You are on page 1of 13
Jane Freedman Feminismo gUnidad o conflicto? NARCEA, S.A. DE EDICIONES © NARCEA,S.A. DE EDICIONES, 2004 Dr Federico Rubio y Gli 9, 28039 Madrid Espana narcea@nareaediciones.e srwenarcenediciones.es © Open Univesity ress, Buckingham - Philadephia “This edition i plished by arrangement sith Open Univescy rest, Buckingham ‘Titulo original: Femi “raduccién: José Liper Ballester (Cuber: Francisco Ramos ISBN: 84-277-1457-2 Depésit lesa: SE-4265-2008 Impreso en Espa Printed in Spain Imprime Publise Queda proibide, ab excepiom preven a ley eau forma de pedi, distribu, come cco pili tao dee os Sn contr cm antrsaain de ls tule de roped ne ‘ual La inn de os dec meonads puede seni de dalton pope inl (ars 270 eau Cdgo Peal El como Epo! de Dero Reprgriicsfraeedmo) el pore repo des cados derechos. indice Prélogo a la edicién espafiola, por Isabel de Torres Ramirez Introduccién: {Feminismo o feminismos? 1. elgual o diferente? La eterna problemitica feminista. El debate biol6gico: sexo y género, De vuelta a la diferencia: moralidad, maternidad y ética del cuidado. 2Mis alla del debate igualdad-diferencia? . 2. Feminismo y politica: la lucha por la ciudadania. Lo piiblico y lo privado. Mujeres y participacién politica: la lucha por el suftagio. Ampliando los limites de lo «politico»: hacia una politica informal. Mujeres y representacién: las campaitas por la paridad de género. Los intereses de las muje- res: spolitica de ideas» o «politica de presencia». Feminismo y ciudadania. Las mujeres y el Estado del bienestar 3. Empleo y economia global. Las mujeres y el empleo remunerado: capitalismo y patriar~ cado. Las mujeres, cuidadoras no remuneradas: debate sobre el salario por el trabajo doméstico. Economia internacional: mu~ jeres productoras y consumidoras. Feminismo y medio ambiente 4. Sexualidad y poder. Heterosexualidad y lesbianismo. Pornografia. Violacién y vio- lencia sexual, Reproduccién y maternidad ....... +. 42+ (© mance, 5. deeiiones 25 45 69 1. sIgual o diferente? La eterna —_— problematica feminista —— El debate acerca de la igualdad, su sentido, si habria que alean- zara y de qué modo, y su importancia para la liberacién de las muje- res —debate al que los textos feministas suelen referirse como debate igualdad-diferencia— tal y como se ha expuesto en la Introduccién ¢s esencial en el anilisis y la discusién feministas. Este debate igual- dad-diferencia resulta el més dificil de resolver, y ni siquiera sus tér~ ‘minos son claramente definibles. Dicho en pocas palabras, el debate consiste en si las mujeres deben luchar por ser iguales a los hombres, 0 si, por el contrario, deben valorar sus diferencias respecto a ellos. Los propios términos igualdad y diferencia son ambiguos, con mil- tiples significados, y de ahi que el debate sea tan complejo. Si deci mos que las mujeres reclaman Ia igualdad con los hombres, :respecto a qué hombres deberian reclamar esa igualdad? ¢Y en qué asuntos? gDeberian reclamar igualdad de oportunidades 0 igualdad de resulta dos? Y, si las mujeres quieren valorar sus diferencias, :se refieren a las diferencias naturales, biolégicas, 0 a las que resultan de determinadas, condiciones sociales y econ6miicas? ‘Estas son solamente algunas de las muchas cuestiones que suscita el debate igualdad-diferencia, y sirven para ilustrar por qué resulta tan ar~ duo y por qué ha conducido en ocasiones a un aparente callején sin sa lida a las feministas de uno y otro bando. Algunas han tratado de supe- rar esta division utilizando criticas postmodernas 0 postestructuralistas para argumentar que la propia divisién binaria entre igualdad y dife- rencia deberia ser climinada, Esta idea (que se discutird mis adelante en este capitulo), o la de una «tercera via» entre igualdad y diferencia, pa © maces, sa. deeiciones 2 Jone Freedman rece suigestiva porque promete acabar con uno de les eternos conflictos del feminismo. Sin embargo, otras feministas sostienen que la divisién entre igualdad y diferencia tiene un caricter permanente, y que no es posible eludirla en ninguna discusién prictica sobre la situacién de las, mujeres en la sociedad. En las discusiones sobre cOmo tratar las demandas de las mujeres rela- tivas a sus derechos de maternidad, por ejemplo, las feministas estin divi- didas entre quienes piensan que las prestaciones por maternidad deberian ser derechos especiales garantizados a las mujeres en razén de su capaci- dad biolégica para tener hijos y de la funcién social de la maternidad que se les ha asignado en las sociedades occidentales, y quienes, en cambio, opinan que dichas prestaciones deberfan subsumirse en la categoria mis general de prestaciones por enfermedad, de tal forma que se tratara a las ‘mujeres embarazadas igual que a los hombres que Fadezcan una enfer- medad que los incapacite para trabajar durante ur. cierto periodo de tiempo (Bacchi 1991; Bock y Thane 1991). ‘Cuestiones asi son las que Hevan a las feminiscas a discutir una y otra vez sobre la existencia de las diferencias biol6gicas y sociales entre hombres y mujeres, y sobre cuiles son las mejores estrategias para aca~ bar con la situacién de subordinacién que padecen las mujeres en la sociedad, ya sea mediante la reivindicacién de la igualdad ya mediante la afirmacién de la diferencia. Evidentemente, el debate se complica atin mis a causa de las dife~ rencias entre las propias mujeres (cuesti6n a la que volveremos en el ca~ pitulo 5), diferencias de clase, raza, edad, orientacién sexual, etc. Un elemento de complejidad adicional es el hecho de cue las supuestas di- ferencias entre mujeres y hombres se han esgrimido a lo largo de la historia para justificar la discriminacién de las mujeres y su exclusién de la plena ciudadania social y politica. Asf, las feministas que abogan. por la diferencia corren el peligro de aparentar que apoyan las herra- mientas tedricas de la exclusion patriarcal. Como afirma Segal (1987:xii): «Siempre ha existido el peligro de que, al revisar nucstras nociones de lo femenino y apelar a las experiencias de las mujeres, es- temos reforzando la idea de polaridad sexual que el feminismo en un principio intentaba cuestionar>. ‘Asi pues, squé entendemos por diferencia sexual? Las feministas se~ fialan como, histricamente, se dio por supuesta una diferencia natural © marceas de ediones Ilo diferente? La eer problema fominisa 7 hombres y mujeres, y analizan la forma en que esta diferencia se ‘eargé de diversos significados sociales, politicos y econdmicos en dis~ tintas sociedades y civilizaciones. Afirman que una constante de la dife- renciacién ha sido el que a las mujeres se les haya dado una posicion secundaria o inferior en las sociedades a causa de dicha diferencia se- xual, supuestamente natural. En palabras de Sherry Ortner (1998:21): ‘La posicién secundaria de las mujeres en la sociedad es una de las ver ddades universales, es un hecho panculturals.Y, como indica a contintna~ ‘cién, esta posicién secundaria de las mujeres puede explicarse por el hecho de que, dentro de la multiplicidad de concepciones y represen= taciones culturales que de las mujeres existen y han existido en las dis tintas sociedades, es una constante el que a las mujeres se las vea como amis cercanas a la naturaleza» en su fisiologia, su funcién social y su pique. Si a las mujeres se las ha visto emis cercanas a la naturaleza», a Jos hombres, en cambio, se los ha considerado como «mis cercanos ala ‘cultura*, mis aptos para la fancién péblica y la asociacién politica. Por esta razén,a las mujeres se las ha relegado a una posicién social secun- daria, confinindolas a menudo a funciones domésticas en lugar de po- sibilitar su acceso a puestos de poder pablico. No es de extrafar que, an pronto como las feministasiniciaron sus ‘campafias contra la posicidn social secundaria de las mujeres, empeza- ran a cuestionar estas supuestas diferencias naturales entre hombres y ‘mujeres y sus consecuencias en la organizacién social. Se plantea en- tonces la pregunta de cémo deberia discutirse este supuesto de la dife- rencia, :Tendrian las mujeres que negar la diferencia sexual y reclamar la equiparacién de sus derechos basindose en su igualdad con los hom- bres? :O deberian, en cambio, argumentar que son iguales pero dife- rentes, y que sus cualidades especificamente «femeninas» son tan valio~ sas ¢ importantes como los atributos «masculinos»? Este debate igualdad-diferencia no ha perdido nunca su importan- cia para el femninismo, y se ha ido volviendo cada vez mis complejo y variado con los modernos avances sociales y cientificos, El desarrollo de métodos anticonceptivos eficaces y de nuevas tecnologias reproduc- toras, por ejemplo, ha supuesto que las mujeres no estén ya ligadas a la fancién biologica de la reproduccién en la forma en que lo estaban en el pasado, y, para algunas, esto podria significar la apertura de nuevas posibilidades para la adquisici6n de la «igualdad», © nacea.s.a de eines 8 Jane Freedman A pesar de los enormes cambios sociales que tuvieron lugar en el siglo pasado, el concepto de la diferencia entre hombres y mujeres atin impera en la sociedad. Un problema clave que identifican las femninistas en su continua observacién de la diferencia es que resulta imposible evitar el establecimiento de jerarquias sociales basadas en esas percep- ciones y representaciones de la diferencia. El hecho, sostienen las femi- nistas, es que la idea de la diferencia nunca es neutral en su influencia sobre las estructuras sociales. La actual politica social y la estructuracién del bienestat, por ejemplo, provocan discusiones acerca de si hombres y mujeres deberian ser tratados de manera idéntica en lo relativo a las prestaciones sociales, o si se deberian tener en cuenta las diferencias mas relevantes. Aunque algunos piensen que hombres y mujeres son iguales pero diferentes, parece imposible propugnar la diferencia sin creat algiin tipo de jerarquia. Por eso, las feministas han tenido que de- sarrollar distintas estrategias para abordar esta cuestién de la diferenci: © negarla, o destacarla dndole un valor positivo. Como subrayan Hes- ter Eisenstein y Alice Jardine en la introduccién de su libro The Future of Difference (1988: xxv, cursiva original): La cultura occidental se ha mostrado incapaz de pensar que «no son iguales» sin asignarle un valor positivo a uno de los terminos y uno ne- gativo al otro. La respuesta a la diferencia por parte de las mujeres varia: Jas hay que la exaltan, abrazando una cierta biologi —y un cierto cro tismo. También las hay que la nicgan o, més bien, que intentan desactivar el poder de la diferencia minimizando la biologia y haciendo hincapié en la codificacién cultural. Todas estas respuestas, d> alguna forma, vie~ nen a decir: «La mujer seria igual a... s6lo s...». Una tercera linea sos- tiene, igual que el primer grupo, que las mujeres son, en efecto, distintas alos hombres, pero por razones feministas aden: ls mujeres son ade ss mejores que los hombres. Las razones de este geupo no serian biolo~ gicas sino socioculturales: como personas independientes y como eria~ doras de hijos, las mujeres hacen las cosas de manera diferente, y mejor, que los hombres. * Este debate sobre la igualdad y la diferencia se ha expresado con distintos términos a lo largo de la historia del activismo feminista. Ann Snitow plantea la cuestién como una tensién entre «la necesidad de ac~ tuar como wna mujer y la necesidad de una identidad no predetermi (© nace. de ediciones lal 0 Afrente? La tera problems fminita 2» nada por el género» (1990:9). Seguidamente, describe la forma en que s¢ ha teorizado esa tensin como una division entre «minimalistas» y ‘amaximalistas» (10s minimalistas desean socavar la posicién de las muje- tes minimizando la diferencia entre hombres y mujeres, y los maxima- listas desean restablecer la posicién de las mujeres y revalorizarla con ‘objeto de darles més poder), entre feministas radicales y feministas cul- turales, entre esencialistas y socialconstruccionistas, entre feministas cul- tuurales y postestructuralistas, y entre ematernistase y feministas. Lo que esti claro en todo esto es que, aunque las etiquetas empleadas para de- finir a los dos bandos del debate hayan cambiado en el tiempo y en las distintas sociedades, la tensi6n bisica permanece. Ademis, esta division no separa claramente grupos feministas distintos, sino que la escision. reaparece dentro de las categorias del feminismo radical, del feminismo cultural, del feminismo postestructuralista, etc. Como sefala Snitow (1900:17), esta division es fundamental en diversas categoria de anilisis material, psicologico, lingiiistico: Por cjemplo, las pensadoras feministas de los Estados Unidos no se po- nen de acuerdo sobre si el postestructuralismo tiende més bien hacia su propia version del esencialismo (dar fuerza a los argumentos de las ma= ximalistas admitiendo una permanente postura del otro femenino) o si cl postestructuralismo es, en cambio, a mejor herramienta en manos de las minimalistas (que debilitan cualquier concepto universal y perma- niente como el de mujer). Algunas postestructuralistas discrepan entre cllas mismas, y no nos debe sorprender este debate en torno al postes- tructuralismo y dentro de él. En el discurso feminista sigue habiendo ‘una tensién entre encontrar un punto de apoyo para la identidad feme- nina y el que esa identidad se vea comprometida irremediablemente. Aqui nos encontramos con el meollo del problema para las femni- nistas:al intentar luchar por la emancipacién de las mujeres y su eigual- dad (como quiera que ésta se defina), las feministas identifican a las mujeres como un grupo social especifico con una identidad colectiva {que constituye la base para la lucha. Sin embargo, al sefialar una identi- dad colectiva de las mujeres —una identidad que difiere de la de los hombres— las feministas corren el peligro de reproducir, aunque sea de manera distinta, las definiciones de diferencia que han mantenido a las mujeres sometidas durante tanto tiempo. © natcea,sa.de eons 2» Jone Freedman El debate biolégico: sexo y género Un elemento crucial en este debate de la igualdad-diferencia es la ‘cuestién de la relevancia de las diferencias biolgicas entre hombres y mujeres. Durante siglos, la diferencia biolégica se ha erigido como punto de partida y justificacién de la creacién de roles sociales distintos para mujeres y hombres. No s6lo se consideré la capacidad biol6gica de las mujeres para parir y amamantar a los nifios y st iuerza fisica, ge- neralmente menor, como la razén determinante de su rol social en el hogar, que era ocuparse de las tareas domésticas y la crianza de los hi- jos, sino que, ademis, se declard que esas diferencias biol6gicas las ha~ ‘cian incapaces de participar en la esfera piblica. Se juzgé a las mujeres ‘como menos razonables que los hombres, mis guiadas por sus emocio- nes y, por lo tanto, poco adecuadas para la toma de decisiones politicas, por ejemplo. Declaraciones como éstas, hechas por filésofos y tedricos politicos, cron apoyadas, ademis, por anatomistas y bidlogos que, con los avances de los siglos diecinueve y veinte en el conocimiento cienti~ fico del cuerpo humano, empezaron a esgrimir datos tales como las, medidas del cerebro para establecer una diferencia de inteligencia entre el hombre y la mujer. Aunque hoy se reconozca casi universalmente la falta de validez de esas fiitiles distinciones cientificas entre hombres y mujeres, sigue ha- biendo continuos intentos de aportar datos cientificos empiricos que apoyen la idea de las diferencias biolégicas innatas entre hombres y mu- eres. Como sefiala Lynne Segal (1999), a finales de los 80 y durante los 90, tuvo lugar un resurgimiento del darwinismo social, conjunto de teorias cientificas que tratan de explicar las conductas masculina y fe- ‘menina por las demandas de la evolucién y la lucha por la superviven- cia de la especie humana, y que descartan, por tanto, la idea de que la masculinidad y la feminidad sean construcciones sociales, en favor de explicaciones puramente biolégicas. Segal (1999-82) cita, por ejemplo, al cientifico Robert Wright, de quien dice que: alo largo de la década de los 90 hha ridiculizado constantemente a las feministas que aspiran a la igualdad con los hombres, juzgindolas con- denadas al fracaso por st deliberada ignorancia o su negacién insensata de las ecrudas verdades darwinistas» acerca de la naturaleza humana. (© maces, 2 de ediciones lao ieee? La eters problema feminista a Como Wright gusta de pensar para tranquilizarse a si mismo y a los nu- trroos less de su Belt The Mel dina Why We athe ay We Are, ls feministas han logrado obtener leyes contra el acoso sexual e, incluso, medidas para fomentar una mayor participacion de las mujeres en el terreno politico y laboral, pero nunca llegarin a compartir el po- det con los hombres porque carecen de los genes masculinos que rigen la competitividad y la asuncién de riesgos en su comportamiento. Enfrentadas con esta justificaci6n supuestamente cientitica de la ex- clusién de las mujeres de amplias ireas de participacién social, as femi~ nistas comenzaron a poner en duda la conexién entre unas caracteristi- ‘eas fisiol6gicas distintas y la diferenciacién «natural» de los roles sociales, de hombres y mujeres, y empezaron a idear modos de superarla. Para ‘muchas feministas, esto se ha traducido en un rechazo a la relevancia de las diferencias biol6gicas entre hombres y mujeres a efectos de organi- zacién de la sociedad. Ello ha llevado a una distincién en muchas teo- rias feministas entre «sexor fisiolégico y «género» social. Se puede ex- presar también esta distincién mediante los términos female [erelativo a la hembray] y feminine [sfemenino»], donde se entiende por female la ca~ tegoria biol6gica a la que pertenecen las mujeres, y por feminine la con- ducta y los roles que son construcciones sociales basadas en esa catego- tia biolégica. Asi pues, muchas feministas argumentan que, mientras, {que cl sexo biolégico es una diferencia que ocurre «naturalmenter, to- dos los roles y formas de comportamiento asociadas al hecho de ser mujer son un producto histérico de las distintas sociedades. Esta distincién entre sexo bioldgico y género social esta manifiesta~ mente presente, aunque no se exprese con los mismos términos, en un libro que ejercié gran influencia en el pensamiento feminista, Le deu- sxidme sexe, de Simone de Beauvoir, del afio 1949. La famosa frase de la autora de que «a mujer no nace, se hace» encierra la idea de que la po- sicién inferior de las mujeres no es un hecho «naturals o bioldgico, sino creado por la sociedad. Se puede nacer como una shembra» de la raza humana, pero es la civilizacién la que crea a la «mujer», la que de~ fine qué es lo «femenino» y prescribe cémo deben ser y cmo deben comportarse las mujeres. lo importante es que esta construccién so- cial de la «mujer ha significado una opresién continua de las mujeres. Los roles sociales y los modelos de comportamiento que la civilizacién © maces. de eiiones | 2 Jane Freedman hha asignado a las mujeres las han mantenido en una posicién inferior a la de los hombres. Esto significa que las mujeres no son como la clase trabajadora en la ideologia marxista: no han surgido como grupo opri~ mido por circunstancias hist6ricas particulares, sino que siempre han estado oprimidas en todas las formas de organizacién social. Simone de Beauvoir no dice, sin embargo, que no haya diferencias biol6gicas entre hombres y mujeres. Aunque sostiene que los aspectos psicolégicos y de conducta del «sexo» son producto de las culturas patriarcales y no los resultados inevitables de las diferencias biolégicas, afirma que existe una diferencia biolégica irreductible entre hombres y mujeres. La mu- Jer es uma categoria biolégica, no histérico-social, por mucho que to- dos los comportamientos asociados con la feminidad sean a todas luces una construccién social. La liberacién de las mujeres pasa, pues, por su ‘emancipacién de esta construccién social del «eterno femenino», que las ha reducido a una situacién de inferioridad econémica y social, pero sin negar que shombres» y «mujeres sean categorias biologicamente distintas. En palabras suyas (1949:13) Rechazar los conceptos del eterno femenino, del alma negra, del caric~ ter judio, no quiere decir negar que hoy existan judios, negros, mujeres. Tal negacién no representaria para las partes interesadas una liberacion, sino mas bien una huida poco auténtica. Evidentemente, ninguna mujer puede pretender, sin mala fe, estar por encima de su sexo. La distincién que hace Simone de Beauvoir entre el sexo biol6gico y la creacién social del weterno femenino» es precursora de la distin-

You might also like