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alto. Me dije: El libro estuvo siempre ah; ella lo saba, y acaso slo
intentaba que yo me diera la oportunidad de encontrarlo. As que limpi
la ptina de polvo que recubra su lomo y sus costados, lij los bordes de
sus pginas y decid comprarlo. Lo he dejado desde entonces en mi
pequea biblioteca personal, dispuesta en la parte superior de los cajones
de mi ropa que hay en mi cuarto. Tal vez un da la encuentre; tal vez un
da pueda obsequirselo. Esta noche lo he abierto por una de sus pginas,
exactamente la 316 y 317, y he ledo unas pocas lneas:
EL ROSTRO
Te busqu en la escritura de los hombres que te
amaron. No quera ver la letra, sino or la voz
que a veces pasa por ella milagrosamente; or con
sus odos, mirar desde sus ojos. Quera ser ellos,
asumirlos, para verte.
All estabas, sin duda; pero siempre sucesivo como
las palabras de un poema; inalcanzable como el
centro de una meloda; disperso como los ptalos
de una flor que el viento ha roto.
Mientras ms avanzaba por el suave y ardiente frenes
del bosquezuelo, ms te me alejabas. Eras aquel
brillo de una hoja o un ala? Era aquel largo
rumor, aquel silbido? Aquel silencio, aquellas piedras
de pronto tan plidas?
[y ms adelante cuando dice...]
Y sin duda estabas all; pero un velo nos separaba,
sutil e intraspasable. Y yo senta en el alentar de
la naturaleza, siempre lejana, tu llamado silenciosos
y apremiante, pero no poda responderle, porque
estabas y no estabas all, o ms bien tu estar difuso
era un sealarme hacia otro sitio que yo no saba
encontrar; y me iba exaltado y melanclico, el rayo
de gracia cado entre las manos, la gloria, suave,
retumbando por el pecho, disolvindose.
Y te buscaba, siempre, tambin en m mismo. Acaso
no eras de mi linaje y de mi sangre? No eras, en
cierto modo, yo mismo? No me bastaba entrar
en la memoria para reconstruirte sabor a sabor,
secreto a secreto, como el hurfano que palpa en la
tiniebla los rasgos de la madre?