WALTER MIGNOLO
A INSTANCIA DEL “YO” EN
“LAS DOS HISTORIAS” *1. Detenerse sobre un cuento de F. Hernandez en
un seminario organizado en torno a su nombre hace su-
poner, sin advertencias previas, que esta lectura tendr4
como sobreentendido la relacién del cuento con la to-
talidad de su obra.
Aceptando, y con el riesgo de suponer mal, este so-
breentendido me detendré en las “advertencias previas”
con la intencién de disiparlo. Si este sobreentendido pue-
de resumirse en la expresién corriente “obra de un au-
tor” se esperaria, aceptandolo, que el andlisis de un cuen-
to trazara ciertas coordenadas que, con posterioridad,
permitirian unir el punto de partida con el resto de los
textos firmados “F. Herndndez’. Esto es posible, pero
no ser4 aqui mi propésito. Por otra parte, podria espe-
rarse lo que suele Ilamarse “analisis estructural de un
cuento”. También esto es posible pero no reside ahi,
tampoco, mi intencidn.
Seria largo discutir las razones por las cuales mencio-
no, para desechar, estas dos perspectivas. Confio en que
esta lectura ser4, por si misma su propia justificacién.
No obstante, resumiré brevemente las razones que apo-
yan mi opcidn:
A) La primera posibilidad deberia adoptar como aprio-
ti el concepto de “autor” en torno al cual seria posi-
ble organizar unas serie de textos bajo la sola garantia
de la firma, En esta perspectiva se corre el riesgo de
psicologismo por cuanto “autor” remite a “persona” y
W71se intenta ver, detras del texto, una personalidad que
Jo sostiene (tal el caso, por ejemplo, de los primeros
trabajos de L. Spitzer”. J. L. Austin® observa, en el do-
minio del lenguaje, que cuando en la enunciacién no
hay referencia a quien habla (yo), esta ausencia de re-
ferencia se implica de dos maneras:
— en la enunciacién verbal, el “autor” es la persona
que enuncia, es la fuente de enunciacién.
—en la enunciacién escrita, donde no hay manera
de ligar el acto de enunciar con Ja fuente de enun-
ciacién, la firma otorga la referencia implicita.
La firma separa el enunciado de la persona. Si la per-
sona estuvo presente en el pasado conservard, en el
futuro no su presencia, sino su ausencia presente a
través de la firma. Pero la firma, sobre todo en el caso
de la poética donde la intencidén es lo que menos re-
siste al tiempo, no garantiza la defensa de la unién enun-
ciado-fuente de enunciacién en un presente-pasado. En
el espacio poético, infinitos textos se entrecruzan anu-
lando, constantemente, los lazos que unen el enunciado
a la fuente de enunciacién. La decisién sobre la adop-
cién de un apriori, es una decisién tedrica. Por lo tan-
to, la firma “F, Herndndez” ser4 un indice de referencia
pero de ninguna manera el puente que conduce del texto
a la persona.
B) Por otra parte, y en cuanto a la segunda pers-
pectiva anunciada al comienzo, el andlisis estructural en
poética tiene, como se sabe, el inconveniente de la
limitacién empfrica. Sin recurrir-a la gramdtica genera-
tiva y a sus formulaciones hipotético-deductivas para jus-
tificar la expresién “limitaciones del empirismo”, baste
recordar que la lingiifstica estructural fijaba como ob-
jeto de estudio la lengua y no el habla. La lengua, en
las correcciones de R. Firth* a las formulaciones de
Saussure, no existe como ente que trasciende el habla,
sino que es una construccién impuesta por el tedrico.
Con “Limitaciones del empirismo” quiero decir, enton-
ces, que el an4lisis’ estructural trabaja, muy a menudo,
472a nivel del habla y no de la lengua y con ello limita
la posibilidad de generalizacién tedrica.
Mi propésito ser4 entonces no el de analizar el cuen-
to, sino el de detenerme sobre uno de sus aspectos: el
de Ja instancia yo. Este aspecto, recurrente en otros
textos F. Hernd4ndez, serd interrogado, por una parte,
en conexién con su misma funcién en textos identifica-
dos por otras firmas (Borges, M. Ferndndez, Machado);
por otra parte, serd interrogado no en su aspecto es-
tructural (conexién con otros aspectos del cuento) sino
en lo que creo puede resumirse en la expresién “aspec-
to teérico-poético”. Dicho de otra manera: asumo como
hipdtesis que la prdctica poética, al contrario de la prac-
tica lingtiistica, modifica, en su ejercicio mismo, las le-
yes que la sostienen y la hacen posible. Si el cédigo
lingitistico es incorporado, por el hablante nativo a una
determinada y temprana edad, éste ya no modificara el
sistema de la lengua a riesgo de alterar la funcién que
la lengua tiene en el grupo social: comunicar. En el ex-
tremo opuesto, pareciera ser una constante de las prac-
ticas Hamadas artisticas, la modificacién de las leyes que
rigen sus sistemas o cédigos. En general, y a manera
de ejemplo, la desorientacién que causan siempre los
moyimientos de vanguardia parece responder a este he-
cho. El silencio en torno a F. Hernandez puede también
interrogarse en torno a esta afirmacién. Por este moti-
yo creo que interrogar los textos en su aspecto “tedri-
co-poético” es interrogar el momento en el cual una
pr4ctica textual est4 operando un trastorno en relacién
a practicas textuales anteriores o coexistentes. Esto es,
interrogar las leyes que rigen la produccién de textos
més que el producto como resultado (estructura). Inte-
rrogar la instancia yo en “Las dos Historias” sera enton-
ces diseminarla en las similaridades y diferencias de
otras ocurrencias de tal instancia y. también sefialar el
momento en el cual, a través de ella, se disefia la rup-
tura entre diversos cédigos poéticos.
1732. En “Las dos Historias” es posible hablar de dos
narradores que de ahora en adelante seran escritos N1
(narrador 1) y N2 (narrador 2). N1 abre y cierra el cuen-
to. En la apertura, los enunciados de N1 se organizan
en torno al acto de escribir (“pretendia atrapar una his-
toria y encerrarla en un cuaderno”, p. 105); y se cierra
también sobre el acto de escribir (“he visto al joven
de la historia... me ha dicho que no tiene ganas de
seguir escribiéndola, p. 115). La continuidad que va de
la apertura al cierre, se produce en la contigtiidad del
aoe de escribir sobre Ja cual insiste cada intervencién
le Ni:
(1) “Al Iegar a este parrafo se detuvo, se levanté y
empezé a pore por la pieza... le gustaba lle-
gar hasta la mesita y mirar el pérrafo que habia
escrito” (p. 106)
En esta contigiiidad del acto de escribir, los diseri-
minadores contextuales fuerzan la seleccién de los com-
pons semanticos que son posibles de atribuir al ver-
0 “escribir”. Este aparece siempre como “acto de es-
critura” y no, por ejemplo, como simple informacién
de alguien que escribe:
(2) “Si tenia una secreta angustia porque se le defor-
maba el recuerdo, mucho mAs secreto, mds intimo,
fue el motivo por el cual al dia siguiente ya no
tuvo esa angustia. Ese motivo era el mismo que
hacia que escribir la historia fuese para él una ne-
cesidad y un placer mas intenso que el que hu-
biera podido explicarse” (p. 106-07, el subrayado
es agregado)
La tercera intervencién de N1 persiste sobre la pro-
blematizacion del acto de escritura:
(3) “Aunque el espfritu le escondia la causa de por qué
escribia la historia...” (p. 107)
174Y es, atin, sobre el acto escritural que se justifica-
74 funcionalmente la introduccién de las informaciones
sobre el motivo que Ilevé, a N2 en el pasado, a eseri-
bir. Estos textos del pasado (“La calle”, “El suefio” y
“La visita”) escritos en el conflicto de pensamiento y
recuerdo (volveré sobre este aspecto) son introducidos de
la siguiente manera:
(4) “Hace muchos afios, y cuando empezé a torturarle
el pensamiento, también habia descansado en unos
ojos azules. De lo que escribié en aquella épo-
ca... (p. 108).
En la intervencién final de N1
(5) “Creo que me durar4 mucho tiempo el asombro de
lo que me pasé hoy: he visto al joven de la his-
toria y me ha dicho que no tiene ganas de seguir
escribiéndola y que tal vez nunca més intente se-
guirla.
Yo lo siento mucho, porque después de haber con-
seguido esos datos que me parecen interesantes,
no los podré aprovechar para esta historia, Sin em-
bargo guardaré muy bien estos apuntes: en ellos
encontraré siempre otra historia: la que se formd
en la realidad, cuando un joven intent6 atrapar la
suya” (p. 115).
Se produce un desplazamiento del pasado al presente.
En el presente, Ni, sujeto de enunciacién se asume como
sujeto de enunciado. Esta asuncién justifica el titulo
puesto que la aparicién de la “segunda historia” depen-
de de la insercién de quien narra en lo narrado. Dicho
de otra manera: si a lo largo del texto N1 es siempre
sujeto de enunciacién y, en las ocurrencias, N2 es siem-
pre’ sujeto de enunciado, para que la segunda historia
aparezca N1 tiene, a su vez, que asumirse como sujeto
de enunciado en el desplazamiento del pasado al pre-
sente
1758. Dejemos por el momento N1 y detengdmonos so-
bre N2. En los momentos en que la imstancia yo es asu-
mida por Ni, N2 aparece como él. Ahora bien, si es
posible hablar de N2, es porque en algin momento éste
asume la instancia yo. Ademds, cuando N2 asume la
fuente de enunciacién, se asume como sujeto de enun-
ciacién, ocurren una serie de disociaciones;
(6) “Hace un momento recordaba el tipo que yo era
aquella noche y cémo era mi indiferencia. También
me imaginaba que si el tipo mio de ahora le di-
jera al tipo mio de aquella noche, al salir de la
casa de ella, que apuntara esa fecha por ser la
de un gran acontecimiento, aquél le diria a éste
que era un decadente y que habia cafdo en un
lazo vulgar” (p. 106)
y, mas adelante, en “La calle”,
(7) “Parecia que en ese mismo momento hubiera teni-
do dentro de mi un personaje que hubiera salido
al exterior sin mi consentimiento, y que habia sido
despertado por la violencia del ferrocarril. Pero en
seguida senti que otro personaje, que también se
habia desprendido de mi, habia quedado mirando
en la misma direccién en que antes caminaba...
Si estos dos personajes no tenian sentido y querian
huir era porque yo, mi personaje central, tenia el
espiritu complicado y perdido”.
En (6) el sujeto de enunciacién se dispersa en un yo
del enunciado que est4 en pasado y un yo, también del
enunciado, que esté en presente y es correlativo con
sujeto de enunciacién. En (7) tres yo en pasado, los
dos primeros se diferencian del tercero porque éste es
“mi personaje central”. Lo unico que est4 aqui presen-
te, es el sujeto de enunciacién. Ahora bien, en la me-
dida en que los textos de N2 est4n imbricados en la
narracién de NI, el sujeto de enunciacién de N2 esté
176en pasado en relacién al sujeto de enunciacién de N1.
Todo ello hace que en el acto de escribir la historia
de alguien que est4 escribiendo una historia, la rela-
cién entre sujeto de enunciado, sujeto de enunciacién,
tiempos verbales creen la espacializacién del texto como
sistema de diferencias, en torno a la funcién de la ins-
tancia yo. Ademés, este sistema de diferencias no esté
“al servicio” de alguien que detrds del texto intenta
controlar un sentido, emitir un mensaje; mds bien, el
resultado de la dispersién es que el texto produce otro
sujeto, un sujeto transpronominal que surge en las mul-
tiples instancias de un yo exigido por la escritura, mas
que por la necesidad de expresién (expresién de un
sentido). Escritura que, como en un juego de espejos,
es exigida por la problematizacién del acto de escribir.
EL sistema de diferencias creado por la diseminacién
del yo problematiza el acto mismo de escribir en el es-
pacio en el cual la cultura de occidente concibe ain
la inocente correlacién de un yo (autor) y de un pro-
ducto expresivo (el texto). En “Las dos Historias” el yo
transpronominal mds que la garantia de un sentido pre-
texto es, como producto de la escritura, la “amenaza”
del sujeto.
4, Trataré de especificar lo que quiero decir con
“amenaza del sujeto”. Dije anteriormente que el texto
se articula sobre la problematizacién del acto de escri-
tura. Esta problematizacién hace que en “Las dos His-
torias”, la historia que se quiso escribir y que al no
escribirsé dio nacimiento a otra, aparezca una tercera
historia en la cual est4 implicito Ni. Dicho de otra ma-
nera: el cuento que estamos leyendo no son dos his-
torias sino los elementos donde se est4 produciendo la
tercera. En este sentido el cuento queda abierto produ-
ciendo, en su movimiento, la tercera historia que no
se escribird. Este hecho permite delimitar dos perspec-
tivas para un anflisis poético. Sélo mencionaré la pri-
mera y me detendré en la segunda.
4a, J. Dfaz® sefiala que el tema del doble es un he-
cho clave en “Las dos Historias” y sefiala, ademas, que
177el tema del doble no es nuevo sino que tiene sus ante-
cedentes en el romanticismo. Desde el punto de vista
sostenido en esta lectura, Ja dispersién de la instancia
yo permite interrogar “el tema del doble”. El tema del
doble no puede formularse sino dentro de la filosofia
del sujeto en donde Ja primacia de un centro permite
postular también su Cea RIsnReHtO, Volveré en 4b) so-
bre la filosofia del sujeto. Por el momento quiero in-
sistir sobre el tema dal doble. Pareciera ser que, antes
del romanticismo, el tema del doble aparece en la meni-
ea, ese género desconocido que contesta la integridad
aa hombre clasico. Aparece, como sefiala Diaz —y co-
mo es por otra evidente— en el romanticismo. Ahora
bien, si en F. Hernandez se puede hablar del doble,
se lo podria hacer, también, en textos como los de J.L.
Borges o de A. Machado. Aceptando por el momento
este esquema el problema aparece desde el momento
que el doble en la menipea, el doble en el romanti-
cismo y el doble en prdcticas poéticas posteriores al
romanticismo se insertan en diversos espacios semiolé-
gicos. La menipea, por ejemplo, contestando Ja integri-
dad del hombre clasico abre el camino a la ambigua-
cién y a lo que J. Kristeva® lama la no-disjuncién no-
velesca. Esta ambiguacién, siguiendo a J. Kristeva, es
caracteristica del ideologema del signo y de la filoso-
fia del sujeto donde, claro estd, se inserta el romanti-
cismo. Ahora bien, hay ya bastante evidencias de que
las prdcticas poéticas del siglo XX tratan de escapar
a este ideologema y a esta filosofia. Creo que en “Las
dos Historias” (asi como en otros textos de F, Herndn-
dez) la lectura de este trastorno es un hecho importan-
te. El problema aparece, entonces, si se lee como tema
del doble texto que, en su practica misma, lo estan
contestando. Es aqui precisamente donde se disefia el
momento, 0 un momento, de ruptura con el cédigo de
la expresién (romanticismo), momento al cual me referi
en general en la introduccién (1B).
4b. La segunda consecuencia que se deriva de un
texto que se articula sobre la problematizacién del acto
178de escritura, es la siguiente. Pero antes quiero detener-
me sobre algunos matices de esta problematizacién. Ella
aparece ante la necesidad misma de escribir (‘...hacia
que escribir la historia fuese para él una necesidad y
un placer més intenso del que hubiera podido expli-
earse”, p. 107; “a éste le interesa recordar, pero le in-
teresa escribir esta historia” p. 106), La necesidad de
escribir est4 exigida y a veces bloqueada (de ahi una
permanente escritura conflictiva) por el pensamiento (“es-
ta noche tuve forzosamente que atender unos pensamien-
tos” p. 108; “no puedo dedicarme a pensar porque ne-
cesito explicar cémo anduvo hoy vagando en mi un te-
rrible pensamiento. Pero lo cierto es que ahora quiero
desparramarlo en esta pagina”, p. 114); y esté exigida
y bloqueada también por el recuerdo (“Hoy estuve re-
cordando una cosa que me pasd hace pocas noches”,
p. 109; “...también recordé”, p. 113). Escritura exigida
por el pensamiento y por el recuerdo pero muy pocas
veces por el hecho mismo: “hoy me sucedié”, por ejem-
plo. Para dar todavia un ejemplo, entre tantos, de la
problematizacién de la escritura entre la exigencia y
el bloqueo del pensamiento y del recuerdo el patético
(si puedo adjetivar licenciosamente) comienzo de “Por
los tiempos de Clemente Colling”’:
(8) “No sé por qué quieren entrar en_la historia de
Colling, ciertos recuerdos... Por algo que yo no
comprendo esos recuerdos acuden a este relato...
Ademdés tendré que escribir muchas cosas sobre
las cuales sé poco. Los recuerdos vienen, pero no
se quedan quietos. Y adem4s reclaman la atencién
algunos muy tontos... Algunos parecen que pro-
testar4n contra la seleccién que de ellos pretende
hacer la inteligencia” (p. 49)
Hablé de pensamiento, sin mds. Pensamientos para
Freud eran los componentes del inconsciente. Freud * ha-
bla también de “frayage” (abrirse camino) como ener-
gla y diferencia que pone en movimiento el psiquismo.
179En el “frayage” se juega la preferencia de la voz, la
eleccién del itinerario, “la seleccién que de ellos pre-
tende hacer Ja memoria. La introduccién de Freud no
es contradictoria con mi propuesta y no pretende, de
ninguna manera, psicologizar la lectura. La imtroduccién
de Freud intenta ser apoyo de la interrogacién poética
de “Las dos Historias” y de otros textos similares de
F. Hernandez. Lo que importa, entonces, en el concep-
to de “frayage” es que al recuperar la importancia de
las energias del inconsciente, esos recuerdos que vienen
sin ser convocados y esos pensamientos que hay que
atender de improviso, comienzan a instalar la duda so-
bre Ja coherencia e integridad del sujeto, sobre la cohe-
rencia e integridad del yo. No es por azar si Paul Ricoeur *
destaca que la importancia del sujeto en su mas cohe-
rente formulacién histérica, en la filosoffa cartesiana, su-
fre su primera amenaza en la psicologia de Freud. J.
Lacan”, insiste sobre este hecho sefialando que, en la
“revolucién copernicana” de Freud, de lo que se trata
—con respecto al sujeto— es de saber si el lugar que
yo ocupo como sujeto de Ja enunciacién es concéntri-
co o excéntrico en relacién al que ocupo como sujeto
del enunciado. Lo primero nos remite a Ja integridad
del sujeto; lo segundo, a su desintegracién, a la desar-
ticulacién del “cégito filoséfico que estd en el centro
del espejismo que hace al hombre moderno estar segu-
to de si mismo aun en sus inquietudes e incertezas”
(p. 517). Lo que interesa, entonces, en estas analogias
con el psicoandlisis, es que ella permite disefiar el cua-
dro en el cual los textos firmados “F. Herndndez”, en
el dominio de la poética, estén produciendo la desin-
tegracién del sujeto que, en este dominio, fue estable-
cida —en occidente— por el romanticismo. Desintegra-
cién del sujeto que se manifiesta ya en la obra de Lau-
tréamont. Marcelin Pleynet” sefiala que de las Poesias
al Canto y del Canto a Jas Poesias, es imposible trazar
Ja biografia, encontrar las personas detr4s de las fir-
mas (Ducasse, Maldoror, Lautréamont) que se corrigen,
180se contestan, se dispersan en el mismo juego de auto
correccién que rige la produccién misma de los textos
(p. 157). En el dominio de la poética en lengua espafiola
textos como los de F. Hernandez, M. Fernandez, J. L. Bor-
ges, A. Machado —en mayor o menor grado de coinciden-
cia— estén produciendo la desarticulacién del sujeto, la des-
aparicién del autor. Es aqui, en_ estas similaridades
de la funcién de la instancia yo donde reencontramos
el espacio —ya sefialado— en el cual la practica poéti-
ca actual trastorna el cédigo de las prdcticas poéticas
basadas en los cédigos de la expresién y en los cédi-
gos de la representacién.
5. Voy a insistir todavia sobre este aspecto. Lo que
para J. Lacan es yo excéntrico y yo concéntrico puede
traducirse, en términos de R. Laing™, en yo encarnado
y yo desencarnado. En este paradigma de nuestra cul-
tura el primer término es marcado con el sema norma-~
lidad y el segundo como a-normalidad, donde el guién,
coincidentemente, adquiere todo su valor de signo alge-
braico (-). No voy a entrar tampoco en las consecuen-
cias epistemolégico-histérico-ideolégicas de tal division.
Me contento con remitir al libro ya clasico de M. Fou-
cault*®, Y, haciendo un paréntesis, esta disgresion no
se aleja de la temdtica hernandiana —usando la expre-
sién para ir rapido— en la cual la locura genera una
cantidad notable de sus textos. Volviendo entonces, lo
que interesa en esta traduccién de términos de Lacan
a Laing, son ciertas consecuencias que se pueden ex-
traer desde la perspectiva tedrico-poética.
M. Bakthine “, independiente de Laing y de Lacan, ha-
bla de la novela psicolégica y de costumbres familiares
(novelas que ligan los personajes entre ellos no en tan-
to seres humanos sino en tanto padre e hijo, marido y
mujer, pretendiente o rival, propietario 0 campesino, po-
seedor 0 proletario, etc.) como un tipo de textos en
el cual el héroe se inserta en el sujeto del enunciado
en tanto hombre “encarnado” (Bakthine usa esta pala-
bra en itdlicas), estrictamente localizado en la vida, en
181el envoltorio conereto e impenetrable de su clase so-
cial (p. 148). Bakthine da una dimensién social al térmi-
no “encarnado” que no se la encuentra en Laing, pero
el campo de su definicién mantiene correspondencias
anélogas. En este tipo de novela psicolégica y de cos-
tumbres, el personaje encarnado es instrumento necesa-
rio para la organizacién de una sola voz que es la que
sustenta el sentido: monologismo del sujeto de enuncia-
cién que organiza lo que se suele llamar “mensaje” o
“contenido”. En relacién a esta produccién monoldgi-
ca los textos de Dostoievsky transtornan el espacio pos-
tico rompiendo el mondlogo e instaurando el texto diald-
gico en el cual el sujeto de enunciacién se disemina
en los personajes y es creado en el movimiento cons-
tante del dialogismo. En este dialogismo los personajes
son desencarnados y como tal escapa a las constriccio-
nes de la “vida real” y —como el héroe de aventura,
caro a Dostoievsky— su desencarnacién lo hace impre-
visible. La desencarnacién del personaje supone el paso
del monologismo al dialogismo, de la monofonia a la
polifonia, del control del “mensaje” a su libertad y po-
livalencia. El monologismo lo atribuye Bakthine, como
es de suponer, a la novela romantica.
En la poética de lengua espafiola los ejemplos del es-
quema de Bakthine podrian encontrarse no sdlo en tex-
tos del siglo XIX sino también en muchos textos que
en el léxico normalizado de nuestros dias se denomina
“nueva narrativa latinoamericana”; textos que respon-
den con bastante exactitud a la definicién de nov
monolégica. En poesia, y para dar un ejemplo mas con-
ereto, el monologismo aparece en toda su nitidez en
un libro como Los Heraldos Negros. Nitidez del mono-
logismo que se manifiesta en la conjugacién de lo que
E, Benveniste separa en tanto yo, categoria gramatical
y vacia de la lengua, y yo instancia individual que asu-
me la categoria gramatical cuando asume el discurso ™.
Por otro lado, en un caso como el de A. Machado, lo
que en el enunciado aparece como critica manifiesta al
romanticismo (me refiero a los diarios apécrifos) se tex-
182tualiza en la dispersién y en el dialogismo de los di-
versos firmantes. Otro ejemplo, lo constituye la obra de
J. L. Borges sobre la cual no hace falta indagar dema-
siado para encontrar ejemplos del dialogismo y de la
dispersién del sujeto™. En base a estos ejemplos y tra-
tando de seguir a Bakthine, agregaria que la polifonia
no puede sino darse en el juego de energia excéntrica,
en la desencarnacién que dispersa los lazos entre el yo
del cual hablo y el yo que soy cuando hablo. Es en
este esquema donde, creo, reside la importancia funda-
mental de la instancia yo en los textos “F. Hermdndez’.
6. Para concluir volveré sobre la importancia de la
instancia yo en relacién a la problematizacién del acto
de escritura. En “Juan Méndez, 0 Almacén de Ideas
o Diario de pocos dias’ * la pregunta, la problematiza-
cién del acto de escritura es constante a lo largo del
texto. En este texto puede leerse, quizds con mayor ni-
tidez, la contestacién al cédigo de la representacién y
al cédigo de la expresién aludido més arriba. El placer
y la necesidad, como motivadoras del acto de escribir,
persisten:
(9) “Entonces me he animado a explicarle lo que no
puede entender, que escribo sin tener interés de
it a parar a ningin lado —aunque esto sea ir a
parar a alguno— el més préximo seria sacarme un
gusto y cumplir una necesidad; que esta necesidad
no tiene en mi interés de ensefiar nada... pero
no me propongo otra cosa que Ilenar este maravi-
lloso cuaderno que poco a poco se ira llenando
y después que esté leno lo leeré a todo lo que
da” (p. 122).
En “Hace dos dias” ¥.
(10) “Ahora escribiré la historia de unos momentos ex-
trafios. Me parece que tengo simplemente la ocu-
rrencia de escribir esta historia y el deseo de rea-
lizar esta ocurrencia” (p. 98).
183Placer y necesidad de la escritura, problematizacién
de su acto mismo, es una constante en textos poste-
riores a F. Hernandez:
(11) No nos queda dijo Bataille
Sino escribir comentarios
Insensatos
Sobre la ausencia del sentido del escribir
Comentarios que se borran
La eseritura poética
Es borrar lo escrito
Eseribir
Sobre lo escrito
Lo no escrito (O. Paz™, p. 180).
(12) La escritura es el arte de la elipsis (p. 15)
La eseritura es el arte de la disgresién (p. 16)
La escritura es el arte de recrear la realidad (p. 17)
La escritura es el arte de descomponer un orden
y componer un desorden (p. 20) (S. Sarduy”).
En este movimiento del placer y la necesidad de es-
eribir, de la conflictuacién de la escritura en los textos
de F. Hern4ndez (“cada vez escribo mejor, ldstima que
me yaya peor”, “Las dos Historias”, p. 114), del didlogo
de la escritura (“Elsa”), de la negacién del tiempo y
del hombre encarnado (“Las Hortensias”™), es donde
reside la importancia histérico-poética de estos textos.
Lo dicho hasta aqui apoya, creo, la eleccién de esta
lectura y —ademd4s— estos textos se abren hacia un
espacio poético donde la revisién de categorias criticas
y la necesidad del planteo teérico-poético son exigen-
cias perentorias. Justificacién, en el anverso, de esta
lectura.
184NOTAS
A ob Ww ON
10.
ELE
13.
14,
Bo)
16.
17.
18.
19,
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