplo de
“bandolerismo social”5, no es demasiado lo que ha avanzado la
investigación empíricamente fundada desde entonces6, a diferencia de lo
sucedido para otras áreas de Latinoamérica. En cambio, en los últimos
años se ha registrado un renovado interés por la historia política durante la
transición del orden colonial al republicano. Todo un haz de problemas ha
sido puesto en análisis: las nuevas formas de sociabilidad, los debates y
conflictos en torno a la soberanía y la representación, las prácticas
electorales, la construcción de la ciudadanía, la configuración de una esfera
pública o la conformación de las identidades colectivas y, en especial, de
las nacionales7. Una rápida mirada de esta producción permite advertir que
la atención estuvo concentrada en los grupos elitistas y que recién
comienza a indagarse en profundidad a los grupos subalternos8. Esta
situación, por cierto, es mucho más acentuada en la historiografía
argentina que en la americanista dada la existencia de una rica tradición de
estudios acerca de las intervenciones indígenas, esclavas y campesinas.
Sin embargo, las intervenciones populares en los procesos de
independencia ha sido menos indagada que las producidas en otras fases
históricas9.

La cuestión aparece como de importancia crucial para el área rioplatense y


para Buenos Aires en particular, donde la crisis revolucionaria trajo
aparejada una intensa movilización política que no tardó en abarcar a una
población rural en rápido crecimiento y que, al mismo tiempo, afrontaba
los desafíos que suponían la construcción de un orden institucional en la
campaña, la valorización de los bienes agrarios y una disputa creciente por
la afirmación de los derechos de propiedad10. Estos cambios modificaron
sustancialmente las relaciones entre la ciudad y la campaña que pasó a ser
incluida en el diseño institucional del nuevo estado provincial. En otros
términos, la revolución provocó una intensa politización en un mundo rural
que no tenía mayores experiencias al respecto, ni siquiera en las formas de
acción política del antiguo régimen; no está demás recordar que sólo uno
de los pueblos de campaña - la Villa de Luján, situada a unos 70 km al
oeste de la ciudad- adquirió el estatuto legal y jurídico que lo hiciera sede
de un cabildo.

El propósito de indagar el proceso de politización de los sectores rurales y


en especial de sus grupos subalternos, no carece de dificultades. Obliga a
ampliar el campo de análisis más allá del mundo de las elites urbanas para
dar cuenta de las formas y contenidos específicos que esa politización pudo
haber adquirido entre una población rural cuyo protagonismo se anunció
como ineludible en la crisis de 1820 y adquirió decisiva influencia en la de
1828/29. Tal propósito invita a leer la documentación buscando registrar
las múltiples formas que esa politización pudiera adoptar aunque no lo
hiciera apelando a términos y discursos específicamente políticos ni en
acciones de estricto y claro sentido político. Se trata de indagar los modos
en que los paisanos interpretaron los nuevos desafíos e identificar las
disímiles maneras en que la politización de sus vidas los hacía comprender
antiguos y nuevos conflictos.

Desde que Eric Hobsbawm acuñara la categoría de “bandolerismo social”


en 195911, la discusión no ha dejado de plantearse y esquemáticamente
pueden registrarse tres fases. Primero, hubo una aceptación entusiasta y
se multiplicaron los estudios sobre bandidos más o menos célebres; este
entusiasmo derivó en la difusión de un argumento que se apartaba y hasta
negaba el enfoque de Hobsbawm: la tendencia a considerar toda forma de
criminalidad (y en especial si era practicada por sujetos subalternos) como
una expresión de resistencia y protesta social. En una segunda fase,
predominó el escepticismo y los estudios generalmente concluían en la
imposibilidad de registrar históricamente evidencias firmes de
“bandolerismo social”. Por último y más recientemente, la cuestión sigue
abierta: de un lado, se ubican aquellos que consideran al bandolerismo
como expresión de la lucha política de las facciones elitistas negándole la
posibilidad de expresar alguna forma de conciencia subalterna; de otro,
quiénes postulan la necesidad de inscribir al bandolerismo como una
opción dentro del repertorio de acciones que disponía el campesinado sin
asignarle un lugar prefijado en una escala evolutiva12. En cualquier caso el
debate expone las dificultades de adecuación del enfoque Hobsbawm a las
realidades latinoamericanas. Ello no es causal pues su esquema
interpretativo partió de una imagen de “campesinado tradicional” que
difícilmente pueda ser asimilable a las realidades latinoamericanas.
Construido inicialmente a partir de evidencias italianas y españolas el
propio Hobsbawm admitió que debió ampliar su enfoque del bandolerismo
y la rebeldía primitiva al tomar contacto con Latinoamericana en la década
de 196013. Para decirlo con sus propias palabras, Latinoamérica se le
presentó como “un laboratorio del cambio histórico, casi siempre muy
distinto de lo que habría cabido esperar, un continente creado para socavar
las verdades convencionales”14.

A fuerza de simplificar extremadamente la discusión puede decirse que se


ha pecado de tentación taxonómica. Como es sabido, Hobsbawm consideró
al bandolerismo social como la forma de expresión más primaria de
aquellos movimientos sociales a que los calificó de “arcaicos” y
“prepolíticos”15, categorías discutibles y discutidas, pero que tuvieron en su
momento una virtud: interpelaban a los historiadores para que indagaran
formas distintas de la acción política. Y, al mismo tiempo, Hobsbawm logró
inquietarnos acerca de las razones profundas, opacas (y quizás negadas)
por las cuales los bandidos han sido tomados recurrentemente como
símbolos y en torno a los cuales se ha forjado una tradición cultural.

En esta ocasión nos centraremos sólo en la primera línea de reflexión. En


otros términos, nuestro enfoque buscará registrar en el ambiente de la
vida social las incidencias de la nueva experiencia política. El camino
elegido es, por lo menos, incierto: nuestro interés es indagar la política
fuera de la esfera propiamente política y para ello nos aproximaremos a
una de las facetas más opaca a la observación de este fenómeno, quizás la
más opaca y ambigua. Se trata de indagar las relaciones entre el proceso
de politización y la simultánea proliferación del bandolerismo. Para ello la
atención se concentra en su más agresiva forma de expresión: las gavillas
de salteadores. Se trata de grupos de hombres armados que realizaban
asaltos en caminos, pueblos y establecimientos rurales y cuyos objetivos
trascendían el simple cuatrerismo pues abarcaban el saqueo de todo tipo
de bienes. Se trata, así, de una de las formas de delito más graves: el robo
en banda. Esta forma delictiva presentaba, por sus propias modalidades,
implicancias que trascendían el simple robo y suponían de algún modo una
quiebra de la disciplina social y una amenaza (al menos potencial) para las
autoridades. Desde esta perspectiva, aunque las gavillas de salteadores no
tuvieran objetivos políticos sus acciones podían tener implicancias políticas
y sus protagonistas debían de algún modo estar influidos por la politización
general del ambiente social. A partir de esta delimitación trabajaremos
principalmente con un conjunto de fuentes judiciales y policiales16
completadas con partes e informes remitidos desde la campaña hacia la
ciudad y la prensa periódica de la época.

Un panorama general del bandolerismo en Buenos Aires.

El primer paso será trazar un cuadro general del desarrollo del


bandolerismo en Buenos Aires, tratando de otorgar alguna claridad a un
panorama todavía difuso y borroso. Para ello recurriremos primero a
registrar las percepciones que tuvieron las elites y las autoridades del
fenómeno y luego nos internaremos en el análisis de los expedientes
judiciales.

Desde la década de 1770 se puede observar en la documentación


crecientes referencias al accionar de bandas de salteadores. En su mayor
parte provienen de la Banda Oriental y en menor medida de otras zonas
del área rioplatense y en general se referían a corambreros o changadores
dedicadas al tráfico ilegal de cueros. Hacia la década de 1790 pareciera
que la situación empieza a cambiar y las referencias se acrecientan en
Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba y, en menor medida, en Buenos Aires. Así,
en 1793, una Junta de Hacendados de Buenos Aires y Santa Fe reclamaba
por la cantidad de “vagos y malhechores, salteadores y ladrones de ganado
de la campaña” pero también por algunas gavillas que andaban “salteando
y saqueando casas” en el norte de la campaña bonaerense (en Areco,
Fontezuelas, Arrecifes, Tala y Arroyos)17. Poco después también eran
abundantes las quejas que llegaban desde Entre Ríos18 donde entre 1798 y
1799 varias bandas de salteadores asolaron pueblos, pulperías y estancias
robando ganados pero también mujeres en las costas entrerrianas del
Paraná y del Uruguay19; al parecer, la más numerosa estaba integrada por
varios desertores del cuerpo de Blandengues20. A su vez, entre 1800 y
1801, otra importante gavilla asaltó algunos poblados entrerrianos y
extendió sus acciones también sobre el pueblo de Las Víboras en la Banda
Oriental21, un área donde el accionar de los salteadores parece no haber
dejado de crecer desde entonces. Aunque no estamos en condiciones
todavía de trazar un cuadro preciso del bandolerismo a fines período
colonial en el conjunto del área rioplatense las evidencias disponibles
sugieren que las gavillas de salteadores eran frecuentes, que muchas
veces se reclutaban entre desertores y perseguidos de la justicia y que su
patrón de actividades incluía desde el contrabando de cueros y ganados al
Brasil hasta el saqueo de pulperías y poblados y que no era infrecuente el
“robo” de mujeres.

A su vez, estas evidencias sugieren que las gavillas sólo ocasionalmente


actuaron en territorio bonaerense. En todo caso, algo es bastante claro:
hasta fines de la colonia los salteadores no eran vistos como una seria
amenaza para un orden social cuyo centro estaba en la ciudad y que
atendía poco (y mal) lo que sucedía en las campañas. Aquí la situación
comenzó a cambiar a partir de 1810. Un puntilloso observador de la época
no dejó de anotar que a principios de octubre de 1811 abundaban en la
ciudad las partidas de veintenas de hombres armados que efectuaban
asaltos “valiéndose del nombre de la justicia”22. Así, hacia 1812 el gobierno
revolucionario tomaba medidas extremas para afrontar "la escandalosa
multitud de robos y asesinatos que á todas horas y diariamente se
cometen en esta ciudad y extramuros, por partidas grandes de ladrones"23
y organizó una fuerza militar para detener a quienes tuvieran “fama de
salteador” y que según su comandante “abundan en estas campañas“24. En
sus memorias, Pedro J. Agrelo, integrante de la comisión especial de
justicia que se organizó ese año describió con claridad las dos
preocupaciones centrales que ella tenía. Por un lado, la persecución de los
individuos y grupos contrarios al gobierno revolucionario y sobre los cuales
recayó una durísima represión en julio con decenas de condenados a
muerte y centenares de deportados. Por otro, “los robos y violencias a que
quería declinar insensiblemente la multitud en las clases inferiores”. En
opinión de Agrelo mientras que “en tiempos tranquilos […] siempre son
menos los delitos y de menos trascendencia, que en los principios de una
revolución en que rotos de repente todos los vínculos de la sociedad y
alterado el orden de las ocupaciones ordinarias de los ciudadanos, los
pueblos se desmoralizan y cada uno se considera autorizado para tomarse
mayores licencias, con el nombre de libertad […] Tal era, pues, el estado al
que iba deslizándose la plebe aprovechando la contracción de todas las
autoridades a los objetos preferentes de la revolución”25.

La situación debe haber empeorado hacia 1817 cuando el Director


Supremo decidió la "suspensión al giro ordinario de las fórmulas judiciales"
organizando una "comisión militar para conocer sumariamente en las
causas"26. El reclamo de “vindicta pública” se propagó inmediatamente a la
justicia y los fiscales exigían “castigar y escarmentar esta clase de
delincuentes de que tanto abunda el Pays”27. Era otra manifestación del
giro crecientemente conservador y autoritario de una elite revolucionaria
cada vez más basada en su poder militar y en un reclutamiento compulsivo
efectuado en el mundo rural28.

Como es sabido, la guerra de independencia dio curso a una guerra civil


que adoptó la forma de una “guerra de recursos” con el saqueo de la
población como práctica generalizada29. En Buenos Aires, la situación se
tornó crítica desde octubre de 1819 cuando las tropas de Estanislao López,
gobernador de Santa Fe, unidas a las del exiliado chileno José M. Carrera
atacaron y saquearon el pueblo de Pergamino. Esta situación se generalizó
tras la batalla de Cepeda en febrero de 182030. Era una crisis sin
precedentes para el grupo revolucionario que se había hecho del poder diez
años antes: no sólo significó el desmonoramiento del poder central que
había intentado sustituir al poder virreinal sino también una situación de
casi permanente beligerancia (tanto entre Buenos Aires y Santa Fe como
entre esta provincia y su antigua aliada Entre Ríos) con reiteradas
incursiones militares a lo largo de todo ese año31. Pero, además, abrió una
fenomenal crisis política en Buenos Aires que no se apaciguó sino después
del mes de octubre y que acrecentó el temor de la elite a una sublevación
de la plebe urbana32. En estas condiciones el accionar de las gavillas de
salteadores parece haberse multiplicado en la ciudad33. En la campaña los
pueblos fueron asolados por las incursiones de fuerzas militares y la
inquietud se propagaba entre los vecinos que se armaban para contener a
las partidas de ladrones que “se habían diseminado por todos los
Partidos”34. Aunque la crisis política comenzó superarse en octubre de
1820, el accionar de las gavillas no se detuvo. Esta inercia sugiere que los
efectos de la crisis en el plano social tendían a prolongarse por más tiempo
que en el plano político e institucional. Así, en diciembre la Junta de
Representantes advertía acerca de "la multiplicación de crímenes, que
desgraciadamente han escandalizado al público en estos últimos tiempos y
siguen escandalizándolo"35.

Mientras tanto, desde mediados de la década de 1810 se hacía evidente


que la paz relativa que imperaba en la frontera con las sociedades
indígenas pampeanas estaba llegando a su fin y que estas parcialidades
indígenas se transformaban cada vez más en un actor de la política
criolla36. La alarma llegó al paroxismo cuando el 3 de diciembre de 1820
José M. Carrera y más de 2000 indios saquearon el pueblo de Salto. La
represalia gubernamental abrió un ciclo de extrema tensión interétnica en
la frontera y en los años siguientes varios pueblos fueron atacados por
contingentes indígenas37.

En todo caso, la restauración del orden institucional no parece haber


disciplinado al mundo rural. Por el contrario, a mediados de 1821 el
periódico oficial se hacía eco del “clamor general” existente en la
campaña38 y en agosto describía una "general insubordinación y desprecio
de la autoridad de la justicia”, se quejaba porque se había extinguido “la
obediencia habitual" y para fundamentarlo relataba un entredicho con un
demandado quién habría contestado la intimación del oficial de justicia de
modo insolente: “vaya la cámara enhoramala, que su autoridad ha
caducado, porque estamos en anarquía; y lo repulsó con armas"39. A su
vez se reclamaba que “la campaña sea purgada de centenares de
malhechores que la infestan”40 y algunos periódicos no dejaban de advertir
que "el número de ladrones en la campaña se aumenta cada vez más;
porque el número de pobres sin recursos también se aumenta, como el de
los haraganes y jugadores”41. Los reclamos también provenían de las
autoridades locales: en febrero de 1825 el Juez de Paz de Morón
denunciaba como “abundantísimo el número de los malvados que
perturban la tranquilidad"42 y quejas semejantes llegaban de casi todos los
pueblos.

En la elite urbana imperaba una visión pesimista del mundo rural. Un lugar
preferente en este diagnóstico lo tenían las gavillas de salteadores en la
medida, consideradas como la manifestación más agresiva de una
criminalidad tan extendida como tolerada. Desde su perspectiva era
imperioso realizar una reforma profunda del mundo social y sus
costumbres a las que se atribuían las causas de la amenaza criminal. La
elite porteña propugnó la construcción de un orden institucional más sólido
en la campaña en el cual los Juzgados de Paz y las Comisarías de Campaña
debían tener un lugar privilegiado43. Se buscaba disciplinar una población a
la que se calificaba de díscola e insolente para obtener la afirmación de los
derechos de propiedad. Las consecuencias fueron inmediatas. Por un lado,
se operó un creciente distanciamiento entre las concepciones y valores que
la elite gubernamental impulsaba y la mayor parte de la sociedad rural en
la media que antiguas y arraigadas prácticas consuetudinarias iban
cayendo bajo el influjo de la criminalización44. Por otro, se exacerbó la
persecución de la vagancia se amplió a una variedad mayor de sujetos y
prácticas y terminó por ser aplicada no sólo a individuos sueltos sino
también a familias45.

Esta situación adquirió ribetes más dramáticos durante la presidencia de


Rivadavia46 mientras se realizaba la guerra con Brasil y cuyo resultado
inmediato fue un aumento sin precedentes de la presión enroladora del
estado sobre la población rural bonaerense. Rápidamente se generalizó la
deserción, aumentó el bandidaje y las quejas crecieron vertiginosamente.
En octubre de 1826 el Gobierno le recomendaba al máximo Tribunal de
Justicia que “las causas criminales de robos sean terminadas con la
prontitud que demanda la tranquilidad y seguridad pública” dado que “los
desórdenes y robos se aumentan continuamente extendiéndose así la
desmoralización más funesta y poniendo en sobresalto las personas y las
fortunas y en peligro la tranquilidad pública”47. Todo ello en un marco de
creciente disputa política donde tomó forma el enfrentamiento entre
unitarios y federales.

Con la llegada al gobierno provincial de los federales liderados por Manuel


Dorrego el accionar de las gavillas parece haber decrecido aunque no
desapareció. Por entonces, un fiscal reclamaba un “castigo ejemplar que
afirme la tranquilidad de los hacendados” y sostenía que “Si en algunos
delitos es casi necesario no ser escrupulosos en las formas judiciales es en
los que se conoce en los asaltos de las casas de campo pues solamente un
castigo cierto y pronto puede contener a los malvados de cometerlos"48.

En estas condiciones, el 1º de diciembre de 1828 se produjo el golpe de


estado comandado por Juan Lavalle, jefe del ejército de la Banda Oriental,
y propiciado por los unitarios que depuso y fusiló al gobernador Dorrego. El
resultado inmediato fue el estallido de la guerra civil en territorio
bonaerense sostenida por un fenomenal alzamiento de la población rural
contra los insurrectos y que sólo meses después terminará por quedar bajo
el liderazgo de Juan Manuel de Rosas. Entre diciembre de 1828 y abril de
1829 en el alzamiento tuvieron intervención una amplia variedad de
actores: la mayor parte de las milicias rurales de las que Rosas era el
Comandante General, los peones de sus estancias, algunos contingentes
del ejército regular que desobedecieron a sus mandos y en general los
soldados que desertaban y se pasaban a las fuerzas federales, las llamadas
“tribus amigas” con las que Rosas había establecido una estrecha alianza,
milicianos santafesinos suministrados por López y una serie de bandas
armadas algunas de las cuales estaban lideradas por varios “ladrones
famosos”. Estas bandas tuvieron un protagonismo decisivo adoptando una
estrategia que combinaba el hostigamiento a las fuerzas unitarias, el
saqueo de estancias, la ocupación y asalto de los poblados rurales y hasta
llegaron a cercar la ciudad e incursionar en sus arrabales. Mientras la
campaña se alzaba detrás de las banderas federales las quejas por el
accionar de los salteadores se multiplicaron como nunca antes. Los voceros
del gobierno y su prensa adicta no dudaron en calificarlas como partidas de
“anarquistas” y postularon que su acción estaba dirigida y orientada por
Rosas49.

Es dudoso que sea la única explicación. Lo cierto es que después de


terminada la contienda los asaltos continuaron. Más aún, las gavillas
continuaron después de la llegada de Rosas al poder en diciembre de 1829.
Así se puede registrar en las tramitaciones judiciales que devuelven una
imagen mucho más dificultosa de la restauración del orden de lo que
pretendía la propaganda gubernamental y ha aceptado la historiografía. El
4 de marzo de 1830 un fiscal propuso el careo entre un comisario y los
acusados de un robo en gavilla para indagar los violentos procedimientos
de aquel; sin embargo, el juez desestimó inmediatamente el pedido
argumentando: “no estando obligado el comisionado a justificar la justicia
estricta de sus procedimientos en cuanto a la prisión de los individuos
contenidos en el sumario pues debe haber nacido de algún aviso, que en
las presentes circunstancias de desorden de la plebe no debe despreciarse,
no ha lugar a lo pedido por el agente”50. Para marzo de 1831, un fiscal
seguía quejándose “del número de esos malévolos que infestan nuestro
territorio de modo que no hay seguridad ni en los caminos ni dentro de las
murallas domésticas”51 y en mayo la pena de azotes a unos reos que la
Cámara de Justicia dispuso que se efectuara en el pueblo de San Vicente
no pudo cumplirse dada “La total escasez de salvaguardias en que se halla
en el día la campaña pues en las postas ni puede proporcionarse a los
chasques” según dijo el Jefe de Policía52.

Como puede registrarse las impresiones de los miembros de la elite


tienden a ser redundantes. Casi siempre la situación era presentada como
peligrosa y los salteadores como una auténtica plaga que infestaba el
cuerpo social. Por cierto que estas expresiones nos dicen más de sus
temores y preocupaciones (y de su modo de percibir el mundo rural y
popular y la criminalidad) que de la magnitud efectiva de las gavillas. La
mirada hasta aquí efectuada es, por tanto, demasiado impresionista. Cabe
preguntarse si no es posible medir de algún modo la verdadera magnitud
del accionar de las gavillas. Para ello una posibilidad es sistematizar la
información que suministran las causas judiciales abiertas contra estas
gavillas de salteadores. Los resultados pueden verse en la tabla que
además de informar acerca del número de causas por año indica su
distribución regional considerando el lugar donde se produjeron los hechos
juzgados.

Para estas dos décadas hemos podido hallar 98 expedientes judiciales


abiertos contra individuos acusados de integrar gavillas de salteadores.
Una primera aclaración: no hemos considerado otros 92 expedientes
abiertos por cuatrerismo dado que se trata de un tipo de causa que ofrece
una extrema variedad de formas de acción y que en la mayoría de los
casos no pueden adjudicarse a la actuación de una banda armada;
obviamente, en varios casos las gavillas también practicaron robos de
ganado: por lo tanto, en aquellos casos en los cuales explícitamente se
hiciera referencia a que los robos hubieran sido realizados por una gavilla
los hemos considerado entre los salteadores.

Segunda aclaración: nuestro listado está muy lejos de reflejar el conjunto


de gavillas que efectivamente operaban en la campaña bonaerense y sólo
indica la cantidad de causas judiciales que encontramos. Sin duda ello
plantea un problema crucial: ¿qué proporción de las gavillas de salteadores
fueron efectivamente juzgadas? Resulta imposible ofrecer una respuesta
indudable a este interrogante y para estimarlo hemos efectuado una
observación complementaria: tomando en consideración que durante 1826
se iniciaron 12 causas judiciales contra gavillas (el mayor número de todo
el período) hemos procedido a registrar todas las referencias que
aparecieron acerca de ataques producidos por gavillas en los partes de
novedades y las comunicaciones que los comisarios y autoridades civiles y
militares de la campaña elevaban al gobierno. Así, y evitando
superposiciones, hemos podido estimar que ese año a las 12 causas
deberían agregarse al menos otras 37 gavillas; de modo que los juicios
sólo estarían dando cuenta de un cuarto de las gavillas realmente
existentes.

Una tercera aclaración es necesaria. Un escrutinio de los expedientes


permite registrar hábitos perdurables de la acción policial: una vez
enterado el comisario de un asalto se iniciaba una rápida acumulación de
detenciones de individuos más allá de que existiera alguna prueba efectiva
de su participación en el hecho; en la mayor parte de los casos las
detenciones parecieran haberse basado en rivalidades previas con las
víctimas y sobre todo, en la “fama” que los sospechosos tuvieran entre el
vecindario. No extraña, entonces, que las detenciones incluyan a veces
familias completas y a los que permanente o circunstancialmente se
hallaran en casa de los sospechosos. A partir de la detención, el sumario
policial consistía más en que el acusado tratara de probar su inocencia y,
sobre todo, que esa fama era falsa que en la demostración probatoria de
su culpabilidad53. Así, como dijo un testigo de Benito Peralta "lo ha
conocido desde criatura y le consta que es un facineroso, ladrón y cuanto
malo puede decirse".54 En consecuencia, los perfiles de los acusados
expresan mejor quienes eran para las autoridades los “peligrosos” que
aquellos que efectivamente integraban las gavillas.

Por último, la evolución de la serie debe estar expresando de algún modo


la eficacia del sistema judicial reformado en 1821: como puede verse en la
tabla, sólo 21 de las 98 causas corresponden a la década de 1810. Sin
embargo, también debe considerarse que en años críticos mientras la
información contextual sostiene la impresión de un aumento considerable
del número de gavillas, el número de expedientes es extremadamente
bajo: así en 1820 sólo se abrieron seis causas y en 1829 nada más que
tres55.
Tabla: Distribución anual y regional de los juicios a gavillas de salteadores

Año Ciudad Cercana Norte Oeste Sur Sin Total


datos

1811 1 2 3

1812 2 2 4

1816 1 1

1817 1 1 2

1818 1 2 2 5

1820 1 3 1 1 6

1821 1 1 1 4 1 8

1822 2 3 5

1823 1 2 1 1 2 7

1824 1 2 2 2 7

1825 1 3 1 2 1 8

1826 3 4 3 1 1 12

1827 3 2 1 1 7

1828 1 1 1 3

1829 1 2 3
1830 4 2 1 7

1831 1 1 2

1832 3 2 1 1 1 8

Total 19 30 9 25 8 7 98

Fuentes: Expedientes conservados en el fondo Tribunal Criminal del AGN y en los


fondos de Juzgado del Crimen y Real Audiencia y Cámara de Apelaciones en el
AHPBA.

Con todos estos recaudos los datos de la Tabla pueden ser de alguna
utilidad. Ellos sugieren que las gavillas de salteadores pasaron de ser un
fenómeno esporádico pero recurrente durante la década de 1810 a uno
permanente en la siguiente. El cambio debió producirse en torno a 1820 y
las gavillas sólo se habrían reducido tras el esfuerzo institucional
desplegado para reconstruir el orden y constituir el nuevo estado
provincial. A mediados de esa década el aumento de las causas debe estar
indicando no sólo una mayor capacidad estatal de represión sino también
la creciente resistencia social que se diseminaba. En consecuencia, las
gavillas no habían sido erradicadas cuando estalló la crisis de 1828-29
durante la cual su accionar pareciera haberse subsumido en la vasta
sublevación social que sacudió a la provincia durante ese ardiente verano y
que terminó por catapultar a Rosas al gobierno de la provincia56. Una vez
restaurado el orden las gavillas siguieron operando aunque sin la
intensidad que el fenómeno habría tenido a mediados de los años 20.

Si tenemos en cuenta la distribución regional de las causas la tabla nos


muestra que las gavillas de salteadores no eran un fenómeno de las
fronteras con los indios57. Por el contrario, la mitad de las gavillas
desarrollaron sus actividades principalmente en la ciudad y su área rural
inmediata a la que hemos denominado como campaña cercana58. En un
destacado segundo rango se encuentran los partidos que se extendían
hacia el oeste que junto a las cercanías eran el área agrícola por excelencia
y de producción mixta59. En consecuencia, las zonas que eligieron las
gavillas para actuar eran las más pobladas de la provincia, las que
contaban con mayor cantidad de poblados y también las mejor controladas
por las estructuras de poder institucional. Las zonas más alejadas de la
ciudad (el norte60 y el sur61), ocupan claramente un tercer rango. No deja
de ser llamativa a primera vista esta distribución pues estas últimas zonas
reunían algunas de las características básicas que se han postulado
generalmente para explicar la proliferación del bandolerismo. El norte era
un área básicamente ganadera, atravesada por los caminos que
comunicaban a Buenos Aires con las provincias interiores, con una frontera
indígena poco y mal guarnecida y que además lindaba con Santa Fe; los
partidos del norte fueron el espacio de tránsito y acantonamiento de las
fuerzas militares porteñas y también de las que invadían la provincia. El
sur era también un área ganadera y el epicentro de su expansión desde
mediados de la década de 1810; allí estaban las zonas de fricción por
excelencia con las sociedades indígenas y también las tribus amigas. La
capacidad efectiva de control de la estructura judicial y policial de poder
era en ambas zonas muy reducida aunque el sur tenía una estructura
militar y miliciana más sólida.

Pero ¿dónde estaban los “santuarios” de los salteadores? Las informaciones


policiales algo nos dicen al respecto. En ellas se identifica, ante todo, a los
montes o “islas” del Tordillo, en la frontera sur. Allí en mayo de 1828 un
comisario denunciaba la “existencia de un número considerable de
criminales, desertores, y otros hombres tan inútiles como perjudiciales”62;
ubicados en la frontera, estos montes parecen haber sido el lugar de
refugio de múltiples perseguidos desde el siglo XVIII y eran al mismo
tiempo un punto privilegiado de los circuitos clandestinos de intercambio
con los indios. Los partes policiales también mencionan las islas del
Paraná, desde Baradero, en el extremo norte, hasta San Fernando, a las
puertas dela ciudad: sus montes ofrecían leña y frutos a los “montaraces”
y solían ser refugio habitual de los perseguidos y una ruta privilegiada del
intercambio clandestino con la Banda Oriental desde el siglo XVII. Así, en
1825, una petición vecinal de San Fernando sostenía que los montes eran
“una casa de forajidos que necesita la más alta atención; en ellos viven los
hombres sin jueces, cometiendo delitos a medida que se presentan los
casos –teniendo mujeres (de las que se llaman robadas), engañando a
cuantos pueden, y sin más religión que la de los pampas”63. A su vez, los
bañados de los partidos inmediatos a la ciudad eran otros lugares donde
los salteadores podían buscar refugio. Así en diciembre de 1827 un
comisario inspeccionó el bañado de Quilmes tratando de identificar “los
Sujetos que residen en aquella parte de la costa aprehendiendo a los
Bagos y Perjudiciales que se encuentran”; tras la recorrida detuvo a un tal
Eduardo Cuello “por sospechoso y no tener papeleta que acredite su
ocupación y haberse encontrado adentro de los cangrejales en las Pajas
durmiendo” y por versiones de los pescadores de que allí se refugiaba
cuando se acercaba alguna partida64. Por último, las informaciones
policiales indican también que los salteadores buscaban refugio y solían
tener residencia en los arrabales de la ciudad, en los ranchos y los cuartos
de alquiler en torno a sus plazas donde llegan los frutos al mercado
urbano, cerca de los saladeros y en el abigarrado mundo que se había
conformado en las quintas de sus afueras. Era este dificultoso control de la
periferia urbana el que acicateaba los temores de la elite urbana65.
Un perfil de las gavillas de salteadores.

Para tener una idea aproximada reseñemos las acciones desplegadas por
una gavilla entre 1818 y 1824. La primer noticia que tenemos es que en
1818 asaltó en Areco las casas de un sargento y de un importante
hacendado. En agosto de 1820 unos 20 individuos armados con sables,
pistolas y tercerolas asaltaron una estancia en Pilar simulando ser una
partida militar; el asalto fue extremadamente violento, la casa fue
saqueada por completo llevándose los gavilleros toda la ropa y el dinero
que encontraron, incendiaron el techo de un rancho y asesinaron a dos
moradores. En el sumario se identificó a integrantes de varias gavillas que
estaban siendo buscados (como los famosos “hermanos Melo” y en
especial Atanasio Melo, alias “Tango”) y también a varios soldados; sin
embargo, la mayoría de los acusados resultaron ser peones y labradores
residentes en la zona sin antecedentes penales. En diciembre de 1820
algunos de sus miembros asaltaron en Areco la casa de una parda,
asesinando a su marido. La gavilla continuó actuando por lo menos hasta
1824 robando ganados y realizando asaltos en varios partidos (San Antonio
y Fortín de Areco, Exaltación de la Cruz, Pilar, Morón, San Isidro y Flores).
El ejemplo, aunque excepcional por la duración de esta gavilla, permite
advertir algunos rasgos característicos. En rigor no se trataba de una
banda permanente sino de una constelación inestable y sin una jefatura
fija; dentro de esa constelación algunos individuos actuaban
reiteradamente junto a otros que se unían circunstancialmente; entre ellos
no faltaban los milicianos (soldados y suboficiales), eran frecuentes los
desertores del ejército pero en su mayoría eran peones y labradores
radicados en la zona66.

La gavilla típica era una formación transitoria que contaba con 4,6
integrantes de promedio. Sin embargo, podía haber otras mucho más
numerosas (que llegaban hasta la treintena) y la evidencia sugiere que en
estos casos debió tratarse de la reunión momentánea de varias gavillas
menores. La mayoría de las gavillas tenían corta duración y se
conformaban para producir uno o dos asaltos en el mismo partido o en sus
alrededores, aunque hubo algunas que extendieron notablemente su radio
de acción. Al ejemplo anterior podemos sumar otros: en julio de 1825 una
gavilla que había realizado robos de ganado y asaltos desde Arrecifes (en
el extremo norte de la provincia) hasta Luján (en el oeste); la mayor parte
de los acusados eran paisanos calificados como vagos y varios “ladrones
famosos” con antecedentes de salteadores67. En enero de 1831 fue
desbaratada otra gavilla que había operado desde las afueras de la ciudad
hasta los puntos más alejados de la frontera oeste68.

Para saber quiénes eran los acusados de integrar gavillas de salteadores


nos centraremos en las confesiones69. Ante el juez de la causa, el acusado
debía responder las reconvenciones y los cargos que surgían del sumario
policial con sus anteriores declaraciones. Esta instancia, probablemente, es
la que nos acerca más a la versión que cada uno daba de los hechos y de
su vida. Una versión distorsionada seguramente. No era sino la versión que
de sus palabras daba el escribiente y se suponía que el derecho de defensa
estaba asegurado por un padrino designado al efecto. En el interrogatorio
el acusado pareciera oscilar entre negar los cargos sin mayor explicación,
afirmar lo que cree que el juez espera escuchar o descargar las culpas
sobre otros, en especial sobre los prófugos que inevitablemente terminan
siendo los peores de la gavilla70.

Sólo seis de más de un centenar de acusados dijo que sabía firmar. Y, sin
embargo, en las confesiones a veces aparecen argumentos sugestivos,
retazos de sus declaraciones de los que emergen nociones que invitan a
pensar que, de algún modo, disponían de una cierta cultura jurídica71

Estas confesiones nos informan sobre el estado civil de 118 hombres: 57


dijeron ser solteros, 47 casados y 4 viudos. Conviene no dejarse atrapar
por esta simpleza que esconde una variedad de situaciones de la inestable
realidad familiar rural. De esta forma, la proporción de “casados” es
desmesurada para lo que sabemos sobre el matrimonio rural72 y debe
estar incluyendo diferentes formas de cohabitación y amancebamiento
aunque la inmensa mayoría prefirió describirse como “casados”. Pero,
algunos no dudaron en reconocer su situación: María de la Cruz Figueroa,
una mujer de 26 años, soltera, nacida en Córdoba y “ejercitada en coser
costuras”, reconoció que vivía con José Quirós a quién calificó como “el
hombre que la mantenía” diciendo que “solía traer ganado y con eso la
mantenía y cuando andaba desocupado se ponía a jugar”. La respuesta
parece haber molestado al juez que le recriminó “su público
amancebamiento ofensivo de la moral y las costumbres”, pero María
respondió con decisión “que su amancebamiento sería porque así le
convenía”73. Más grave debe haber sido para el juez la situación de
Laureana Rodríguez a quién “a más de hallarle prendas del robo en su
poder consta que siendo mujer legitima de Tomás Molina está haciendo
vida amaridable con el fingido oficial comandante José Ramírez”, como se
postulaba el jefe de una gavilla74. Sin embargo, las acusadas fueron muy
pocas y casi siempre por disponer en sus casas de algunos efectos
robados. La cantidad de “casados” devuelve una imagen que aleja a estos
acusados del estereotipo del perseguido por vagancia, mayoritariamente
joven y soltero e incluso del común de los detenidos por los juzgados de
paz en la década siguiente que en un 70% eran solteros mientras que en
nuestra muestra no llegaban al 49%75.

Las edades de los acusados deben ser tomadas con cuidado dado que en
muchos casos los jueces sólo anotaron si el acusado era o no mayor de
edad (25 años) y porque no fueron pocos los detenidos que dijeron ignorar
cual era su edad y entonces les fue asignada por el juez a partir de su
apariencia (y su estereotipo). Disponemos así de datos de edad para 115
hombres: la edad mínima registrada fue de 12 años y la máxima de 51 un
espectro lo suficientemente amplio como para intentar cualquier
generalización abusiva: el 51,3% contaba entre 20 y 29 años, el 26,9%
entre 30 y 39 y un 9,5% era menor de 19 años. Predominan los jóvenes
aunque no tanto como podría esperarse.

Sabemos el lugar de nacimiento de 102 detenidos. Casi el 52% (53


individuos) nació en la provincia de Buenos Aires (y de ellos sólo 12 en la
ciudad); es decir que la mayor parte de los gavilleros eran porteños
nacidos en la campaña o en sus poblados sin que se ponga en evidencia el
predominio de ninguno de los partidos. Un segundo grupo (37 acusados, el
36,2%) nacieron en las provincias del interior y aquí las cosas son
diferentes: 18 de ellos eran cordobeses, seguidos –lejos- por 7
santiagueños. Por último, hay 12 “extranjeros” (casi el 12%) y se nota la
presencia de 9 chilenos, todos presentes en gavillas que actuaron a finales
de la década de 1820. Ni tan jóvenes, ni tan solteros ni tan extraños al
medio social eran estos salteadores como sugiere el estereotipo elitista del
bandido rural.

Los jueces preguntaban a cada detenido cuál era su oficio y de qué se


ejercitaba habitualmente para mantenerse. Esta distinción entre “oficio” y
“ejercicio” de las preguntas no tuvo mayor incidencia en las respuestas
dado que la inmensa mayoría de los detenidos no declararon un oficio (o
directamente dijeron no tener ninguno) y luego pasaron a relatar de lo que
se ocupaban; y, pocos –muy pocos, sólo 10- dijeron no tener ocupación
alguna. De esta manera sabemos que “ejercicios” declararon 121
acusados: el 48,7% (59 individuos) dijeron ser peones (peón de estancia,
peón de campo, jornalero, peón de chacra, peón de horno de ladrillos,
etc); 43 declararon ser labradores, el 35,5%; por su parte 8 declararon ser
acarreadores de ganado, 6 practicar algún tipo de negocio, 4 eran
capataces, 2 estancieros y uno solo aceptó ser esclavo.

Lamentablemente, fueron muy pocas las confesiones donde el imputado


declaró su grupo étnico de pertenencia por lo que estos datos hacen
pensar que las gavillas no tenían una composición multiétnica. Aunque las
referencias acerca de la presencia de esclavos, libertos y mulatos entre los
bandidos son mayores que la imagen que brindan las confesiones, tampoco
llegan a sugerir que el bandolerismo pueda haber sido un destino habitual
de los esclavos, a diferencia de lo que contemporáneamente sucedía por
ejemplo en Perú76. No es un contraste menor considerando que no menos
de un 10% de la población rural tenía esa condición77 y que en la ciudad la
población de color rondaba un 25% además de haber sido este sector de la
sociedad el destinatario primordial del reclutamiento militar78. A su vez,
otro indicio es sugestivo: ninguno de los acusados dijo ser indio y sólo en
tres gavillas detectamos que hubiera algún indio entre los salteadores. Por
ejemplo, en 1812, fue detenido “un indio llamado Santos Valdés este es
muy sospechoso vago y mal entretenido ladrón de caballos y nombrado de
salteador él trata con los indios pampas”79. Valdés quien dijo ser peón de
campo, negó haber tenido jamás trato con los indios pampas. Esta
ausencia no deja de ser llamativa dada la densa trama de relaciones que
articulaban la frontera y, en especial, los circuitos clandestinos de
intercambio como el que hacia 1815, José García tenía en Ranchos junto a
sus peones y los indios pampas que alojaba en sus ranchos80 o el tráfico de
ganado robado que se destinaba a las tolderías del otro lado del Salado
desde Monte en 181881. Por entonces, los montes del Tordillo parecen
haber sido ya un frecuentado espacio de refugio para desertores y
bandidos y punto clave de estos circuitos comerciales82. Además de
escasas todas las referencias a la presencia indígena que tenemos son
anteriores a 1820.

Hasta aquí, el perfil que podemos trazar de las gavillas de salteadores: se


reclutaban entre los sectores más bajos de la campaña y predominaban los
nativos de la provincia aunque tenían una incidencia importante los
migrantes del interior. No eran tan jóvenes como hubiera sido de esperar,
habían formado una familia y aunque la mayor parte eran peones había
una buena proporción de labradores. Pero, ¿eran “ladrones de profesión”
como dictaba el estereotipo? Si nos atenemos a los partes de remisión de
detenidos pareciera no haber dudas: así, por ejemplo, el comisario de
Matanza describió a Pascual Castillo como "un salteador de este lugar sin
otra ocupación que la de asesinar y saltear a los que puede en este
Partido"83. Sin embargo, sólo 33 de los acusados confesó haber tenido
detenciones anteriores (21 dijeron que era la segunda vez que estaban
detenidos, 11 que era la tercera y sólo 1 que aquella era su cuarta
detención). Por supuesto que a veces se descubría que el acusado había
mentido pero esta parte del interrogatorio (y que por cierto tenía
importancia en la sentencia) seguía descansando en la propia declaración
del acusado o en los informes que enviaran los comisarios o jueces locales
que solían basarse en su conocimiento personal y en la “fama” del
acusado. El estado provincial estaba lejos de contar con una burocracia
judicial y policial sólida y los registros de la cárcel de policía o del presidio,
si bien existían no eran muy consultados por los jueces; y cuando lo hacían
los resultados no eran muy seguros: así cuando Diego Arce confesó haber
estado cuatro veces en el presidio y logrado fugar el alcalde del presidio
sostuvo que de acuerdo a los registros no había estado allí84. Estos datos,
al menos, invitan a considerar que los salteadores no eran un grupo de
individuos dedicados al saqueo y, menos aún, a un grupo peculiar de la
sociedad rural.

Los jueces y comisarios locales estigmatizaban a individuos y también lo


hacían con algunas familias. Aquí la “fama” cobraba toda su importancia y
el juicio en cierto modo se presentaba como una instancia más de una
larga cadena de rivalidades y disputas locales que ahora descargaban el
oprobio sobre esa parentela. Ello remite a la naturaleza de las relaciones
sociales agrarias pero también a la misma práctica judicial y a su inserción
en el medio social rural85. En los juicios civiles las partes que se
enfrentaban solían expresar constelaciones locales rivales que sostenían
las posiciones de uno u otro contendiente y que incluían a alguna autoridad
local y una conflictividad faccional aún más acentuada se expresaba en los
juicios por abusos y excesos que se entablaban contra Alcaldes de
Hermandad o Jueces de Paz. En consecuencia, los reclamos de vecinos y
jueces de paz no sólo apuntaban contra el acusado sino que solían incluir
pedidos de destierro de su familia, una práctica colonial que perduró entre
las aspiraciones de los vecinos mucho después: así, en el sumario de 1824
contra León Moreno “por abrigador y consentidor de ladrones cuatreros y
mal entretenidos en su casa” el teniente alcalde pedía instrucciones acerca
“si será útil o no el que este hombre permanezca con su rancho por mas
tiempo en el lugar abrigando a todo vándalo”86. Muchas veces la familia
entera (y sus peones, criados y agregados) era considerada una gavilla tal
como sucedió con Gregorio Rivas pues se sostuvo que en su casa “se
fomentan los ladrones que por ahí cruzan", testimonio refrendado por el
Juez de Paz del partido para quién “es voz y fama y con opinión que los
Rivas son ladrones de profesión”87.

Al menos 33 de los detenidos parecen haber sido desertores del ejército, la


marina o la policía. Un resultado lógico de la creciente presión enroladora
del estado, de la transformación del “servicio de armas” en pena común
para un haz de delitos y contravenciones cada vez más amplio y de las
mayores obligaciones milicianas que recaían sobre los vecinos88. Ellos
buscaban eludirlas o al menos mitigarlas a través de varias estrategias
entre ellas la de apelar a los “personeros”, sobre quienes recaían las
preocupaciones del Jefe de Policía cuando decía “que esta persuadido que
en el regimiento de Milicia activa hay muchos individuos notoriamente
vagos dedicados al desorden y a la embriaguez; que los mas han
pertenecido a los extinguidos cuerpos veteranos y que no se contraen por
ahora a otra ocupación que la de personeros”89. Una versión
completamente plausible: luego del gran esfuerzo de militarización de la
población de la década 1810 el nuevo estado provincial debió reducir
drásticamente los cuerpos militares. Los calificados de “vagos” fueron parte
principal de los reclutados compulsivamente para afrontar la guerra con
Brasil y ella fue invocada en los juicios tanto en los partes de detención
como en las sentencias y las penas. Así en 1826 el comisario de
Chascomús dijo de un detenido: “Recomiendo a V.S. la persona y
seguridad de este individuo que es inútil y perjudicial en la campaña y
puede ser muy útil en las actuales circunstancias o para los buques o para
el servicio del ejercito de la Banda Oriental."90. Las levas llevaron al
paroxismo la discrecionalidad de las autoridades locales al efectuar las
detenciones. Así, un comisario justificaba la ausencia del sumario diciendo:
“creí ser lo suficiente para destinar a dos vagos que a veces se remiten a
las armas sin mas justificación que haberlos preso un celador”91. Esta
discrecionalidad estaba presente en toda la estructura judicial. Así, en
noviembre de 1827 el juez de primera instancia condenó a dos peones a
seis años en el servicio de armas "atendiendo a la naturaleza de la causa y
necesidad de aumentar en la actual guerra que sostiene el Pays". A ello
aludía un abogado defensor en 1827: "Parece que la circunstancia de la
guerra se hubiesen movido a darles el destino de las armas pero en este
caso es necesario que tenga V.E. presente que como ciudadanos todos
estamos obligados a servir a la Patria cuando la necesidad los llama a su
defensa, pero siendo inculpables darles este destino propiamente para los
vagos y mal entretenidos y no para los hombres laboriosos es lo mas triste
que puede esperarse por los infelices labradores de la campaña"92.

En estas condiciones la experiencia militar era parte inseparable de las


condiciones de existencia de los paisanos y, por tanto, un dato central para
comprender la formación de las gavillas. La deserción muchas veces no era
individual y los desertores solían llevarse uniformes, armas y caballos y no
les quedaban muchas opciones disponibles entre las cuales estaba la de
incorporarse o formar una gavilla de salteadores, al menos por un tiempo.
Por ejemplo, en setiembre de 1826 el gobierno recomendaba
enfáticamente apresar a las bandas de desertores entre los cuales se
encontraban “los hijos del antiguo Capitán de Milicias Antonio Torres (a)
San Martín”; ellos habían desertado y tras ello causado al menos un
asesinato, varios robos y saqueos93. Para el ministro de Guerra no había
dudas: “algunos soldados que en las distintas levas han sido destinados al
Ejército, han desertado, y podido pasar a esta Provincia causando el día 9
en las inmediaciones del lugar llamado el Monte Grande un asesinato y
varios robos”94. Vistos desde esta perspectiva más que “ladrones de
profesión” buena parte de los acusados de salteadores parecieran haber
sido paisanos transformados en “criminales” por la propia acción estatal y
sólo algunos tenían una nutrida trayectoria delictiva.

“Ladrones famosos”

Si bien las gavillas no se mantenían unidas mucho tiempo y no estaban


integradas por una mayoría de “ladrones de profesión”, había algunos
salteadores de larga trayectoria y abundante prontuario. Eran los llamados
“ladrones famosos” en torno a quiénes se debe haber forjado más de una
leyenda. Las autoridades aluden a ellos como criminales conocidos cuya
existencia parece haber sido en cierto modo tolerada dado que su fama no
devenía en su persecución y no era ignorado su lugar de residencia.

La historiografía del bandolerismo es en buena medida tributaria de


tradiciones literarias que estilizaron bandidos reales o directamente
inventaron personajes emblemáticos y arquetípicos. Esta marca de origen
no dejó de signar el desarrollo de esta historiografía pues a pesar del
intento de inscribirla en las perspectivas de una historia social pareciera no
haberse podido superar la fascinación por las historias singulares. Para
decirlo en términos de Hobsbawm “La mejor manera de abordar el
complicado tema del ‘bandolerismo social’ […] consiste en examinar la
carrera de un bandido social”95. Sin embargo, tal enfoque puede derivar en
una suerte de enfoque elitista de un fenómeno social, que en determinadas
condiciones, podía adquirir carácter masivo.

Pero, igual conviene explorar sus posibilidades. Veamos fragmentos de dos


de estas historias. A principios de 1811, Blas Yedros ya era muy conocido
por las autoridades del norte de la campaña como ladrón, cuatrero y
salteador. En mayo de ese año parece haber saqueado una casa en el
cercano paraje de Hermanas y cuando el comandante militar de San
Nicolás envió una partida de ocho hombres a detenerlo la tarea no fue
sencilla. Yedros se hallaba en su rancho junto a Silvestre Navarrete, su
mujer y tres niños. Frente a la intimación se negó a entregarse (“solo
muerto lo verificaría” le gritó al sargento) y tras hacer salir del rancho su
mujer y a sus hijos la partida decidió cercar el rancho y esperar a que
salieran. A la mañana siguiente el sargento decidió prender fuego al techo
del rancho y sólo logró que Yedros hiriera con una daga a un soldado de la
partida... Recién al fin del día lograron que se entregaran. Dos días
después, sin embargo, Yedros escapó de la cárcel de San Nicolás96. Al año
siguiente volvemos a tener noticias de él: en Cañada de la Cruz una gavilla
asaltó la casa de don Isidro Figueredo97 el miércoles de la Semana Santa y
se refugió en la casa de Yedros, situada mucho más al norte en los
Manantiales de los Arroyos. El Alcalde de Hermandad procedió con cautela:
según informó ”hice llamar a mi casa, por un recado político a Blas Yedros,
temeroso de un fatal resultado si hubiese ido a la propia de su morada, a
quién luego que se apeó de su caballo le intimé se diese preso y cuando ya
casi se prestaba humilde al mandato, luego que se le presentaron ocho
hombres armados que a prevención tenía ocultos, echó mano de un sable
que traía en la cintura y con el mayor denuedo hizo una resistencia
vigorosa en la que me hirió en la mano izquierda al cabo de mi partida; se
le tiraron dos disparos y yo con el trabuco de mi uso, pero nada bastaba a
su rendición finalmente conociendo que mis disposiciones eran de quitarle
la vida se tiró al suelo e inmediatamente le hice atar y asegurarlo con dos
grillos”. Blas Yedros era un cordobés, casado y con hijos y parece que
estuvo preso en 1804 aunque se fugó del presidio; incorporado al ejército
desertó al poco tiempo. No era un desconocido para las autoridades de la
zona. Tras su detención, el Alcalde de Pergamino remitió un sumario
anterior cuando le fue necesario requerir la ayuda de la Comandancia
Militar pues Yedros “es malvado, gozaba de fuero militar y era soldado
desertor”. En el parte el Alcalde aclaraba que “sería de nunca acabar la
relación de los delitos que ha cometido el dicho Yedros: es un facineroso,
salteador, asesino y homicida. Desde Córdoba hasta esta Capital tiene una
nota y fama la más execrable; por todas partes le temen y viven con la
mayor pensión, cuando saben que Yedros aparece en sus territorios”.

Otro ladrón famoso era Roque Arguello quién fue detenido a principios de
1821 en Arrecifes, en el extremo norte de la provincia98. En el sumario fue
calificado como “ladrón incorregible y el más temido malévolo de estos
campos y de todos los que han tenido la desgracia de ser pisados por él”.
El oficial que lo detuvo no dejó de fundamentar esta detención en el
panorama que veía: “Considero de mi deber al elevar este parte a V.S.
poner en su consideración el estado de desorganización, desgracia,
insubordinación en que se halla la Campaña y cuan necesarios son en ella
por las actuales circunstancias algunos ejemplares que restablezcan el
respeto a las autoridades y por extensión el castigo de los atentados
rurales que infestan estos campos de los que hace más de 10 años que es
azote el mencionado Roque Arguello robando de un pago y vendiendo en
otro lo que le ha ocasionado varias prisiones”. El informe muestra no sólo a
un salteador y cuatrero de larga trayectoria y abultados antecedentes sino
que su persecución se activó para afrontar una situación rural imperante
hacia 1821 que las autoridades locales no dudaban en presentar en estado
de insubordinación.

Como en el caso de Yedros, los antecedentes y la residencia de Arguello


eran conocidos por las autoridades y, sin embargo, no había sido
perseguido. Más aún Arguello había estado preso en San Nicolás en 1820 y
“en clase de soldado” fue incorporado a la partida policial del Sargento
Mayor don Rafael Alcaraz, de donde desertó. Varios de los testigos
repitieron la mala fama que tenía y no negaron conocerlo ni haber tenido
con él relaciones amistosas. Uno “dijo que lo conoce por fama de salteador
hace más de siete años, que por el partido de Rojas ha sido miembro de
una gavilla que se entraba a veces al Pueblo y robaba en él”; y otro lo
describió como “el facineroso Roque Arguello que andaba huyendo, que era
desertor y que tenía una mujer robada soltera de la misma Guardia de
Rojas”.

¿Quién era Arguello? Su confesión nos dará varias pistas sugerentes. En


ella dijo ser mayor de 25 años, natural de Córdoba, católico, ejercitarse de
labrador y, cosa bastante excepcional, que sabía firmar. Hasta aquí y salvo
por este último dato, un perfil característico de los salteadores y de la
mayor parte de los hombres que poblaban la campaña. De los delitos que
se le imputaron Arguello sólo aceptó, en principio, el de haber comprado
caballos robados y no tuvo problemas en reconocer que había falsificado
las marcas argumentando simplemente que lo hizo “por que tenía interés
en los caballos y que llevado por este mismo interés los compró sin
embargo que sabía que incurría en un delito”. Más aún, describió con
claridad el circuito en que intervenía: compraba ganado robado en otros
pagos (nunca en el suyo) y lo llevaba a los Arroyos; desde allí lo trasladaba
a Córdoba y lo vendía; allí compraba aperos para venderlos en Buenos
Aires. El cuatrerismo de Arguello era parte del circuito de intercambios a
larga distancia y la tolerancia de autoridades y vecinos en el norte de la
provincia no debe haber sido indiferente a que en ningún caso el ganado
había sido robado en la zona.

A su vez, Arguello reconoció haber “robado” una mujer, pero no la que se


le imputaba: dijo que había venido de Córdoba con “Tadea Basconcelos
moza soltera como de diez y ocho años de edad la cual trajo robada de
casa de un cuñado de ella siendo voluntaria ella misma”, aunque negó
enfáticamente haber “robado” otra mujer en Rojas99. Su testimonio
comparte la misma calificación judicial del hecho (el “robo” de una mujer)
aunque evidencia un sentido muy distinto. Arguello también reconoció que
había estado preso dos veces: primero en San Nicolás “por que
sospecharon fuese Montonero” tras lo cual fue destinado como soldado a la
partida policial “en la que sirvió tres o cuatro meses al fin de los cuales
desertó sin armas ni prendas de vestuario”; la segunda en Buenos Aires
porque un negro y otro mozo al ser aprendidos “por haber saqueado una
casa cuando la revolución de Albear” dijeron que había sido su socio. Es
decir, Arguello que era un migrante cordobés como tantos otros de la
frontera norte o fue un montonero del año 1820 o al menos cayó sobre él
la sospecha de serlo.

En cualquier caso, Arguello no desmintió su condición de desertor de la


partida policial y si bien buscó dejar en claro que en ella “no se le hizo
injusticia alguna ni tiene queja allí de nadie” explicó que desertó “por que
hallándose enfermo de mal venéreo le pareció que en el hospital no le
curarían bien y quiso ir a su provincia donde tenía mejores esperanzas
arrastrando los peligros que le infería la deserción”. Para Arguello,
entonces, la deserción era un delito aunque estaba plenamente justificado.
Parece claro también que ha tenido relaciones con la partida de policía que
como vemos se reclutaba entre los mismos sujetos que debía perseguir y
por lo tanto no extraña que haya podido fugarse de la persecución al punto
que, según dijo, fue un soldado de la misma partida que debía
aprehenderlo quién le avisó del peligro que corría. Por último, también
importa destacar otro hecho recurrente: Arguello, pese a negar otros
cargos, no tuvo mayores problemas en admitir que era jugador: dijo que
no tenía bienes que manifestar “pues hasta la ropa que se ha vestido
algunas veces decente como tiene el vicio de ser jugador cual debe ser
notorio la ha jugado en términos que se ha visto precisado a estar sin
calzones y con chiripá por no poder sacar los que tiene empeñados en dos
pesos”; sin embargo, sostuvo “que ha ignorado que ser jugador fuese un
delito ni que incurriese en las penas con que se le amenaza”.

Estos retazos de dos trayectorias de “ladrones famosos” permiten definir


de un modo algo más preciso el cuadro de situación. Ni Yedros ni Arguello
eran personajes excepcionales de este mundo rural. Ambos habían
migrado a Buenos Aires y lograron establecerse en la campaña norte con
sus ranchos y sus familias, como hacían gran cantidad de puntanos,
santafesinos, santiagueños y cordobeses en esta zona100. No vivían en la
clandestinidad pero se movían en una zona difusa entre la legalidad y la
ilegalidad gracias a la tolerancia y las relaciones que mantenían con
paisanos, vecinos y autoridades locales y sus actividades no eran
desconocidas, pese a su fama – o quizás por ella misma -. Pero además
sus historias sugieren la distancia existente entre las normas y los valores
que se impulsaban desde el poder y las que imperaban en el mundo social
rural. Así doña Isidora Sosa, la vecina hacendada en cuyo corral Arguello
había guardado el ganado robado, declaró que conocía su fama y
antecedentes pero igual le dejó guardar en su corral la tropilla de caballos
argumentando que “es uso en la campaña no negar el corral cuando
alguno lo pide prestado por un día o dos, así se lo prestó en esta ocasión
como ha hecho también otras varias y como también lo ha hecho con
cualquiera que le haya pedido igual beneficio”. La fama, entonces, no
rompía esas obligaciones. Por otra parte, a Arguello no parece preocuparle
demasiado reconocer que “robó” a su mujer, ser jugador o desertor. Un
conjunto de prácticas que eran condenadas y perseguidas por el estado
pero que no parecen haber tenido carácter delictivo para estos sujetos ni
para su medio social.

Los juicios nos muestran una imagen de los salteadores muy alejada del
estereotipo de individuo “suelto” y “sin arraigo” que recurrente en el
discurso elitista de la época dejó su impronta en la historiografía101. Por el
contrario, ellos permiten registrar las múltiples relaciones de parentesco,
amistad, vecindad, paisanaje (o aunque más no sea de simple interés) que
los salteadores mantenían con paisanos y vecinos de su pago. Ellos eran
parte inseparable del medio social rural del que surgían y durante sus
correrías parecieron mantener lazos firmes y perdurables. Por cierto, estas
constataciones no habilitan a sostener que sus acciones gozaran de
consenso y simpatía pero, al menos, permiten observar que eran toleradas
y no los llevaban al aislamiento. Sin duda, es muy difícil encontrar en las
tramitaciones judiciales expresiones favorables a sus acciones delictivas
pues no parece un juzgado un lugar adecuado para hacerlo pero una
lectura atenta del discurso de las autoridades sugiere indicios firmes de
“consentimiento” y “abrigo” entre la población y cierta tolerancia de
algunas autoridades locales. Por ejemplo, en 1825 el Juez de Paz de San
Vicente remitía detenido a la Marina a “Pablo Ríos por salteador, desertor,
por haber herido con cuchillo a un hombre en una pulpería y a otro
después de haberlo desnudado” y también a Nicolás Cuello “por abrigador
de hombres de esta clase”102. Mas claro aún, es el panorama que
presentaba en 1827 el Juez de Paz de Matanza cuando sostenía que
“Desde los suburbios de la Ciudad hasta lo más remoto de la Campaña hay
infinitos Ranchos cuyas familias numerosas subsisten y se alimentan con lo
que se roba en la Provincia y quizá con lo que se trae de otras partes del
mismo modo”. Para este juez “los ladrones queriendo tener una
salvaguardia y vigía prodigan cuanto tienen para asegurar sus personas y
perpetuar sus crímenes”. De ser cierta esta visión, el circuito de circulación
de bienes que motorizaba el bandolerismo estaba implicando a muchos
más individuos que los salteadores y ellos parecen haber sabido utilizar con
creces estas posibilidades. El juez, además de señalar que “con este
aliciente infame vemos prostituirse y abandonarse porción de familias”
identifica toda una gama de actividades a las que se dedican: “Los unos
con la capa de Labradores, otros con la de cuidadores de Bueyes, otros de
Puesteros y por fin con la de vecinos son unos completos haraganes, que
solo causan la destrucción del País”, un perfil análogo al que trazamos a
partir de las confesiones. Pero, además, el juez se queja de las autoridades
locales que por “una imprudente prédica los toleran y consienten” y lo hace
desde un diagnóstico preciso de la situación: “Estos Ranchos son la fuente
fecunda de los desórdenes; de ellos es de donde nacen los males que
extendiéndose por todas partes como una impetuosa avenida fluyen y
refluyen hasta haberse establecido el sistema de callar á todo lo que se
sabe por no descubrir la complicidad en los hechos y romper las relaciones
de amistad y parentesco que tienen los buenos y laboriosos con los malos
y haraganes, siendo también estos Ranchos la principal causa de falta de
brazos y de la mucha deserción en las tropas”103.

Bandolerismo y conflictividad social

Nuestra perspectiva intenta sortear algunos pantanos en que suelen caer


los estudios sobre el bandolerismo. Algunos autores tienden a considerar
todo acto criminal como una respuesta a una situación social y a un
sistema de poder injustos; es obvio que alguna relación tienen pero nos
parece simplificador convertir a todo acusado en un resistente social104.
Otros trataron de establecer una distinción prístina entre dos tipos claros y
distintos: los delincuentes comunes y los “bandoleros sociales”, reservando
exclusivamente a éstos la condición de rebeldes pero despreciando los
posibles contenidos políticos de sus acciones o, asignándoles a lo sumo un
carácter “primitivo”105. Por último, una tercera perspectiva es la de
aquellos autores que no encuentran evidencia alguna de “bandolerismo
social” y son proclives a plantear la cuestión en términos de “bandolerismo
político”: se trataría entonces de criminales utilizados por alguna facción de
poder y que medraban en propio beneficio sirviéndola. Aunque disímiles y
controvertidas estas perspectivas comparten una misma propensión
taxonómica que termina por ser el centro de la cuestión y anula la fluidez
de situaciones y trayectorias.

Los salteadores no eran un “tipo social” distinguible con precisión y a cuyas


acciones podría asignarse un sentido específico. Por el contrario nos
inclinamos por inscribirlos en su medio social e indagar en sus trayectorias,
en sus dichos y en sus acciones los contenidos políticos que expresaron
aunque no hayan tenido propósitos de ese carácter. Para esta inscripción
es preciso modificar la imagen algo rígida que una primera lectura de las
fuentes nos ofreció y que deriva de la intención taxonómica que contienen
nuestras propias fuentes. Como vimos, la mayor parte de los acusados
declararon ejercitarse como peones y en segundo término como
labradores. Ahora bien, se trata de dos ocupaciones menos separadas de lo
que puede parecer aunque gozaban de muy diferente prestigio social y
pesaban sobre ellas distintas expectativas. De un peón se esperaba que
sea trabajador, que estuviera permanentemente ocupado y que fuera
obediente y respetuoso de su patrón106. De un labrador se esperaba que
tuviera medios suficientes para vivir y mantener su familia siendo útil y
productivo para sí y la sociedad y respetuoso de las autoridades y las
leyes. Sin embargo, esta distinción era más bien una idealización de la
realidad social y un intento de ordenarla antes que un reflejo de ella. Pocos
(probablemente muy pocos) de los labradores correspondían al perfil
virtuoso que el discurso ilustrado les atribuía y la mayor parte de los
realmente existentes no eran para autoridades y vecinos principales más
que “falsos labradores”, la llamada “polilla de la campaña”, propensos al
ocio y el crimen y sobre quiénes descargaban las sospechas sobre la
proliferación del cuatrerismo y de la vagancia y a quiénes asignaban ser el
abrigo de los bandidos. Especialmente porque una sólo una porción
limitada estaba fija en un lugar107. Así, la noción inicial de “vago” asociada
al individuo suelto, sin ocupación, domicilio ni familia terminó por ser
aplicada a familias enteras. Esta mutación ayuda a entender también la
proporción de casados y labradores entre los acusados como salteadores.

Pero hay una cuestión más y quizás más importante: los estudios más
sólidos mostraron que no existían fronteras infranqueables entre ambas
ocupaciones y que podían ser más dos fases del ciclo de vida antes que
indicadores de dos situaciones de clase. Por tanto, la demarcación entre
peones y labradores no debe ser exagerada pues puede ocultar otros
aspectos tanto o más importantes de la vida popular rural. Para ello es
preciso recuperar la densidad de sus declaraciones. Ellas nos mostrarán
que los salteadores provenían en su mayor parte de ese segmento de
peones que gozaban de movilidad y autonomía como para tener la
posibilidad (o al menos la expectativa) de transformarse en labradores
autónomos y de labradores que entre sus estrategias de supervivencia
incluían el conchabo asalariado más o menos temporario como peones y
que estaban situados al borde de una cornisa social. Los unificaba una
común resistencia y reticencia a la dependencia y su persistente búsqueda
de preservar su autonomía108 amenazaba por varios peligros, pero ante
todo, por la leva y por las oscilaciones del mercado en el que intervenían
tanto como vendedores de productos y fuerza de trabajo como
consumidores.

Ya hemos visto esta situación en las confesiones de Yedros y Arguello. Pero


podemos tener un panorama más rico y completo atendiendo a algunos
otros ejemplos. En 1822 se tomó declaración a tres acusados de integrar
una gavilla de salteadores109. Uno dijo “que se llama Juan Molina, nacido
en la Jurisdicción de Córdoba en la Villa de los Ranchos, que su estado es
de soltero y su condición blanco sin mezcla de mala raza, según siempre lo
ha creído, que su ejercicio y ocupación ha sido conchabarse de peón de á
pie desde ahora hace doce años poco más o menos, que vino de su tierra a
esta Provincia y empleándose en la Capital de Buenos Ayres de carretillero
en la Plaza de Lorea como cuatro o más años, y que después que salió a la
Campaña se ha conchabado para arar, picar carretas, segar, techar casas y
otros trajines de esta naturaleza en las Estancias del Partido de Areco de
esta banda, como han sido las de Don Pantaleón Ramayo y Don Andrés
Castro donde ha permanecido mas tiempo a excepción del de cosechar en
que se ha empleado donde lo han llamado”. Además Molina reconoció que
había estado preso dos veces, una en Buenos Aires y otra en Córdoba por
desertor del ejército. Su compañero Luis Castellano dijo ser soltero y
cordobés: “que vino desde su tierra muy joven, su ejercicio ha sido peón
de campo, conchabándose para arar y domar” y que ha estado detenido en
el Fortín de Areco “en clase de desertor”. Por su parte José Santos Guerra
dijo ser tucumano, casado y padre de una hija y que “su ejercicio es peón
de a pie conchabándose para las aradas y la siega, que a eso mismo vino
desde su tierra hará como hace un año, en cuyo tiempo ha tenido por
Patrones a señor Agustín Guevara en las Charcras de Ayala y a Don Rufino
Alegre en el mismo Paraje, cuando levantó un trigo a medias y que ahora
como cuatro años vio a estos parajes y estuvo conchabado con el
expresado Guevara y don Hermenegildo San Martín en las cercanías del
Baradero para emplearse en los mismos trajines ” y dijo “que esta es la
primera vez que lo agarra la Justicia bajo el concepto de malo o
sospechoso”.

Estamos así frente a tres migrantes atraídos por las oportunidades


laborales de la pampa con sus salarios más altos y más monetizados y las
mayores posibilidades de acceso a la tierra. Pero, además, podemos
distinguir la variedad de ocupaciones, la combinación y alternancia de muy
diversas actividades y la inestabilidad de su situación laboral. Se trataba de
una existencia al día, sometida a múltiples avatares y con momentos de
desocupación transitoria. Era justamente esta situación la que los convertía
en presas ideales para ser calificados de vagos por una normativa estatal
que esperaba someter a los peones a relaciones laborales fijas,
permanentes y formalizadas por un contrato escrito como modo de
asegurar su sujeción. Pero ello no era tan fácil de lograr: en 1830 dos
acusados de vagancia declararon que “continuamente trabajaban y en la
actualidad lo hacían en la siega” y cuando el juez reclamó las
correspondientes papeletas pero los acusados respondieron “no tenerlas
porque en la actualidad como se ocupan de segar trigo trabajan en
diferentes partes”. La realidad era más compleja que la norma pero el juez
debía hacerla cumplir: resolvió dejarlos en libertad pero “encargándoles
que en lo sucesivo se conchabaren en un trabajo firme y estable con
contrata para cumplir con lo mandado y no dar que decir de su
conducta”110.

Otros factores incidían en la tenue línea que separaba la vida dentro de


parámetros legales de la ilegalidad. En junio de 1825 Francisco González
dijo haber venido desde el Salado a buscar nuevo conchabo en la ciudad,
juntándose en el camino con otros tres individuos que venían con el mismo
objeto y explicó que "se vieron obligados a carniar la baquillona". Su
compañero Benito Montenegro dijo que era peón en las Saladas de donde
se había venido a la ciudad a buscar un nuevo conchabo “por temores de
los indios”. Como vemos, se trataba también de trabajadores que podían
moverse a larga distancia en busca de un nuevo conchabo. En este caso, la
movilidad en busca de ocupación iba desde la extrema frontera sur a la
ciudad y ello remite a la estructura de un mercado de trabajo muy poco
diferenciado. Permite también advertir porque estos salteadores que
proliferaban en la campaña en muchos casos residían en la ciudad y sus
arrabales. Estos acusados no negaron ni haber carneado una vaca ni
negaron que andaban armados pese a la prohibición expresa que existía
pues como dijeron Francisco Gómez y Juan Coria debían llevar las armas
por “los peligros que continuamente había en el campo” además de
justificar que carnearon la vaca por su “falta de recursos”111. Las preguntas
y las respuestas devuelven la imagen de una profunda distancia, sino de
un verdadero choque cultural. Tanto andar armados de cuchillos o carnear
una vaca ajena “por necesidad” o “falta de recursos” les deben haber
parecido a estos detenidos respuestas que no empeoraban su situación, no
parecen haberlas concebido como delitos aunque las normas fijaran para
estos casos la pena del presidio o el “servicio de armas”. Pero, además,
entre las respuestas Gómez y Coria se filtró algo más: cuando se
percataron que sus contestaciones no satisfacían al juez alegaron "andar
buscando conchabo pues los patrones que habían tenido anteriormente
querían tenerlos como esclavos a virtud de los contratos". Podemos
entrever así que significados podía tener para los paisanos la exigencia de
contrata escrita, la famosa papeleta, que era el eje por excelencia de la
persecución de la vagancia. A la precariedad y la inestabilidad de las
relaciones laborales debemos entonces sumarle las posibilidades de
producción autónoma y el rechazo de los paisanos a la deferencia que
reclamaban patrones y autoridades.

Ya ha sido bien demostrado que en un contexto de profunda


mercantilización, de intensa movilidad espacial y ocupacional, de
oportunidades laborales variadas y de ciertas posibilidades de acceso a la
tierra (y, por tanto, a la producción autónoma), la obediencia de estos
trabajadores era muy relativa como ineficaz el intento de resolverla
mediante sistemas de trabajo coactivos112 o de disciplinarlos a través del
ejército113. En este contexto, la mercantilización se expresaba tanto en la
recurrente necesidad empresaria de recurrir a incentivos salariales y
adelantos en moneda como en la movilidad de los trabajadores de un
empleo a otro y del trabajo asalariado a la producción autónoma. Sin duda
también otras facetas de esta intensa mercantilización eran la afición a los
juegos de envite donde se apostaba dinero o bienes fácilmente
convertibles en dinero, la generalizada práctica del empeño de algunos
bienes y la propensión de los ladrones a robar dinero y bienes fácilmente
comercializables, permutables o empeñables como las ropas.

Nuestra evidencia sugiere una creciente tensión entre patrones y peones,


algunos de los cuales no dudaban no sólo en abandonar el trabajo frente a
alguna ofensa sino también a enfrentar facón en mano cualquier intento de
castigo114. Esta situación asigna mayor importancia al hecho de que entre
los salteadores hubiera una mayoría de peones; pero, sobre todo, que
muchos de los acusados eran o habían sido peones de las casas o
establecimientos que resultaron asaltados. Para la justicia se trataba de
una situación especialmente agravante e ilumina la concepción jerárquica
vigente: así, un juez le hizo cargo particular a Inocencio Cufré “por haber
sido peón de la casa, lejos de contenerlo las consideraciones debidas a su
patrón ha pasado por ellas y ha sido la causa de todos los males”115. Otro
ejemplo puede ser útil: en setiembre de l827 se levantó un sumario contra
varios individuos acusados de múltiples delitos: se los acusó de que eran
“vagos y perjudiciales”, que uno había sido despedido por su patrón "de
resultas de no querer trabajar y haberle robado una camisa", que otro “le
mató un buey y vendió la carne", que mantiene una mujer, dos hijos y un
cuñado "sin más haberes que su triste jornal", que andan “sin tener mas
trabajo que jugar y pelear", que mató un caballo "para sacarle las botas",
que desertó de una partida policial robando el caballo y la montura, que
"los cuatro son hombres perjudiciales en el partido”, “que gastan y juegan,
sin tener de donde sacarlo". El arsenal de acusaciones combinaba
estereotipos sociales que expresaban la profunda escisión cultural vigente
como alusiones a hechos concretos que sugieren la práctica del robo en
pequeña escala como una forma de resistencia individual pero que
terminaba por erosionar la autoridad del patrón y la obediencia de los
peones116.

El mismo expediente nos acerca a algunas de las nociones que manejaban


estos peones. Ellos presentaron una nota ante el juez diciendo que
"nosotros somos hombres de trabajo que nos sostenemos con nuestro
sudor, sujetándonos a un conchabo miserable por no vagar y conservar
nuestra buena opinión”. Aquí, sin duda, se nota demasiado la pluma del
defensor. Sin embargo, en el juicio verbal uno de los acusados – Pedro
Pajón- fue aún más claro: para él las acusaciones "eran sin duda porque
como un pobre jornalero se desconfiaba de su conducta; que era cierto que
mantenía a su mujer pero que lo hacía con el sudor de su trabajo"117. La
doble cita tiene así la importancia de ponernos en evidencia la utilización
por letrados y acusados analfabetos de nociones y formas discursivas casi
idénticas sino también que Pedro Pajón planteaba el conflicto entre pobres
y ricos. En otros términos, su discurso – y el del letrado- estaba saturado
de connotaciones religiosas y desde ellas impugnaba como una inmoralidad
incuestionable: los pobres eran vistos como peligrosos y él –que era uno
de ellos- lo sabía118. No muy distinta fue la respuesta de Atanasio Melo:
acusado junto a los otros detenidos de que “no han tenido otra ocupación
que andar robando ganados y asolando las casas y es publica voz y notoria
principalmente en el territorio de Capilla del Señor ser unos verdaderos
salteadores dados al juego, embriaguez y otros vicios. Dijo que podrán
decir lo que quieran por ser un pobre, pero que el no ha hecho daño
alguno ni ocuparse en los vicios por que se le acrimina”119. No estaban
equivocados: la persecución de la vagancia trajo consigo una mutación de
la concepción dominante de la pobreza, una “modernización” característica
que terminó por convertir a los pobres en culpables de su condición y en
peligrosos por antonomasia.
Un último ejemplo puede completar el cuadro de tensiones. Cipriano
Ramírez estaba acusado de comandar una gavilla de salteadores que había
asaltado la casa de un Alcalde en Flores. En su declaración dijo que un tal
José Varela, peón del Alcalde, “le dijo que le había entrampado su trabajo”
y que era un hombre “que tenía mucho dinero”. Según Ramírez, ya en la
primera reunión Varela le “dijo que le había entrampado el dinero su
Patrón quedando acordes el robarle y buscar otros compañeros”. Tenemos
así un indicio de las motivaciones del peón y de sus socios y ellas no eran,
por cierto, incompatibles. Pero hay algo más: en la gavilla participaba
Dionisio Macedo, un esclavo de 16 años que según declaró se fugó de la
estancia de su ama “por resentimiento de haber vendido a su hermana”;
como su objetivo era “irse a otra tierra” sostuvo que “sacó dos mudas de
ropa de su uso y una guitarra y una manada de yeguas que serían con
potrillos y caballos que serían como más de veinte” y que “como trataba de
ausentarse para siempre del poder de su ama llevaba para su auxilio los
animales”. Una vez en la ciudad Macedo se encontró con Julián López que
había sido peón de la estancia de su ama, quién lo incorporó ala gavilla120.
Peones y esclavos agraviados por sus patrones y sus amos aparecen aquí
reunidos en una misma gavilla junto a varios desertores del ejército
atacando violentamente la casa de un alcalde de barrio.

Para la concepción dominante la vagancia llevaba al juego y la violencia.


Aquí se manifiesta, otra vez, el choque cultural. La calificación de
“quimeristas” y “peleadores” era aplicada a los paisanos que se
enfrentaban a duelo mientras se aceptaba (y se esperaba) que la “gente
decente” no lo eludiera, una situación de dualidad normativa y valorativa
que perdurará por décadas. En torno al juego la distancia era insuperable:
concebido por las elites como un vicio derivado de la ociosidad y la causa
de la criminalidad, era para los paisanos una “ocupación” y parte de sus
estrategias de subsistencia. A lo sumo, alguno podía reconocerlo como
vicio más no como un delito. Lo que importa es que los acusados se
refieren al juego como un “ejercicio”. Por ejemplo, dos detenidos como
sospechosos de ser salteadores fueron descriptos por algunos testigos
como amigos y compañeros “por que siempre que asistían a las mesas de
juego, ponían el monte juntos […] no les ha conocido otro ejercicio que
jugadores” y siempre “han andado y jugado juntos, llevando la mitad en
las partidas de juego”, cual convenio de aparcería 121. Simón Melo, por su
parte, declaró: “que es jugador pero que no es vago y que se contrae al
trabajo cuando encuentra trabajo”122. De igual modo, más de un detenido
justificaba las prendas que se le hallaron diciendo haberlas comprado “con
dinero suyo ganado al juego pues es jugador123. De este modo, aparece un
conflicto central entre los hábitos y prácticas culturales de los paisanos y
las exigencias y orientaciones del estado. No es un problema menor en la
medida que el juego era parte de las ocupaciones que tendían a
interrumpir el proceso de trabajo, era un recurso al que apelaban los
paisanos en los momentos en que no estaban contratados, el destino de
parte de su remuneración salarial y un aspecto crucial de su sociabilidad.
También uno de los escenarios donde los ladrones canalizaban parte de los
bienes robados124.

Bandolerismo y politización: la dinámica de una relación

Registramos así una serie de posibles motivaciones del bandolerismo.


Aunque ninguna de ellas puede ser calificada directamente de política, si se
observan con cuidado pueden sugerir que expresaban el rechazo de las
actitudes de amos y patrones y de las disposiciones, exigencias y
prohibiciones que se establecían desde el estado. Estas tensiones
profundas cobran un sentido distinto si se registra que transcurrían en un
contexto de creciente movilización y politización de la población rural y es
ese contexto el que devela su sentido. Probablemente donde ello es más
claro es en otro aspecto de sus confesiones: los acusados no parecieran
ocultar, arrepentirse o avergonzarse de su condición de desertores. Y, si
bien la deserción podía no tener una motivación política sí lo eran sus
consecuencias si se generalizaba125. Cualquiera hayan sido las
motivaciones de los salteadores, lo cierto es que las gavillas enfrentaban
rudamente las partidas policiales y militares y resistían las detenciones; de
modo que, si tenían éxito, no dejaban de erosionar su autoridad. Además
los salteadores adoptaron como estrategia recurrente la de presentarse
como patrullas: si ello era ya frecuente en la década de 1810126, después
de 1820 se convirtió en una estrategia reiterada a la que las gavillas
recurrieron en no menos de 18 ocasiones.

Una observación atenta de las confesiones sugiere experiencias más


complejas que simplemente la conversión de un soldado en salteador:
algunos pueden haber sido montoneros durante la crisis de 1820, como
Pedro Muñoz, un labrador chileno “que estuvo preso por desertor de los
Aguerridos y lo sacó para los Blandengues el padre de D. Pancho Ramírez”,
el caudillo entrerriano que invadió Buenos Aires en 1820127. A su vez de
José Seco un testigo dijo que se “ha oído decir con generalidad que es un
hombre temible por sus robos y crueldad y que ha sido de la montonera de
Ramírez, Carreras y demás del año veinte”128. Más aún, durante ese año
encontramos referencias a que los salteadores se presentaban ante sus
víctimas "diciéndoles que eran montoneros"129. Ello invita a considerar la
crisis de 1820 como un momento de inflexión en esta breve historia del
bandolerismo.

La crisis hizo evidente una cierta confluencia entre bandolerismo y lucha


política que estaba lejos de tener una sola dirección, adoptaba diversas
formas y no puede reducirse a la explicación que solían esgrimir los
portavoces de una facción para descalificar a sus adversarios: que los
bandidos no eran más que instrumentos del oponente. Por el contrario, el
análisis cuidadoso de la documentación nos ofrece un panorama más
complejo aunque no descartamos que incluyera reclutamiento de bandidos
para integrar las fuerzas en pugna. El saqueo era una de las formas de
remuneración de las tropas movilizadas o de unidades militares sobre las
que se ejercía reducido control; por ello no siempre es posible identificar si
las acciones eran cometidas por una partida militar, un grupo de
desertores, una partida de montoneros o sólo a salteadores que operaban
por su cuenta aprovechando el caos reinante. Sin embargo, no cabe duda
acerca de que el caos generalizado en la provincia durante buena parte del
año 1820 brindó oportunidades para un accionar más decidido de las
gavillas. Por ejemplo, a principios de 1820 fueron muchas las denuncias de
los vecinos de los saqueos que los montoneros federales realizaron en
pueblos como Areco, Flores y Morón; pero la ocasión parece haber sido
aprovechado por bandas de salteadores que poco o nada tenían que ver
con estas facciones, aunque también se comportaban como militares y no
faltaban entre ellos hombres de uniforme y con armas del ejército130.
Además debe considerarse que las requisas y auxilios que los ejércitos
demandaban de los paisanos y vecinos abría una serie de “oportunidades”
para que los mismos oficiales realizaran “negocios” particulares
comercializando en propio beneficio aquellos “auxilios”131. Quizás sea más
importante que algunas de las gavillas estaban integradas por hombres
que habían hecho esta experiencia de saqueo y salteamiento a través de
su participación en las tropas militares de las que luego se apartaron. De
este modo, las descripciones del saqueo al que fue sometido el pueblo de
San Nicolás en agosto por las propias tropas porteñas es elocuente al
respecto132. De algún modo hasta podría decirse que era la política la que
los llevó por el camino del salteamiento.

Estas nuevas dimensiones de las gavillas en la crisis eran parte de un


contexto general de politización rural. Una de sus manifestaciones más
notables fue el reclamo generalizado de los notables de los pueblos por
encontrar su reconocimiento como “cuerpos morales” con derecho de
intervención política. Otra, mucho más duradera, fue la extensión de los
derechos políticos a la campaña y la masiva participación de sus
pobladores en las elecciones133; una participación que no sólo estaba
equiparando la de la población urbana sino que excedió al universo de los
“vecinos”134. En otros términos, la proliferación de las gavillas fue paralela
al incremento de la militarización, a la proliferación de la deserción y a una
creciente participación electoral de la población rural.

Un segundo momento de inflexión se produjo hacia 1826. Ese año no sólo


hemos podido constatar la mayor proliferación de gavillas sin también que
aumentaron el número de sus efectivos, la audacia de sus acciones y, por
primera vez, adoptaron un claro y preciso contenido político. La eclosión se
operó en un contexto de agudo incremento de las disputas políticas y de
máxima tensión en la trama de las relaciones sociales agrarias. Ese
contexto lo hemos analizado en detalle en otra ocasión135 y aquí sólo vale
recordar que era el resultado combinado de las transformaciones que se
operaban en la estructura productiva, la más firme y sistemática
implantación estatal en la campaña y el reclutamiento forzado para la
guerra con Brasil. El 13 de diciembre más de 80 hombres armados
ocuparon el pueblo de Navarro, sustituyeron al comisario y al juez de paz e
impusieron contribuciones forzosas. Al día siguiente fracasaron en el
intento de repetir la operación en la Villa de Luján. Aunque para las
autoridades se trataba sólo de una numerosa gavilla de facinerosos había
sido una montonera federal. A diferencia de 1820, estos montoneros no
eran tropas de otras provincias ni un malón dirigido por algún criollo
“aindiado”136; había entre ellos desertores, “vagos” y más de un “ladrón
famoso” pero en su mayor parte eran peones y labradores de la zona y sin
antecedentes penales unidos probablemente a varias gavillas de
salteadores137. El movimiento ofrece ciertas analogías con los rasgos
descriptos de las gavillas. Su líder, Cipriano Benítez, era un labrador nacido
y avecindado en la zona; tanto él como su familia tenían fama de ladrones
y cuatreros, había estado al menos dos veces preso y también servido en
el ejército. La montonera se presenta como la expresión de la confluencia,
por lo menos coyuntural, entre lucha política y bandolerismo. Una
confluencia que tomaba dos direcciones: a través de lo que podríamos
denominar como la bandolerización de la lucha facciosa y por medio del
desarrollo de una lucha política y militar que generaba condiciones para la
transformación de paisanos en bandoleros.

Además, por entonces, la evidencia sugiere que se estaban produciendo


algunos cambios en el patrón de los asaltos. El nivel de violencia que ya
había comenzado a aumentar en 1820 fue mucho mayor después de 1825.
En su inmensa mayoría los asaltados eran vecinos calificados en los
sumarios como don o doña, tanto estancieros como labradores y pulperos;
este patrón no es novedoso pero desde 1825 los asaltos afectaron cada
vez más a propiedades importantes y en los asesinatos a vecinos que
ostentaban importantes rangos militares, como sucedió con dos coroneles
en Fortín de Areco y en Navarro138. Más aún, en plena ciudad en setiembre
de 1828 una numerosa gavilla de larga actuación llegó a asaltar el almacén
de un cuartel militar; en ella había varios soldados, algunos oficiales y
algunos habían tenido antecedentes como cuatreros139. En cambio las
gavillas no parecen haber atacado con demasiado frecuencia a peones o
esclavos. Sin embargo, lo relevante no es que los asaltos afectaran a los
sectores medios y bajos del mundo rural sino que iban en aumento, con
violencia creciente y con mayor frecuencia a personas influyentes y de
poder en el mundo rural: vecinos notables, hacendados reconocidos,
extranjeros. Y, sobre todo, que afectaban reiteradamente a autoridades
locales (jueces de paz, comisarios y alcaldes de barrio) y, por lo tanto,
deben ser inscriptos en las crecientes tensiones que ellas estaban teniendo
con la población rural.

En este sentido quizás lo importante es que estas tensiones no se


manifestaban sólo (ni principalmente) a través del bandolerismo sino que
se canalizaban de muy diversas formas: la demanda judicial por abusos de
autoridad140, las peticiones colectivas o, incluso, la realización de una
suerte de cencerrada pampeana141. De esta manera, la montonera de
1826 era excepcional en sus formas pero no tanto en sus contenidos y
testimoniaba los niveles que adquiría el repudio contra estas autoridades
locales cuando ellas aplicaban estrictamente las orientaciones que se
fijaban desde el gobierno. Y estas mismas autoridades fueron blanco
reiterado de las gavillas de salteadores o desafiadas por ellas.

De este modo, no extraña la imagen de indisciplina social generalizada que


transmiten los informes de estas autoridades. Desobedientes e insolentes:
esa es la imagen que ofrecen de algunos hombres que, aún lejos de ser
“ladrones famosos” igual no dejaban de desafiarlas. Así, en julio de 1825
se produjo un altercado entre el Juez de Paz de Pilar y Nicolás Villarreal:
según aquel “viendo que me desmontaba del caballo se enderezó a mí con
el cuchillo en la mano diciendo que a él no le daba preso a ningún juez de
mierda y que se cagaba en cuanto juez había en el partido y a estas
palabras fue acometido por mi y a mi ordenanza y viéndose acosado apeló
a la fuga y con bastante velocidad logró saltar en otro caballo de los que
estaban en dicho pulpería por los que fui auxiliados para correr al reo que
fue agarrado en distancia de una legua por muchos vecinos que le salían al
encuentro”142. Al año siguiente fue detenido Francisco Hidalgo, “por
haberse presentado en este pueblo con una daga invitando a pelear y ha
insultado públicamente con palabras denigratorias a los jueces del
partido”143. Más grave es lo que pudo llegar a suceder en el pueblo de
Dolores en marzo de 1828: allí fue apresado Paulino Martínez, un paisano
conocido en el pago y que había actuado como baqueano y lenguaraz del
ejército en sus expediciones contra los indios; la acusación que pesaba
sobre él era que había reunido y bebido abundante alcohol en unas
pulperías del pueblo junto a un nutrido contingente de indios y según el
informe del Juez de Paz “les decía en voz alta, que todos los del Pueblo de
Dolores eran unos Pícaros Ladrones y que para esta noche verán si eran
baqueanos para pelear, que entendieran que este Pueblo era de ellos y no
nuestro, y que ninguna Justicia lo prendía, y que los había de amolar”; un
testigo agregó que “decía que él había de enseñar a hacer justicia a los
Jueces, y que todos los vecinos del Pueblo eran unos Pícaros Ladrones y
flojos” y otro dijo que gritaba que “que todos los de este Pueblo eran unos
Pícaros, Ladrones, cobardes y que le habían de pagar la injusticia que
habían hecho con él”144.

La indisciplina también parece haber ido aumentando entre los esclavos.


En setiembre de 1826 el Jefe de Policía detuvo a Mariano, esclavo de un
destacado miembro de la elite como Manuel Obligado, "quien tuvo el
atrevimiento de haberse resistido á su amo al aprenderlo". El amo no sólo
se quejaba de las continuas borracheras sino que expresaba la necesidad
de encarcelarlo porque “tenía el vicio de fugarse”. Manuel no rechazó los
cargos y explicó que lo "había hecho porque su amo no lo vestía y que el
vicio de tomar era los días de fiesta, que por repetidas ocasiones le había
pedido papel de venta y nunca se lo había dado"145. Más tensa parece
haber sido la situación en la estancia de Francisco Pérez Millán al año
siguiente: según su hijo hizo apresar a tres negros porque se iban a
amotinar. Los esclavos negaron el motín pero dijeron que sólo habían
pedido “que no castigasen al moreno Mariano Canillas por la riña que había
tenido”, aclararon que lo habían pedido “todos los compañeros”. Millán, en
cambio, sostuvo que “los tres esclavos presentes andaban convocando a
los demás” a fin de que cuando saliese al campo el capataz con ellos lo
iban a asesinar y como prueba relata “los insultos que la noche anterior
vertieron en la cocina de la estancia estos mismos criados”146. Estos
indicios sugieren un contexto de insubordinación y resistencia de los
esclavos en defensa de sus derechos así como indica la debilidad de los
amos para someterlos y los temores que los atormentaban.

Un universo de episodios distintos, aislados y desconectados que, sin


embargo, se hacen más inteligibles si se los inscribe en el contexto de las
tensiones que recorrían la campaña bonaerense. Alcaldes, jueces y
comisarios aparecen reiteradamente desafiados y con ellos los grupos de
vecinos notables e influyentes de los pueblos de los que se reclutaban;
sobre ellos se acumulaban las demandas, las expectativas y los
resentimientos de la población rural. Este era el ámbito por excelencia de
la política tal como era vivida en la campaña. Estas autoridades eran las
encargadas de aplicar la abundante normativa disciplinadora y represiva
que emanaba del estado, de clasificar a los pobladores, establecer quiénes
eran los “perjudiciales” y, por tanto, aquellos sobre quienes podía recaer el
estigma de la vagancia y el destino del contingente. Las gavillas de
salteadores sino eran una opción válida para la mayor parte de los
paisanos venían a desafiar y a erosionar el poder de estas autoridades.

La magnitud que este contexto adquirieron las gavillas era inseparable de


la guerra con Brasil. Por ejemplo, el detenido Pedro Pablo Latorre relató
que fue destinado a la Banda Oriental de soldado y tras cuatro meses de
servicio obtuvo licencia “y en ese estado se ocultó”; desde entonces, “no
ha tenido paradero fijo por que hoy a estado aquí mañana allá”147. Por su
parte, cuando Diego Arce fue detenido dijo que había sido llevado por la
leva a la Banda Oriental de donde volvió a los tres años y fue entonces que
“desertó a los lanceros cuando la Federación”148. Arce se nos presenta así
como uno de los tantos desertores que durante la crisis de 1829 fueron
minando al ejército de Lavalle y engrosando las filas federales; su
trayectoria no tiene nada de excepcional y replica casi idénticamente las
vicisitudes que un propagandista de Rosas como Luis Pérez empleó para
explicar en un largo poema gauchesco de 1830 las motivaciones de la
adhesión popular a la federación en las páginas de El Gaucho: en este
largo poema, que se enlaza explícitamente con los diálogos de Hidalgo,
Pérez transformaba en relator de la historia a un “gaucho del Salado” quién
siendo peón de las estancias de Rosas fue llevado con el contingente al
ejército en la Banda Oriental; allí en plena vida militar “A matreriar
empecé/ y muchas veces confieso/ que en Resertar me pensé”. El deseo se
hizo realidad el 1º de diciembre de 1828: el gaucho desertó del ejército y
“Siempre al lado del patrón/ Lo seguí; porque soy firme/ En nuestra
federación”149.

Como ya vimos, durante la profunda conmoción que sacudió a la provincia


desde fines de 1828 a mediados de 1829 los juicios a gavillas de
salteadores se reducen notoriamente. Y, sin embargo, las referencias a las
gavillas se multiplican. La prensa unitaria no dudó en presentar a los
alzados como bandas de salteadores y de relacionar el alzamiento con la
montonera de 1826: así un periódico sostenía que Rosas como Cipriano
Benítez “se hizo capitán de bandoleros” y trazaba un claro perfil de sus
seguidores: “todos sabemos que andan de á cincuenta, ciento y de á
doscientos por aquí y por allí, á su discreción, cometiendo todo género de
excesos y a las órdenes de éste y aquel salteador”; más aún, el periódico
no dudaba en destacar que al retirarse Rosas hacia Santa Fe “dejó en su
lugar á Arbolito, Molina, y toda esa chusma que fue dispersada el 26”150.
Desde esta perspectiva, la filiación entre el alzamiento federal de 1829 con
las gavillas de salteadores y la montonera de 1826 estaba fuera de toda
duda. Y, parece cierto que las montoneras federales que aquel verano
impidieron la consolidación de la restauración unitaria y le impidieron el
control de la campaña deben haberse nutrido al menos en parte de
hombres que tenían estas trayectorias.

Sin embargo, el problema es más complejo y no puede reducirse a esta


constatación. Entre los salteadores existían motivaciones y experiencias
que hacen comprensible su adhesión a la “Federación” y su intervención no
puede explicarse sólo por la lealtad a sus líderes. Debe considerarse, ante
todo, que durante esta crisis llegó a su máxima intensidad esa
bandolerización de la lucha política o, para decirlo en los términos de un
observador contemporáneo, “la guerra no se ha vuelto sino una
piratería”151. Luego porque el desenvolvimiento de las gavillas fue paralelo
y sólo parcialmente articulado con el alzamiento. Nuestra evidencia sugiere
que si bien muchas gavillas pueden haberse alineado con el alzamiento
otras continuaron actuando sin conexión efectiva con él. Por ejemplo, en
enero de 1829 una numerosa gavilla asaltó y saqueó la casa de John Miller,
un inglés arrendatario en la colonia que había formado en Santa Catalina,
partido de Quilmes, Guillermo Parish Robertson; días antes algunos
miembros de la misma gavilla habían asaltado en el camino a la colonia a
otro inglés, J. Graham. En este caso la mayor parte de los acusados eran
peones de la colonia o estaban estrechamente vinculados con ellos. Y,
aunque indagaron con pasión, las autoridades no pudieron encontrar
ningún vínculo de los asaltantes con los “anarquistas”152. Aquí tenemos
peones enfrentando a patrones que además son extranjeros y el hecho
importa pues el movimiento de 1829 puso en evidencia fuertes
sentimientos xenófobos y antieuropeos, una situación que ya se había
mostrado en la montonera de 1826 pero también en el accionar de las
gavillas. No era patrimonio exclusivo de ellas sino un atributo cada vez
más notorio en el comportamiento de los sectores populares que adherían
al federalismo.
Desde entonces, además, en varios asaltos era reiterado que las
acusaciones o las sospechas recayeran en peones o criados. Así en febrero
de 1829 una numerosa gavilla produjo un violento asalto en la casa de
doña María Salomé Rodríguez llevándose toda la ropa y el dinero; entre
ellos estaba el peón de su chacra153. Una vez terminada la contienda, estos
asaltos continuaron. En octubre de 1829 una gavilla de asaltó una casa en
la ciudad y para los propietarios estaban implicadas sus dos criadas154.
Hacia agosto de 1830 una numerosa gavilla asaltó y saqueó una estancia
en Pilar, incendió del rancho e hirió gravemente a los moradores; entre los
acusados aparecieron un peón de la estancia y el esposo de la criada de la
casa155. Días después en el mismo partido fue asaltada en dos
oportunidades una estancia e incendiado el rancho; las sospechas también
recayeron en dos peones156. Que las acusaciones y sospechas recayeran
reiteradamente en peones y criados pareciera ser tanto un legado del
alzamiento como de los fantasmas que atosigaban a los sectores altos y
expresaban la marca que las gavillas pueden haberle asignado a la
movilización plebeya que acompañó la instauración del rosismo.

Otro aspecto importante es que las gavillas no sólo siguieron operando


durante el primer gobierno de Rosas sino que incluso hubo algunas que
cometieron acciones muy notorias. Un buen ejemplo lo suministra una
gavilla desbarata en 1831: estaba compuesta por más de 12 hombres muy
bien armados y en una intensa actividad delictiva habían asaltado a un
capitán del ejército, a un comisario, a dos ingleses en un camino, al dueño
de un molino, al administrador de Chacarita, todo ello en el partido de San
Isidro. En la frontera oeste, asaltaron dos estancias y en una de ellas
violaron a dos mujeres. En los arrabales de la ciudad, en la Recoleta
asaltaron a un prominente vecino. De esta manera, la gavilla había
operado desde las afueras de la ciudad hasta los puntos más alejados de la
frontera oeste157.

Estas evidencias indican que las relaciones entre las gavillas de salteadores
y el rosismo debe haber sido más compleja de lo que podría parecer. Sin
duda, ese primer gobierno de Rosas estuvo signado por el firme propósito
de la restauración del orden. Slatta y Robinson han efectuado una
estimación del número de arrestos que efectuó la Policía entre 1827 y
1850158 y esta estimación arroja un promedio anual de 310 detenciones
para todo el período. Sin embargo, entre 1827 y 1832 el número de
arrestos fue muy superior al promedio. La cifra más baja de arrestos se
produjo en 1829 (con 380 arrestos) y probablemente deba atribuirse no a
una mayor tranquilidad pública sino al desquiciamiento del funcionamiento
de la policía durante la crisis. La mayor cantidad de arrestos se produjo en
1830 (850) y 1831 (760). Se ha postulado que ello ofrece una imagen
prístina de la “Restauración de las Leyes” y de la capacidad del primer
rosismo para potenciar la capacidad de acción de la Policía. Sin embargo,
es posible también otra lectura sino alternativa al menos complementaria:
el restablecimiento de la disciplina social era una empresa aún en ciernes y
el número de arrestos policiales podrían estar mostrando que la capacidad
represiva y disciplinadora del estado crecía frente a una población que
continuaba estando altamente indisciplinada. Más aún, hasta el éxito del
estado en estos pocos años puede verse como relativo: hacia 1832, con
Rosas firmemente asentado en el poder, el número de arrestos era de 440,
es decir que tenía los mismos niveles que había tenido en años
convulsionados políticamente como habían sido 1827 y 1828. Los ritmos de
la lucha política y de la disciplina social se nos vuelven a mostrar distintos
y esta arritmia es en sí misma un indicio de que no pueden formularse
relaciones simples y directas entre las intensidades de los conflictos
políticos y de las tensiones sociales. Nuestra muestra de juicios, por su
parte, indica que en estos años la mayor cantidad de causas se iniciaron en
1827, 1830 y 1832 y dado que sólo representan una proporción de la
cantidad de gavillas existentes sugiere que la llegada de Rosas al poder fue
precedida, acompañada y continuada por el accionar de los salteadores. Si
fueron hábilmente manipulados en la crisis de aquel verano caliente de
1829 muchas deben haber sido difíciles de controlar y disciplinar después.

¿Cómo disciplinó Rosas a estos violentos seguidores una vez instalado en


el gobierno a fines de 1829, un gobierno que se proclamó la Restauración
de las Leyes? El problema es central y aún carece de una explicación
satisfactoria. Lo que nuestros datos sugieren es que la represión de los
gavilleros no sólo continuó sino que incluso es posible que se haya
incrementado, dado que el accionar de las gavillas no se había acabado. En
este sentido, dos trayectorias individuales pueden resultar emblemáticas.

José Luis Molina había sido capataz de la estancia que Francisco Ramos
Mejía organizó en tierras bajo control de los indios pampas a mediados de
la década de 1810. En 1821, tras la brutal represalia del gobernador Martín
Rodríguez Molina se unió a estas parcialidades y condujo sonados malones
contra la frontera. Hacia 1826, obtuvo un indulto y fue incorporado como
baqueano de las tropas provinciales hasta terminar bajo las órdenes de
Rosas. Al parecer Molina conducía su propia gente tanto que Rosas tuvo
que “compensarlo” en julio de 1827 para que se retirara con sus 80
hombres de Chascomús hacia su estancia159. No debe haber sido sencillo
mantener disciplinadas a estas fuerzas: en setiembre de 1827 fue asaltada
violentamente la casa de un Alcalde de Barrio en las afueras de la ciudad
por una gavilla integrada por soldados al mando de su sobrino, Dionisio
Molina160. Durante el alzamiento rural de fines de 1828 Molina y las tribus
amigas tuvieron un destacado papel y después del triunfo federal se
transformó en jefe de una unidad militar hasta su muerte en 1830.

Menos conocida es la historia de Escolástico Miranda. En setiembre de


1826 había sido detenido en Navarro junto a otros “vagos” destinados al
servicio de armas. Al parecer Miranda logró ser excluido del contingente
aunque tenía fama de “matador” y había estado detenido dos años por
ladrón y cuatrero161. Reapareció durante el alzamiento lideró algunas
montoneras y en volvió a Navarro en marzo de 1829 asaltando y
saqueando la estancia del Juez de Paz al tiempo que junto a Arbolito,
González, Sosa y Miñana asaltaron el pueblo de Monte batiendo a las
fuerzas unitarias. Estos hombres fueron descriptos por El Pampero como
aquellos que “han ocupado siempre un lugar distinguido entre los de los
facinerosos conocidos en toda la provincia por sus crímenes” y sus
seguidores como “esa partida de ladrones, que no es otra cosa, se
convirtiese en una reunión de hombres, armados por sostener eso que
llaman federación”162. Sin embargo, y pese a los servicios prestados a la
causa federal, el destino de Miranda parece haber sido distinto al de
Molina: continuó su carrera delictiva y en 1830 terminará fusilado, por
orden del mismo Rosas163.

Conclusión

Las disímiles trayectorias de Molina y Miranda invitan a pensar que las


relaciones entre el bandolerismo y el rosismo deben haber sido complejas
y cambiantes y, en cierto punto, contradictorias. Sin embargo, la prensa
unitaria de entonces y la historiografía posterior hizo mucho énfasis en la
centralidad que tuvieron las bandas en la formación de ese liderazgo. Al
respecto la descripción de John Lynch es emblemática y válida no sólo para
el caso de Rosas sino para toda su presentación del caudillismo
latinoamericano: según su perspectiva, la trama de relaciones
jerarquizadas que suponía el caudillismo tenía como núcleo central una
“banda de hombres armados” en torno al cual se conformaban una serie de
círculos periféricos y dependientes: “Todo el conjunto permanecía unido
mediante el vínculo patrón-cliente, mecanismo esencial del sistema
caudillista” y “La estructura de estas relaciones seguía el esquema
terrateniente-campesino”164. De esta forma, la explicación del surgimiento
del liderazgo de Rosas, clásica y consagrada, es clara y precisa: Rosas era
un gran terrateniente, trasmutó el poder privado que previamente tenía
acumulado dentro de sus posesiones sobre una masa de peones
dependientes en un liderazgo político sostenido en la obediencia y la
lealtad de un séquito personal aprovechando un vacío de poder
institucional y movilizando a su favor a las bandas armadas que le seguían.
El problema es que esta explicación fue construida sobre la base de
supuestos que han sido erosionados y rebatidos por la historiografía más
reciente165. El vacío institucional no era tal, sino que por el contrario, el
liderazgo fue construido aprovechando los recursos que ofrecía el nuevo
sistema institucional en formación, empezando por la condición de Rosas
de Comandante General de Milicias las que, por cierto, estaban muy lejos
de estar formadas sólo o principalmente por sus peones166. Luego, porque
se ha puesto de manifiesto una sociedad rural mucho más compleja que un
conjunto de grandes estancieros que ejercían un poder absoluto sobre una
masa de peones sometidos a relaciones cuasi feudales167. Hoy, la imagen
disponible es radicalmente diferente sino directamente opuesta y en esas
condiciones la construcción del liderazgo debe haber sido muy
problemática y dependió de aspectos netamente políticos168.

Desde esta perspectiva, las relaciones entre la formación de ese liderazgo


y el bandolerismo es mucho más problemática y compleja de lo que hasta
ahora se ha advertido. La articulación entre el bandolerismo y la lucha
política no era una invención de Rosas sino un fenómeno anterior a su
transformación en líder político. Rosas debió conseguir la adhesión de las
bandas de salteadores y su disciplinamiento no sólo era problemático sino
que suponía cerrar el ciclo que se había abierto después de 1810. La
proliferación de las bandas de salteadores y de “ladrones famosos” y su
transformación en protagonistas de la lucha política eran una novedad que
había traído la revolución y expresaba tanto las tensiones sociales que
recorrían la pampa como el intenso de grado de politización al que había
llegado su población. La política se había convertido en una pasión que
también incluía a los salteadores. Y podía hacerlo porque ellos no eran un
grupo social específico ni individuos que se dedicaban a estas actividades
durante gran parte de sus vidas; en su mayor parte eran paisanos que se
habían incorporado a las gavillas en un momento generalmente avanzado
de ellas.

El examen de la situación de Buenos Aires durante estas dos décadas


suministra elementos para el debate general sobre el bandolerismo. En
primer término, permite precisar algunas de las condiciones existentes
para su diseminación. En este sentido nuestras evidencias confirman un
argumento que ha sido corroborado en otras zonas de América Latina: el
bandolerismo existía como un fenómeno endémico pero en determinadas
condiciones – especialmente durante una conmoción profunda del orden
establecido- tendió a transformarse en epidémico169. A su vez, también
parecieran verificarse las posibilidades de multiplicación del bandolerismo
en un contexto de generalizada lucha por el poder que termina por
“bandolerizar” las formas de acción política170.

La campaña bonaerense reunía algunas características favorables a la


proliferación del bandolerismo. Se trataba de una sociedad rural
profundamente mercantilizada y en la cual la capacidad efectiva de control
del territorio y la población era muy reducida tanto para las autoridades
como para los propietarios. No sólo contaba con fronteras jurisdiccionales
difusas, permeables y en proceso de definición (como las que tenía con las
provincias de Santa Fe y Entre Ríos) sino también con una vasta e insegura
frontera con sociedades indígenas que no habían sido sometidas. La
estructura de poder institucional no sólo era reducida y débil sino que su
despliegue fue una de las tareas principales del estado durante estas
décadas171. Para ello el estado reclutó las autoridades locales entre los
propios vecinos, de modo que ellas debían fungir a un mismo tiempo como
emisarios del poder central, portavoces de las comunidades vecinales y
mediadores entre ambos sin que llegaran a separarse efectivamente de la
sociedad local. En tales condiciones, la persecución de los bandidos era
necesariamente limitada, estaba sometida a múltiples restricciones sociales
y el gobierno no podía impedir cierta tolerancia hacia los bandidos tanto
por parte de estas autoridades como (y sobre todo) de los paisanos y
vecinos que les brindaban abrigo o, al menos, consentimiento. Por otra
parte, se estaba produciendo desde el estado una transformación del
marco normativo de las relaciones sociales agrarias que tendía a remover
costumbres y prácticas arraigadas y que implicaba una creciente distancia
entre las nociones y los valores que pretendían imponer las elites y las que
primaban en la sociedad rural172. En un contexto de sistemas normativos
heterogéneos (cuando no directamente contradictorios) las consideraciones
sociales acerca de la ley, la justicia y el delito estaban claramente en
tensión. La proliferación del bandolerismo y su aceptación social era una de
las manifestaciones de estas tensiones.

Como hemos visto, los bandoleros se reclutaron preferentemente entre


peones y labradores. Las evidencias ofrecidas en cuanto a los primeros
indican que el salteamiento puede ser considerado a veces como una
instancia decisiva dentro una trayectoria de fricciones y disputas previas
entre patrones y peones en el cual la resistencia cotidiana, opaca y oculta,
se transmutaba en un enfrentamiento violento y abierto. Esa resistencia
cotidiana parece haber incluido una serie de prácticas, desde el abandono
del trabajo hasta el robo menudo generalmente de una prenda o el carneo
de una res. Sin embargo, esta forma de delito menudo, cotidiano y
reiterado, no era como en otros contextos la expresión de una
disconformidad que no tenía posibilidades de expresarse a través de la
rebelión o el bandolerismo173. Por el contrario, en el contexto bonaerense
esta forma de robo era la expresión tanto de resentimientos como de una
creciente insubordinación de los peones y los criados y su transformación
en bandidos era una posibilidad cierta y abierta.

La campaña bonaerse en estas décadas ofrece un ejemplo sugestivo de


una sociedad rural que al mismo tiempo estaba viviendo una
transformación de su estructura económica, el intento de construir una
estructura de poder institucional efectiva y un proceso de movilización y
politización acelerada. Sin embargo, vista desde una perspectiva histórica
más amplia y comparativa, la exitosa transformación capitalista del mundo
rural bonaerense del siglo XIX se destaca en el contexto latinoamericano
por la ausencia casi completa de rebeliones campesinas que la desafiaran y
por una arraigada tradición de bandolerismo. Antes de caer en la tentación
de etiquetarlo y asignarle un sentido preciso (“reformista” o
“revolucionario”, facilitador y obstáculo de la rebeldía colectiva campesina)
preferimos observarlo como un fenómeno creciente y generalizado cuyos
múltiples y contradictorios sentidos eran asignados por el contexto y por la
incidencia desetabilizadora que él podían tener las gavillas al margen de
sus motivaciones.

Pero, correr del centro del análisis las motivaciones personales de los
bandidos no implica eludir sus implicancias políticas ni concluir que los
propios bandidos no tuvieran nociones políticas. Ellas eran las que
imperaban en su medio social tras siglos de sistema colonial y fueron
transformadas por las experiencias y los discursos que dos décadas de
revolución y guerra habían traído a la campaña bonaerense. En cierto
sentido, los vínculos que los bandidos terminaron teniendo con la lucha
política puede calificarse provisoriamente como transaccionales. Ellos
suponían una serie de intervenciones que no se sustentaban en una lealtad
inalterable derivados de vínculos de dependencia personal previos sino que
estaban sujetos a adhesiones que debían obtenerse mediante
transacciones, de un modo no demasiado distinto al que intervenían en las
elecciones el común de los paisanos.

Como ya había advertido Gramsci la historia de las clases subalternas


suele ser disgregada y episódica y la comprensión de sus trayectorias
históricas requiere también de analizar “su adhesión activa o pasiva a las
formaciones políticas dominantes, los intentos de influir en los programas
de estas formaciones para imponer reinvindicaciones propias y las
consecuencias que tengan estos intentos en la determinación de procesos
de descomposición, renovación o neoformación”. En estas condiciones,
“Los grupos subalternos sufren siempre la iniciativa de los grupos
dominantes, incluso cuando se rebelan y se levantan”174. Desde esta
perspectiva, las gavillas de salteadores expresaban parte de los reclamos
de la población rural mientras no dejaron de imponer su propia marca al
triunfo federal de 1829. No era “su” triunfo (aunque así puede haber sido
vivido por un momento) pero sin duda se había producido con su
intervención.

Notas a pie de página

1 Una primer versión de este texto fue presentada en el Coloquio “Crise


d’indépendance, mobilisation sociale et construction d’un ordre politique nouveau en
Amérique hispanique” organizado por la Ecole des Hautes Etudes en Sciences
Sociales y la Maison des Sciences de l’Homme en París el 7 de mayo de 2004.
Agradezco los comentarios, críticas y sugerencias de los comentaristas Carmen
Bernand, Jacques Poloni y Josep M. Fradera y de todos los demás participantes.
Quiero agradecer también a Silvia Ratto por la colaboración prestada para la
recolección de la información.
2 La Guardia de Monte era un fortín de la frontera sur fundado a principios de la
década de 1780 y en torno al cual se formó un poblado. Las llamadas “Islas del
Tordillo” eran unos montes de árboles situadas aún más al sur cerca del poblado de
Dolores, formado hacia 1817.
3 Bartolomé Hidalgo, “Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de
una estancia de las Islas del Tordillo y el gaucho de la Guardia del Monte”, en
Bartolomé Hidalgo, Obras Completas. Colección de Clásicos Uruguayos, volumen
170, Montevideo, 1986, pp. 111-127 [1821].
4 Cf. Raúl O. Fradkin, "Centauros de la pampa. Le gaucho, entre l’historie et le
mythe", en Annales. Historie, Sciences Sociales, Année 58º, Nº 1, janvier-février,
2003, pp. 109-133.
5 Nos referimos al trabajo del sociólogo Roberto Carri uno de los miles de detenidos
desaparecido durante la última militar: Isidro Velázquez. Formas prerrevolucionarias
de la violencia, Buenos Aires, Colihue, 2001 [primera edición: 1968].
6 Desde una perspectiva alejada del bandolerismo social ver Richard Slatta, "Rural
Criminality and Social Conflict in Nineteenth-Century Buenos Aires Province", en
H.A.H.R., 60:3, 1980, pp. 450-472. Una visión muy diferente en Hugo Chumbita,
Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina, Buenos Aires,
Javier Vergara Editor, 2000.
7 Entre las más destacadas contribuciones recientes se encuentran: José C.
Chiaramonte, Ciudades, Provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800-
1846), Ariel, Buenos Aires, 1997; Marcela Ternavasio, La revolución del voto. Política y
Elecciones en Buenos Aires, 1810-1852, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores
Argentina, 2002 y Pilar González Bernaldo, Civilidad y política en los orígenes de la
Nación Argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862, Buenos Aires,
FCE, 2000.
8 Por ejemplo, Ricardo Salvatore, Wandering Paysanos. State order and subaltern
experience in Buenos Aires during the Rosas era, Duke University Press, Durham and
London, 2003 y Gabriel Di Meglio, Las prácticas políticas de la plebe urbana de
Buenos Aires entre al Revolución y el Rosismo (1810-1829), Tesis de Doctorado,
Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 2004.
9Ello puede observarse con claridad en los estudios andinos donde todavía es mucho
menor la cantidad de estudios dedicadas a esta fase crítica que los existentes para
las rebeliones del siglo XVIIIo las revueltas campesinas de los siglos XVIII y XIX: ver
la excelente compilación de Steve Stern, Resistencia, rebelión y conciencia
campesina en los Andes. siglos XVIII al XX, Lima, IEP, 1990.
10 Un panorama actualizado se puede encontrar en Raúl O. Fradkin y Juan C.
Garavaglia (eds.), En busca de un tiempo perdido. La economía de Buenos Aires en
el país de la abundancia, 1750-1865, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2004.
11 Hobsbawm desarrolló su primer argumento en un capítulo de Rebeldes
primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los
siglos XIX y XX, Barcelona, Ariel, 1974 y luego en su libro recientemente publicado
en edición ampliada: Bandidos, Barcelona, Crítica, 2001.
12 Para un panorama del debate: Gilbert Joseph, "On the trail of Latin American
Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance", en Latin American Research
Review, Nº 25, 1990, pp. 7-53 que suministra un excelente balance de la discusión y
los artículos de Richard Slatta, Christopher Bibeck, Peter Singelman y la réplica del
propio Joseph en el volumen 26 de la misma revista publicado en 1991.
13 Cf., el “Epílogo a la edición española” de Rebeldes primitivos de 1974
14 Eric Hobsbawm, Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Buenos Aires, Crítica,
2003, p. 343
15 Una lúcida crítica en Manuel González de Molina, “Los mitos de la modernidad y
la protesta campesina. A propósito de ‘Rebeldes Primitivos’ de Eric J. Hobsbawm”, en
Historia Social, Nº 25, 1996, pp. 113-157.
16 Se trata de 98 juicios abiertos a gavillas de salteadores entre 1811 y 1832 y que
se conservan en los fondos Tribunal Criminal del Archivo General de la Nación de
Buenos Aires (en adelante AGN, TC) y en los fondos del Archivo Histórico de la
Provincia de Buenos Aires de la ciudad de La Plata denominados Juzgado del Crimen
(en adelante AHPBA, JC) y Real Audiencia (en adelante AHPBA, RA)
17 AGN. IX-32-5-2, exp. 3. Citado por Marcelo Ferreyra, “Migraciones forzadas,
frontera y conflictos sociales en el sur santafesino: Coronda a fines del siglo XVIII”,
Tesis de Licenciatura, Luján, UNLu., 2003, p. 102.
18 AGN, IX, 32-5-3, exp. 25.
19 AGN, IX, 32-5-8, exp. 11
20 AGN, IX, 32-5-8, exp. 3
21 AGN, IX-35-6-5, exp. 22.
22 Juan Manuel Beruti, Memorias curiosas, Buenos Aires, Emecé, 2001, p. 186. [1ª
ed. 1942-43]
23 Citado en Francisco Romay, Historia de la Policía Federal Argentina, Buenos Aires,
Biblioteca Policial, Tomo I, 1963, p. 223
24 AHPBA, JC, 34.2.34, exp. 24.
25 Pedro José Agrelo, “Autobiografía”, en Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo.
Colección de Obras y Documentos para la Historia Argentina, Tomo II:
Autobiografías, Buenos Aires, 1960, pp.1293-1323, p. 1302-1303
26 Sus sentencias muestran que mucho de los condenados eran soldados en
actividad: Gaceta de Buenos Aires (1810-1821). Reimpresión fascimilar. Tomo V,
1817-1819. Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco, 1914.
27 AHPBA, Juzgado del Crimen, 34.2.36. Expte 69 (1817) Criminal seguida contra
Manuel Alarcón (alias Tabares), Pedro José Galindo y otros por robar y herir a don
José María Cabrera en San Isidro.
28 Al respecto sigue siendo imprescindible ver Tulio Halperín Donghi: “Militarización
revolucionaria en Buenos Aires, 1806-1815”, en Tulio Halperín Donghi (comp.), El
ocaso del orden colonial en Hispanoamérica, Buenos Aires, Sudamericana, 1978, pp.
121-157
29 Recuérdese que desde 1811 el liderazgo que el grupo dirigente de Buenos Aires
ejercía de la revolución pasó a ser abiertamente cuestionado por Artigas y desde
1813, con oscilaciones, adoptó la forma de enfrentamiento militar abierto.
30 Como se recordará López en Santa Fe y Ramírez en Entre Ríos emergieron como
líderes políticos primero bajo la influencia de Artigas y como parte de los Pueblos
Libres aunque luego se separaron de él. En 1820 encabezaron la oposición al
Directorio de Buenos Aires y en la batalla de Cepeda lo derrotaron tras lo cual esta
forma de poder central fue disuelta iniciándose una etapa de formación de estados
provinciales. Carrera era un disidente chileno que había disputado a la facción
comandada por O’Higgins y su aliado San Martín la dirección del proceso chileno y
tras su derrota inició un largo peregrinaje político que incluyó su intervención en la
guerra civil rioplantense unido al bando federal.
31 Cf. Eduardo Míguez, "Guerra y orden social en los orígenes de la Nación
Argentina, 1810-1880", en Anuario IEHS, 18, 2003, Tandil, pp 17-38
32 Fabián Herrero, “Un golpe de estado en Buenos Aires durante octubre de 1820”,
en Anuario IEHS, 18, 2003, pp. 67-86. Gabriel Di Meglio, “La consolidación de un
actor político: los miembros de la plebe porteña y los conflictos de 1820”, en Hilda
Sábato y Alberto Lettieri (comps.), La vida política en la Argentina. Armas, votos y
voces, Buenos Aires, FCE, 2003, pp. 173-190.
33 Gabriel Di Meglio, “Pandillas de Buenos Aires. Una aproximación a los robos en la
ciudad, 1810-1829”, ponencia a las IX Jornadas Inter Escuelas y Departamentos de
Historia, Córdoba, 22 al 24 de setiembre de 2003.
34 Citado en César García Belsunce (dir.), Buenos Aires, 1800-1830: salud y delito,
Buenos Aires, Emecé, 1977, p. 204
35 Gazeta de Buenos Aires, miércoles 27 de diciembre de 1820
36 Marta Bechis, "Fuerzas indígenas en la política criolla del siglo XIX", en Noemí
Goldman y Ricardo Salvatore (comps.), Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas
de un viejo problema, Buenos Aires, EUDEBA, 1998, pp. 293-318.
37 Un completo panorama de los cambios que acontecían en el mundo indígena
pampeano y en la frontera en Silvia Ratto, La frontera bonaerense (1810-1828):
espacio de conflicto, negociación y convivencia, La Plata, Publicaciones del Archivo
Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Dr. Ricardo Levene”, 2003.
38 "Administración de justicia", en Gazeta de Buenos Aires, viernes 25 de julio de
1821
39 "Administración de justicia", en Gazeta de Buenos Aires, miércoles 22 de agosto
de 1821
40 "Administración de justicia", en Gazeta de Buenos Aires, miércoles 5 de
setiembre de 1821
41 El Americano Imparcial, 3 de marzo de 1825
42 AHPBA, JC, 34,3,55, Expte 11 (1824) f. 26
43 Ver Jorge Gelman "Justice, Etat et Societé. Le retablissement de l'ordre a Buenos
Aires aprés l'independance", en Etudes Rurales, 149/150, 1999, pp. 111-124
44 Nos hemos ocupado de esta cuestión en Raúl O. Fradkin, "Représentations de la
justice dans la campagne de Buenos Aires (1800-1830)" en Études Rurales,
149/150, 1999, pp. 125-146
45 Cf. Fabián Alonso, María E. Barral, Raúl O. Fradkin y Gladys Perri, "Los vagos de
la campaña bonaerense: la construcción histórica de una figura delictiva (1730-
1830)", en Prohistoria, Nº 5, Rosario, 2001, pp. 171-202.
46 Recuérdese que los años de reconstrucción económica y reforma institucional del
estado provincial fueron los de los gobiernos de Martín Rodríguez y Gregorio Las
Heras. A partir de 1824 comenzó a funcionar un congreso de diputados de las
provincias que a principios febrero de 1826 designó a Bernardino Rivadavia como
Presidente en un esfuerzo efímero por reconstruir un poder central pues acabó con
su renuncia y la posterior disolución del congreso a mediados de 1827.
47 AGN, X-13-9-4, Justicia, 1826
48 AHPBA, JC, 34.2.41 (1828) Exp.17, Año de 1828. Criminal contra Pedro
Monteros, Mariano Rivera y otros por robo en gavilla
49 El mejor análisis disponible del alzamiento rural es el de Pilar González Bernaldo,
"El levantamiento de 1829: el imaginario social y sus implicancias políticas en un
conflicto rural", en Anuario I.E.H.S., 2, Tandil, 1987, pp. 135-176.
50 AHPBA, JC, 34.5.93 Expte. 14 (1830) Criminal contra Nicolás Cuello, Pedro Pérez,
Manuel Palomeque, Gregorio Burgos, Francisco Acosta, Miguel Cuello y Esteban
González
51 AHPBA, JC, 34.5.98 Expte. 8 (1831) Criminal contra Florencio Lavallen, Luis
Acosta y otros por robos en gavilla
52 AHPBA, JC, 34.5.96 Expte. 27 (1830) Criminal contra Pedro y Juan de Dios
Figueroa, Pedro Muñoz y otros por robo en gavilla
53 Hemos tratado los significados de la “opinión” y la “fama” en las tramitaciones
judiciales en María E. Barral, Raúl O. Fradkin y Gladys Perri: "¿Quiénes son los
“perjudiciales”?. Concepciones jurídicas, producción normativa y práctica judicial en
la campaña bonaerense (1780-1830) ", en Claroscuro. Revista del Centro de
Estudios sobre la Diversidad Cultural, 2, Rosario, 2002, pp. 75-111.
54 AHPBA, JC, 34,4,69, Expte 20 (1826) Criminal contra Benito Peralta y otros por
robo en gavilla
55 Una disminución drástica del número de causas tramitadas desde la campaña se
evidencia también durante esos años en la justicia civil: cf. María E. Barral, Raúl O.
Fradkin, Marcelo Luna, Silvina Peicoff y Nidia Robles: “La construcción del poder
estatal en una sociedad rural en expansión: el acceso a la justicia civil en la campaña
bonaerense (1800-1834)”, ponencia presentada a las Terceras Jornadas de la
Asociación Uruguaya de Historia Económica, Montevideo, 9 al 11 de julio de 2003.
56 La dificultad de identificar y cuantificar movimientos sociales de alcance limitado
en condiciones de sublevación general es común a todos los intentos de producir
series cuantificables de estas acciones: cf. por ejemplo, John Coastword, “Patrones
de rebelión rural en América Latina: México en una perspectiva comparativa”, en
Friederich Katz (comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del
siglo XVI al XX, México, Era, 1990, Tomo I, pp. 27-63. Más aún, este autor decidió
prescindir de incluir el bandolerismo en su tipología ante el desacuerdo
historiográfico acerca de sus contenidos.
57 Un panorama completo y actualizado de la estructura regional y sus diferentes
zonas en Juan C. Garavaglia, Les hommes de la pampa. Une historie agraire de la
campagne de Buenos Aires (1700-1830), Paris, Editions de l’Ecole des hautes études
en sciences sociales/ Editions de la Maison des sciences de l’homme, 2000.
58 Incluimos en ella a los partidos de Flores, San Isidro, San Fernando, Las
Conchas, Matanza, Morón y Quilmes
59 Incluimos en ella a los partidos de Pilar, Exaltación de la Cruz, San Antonio de
Areco, Fortín de Areco, Villa de Luján, Guardia de Luján, Navarro y Lobos.
60 Incluimos aquí los partidos de Rojas, Pergamino, Arrecifes, San Nicolás, San
Pedro y Baradero
61 Incluimos aquí a los partidos de Magdalena, Chascomús, Monte, Ranchos y
Monsalvo
62 AGN, X-14-8-7
63 AGN, X-13-9-2, Policía, 1825
64 AGN, X-14-5-6, Policía, 1827
65 Ver Raúl O. Fradkin, “Las quintas y el arrendamiento en Buenos Aires (siglos
XVIII y XIX)”, en Raúl O. Fradkin, Mariana Canedo y José Mateo (comps.), Tierra,
población y relaciones sociales en la campaña bonaerense (siglos XVIII y XIX), Mar
del Plata, GIHRR-UNMDP, 1999,. pp. 7-40.
66 AHPBA, JC, 34-2-37, exp.21 (1818), 34-2-39, exp. 3 (1820), 34.2.39, exp. 3
(1821), 34-2-34, exp. 19 (1821), 34-3-43 (1822), 34-3-46, exp. 39 (1822), 30-3-
51, exp. 38 (1823) y 34-3-55, exp.11 (1824)
67 AHPBA, JC, 34-4-64, exp.4 (1825)
68 AHPBA, JC, 34-5-98, exp. 8
69 Un panorama del funcionamiento de la justicia criminal en el período en Osvaldo
Barreneche, Dentro de la Ley, TODO. La justicia criminal de Buenos Aires en la etapa
formativa del sistema penal moderno de la Argentina, La Plata, Ediciones Al Margen,
2001.
70 Un análisis impecable de estas cuestiones en Arlette Farge, La atracción del
archivo, Valencia, Edicions Alfons El Magnanim, 1991 y La vida frágil. Violencia,
poder y solidaridades en el París del siglo XVIII, México, Instituto Mora, 1994.
71 Nos hemos ocupado de esta cuestión en Raúl O. Fradkin, “Cultura jurídica y
cultura política: la población rural de Buenos Aires en una época de transición (1780-
1830)”, ponencia presentada al Coloquio Internacional “Las formas del poder social.
Estados, mercados y sociedades en perspectiva histórica comparada. Europa-
América Latina (siglos XVIII-XX)”, IEHS-UNICEN, Tandil, 5 y 6 de agosto de 2004.
72 Cf. José Mateo, “Bastardos y concubinas. La ilegitimidad conyugal y filial en l
frontera pampeana bonaerense (Lobos 1810-1869)”, en Boletín del Instituto de
Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, Nº 13, 1996, pp. 7-34.; José L.
Moreno, “Sexo, matrimonio y familia: la ilegitimidad en la frontera pampeana del Río
de la Plata, 1780-1850”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana
Dr. Emilio Ravignani, Nº 16/17, 1998, pp. 61-84..
73 AHPBA, JC, 34.5.95 Expte 59 (1830) “Año de 1830. Inocencio Cufré, Mariano
Monge – a las armas, José Zuñiga, Pedro Vega – falta- El Chinito amigo de Monge –
falta- Agustín Zárate, Antonio Almada, Romano Ferreyra, Juana Vega, María de la
Cruz Figueroa, Celestino Otero, Julián Gallardo, prófugo, por robo en gavilla en el
partido del Pilar”.
74 AHPBA, JC, 34,3,46, Expte 39 (1822) Causa criminal contra Cipriano Ramirez,
Narciso Rodriguez, Dalmacio Moreno y Pablo Alcaráz por robo.
75 Juan C. Garavaglia, “Paz, orden y trabajo en la campaña: la justicia rural y los
juzgados de paz en Buenos Aires, 1830-1852”, en Desarrollo Económico, Nº 146,
1997, pp. 241-262.
76 Carlos Aguirre, "Cimarronaje, bandolerismo y desintegración esclavista. Lima,
1821-1854", en Carlos Aguirre y Charles Walker (comp.), Bandoleros, abigeos y
montoneros. Criminalidad y violencia en el Perú, siglos XVIII-XX, Lima, Pasado y
Presente/Instituto de Apoyo Agrario, 1990, pp. 137-182.
77 Marta Golberg y Silvia Mallo, "La población africana en Buenos Aires y su
campaña. Formas de vida y de subsistencia (1750-1850)", en Temas de Africa y
Asia, Nº 2, 1994, pp.15-69
78 Carmen Bernand, "La población negra de Buenos Aires (1777-1862)", en Mónica
Quijada, Carmen Bernand y Arnd Schneider, Homogeneidad y nación con un estudio
de caso: Argentina, siglos XIX y XX, Madrid, CSIC, 2000, pp. 93-140.
79 AHPBA, JC, 34-2-34, Expte 76 (1812) al indio Santos Valdés por vago y mal
entretenido
80 AHPBA, JC, 34.2.36 Expte 19 (1815) Criminal contra José Cosio y Atanasio
Fernández por atribuírsele el robo de caballos.
81 AHPBA, JC, 34.2.37 Expte 1 (1818) “Frontera del Monte. Comandancia Militar.
Sumaria producida sobre esclarecer robos de hacienda vendida clandestinamente a
los Indios Pampas. Reo principal Carmen Vera”.
82 Rolando Dorcas Berro, Nuestra Señora de Dolores, La Plata, AHPBA, 1936, p. 71
83 “Causa criminal contra Pascual Castillo acusado de salteador y asesino”, AHPBA,
JC, 34-4-70; exp. 6
84 AHPBA, JC, 34.5.90 Expte 70 (1830) Criminal contra Diego Arce por robo en
gavilla. f. 1-1v
85 Un excelente análisis del funcionamiento de las redes sociales en José Mateo,
Población, parentesco y red social en la frontera. Lobos (provincia de Buenos Aires)
en el siglo XIX, Mar del Plata, UNMDP/GIHRR, 2001.
86 AHPBA, JC, 34.3.56 (1824), Expte 61. Criminal contra León Moreno, Bictoriano
Reyes, Luis Zapata y Julián Moreno por robo.
87 AHPBA, JC, 34.4.66. expte 19. Criminal contra Gerónimo Rivas y Francisco
Esteban Velázquez acusados de robo y asalto en gavilla a la casa de doña Lorenza
Casas partido de la Matanza.
88 Juan C. Garavaglia, "Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de
las exigencias militares, 1810-1860", en Anuario I.E.H.S., 18, 2003, pp. 153-187.
89 AGN, X-14-1-4, Policía, 1826
90 AHPBA, JC, 34,4,69, Expte 20 (1826) Criminal contra Benito Peralta y otros por
robo en gavilla
91 AHPBA, JC, 34.4.74. expte 54. Criminal contra Casildo Valor y otros por robo en
gavilla
92 AHPBA, JC, 34,4,75, Expte 93 (1827) "Correccional Pedro Pajón, Nonato Moreno,
Juan de los Santos Díaz, Piedrabuena, acusados de vagos y perjudiciales
93 AGN, X-32-10-7
94 Citado en César García Belsunce (dir.), Buenos Aires, 1800-1830: salud y delito,
Buenos Aires, Emecé, 1977, p. 195
95 Eric Hobsbawm, Bandidos, op. cit., p. 13.
96 AHPBA, JC, 34-2-34, exp. 29. Sumaria contra Blas Yedros y Silvestre Navarrete
acusados de ladrones. (1811)
97 AHPBA, JC, 34.2.34. Exp. 62. Año de 1812. Causa criminal contra Clemente Melo
(alias Grillo), Enrique Vera, un F. Fredes y otro cuyo nombre y apellido se ignora por
el robo y heridas que causaron a don Pedro Monsalvo vecino de la Cañada de la
Cruz.
98 AHPBA, JC, 34,3,42. Exp. 73. Pueblo de los Arrecifes, año de 1821. Sumario
contra Roque Jacinto Arguello acusado de varios robos en la campaña.
99 Carlos Mayo, Estancia y sociedad en la pampa, 1740-1820, Buenos Aires, Biblos,
1995, especialmente capítulos X y XI
100 Para un claro panorama de la sociedad de la campaña norte ver Mariana
Canedo, Propietarios, ocupantes y pobladores. San Nicolás de los Arroyos, 1600-
1860, Mar del Plata, GIHRR-UNMDP, 2000.
101 Cf. por ejemplo Ricardo Rodríguez Molas, Historia social del gaucho, Buenos
Aires, Maru, 1968 o Richard Slatta, "Gauchos, llaneros y cowboys: un aporte a la
historia comparada", en Boletín Americanista, 34, Barcelona, 1984, pp. 193-208 y
Los gauchos y el ocaso de la frontera, Buenos Aires, Sudamericana, 1985.
102 AGN, X-35-11-13, Policía, 1825.
103 AGN, X-14-5-6, Policía, 1827
104 Se trata generalmente de autores que tergiversan el enfoque de Hobsbawm y
se apoyan en él para desarrollar un argumento que en definitiva se aparta y niega el
de aquel.
105 Esta sería la postura simplificada de Hobsbawm y sus más fervientes seguidores
106 Ello por ejemplo se manifestó en la controversia desatada durante la
elaboración de la fallida constitución de 1826 acerca de si los peones debían o no
tener derechos electorales mientras regía y siguió rigiendo una ley electoral que
asignaba el derecho a ser elector a todo “hombre libre” mayor de edad: Cf. Marcela
Ternavasio, La revolución del voto. Política y Elecciones en Buenos Aires, 1810-1852,
Buenos Aires, Siglo veintiuno editores Argentina, 2002. Oreste C. Cansanello,
“Itinerarios de la ciudadanía en Buenos Aires. La ley de elecciones de 1821”, en
Prohistoria, Nº 5, 2001, pp. 143-170.
107 Raúl O. Fradkin, “ `Labradores del instante` , ‘arrendatarios eventuales’. El
arriendo rural en Buenos Aires a fines del siglo XVIII", en María M. Bjerg y Andrea
Reguera (comps.), Problemas de la historia agraria. Nuevos debates y perspectivas
de investigación, Tandil, IEHS, 1995, pp. 47-78.
108 Hemos tomado estos conceptos del enfoque de John Tutino, De la insurrección a
la revolución en México. Las bases sociales de la violencia agraria, 1750-1940,
México, Era, 1990.
109 AHPBA, RA, 5-5-80-14 (1822): “Causa criminal de oficio contra Juan Molina,
Luis Castellano y José Santos Guerra presos por el Juez de Paz de Areco por
sospechosos de una gavilla qe. asaltó por la noche la casa del señor Prud.o. Pérez y
señor Juan de La Cruz Gimenez en las chracras de Ayala”, el 18 de marzo de 1822”.
110 AHPBA, JC, 34.5.93Expte 26 (1830) Correccional contra Lino Arce y Martin Arce
por vagos y mal entretenidos
111 AHPBA, JC, 34,4,87, Expte 28 (1829) Carátula: Criminal contra Francisco
González. Sr. Juez Don Insiarte. Oficina Agrelo. Ciudad de Buenos Aires. Adjunta una
Causa criminal contra F. González y otros por presunciones de salteadores
112 Jorge Gelman, “El fracaso de los sistemas coactivos de trabajo rural en Buenos
Aires bajo el rosismo. Algunas explicaciones preliminares”, en Revista de Indias, Vol.
LIX, Nº 215, 1999, pp. 123-141.
113 Ricardo Salvatore, "Reclutamiento militar, disciplinamiento y proletarización en
la era de Rosas", en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr.
Emilio Ravignani, Nº 5, 1992, pp.25-48.
114 AGN, X-32-11-2, Policía, 1827
115 AHPBA, JC, 34.5.95 Expte 59 (1830) “Año de 1830. Inocencio Cufré, Mariano
Monge – a las armas, José Zuñiga, Pedro Vega – falta- El Chinito amigo de Monge –
falta- Agustín Zárate, Antonio Almada, Romano Ferreyra, Juana Vega, María de la
Cruz Figueroa, Celestino Otero, Julián Gallardo, prófugo, por robo en gavilla en el
partido del Pilar”.
116 James Scott, Everyday forms of Peasant Resistance, New Haven, Yale University
Press, 1984.
117 AHPBA, JC, 34,4,75, Expte 93 (1827) "Correccional Pedro Pajón, Nonato
Moreno, Juan de los Santos Díaz, Piedrabuena, acusados de vagos y perjudiciales”.
118 Otros ejemplos semejantes en Juan C. Garavaglia, “ ‘Pobres y ricos’: cuatro
historias edificantes sobre el conflicto social en la campaña bonaerense
(1820/1840)”, en Poder, conflicto y relaciones sociales. El Río de la Plata, XVIII-XIX,
Rosario, Homo Sapiens, 1999, pp. 29-56.
119 AHPBA, JC, 34.2.39 Expte. 3 (1820) Criminal sobre robo hecho a doña Gerarda
Leguizamo en gavilla
120 AHPBA, JC, 34,3,46, Expte 39 (1822) Causa criminal contra Cipriano Ramirez,
Narciso Rodriguez, Dalmacio Moreno y Pablo Alcaráz por robo.
121 AHPBA, JC, 34.2.36. Expte 69 (1817) Criminal seguida contra Manuel Alarcón
(alias Tabares), Pedro José Galindo y otros por robar y herir a don José María
Cabrera en San Isidro.f. 52v
122 AHPBA, JC, 34.2.39 Expte. 3 (1820) Criminal sobre robo hecho a doña Gerarda
Leguizamo en gavilla
123 AHPBA, JC, 34. 3.62. Expte 19. Criminal contra Luis Caravajal y otros por robo.
124 Carlos Mayo (dir.), Juego, sociedad y estado en Buenos Aires, 1730-1830.
UNLP, La Plata, 1998.
125 James Scott, “Formas cotidianas de rebelión campesina”, en Historia Social, Nº
28, 1997, pp. 13-41.
126 AHPBA, JC, 34.2.34, exp 7 (1812). Criminal contra Tomás Rodríguez y otros por
atribuirsele un robo
127 AHPBA, JC, 34.5.96 exp. 27 (1830) Criminal contra Pedro y Juan de Dios
Figueroa, Pedro Muñoz y otros por robo en gavilla. f. 26v. Convendría recordar que
las acciones de Carrera en las pampas lo unieron primero a Ramírez y luego al
caudillo santafecino Estanislao López.
128 AHPBA, JC, 34,3,58, Expte 59, 1825: “Causa criminal contra Mariano Portilla y
José Seco por abigeato”. “Por haver vendido cincuenta y cuatro cavezas de ganado
vacuno de la propiedad del propietario don Francisco Sosa hacendado en el partido
de los Ranchos el que le fue robado en el saladero de don Eugenio Medrano”. f. 25v
129 AHPBA, JC, 34-2-39, Expte. 56 (1820) "Juan Manuel Quiroga, por robos"
130 AHPBA, JC, 34.2.38. Expte 42 (1820) Criminal contra Evaristo Bustos, Juan
Esteban Rivas, Gerónimo y Benito Rivas por robo.
131 AHPBA, 34.2.39. Expte 38 (1820) “Criminal contra Dn. Ramon Cueli, dicho
teniente retirado, acusado de haber sacado ganado vacuno de auxilio sin competente
orden” en Arrecifes.
132 Hilarión de la Quintana, “Relación de sus campañas y funciones de guerra”, en
Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo. Colección de Obras y Documentos para la
Historia Argentina, Tomo II: Autobiografías, Buenos Aires, 1960, pp 1335-1390,
especialmente pp. 1381-1385
133 Al respecto Marcela Ternavasio, “Nuevo régimen representativo y expansión de
la frontera política. Las elecciones en el estado de Buens Aires: 1820-1840”, en A.
Annino (comp.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos Aires,
FCE., 1995, pp. 65-106.
134 Juan C. Garavaglia, “Elecciones y luchas políticas en los pueblos de la campaña de
Buenos Aires: San Antonio de Areco (1813-1844)”, mimeo, 2003.
135 Raúl O. Fradkin, “Asaltar los pueblos. La montonera de Cipriano Benítez contra
Navarro y Luján en diciembre de 1826 y la conflictividad social en la campaña
bonaerense”, en Anuario IEHS, Nº 18, Tandil, 2003, pp. 87-122.
136 Daniel Villar y Juan F. Jiménez, "Aindiados, indígenas y política en la frontera
bonaerense (1827-1830)", en Quinto Sol, Año 1, Nº 1, Santa Rosa, 1997, pp. 103-
144.
137 Raúl O. Fradkin, "¿"Facinerosos" contra "cajetillas"? La conflictividad social rural
en Buenos Aires durante la década de 1820 y las montoneras federales", en Illes i
Imperis, Nº 4, Barcelona, 2001, pp. 5-33.
138 AGN, X-13-10-5 (1826) y AGN, X-21-4-4 (1828)
139 AGN, Tribunal Criminal, C-2, 4 (1828)
140 Justamente hemos podido corroborar que era más frecuente en la campaña que
en la ciudad que los vecinos apelaran a este medio para impugnar la actuación de
algunas autoridades y que crecieron en estos años : cf. María E. Barral, Raúl O.
Fradkin, Marcelo Luna, Silvina Peicoff y Nidia Robles: “La construcción del poder
estatal en una sociedad rural en expansión: el acceso a la justicia civil en la campaña
bonaerense (1800-1834)”, ponencia presentada a las Terceras Jornadas de Historia
Económica de la Asociación Uruguaya de Historia Económica, Montevideo, 9 al 11 de
julio de 2003.
141 Raúl O. Fradkin, “Tumultos en la pampa. Una exploración de las formas de
acción colectiva de la población rural de Buenos Aires durante la década de 1820”,
ponencia presentada a las IX Jornadas Interescuelas y Departamentos de Historia,
Córdoba, 24 al 26 de setiembre de 2003.
142 AHPBA, JC, 34.3.57, Expte 49. Correccional contra Nicolás Villarreal por haber
acometido con cuchillo al Juez de Paz de Luján
143 AHPBA, JC, 34.4.68. Expte 62. Criminal contra Calixto Arrieta por haver
asaltado y robado con otros la casa de doña Mariana Rodríguez, vecina del partido
del Pilar.
144 AHPBA, JC, 34,4,81 Expte 32 (1827) Causa criminal contra Paulino Martínez por
tropelías contra las autoridades de Dolores e intento de insurreccionar a los indios.
145 AHPBA, JC, 34-4-69, exp. 46 (1826) "Contra Obligado Mariano Moreno Esclavo
de Don Manuel Obligado por resistirse a su amo estando herido"
146 AHPBA, JC, 34-4-73, exp. 57 (1827) “Causa correccional contra los esclavos
Felix, Manuel y José por rebelión en la estancia de Francisco Pérez Millán”
147 AHPBA, JC, 34.4.73 Expte 119. Criminal contra Juan Pablo Latorre, Severino
Montes de Oca, Juan Jara e Ignacio Viera por robo. Dr. Guzmán
148 AHPBA, JC, 34.5.90 Expte 70 (1830) Criminal contra Diego Arce por robo en
gavilla.
149 "Poesía Biográfica de Rosas publicada en 1830, por Luis Pérez", en Ricardo
Rodríguez Molas, "Luis Pérez y la biografía de Rosas escrita en verso en 1830", en
Historia, 6, 1956, Buenos Aires, pp 111-132.
150 El Pampero, 16 de mayo de 1829
151 Juan Manuel Beruti, Memorias curiosas, Buenos Aires, Emecé, 2001, p.418.
152 AHPBA, JC, 34-4-88, Exp. 26, (1829) Causa criminal contra Francisco Vásquez,
Isidro Romero y otros por robo, asalto y heridas en gavilla.
153 AHPBA, JC, 34-4-86, Exp. 128, (1829) Causa criminal contra Pedro González,
Julián Agustín Bargas, Cipriano Fernández, Joaquín Gómez, Manuel Alfaro, Simón
Negrete, Lorenzo Juárez, Manuel Díaz y Manuel Sandoval por haber asaltado y
robado la casa de María Salomé Rodríguez en el partido de Morón
154 AHPBA, JC, 34-4-88, Exp. 6, (1829) Causa criminal contra Nicolás Sarza por
robo en gavilla
155 AHPBA, JC, 34-5-97; 59
156 AHPBA, JC, 34-5-94, Exp. 14, (1830) Criminal contra Pedro Magallanes por robo
en gavilla.
157 AHPBA, JC, 34-5-98; Exp. 8, (1831) Criminal contra Florencio Lavallen, Luis
Acosta y otros por robos en gavilla.
158 Richard Slatta y Karla Robinson, “Continuities in crime and punishment. Buenos
Aires 1820-1850”, en L. Johnson (ed.), The Problem of Order in Changing Societies,
Albuquerque, University of New Mexico Press, 1990, pp.2-45, especialmente la Tabla
5
159 En Adolfo Saldías, Historia de la Confederación Argentina. Rozas y su época,
Tomo I, Buenos Aires, El Ateneo, 1951, p. 472
160 AHPBA, JC, 34,4,73 Expte 9 (1827) Causa criminal contra Andrés Madariaga y
otros por robo en gavilla.
161 AGN, X-14-1-5, Policía, 1826
162 El Pampero, 10 de marzo de 1829.
163 Benito Díaz, Juzgados de Paz de campaña en la Provincia de Buenos Aires
(1821-1854), La Plata, 1959, p. 125
164 John Lynch, Caudillos en Hispanoamérica, 1800-1850, Madrid, Mapfre, 1993,
especialmente páginas 19 y 20. Para el caso específico ver del mismo autor Juan
Manuel de Rosas, Buenos Aires, Emecé, 1985.
165 Cf. Noemí Goldman y Ricardo Salvatore, (comps.), Caudillismos rioplatenses.
Nuevas miradas de un viejo problema, Buenos Aires, EUDEBA, 1998.
166 Oreste C. Cansanello, “Las milicias rurales bonaerenses entre 1820 y 1830”, en
Cuadernos de Historia Regional, Nº19, UNLu., Luján, 1998, pp. 7-51. Juan C.
Garavaglia, "Ejército y milicia: los campesinos bonaerenses y el peso de las
exigencias militares, 1810-1860", Anuario IEHS, 18, 2003, pp 153-187.
167 Jorge D. Gelman, “Un gigante con pies de barro. Rosas y los pobladores de la
campaña”, en Noemí Goldman y Ricardo Salvatore, (comps.), Caudillismos
rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires, EUDEBA, 1998, pp.
223-240.
168 Carlos Mayo, “Estructura agraria, revolución de independencia y caudillismo en
el Río de la Plata, 1750-1820”, en Anuario I.E.H.S., 12, Tandil, 1997, pp. 69-78.
169 Situaciones de este tipo se dieron al menos en la costa y la sierra peruana, el
sur de Chile, en Guadalajara y los Llanos venezolanos. Cf. Carlos Aguirre y Charles
Walker (comp.), Bandoleros, abigeos y montoneros. Criminalidad y violencia en el
Perú, siglos XVIII-XX, Lima, Pasado y Presente/Instituto de Apoyo Agrario, 1990;
Ana María Contador, Los Pincheira. Un caso de bandidaje social. Chile 1817-1832,
Santiago de Chile, Bravo y Allende Editores, 1998; Miquel Izard, "Vagos, prófugos y
cuatreros. Insurgencias antiexcedentarias en la Venezuela tardocolonial", en Boletín
Americanista, Nº 41, 1991, pp. 182-184 y William Taylor, “Bandolerismo e
insurrección. Agitación rural en el centro de Jalisco, 1790-1816”, en Friederich Katz
(comp.), Revuelta, rebelión y revolución. La lucha rural en México del siglo XVI al
siglo XX, México, Era, Tomo I, 1990, pp. 187-223.
170 La situación latinoamericana prototípica es, sin duda, la de la revolución
mexicana de 1910: ver, por ejemplo, David Braiding (comp.), Caudillos y
campesinos en la Revolución Mexicana, México, FCE, 1991 y en especial Alan Knight,
"Caudillos y campesinos en el México revolucionario, 1910-1917", pp. 32-85 y
Friederich Katz, “Pancho Villa, los movimientos campesinos y la reforma agraria en el
norte de México”, pp. 86-105
171 María E. Barral y Raúl O. Fradkin, “Los pueblos y la construcción de las
estructuras de poder institucional en la campaña bonaerense (1785-1836)”, en
Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani, en prensa.
172 Hemos hecho un análisis de esta situación en Raúl O. Fradkin, “Entre la ley y la
práctica: la costumbre en la campaña bonaerense de la primera mitad del siglo XIX”,
en Anuario I.E.H.S., 12, 1997, pp. 141-156 y “Coutume, loi et relations sociales
dans la campagne de Buenos Aires (XVIIIe et XIXe siècles)” en J. C. Garavaglia y J.
F. Schaub, (eds.), Justice, lois, coutume, EHESS/L'Armatan, Paris [ en prensa]
173 Para un análisis de este tipo de situaciones ver Gilbert Joseph y Allen Wells, "El
monocultivo henequenero y sus contradicciones: estructura de dominación y formas
de resistencia en las haciendas yucatecas a fines del Porfiriato", en Siglo XIX, Nº 6,
1988, pp. 215-277.
174 Antonio Gramsci, Antología, México, Siglo XXI, 1999, pp. 491-493.
Para citar este artículo

Raúl O. Fradkin, « Bandolerismo y politización de la población rural de Buenos Aires


tras la crisis de la independencia(1815-1830) », Nuevo Mundo Mundos Nuevos,
Número 5 - 2005, mis en ligne le 22 février 2005, référence du 23 septembre 2005,
disponible sur : http://nuevomundo.revues.org/document309.html.

Acerca de : Raúl O. FRADKIN

Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Luján. Instituto


Ravignani de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Argentina

Fuente:

http://nuevomundo.revues.org/document309.html

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