You are on page 1of 26
Cinco conferencias sobre psicoandlisis (1910 [1909]) Esta obra esté dedicada, con gtatitud, al Dr. G. Stanley Hall Presidente de la Clark University Profesor de psicologia y pedagogin Nota introductoria Uber Psychoanalyse Ediciones en alemén 1910 y Viena: F. Deuticke, 62 pigs. (1912, 2% 1916, 3? ed.; 1919, 48 ed'; 1920, 5? ed.s 1922, 1924, 7° ed.; 1930, 8 ed. Todas llas sin modificaciones.) 1924 GS, 4, pigs. 349-406, (Con leves modificaciones.} 1943 GW, 8, pigs. 3.60. (Reimpreso de GS sin m jones.) Traducciones en castellano * 1922 La psicoandlisis. BN (17 vols.), 2, pags. 145-216, Tradvecién de Lais Lépez Ballesteros. 1943 Igual tftulo, FA, 2, pigs. 139-202, E] mismo tz ductor. 1948 Psicoandlisis. BN (2 vols.), 2, pdgs. 32-57. El mismo traduetor. 1952. La psicoandtisis. SR, 2, pgs. 107-57.°EI mismo tra ductor, 1968 Psicoandlisis. BN (3 vols.), 2, pigs. 124-49, El mis: mo traductor. 1972 Tpual titulo. BN (9 vols.1, 5, pags. 1933-63. El mis: mo traductor En 1909, la Clark University, de Worcester, Massachu. setts, celebrd el vigésimo aniversario de su fundacién, y su presidente, e) doctor G. Stanley Hall, invité a Freud y a Carl G, Jung a participar de esa celebracién, donde se les conferirfa el titulo de miembros honorarios? Freud recibié * {CE Ja cAdvetenca sobre Ia edicén en casellanoy, supra, pl ad yn 6 * nich essiron Séndor Fen, Emest Jonesy A, A Bil, Gata de E. Jones 8 gongue no hablan sido invitador. (Sean TSteachey fechade el 20 de ocubre de la invitacién en diciembre de 1908, pero el evento tuvo ugar recién en setiembre del préximo afio; dicté sus con- Serencias el lunes 6 de dicho mes y los cuatro dias subsi- guientes. El propio Freud declard entonces que era ese el primer reconocimiento oficial de la joven ciencia, y en su Presentacién autobiogréfica (19254) disla més tarde que ocupar esa cétedra Je parecié «la realizacién de un increible sneha diurno» (AE, 20, pag. 49). Segin una costumbre suya que casino tayo excepefones, Freud pronuncié estas conferencias (en aleman, por suptes- to) de manera directa, sin anotaciones y con muy poca pre- paracién previa, como nos informa el doctor Jones. Sélo al regresar a Viena fue persuadido para que las escribieta, y se avino a hacerlo. El trabajo no quedé listo hasta la se- gunda semana de diciembre, pero su memoria verbal era tan Buena que —asegura Jones Ja versién impresa «no se aparts mucho de la alocucién otiginab>. A comienzos de 1910 se publicé Ja traduccién al inglés en la American Jour- nal of Psychology, y poco tiempo después aparecié en Viena Ja primera edicién slemana, en forma de folleto. La obra se hizo popular y tuvo varias ediciones; en ninguna de estas suftié cambios sustanciales, salvo la nota al pie agregada en 1923 al comienzo, en Ja cual Freud rectifiea sus manifesta ciones respecto de Ia deuda que tenia ef psicoandlisis para coa Breuer. Esta nota no aparece més que en los Gesanirrel te Schriften y en las Gesammelte Werke, En mi «Introduce didn» a Estudios sobre la histeria (18954), AB, 2, pigs. 20 y sigs., se hallaré un comentatio acerea ‘de la variable actitud de’ Frend hacia Breuer. Durante toda su cartera, Freud se mostré siempre dis- st a exponer sus descubrimientos en trabajos de di- vulgacién general. (Una lista de estos figura infra, pég. 52.) Aunque ya tenfa_publicados algunos informes sumarios s0- bre el psiconnilisis, esta serie de conferencias constituyé el primer escrito extenso de divulgacién, Naturalmente, sus jos de esta indole eran de diversa dificultad segtin el ico al que estuvieran dirigidos; y el que ocupa las pé- ‘de los detalles que damos aquf, en Is blografia de Ernest is, 39 yes) Ae Ficad, Tas conferencias fueron traducidas a, muchas Fingaz (1912), holandes (1920), francés (1921), expat! (1923), és (1953) en especial si, se Io compara con Ja importante serie de Conferencias de introduccién ab psicoandlisis que pronuncié afios més tarde (191617). Pero a despecho de todos | agregados que se le harian a Ja estructura del psicoandlisis en cl cuarto de siglo venidero, las presentes conferencias siguen proporcionando un admirable esquema preliminar, que exige muy pocas correcciones. ¥ ofrecen una excelente idea de la soltura y claridad de su estilo, y de su desemba- razacio sentido de la forma, que hicieron de 1 tan notable conferencistas James Strachey 4 Ju nota ncroliin que exer a te moate de Siador Fe rence, Feoad consigns lf patpseign que le eupg este ei Benes Seles conferencan: (CE. Freud (19330), AB 38, op, S37)" Seiioras y sefiotes: Dictar conferencias en el Nue do ante un anditorio dvide de saber provoca en vedoso y desconcertante seni Parto del supvesto de que debo ese honor solamente al enlace de mi nombre con €l tema del psicoanilisis, y por eso me propongo hablarles de este tiltimo, Intentaré propor apretada is un panorama acerca de la la génesis y ef de este nuevo método ‘de indagacién y analisis, ese mérito no es mio.* Yo no participé cios. Eta un estudiante preocupado por pasat s eximenes cuando otro médico de Viena, ef doctor Josef steria (desde 1880 hasta 1882). De ese historial clinico y terapéutico nos ocuparemos abos hrallarén expuesto con detalle en Estudios sobre la hi ados luego por Breuer y por mf.® Una Sola observacién antes de empezar: cién me he enterado de que la mayoria de édico. No tengan us Note egregada en 1923:) Véase, empero, fp eGonisibuciéa a ia historia del movimiento pe Kon (I3i4a), donde me dara srponsabia del psio crva alguna. Goctor Josef Brever, nacido en 1842, miembro correspondiente dela Kateerliche Akademie der Wissens {Academia Imperial de bajos cobre das al i Pipers om de Freud que se completa de Esvudios so 8 en Nueva Vork en Al cua) alude agul Ficud, of. AE, 2, pigs. 47 y sigs] no hace falta una particular formacin previa en medicina para seguir mi exposicidn. Fs cierto que por un trecho avane zaremos junto con los médieos, pero pronto nos separare- mos para acompailar al doctor Breuer en un peculisrisimo La paciente del doctor Breuer, una muchacha de veintitin affos, intelectualmente muy dorada, desarrollé en ef trayecto de st enfermedad, que se extendid por dos afios, una s de perturbaciones corporales y anfmicas merecedoras de to- marse con toda seriedad. Sufrié una pardlisis con rigidez de las dos extremidades del lado derecho, que permanectan insensibles, y a veces esta misma afecciéa en los miembros del lado izquierdo; perturbaciones en los movimientos ocu- lares y milliples deficiencias en la vision, dificaltades para sostener la cabeza, una intensa fussis mertosa, asco frente a los alimentos y en una ocasiéa, durante varias semanas, in- capacidad, para beber no obstante, una, sed martirizadora; ademas, disminucién de la capacidad de hablar, al punto de no poder expresarse 0 no comprender su lengua mater ma, y, por ultimo, estados de ausencia, confusién, deliria, alteracién de su personalidad toda, a los cuales consagrare: mos Tego nuestra atencién, Al tomar conocimiento ustedes de semejante cuadro pato- égico, se inclinardn a suponer, aun sin ser médicos, que se trata de una afeccién grave, probablemente cerebral, que ofrece pocas perspectivas de’ restablecimiento y acaso Ieve al temprano deceso de los aquejados por ella. Admitan, sin embargo, esta ensefianza de los médicos: para toda una serie de casos que presentan esas graves manifestaciones esta justificada otra concepcién, mucho més favorable, Si ese caadro clinico aparece en una joven en quien una indagacién objetiva demuestra que sus Srganos internos vitales (cora- z6n, rifiones) son normales, pero que ha experimentado vio- lentas conmociones del énimo, y si en ciertos caracteres mds finos los diversos s{ntomas se apartan de lo que cabria es- perar, los médicos no juzgardn muy grave el caso, Afirma. in no estar frente 2 tina afeccién orgénica del cerebro, sino ante ese enigmético estado que desde los tiempos de Ja me- ina gtiega recibe el nombre de Bisteria y es capaz de simular toda una serie de praves cuadzos. Por eso no discier- nen peligro mortal y consideran probable una recuperacién incluso total— de In salud. No siempre es muy fécil dis- tinguir una histeria de una afeccién orpénica grave. Pero no necesitamos saber emo se realiza un diagndstico diferencial de esta clase; bistenos 1a seguridad de que justamente el caso de la paciente de Breuer era uno de esos en que ningtin médico experto erraria el diagndstico de histeria. En este punto podemos tract, del informe clinico, un complemen ella contrajo su enfermedad mientras cuidaba a su padre, ticrnamente amado, de una grave dolencia que lo ilevé 2 I tumba, y a ratz de sus propios males debié dejar de prestarle esos auxilios. Hasta aqui nos ha resultado ventajoso avanzar junto con los médicos, pero pronto nos sepataremos de ellos. En efec- to, no esperen ustedes que las perspectivas del tratamiento médico hayan de mejorar esencialmente para el enfermo por el hecho de que se le disgnostique una histeria en lugar de tuna grave afeccién cerebral orginica. Frente a las enferme- dades graves del encéfalo, el arte médico es impotente en la mayorfa de los casos, pero el facultativo tampoco sabe obrar nada contra la afeccién histériea, Tiene que dejar librados 2 la bondadosa naturaleza el momento y el modo en que se realice su esperanzada prognosis.‘ Entonces, poco cambia para el enfermo al discerntrsele la histeria; es ‘al médico a quien se le produce una gran varia. . Podemos observar que su actitud hacia el histérico difiere por completo de la que adopta frente al enfermo or- gfnico. No quiere dispensar al primero el mismo grado de interés que al segundo, pues su dolencia es mucho menos seria, aunque parezca zeclamar que se la considere igualmente grave. Pero no es este el tinico motivo. El médico, que en sus estudios ha aprendido tantas cosas arcanas para el lego, ha podido formarse de las causas y alteraciones patolggicas (p. ¢j,, Jas sobrevenidas en el encéfalo de una persona afec- tada de apoplejfa o neoplasia) unas representaciones qe sin duda son certeras hasta cierto grado, puesto que le petmiten entender los detalles del cuadro dlinico. Ahora bien, todo su saber, su previa formacién patolégica y andtomo-fisiolé- ica, lo desasiste al enfrentar las singularidades de los fend- menos histéricos. No puede comprender la histeria, ante Ja cual se encuentra en la misma situacién que el lego. He ahi algo bien ingrato para quien tanto se precia de su saber en otros terrenos. Por eso los histéricos pierden su simpatla; Jos considera como unas personas que infringen las leyes de su ciencia, tal como miran los ortodoxos a los heréticos; Jes atribuye toda la malignidad posible, los acusa de exagera y deliberado engaiio, simulacién, y los castiga quitdndoles su interés, 4 Sé que ests sseveracién ya no es vilida hoy, pero en Ja canferen- me remonto junto con mi auditorio al period anterior a 1880. Si 1g0 Jas cosas ha cambiade, se debe en buena parte, justamente, a Jos empefios cuya historia esbozo, dl doctor Breuer no incurrié en esta falta con Je brinds siz simparia © interés, aunque al co- inienzo no sabfa cémo asistirla. Es probable que se fo facilita. ran las notables cualidades espirituales y de caricter de ella, de las que da testimonio en el historial clinico que redacté Su amorosa observacién pronto descubrié el camino que Je posibilivaria el primer auxilio terapéutico Se habia notado que cn sus estados de ausencia, de alte- racién psiquica con confusién, Ja enferma, solfa murmurar entre sf algunas palabras que parecian provenir de unos Rexos en que se Ocupase su pensamiento. Enronces el mé- dico, que se hizo informar acerca de esas palabras, la ponfa en una suerte de hipnosis y en cada ocasién se las repetia a fin de moverla a que las retomase. Asi comenzaba a hacer- lo la enferma, y de ese modo reproducfa ante el médico las creaciones psiquicas que Ja gobernaban durante las ausencias y se habian traslucido en esas pocas palabras inconexas. Eran fantasias tristisimas, 2 menudo de poética hermosura —sueiios diurnos, dirlamos nosotros, que por Jo comtin tomaban como punto de partida la situacién de una mu- chacha ante el Jecho de enfermo de su padre. Toda vez que contaba cierto ntimero de esas fantasias, quedaba como Ii berada y se vefa reconducida a Ja vida animica normal. Ese bienestar, que duraba varias horas, daba paso al siguiente dia a una nueva ausencia, vuelta a cancelar de igual modo mediante la enunciacién de las fantasias recién formadas. No exa posible susttaerse a la impresin de que la alteracién psiquica exteriorizada en las ausencias era resultado del es- Himulo procedente de estas formaciones de fantasia, plenas de afecto cn grado sumo. La paciente misma, que en la época de su enfermedad, asombrosamente, slo bablaba y com- prendia el inglés, bautizé a este novedoso tratamiento como «talking curen (acura de conversacién»} 0 lo definia en broma como «chimney-sweeping» {alimpieza de chimenear). Pronto se descubtié como por azar que mediante ese des. hollinamiento del alma podia obtenerse algo més que una eliminacién pasajera de perturbaciones animicas siempre re- currentes. También se consegufa hacer desaparecer Jos sin. tomas patoldgicos cuando en la hipnosis se recordaba, con exceriorizacion de afectos, Ja ocasién y el asunco a rate del cual esos sintomas se habjan presentado por primera vez. «En el verano hubo un perfodo de intenso calor, y la pa. cicnte sufrid mucha sed; entonces, y sin que pudiera indicar raz6n alguna, de promo se le volvi6 imposible beber. To- maba en su mano el ansiado vaso de agua, pero tan pronto Jo tocaban sus labios, lo arrojaba de s{ como si fuera una bi- drofébica. Era evidente que durante esos segundos cafa en estado de ausencia. Sdlo vivia 2 fuerza de frutas, melones, etc., que le mitigaban su sed martirizadora. Cuando esta siz tuacidn Ievaba ya unas seis semanas, se puso a razonar en estado de hipnosis acerca de su dama de compafiia inglesa, a quien no amaba, y refiri6 entonces con todos los signos dela repugnancia’cémo habia ido a su habitacién, y ahi vio a su perrito, ese asqueroso animal, beber de un vaso. Ella no dijo nada pues queria ser cortés. Tras dar todavia enérgica expresién a ese enojo que se le habia quedado atas- cado, pidié de beber, tomé sin inhibicién una gran cantidad de agua y despertd de la hipnosis con el vaso en los labios. la perturbacién desaparecia para siempre: Permitanme detenetme un momento en esta experiencia Hasta entonces nadie habfa climinado un sintoma histérico por esa via, ni penetrado tan hondo en la inteligencia de su eausacién. No podia menos que constituir un descubsimien. to de los is vastos slcances si se corroboraba la expectativa de que también otros sintomas, y acaso la mayorfa, nacfan de ese modo en los enfermos e igualmente se los podia cance- lar. Breuer no ahorré esfuerzos para convencerse de ello, y pasé a investigar de manera planificada le patogénes de los otros sintomas, més graves. Y as{ era, efectivamentes casi todos los sintomas habfan nacido como unos restos, como unos precipitados si ustedes quieren, de vivencias plenas de afecto a las que por eso hemos Hamado después «traumas psiquicos»; y su particularidad se esclarecia por la. refe- rencla a la escena traumitica que los caus6. Para decirlo con tun tecnicismo, eran determinados (determinieren) pox las escenas cuyos ‘restos mnémicos ellos figuraban, y ya no se debia describirlos como unas operaciones arbitrarias 0 enig- miticas de Ja neurosis. Anotemos s6lo una desviacién res pecto de aquella expectativa, La que dejaba como secuela al sintoma no siempre era una vivencia Unica; las mas de las veces habfan concurrido a ese efecto repetidos y nume- Tosos traumas, a menudo muchfsimos de un mismo tipo. Toda esta cadena de recuerdos patdgenos debia ser repro ducida Juego en su secuencia cronolégica, y por cierto en sentido inverso: los uiltimos primero, y los primeros en al- timo lugar; era de todo punto imposible avanzar hasta cl primer trauma, que solia ser el més eficaz, saltando los so- brevenidos después, Querrén ustedes, sin duda, que les comunique otros ejem- plos de causacién ‘de sintomas histéricos, ademis de esta 8 Estudios sobre ta bisteria (18954) LAB, 2, pig. 581, aversién al agua por asco al perto que bebié del vaso. Em- pero, si deseo cumplir mi programa, debo limitarme a muy pocss mucstrss, Asi, Breuer zefiere que las pertubaciones ep la visién de la enferma se reconducian a ocasiones «de este tipo: la paciente estaba sentada, con lagrimas en los ojos, junto al lecha de enfermo de su padre, cuando este le pi gunté de pronto qué hora era; ella no vela claro, hizo un tsfuetzo, acerod el reloj a sus ojos y entonces la esfera se le apareciS muy grande (macropsia y strabismus convergens); © bien se esforz6 por sofocar las Ligrimas para que el pa dre no las vieras> Por otra parte, todas las impresiones patdgenas venian de la época en que particips en el cub Sado de su padre enfermo. «Cierta vez hacia vigilancia noc. turna con gran angustia por el enfermo, que padecfa alta fiebre, y en estado de tensién porque se espetaba a un ciru: jano de Viena que practicaria la operacin. La madre se habia alejado por un rato, y Anna estaba sentada junto al lecho del enfermo, con el brazo derecho sobre el respaldo de Ia silla. Gayé en un estado de suetio despierto y vio cémo desde la pared una serpiente negra se acercaba al enfermo para morderlo. (Es muy probable que en el prado que se extendia detrds de Ja casa aparccicran de hecho algunas ser- Pientes y ya antes hubieran provocado terror a la muchacha, proporcionando ahora cl material de la alucinacién.) Quiso espantar al animal peto estaba como paralizada; el brazo derecho, pendiente sabre el respaldo, se le habfa «dormido», volvigndosele anestésico y patetico, y cuando lo observ los dedos se mudaron en peyueiias scrpicntes rematadas cn calaveras (las ubas). Probablemente hizo intentos por abu yentar ala serpiente con la mano derecha paralizada, y por esa via su anestesia y pardlisis entro en asociacién con la alucinacién de la serpiente. Cuando esta hubo desaparecido, quiso en'su angustia rezar, pero se le denegé toda lengua, no pado hablar en ninguna, hasta que por infantil en inglés y entonces pudo seguir pensando y orar en esa lengua»? Al recordar esta escena en la hipnosis, quedé eliminada también la pardlisis rigida del brazo de- recho, que persistia desde el comienzo de la enfermedad, legando as{ a su fin el tratamiento.” Cuando afios después yo empecé a aplicar el método de indagacién y tratamiento de Brever a mis propios pacientes, hice experiencias que coincidian en un todo con fas de él. Una dama de unos cuarenta afios sufria de un tic, un cu- © Ibid. [pgg. 631 7 Tbid. pes. 62) tioso mido. semejante a un chasquido que ella producia a ralz de cualquier emocién y aun sin ocasién visible. Tenia su origen en dos vivencias cuyo rasgo comiin era que ella se habla propuesto no hacer ruido alguno, a pesat de lo cual, por una suerte de voluntad conttaria, rompié el silen- cio justamente con aquel chasquido: una vez, cuando al fin habla conseguido hacer dormir con gran trabajo a su hija enferma y se dijo que ahora tenfa que guardar un silencio absoluto para no despertarla, y la otra, cuando durante un viaje en coche con sus dos hijas los caballos se espantaron con la tormenta, y ella pretendié evitar cuidadosamente toda ruido para que los animales no, se asustaran todavia mis.® Les doy este ejemplo entte muchos ottos consignados en Estudios sobre la bisteria® Sefioras y sefiores: Si me permiten ustedes a genetaliza- Sn que 8 inevitable aun tras una exposicién tan abrevia- da, podemos verter en esta fSrmula el copocimiento ad- ‘quitide hasta ahora: Nuestros enfermos de histeria padecen de reminiscencias. Sus sintomas son restos y simbolos mné- micos de ciertas vivencias (traumiticas). Una comparacién Wn otros simbolos mnémicos de campos diversos acaso nos ve_a comprender con mayor profundidad este simbolis- mo, También los monumentos con que adornamos nuestras grandes ciudades son unos tales simbolos mnémicos. Si us- tedes van de paseo por Londres, hallarén, frente a una de las mayores estaciones ferroviarias de la ciudad, una cohum- na gétiea ricamente guarnecida, la Charing Cross. En el siglo xn1, uno de los antiguos reyes de la casa de Plantage- net hizo Conducir a Westminster los despojos de su amada reina Eleanor y erigié cruces géticas en cada una de las es- taciones donde cl sareéfago se deposit6 en tierra; Charing Gross es el tiltimo de los monumenios destinados a conser- var el recuerdo de este itinerario doliente.1° En otro lugar de la ciudad, no lejos del London Bridge, descubricén una columna mds moderna, eminente, que en aras de la breve. dad es Iamada «The Monument». Perpetiia Ia memoria del * Ibid. (pies, 76 y 80) © Una stlectidn de este libro, aumentada con algunos ensiyos pos isos ce J ten ep ey aceboy adc, face Sieh doctor A. A. Bri, de Nueva York, ECE. spre, Dig. 7. % Bet sobre el cual informa el de Emmy von Nef sepundo de Eve lon sobre fa bacerta 118954), AE, 2, paps. 71'y sigs WoO guds bien Ja copia moderna’ de tmo de esos tonumentos. Se sin me he comonicado el doctor Exnest Jones, parece que el nomhre SCharivgn sorpid de las palabras chire reinen {aqquerida reins»). incendio que cn 1666 estalld en las cercanias y destrays gran parte de la ciudad. Estos monumentos son, pues, sim- bolos mnémicos como los sintomas histéricos; hasta este Purito patece justificada la comparacién. Pero, gqué dirfan ustedes de un londinense que todavia hoy permaneciera desolado ante el monumento recordatorio del itinerario £6. nebre de Ja reina Eleanor, en vez de perseguir sus negocios con la premura que las modernas condiciones de trabajo exigen 0 de regocijarse por Ja juvenil reina de su corazn? <0 de oto que ante «Tbe Monument» llorara la reduecién a cenizas de su amada ciudad, que empero hace ya mucho tiempo que fuc restaurada con mayor esplendor todavia? Ahora bien, los histéricos y los ncurdticos todos se compor- tan como ¢50s dos londinenses no pricticos. Y no es sélo que recuerden las dolorosas vivencias de un Tejano pasado; todavia permanecen adheridos a ellas, no se libran del pa: sado y por él descuidan la realidad efectiva y el presente. Esta fijacién de Ja vida anfmica a los traumas patdgenos es uno de los caracteres més importantes y de mayor sustan tividad préctica de las neurosis, Les concedo de buen grado la objecién que quizé formu- lan ustedes en este momento, considerando el historial cl nico de Ia paciente de Breuer. En efecto, todos sus traumas provenian de la época en que cuidaba a su padre enfermo, y sus sintomas sdlo pueden concebirse como unos signos te- cordatorias de su enfermedad y muerte. Por tanto, corres. ponden a un duelo, y no hay duda de que na fijacién a la memoria del difunco tan poco tiempo después de su deceso no tiene nada de paroldgico, sino que més bien responde aun proceso de sentimiento normal. Yo se los concedo; la fijacién a los traumas no es nada liamativo en el caso de la paciente de Breuer. Pero en otros, como el del tic tratado por mf, cuyos ocasionamientos se remontaban a més de quince y a diez afios, el cardcter de la adherencia anormal al pasado resulta muy nitido, y es probable que la paciente de Breuer lo habria desarrollado igualmente de no haber ini ciado tratamiento catértico trascurrido un lapso tan breve desde la vivencia de los traumas y la génesis de los eintomas Hasta aqui s6lo hemos elucidado el nexo de los sintomas histésicos con Ja biogtaffa de los enfermos; en este punto, a partir de otros dos aspectos de Ja observacién de Brever podemos obtener una gufe acerca del modo en que es pre- ‘iso concebir el proceso de la contraccién de la enfermedad y del restablecimiento, En primer lugar, cortesponde destacar que la enferma de Breuer, en casi todas as situaciones patbgenas, debid so- focar una intensa excitacién en vez de posibilitarle su de- curso mediante los correspondientes signos de afecto, pa- labras y acciones. En la pequefia vivencia con el perro de su dama de compaiifa, sofocd, por miramiento hacia ella, de su muy intenso asco; y mientras laba junto al lecho de su padre, tavo el permanente cuidado de no dejar que el enfermo notara nada de su en- gustia y dolorosa desazén. Cuando después reprod el médico esas mismas escenas, el afecto entonces in} aflord con particular violencia, como si se hubiera reservado durante todo ese tiempo. ¥ en efecto: el sintoma que habia quedado pendiente de esa escena cobraba su maxima inten- sidad a medida que uno se acercaba a su causacidn, para desaparecer tras Ja completa tramitacin de esta tltima. Por otro Indo, pudo hacerse Ja experiencia de que recordar Ia escena ante el médico no producia efecto alguno cuando por cualquier razén ello discurria sin desarrollo de afecto, Los destinos de estos afectos, que uno podia representarse como magnitudes desplazables, eran entonces lo decisivo tanto para la contraccién de la enfermedad como para cl restablecimienta, Asi resultS forzoso supaner que aquella sobrevino porque los afectos desarrollados en las situaciones patdgenas hallaron blogueada una salida normal, y la esen- cia de su contraccién consistia en que entonces esos afectos sestrangulados» eran sometidos a un empleo anormal. En parte persistian como unos lastres duraderos de la vida animica y fuentes de constante excitacién; en parte expe- rimentaban una trasposicién a inusuales fvervaciones @ in- Bibiciones corporales que se constitufan como los sintomas corporales del caso. Para este tiltimo proceso hemos acue fiado el nombre de conversién histérica. Lo cortiente y nor- mal es que una parte de nuestra excitacién animica sea guiada por el camino de Ia inervacién corporal, y el resulta- do de ello es 1o que conocemos como «expresién de las emociones». Ahora bien, la conversin histérica exagera esa parte del decurso de un’ proceso animico investide de afec- to; corresponde a una expresién mucho mds intensa, guia da por nuevas vias, de la emocién. Cuando un cauce se divide en dos canales, se producird la congestién de uno de ellos tan pronto como la corriente tropiece con un obs- tdculo en el otro. Lo ven ustedes; estamos en vias de obtener una teoria puramente psicoldgica de la histeria, en Ia que adjudicamos al primer rango a los procesos afectivos Una segunda observacién de Breuer nos fuerza ahora a conceder una significatividad considerable a los estados de conciencia entre los sasgos caracteristicos del acontecer pa toldgico. La enferma de Breuer mostraba multiples, condi- ciones animicas (estados de ausencia, confusidn y alteracién del cardcter) junto a su estado normal. En este tiltimo no bia nada de aquellas escenas patégenas ni de su urdimbre on sus sintomas; habla olvidado ests escenas, o en) todo caso desgarrado Ia urdimbre patdgena, Cuando’ se la ponta en estado de hipnosis, tras un considerable gasto de trabajo se lograba reevocar en st memoria esas escenas, y merced a este trabajo de recuerdo los sintomas eran cancelados. La interpretacién de estos hechos habria provocado gran descon- cierto si las experiencias y experimentos del hipnotismo no hubieran indicado ya el camino. El estudio de los fenéme- nos hipaéticos nos habia familiacizado con la concepcién, sorprendente al comienzo, de que en un mismo individuo son posibles varios agrupamientos anfmicos que pueden mantener bastante independencia recfproca, «no saber na- dap unos de-otros, y atraer hacia sf alternativamente a Ia conciencia, En ocasiones se observan también casos espon- tineos de esta indole, que ‘se designan como de «double conscience» {adoble conciencia»}. Cuando, dada esa escisién de la personalidad, le conciencia permancce ligada de ma- nera constante a uno de esos dos estados, se lo Nama el estado animico conciente, e inconciente al divorciado de él En los consabidos fenémenos de la Hamada «sugestién pos- hipndtican, en que una orden impartida durante la bipnosis se abre paso luego de manera imperiosa cn el estado nor- mal, se tiene un destacado arquetipo de los influjos que el estado conciente puede experimentar por obra del que para él es inconciente; y siguiendo este paradigma se logra cier- tamente explicar las experiencias hechas en el caso de la histeria. Breuer se decidi6 por la hipétesis de que los sin- tomas histéricos nacian en unos particulares estados anim cos que él Ilamé Aipnoides. Excitaciones que caen dentro de tales estados hipnoides devienen con facilidad patSgenas porque ellos no oftecen las condiciones para un decurso normal de los procesos excitatorios. De estos nace entonces un insdlito producto: el sintoma, justamente; y este se eleva y penetra como un cuerpo extrafio en el estado normal, al que le falta, en cambio, toda noticia sobce 1a situacién pa- x6gena hipnoide, Donde existe un sintoma, se encuentsa también una amnesia, una laguna del recuerdo; y el Hensdo de esa Iaguna conlleva Ja cancelacién de las condiciones ge- neradoras del sintoma. Me temo que esta parte de mi exposicién no Jes haya parecido muy trasparente. Pero consideren que se trata de novedosas y dificiles intuiciones, que quiz no puedan acla- rarse mucho mas: prueba de que no hemos avanzado toda- via un gran trecho en nuestro conocimiento. Por lo demés, Ja tesis de Breuer acerca de los estados hipnoides demosts6 ser estorbosa y superflua, y el actual psicoandlisis Ia ha eban- donado, Les diré luego, siquiera indicativamente, qué ine flujos y procesos habrfan de descubrirse tras esa divisoria de los estados hipnoides postulados por Brewer. Habrén recibido ustedes, sin duda, la justificada impresin de que las investigaciones de Brever s6lo pudieron ofrecerles una tcorfa harto incompleta y un esclarecimiento insatisfactorio de Jos fendmenos abservados; pero las teorfas no caen del cielo, y con mayor justificacién todavia deberén ustedes des- conflar si alguien les ofrece ya desde el comienzo de sus observaciones una teorfa redonda y sin lagunes. Es que esta Gltima sélo podria ser hija de la especulacién y no el fruto de una exploracién de los hechos sin supuestos previos IL Sefioras y sefiores: Mais o menos por la misma época en que Breuer ejercia con su paciente la «talking cure», el maestro Charcot habia iniciado en Parfs aquellas indagacio- nes sobre las histéricas de la Salpétridre que darlan por re- sultado una comprensién novedosa de la enfermedad. Era imposible que esas conclusiones ya se conocieran por enton- ces en Viena. Pero cuando una década més tarde Breuer y_yo publicamos la comunicacién preliminar sobre ef mece- nismo psiquico de Jos fenémenos histéricos [1893a], que tomaba como punto de partida el tratamiento. catdrtico de la primera paciente de Breuer, nos encontrébamos entera- mente bajo el sortilegio de las’ investigaciones de Charcot. Equiparamos las vivencias patégenas de nuestros enfermos, en calidad de traumas psiquicos, a aquellos traumas cor- porales cayo influjo sobre pardlisis histéricas Charcot habia establecido; y la tesis de Breuer sobre los estados hipnoides no es en verdad sino un reflejo del hecho de que Charcot hubiera reproducido artificialmente en la hipnosis aquelias parilisis trauméticas. E] gran observador francés, de quien fui discipulo entre 1885 y 1886, no se inclinaba a las concepciones psicoldgicas; sélo su discipulo Pierre Janet intent penetra con mayor profundidad en los particulates procesos psfquicos de In histeria, y nosotros seguimos su ejemplo cuando situamos la escisién anfmica y la fragmentacién de la personalidad en el centro de nuestra concepcién. Hallan ustedes en Janet una teoria de Ja histeria que toma en cuenta Jas docirinas prevalecientes en Francia acerca del papel de ia herencia y de Ja degeneracién. Seatin i, 1a histeria es una forma de Ia alteracién degenerativa del sistema nervioso que se da a conocer mediante una endeblez innata de Ia sintesis psf- auiea. Sostiene que los enfermos de histeria son desde el comienzo incapaces de cohesionar en una unidad la diver- sidad de los procesos animicos, y por eso se inclinan a la discciacién animica. Si me permiten ustedes un simil ti- vial, pero nitido, la histérica de Janet recuerda a una débil sefiora que ha salido de compras y vuelve a casa cargada con una montafia de cajas y paquetes. Sus dos brazos y los diez dedos de las manos no le bastan para dominar todo el cimalo y entonces se le cae primero un paguete. Se agacha para recogerlo, y ahora es otro el que se le escapa, etc. No armoniza bien con esa supuesta endeblez animica de las histérieas el hecho de que entre ellas puede observarse, into a los fenémenos de un rendimiento disminuido, tam: biga ejemplos de un incremento parcial de su productividad, como a modo de un resarcimiento. En la época en que la paciente de Breuer habia olvidado su lengua materna y todas las otras salvo el inglés, su dominio de esta viltima leg6 a tanto que era capaz, si se le presentaba un libro es- crito en alemén, de producir de primer intento una traduc- cidn intachable y fluida al inglés leyendo en voz alta. Cuando luego me apliqué a continuar por mi cuenta Ias indagaciones iniciadas por Breuer, pronto llegué a otro punto de vista acerca de Ja génesis de Ia disociacidn histérica (esci- sién de conciencia). Semejante divergencia, decisiva para todo Io que habia de seguir, era foraoso que se produjese, ues yo no partia, como Janet, de experimentos de labora torio, sino de empeiios terapéaticos. Sobre todo me animaba la necesidad prictica. El trata miento catartico, como lo habia ejercitado Breuer, implica- ba poner al enfermo en estado de hipnosis profunda, pues sdlo en el estado hipnético hallaba este la noticia de aquellos nexos patégenos, noticia que le faltaba en su estado normal Abora bien, Ja hipnosis pronto empe26 a desageadarme, como un recutso tornadizo y por asi decir mistico; y cuando hice la experiencia de que a pesar de todos mis empeios sdlo conseguia poner en el estado hipnético a una fraccidn de mis enfermos, me resolvi a resignat la hipnosis e indepen- dizar de ella al tratamiento catértico. Puesto gue no pod alterar a voluntad el estado psfquico de la mayoria de mis, pacientes, me orienté a trabajar con su estado normal. Es cierto que al comienzo esto parecia una empresa sin sentido ni perspectivas. Se planteaba la tarea de averiguar del enfer- mo algo gue uno no sabia y gue ni él mismo sabia; 2cémo podfa esperarse averiguarlo no obstante? Entonces acudid en mi avxilio el recuerdo de un experimento muy asombroso e instructivo que yo habia presenciado junto a Bernheim cn Nancy [en 18893. Bernheim nos demostté por entonces ue las personas a quienes él habia puesto en sonambulismo hipnético, haciéndoles vivenciar en ese estado toda clase de cosas, sélo en apariencia habfan perdido el recuerdo de lo que vivenciaron sonémbulas y era posible despertarles tales Zeeuerdos aun en el estado normal. Cuando les inguitia por sus viveneias soniimbulas, al comienzo aseveraban pot clesto so saber nada; pero si él no desistia, si las esforzaba, of les aseguraba que empero Jo sabfan, en todos las casos volvlag @ acuditles esos recuerdos olvidedos. Fine Jo que hice también yo con mis pacientes. Cuando saber pada més, les asegutaba que cmpero lo sablan, que silo debian decitlo, y me atrevia a sostenciles mee ade Sucrdo justo seria el que les acudiese en el momento ea que yo les pusiese mi mano sobre su frente. De esa manenn can Segufa, sin emplear la hipnosis, avetiguar de los enfermos todo lo requerido para restablecet el nexo entre las esoenas atégenas olvidadas y los sintomas que estas habian dejedo Some secuela. Pero era un procedimiento trabajoso, agota. dor a la larga, que no podia set el apropiado para vine’ eee, nica definitiva Mas no lo abandoné sin extraer de Jas percepeiones que dl procuraba las conclusiones decisivas, Ast, pues, yo habla Sertoborado que los recuerdos alvidaclos no estaban perdides Se encontraban en posesién del enfermo y prontoe's ellos £2 ssociacisn con lo todavia sabido por él, pero alguna fuctoa les impedia devenir concientes y los constvefia a petmanccce inconcientes. Era posible suponer con certeza Ia extstennin de esa fuerza, pues uno registraba un esfuerzo (Anion aung) correspondiente a ella cuando se empefiaba, oporién, dosele, en introducir los recuerdos inconcientes en ls von, ciencia del enfermo. Uno sentia como resistencia del enfermo esa fuerza que mantenia en pie al estado patoldgico, Ahora bien, sobre esa idea de la resistencia he fandado mi concepcién de los procesos psiquicos de la histeria, Can. Gplar esas esistencias se habfa demostrado necesatio para cl restablecimiento; y ahora, a partiz del mecanismo de le curaciSn, uno podia formarse cepresentaciones muy precisas acerea de lo acontecido al contraerse Ja enfermeded, Lag mismas fuerzas que hoy, como resistencia, se opontan al empefio de hacer conciente lo alvidado tenian que set las queen su momento produjeron ese olvido y esforaron {dringen} fuera de Ia conciencia las vivencias patdgenas en cuestiGn. Llamé represién {estuerzo de desaloje) «enns Hroceso por mi supuesto, y lo consideré probado por la in, discutible existencia de la resistencia, Desde luego, cabia preguntarse cudles cran esas fuerzas ¥, €uiles Jas condiciones de la represiGn en la que shore discerniamos el mecanismo patgeno de Ia histerla. Ung 20 indagacidn comparativa de Jas situaciones patégenas de gue se, habia tenida noticia mada ak nee ete ge ge Ppermitia ofrecer una respuesta. En todas esas vivencias ha- bia estado en juego el afloramiento de una mocién de deseo que sc eneontraba en aguda oposicidn a los demas deseos del individuo, probando ser inconciliable con las exigencias éti- as y estéticas de la personalidad Habla sobrevenido un breve conflicto, y el final de esta jucha interna fue {jue le teptesentacién que aparecia ante la conciencia como la por- tadora de aque! deseo inconciliable sucumbié a la teprecin {esfuerzo de desalojo} y fue olvidada y esf ra de Ja conciencia junto con fos recuerdos relativos a ella. Enton- cés, Ta thconciliabilidad de €sa representacién con el yo del enfermo era el motivo (Motiv, «la fuetza impulsora») de fa represién; y las fuerzas represoras eran los reclamos éticos, y otros, del individuo. La aceptacién de la mocién de deace inconciliable, o la persistencia del conflicto, habrian prove. cado un alto grado de displacer; este displacer era ahorrado Por la represién, que. de esa manera probaba ser uno de los dispositivos protectores de Ja personalidad animice Les referiré, entre muchos, uno solo de mis casos, en el que se disciernen con bastante nitidez tanto las condiciones fomo la utilidad de Ia reptesin, Por cierto que pata mis fines me veré obligado a abreviat este historial clinico, de- Jando de lado importantes premisas de A. Una joven® que oso tiempo antes habla perdido a su amado padre, de exyo cuidado fue participe —situacién andloga a la de Ia paciente de Breuer—, sintié, al casarse su hermana mayor, una pas ticular simpatfa hacia su cufiado, que fécilmente pudo en- Mascararse como una ternura natural entre parientes. Esta hermana pronto cayé enferma y murié cuando Ia pacicnte sc encontraba ausente junto con su madre, Las ausentes fueron Iamadas con urgencia sin que se les proporcionase noticia cierta del doloroso suceso. Cuando la muchacha hubo Hegado ante el lecho de su hermana muerta, por un breve instante afloré en ella una idea que podia expresaise aprox ximadamente en estas palabras: «Ahora él estd libre y puede casarse conmigo». Estamos autorizados a dar por cierto que esa idea, delatora de su intenso amor por el cufiada, y no conciente para clla misma, fue entregada de inmediato ala represién por la revucita de sus sentimientos. La muchach; contrajo graves sintomas bhistéricos y cuando yo la tomé baj tratamiento resulté que habfa olvidado por completo le 1 {Se gata de Elisabeth von R., ef quinto de los casos expuestos Estudios sobre ta bisteria (18934), AE. B, pées 131 y Soe) 2 escena junto al lecho de su hesmana, asi como 1a mocién odiosa y egoista que emergiera en ella, La record en el (0, reprodujo cl factor patégeno en medio de los indicios de la mis violenta emocién, y sané asi ‘Acaso me sea licito ilustrarles el proceso de ta represién y_ su necesatia nexo con la resistencia mediante un grosero iil que tomaré, justamente, de la situacién en que ahora nos encontramos. Supongan que aqui, dentro de esta sala y entre este auditorio cuya calma y atencidn ejemplares, yo no sebria alabar bastante, se encontrara empero un indi duo revoltoso gue me disttajera de mi tarea con sus imper- tinentes risas, charla, golpeteo con los pies. ¥ que yo decla- raza que asi no puedo proseguir In conferencia, tras lo cual se levantaran algunos hombres vigorosos entre ustedes y tras breve lucha pusieran al barullero en Ja puerta. Ahora él estd {<2 donde estd el Salvador? »). Veo que todos ustedes rien con este buen chiste; ahora tratemos de entenderlo. Com- prendemos que el especialista en arte quiere decir: «Son ustedes un par de pillos, como aquellos entre los cuales se = GE. chute 9 su relacién som Jo inconcente (19050) LAE, ig, Ti, donde sg’ mart la anéedota con mis delle, 6 dice Eur su browedsncla © orteunesicana) crucified al Salvadory. Pero no se los dice; en lugar de ello, manifiesta algo que a primera vista parece taramenté inapro” piado y que no viniera al caso, pero de inmediato To discer himos como una alusién al insulto por él intentado y como su cabal sustituro. No podemos esperar que en el chiste feencontraremos,iodas {ns citcunstancias que conjturamos Ia génesis de Ia ocurrencia en nuestros pacientes, pero mos en Ia identidad de motivacién entre chiste y oc: sencia. ¢Por qué nuestro critico no dice a los dos pillos directamente lo que le gustarfa? Porque junto a sus ganas de espetirselo sin disfraz actian en él eficaces motivos contra: ios. No deja de tener sus peligros ultrajar a personas de quienes uno es huésped y tienen a su disposicién los vigo- rosos pufios de gran niimero de servidores. Uno puede suftit facilmente el destino que en la conferencia anterior aduje como analogia para el «esfuerzo de desalojo» (represién) Por esta razén el erftico no expresa de manera directa el insulto intentado, sino que lo hace en una forma desfigurada come «alusi6n con omisiSn».® ¥ bien; opinamos que es este misma constelacién la culpable de que nuestro paciente, en vez de lo olvidado que se busca, produzca una ocurrencia sustitutiva més 0 menos desfigurada. Sefioras y sefiores: Es de todo punto adecuado amar «complejo», signiendo ala escuela de Zurich (Bleuler, Jung y otros), a un geupo de elementos de reptesentacién inves- tidos de afecto. Vemos, pues, que si para buscar un complejo reprimido partimos en cierto enfermo de lortltimo que ain recuerda, tenemos todas las perspectivas de colegitlo siempte que él ponga a nuestra disposicién un ntimero suficiente de sus ocurrencias libres. Dejamos entonces al enfermo decit Jo aque quiere, y nos atenemos a Ia premisa de que no puede ocurrirsele otra cosa que lo que de manera indirecta dependa del complejo buscado. Si este camino para descubrir lo repri- mido les parece demasiado fatigoso, puedo al menos asegu- rarles que es el nico transitable. Al aplicar esta téenica todavia vendré a pertutbarnos el hecho de que el enfermo a menudo se interrumpe, se atasca y asevera que no sabe decir nada, no se Ie ocutre absoluta- mente nada, Si asf fuera y él estuviese en lo cierto, otta vez nuestro procedimiento resultaria insuficiente. Peto una obser- vacién mds fina muestra que sa denegacién de Jas ocurren- 2 [Una de las téenicas descritas en el mencionado passje del libro sobre el chiste] cias en verdad no sobreviene nunca, Su apariencia se produce sélo porque el enferao, bajo el infiue'de fas wesieernn que se disfrazan en la'forma de diversos juicios criticos acerca del valor de la ocurrencia, se reserva o hace aun lado Ja ocurrencia percibida. Fl modo de protegerse de ello es prever esa conducta y pedirle que no haga caso de esa critica, Bajo total renuncia a semejante seleccién critica, debe decie todo lo que se Ie pase por la cabeza, aunque lo considere incorrecto, que no viene al caso o disparatado, y con mayor raz6n todavia si le resulta desagradable ocupar su. pensa- miento en esa ocursenca, Por medio de su ebediencia a ese Fecepto nos aseguramos el material que habré de ponernos sobre la pista de los complejos reprimidos, ei Este material de ocurrencias que el enfermo arroja de st con menosprecio cuando en lugar de encontratse influido por cl médico lo estd por la resistencia constituye para cl psico- analista, por asf deci, el mineral en bruto del que extraerd el valioso metal con ef auxilio de scncillas artes interpreta. tivas. Si ustedes quieren procurarse una noticia rpida y pro: visional de los camplejos reprimidos de cierto enfermo, sin internarse todavia en su ordenamiento y enlace, pueden exa- minarlo mediante el experimento de la asociacién, tal como Jo han desarrollado Jung® y sus discipulos. Este procedi- miento presta al psicoanalista tantos servicios como al qui. mico el andlisis cualitativo; es omisible cn la tetapia de en. fermos neurdticos, pero indispensable para la mosttacién objetiva de los complejos y en la indagacién de las psicosis, que la escuela de Zurich ha abordado con éxito. La elaboracién de las ocurrencias que se oftecen al paciente cuando se somete a Ia regla psicoanalitiea fundamental no ¢s el nico de nuestros recursos réenicos para descubrir lo inconciente. Pata el mismo fin sirven otros dos procedimien- tos: la interpretacida de sus suefios y Ia apreciacién de sus acciones fallidas y casuales, __ Les conficso, mis estimados oyentes, que consideré mucho tiempo si antes que datles este sucinto panorama de todo el campo del psicoandlisis no era preferible ofrecerles Ia exposicién detallada de Ja interpretacién de los sueiios.* Un motivo puramente subjetivo y en apatiencia secundario me disuadié de esto tltimo. Me parecié casi escandaloso presen- tarme en este pais, consagrado a metas précticas, como un 3 Yuna, 1906 Lvol. 2, 19991 + COL interpretaciin de fos suetos (19008) cintérprete de suefiosy antes que ustedes conocieran el valor que puede reclamar para s{ este anticuado y escarnecido arte. La interpretacién de los suefios es en realidad fa via regia para el conocimiento de lo inconciente,* el fundamento ins seguro del psicoanslisis y el émbito en’el cual todo bajador debe obtener su convencimiento y su formacié Cuando me preguntan cémo puede uno hacerse psicoanalista, respondo: por el estudio de sus propios suefios. Con certero acto, todos los oponentes del psicoandlisis han esquivado hasta ahora examinar La interpretacién de los sueiios o hen pretendido pasarla por alto con las més insulsas objeciones Si, por lo contratio, son ustedes capaces de aceptar las solu- ciones de los problemas de la vida onfrica, las novedades que el psicoandlisis propone a su pensamiento ya no les de- pararén dificultad alguna No olviden que nuestras producciones onfricas nocturnas, por una parte, muestran la mdxima semejanza externa y pa. rentesco interno con las creaciones de la enfermedad mental y, por la otra, son conciliables con la salud plena de Ja vida despierta. No es ninguna paradoja aseverar que quien se maraville ante esos espejismos sensoriales, ideas delirantes y alteraciones del cardcter enotmales», en lugar de enten- derlos, no tiene perspectiva alguna de aprehender mejor que cl lego Jas formaciones anormales de unos estados anfmicos patologicos. Entre tales legos pueden ustedes contar hoy, con plena seguridad, a casi todos los psiquiatras. Siganme ahora en una répida excursin por el campo de los problemas del Despiertos, solemos tratar tan despreciativamente a los suedios como el paciente a las ocurrencias que el psicoanalista Ie demanda. ¥ también los arrojamos de nosotros, pues por regla general los olvidamos de manera répida y completa. Nuestro menosprecio se funda en el cardcter ajeno aun de aquellos sucfios que no son confusos ni disparatados, y en el evidente absurdo y sinsentido de otros suefios; nuestro recha- zo invoca las aspiraciones desinhibidamente vetgonzosas e inmorales que campean en muchos suefios. Es notorio que la Antigiicdad no compartia este menosprecio pot los suefios. 'Y aun en la época actual, los estratos inferiores de nuestro pueblo no se dejan conmover en su estima por ellos; como Jos antiguos, esperan de cllos la tevelacién del futuro. Confieso que no tengo necesidad alguna de unas hipstesis mifsticas para Ilenar las lagunas de nuestro con tO pre © [Bata frase fue incorporada casi con, las mismas palabras a Ia segunda edicisn (1909) de La interpretacién de los suetos (19002), AE, 5, pig. 397. 29 sente, y por eso nunca pude hallar nada que cotroborase una supuesta naturaleza profética de los sucfios. Son cosas de muy otra indole, aunque harto mazavillosas también ellas, Jas que pueden decitse acerca de los suciios. En primer lugar, no todos los suefios son para ef soifante aicnos, incomprensibles y confusos. Si ustedes se avienen a someter a examen los suefios de nifios de cotta edad, desde un afio y medio en adelante, los hallarén por entero simples y de ffeil esclazecimiento, El nifio pequeiio suefia siempre con el cumplimiento de deseos que el dia anterior le despert6 ¥ no le satisfizo. No hace falta ningtin arte interpretativo para hallar esta solucidn simple, sino solamente averiguar las vivencias que el nifio tuvo la vispera (el dia del sueso) Sin duda, obtendrfamos la soluciéa mds satisfactoria del cnigma del suefo si también los sucfios de los adultos no fueran otra cosa que Jos de los nifios, unos cumplimientos de mociones de deseo nacidas el dia del suciio. Y asi es efec. tivamente; las dificultades que estorban esta solucién pueden, climinarse paso @ paso por medio de un anilisis més pene- trante de los suefios Entre ellas sobresale la primera y més importante objecién, a saber, que Jos suefios de adultos suelen poseer un contenido incomprensible, que en modo alguno petmite discernir nada de un cumplimiento de desco. Pero la respuesta es: Estos suciios han experimentado una desfiguracién; el proceso psi. quico que esté en su base habria debido hallar originariamen. te wna muy diversa expresién en palabras. Deben ustedes Giferenciar el contenido manifiesto del suefio, tal como lo te. cucrdan de manera nebulosa por Ia mafiana y trabajosamente visten con unas palabras al parecer arbitrarias, de los pensa- mientos oniricos latentes cuya presencia en to inconciente han de suponer. Esta desfiguracién onitica es el mismo pro. ceso del que han tomado conocimiento al indagar la for. macién de sintomas histéricos; sefiala el hecho de que idén- tleo juego contrario de las fuerzas animicas participa en la formacién del sueso y en la del sintoma. El contenido ma- nifiesto del suefio es el sustituto desfigurado de los pense. mientos oniricos inconcientes, y esta desfiguracién es Ia obra de unas fuerzas defensoras del yo, unas resistencias que en la vida de vigilia prohiben (verwebren) a los deseos teprimidos de lo inconciente todo acceso a Ia conciencia, y que atin en su rebajamiento durante el estado del dormir conservan al menos la fuerza suficiente para obligarlos a adoptar un disfraz encubridor. Luego el sofiante no discierne el sentido de sus sueios més que el histérico la referencia y el signi. ficado de sus sintomas. 30 Jue existen pensamicntos oniricos latentes, y gue entre elles g el contenido mupiliesto del sues thay en efecto la relacin que acabamos de describir, he shi algo de lo que ustedes pueden convencerse mediante el anélisis de los sue: fos, cuya técnica coincide con Ia psicoanelitica. Han de pres- sind de la trama aparente de ls elementos dentio del sic manifiesto, y ponerse a recoger las ocurrencias que para ca tlemento onica singular se obticnen en Ia asoctacion libze signiendo Ia regla del trabajo psicoanalitico. A partir de este material colegirén Ios pensamientos oniricos Iatentes de un modo idéntico al que les permitié colegir, desde las ocurren- sias del enfermo sobre sus sintomas y recuerdos, sus com- jejos _escondidos. Y en los pensamientos onirieos latentes Fedo se percatanin vntelce sin sfesde caxdn justificado es reconducir los sueiios de adultos a los de nifios. Lo que shora sustituye al contenido manifiesto del suefio como su sentido genuino es algo que siempre se comprende con cla- ridad, se anuda a las impresiones vitales de Ia vispera, y prueba ser cumplimiento de unos deseos insatisfechos. Enton- ces, no podrén describir ef suefio manifiesto, del que tienen noticia por el recuerdo del adulto, como no sea diciendo que es un cumplimiento disjrazado de unos deseos reprinridos, ¥ ahora, mediante una suerte de trabajo sintético, pueden obtener tambign una inteleccién del proceso que ha produ- cido Ta desfiguracidn de los pensamientos onfticos inconcie tes en el contenido manifiesto del suefio. Llamamos «trabajo del suetion a este proceso. Merece nuestro pleno interés 1e6- Fico porque en I podemos estudiar, como en ninguna otra parte, qué insospechados procesos psiquicos.son posibles en Io inconciente, 0, expresado con mayor exactitud, entre dos sistemas psiquicos separados como el conciente ¥ el incon- ciente. Entre estos procesos psiquicos recién discetnidos se han destacado Ia condensacién y el desplazamiento. El traba- jo del suefo es un caso especial de las reciprocas injerencias de diferentes egrupamientos animicos, vale decir cl resul- tado de la escisién animica, y en todos sus rasgos esenciales parece idéntico a aquel trabajo de desfiguracién que muda Jos complejos reprimidos en sfntomas a raiz de un esfuerzo de desalojo {represi6n) fracasado._ ‘Ademds, cn cl andlisie dc los sucfios descubritén con stom bro, y de a manera mfs convincente para ustedes mismos, el papel insospechadamente grande que en cl desarrollo del ser humano desempefian impresiones y vivencias de la tem- prana infancia, En la vida onfrica el nifio por asi decix pro- sigue su existencia en el hombre, conservando todas sus pec Hiaridades y mociones de deseo, aun aquellas que han dev u nido inutilizables en la vida posterior. Ast se les hacen a ustedes patentes, con un poder irrefutable, todos los desarto- los, xepresiones, sublimaciones y formaciones reactivas por los ‘cuales desde’ el nifio, de tan diversa disposicidn, surge el llamado hombre normal, cl portador y en parte la vfctima de Ia cultura trabajosamente conquistada, También quiero scfialarles que en cl andlisis de los suefios hemos ballado que fo inconciente se sirve, en particular para da figuracién de complejos sexuales, de un cierto simbolismo que en parte varia con los individues pero en parte es de una ijeza tfpica, y parece coincidir con el simbolismo que conje- turamos tras nuestros mitos y cuentos tradicionales, No seria imposible que estas creaciones de los pueblos recibieran su esclarecimiento desde el sucfio Por tiltimo, debo advertirles que no se dejen inducis a error por la objecién de que la emergencia de suefios de angustia contradiria nuestra concepcidn del suefio como cumplimiento de deseo. Prescindiendo de que también estos suefios de an- gustia requicten interpretacién antes que se pueda formular un juicio sobre ellos, es preciso decix, con validez universal, gue Ja angustia no va unida al contenido del suefio de una manera tan sencilla como se suele imaginar cuando se carece de otras noticias sobre las condiciones de la angustia neurd- tica. La angustia es una de las reacciones desautorizadoras del yo frente a descos reprimidos que han alcanzado inten. sidad, y por eso también en el suefio es muy explicable cuando la formacién de este se ha puesto demasiado al servi- cio del cumplimiento de esos deseos reprimidos. Ven ustedes que Ia exploracién de los suefios tendrfa su justificacién en sf misma por Jes noticias que brinda acerca de cosas que de otro modo seria dificil averiguar. Pero n0so- tros Iegamos a ella en conexién con el tratamiento psico- analitico de los neurdticos, Tras lo dicho hasta aqui, pueden ustedes comprender fécilmente cémo Ja interpretacion de los suefios, cuando no es demasiado estorbada por las resis- tencias del enfermo, leva al conocimiento de sus descos ecultos y reprimidos, asi como de los complejos que estos alimaentan; puedo pasar entonces al tercer grupo de fend- menos anfmicos, cuyo estudio se ha convertide en un medio t€cnico para el psicoandlisis. ‘Me retiero a las pequefias operaciones fallidas de los hom- bres tanto normales como neuréticos, a las que no se sucle atribuir ningtn valor: el olvido de casas que podrian saber Y que otras veces en efecto saben (p. ¢j., el hecho de que a uno no le acuda temporariamente un nombre propio); los deslices cometidos al hablar, que tan a menudo nos sobre- 32 vienen; Jos andlogos deslices en Ia eseritura y la lectura; el irastrocar las cosas confundido en ciertos manejas y el perder ‘0 romper objetos, ete., hechos notables para los que no se suele buscar un determinismo psiquico y que se dejan pasar sin reparos como unos sucesos contingentes, fruto de Ja dis- traccidn, Ia falta de atencién y parecidas condiciones. A esto se suman las acciones y gestos que los hombres ejecutan sin advertirlo para nada y —con mayor razin— sin atribuisles peso anfmico: el jugar o juguetear con objetos, tarereat me. lodias, maniobrar con el propio cuerpo o sus Fopas, y otras de este tenor.” Estas pequefias cosas, las operaciones fallidas asi como las acciones sintométicas 'y casuales, no son tan insignificantes. como en una suerte de ticito acuerdo se est dispuesto a creer. Poseen pleno sentido desde la situacién en que acontecen; en la mayoria de los casos se las puede interpretar con facilidad y certeza, y se advierte que también ellas expresan impulsos y propésitos que deben ser tele- zgados, escondidos a fa conciencia propia, o gue directamente provienen de las mismas mociones de deseo y complejos reptimidos de que ya tenemos noticia como Jos creadores de Jos sintomas y de Jas imégenes oniricas. Merecen entonces ser consideradas sintomas, y tomar nota de ellas, lo mismo gue de los suefios, puede llevar a descubrit lo escondido en la vida animica. Por su intermedio el hombre deja traslucit de ordinario sus més intimos secretos. Si sobrevienen con particular facilidad y frecuencia, aun ch petsonas sanas que globalmente han logrado bien Ia represién de sus mociones ineoncientes, lo deben a su insignificancia y nimiedad, Peto tienen derecho a reclamar un elevado valor teérico, pues 308 pruchan la existencia de la represién y la formacién susti- tutiva aun bajo las condiciones de la salud. ‘Ya echan de ver ustedes que el psicoanalista se distingue por una creencia particularmente rigurosa en el determinis- mo de la vida animica. Para él no hay en Jas exteriorizaciones psiquicas nada insignificante, nada caprichoso ni contingentes espera hallar una motivacién suficiente aun donde no se sucle plantear tal exigencia. Y todavia més: est4 preparado para descubrir una motivacién multiple del mismo efecto animico, mientras que nuestra necesidad de encontrar las causas, que se supone innata, se declara satisfecha con una ‘unica causa psfquica. Recepitulen ahora los medios que poscemos para descu- brir Io escondido, olvidado, reprimido en la vida anfmica: el © CE, Pricopatologia de Ia vida cotidiana (19018). 8 estudio de las convocadas acurrencias del paciente en Ia aso- ciacién libre, de sus suefios y de sus acciones fallidas y sinto- miétieas; agreguen todavfa Ia veloraciéa de ottos fenomenos que se ofrecen en el curso del tratamiento psicoanalitice, sobre los cuales haré'luego algunas puntualizaciones bajo el titalo de la xtrasterenciam, y Megardn conmigo a la conch sién de que nuestra técnica es ya lo bastante eficez para po- der resolver su tarca, para aportar a Ja conciencia el material psiquico patdgeno y asf eliminar el padecimiento provocado por Ia formacién de sintomas sustitutivos. Y ademés, el hecho de que en tanto nos empefiamos en la terapia enri- auezcamos y ahondemos nuestro conocimiento sobre la vida animiea de Jos hombres normales y enfermos no puede es- timarse de otro modo que como un particular atractivo y excelencia de este trabajo. No sé si han recibido ustedes Ja impresién de que la tée- nica por cuyo arsenal acabo de guiarlos es particularmente dificil. Opino que es por entero apropiada para el asunto que esté destinada a dominar, Pero hay algo seguro: ella no €s evidente de suyo, se Ia debe aprender como a la histolo- gica 0 quirdrgica. Acaso les asombre enterarse de que en Europa hemos recibido, sobre el psicoandlisis, una multieud de juicios de personas que nada saben de esta técnica ni la aplican, y luego nos piden, como en burla, que les probe- mos la correccién de nuestros resultados. Sin duda que entre esos contradictores hay también personas que en otros cam pos no son ajenas a la mentalidad cientifica, y por ejemplo no desestimarian un resultado de la indagacién microscépica por el hecho de que no se lo pueda corroborar a simple vista en cl preparado anatémico, ni antes de fotmarse sobre el asunto un juicio propio con la ayuda del microscopic. Pero ca materia de paicoandlisis las condiciones son en verdad menos favorables para el reconocimiento, El psicoandlisis uiere evar al teconccimiento conciente lo zeprimido en Ia vida anfmica, y todos los que formulan juicios sobre él son a su vez hombres que poseen tales represiones, y acaso sélo a duras penas las mantienen en pie. No puede menos, pues gue provocarles la misma resistencia que despierta en el en. fermo, y a esta Je resulta fécil disfrazarse de desautorizacion intelectual y aducir argumentos scmejantes a los que nos- ettos prosctibimes (ebwebren} en auestros enfermos con Ja zegla psicosnalitica fundamental. Asi como en nuestros enfermos, también en nuestros oponentes podemos compro bar a menudo un muy notable rebajamiento de sa facultad de juzgat, por obra de influjos afectivos. La presuncién de la conciencia, que por ejemplo desestima al suefio con tanto 34 menosprecio, se cuenta entre los dispositivos protectores provistos universalmente a todos nosatos para impedir Iz irrupcién de los complejos inconcientes, y por eso es tar dificil convencer a fos seres humanos de ia zealidad de lo in conciente y datles a conocet algo nuevo que contradice su noticia conciente 5 IV Sefioras y sefiores: Ahora demandardn ustedes saber lo gue con ayuda del ya desctito medio téenico hemos averi- guado acerca de los complejos patdgenos y mociones de deseo teptimidas de los neuréticos. Pues bien; una cosa sobre todas: La investigacién psico- analitica reconduce con una regularidad asombrosa los sin- tomas patolégicos a impresiones de la vida amorosa de los enfermos; nos muestra que as mociones de deseo patsge- nas son de Ia naturaleza de unos componentes pulsionales erdticos, y nos constrifie a suponer que debe atribuirse a las perturbaciones del erotismo Ja maxima significacién entre los influjos que llevan a la enfermedad, y ello, ademés, en Tos dos sexos. __ Sé que esta aseveracién no se me creeré fécilmente. Aun investigadores que siguen con simpatia mis trabajos psico- sgicos se inclinan a opinar que yo sobrestimo la contribu. cign etiolégica de Jos factores sexuales, y me preguntan por aué excitaciones animicas de otra indole no habrian de dar ocasién también a los descritos fendmenos de la represin y la formacidn sustitutiva. Ahora bien, yo puedo responder: No sé por qué no habrian de hacerlo, y no tengo nada que oponer a ello; pero la experiencia muestra que no poseen sa significacién, que a lo sumo respaldan ef efecto de los factores sexuales, mas sin poder sustituirlos aunca. Es que yo no he postulado tedricamente ese estado de las cosas; en los Estudios sobre la histeria, que en colaboracién- con el doctor Josef Breuer publiqué en. 1895, yo atin no sostenfa ese punto de vista: debf abrazarlo cuando mis experiencias se multiplicaron y penetraron con mayor profundidad en el asunto, Sefiores: Aqul, entre ustedes, se encuentran algunos de mis més cercanos afnigos y seguidores, que me han acom- pafiado cn este viaje a Worcester. Indfguenlos, y se ente rarén de que todos ellos descreyeron al comienzo por com pleto de esta tesis sobre la significacién decisiva de la etio- logia sexual, hasta que sus propios empefios analiticos los compelieron’a hacerla suya. El convencimiento acerca de la justeza de la tesis en cues- 36 tidn no es en verdad facilitado por el comportamiento de Jos pacientes. En vez de ofrecer de buena gana las noti sobre su vida sexual, por todos los medios procuran ocultar- as. Los hombres no son en general sincetos en asuntos se- xuales. No muestran con frangueza su sexuatidad, sino que fastan una espesa bata hecha de... tejido de embuste para esconderla, como si hiciera mal tiempo en el mundo de la sexualidad. Y no andan descaminados; en nuestro universo cultural ni el sol ni el viento son propicios para el quchacer sexual; en verdad, ninguno de nosottos puede revelar fran- camente su erotismo a los otros. Pero una vez que los pa- cientes de ustedes reparan en que pueden hacerlo sin em- barazo en el tratamiento, se quitan esa céscara de embuste y sdlo entonces estén ustedes en condiciones de formarse un juicio sobre el problema en debate. Por desdicha, tampoco los médicos gozan de ningiin privilegio sobre las demés eriaturas en su personal telacién con las cuestiones de Ja vida sexual, y muchos de ellos se encuentran prisioneros de esa unién de gazmofierfa y coneupiscencia que gobiemna la conducta de la mayorfa de los «hombres de cultura» en ma- teria de sexualidad, Permitanme proseguir ahora con la comunicacién de nues. tros resultados. En otra setic de casos, In exploracién psico- analitica no rcconduce los sintomas, cs cierto, a vivencias sexuales, sino a unas trauméticas, triviales. Pero esta di- ferenciacién pierde valor por otra citcunstancia. El trabejo de anélisis requerido para el radical esclarecimicnto y la curacidn definitiva de un caso clinico nunca se detiene en las vivencias de Ia época en que se contrajo la enfermedad, sino que se remonta siempre: hasta la pubertad y Ia primera infancia del enfermo, para tropezar, slo alli, con las impre- siones y sucesos que comandaron la posterior contraccién de lg enfermedad. Unicamensc las vivencias de la infance ex plican la susceptibilidad para posteriores traumas, y s6lo descubriendo y haciendo concientes estas hucllas mnémicas por lo comin olvidadas conseguimos el poder pata eliminar los sfntomas. Llegamos aqut al mismo resultado que en le exploracién de los suefios, a saber, que las reprimidas, im- perecederas mociones de deseo de Ia infancia son las que than prestado su poder a la formacién de s{ntoma, sin lo cual Ia reaccidn frente a traumas posteriores habrfa’discurrido por caminos normales. Pues bien, estamos autorizados a cali ficar de sexuales a todas esas poderosas mociones de deseo de Ia infancia, Ahota con mayor razén estoy seguro de que se habrin asombrado ustedes, «¢Acaso existe una sexualidad infant <2No es la nisez més bien el periodo de Ia vit ado por Ia ausencia de la pulsién sexual?». No, sefiores mfos; ciertamente no. ocurre que la pulsiéa sexual descienda sobre los niiios en In pubertad como, sexin el Evangelio, el Demonio lo hace sobre las marranas. El nifio tiene sus pulsiones y quehaceres sexuales desde el comienzo mismo, los trae consigo al mundo, y desde abi, a través de un significativo desarrollo, rico en etapas, surge In Mamada sexualidad notmal del adulto. Ni siguiera es dificil observar las exteriorizaciones de ese quehacer sexual infantil; més bien hace falta un cierto arte para omitirlas 0 interpretarlas erradamente. Por un favor del destino estoy en condiciones de invocar pata mis tesis un testimonio originario del medio de uste- des. Aquf les muestro ef trabajo de un doctor Sanford Bell, publicado en Ia American Journal of Psychology en 1902. El autor es miembro de la’Clark University, el mismo ins. tituto en cuyo salén de conferencias nos encantramos. En este trabajo, titulado «A Preliminary Study of the Emotion of Love between the Sexes» y aparecido tres afios antes de mis Tres ensayos de teoria sexual [1905d1, el autor dice exactamente Io gue acabo de exponerles: «Ihe emotion of sexlove (...) does not make its appearance for the first lime at the period of adolescence, as has been thoughty.* Como disiamos en Europa, él tralsajé al estilo nozteamerica- no, reuniendo no menos de 2.500 observaciones positivas en el cutso de 15 aiios, de las que 800 son propias. Acerca de Jos signos por los que se dan’a conocer esos cnamora mientos, expresa:

You might also like