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Resumen: La vecindad: entre condición formal y negociación continua.

Reflexiones en
torno a las categorías sociales y las redes personales (Tamar Herzog)

¿Cuál era la relación entre las categorías jurídicas v las redes personales en el Antiguo
Régimen? La autora va a analizar este problema utilizando un ejemplo conocido: el de la
vecindad, es decir, el de la pertenencia a una corporación urbana, tanto en Castilla
como en el virreinato del Perú, durante la edad moderna.
El debate que opone la utilización de categorías formales al recurso del análisis de redes
sociales es de enfoque bastante restringido. Por un lado, se sostiene que la forma de
identificarse —y de tener acceso a derechos y privilegios en una sociedad corporativa,
como lo era la hispana de la edad moderna— dependía de definiciones jurídicas que
clasificaban a los individuos en grupos (corporaciones). Estas definiciones determinaban
la condición no sólo legal, sino también social y personal de cada miembro del grupo. Esto
daba una certeza de merecer un trato diferencial: era atribuir a cada uno lo suyo, según el
grupo (corporación) al que se pertenecía.
Mientras el manejo de categorías formales insistía tanto en el papel del derecho en la
formación del ordenamiento social como en las identidades corporativas, el análisis de las
redes sociales, al destacar la libertad de acción de los individuos, hacía aparentemente lo
contrario. Según éste, aunque las personas podían estar clasificadas en grupos de
acuerdo a definiciones jurídicas, éstos, aunque condicionando sus actividades, no las
determinaban del todo. El hecho que más influía en el ordenamiento social era otro, y se
relacionaba con factores de solidaridad y colaboración humana. Por lo tanto, al margen de
las corporaciones (aunque sin contradecirlas necesariamente), los individuos estaban
atados los unos a los otros mediante redes basadas en relaciones de parentesco, amistad
o interés mutuo y, a raíz de estas relaciones, tomaban sus decisiones, formaban sus
identidades y, en general, forjaban su lugar dentro de las estructuras sociales.
Según considera la autora, las categorías jurídicas, formalmente definidas no rechazaban
el análisis de las redes sociales, sino que, al contrario, lo integraban y lo utilizaban a fin de
clasificar a las personas.
La necesidad de esclarecer las formas por las cuales los individuos se clasificaban en
grupos (corporaciones) motivó a algunos historiadores a considerar necesario el estudio
de la práctica administrativa y judicial. Estos historiadores pensaban que, si las
mencionadas etiquetas daban acceso a derechos y obligaciones, debía haber casos en
los que su aplicación provocaba debate. Así, estos historiadores identificaban los
privilegios o deberes de grupos concretos y, posteriormente, buscaban pleitos legales en
los que el acceso a los mismos fuera debatido.
Esta práctica, sin embargo, provocó rechazo por parte de otros historiadores, quienes
alegaban que el método utilizado reducía las categorías legales a instrumentos
burocráticos y las vaciaba de contenido. Pero, ¿cuál era la diferencia, dentro de las
estructuras del Antiguo Régimen, entre "categorías fiscales" y "categorías legales"? ¿Cuál
era el sentido de las corporaciones y de sus derechos y obligaciones, sentido que se
vaciaba según alegaban los oponentes?
La autora cree que la distinción propuesta entre derechos y obligaciones, por una parte, v
la existencia de corporaciones, por otra, es producto de nuestras concepciones actuales.
El sistema político y social del Antiguo Régimen presumía que la división de la sociedad
en grupos discretos y la atribución de un régimen distinto a cada uno de ellos reproducía
un orden natural, de origen divino. Según éste, la pertenencia al grupo suponía derechos
y obligaciones porque la misma colocaba a la persona dentro del ordenamiento social, v le
otorgaba una función determinada en el seno de una comunidad regida, supuestamente,
por la armonía y caracterizada por la coordinación entre sus distintas partes.

¿Y la vecindad?

La vecindad se insertaba en el marco de este debate a medida que era, como "militar",
"indio" y "español", una categoría legal con consecuencias jurídicas. El vecino era
miembro de una comunidad política (corporación) local. La historiografía sobre esta
cuestión se acogía a los criterios y métodos tradicionales, ya descritos. Algunas veces
parecía que no había duda de quién era vecino. Otras, se buscaban definiciones legales
para la vecindad. Esta segunda vertiente tenía cierto éxito en la Península, donde algunos
fueros explicaban quién podría considerarse vecino para el goce de algunos derechos
especiales. Los historiadores que adoptaban estas "definiciones" solían ignorar el hecho
de que las mismas sólo englobaban algunos casos específicos y sólo enumeraban las
condiciones de acceso a ciertos derechos particulares. En vez de preguntarse por la forma
en que la comunidad (corporación) se constituía y sus miembros se identificaban, se
presumía simplemente que la lista de características necesarias para gozar de un derecho
bastaba también para gozar de otro.
En el caso hispanoamericano, la búsqueda de definiciones legales era incluso menos útil.
Los que querían entender el significado de la vecindad en Hispanoamérica buscaban
definiciones peninsulares o recurrían a los textos de la Recopilación de Indias.
Tanto "vecino", como "militar", "indio" y "español", eran categorías de orden tanto social
como legal, v que su contenido y significado no eran evidentes, ni tenía sentido —dentro
de la lógica del sistema jurídico del Antiguo Régimen— buscar su definición teórica y
general. Su aplicación a ciertas personas respondía a una visión de la sociedad, una
visión que incluía tales consideraciones como su organización interna y su división en
grupos, y que no dejaba de considerar tampoco las relaciones personales que unían a los
miembros de la corporación.
La teoría de la vecindad, al contrario, no procedía de la ley, sino de un común acuerdo
sobre lo que significaba la existencia de la comunidad política y sobre lo que suponía
pertenecer a ella. Este acuerdo formaba parte de la costumbre local, pero también estaba
influido por la teoría del derecho de inspiración romana (el ius commune). Esta indicaba, en
términos generales, que el único criterio para incluir a una persona dentro de la
comunidad era su inserción en la misma y su "lealtad" a ella y a sus miembros. Los
vecinos tenían una relación privilegiada con un grupo humano (la comunidad) y esta
relación era la que permitía, posteriormente, atribuirles derechos y obligaciones. Para
responder a la pregunta de quién era vecino, por lo tanto, era necesario verificar si esta
relación existía.

Las "definiciones" enumeradas en los fueros, por lo tanto, no eran más que ejemplos
concretos de una regla general cuya aplicación se requería en cada caso particular. En
realidad, la clasificación de las personas en "vecinas" o "no vecinas" no era sino el
resultado legal de una situación real y emotiva precedente.
En Hispanoamérica, al parecer, la vecindad seguía las mismas pautas. En la primera
época el sistema peninsular regía con pocas alteraciones. Después de esta primera
época, sin embargo, las declaraciones formales de "vecindad" poco a poco
desaparecieron. En vez de recurrir a un sistema formal, en el que el cabildo declaraba la
vecindad, como ocurría en la Península, a partir de mediados del siglo XVII la vecindad
hispanoamericana dependía, ante todo, de la "opinión común" y de la reputacicon del
aspirante. Las personas seguían considerándose "vecinas" (o "no vecinas"), pero esta
clasificación ya no era el resultado de un proceso administrativo-judicial, sino que
expresaba la posición tomada por cada persona respecto a la sociedad y su
reconocimiento por los demás miembros.
El abandono de la vecindad jurídica en favor de una vecindad basada en la apropiación y
la reputación podía deberse a muchos factores. En Hispanoamérica la utilidad jurídica,
política e incluso económica de la vecindad disminuía, y con esta disminución
desaparecía la práctica de pedir la vecindad. Además, la misma movilidad geográfica y la
precariedad de ciertas poblaciones americanas favorecían la dependencia de criterios
reales, en vez de ficciones jurídicas.
La práctica desarrollada en Hispanoamérica y el abandono del proceso formal, sin
embargo, no modificaron el contenido de lo que era la vecindad, que seguía examinando
el grado de inserción de las personas en la comunidad.
La autora considera que la vecindad permite reflexionar sobre el valor históricamente
atribuido a las categorías socio-legales que marcaban la pertenencia de ciertas personas
a unas corporaciones tradicionalmente definidas por una serie de derechos y
obligaciones. Estas categorías, vistas sin el prejuicio del siglo XX, aparecen como
clasificaciones sociales con un significado legal v no, como se las suele entender, como
categorías legales con un significado social. Es decir, la clasificación de las personas en
vecinas o no vecinas se basaba en una cierta visión de la sociedad y en una cierta
creencia sobre las formas en las que se constituían los grupos humanos y las diferentes
comunidades. Sólo el que formaba parte de la comunidad, porque actuaba como tal y se
reconocía como tal, podía disfrutar de ciertos bienes y honores que pertenecían a aquella.
Es decir, al margen de cuestiones genealógicas y de criterios relacionados con la
apariencia física, aparece en los pleitos un discurso que insistía en la importancia de
factores de sociabilidad a la hora de clasificar a las personas como "indias" o "no indias".
Es evidente, sin embargo, que entre todas las corporaciones, el ejemplo de la vecindad es
muy esclarecedor, va que a pesar de la ausencia de procesos formales para su
constitución en Hispanoamérica a partir de mediados del siglo XVII, su esencia seguía
siendo la misma que en la Península. Era evidente que la vecindad se regía ante todo por
criterios sociales y no por categorías legales.

¿Y las redes sociales?

La aparente contradicción entre un estudio basado en categorías tales como "indio",


"militar", "español" o "vecino", y otro que se acoge al análisis de las redes, desaparece
cuando se considera que las mencionadas categorías, tal como he intentado demostrar,
recogen en su seno no sólo consideraciones étnicas y profesionales, sino también factores
de sociabilidad. Las redes sociales operan en muchos niveles y no se limitan,
necesariamente, a unos espacios políticos o geográficos determinados. Sin embargo, es
evidente también, que las categorías jurídico-sociales tampoco son tan estrechas como se
pretendía, y que tampoco ignoran las relaciones que unen a los seres humanos los unos
con los otros. Después de todo, lo que está en juego no son categorías vacías de
contenido, sino designaciones que se constituyen en virtud de actuaciones sociales y a
raíz de relaciones personales. Por lo tanto, la autora propone que, en vez de abandonar
las categorías para adoptar nuevos instrumentos de análisis tales como el análisis de
redes, lo que tenemos que hacer primero es volver a revisar las categorías y repensar las
formas en las que han sido tratadas, devolviéndoles su sentido original, el social.

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