El psicoanalista pasa sus días encerrado en un consultorio aislado, interactuando solo a través de relaciones bipersonales con sus pacientes, pero negando la naturaleza bipersonal de estas relaciones al percibirlas solo como fenómenos internos del paciente. Esto hace que el mundo del psicoanalista se parezca al mundo del fóbico, centrado en la evitación del contacto íntimo. Además, los psicoanalistas se protegen a sí mismos con tabúes y rituales, y omiten propositivamente la percepción de fen
El psicoanalista pasa sus días encerrado en un consultorio aislado, interactuando solo a través de relaciones bipersonales con sus pacientes, pero negando la naturaleza bipersonal de estas relaciones al percibirlas solo como fenómenos internos del paciente. Esto hace que el mundo del psicoanalista se parezca al mundo del fóbico, centrado en la evitación del contacto íntimo. Además, los psicoanalistas se protegen a sí mismos con tabúes y rituales, y omiten propositivamente la percepción de fen
El psicoanalista pasa sus días encerrado en un consultorio aislado, interactuando solo a través de relaciones bipersonales con sus pacientes, pero negando la naturaleza bipersonal de estas relaciones al percibirlas solo como fenómenos internos del paciente. Esto hace que el mundo del psicoanalista se parezca al mundo del fóbico, centrado en la evitación del contacto íntimo. Además, los psicoanalistas se protegen a sí mismos con tabúes y rituales, y omiten propositivamente la percepción de fen
Autor: Hernndez de Tubert, Reyna Mi inters por explicarme, por lo menos en parte, lo que es el diario vivir del psicoanalista, surge de las caractersticas propias de nuestro trabajo. ste se diferencia de otras profesiones en que nuestro principal instrumento -si bien desarrollado, afinado y avalado por aos de formacin- es, al fin de cuentas, nuestra personalidad total. !l psicoan"lisis es la disciplina que nos #a permitido la mayor comprensin de la que disponemos acerca de la experiencia subjetiva del ser #umano, tanto consciente como inconsciente. $odramos decir que nos #a permitido explorar los %mundos& en los que cada uno de nosotros #abitamos. 's #emos reconocido el mundo del paciente fbico como un curioso espacio variable, con distancias que se alargan y se ac#ican, alternando santuarios seguros con espacios amena(antes y aterradores. )ambin #emos accedido al mundo del obsesivo, lleno de peligros, cdigos de procedimientos y amena(as de castigo. * el mundo del esqui(oide, solitario, yermo y devastado. $ero, curiosamente, sabemos muy poco acerca del mundo del psicoanalista, ese "mbito cotidiano en el que nosotros mismos existimos. +' qu puede deberse esta notable omisin, )al ve( al #ec#o de que nuestra modalidad de observacin, anclada en la tradicin cientfica del siglo -.-, nos exige describir los fenmenos que presenciamos sin incluir en ellos al observador. /e crea as la concepcin de que nuestro objeto de estudio es el paciente y, muy particularmente, sus procesos mentales y contenidos inconscientes. !l analista pretende, entonces, preservar una situacin tcnica que garantice que sus opiniones, creencias y caractersticas personales influyan lo menos posible sobre las experiencias y manifestaciones del paciente. /e piensa que as se obtendra un material confiable, no contaminado por la sugestin. 0omo consecuencia de esta forma de concebir el proceso analtico, todas nuestras #istorias clnicas, presentaciones y vietas se limitan exclusivamente al paciente, pero nada dicen sobre nosotros, nuestras caractersticas personales ni nuestro entorno. +1an notado que ninguna #istoria clnica incluye una descripcin del analista o de su consultorio, 2, sin embargo, estos son indudablemente datos pertinentes. $or ejemplo, la transferencia de mi paciente albina debe estar necesariamente influida por mi piel morena, y en algo deben participar la luminosidad y las plantas de mi consultorio en la percepcin que un paciente tenga del "mbito analtico como un espacio vital o inanimado. /in embargo, los mitos y ritos de nuestra formacin nos obligan a actuar como si nada de todo esto existiera. 3no de estos mitos es el que conocemos con el nombre de %neutralidad&, y el rito que lo acompaa y complementa es la %abstinencia&. 4o estoy cuestionando aqu el concepto tcnico de neutralidad, tal como lo definiera 'nna 5reud 6789:;, al plantear que el analista debe ubicarse en un punto equidistante entre el yo, el ello y el supery del paciente. !sta idea equivale a recomendar que el analista evite tomar partido ante un conflicto del anali(ado, lo cual es una pr"ctica ra(onable y deseable. <o que estoy criticando es el muy difundido concepto de que los valores, creencias, teoras, ideologas, gustos, preferencias y sentimientos del analista pueden quedar excluidos del proceso analtico 6)ubert-*=lander y 1ern"nde( 1ern"nde(, 7889;. !ste cuestionamiento no es de naturale(a terica, sino emprica y metodolgica. !n otras palabras, no estoy criticando los conceptos de una u otra teora psicoanaltica, sino solamente afirmando que nuestro campo de observacin e intervencin no es intrapsquico, sino bipersonal. <o >nico que podemos realmente observar en psicoan"lisis es la relacin que se establece entre dos seres #umanos. *bviamente, es posible inferir, a partir de estas observaciones, ciertas #iptesis acerca de los procesos internos del paciente, y as lo #acemos cotidianamente. $ero ello no puede lograrse si nuestro punto de partida es una descripcin cuidadosamente censurada para omitir todas las contribuciones de una de las dos partes. 2 aqu llegamos al rito? la %abstinencia&. 5reud 67878; acu el trmino para referirse a la recomendacin de que el analista no gratificara los deseos del paciente, pero, con el tiempo, este concepto lleg a suponer una pro#ibicin de cualquier tipo de participacin personal del analista en la relacin, que no fuera una intervencin tcnica. 'lgunos autores restringen a>n m"s la conducta permisible del analista, sosteniendo que lo >nico que ste debiera darle a su paciente son interpretaciones. !tc#egoyen 678@@;, por ejemplo, llega a afirmar que el >nico deseo aceptable para el analista es el de informar al paciente sobre ciertos #ec#os acerca de s mismo que ste ignora. !sta norma tcnica suele adquirir todas las caractersticas de una pro#ibicin moral. /e liga, asimismo, a otro mito, que es el del %anonimato& del analista. 4uestra creencia de que no deberamos influir sobre la experiencia y conducta del paciente en forma alguna que no fuera la de brindarle conocimiento sobre s mismo, nos #a llevado a comportarnos como si realmente pudiramos constituirnos en un ser totalmente misterioso para el paciente. <amentablemente -o, qui("s, afortunadamente- esto es imposible. <os pacientes perciben, inevitablemente, lo que somos, pensamos, sentimos y creemos. $ero tambin perciben esta pro#ibicin que tanto pesa en nosotros y, con frecuencia, omiten aquellos elementos de su experiencia del an"lisis que nosotros no estamos dispuestos a discutir. 4o es que no observen #ec#os referentes a nuestra persona, sino que asumen que no deben #ablar de ello. !sto se parece notablemente a los %secretos familiares&, que todos los miembros de la familia conocen, pero que fingen ignorar. 3na consecuencia de ello, es que vastas "reas de la trasferencia quedan sin anali(ar plenamente, al no poder #ablarse en forma abierta de los estmulos personales del analista que desencadenaron dic#as reacciones transferenciales. *tra, menos importante para el tratamiento, pero de gran trascendencia para nuestra vida, es que perdemos una oportunidad privilegiada de que nuestro propio mundo sea objeto de una indagacin analtica. !ri= !ri=son contaba la #istoria de un anciano que se negaba a consultar a un mdico, a pesar de presentar ciertos sntomas inquietantes. /us familiares, alarmados, lograron finalmente que asistiera a consulta, no sin antes avisar al facultativo que se iba a enfrentar a un paciente difcil. 'l reali(arse la entrevista, el mdico le pregunt cmo se senta. %Muy bien,& respondi el #ombre, %jam"s me #e sentido mejor.& %$ues me sorprende,& dijo el mdico, %ya que me informan que usted vomita todas las maanas al levantarse&. %+'caso no lo #ace todo el mundo,& respondi el anciano. <a moraleja es clara? nadie puede percibir las peculiaridades de su propio mundo si no es a travs de la comparacin con el mundo de otro. <os analistas difcilmente podemos enterarnos de cuan extraa es nuestra forma de vida, y normalmente no tenemos a ese otro ajeno que nos lo pueda informar. 4os pasamos el da en el consultorio, #ablando con pacientes que #an aprendido a aceptar nuestros tab>es, y a adaptarse a ellos. !n consecuencia, no comentan sobre nuestras excentricidades, so pena de que les interpretemos que est"n tratando de anali(arnos a nosotros, en ve( de #acerlo ellos. <a mayora de nuestros amigos son tambin colegas, por lo que nada les extraa en la organi(acin de nuestra existencia. 2, cuando contamos con amigos ajenos al medio analtico, no #ablamos con ellos sobre el sofocante mundo de nuestra profesin, ya que estos %civiles& no lo comprenderan. 'dem"s, tanto ellos como nosotros somos parte de un mito social, que sostiene que los analistas debiramos conocer, comprender y resolver todos los problemas de la vida. 5inalmente, cuando concurrimos a un tratamiento psicoanaltico, en el que tendramos que examinar y anali(ar toda nuestra existencia, nos encontramos con un analista que comparte nuestra forma de vivir y que no encuentra nada llamativo en el %vomitar por las maanas&. +0mo vive y cmo opera un psicoanalista, !n primer lugar, nos pasamos el da encerrados en un consultorio, m"s o menos cmodo, pero aislado, tanto desde el punto de vista geogr"fico como social. Aestringimos nuestro contacto #umano a relaciones bipersonales, pero se trata de relaciones muy particulares, en las que negamos su car"cter bipersonal y percibimos, actuamos y #ablamos como si tratara solamente de %fenmenos internos& del paciente. 4os vivimos, en consecuencia, como observadores no participantes de la existencia de otro. !l "mbito de nuestro consultorio se parece entonces al mundo del fbico, centrado en la evitacin del contacto ntimo y lleno de distancias protectoras. )ambin nos protegemos con todo tipo de rituales y tab>es, los cuales no carecen de sentido tcnico, pero que revisten #abitualmente la carga emocional de una pro#ibicin. *tra peculiaridad de nuestra experiencia se deriva de uno de los principios metodolgicos fundamentales del psicoan"lisis en su inicio, que es la #iptesis de que una descripcin de los procesos internos de un individuo puede dar cuenta de todos los aspectos del ser #umano. !n consecuencia, omitimos propositivamente la percepcin de los fenmenos que denominamos %externos&. !stos incluyen las circunstancias y problemas de la vida actual de los pacientes, as como los fenmenos culturales y sociales. /i bien esta ceguera intencional es >til para nuestra pr"ctica, ya que nos sensibili(a a los m"s sutiles fenmenos de la experiencia interna del ser #umano, nos vuelve tambin insensibles a muc#os aspectos del "mbito social. !l resultado es una limitacin en nuestra capacidad de comprender algunos aspectos de la experiencia vital, tanto de nuestros pacientes, como de las personas que comparten nuestra vida, e incluso de nosotros mismos. 5reud 678:B; parece #aber sido consciente de esta limitacin, cuando le escribe lo siguiente a <ou 'ndreas-/alom? C/iempre me #an impresionado sus comentarios a mis trabajos. / que al escribir tengo que cegarme artificialmente para concentrar toda la lu( en los lugares oscuros, renunciado a la co#esin, a la armona, a los efectos edificantes y a todo aquello que usted llama el elemento simblico, pues me asusta el convencimiento de que tal meta, tales expectativas, lleven dentro de s el riesgo de alterar la verdad, aunque puedan embellecerla. !ntonces aparece usted y aade lo que falta, construye sobre este cimiento su edificio y pone aquello que #aba quedado aislado en el contexto que le corresponde. 4o puedo seguirla siempre, pues mis ojos, acostumbrados a la oscuridad, no son capaces de soportar una lu( fuerte ni de emular una visin que alcan(a los menores detalles. /in embargo, no estoy tan apolillado como para no disfrutar con la idea de que existe algo m"s brillante y m"s amplio, y muc#o menos negarle su existenciaC 6p"gs. @B- @7;. 3na evidencia de esta restriccin perceptual obligada por nuestra profesin, es el #ec#o de que, toda ve( que nos referimos a la versin original del mito de !dipo, los psicoanalistas nos identificamos con la figura de )ireisias, el adivino ciego. /e trata de un #ombre que vio lo que no deba ver, que vivi lo que no debera #aber vivido, y que dijo lo que deba #aber callado. <a consecuencia de todo ello es que perdi la visin del mundo cotidiano, pero adquiri la videncia de aquello que est" oculto para todos los dem"s. +Du consecuencias trae este estrec#amiento de su experiencia vital, tanto para el trabajo, como para la vida personal del analista y su participacin social, !n nuestra labor clnica, el concentrarnos en los procesos intrapsquicos, en detrimento de los interpersonales y sociales, nos lleva en ocasiones a errores de apreciacin, por los que atribuimos a las intenciones inconscientes del paciente, lo que en realidad puede ser un conflicto de relacin con personas de su entorno. )ambin omitimos a veces una consideracin seria de sus valores, en funcin de su pertenencia a diversos grupos, instituciones o comunidades. $ero, por sobre todo, dejamos de lado el an"lisis del efecto que nuestros propios valores y creencias puedan tener sobre el paciente. !sta ceguera se ve agravada por la tendencia natural, derivada de la seleccin mutua, a que analista y paciente provengan de grupos sociales semejantes. !n la vida del analista, pueden darse tambin distorsiones importantes. !l #ec#o de pasarnos muc#as #oras diarias en relaciones asimtricas, en las que siempre nos encontramos en el papel de un observador no participante y del responsable o garante del bienestar del otro, nos dificulta la libre participacin en relaciones entre iguales. !sto se ve agravado por la fantasa colectiva, manifestada por muc#as de las personas con quienes nos relacionamos, de que los psicoanalistas estamos siempre diagnosticando a nuestros interlocutores. 'simismo, nuestro #"bito de entablar relaciones bipersonales limita en cierta medida nuestra participacin en grupos. <a experiencia de entablar relaciones igualitarias y de vivir y actuar como miembro de grupos sociales, es necesaria para el desarrollo personal y el mantenimiento de una vida sana y creativa. 0abe, por lo tanto, esperar que, si es cierto que los analistas padecemos de restricciones importantes en esta "rea de la vida, ello afecte nuestro bienestar. !fectivamente, puede observarse en algunos psicoanalistas, una cierta insatisfaccin, a pesar de sus indudables logros intelectuales y profesionales. Ea la impresin de que las condiciones de nuestro trabajo lo tornan de alto riesgo, lo que nos obligara a tomar medidas de proteccin e #igiene, comparables a las que toman aquellos profesionales cuya labor los expone a peligros. $or otra parte, nuestra tendencia a minimi(ar la importancia de los fenmenos colectivos, #a limitado en grado sumo nuestra aportacin a la sociedad. <os psicoanalistas podramos -y tal ve( deberamos- convertirnos en lderes de nuestra comunidad, a travs de la tarea de fomentar un pensamiento reflexivo y responsable en sus miembros. /in embargo, no lo somos. !sto se debe, en parte, a las ya mencionadas condiciones de nuestro trabajo, pero tambin es consecuencia de algunas presuposiciones de nuestra teora. !l pensamiento de 5reud 6789B; opona, en forma irreductible, al individuo y la sociedad. $ara l, cualquier logro social implicaba una renuncia del individuo y, por lo tanto, su infelicidad. $ienso que esta #iptesis no corresponde a los #ec#os. !l ser #umano slo puede ser realmente libre en funcin de una relacin plena con otros y de su participacin vital y creativa en sus grupos sociales de pertenencia. !sta #a sido la gran aportacin de la teora de las relaciones objetales y, m"s recientemente, de la psicologa del self, as como de otros desarrollos tericos contempor"neos, tales como el estudio psicolgico de los grupos a travs del an"lisis grupal 65oul=es, 78:FG 1ern"nde( 1ern"nde(, 788F;. +2 cmo podemos actuar para reabrir y ampliar nuestro mundo, 3na primera medida es la de ampliar nuestras perspectivas, incluyendo las aportaciones tericas y tcnicas de aquellas escuelas de pensamiento psicoanaltico que enfati(an la relacin personal y novedosa que se establece entre el paciente y el analista. !sta lnea de pensamiento, que se origin con /andor 5erenc(i en los aos veinte, #a sido desarrollada y enriquecida por autores tales como Halint, Iuntrip, Jinnicott, !ri=son y Ko#ut. !s necesario, asimismo, recuperar el campo de lo interpersonal y de lo social, sin renunciar por ello a nuestra perspectiva psicoanaltica, rescatando, tal ve(, las valiosas aportaciones de algunos autores que en el pasado debieron apartarse de nuestro movimiento. /i esta reapertura se generali(a, nuestros tratamientos se enriquecer"n con la mayor cercana e intimidad derivadas de nuestra mejor comprensin de los aspectos interpersonales del an"lisis. 'simismo, una mayor conciencia de cmo los procesos sociales atraviesan la situacin analtica, nos permitir" un entendimiento y una interpretacin m"s profundos de la dimensin inconsciente de la misma. 0reo que nada de esto es nuevo, que muc#os psicoanalistas lo #acemos ya en la pr"ctica, pero es necesario que expresemos abiertamente estas ideas, que las sometamos a discusin crtica, que las llevemos al terreno de la investigacin clnica y que las incorporemos finalmente a la teora. !n el terreno de lo personal, creo que debemos diversificar nuestras experiencias. !l encerrarse en el mundo restringido de una profesin es tan empobrecedor de la vida personal en el caso del psicoan"lisis, como lo es con cualquier otra disciplina. $ero, para nosotros, tambin afecta nuestro trabajo. !s muy difcil comprender adecuadamente la amplitud y variedad de experiencias de los pacientes, si nuestro mundo se #a estrec#ado a los lmites de nuestro consultorio. 0uanto m"s rica y go(osa sea nuestra vida, m"s comprenderemos a nuestros pacientes y mejor podremos ayudarlos. 'l fin y al cabo, nadie puede dar a otros lo que no dispone para s mismo.
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