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PRAANY | Jose 9e0n0 (ANQO) Asma A Oe LA SARs tLLOAD en EL eAUGYAY EB, TOMBVIDEO feno L FWRE PECCLON LW ry AL-A6 on Ss ~ poy A09=124 Cag AA — ps 249-225 IN'FRODUCCION Una historia de la sensibilidad, zy por qué no de las menialidades, como quiere la historiografia francesa? Sobre todo porque el termino sensibilidad es mas nuestro y necesita menos explicaciones. Se trata de analizar la evolucion de ia facultad de sentir, de percibir placer y dolor, que cade cultura tiene y en relacion a qué la tiene. Pretende cer, mAs que una historia de los habitos del pensar en nine spoca aunque también puede incluirlos—, una historia de ins emociones; de la rotundidad o la brevedad culposa de la risa y el goce: de ia pasion que lo invade todo, haste la vida ptblica, o del sentimiento ogido y reducido a la intimidad; de! cuerpo desenvuelto o dei ep- corsetado por la vestimenta y la coaccién social que juzga impudice. toda sothura La historia de ia sensibilidad en ese Uruguay del siglo XIX, para poner de una vez los pies en la tierra, es Ie de la lenta desaparicién del pathos y la también lenta aparicin dei freno de las "’posiones interio- en feliz expresién de nuestro primer Arzobispo, Mariano Soler, a fines dei sigic pasado. Pero debe ser una historia —en eso si, a la francesa— que preten- da describir el sentir colectivo al que nadie escapa, por encumbrado o bajo que se encuentre en la escala social, desde el doctor de la Defensa montevideana y el caudilio Fructuoso Rivera, hasta el gaucho contra- bandista de ganado, el agricultor de Canelones y el sirviente negro de la pudiente familia montevideana. Cuslqvier investigedor de nuestro pasado, cualquier lector curio- so de ln prensa del siglo XIX y aun del Novecientos, se habré enfrenta- dos Jo que algune vez habré Hsmado, si no tenia mucha cultura, las “excentricidades”’ del pasado, y, si la tenia, la “‘atmosfera”” de la épo- ca. En ocasiones, ademas, cuando barruntamos esa distancia mental que nos separa de aquellos antecesores, nos invade la desesperanza, la 2 secreta conviccion de que tel vez nunca podamos entenderlos cabalmen- te en gus raotivaciones y conductas. Pues bien, de esas ‘‘rarezas’' en algunos de sus planos trata este libro. 2Qué sensibilidad ere esta que hacia derramar el Hanto on a las mujeres de la cazvela ante una representacidn de ‘La Trav: en 1856 y provocabe el mismo “‘exceso’’ en el Coronel Lorenzo Lsioire, el dictador oriental, cuando oj# a los tragicos italianos que visitabru e! Teatro Solis en la década del setenta? .Qué sociedad era esta que a ia vez que jugaba, trabajaba en faenas rurales como la doma y Ia yerra y distraia una cuarta parte del afio en el Carnaval y las ‘‘fiestas’’ re! sas? ,Debido a qué preferian aquellos kombres castigar el cuerpo delincuente, del nifio, del enemigo politico— antes que hacer lo qu sotros, reprimir an alrna y convencer a los tres de su culpa ori; para mejor disciplinarlos? zQué necesidad de visualizar qué mundos hacia que el piblico toatral asistiera en 1866 y 1867 al estreno de ‘La Forza del Destino’’ de G. Verdi, de la cancién ‘“‘Mambri se fue a la guerra’’, tocada por el “‘gran pianista norteamericano Gottschalk, ¥ de los cuadros vivos de Agustina Keller y su Compaiifa, tales «Apolo entre las musas» ¥ «El ultimo dia de Pompeyan, en cuya escenificacion tomaron parte “‘gladiadores expresamente contratados para esa gran- diosa escena'’? (1). (*) De esta cultura hemos investigado particularmente su actitud an- te Ja violencia fisica, ante la actividad ladica, las formas que asumid la sexualidad y sobre todo, la ‘‘reflexibn’’ sobre lo sexual, y !a relacion del hombre con su muerte y la de los otros. Violencia y sexualidad en- carnan, en realidad, dos referencias a un solo hecho: Ja actitud ant> la vida. E} otro componente, Ja actitud ante la muerte, completa y cubre, 8 nuestro entender, log problemas basicos de toda cultura. Esta revela- r&, creemos, sus mas escondidos presupuestos, el secreto de las con- ductas de sus integrantes, las razones del ‘‘corazbn’’, al mostrarncs (*) Todas las transeripciones de documentos aparecen en ba {exto. La ortografia ha sido modernizada excepto en alzunas 4. cuande nos ha parecido mejor conservar su sabor original 13 cbmo sintid la violencia fisica; el espacio que concedid al juego y Ia ma- nera en que lo diferenci6 o lo confundi6 con el trabajo; al descubrir- nos con qué carga de culpa o de gozo vivi6 la sexualidad, y, por fin, co mo sintié la muerte, si la acepth, la negb o entremezclo ambas actitu- des. Por ello pensamos que analizar la violencia, el juego, la sexualidad y la muerte nos acercara a la médula de esa época, a los rasgos colecti- vos y seguramente intransferibles de una forma de sentir. see Pero esta historia de la sensibilidad también revelar&, y desde su primer momento, como lo social lo impregna todo, cbmo ni siquiera las formas casi impersonales de la sensibilidad escapan a la influencia de los sectores dirigentes. No se trata, claro esth, de proponer automatis- mos, ni relaciones de causa a efecto, de afirmar que la sensibilidad que mejor sirve los intereses dominantes en una sociedad sea la que siempre prevalece. No creemos esto, pero ai que existen funcionalida- des, correspondencias, afinidades electivas y sutiles, entre la esfera de la historia de Ja cultura y la de Ja historia social. Y en este plano, esta historia de la sensibilidad se diferencia de la historia de las mentalida- des francesa, al menos de la practicada por la mayoria de los investi- gadores galos. : No ha sido por afan de hallar Io social que lo hemos encontrado, ya que slo esperabamos descubrir lo indiferenciado, lo que unfa a Car- los V con el diltimo de sus lansquenetes, para utilizar un ejemplo famo- so, a Melchor Pacheco y Obes con los esclavos que liberb en 1842 al convertirlos en soldados, para usar un ejemplo de menos lustre. Lo que nos sucedi6 fue que lo social se impuso desde el comienzo de Ia in- vestigacién, cuando la documentacion probd la presencia a cada paso de las clases dirigentes, a veces protagonizando el rechazo de ciertas formas de la sensibilidad, a veces impulsando otra por completo nueva. Por eso es que hemos utilizado para las dos formas de sensibili- dad que se suceden en el siglo XIX uruguayo, los términos de ‘‘bar- bara”’ y “‘civilizada’’. Ellos revelan, con el espléndido prejuicio cultu- ral y de clase con que fueron aplicados por los sectores dirigentes, cb- mo lo cultural se hallé indisolublemente ligado a lo social. Y, ademas, dan al texto un color de 6poca que en esta clase de historia considera- mos esencial. 4 Este ver tan claramente lo social en la sensibilidad tal vez sea un privilegio de los paises dependientes. Los ‘paises nuevos", como se Ilamaba a los semicoloniales de América Latina en el siglo XIX, en que coexistian sistemas econbmicos y culturales de diversas épocas, en que Ja inmigracibn europea y la influencia decisiva de los paises imperia- les aceleraban procesos, permiten observar la historia de la sensibi- lidad desde una posicién privilegiada, desde un lugar donde los len- tos cambios del alma se apuran como en chmara ripida. Procesos cul- turales que en Europa son casi imperceptibles, duran siglos y pertenc- cen a Ja larga duracibn de Braudel, aqui perduran a lo sumo decenios, al menos en el siglo XIX, en el que se dieron las condiciones de acele- racibn antes sefialadas. Es esta relativa rapidez de los procesos cultura- les, per se lentos, la que permite descubrir lo social con tanta facilidad, observar el papel promotor de las clases dirigentes en los cambios de sensibilidad, sus dificultades y fracasos, Ia inercia de lo cultural pero también la fuerza de los sistemas de dominacibn. aoe En este primer tomo mostraremos una sociedad que practic la violencia fisica y la justificb como el gran método de dominio del Esta- do sobre sus sibditos y de los amos (padres, maestros, patrones} so- bre sus subordinados (hijos, nifios y sirvientes); que jugd y rid casi tanto como trabajé y a cuya mayoria le costaria diferenciar entre estas acti- vidades por presentarseles entrelazadas; hombres y mujeres que vivie- ron su sexualidad casi con alegria rabelesiana, en medio de un catolicis- mo permisivo; una época, por fin, que exhibib macabramente la muer- te, la anuncib con bombos y platillos a los moribundos y haste la vin 16 con Ia fiesta y el omnipresente juego. A este tipo de sensibilidad, dominante, sin dudas, hasta ia déca- da que se inicia en 1860, muchos integrantes de las clases dirigentes le dieron el nombre de ‘‘barbara’’. En 1845, Domingo Faustino Sar- miento tomd su antinomia barbarie y civilizacibn de este medio social ai que pertenecta, asignAndole tanto un contenido geogrifico -~- vincu- lando ja barbarie con el medio rural 6 identificando la civilizacion « les ciudades— como otro valorativo, Nosotros pretendemos utilizar esas categorias como meras ius traciones de poca, como manera de llamar la atencién sobre e! juicio 15, de las clases dirigentes espaiiolas y orientales que ya en el siglo XVIII describian la sexualidad vigente como una “‘inclinacién a la barbarie"’ (2) y en 1809 calificaban a los sectores populares de ‘‘Repiblica de Carives”’ (3), utilizando la antinomia civilizacién y barbarie en un senti- do cultural m&s vasto que el de Sarmiento, en un sentido que hace re- cordar el Ariel y Caliban shakespereano. La‘‘barbarie’’, es decir, la sensibilidad de los ‘‘excesos’’ en el jue- goy el ocio (su consecuencia improductiva), en la sexualidad, en la vio- lencia, en la exhibicibn ‘‘irrespetuosa’’ de la muerte, la ‘‘barbarie’’ que practicé también buena parte, a veces la mayorfa de las clases dominantes en su vida cotidiana, fue opuesta, sobre todo por los diri- gentes de la politica y el saber —cabildantes, gobernadores, presiden- tes, ministros, legisladores, periodistas y fundamentalmente el clero— @la ‘‘civilizacibn’’, en el sentido de represién de la violencia, el juego, la sexualided y la “‘fiesta’’ de la muerte. Esos sectores pensantes, e influyentes, encuadraron los cambios de la sensibilidad en el siglo XIX siempre dentro de este marco interpre- tativo, un marco nunca gratuito, mAs bien interesado en la promo- cibn de determinado desarrollo ‘‘europeizado”’ de la regibn platense. ‘Una larga y sostenida cosmovisi6n calificd ya en 1831 al Carnaval, des- de el diario “El Universal’, como “‘los tiempos de barbaridad” (4), y condenb la forma ‘‘brutal’’ del juego como contraria “‘al grado de civi- lizacion a que hemos llegado"’ (5). En 1883, Daniel Mufioz dio la nota de nostalgia’ carifiosa que produce siempre la sensibilidad vencida en el animo de los vencedores al sostener: ‘“Convengo con los que dicen que aquello era barbaro, pero[...] era muy divertido, era més espontdneo, ms popular y sobre todo, més barato"’ (6), y concluyendo el siglo, en 1899, el diario ‘‘La Tribuna Popular’’ volvié a utilizar la terminologia con el mismo sentido que en 1831 lo hiciera ‘El Universal’, probando la continuidad de objetivos de una clase dirigente que, blanca o colora- da, liberal o clerical, ‘‘progresista’’ o conservadora en lo social, como tendremos ocasibn de comprobar en el tomo Il de esta obra, coincidid on la condena de la ‘‘barbarie’’ y el elogio de otra sensibilidad, la ‘‘ci- vilizada’’. La identificacion de la ‘‘barbarie’’ con ‘‘el desorden de los instin- tos’’ es, en otras palabras, una manera de dar nueva vida a lo que la sis sarmientina angostd en demasia. Para los contemporaneos de época y clase del sanjuanino, la ‘‘barbarie’’ era una manera de ser 16 de todos los hombres en todos lados, en el campo como en la ciu- dad, una forma de sensibilidad que, como sostuvo en febrero de 1839 el diario montevideano ‘El Nacional’, Bernardino Rivadavia habia intentado reprimir en el Buenos Aires de 1825, ‘“‘liquidando la bérba- 1a tradicién del Carnaval”’ y Juan Manuel! de Rosas, en cambio, habia restaurado “entre sus bellas exhumaciones|...] en estos iiltimos afios”’. (8) wae El plan de esta obra comprende un primer tomo que analizaré el apogeo de la sensibilidad ‘‘barbara’’ ocurrido aproximadamente entre 1800 y 1860 —las fechas son meramente indicativas, pues cual- quier fijaci6n estricta es imposible en Ja historia de la cultura— y a la vez mostraré las primeras grietas en el muro, las formas que asomaban ya de la sensibilidad que se tornd dominante a posteriori. La justifi- cacibn del corte en la década de los sesenta la haremos en el tomo I, cuando presentemos la sensibilidad ‘‘ civilizada’’. Cada uno de los tomos iré precedido de un breve estudio sobre el entorno geografico, demografico, econdmico, social y politico que en- marco las dos formas culturales. No creemos que esos entornos diferen- tes hayan engendrado las dos sensibilidades, pero Haman af la atencibn los nexos, la funcionalidad que existid entre la economia de la abundan- cia con las ‘‘plétoras’ de ganado vacuno de 1800 a 1860 y la sensibi- lidad valoradora del placer y el juego, ast como los vinculos que se fue- ron trabando entre el Uruguay cuasi burgués de 1890 y la represion del ocioy la sexualidad. Esos capitulos introductorios seran, entonces, el tributo que paga- remos a esa vision de la historia que todo lo interrelaciona pues no con- cibe que algo del hombre sea ajeno a la globslidad que el hombre es. El que una sociedad admita el lanto més facilmente que otra, de alguna manera puede estar conectado con su demografia, asi como el que una cultura valore més la agresividad que otra tal vez se relacione, entre otras cosas, con su paisaje. CAPITULOI EL ENTORNO 1. Elpaisaje ‘‘sin reglas"’ Una primera comprobaci6n: la naturaleza dominaba al hombre. E] Uruguay de 1800 0 1860 no tenia casi puentes, ni un solo kilo- metro de vias férreas, los rios separaban las regiones en el invierno du- rante meses, las diligencias demoraban cuatro o cinco dias en unir Mon- tevideo con la no muy lejana Tacuarembo. La noche era invencible. Las velas alumbraban poco y el gas, recién instalado en 1856, iluminaba escasas cuadras de la Capital desde su nauseabunda usina. El calor y el frio eran ingobernables; el carbon ve- getal y la lefia, Gnicas fuentes de calefaccibn, aliados con los ladrillos calientes en las camas, resultaban insuficientes en invierno. El frio era el estado natural de todos los habitantes entre mayo y setiombre y por eso deseaban tanto ‘‘el veranillo de San Juan’. El ojo contemplaba muy pocas cosas que se debieran al hombre. Los sembrados eran pequefias islas verdes en torno a no més de diez villas y ciudades. Lo edificado en éstas era escaso y la naturaleza se co- laba, penetraba, por doquier, y la continuidad de la edificacion no era frecuente sino en torno a las plazas principales. Luego de la Guerra Grande, dira Juan L. Cuestas: ‘‘Los pueblos parectan aldeas, las calles sin empedrado, donde los pastos crectan a Ia altura de un hombre. [...]"" @) Pero no eran solo las cosas del hombre las escasas, lo era también el hombre, como que el pais en 1800 tenfa unos 20 6 30 habitantes y en 1860 no més de 230.000. La densidad, ni siquiera un habitante y medio por km2, demuestra que la presencia humana era rara, infre- cuente en el paisaje. La medicibn del tiempo, ese supremo factor distorsionador de la naturaleza, estaba regulada en el Montevideo de 1850 mAs por las cam- panadas del reloj de la Iglesia Catedral y los toques de oracibn que por 106 El loco suelto, vociferador, abrazador de mujeres, trompeador, parodiaba por exageracion la agresividad, la sexualidad franca y el desenfreno del cuerpo de la gente ‘‘barbara’’ normal; por eso, tal vez, todavia no se les encerraba. Aunque ya se habian construido algunas casillas de madera en un corralbn cercano al Hospital de Caridad pera “Jos mas furiosos’’, (262) Para esta cultura, el loco era todavia tanto un enfermo como un po- seido por el demonio, Pero ella también crey6 que podia convivir con él sin desmedro de su propia razbn. La distancia, reiteramos un concepto ya expresado antes, entre aquellos hombres con una animalidad casi al descubierto y los Jocos que vivian el inconsciente, no era ni tanta ni, sobre todo, su cercania con- siderada tan peligrosa como lo sera para el hombre ‘‘civilizado’’. Para la sensibilidad ‘‘civilizada’’ la locura equivaldra al terror, re- cordara permanentemente a! paraiso perdido de lo reprimido, el que siquiera se desearé atisbar con el espectaculo de la sin raz6n. CAPITULO V: LA CULTURA LUDICA: EL CARNAVAL, PARAISO DE LA MATERIA. 1. La fiesta sin limites temporales, irrenunciable y universal El Carnaval era la Fiesta y el Juego de la cultura ‘‘barbara’” en Montevideo, la culminacibn del ciclo festive que se iniciaba el 24 de diciembre con Ia ‘‘Nochebuena’’, sus cohetes, matracas, serenatas y bandas de jévenes y seguia el 31 de diciembre con los ‘‘grandes bailes de sociedad”’ y populares (ya de ‘‘mdscaras"') y la quema de fuegos artificiales en la Plaza Constitucibn, a la que a veces asistia hasta la guinta parte de los habitantes del Montevideo urbano, como en 1869. (263) Los candombes de negros el dia de Reyes, 6 de Enero, muy visi- tados por “‘/as familias y paseantes”’, eran precedidos y seguidos por més bailes ‘‘de méscaras y de particular’’ en los teatros, incluyendo e} moderno Solis de 1856, creado tanto para la épera como para’ los “danzantes’’. El crecido numero de bailes hizo que se abrieran ‘“‘abo- nos” para sus sucesivas ‘‘funciones’’, también que aparecieran comer- cios especializados en Ja venta de disfraces desde mucho antes de Car- naval, J.os bailes, adbnde las sefioras podian entrar gratis y los caba- eros pagando entre 4 reales y un peso, de acuerdo al rango social del local, se iniciaban a las 10 de Ja noche y concluian por lo general a las 4 de la mafiana de casi todos los viernes, sabados y domingos de enero y febrero. La sociedad entera los vivia como la preparaci6n de las ‘‘car- nestolendas’’, y la asistencia a los del Solis.en una noche de enero de 1870, por ejemplo, podia legar a los 800 0 1000 “‘danzantes”’, cifra que comparada con la de los habitantes del Montevideo edificado, tal, vez C.000, equivalia a concurrencias que deben calificarse de masivas y que, sin embargo, en pleno Carnaval llegarian a cuadruplicarse. en los alvededores del casco de la Capital, por las Tres Cruces, ii Y/mién ¢ el Cerro, se sucedian en el {nterin, tanto bailes como juegos 108 de ralz rural, tales las “‘corridas de sortijas” que “atratan nm hermosas|...} chicas y jinetes" (264) Los juegos propios del Carnaval, el de agua sobre todo, se aatici- paban siempre al inicio oficial de la fiesta, El investigader tiene Ia im- presion de que en ciertas époces particularmente felices en la vida de la ciudad -~bajo la prospera dictadura de Venancio Flores de 1865 1887, por ejemplo—, el Carnaval comenzaba en los primeros dias de enero. En 1866, seis o siete digs antes se yigeba con agua y heble “yarias aficionados que se han quedado sin. hueves, En vane ofrecen precios fabulosos {...] no se encuentran ni de gallina ni ar les por: que algunos avarientos los han monopolizado con el objeto de hacer negocio |...] 0 el de jugar"’ (265), En 1867 se jugé desde por lo menos quince dias antes del comienzo oficial de la fiesta, 2] grado que la poli- cia debid emitir un edicto especial prohibiendo su ‘‘anticipacién” —qne - nadie atendié— pues faltande ain diez dias, “ya de noche ias seno- ras no pueden transitar por nuestras calles, porque de todas part len atrevidos a mojarlas Hablan comenzado, como dijera ‘La Tribunita’’ el 22 de febrero de 1867, “los dias de locura’’ (268), Ei Carnaval oficial comprendia el domingo, lunes y martes, pore 3 “triunfo” se anunciaba desde el “jueves gordo”’. El Miéreoles de Ceniza debia empezar sn ‘mune pero la ceremonia de su “‘entierro’’, sobre la que volveremos, su: recién el domingo de la semana siguiente (267). El ‘‘entierro’’ no era el fin. E] Carnaval invadia la Cueresma, para escandalo del clero y contento de esta sociedad de joveney. En febrero de 1836, luego de concluide oficiaimente la fiesta, se continu} usando “‘el disfraz permitido para los dias de Carnaval” por varias noches mie (268); en 1865 hubo bailes de mascaras muy poco antes de ia Senna Santa. (269) Y a una semana de finalizado, el 27 de febrero de 1869, "EI Ferrocarril’” dio cuenta que esa mafiana iba por Ia calle Reconqnista “tun individuo con un tubo de goma en la mano, dando de goipes a cuantos encontraba a su paso"’. En la esquine de Cindadeia hable vol- teado a “una sefiora de un golpe violento dado con el tubo, y mas «ri ba se topé con el conductor de un carre de basuras, a quién tambien pretertdié faltarle, pero éste aizé su macans (.. loco maniéy ertido [...] siguié muy orendo su camino administrands tabaze ‘tro y siniestro"’. (270) En los barrios alejados de la ©; el control policial escaseaba, ‘‘el loco maniétion o dive edi a 109 plicaba y casi todos continuaban el juego con ‘“‘bombas, jarros y bal- des”’ seis 0 siete dias después del ‘‘entierro’’. (271) Fra como si esa sociedad no pudiera concluir nunca de jugar. Pe- ro alli estaban, por ahora agazapados, los enemigos del juego: el traba- jo, la eficacia, Ia orden burgués quejoso de los dias perdidos, la indis- ciplina social generalizada, la irrespetuosidad hecha norma. El Carnaval no tenfa Kmites temporales fijos ni resultaba senci- lo suspenderlo si una epidemia o la.“‘locura”’ politica — otra forma de Ja sensibilidad ‘‘barbara’’— se aduefiaba de la ciudad. En febrero de 1845, en pleno Sitio Grande de Montevideo, ‘‘sin que lo extraordinario de la época’’ lo impidiese, como sefial6 ‘‘E] Constitucional’’, hubo “‘hu- mor", ‘‘regocijo"’ y los accidentes de siempre debidos a ‘‘las torpezas del juego", sobre todo a la costumbre de arrojar huevos y baldes de agua (272). Lo lidico era para esta sensibilidad un aspecto irrenuncia- ble de la vida. El Juego era, por tiltimo, de masas, casi nadie se sustrala a 61. ! dia que finalizaba la fiesta, la ciudad amanecia desierta, luego de los ‘‘excesos"’ de la noche. Dir& ‘EI Siglo’’, un diario hostil al Car- nava) ‘*barbaro’’, en febrero de 1874, en cronica escrita por ‘‘un politi- co amigo’’ que no tuvo a deshonra ocuparse del tema: “‘El miércoles de ceniza es el dia del suefio |...] A cualquier parte que uno dirija la mirada no percibe sino rostros linguidos y ojos softolientos. Montevi- deo esté sin movimiento [...] Quién se levanta temprano es un héroe, y apenas Si tienen la gloria de ver salir el sol algunas devotas, que al primer toque de campana acuden a los templos”’ (273), Podemos intentar una cuantificacibn grosera de la dimension de la Fiesta. En febrero de 1861, la policia habla expedido 2000 permisos para disfrazarse, lo que representa un buen 10% de los habitantes del casco capitalino (274); en febrero de 1866, expidib 2060 permisos, tal vez un 5% de esa poblacibn (275), y el 21 de febrero de 1888, dia del ‘‘entierro”’ del Carnaval, ‘‘La Tribuna Popular’’ hizo la siguiente crénica y estimacion: ‘‘A las 5 de la tarde, la décima parte de Monte- video, andaba disfrazada, Por cualquier calle que uno tomase se le descolgaban con esto: ~Che, te conozco. —&Me conocés? — Qué te parece, gestoy bien disfrazado?"* Y eso que el corso recién se esperaba para las 6 67 de la tarde. El 110 publico hormigueaba ya en las Plazas Constitucion ¢ Independencia yen las calles 25 de Mayo, Sarandf y 18 de Julio. La concurrencia a los bailes del Solts, puede brindar otra pista confirmatoria de la masividad de ln Fiesta; el 10 de febrero de 1869 fue estimada en “4900 almas’’ (276) on ese solo Teatro, io que equivalfe al doble del numero de disfrazados, o sea un 10% o mAs de los habitan- tes del casco ucbano. Después de 1850, en que la diferenciacién social fue mayor y pautada por obvios signos exteriores, las clases altas y medias concu- rian al Teatro Solis y al mas viejo San Felipe y Santiago, eeialandose en los avisos periodisticos de esos locales en 1853, que ‘las personas que no sean de clase decente no podrén entrar” (277). Los sectores populares iban a los salones y ‘‘canchas"’, tales los anunciados en 1856: . “la cancha de Martin Casenave"’y el “Salon de las Delicias” en la calle Rincén (278). En 1869 20 bailaba en cinco parajes piblicos (el "‘suntuo- 30 Solis", “el viejo San Felipe", e1 Teatro de la Union, el “Chateau des fleurs” de Ia Aguada y “la Cancha de Valentin") y “en mil casas particulares". Calculando, decia ‘'E] Ferrocarril”’, el 6 de febrero, unas 700 parejas por noche en esos ‘“parajes ptiblicos y 200 por lo menos en bailes particulares, tendremos que bailarén en tres naches 2.700 pa- rejas"' (279). Si un 10% o mfs de la poblacién se disfrazaba y bailaba. el juego de Carnaval, por definicién, el del agua, ers pricticamente univereal. Las calles estahan desiertas los tres dias a Ins horas en que el juego con agua se permitia, sobre tode después de las 10 de ia raatiana, de les 12 o de las 2 de la tarde, en creciente acotamiento policiel que luego estu- diaremos. Viejos y jévenes, hombres y mujeres, negros y blancos. crio- llos e inmigrantes, ricos y pobres, aobemacos y gobernnutes, jugeban con bombas, baldes de agua y huevos. Es cierto, empero, come obser varemos, qué se pueden advertir ya ee ¥ protagonisracs, por lo general en la época “barbara”, ni las d ron sustraerse por entoro a “Ia focura univers ron... tas ni el clero pundis- aunque Io intenta- ‘También da idee de la magnitud de la Fiesta, i concedia el comercio ya que, como deca "La T 1888, ‘el impulso que |...] en general recibe con mW tas es notable", (280) (*) Los avisos de venta ite ‘‘trajes completos de radscaras’’, ‘‘flores”’, “cartuchos de confites finos”’, ‘‘caretas’', ‘‘huevos coloreados"’, etc., ceupeban un espacic sorprendente en los diarios. En ‘El Ferrocarril”’ del 19 de enero de 1872, a czsi un mes de inicierse el dHtimoe Carnaval en que se permitié juger con agua, el 7% de loz avisoa romerciales y 113% del espacio que ocupaban se referta 2 cbjetos carnavalescos, sin conter ios bailes en los testros. La vispera de] Carnaval, e! 10 de febrero, esos porcentajes hablan aumentado al 23 y 32 respectivamente, es decir, que un tercio de! espacio que este diario popular dedicabe a Jos nvises, fue ocupado por el negocio de la Fiesta (281). 2. La Fiesta del cuerpo En el Carnaval, el cuerpo realizaba movimientes violentos, desa- vostumbrados, y se descoyuntaba, es decir, violaba su orden fisico ectiliano. Como decia el joven poeta Heraclio C. Fajardo en febrero de 1856: “Curioso es ver todo un pueblo como cogide por un acceso de lo- cura, con el jibilo estompado en el semblante, el desorden en el porte, du jovialidad en el labio, la puerilidad en la conducta’”’, (282) La “‘locura"’ es el término que con mas frecuencia usan los contem- poraneos para definir el estade de la gente en Cernavai y Ja ‘‘lecura”” se entiende aqui como ibertad del cuerpo y del alma, movimientes abcurdos en el primero, sfloracién de todos Jos deseos y personalida- des escondidas en le segunda; ‘et desorden en el porte”’ y el anifia- miento“pueril’’ en la conducts. Uso del cuerpo y de Ia vor para produ- cir efectos inusuales, gestos raves, contorsiones iébricas 0 sin ningén sentido aparente, “gritorias infernales"’, “‘ruidos, imprecaciones, risas, banulla”’ (283), ‘‘chillar en la Casa de Comedias a la hore de la funcién”, (284); en otras palabras, transgredirlo todo, desde la estam- ya Gisica habitual hevia e} orden jerarquico politico y social, desde Ja sutil troma en que se reconocis la propia personalidad hasta la gruesa careta a que obligaba la cenvivencia. £9) Dei seno de las “clases conservadorns” y los dirigentes politicos salieron, sin embargo, ins primeras enemigos del Camaval "béctaro”, como observaremos cds adelente, dadas las al- se acis, “Ticene’s". vivlercia y hasta peligrose forento de ls més desentreneds mez: «sorts que al juego impulsaba 12 “El desorden en el porte’’ alcanzaba sus primeras cuiminaciones en las comparsas de hombres y mujeres que recorrian las calles de la ciudad, en el paseo de la mAscara suelta y en los bailes, primer intento de ordenar ‘‘civilizadamente”’ la ‘‘barbarie’’ primitiva de la Fiesta pe- ro en los que surgia a cada instante el gesto o la palabra “‘indecentes"’ o simplemente alocados rompiendo la armonia de la danza y volviendo otra vez del revés el orden vigente, como denunciaban los gacetille- ros de ‘‘E] Siglo’’. Pero el verdadero climax de la alegria fisica y e] desborde emocio- nal se lograban cuando el Carnaval se transformaba en “‘combate’’, asi se le llamaba, en juego en que la agresividad liberada se convertia en diversién violenta, acercamiento fisico y risa estruendosa. (285) El juego consistla en arrojarse cosas en el limite de la contunden- cia y la que mayor placer causaba era el agua. Empapar los hombres a los hombres, los hombres a las mujeres, éstas a aquellos, los ubica- dos en las azoteas a los jugadores paseantes o algin casi inhallable desprevenido. Se utilizaban ‘‘botellitas para refrescar la cara a las se. fioritas"’, ‘“bombas de papel’, tachos, baldes y hasta ‘“‘una bomba de apagar incendios"’ que se arrebataba subrepticiamente a la autoridad, como hicieron ‘‘varios individuos"’ en el Carnaval de 1869 (286). Aldesorden absoluto de las primeras décadas del siglo XIX, en que poco se organizaba, sucedid, tal vez luego de 1840, Ia aparicion de “cantones’’, Estos se nucleaban de preferencia en terno # les grandes casas de las familias distinguidas y contaban con la colaboracion en ef ataque y la defensa de parientes, criados y vecinos. Se enfrentaban entre si, de azotea a azotea, o por ‘‘vanguardias organizadas en las calzadas"*, colocando en alto carteles en que decian: ‘No pedimos ni damos cuartel’’, Los duefios de la case ordenaban —e veces solo ‘‘per- mitian’’.— el desalojo de la sala que daba sobre le calle, colocanduse en su interior, “una o dos tinas que los esclavos y sirvientes se encerga- bun de tener siempre repletas de agua’' (287). A las diez de la mafiana, “‘ya no se vetan polleras per las calles” pues las familias compraban los alimentos con anticipacion. “De cuan do en cuando, —recordara Maximo Torres en 1895. se ofa ura gri terla: era wna criada retardada, perseguida por muchachos y @ quidn uf paso todos arrojaban agua’. Enseguide la ciudad quedabn en silencic y se esperaba la aparicion de alguns victima. A las doce —en realidad, como ya hemos dicho, la iniciacion del juegc formaimente dependia de 113 la policia y sus edictos— sonaba el cafionazo y se izaban los gallarde- tes en los Mercados. El juego, el “‘combate"’ 0 el ‘‘Hydro-amor’’, co- mo decfa un comerciante avisador de ‘‘bombas"’, en 1867 (288), empe- zaba entre cantones, con jugadores de a caballo, dandys seguidos de sus sirvientes exploradores, orilleros atrevidos que burlaban también el orden social. Desde las azoteas los baldazos sofocaban a quién los reci- bia, algiin enamorado tiraba cajas con regalos o cartuchos con confi- tes, las nifias se “emocionaban”, y la criada, aprovechando el descuido del joven, “‘le zampaba un jarro de agua” y sala el galan “‘al medio de la calle haciendo piruetas y cuerpeadas”’. A otro conocido se le toreaba al verlo salir: ‘‘A que no pasa, a que né!"” y él, herido en su amor pro- pio, levantandose el cuello del saco, subiéndose el sombrero, echaba a correr, ‘‘mientras se le tiraban bombas y una lluvia torrencial le cata a los gritos de: agua, agua!"’. A menudo resbalaba y quedabe en la calle cuan largo era, entonces el triunfo se festejaba desde las azoteas y los zaguanes con el choque de latas, el ruido de cencerros y las carca- jadas. “A eso de las cinco de la tarde, cuando el barbaro juego estaba en su mayor auge, se ofa un trepidar ensordecedor [...} y de pronto gri- tos, aplausos y vivas"’. Aparecta ta bomba de la policta, ‘un armatoste pesada, inmenso, arrastrado por muchos celadores que venia"’ —2a xestablecer el orden dira el lector, como pens6 la primera vez que lo leyé el investigador?, no— ‘a pelear con los cantones’’. Casi todos la temian porque sus mangas de cuero desbordaban torrentes de agua pero se la queria derrotar y ciertos cantones la desafiaban.‘La bomba inundabe la azotea o el baleén; las mujeres [...] pasaban a retaguardia ylos hombres se entregaban a la salvaje lucha’ Alli entraba a funcionar de pleno el segundo elemento del juego: Jos huevos (*}. Estos ya hablan aparecido ensuciando a los particulares, pero ahora resultaban ser arma esencial contra los celadores por lo cer- teroy fuerte de sus golpes en todos lados, incluyendo los ojos. Se acri- (*) Las ciscaras de los huevos eran de gallina cuando el juego era “civilizado””. En cada casa se hacfan huevos de Camaval juntando las edscaras, rellendndolas a veces con "agua de olor”. cubriéndolas después de sebo 0 cera, con lo que se convertian en peligrosos proyectiles. Hé también fabricantes y comercios especializados en su venta. Algunos ofrecian céscaras vacias pa- rarelienar, otros, “Tlenas con rica agua de olor @ precios equitativos”., En 1861, los “huevos a la Guribalcs" de cera, se vendian “al infimo precio de 3 patacones ciento" Hlenos de agua de olor, ya 2G reales, vacios, En 1873, Ricardo Giralt habfa instalado una industria; su invento, la “Md- n4 billaba a huevazos a los policias y éstos hacian lo mismo con el canton. Al escandalo y sacudir de las latas, acudian jugadores de todas partes y al poco rato llenaban la calle 200 6 300 personas. Cuando “‘un Auevo re- ventaba en la cara o una bomba daba en el suelo con un jugador”’, es tallaban los vivas, silbidos y aplausos. A veces la bomba de la policia vencia y el edificio quedaba salpicado de manchas de color y con los parches de los huevos; otras lo hacian los cantones y jefe, comisarios y celadores, con los capotes de hule manchados, se retiraban en medio de Ja silbatina... (289) EQué se arrojaban los combatientes, ademas del agua y los hue vos de cera? Los jovenes “‘educados"’ pusieron de moda en 1867, al finalizar el Carnaval ‘‘barbaro’’, ramos y canastillos de flores, cajas de sardinas, pan, papas, zanahorias, plomos de diversos tamafios con aguas y otros imitacion de carton lenos de confites y grageas, “‘porotos y garbanzos con los que se apedreaban los carruajes", “‘mas agradables que un huevazo y sus consecuencias”’, decia el gacetillero del culto ‘El Siglo”’ en marzo (291), Pero antes, en pleno auge de la ‘‘barbarie’’, hacia 1820 6 1840, aqué mAs se tiraban los combatientes? Por cierto que, en ocasiones, con huevos de gallina o gaviota o los muy tempranamente prohibidos de avestruz, practicamente morta- les, ‘‘piedras a cuenta de huevazos”’, ‘‘harina y polvos colorados”, “tarros"', “cajas de lata", ‘‘canastas”’, ‘‘vejigas"’, “‘frutas”’, ‘aguas sucias’’, ‘‘bolsas de arena y cal"’, ‘‘almidén"’, “‘pintura’’ y hasta ‘‘ga- tos’’, como sucedié en los primeros dias de marzo de 1840 (292). En 1869, un episodio puso de relieve algunas transgresiones més que podia conllevar el objeto con que se jugaba. E110 de febrero fueron apresados varios pescadores entretenidos ‘‘en agarrar las seforas que iban a baiarse y echarles harina, legando muchas veces al extremo de voltearlas y manasearlas a su gusto {...] en presencia de tres poli- quina Montevideo", hacia 20.000 proyectiles de cera diarios™’, recibia “ pedidos de Montevideo, la Campaiia y para ct exterior”, y los vendia, rellenos, a 20 reales el ciento, el precie de los vacios en 1861 (290), El jornal de un pedn de saladero, un patacén, puede servir de punto de referencia para apreciar el significado de estos precios. Cien huevos equivalian a su quinta parte; eran, aun los “fabricades”, accesibles a todo pablico aunque, como es l6gico suponer, las familias mactes- tas los hacian caseros con la grasa proporcionada por Is dieta diasia de carne vacuna. V5 cianos que lejos de impedir semejante escéndalo aplaudtan y hasta los incitaban"’. (293) Violencia, libertad sexual, irrespetuosidad de los de abajo para con Jas mujeres de Jos de arriba. También ‘‘asaltos”’ a las casas. En 1840, @ pesar de la prohibicion especifica del edicto policial, ‘‘en el frenest [...] se atropellaron algunas casas {entre ellas] la librerta del Sr. Her. néndez’’. (294) El Carnaval era un juego —en la cultura ‘‘barbara’’, el Juego— que marchaba de la mano tanto con la violencia como con el acerca- miento fisico. Muchas veces del juego se pasaba o a la rifia pura 0 al escarceo amoroso. Las ‘‘delicias del agua"’, las piedras, los huevos, ‘‘las calles Uenas de agua y de papeles, las paredes de los edificios pintadas con yema de huevos"’, las familias ‘‘mojadoras oyendo toda clase de insultos y gro- serfas”’ de los no siempre comprensivos ‘“‘transeiintes empapados””, la ingestion de alcohol que a menudo precedia ‘‘la liberacion del instin- to’’, hacian ocurrir agresiones mayores que iban a la cronica policial {295). Durante el Carnaval de 1869, el niimero de presos por rifias, ebriedad, puialadas, escandalos y muertes, aumentd en Montevideo un 67% en relacién a los dias, no muy serenos, en verdad, que habian pre- cedido a los tres de Ia fiesta oficial (296). En el Carnaval de 1880, el tiltimo bajo el Gobierno fuerte de Lorenzo Latorre, el nimero de pre- sos subié un 56% (297). Los accidentes y las enfermedades derivadas del agua y los ‘‘hue- vazos’’ se sucedian. Nifios que calan de azotess, jinetes con huesos rotos por rodar con sus cabalgaduras en las calles-rios, brazos y pier- nas quebrados por resbalarse en los pisos mojados, ojos ‘‘en compota’” ©, peor, perdidos para siempre, he ahi un pequesio y no exhaustivo muestrario de lo que Jos diarios criticaban en Ja década de los sesen- ta (298). Los inmigrantes y viajeros extranjeros, recién Negados 0 poco pa- cientes, no entendian aquella ‘‘locura’’ y generaban un incidente tris otro cuando se les mojaba o enharinaba a ellos o a ‘‘sus’’ mujeres, Los italianos, en particular, eran violentos, y atacaban a veces a tiros a los “‘cantones”’ desde los que se les empapaba. (299) En 1870, un inglés y una sefiora que le acompafiaba fueron salvados por la llegada completamente ocasional del Jefe Politico y de Policta. (300) En marzo de 1867 habja ocurrido algo m&s grave: al terminar el juego una 16 “‘mascarada”’ que pasaba por la calle Piedras fue mojada desde una casa; ‘los méscaras, que eran italianos”’, insultaron, los de la casa los mojaron atin mas, “‘y de ello result un barullo que pudo acabar enuncumulo de desgracias si no acude el coronel Flores con 20 hom- bres del batallén Libertad y pone en razon a las mdscaras, quienes habtan tomado la cuestién por el lado de la nacionalidad, y en pocos momentos reunieron més de mil de sus compatriotas’’. Entre piedras y botellazos, también Hegd el Comandante de la fragata italiana ‘‘Re- gina’”’ quien, ayudando al Coronel Flores, “consiguié restablecer el orden’’, (301) Como decia dos dias después, con cierto asomo de sensatez ‘‘ci- vilizada’’ y a la vez romantica el diario ‘‘La Tribunita’’: ‘‘el juego sal- vaje del agua y los huevos (provocaba) la zozobra de la madre. el llanto de la hermana, el dolor del herido, el féretro del amigo, las lamenta- ciones de todos y... los conflictos internacionales". (302) eee El orden estallaba por unos dias en la Espata del siglo XVU, por unos cuantos mis en el Uruguay de las seis o siete primeras d& cadas del siglo XIX. Eljuego con el cuerpo se ensefioreaba de la ciudad. Las transgresiones fisicas estaban a la orden del dia. También, lo ve remos de inmediato, las del alma. 8. La Fiesta del alma, Este era un juego cargado de intenciones profundas, en que las turbulencias de la conciencia, siempre ocultadas y teprimidas ante ins demas, y las del inconsciente, siempre ocultas y reprinzidas por el yo, se soltaban con relativa facilidad, siendo esa facilidad con que la “‘locura’’ entraba a formar parte de la gestualidad cotidiana, la nota tal vez mas especifica de Ja cultura "bérbara’”. Ademés, y no es vero, este juego recreaba las utopias de la igualdad absoluta y la risa enseso- reada de la vida. Los contemporéneos que filosofaron la Fiesta ya moribunda, lo hemos dicho, la equipararon con la liberacion y la locura. La liberacién de la personalidad gue la sociedad nos obliga a esconder: dird el editorialista del diario saltefio “Ecos del Progreso” WwW en marzo de 1886: “Si Carnaval es sindnimo de farse, opinamos que los tinicos dias reales que tiene el mundo, son los tres dias Hamados de Carnaval. En estos dias en que todos nos solemos disfrazar, es cuando menos disfrazados andamos. El disfraz de todos los dias merece mucho mejor este nombre que el que compramos en una tienda para ocultar, es cierto, nuestro fisico, pero para dar rienda suelta a las pecu- liaridades de nuestro yo moral””. (303) Diecinueve afios antes, el editorialista de ““El Siglo’, lo habia escrito: “‘Alguien ha dicho que el Carnaval es la fiesta de los locos, pero nosotros diremos que es la verdad desnuda, mostrando a la huma- nidad tal cual es’. Pero como el juego ‘‘barbaro”’ estaba mas vivo en 1867 que en 1886, de inmediato afiadié el joven doctor Fermin Ferreira y Artigas: ‘‘Eso es torpe|...] es perjudicial”, (304) La “‘locura’’, el soltar las pulsiones, el aturdirse con el absurdo. Liberacién y ‘‘locura”’ fueron equiparados. Dijo el gacetillero de “La Constitucién’” en febrero de 1853, co- mentando las “‘libertades de todas clases’? que el Carnaval permi- tia: ‘Es imposible conservar el juicio en medio de tantas personas que parecen haberlo perdido”. (305) Un zapatero volcd en 1888 su opinion coincidente en versos: “Locos somos al fin, Nadie se extraha Que el mundo en cierto tiempo esté de veta Selgas dijo, que el hombre la careta Se saca en Carnaval” Pero el comerciante afiadié otra reflexién, la que conienia en ciernes la muerte de este tipo de Carnaval: “EY qué tiene que ver, diréis vosotros, L. El Carnaval con el zapato? E's claro, Tiene mucho que ver La humanidad es loca, sobre todo Ex Carnaval, no es cierto, cierto y lato? Pues bien, hay que meterla en un zapato eLlegasteis a entender?" (306) Si el climax de la fiesta del cuerpo se alcanzaba jugando con agua, ei de la fiesta del alraa se lograba disfrazandose. Todos podian hacerlo. Estaba el disfraz ‘casero’, ‘“‘un dormind o en su defecto una gran stbana que como tinica se ceria al cuerpo ¥ que se ataba con una cinta a la altura de la cintura, con otra a la del cuello [...] rematando con un gran mofién|...] una careta de carton 0 un antifaz (lo completaba)"’, (307) También los costosos ofrecidos por comercios que decian tener tres mil a la venta en 1860, y ast “el pact- fico tendero”’ se convertia “‘en temible campeén de las Cruzadas y la rolliza ama de leche (se metamorfoseaba) en incantua pastorcilla de Arcadia", Elasunto era cambiar de personalidad (y de lugar social) —o mos- trar la verdadera—, ocultar el rostro y el cuerpo para tener libertades antes no usadas 0 cumplir aspiraciones ocultas: ‘‘el muchacho"’ se hacia hombre “‘aplicdndose patillas", “la mujer se ponfa los pantalones de! marido y éste se cubria con una cofia", “el cajetilla de la ciudad se con- vertia en gaucho melenudo y peleador”’ 0 viceversa, y “los flacos se po- nian barriga'’. ¥ cada uno realizaba sus aspiraciones, como acotaba sa- tisfecho el doctoral ‘El Siglo’’ en febrero de 1877, “‘sin perjuicio del projimo, ni menoscabo de la moral y de las leyes’’. (308) Porque la ruptura de las represiones ~gtodas?— y el dejar de lado las presiones, se dir&, y con cierta razon, era momentanea, une “‘Hicencia’’ que la sociedad concedia al individuo para mejor contro- larlo el resto del afio. En efecto, asi ocurria. Pero no se puede afirmar que este tipo de Carnaval fuese una ‘‘ maniobra’’ consciente de los sectores dominantes porque, lo probaremos m&s adelante, siempre se estuvo al borde de prohibirlo, habiéndolo querido hacer ya en 1831, el Ministro de Gobierno José Ellauri, por ejemplo. El Carnaval "*barbaro”” que todos los afios se instalaba en Montevideo, era si un triunfo momentine de la “‘locura'’, pero muchos dirigentes de la sociedad miraban con horror sus ‘'excesos"’ y si no los podian impedir era porque, secreta- mente, en lo mas profundo de su sensibilidad, los sentian vilidos. Por otra parte, la locura momenténea seguia siendo locure. Aun- que los ‘‘excesos’’ del Carnaval ‘‘barbaro’’ estaban ncotados ea el tiempo, su peligrosidad para todos los ordenes tan poco establecidos 9 en aquel Uruguay, era real. El juego duraba demasiado, abarcaba a casi todos y era incontrolable pues conllevaba ‘‘el desorden en cl porte’, ‘‘el uso excesivo de la Venus’’, ‘‘el ensoberbecimiento de los humildes’’ y hasta el contacto fisico intimo de los pobres con los ricos. Lo peor para el orden burgués que acariciaban los dirigentes politicos ya ‘‘civilizados'’ y los comerciantes ricos de la ciudad, era que los ‘‘excesos"’ los invadian a ellos mismos. Ningin sistema de va- lores, social o econbmico, ninguna clase de jerarquias, podia funcionar con la pulsion suelta, con esa capacidad de autoobservacién que se transformaba en burla y en risa ante los propios roles dominan- tes que se ejercian. E] Carnaval demostraba que esa burguesia no se tomaba muy en serio. Bajo la dictadura de Venancio Flores, en pleno crecimiento de la especulacion territorial en Montevideo, bajo aquella “prosperity” derivada de la Guerra del Paraguay, los corredores de Bolsa, “‘una se- mana antes del Carnaval, libraron una descomunal batalla de agua en los pasillos de la Institucién"’, paralizando sus actividades normales puesto que sucedid en un dia de trabajo y en horas de oficina. (309) En febrero de 1869, una comparsa de cuarenta jovenes, “‘vestidos de ridiculos trajes {...] seguidos por numerosa concurrencia en la que no faitaban verdaderos accionistas y corredores de Bolsa"’, se burlaron en festivos y demoledores versos de su actividad y las especulaciones --sus especulaciones— con los terrenos de Montevideo. Estuvieron en ja Policia, en la casa del Presidente, Lorenzo Batlle, en lo de los dev- tores José Pedro Ramirez y Pedro Bustamante {éste habia sido el Mi- nistro de Hacienda del afio anterior), rematando en suprema broma, “el Cabildo con opcién a los presos y la Have en 25 reales” al Jefe Po- litico ‘“quién tuvo que pagar al contado y sin reclamo”’. (310) La burguesia necesitaba seriedad, creer en si misma, la sen: lidad ‘‘bérbara’’ lo impedia. Entre otras razones, ésta la condend. eee Elacto de disfrazarse e! cuerpo y enmascararse la cara se asociaba con el cambio de personalidad social y el afloramiento de tendencias reprimidas, pero también con bromas descomedidas e injurias. (311) La burla al Poder se coded con el absurdo, lo chusco y estrafalario, y eso dio a la comparsa disfrazada y gesticulante un aire de transgre- 120 sion total, Obsérvese a ln “‘Misteriosa’ en et Carnaval de 1870, en pleno nacimiento del ejército como factor de poder politico luego de su intervencidn en la Guerra del Paraguay: “‘marchaba dividida en re- gimientos y batallones {...) una orquesta formada por un bombo, dos cajas, cuatro bocinas y dos pitos; cada oficial armaro de tremendo yargatin de madera, ensangrentade; enormes morriones adornados de plumas de ovestruz, zunahorias, etc., narices de un metro y carctas horribles {,..} con barbas que bajaban hasta el pecho, fl Comandante General |...) #ha @ la cabeza [...} con gran uniforme de parada {...] polainas y ulpargatas, pistoleras-carton y revdluer-botellas, (Luego el) Ayudente General montado en una mula {...] Dos piezas de artillerta (barricas desfondadas) y una cantinera con cofia, completaban este cuadro vivo"’, (312) El disfraz levaba también al desparpojo, Ja insolencia y la injuria. Las ‘‘mésearas’” sacaban a luz los hechos escandalosos y las interio- ridades, Se quejé el gacetillero de ‘La Tribunite” en marzo de 1867: “lo que no nos parece que tenga nada de gracioso, es el que algunas de esas Damas, abusando de la careta, le saquen a uno ciertos actos de su vida privada, A la verdad, eso de gritarle a uno en piiblico lo que tal vez debiera quedar en privado, hace el mismo efecto que un vo- mitivo”’, (313) Les mAscaras, ‘“‘embromando a medio mundo”’ en las calles de! centro urbano, se introducian lego en las casas “respetadles en cumplimiento del mismo propésite”’, y si a menudo la broma produ- cin una carcajada, a veces daba fastidio y Ia risa nerviosa solo disimu- laba Ja molestia. (314) Fl Carnaval era, en esencia, una agresibn y un acercamiento con objetos, palabras y sitnaciones que asumia la forma de juego. Su objeti- vo final: sacar al mundo y Ja gente de sv quici 4. La venganza de los oprimidos. Se subtevaban las pulsiones de todos, la ‘‘carnalidad’’, pero tam- ban temporariamente los oprimides, los que lo estaban roucho y loo que Io estahan poco: negros, criados, sectores populares, marginados, locos, nifes, jvenes, mujeres. Por eso las autoridades de la sociedad, los ancianos, e! clero, ‘‘los devotos’’, los politicos, los “‘ricos’’, Nemaban ‘‘barbaro"’ al Carnaval y procuvaban “‘civilizarlo’’. jugesban, pere algunos estaban alertes y a medida que los didn W241 afios avanzaban hacia 1860 6 1870, los que estaban alertas eran mas y terfan mas poder y mayor conciencia de la ‘“‘barbarie’’ a desterrar. El viajero sueco Eduardo Hladh, que nos visito en 1831, descr bid asi estas fiestas: ““narticipaban todas las clases sociales |...] en’ las calles y las plazas se veta una multitud heterogénea de gente de la clase superior e inferior, gauchos, negros e indios". (315) ‘*La Matraca’’ de marzo de 1832, es algo mas precisa, pero tam- bién testimonia el vasto universo social del juego: ‘'{...] dias apeteci- dos y bier Uegados nara casi todas las clases de personas, menos para los deuotos. El ociaso, el pisaverde, ta elegante, el tenderito, los criados, los amos — hasta la oposicién—, todos buscan mascara y todos hallan entretenimiento. Algunos rabian pero en desquite son mas los que « su costa se divierteny hallan placer’*, (316) Existen testimenios de retraimientos anteriores a 1850 de parte de la gente madura y ‘‘decente’’, aunque no parecen ser conductas masivas, Cuando el Ministro de Gobierno, Jose Ellauri, condend al Carnaval y procuro prohibirlo por circular a los Jefes Politicos del 7 de febrero de 1831, acusb a “algunos jévenes y plebe inconsiderada" de protagonizarlo, y reitero que el “‘mal’’ estaba arraigado “‘principal- mente en la plebe"’. (317) ‘El Universal’, diario oficialista, apoyo al Ministro y coment ¢l resultado de sus medidas en el mismo tono: “Este oho ha sido ei primero de que haya memoria en el pais en.que las personas decentes de uno y otro sexo han podido salir a ia calle con seguridad de no ser mojados ni acometidos con huevos a cualquier hora del diay de la roche |...] Et teatro sobre todo ha ofrecido el testi- monio mas honroso {.,.] todas las sefiorns asistieron en las dos noches de espectéculos con sus acostumbrados adornos’’, (318) En 1835 rei- terd que habia habido mas moderacion que otros afios “y mds excep- ciones (por no jugar) en la calidad de las personas’. (319) ‘El Constitu- cional’”’ de marzo de 1840 hizo un planteo atrayente: ‘Sélo la clase media que carece de elementos para disfrazarse en comparsas, es la que se divierte mojando y siendo mojada, lo que sin duda no aconte- ceria si hubiera otras distreeciones"’, (320) En el Tome Il percibiremos, en efecto, coms las antoridades introdujeron en el juego la diferen- clacién social al prohibir la democratica y barata agua. Pareceria, sin embargo, que es recién después de 1860 que log hombres maduros y ancianos ds la clase alta desertaron masivamente de este tipo de Carnavel y comenzaron a preparar el “civilizado”, 122 Pero sus hijos permanecieron en él y a veces hasta lo protagonizaron. En 1858, esos “‘jévenes elegantes’’ llegaron incluso a hacer contraste, “empapando hasta los huesos"’ a los “‘robustos trabajadores brillan- temente vestidos”’ (321), y en otras ocasiones, como en los carnavales de 1865 a 1867, formaron las mfs “‘lucidas comparsas’’ —vestirse bri- llantemente costaba caro—, entre ellas, ‘“‘La Mitologica’’ que incluia ejemplares de la juventud dorada montevideana, tales Federico Vi diella, Emilio Herrera, Miguel Reissig, Ricardo Lacueva y Eduardo Nebel. (322) Los hombres maduros, ‘‘ricos’’ e influyentes, desertaron porque la “‘locura’’ alteraba sus planes de implantar en la sociedad determi- nados valores —sobre todo el del trabajo, como veremos en el To- moll, y porque, ademas, el Carnaval transgredia los lugares sociales. Lo dijo ‘El Recuerdo’’ en 1856 y ‘La Prensa Oriental’’ en 1861: “‘todas las clases de la sociedad se confunden (y) reina el més completo repu- blicanismo”’, pues “‘la careta hermana al bombéstico personaje con el bajo proletario, a la gran dama con la abyecta meretriz, al negro con et blanco, al grande con el chico”’, (323) Bl juego “‘hermanaba””, hacia convivir, hacia tocarse, empaparse e injuriarse a pobres y ricos; poseia, como observ ‘El Siglo’’ en 1867, “el raro privilegio de trastornar el orden establecido en la sociedad”, al ‘‘realizar la igualdad (pues) la dspera mano de la sirvienta (mojaha al) cajetilla, (la) robusta vasca’’ se convertia en pastora y bailaba en el Solfs con el mequetrefe recién recibido de doctor, la ‘“‘madre de fo- milia [...] enloquecida por el baile (dejaba) sus retofios en poder de la sirvienta’’ y a veces hallaba a su marido con otra sirvienta (324), los ‘‘dependientes de tendero que pasaban seis dias y medio cada se- mana detris del mostrador"’ podian, “a favor de la careta, Uamar perro judio a su patrén”’, como afiadid otro gacetillero del mismo diario en 1878. (325) Se diré, era una transgresion permitida por el orden establecido, tal vez hasta formaba parte del mismo pues se hallaba limitada en el tiempo y podia entenderse como una valvula de escape para que is presion saliera y la caldera, el sistema entero, no estallara. Sin embargo, débese anotar que era una transgresion de deter- minada naturaleza, ya que implicaba la convivencia fisica entre los de arriba y los de abajo y dejaba huellas, relaciones de hombres y mujeres, amistades masculinas 0 femeninas, que podian ‘‘hermanar’ 123 a integrantes de clases diferentes. Asi, sobre todo la prensa de 1850 en adelante, relata mil y un incidentes en que las ‘‘seforas decentes”’ eran mojadas por miembros de las clases subalternas —mozos de almacén, dependientes de tienda, etc.— incluso cuando iban acompa- fiadas de ‘‘sefiores’’. (326) El fino observador que fue Daniel Mufioz, percibib este hecho al describir en 1883: ‘‘los Carnavales de antafio (con) aquellas comparsas heterogéneas, formadas por acumulacion en torno de un acorde6n y una pandereta, sin conocerse los unos a los otros, vinculados momenténeamente por el deseo-de marchar al compas de una musica cualquiera y disolviéndose de la misma ma- nera’’. (327) Pero no siempre se disolvian asi. El Carnaval era también el juego de la suprema transgresibn porque no perdonaba a las autoridades, tuvieran el origen que tuvieran. La soldadesca latorrista y santista, obvio sosten del orden social conservador en el esquema del Estado militar de 1876 a 1886, se venga- ba de esa gente civil ‘‘decente’’ durante el Carnaval. Los soldados del Batallon 50, de Cazadores salian de su cuartel a la entrada de la Aguada, con baldes, tinas y hasta mangas enormes de agua corriente, para mojar a los transetintes, nifios, ancianos, "‘sefioras’’, gente en tranvia y en carruaje. (328) De 1836 seria el primer edicto que prohibib disfrazarse con trajes religiosos, de 1850, el que prohibid arrojar agua a los militares y sacer- dotes ‘en servicio", y de 1860 el que extendid la prohibicién a usar el traje militar como disfraz, Pero en febrero de 1871, el diario catblico “El Mensajero del Pueblo’, denuncid que en los bailes de mA&scaras se habian disfrazado ‘‘con trajes imitando personas religiosas’’ (329), y en 1870, lo hemos visto'recién, la comparsa la ‘‘Misteriosa’’ se bur- laba de los uniformes, usindolos... En los hechos, durante el Carnaval ‘'barbaro’’, todos los simbolos de la autoridad eran tratados irrespetuosamente. Y se suspendia, no olvidemos, el trabajo, el valor que se encumbraré durante la cultura “‘civilizada’’. Porque el Carnaval era, también, el pecado del ocio. (330) ae ‘Todos los testimonios consultados — viajeros, prensa, memorias— zevelan el protagonismo femenino en el Carnaval, Eran las mujeres las que mas tiraban jarros de agua a los hombres, dir& el norteameri- 124 cano J.A. Peabody de ias sanduceras en 1859 (331); “da falange po- Ueril’’ fue responsabilizada por el fracaso dei edicte policial que en 1870 quiso terminar por primerz vez en todo el pais con el juego de agua (332); eran las ‘‘nifias”’ y ‘‘serisras”’ las que debian buir de los “individuos’’ que, mojados, les apuntabay con pistolas o les tiraban piedras en 1869 (383); fue una mujer la que adelanto cl Carnaval de 1869 una semana, echando un “eguecere”” sobre las galeras de los hombres que se dirigian al café a las 9 y media de la noche después de concluida ja funcién en el Teatro San Felipe, mientras ‘la policta aplau- dia”, (334) Eran ‘“‘ninas de buen humor’ ‘as que en enero de 1872 “asaltaron’’ bomba en ristre, ‘a una respetable sociedad de jacos esta- cionada en las en los bancos frente al Cabildo (de la que formaba parte) un seor Ministro(que} salié peor que pollo mojado"”. (335) Sste papel tan destacado de la mujer prueba. a nuestro entender, tanto su rol relativamente independiente en a sociedad ‘barbara’, ¢9- mo otra transgresibn que esta cultara algo espafola y patriarcal, se per. mitia: la de invertir los roles sexuales y dejar que le mujer tomara la it ciativa en un juego que también era, lo veremes enseguida, un escarceo amoroso. 5. Carnaval y sexualidad. Durante ol Carnaval *‘barbaro’’ se jagabva entre hombres, Dejemos la palabra al articulista de 1840 y observermos, de paso, cémo propicia el juego entre hombres y mujeres como un primer paso en el proceso de la ‘‘civilizacion’’, o sea, de la tendencia a tornarlo menos agresivo; “El juego de Carnaval ha sido grosero, los hombres jugabun con tos hombres |...] Si el acometido se tneomodaba, entonces se aizaba una algazara tremenda y algenos hombres formaies en ol cuerpo, mas no en el juicie, tomaban la defensa do la cuailcille de muchachos y tenian lugar escenas de insultos y ain se dice que de patos, Si el juego de Carnaval puede ser talerable y permitide entre ambos sexos, él pierde todo el placer cuando ex entre ua sexo 3 bivial No se he viste que las sefioras mojen a otras seioras, sea diche vn honor de elias, que los hombres nese, h a los otros hombres con disfraz vo sin él” En estas dé i su lado y ganando Jugar ato a nie bh eves, pokes, patos. tarros vv pie do entire horabres (3 pere a nonvertirse on tos 125 aiios de la época ‘‘barbara’’ en lo predominante, se jugb sobre todo entre hombres y mujeres. (*) Todos sentian que ese juego entre hombres y mujeres contenia una alta cuota de erotismo, en si mismo y por sus derivaciones. Lo dijo con franqueza el periodista de ‘La Tribuna Popular’ en febrero de 1888: el Carnaval daba ‘“‘licencia para entregarse al placer’’. (338) Las mAscaras, los bailes, el juego con agua, los regalos de confites, todo llevaba al ‘‘combate de los sexos”’, La licencia sexual asomaba en los relatos periodisticos, como el peculiar intercambio de parejas en un baile de febrero de 1869, relatado por ‘‘El Ferrocarril’’ (339); en los nombres dados a los carros alegbricos en 1896: “Viejas en huelga”’, “La pesca de novios”’, “‘Huelga de novios’’ (340); en las letras de las canciones de las comparsas carnavalescas, Obsérvese la exaltacibn y exhibicion placentera de la sexualidad en el ‘‘tango’’ que cantaba la “Sociedad Negros Congos’’ en 1879: “Soto ¥o soy neglo congo Cuands tosojuelte La negla se encoge Y entonces dejulo Comienza elamd, Coro Este cuerpo etd diciendo Lo que valgoy lo que soy; Calavera, prusupueto, Ma que todo, pé lamb No hay molena que lesista, Ll 20. Solo Ya ma de una blanca Cayé en el garlito (*) Esta evotucin del juego entre hombres y entre hombres y mujeres al juego casi exclusi- vamente entre hombres y mujeres, ocurri6 s medida que se avanz6 hacia la cultura "‘ivillzada’”’. Est» implicd roles sexuales muy diferenciados convertidos a su ver en roles de dominante —ci hombre-, v dominado —lu mujer. 126 Porque francamente Ancina soy yo, No miando con juelta Niclipulo tengo Cuando llega el caso De hace elamé L.1 Soltera, casalas, Y viuda lo memo, Alverme ya sienten, Como una cald, Porque tola saben. Que ande yo comienso, Se acaban la pena Y empieza lamb" Igual temAtica, equiparando esta vez el acto sexual con el placer de comer, aparecia en el ‘‘Wals’’: No siendo vieja Como vechucho Cualquie muchacha Que veo yo, Me daal momento Polo un hambluna Que la comiela Sin compasién”’ La Sociedad ‘Estrella Polar’ propugno directamente, en hiptrbole machista, para cada hombre, diez mujeres: “Mejor bocado Que el de las pollas, Yo lodeclaro No puede haber, Que siendo tiernas Y bien bonitas, El més bobeta Se come diez" 127 Ni las mujeres maduras debian escapar al deseo sexual de los j6- venes en Carnaval: “Hay pollas que son ampollas Por lo sasonadas ya; Con més crestas que gallinas Més sin quererlo mostrar Que a la que le da la chola Por no dejar de empollar Aunque cacaree de vieja Los pollos cifran su afan’. (839) Todos lo sabian y algunos lo lamentaban: en esos dias caia el “‘pudor’”’ y el ‘‘recato’’ femenino. Lo lamentaban los adelantados de la sensibilidad ‘‘civilizada’”’, el Ministro de Gobierno, José Ellauri, en 1831, y el Jefe Politico y de Policia, Manuel Vicente Pagola, en 1840, cuando condenaban a ‘‘los que se libran a los procedimientos torpes"’ en esos dias. (340) Pero esas ‘‘caidas’’ las aceptaban los mas, En 1839, ‘‘E) Nacional” transcribio un articulo de un peribdico de Buenos Aires donde se lefa: “Qué se pierde con que las chicas tengan tres dias de confianza con los mozos, después que todo el afio se estén mirando sin tocarse como si fueran alfefiques?”’. (341) Pint6 el joven poeta roméntico Heraclio C. Fajardo esta escena en 1856: “Ya es una joven cuya azotea ha sido asaltada y que se debate en los brazos de sus frenéticos agresores, que no trepidan en estropear su pudor por estrellar una docena de olo- rosos huevos en su casto seno; que hacen trizas su vestido, desgrefian sus cabellos y machucan su cuerpo delicado, Resultado fisico: diez dias de cama; un constipado; una pulmonta, Idem moral: tantos grados de deterioro de pudor y honestidad”’. Al afio siguiente, escribié el mismo periodista en “El Eco Uru- guayo”: “Los enamorados, especialmente, tienen en esa época del aio la coyuntura mds propicia para la realizacién de sus erbticos Proyectos, y la acogen como el mand del cielo |...] Cuantas citas se tienen aplazadas para el carnaval? Cudntas promesas suelen tener rea- lizacion en esos dias de demencia general! Y también, qué serie de consecuencias funestas como chistosas [...] y entrevistas otorgadas en medio de la excitacion febril de los sentidos! |...] Es preciso no tener 128 en la tierra seres queridos, como hijas 0 hermanas {...] para amar el carnaval como desgraciadamente se entiende entre nosotros toda- via’, (343) En 1836, el redactor de ‘‘E] Universal’’ alertb a los padres: “‘El juego de Carnaval es de tal naturaleza que [...] allana todos los obstd- los del respeto entre uno y otro sexo; autoriza las pequefias tentativas [...] se empieza por ligeras gotas arrojadas con delicadeza para acabar después con baldes de agua y otras libertades que el decoro reprueba y de que se prevalece el hombre inmoral”’, (344) Jovenes ‘‘castas’’ atacadas en sus azoteas por jovencitos ‘‘desem frenados’’, he ahi el cuadro que pint6 el catblico Heraclio C. Fajardo en 1856. Contrapongamoslo al del liberal Daniel Munoz que ubic6 la escena hacia 1868: los jovenes asaltantes de una sala llena de mu- jeres, huyen derrotados, “el menos listo (queda solo) encerrado dentro de un circulo femenino, que no por serlo era menos terrible, y entonees pagaba él la calaverada, Esta lo aturde con un jarro de igua en los ojos, aquella, un balde Ueno en la cabeza, la otra lo pellizea de un brazo, tironéalo la de mds alla de las orejas hasta que [...] lo zambullen dentro de (a tina’’. (345) Ahora las ‘‘que se prevalecen’’ son las ‘‘inmorales’’ mujere: Las transgresiones én el Carnaval europeo del siglo XVII testimo- nian lo lejos que estaba el mundo del reves que se instalaba esos tres dias, del mundo del derecho vigente el resto del ao, diferenciadisimo éste en lo social, cultural y econbmico, En el Uruguay “‘barbaro’’, en cambio, las transgresiones revelan lo cerca que estaba el mundo del reves de la realidad de todos Jos di Ei protagonismo de las mujeres durante el Carnaval orn, en perte, un hecho derivado de su relativa independencia ante los hombres; las burlas a la Autoridad y las jerarquias del orden social, se conecta- ban con el escaso poder real del Gobierno y e} igualitarismo reinanto; la sexualidad libre de las carnestolendas, era un episodio extremo pero vinculado, como luego observaremas, a! “‘freaesi en el uso de la Venus’’, comin en la cultura ‘'barbara’’; y lo mds original del Carnaval, dejar sueltas las pulsiones, resultaba ser una especie de climax de la tendencia de aquella cultura a reprimirlas escasamente 129 El Carnaval uruguayo “‘barbaro”, un paraiso de la materia, una tierra de jauja en que se comia, se bebia y se jugaba sin Kmites, se practicaba gozosamente el arte erbtico y se vivia sin trabajar, no estaba tan lejos de la realidad econ6mica y social de aquellos tiempos en que el pais obtenia con los cueros y tan poco trabajo, tanto dinero, Aqui, el mundo del derecho ya estaba bastante del reves. Y eso hacia que el mundo del Carnaval no fuera tan excepcional y resultara algo asi como Ja culminacion de ciertos rasgos del mundo del derecho, 218 Las desvergitenzas del yo constituyen, a nuestro entender, el tes- timonio definitivo de la exuberancia de los instintos y sentimientos en la sensibilidad ‘“‘barbara’’ u, observado desde el Angulo opuesto, de la escasa capacidad de contencidn de las pasiones del hombre que ponfa en juego aquella cultura. Asi como se admitian los olores fuertes del cuerpo sucio, se exponfa sin rubor la pasi6n, el llanto, la risa y la violencia CAPITULO X1: HACIA LA SENSIBILIDAD ‘‘CIVILIZADA”’. 1. Los reformadores de la sensibilidad. A este investigador le gustaria decir que la sensibilidad sustitu- tiva de la ‘barbara’, a la que por razones ya dichas denominamos ‘‘civilizada’’, fue apareciendo subterraneamente y en todos los grupos sociaies a la vez, como una obra andnima y colectiva. Pero la documentacibn reunida no abona este punto de vista. Si testimonia dos hechos; primero, que hubo protagonistas del cambio y que ellos fueron los sectores dirigentes de la sociedad; segundo, que durante todo el periodo de apogeo de la sensibilidad “barbara” (1800-1860) esos sectores trataron, mal que bien, no siempre con cohe- rencia, a veces participando de planos importantes de la sensibilidad rechazada, de imponer la nueva sensibilidad ‘“‘civilizada’”’ a través de coerciones de! aparato estatal, método que, en realidad evoca preci- samente los de la ‘‘barbarie’’, la opcién por el castigo del cuerpo antes que por la represion del alma. Los reformadores borbénicos, algunos cabildantes y miembros del clero, determinados presidentes, ministros y legisladores, la mayo ria de los periodistas, he abi el cogollo de los propulsores del cambio que muestran los testimonios, a los que en contadas ocasiones pueden samarse comerciantes y estancieros particularmente proclives a aqui- latar las ventajas de la religion sobre la policia en el ‘‘suavizamiento”’ de las violentas costumbres rurales, por ejemplo, El impulso, ms que deberse a las clases altas en sentido estricto, aparece protagonizado por los dirigentes de esas clases. Existe un lazo inequivoco y preciso entre el proyecto de sensi- bilidad nueva que se quiso imponer a la sociedad ‘‘barbara”’ y la vision que tenjan los niicleos dirigentes de los intereses y el futuro de las clases altas, 220 E] nexo entre dirigentes y sectores elevados de la sociedad ‘‘bar- bara’, sin embargo, no equivalib nunca a la identificacibn plena ya que a veces pueden advertirse distancias significativas entre el elaborado proyecto de los dirigentes y los intereses concretos de las clases altas. Lo que tornd complejas las relaciones entre ambos grupos, fue el caracter dependiente de] pais y su vivir en un mundo dominado por culturas que conocian otro tiempo histbrico. Precisamente, esta confluencia y convivencia de tiempos histdricos distintos, que en el plano de la historia de la sensibilidad se tradujo en sensibilidades tam- bién diferentes, esta en la base de toda esta problematica asi como de nuestra privilegiada posicin de observadores. Para los dirigentes de la sociedad ‘‘barbara’’, el cambio de sen- sibilidad fue uno de los requisitos ineludibles del ‘‘ progreso’’ de estos “‘atrasados’’ paises hijos de la ‘‘decadente y catdlica’’ Espafia; ‘‘pro- greso que en su Optica equivalié siempre a diferentes maneras de imponer la europeizaci6n. El caracter hidico de la vida ‘‘b&rbara’' con el lugar preferente que le asignaba al juego —y al ocio, esa “lamentable” contrapartida—; la violencia fisica que impregnaba desde Ja accién politica hasta las relaciones vecinales e impedia, por consiguiente, la paz, base de la “‘prosperidad’’; el ‘‘desenfreno’’ del culto a ‘‘Venus’’ que distraia Jas energias juveniles del trabajo productivo, malgastaba los ahorros en ‘‘queridas’’ e impedia los valores pacificadores de la familia en el medio rural; el desparpajo del cuerpo que conducia en Ultima instan- cia a burlarse de la Autoridad; la exhibicion de la muerte, tan ligada a su desprestigio como Poder ‘‘respetable’’; todos los elementos cen- trales de la cultura y la sensibilidad ‘‘barbaras’’ en otras palabras, fueron juzgados como trabas al“ progreso"’. Tanto Manuel Herrera y Obes como Manuel Oribe y Juan Manvel de Rosas, creyeron que todas o algunas de estas ‘‘licencias’’ del alma se oponian a su vision del ‘“‘progreso”, pues éste implicaba co- mo condicion previa el respeto por la Autoridad y los lugares so- ciales existentes y sobre todo, el afianzamiento de una estructura social de clases. Es por ello que la “‘barbarie’’ fue vivida como un rasgo cultural a abandonar y reprimir. El] sesgo social que adquiere entonces esta historia de Ja sensi- bilidad en el Uruguay del siglo XIX, pensamos que se ha podide adver- tir con esta rotundidad, slo por nuestra posicion de observadores de 221 este pais en aquel siglo, es decir, de una region que debié convivir con dos sensibilidades a la vez, la del tiempo histérico europeo y la del tiempo histérico propio que inclufa, paradojalmente y desde sus inicios, al otro, al europeo. Porque la sensibilidad nueva o ‘‘civilizada’’ que aqui rastrearemos tiene un tono impositivo, un algo de proyecto voluntarista, que no es habitual hallar en la lenta historia europea de las mentalidades. Alla las inflexiones del cambio aparecen desdibujadas y no facilmente atribuibles a un modelo social, econdmico e ideoldgico, tal vez porque la historia vivida en centurias crea lazos demasiado sutiles para que podamos apreciarlos. Pero aqui, la convivencia de culturas diversas provoc una tal aceleracién del tiempo historico que los lazos sutiles entre lo mental y lo social se tornan casi en caricaturas por lo notorios y visibles. eee Noes casual, observado lo que antecede, que hayan sido la violen- cia fisica y el juego los dos elementos que més atencién merecieron de los ‘‘reformadores’’ de la sensibilidad ‘‘barbara’’, y no lo es porque ellos eran los que notoriamente comprometian el ‘‘progreso’’: la ‘‘civi- lizacién’’ de nuestra ‘‘barbarie’’ o la paz americana como se le llamd indistintamente. Tampoco es casual que el hombre que concibio en toda su dimen- sion a la nueva sensibilidad, fuese un miembro del clero, Damaro A. Larrafiaga, porque el clero catélico, por su creencia en la unidad esencial del pecado, era el personal m&s apto para advertir los lazos que ligaban al ocio con los “‘vicios’’, o a la violencia con el ‘‘corazon demasiado sensible’ que tenian en aquella época los orientales. Tal percepcién de la unidad del mundo del ‘‘desorden’” pas con rapidez a otros sectores dirigentes. Por ello los periodistas que escribieron en “El Constitucional’’ de 1840, el ‘‘Comercio del Plata’ de 1855, y “La Nacion’’ de 1862 (631) juzgaron negativamente al Carnaval ‘‘bar- baro’’ que incluia tanto esa violencia andnima que era su salsa —juego “torpe y funesto"’ ‘‘que hace tantos tuertos y tuertas’’—, como ‘‘desen- frenos” que “‘la civilizacién condena"’ y la “‘verdadera locura’’. Asi revelaron estar aprendiendo la leccibn clerical sobre los lazos incor- poreos pero igualmente reales que vinculaban en estos paises a la 222 cultura ‘‘barbara’t con ej ‘'atraso’’ de la economia, EJ avance de ésia solo seria posible si, sdem&s de modificarse las condiciones poiiticas, tambien las '‘diversiones”’, por ejemplo, se hacian ‘'més duices y deli- cadas"’, coms 31 ALC EY Constituctonal’’ en febrero de 1845. (632) 2. Hostitidad al juego. El disciplinamiento de la suciedad que se propusieron los diri- gentes “barbsros’’ a fin do ‘‘civilizar’’ Jos habites, comenz6 con la reiterada hostilided # los juegos de wzar por dipero. Desde la primer noticia que tenemos, la Real Cédula del i3 de febrero de 1768, sobre “un visio tan abominable » que es cé origen de tantas ruinzs’’ (633), hasta la prohibicion de “todo juego de azur y envite”’ dispuesta en el Reglamento de Policia de enere de 1827. cuya violacion se castigaba con malta o servicio de armas por 4 afios, Ia medidas gubernamentales sobre el punto se sucedian permanentemenie, En ellas se havia siempre pecial referencia a lus lugares de diversion como sitios del “ vicio”’ “pulpertas”, “mesas de billares’, “‘dailes de negros''-~ y a los “hijos de familia”, negros y clases subaitermas como merecedores de particular ‘‘végilancia”” A la prohibicion de fos jueges de azay siempre a¢ sumb en les reso- juciones de! Poder -- Reales Cédulas, Bandes de gobernadores, Re glamentos o Kdietes policiaies— el cantrol o la denegacion lisa y Mane de algunas de las otras formas notories de Ja risa, ef juego fisico puro y la exuberancia del cuerpo, tales lus ‘ bailes de negros’’ © ei * corriencio « cabalio dertro dul Pueblo’, tambien castigados, ps plo, por e? Cabildo de Montevideo en setembre de 1807. Nifios y jovenes (de todas lag claves, gero en especial de las des- tinadas a dominer}, y sectores populares, debian especialmente cui darse por ser, unos, los protagonistas naturales dei juego, y los otros, los que podian elegirio en aqueils economia de la abundancia y ao tra- bajar. En marzo de 1835, la Junta Ecunomico-Administrativa de le Capital, aute la “inosistercia de Ja mitad de los nifios ¢ la Escuela Publica a conseeueneia de ia ultima corrida de toros"*, hecho ‘ ‘gue difi- cultaba la formocién de eiadadanos ttiles @ la sociedad” yues perdian el tiempo y olan “exprestones obscenas’’; y ante inasintencia similar de “los artesanos pabres de esta Capita! y extran sus trabajos cuainde “hay toros", por fo que ‘ux jornaera honrady se convertinS ure 223 tal vez en mal esposo, peor padre y perverso o criminal ciudadano”, se dirigid al Poder Ejecutivo “‘solicitando la prohibicion de las corridas de toros en los dias de trabajo’’. Nios y ‘‘artesanos pobres”’ tenian en coman no prever “las consecuencias de perder un tiempo precio- so", dejarse evar por “‘la inclinacién que naturalmente los impele"’ y, asi, realizar “‘un ataque directo a la industria’’. (636} En febrero de 1536 la vigilancia estatal se extendid a los jovenes universitarios que debian guardar ‘‘compostura en los modales"”’, “‘moderacién’’, “‘silencio”' y ‘‘respeto y obediencia a los superiores”’, como bases de su transformacion en ciudedanos “‘ttiles"’, segiin deter- minaron e! Presidente Manuel Oribe y su Ministro Francisco Llam- bi, (637) La exigencia se reitero en ol ‘‘Reglamento de Policta » orden de las Cétedras”’ sancionado por la Asamblea General el 30 de junio de 1837. (635) (*) ee El Carnaval fue objeto de la maxima furia de las clases dirigentes. Conocemos no menos de quince bandos sobre ¢1 Carnaval entre 1799 y 1870, cuyas prohibiciones, algunas incumplidas, las otras, cada vez mis agrosivos recortarnientos a Is “‘licencia’’, son un modelo de castracion a la exuberancia de la fiesta del cuerpo y el alma. Obsér- vese una relacion solo de lae primeras prohibiciones qv@ hemos hallado en contra de las “‘torpezas intolorables en un pueblo civilizado”, al decir del Jefe Politico y de Policia de Montevideo, Manvel Vicente: Pa- gola, en su Edicto de febrero de 1840: Afios ~Primera prokibicién no cespuiada de jugar con agua y huevos 188 ~-Primera prohibiciin de armojarhuevas de avestruz, “ruts yagucssucias’™ 1818 (640) —Primess Limitacién para fas mfscaras: licencie poticial y silo podian salir en comparsa 1832 (641) —nmera mencién + ‘3 dias de Carnaval" 1635 Primera protibicién a “golpear con bolsas de arena y cal" 1835 igiasos” 1835 (642) ‘errajar tervos” 1839 esas 9 (643) en los 3 dias" prohibicién a usac como disfraz “oaje prohibicitn a “‘disparar armor de fuse’ Primers probibicidn a “asalter” azoteas y “violsi ~Primera limitaciény de ty duracién del juego 9 “sdk setiembre de ica: “ET sisuple @) Las tidad “rivilizada’’ de José Pedro Varela no estaba lejos. 1868, ol reformador Je nucstra ensefianza prinuria dijo en una conferencia pa hnecho de aristir «lu escuela, de dejar la entera likertad que ten{a en su casa, opera una completa irousformuci6n en ef niio, Ex las horas de clase no $0 juega, no 8 grite, 0 sv vie cuando se 224 Su final se determinaba cada diacon un tiro de cafién de la For- taleza de San José ‘‘al ponerse el sol'* 1839 (643) —Primera prohibicién de las m4scaras ‘de la oracién en adelante" es decir, de noche 1840 (644) —Segunda limitacién de la duracién del juego durante el dia: desde las 10 de la mafiana hasta ponerse el sol 1850 —Primera prohibicién de arrojar agua a los militares “‘en servicio” y a los sacerdotes “que transitaban 1850 (645) —Tercera limitacién de la duracién del juego durante el dia: desde las 12 del dia hasta ponerse el sol 1853 (646) —Cuarta limitacién de la duraci6n del juego durante el dia: desde Ja una de 1a tarde hasta ponerse el sol 1860 —Primera prohibicién de usar como disfraces trajes militares (quedando en pie la de usar trajes religiosos) 1860 (647) —Quinta limitacién de la duraci6n del juego durante el dia: desde las dos de la tarde hasta ponerse el sol 1861 (648) ——Sexta limitacién de la duracién del juego durante el dia: desde as 2-1/2 de la tarde hasta ponerse el sol 1862 (649) —Primera y wltima ampliacién del horario del juego durante el dia: desde las 12 del dia hasta ponerse el sol 1866 (650) ~-Primera prohibici6n de arrojar: bombas de papel, polvos de color y ‘agua a las comparsas o individuos disfrazados 1870 —Primera prohibicién a las comparsas de levar ‘‘distintives’’ del pais (banderas, etc.) 1870 Primera prohibicién de “bailes de mdscaras" luego del domingo siguiente a Camaval 1870 ——Séptima limitacién de Ja duraci6n del juego durante el dia: desde las tres de la tarde hasta ponerse el sol 1870 (651) A la prohibicion de arrojar determinados y “‘peligrosos’’ objetos {desde huevos de avestruz hasta bolsas de arena y cal), en pro de la moderacion de la violencia, deben sumarse, la de disfrazarse de mili- tar y sacerdote y usar los simbolos nacionales, en pro del respeto a los signos del Poder, y sobre todo ese constante —con la excepcién del edicto policial de 1866— recortamiento del tiempo dedicado al juego, primero, solo los tres dias, luego al juego dentro de ellos: desde las diez de la mafiana, con el Kmite invariable de ‘‘hasta ponerse el sol’’, desde las doce del dia, desde las dos de la tarde, desde las dos y media, desde las tres. (quiere; hay un orden fijo [...1". He abf una de las reglas a imponer por la “‘civilizacién” a nisos, fivenes y “‘artesanos pobres”: la “‘diversién’” a horas fijas, el apresamiento del cuerpo durante eltrabajo, en las clases populares; durante las horas de estudio, en los nifios y j6venes. 225 La hostilidad del Poder al juego m&s ‘‘barbaro’’ de todos, el que mas tiempo insumia, mAs insolencias e ‘‘indecencias”’ procreaba, y mas violencia anonima implicaba, llegé ast a convertirse en obsesion. 3. Las formas del Poder: del castigo del cuerpo a la represi6n del alma. La violencia privada y sobre todo la estatal, fueron atacadas por estos ‘‘reformadores”’ de la sensibilidad al sostener la mayor eficacia y ‘‘filantropia’’ de la represibn del alma antes que del castigo del cuerpo, vieja norma de la cultura “‘barbara’’. El memorialista andnimo de 1794 afirmé en relacion a las formas de disciplinar la poblacién rural de la Banda Oriental: “‘No es la cruel- dad de las penas el mayor freno para contener los delitos, antes se ha visto més de una vez que los grandes tormentos, endurecidos lcs Gnimos de los hombres, han perdido la virtud del escarmiento, y los ha hecho més atrevidos. El Montesquieu testifica esta verdad con ejemplares de diversas Capitales de Asia y de Europa |...] No se halla en la crueldad de los castigos el vinculo de la obediencia y del buen orden que se desea establecer en una Repiblica’’. El castigo fisico ‘‘endurecia los &nimos’’ y conclufa siendo initil. En cambio, “fiar a Ia religién todo el éxito del negocio, no ofrece riesgo, el menor {...] La predicacién del Evangelio puede obrar de muchas maneras la reduccién que se pretende en estos forajidos, Porque primeramente alumbra el entendimiento y destierra la igno- |, induce al temor de Dios |...] instruye en las leyes del vasa- Uaje, las cuales nos guian a amar al soberano y a servirlo |...] y a te- merlo como a Ministro del Aldsimo”’, (652) Convencer al hombre de su culpa, convencerlo antes que vencerlo, he ahi el camino a seguir si se deseaban muchedumbres rurales tra- bajadoras por ser ‘‘temerosas de Dios’’. En febrero de 1831, el senador y Vicario Apostdlico Damaso A. Larrafiaga, al fundar su proyecto de ley aboliendo “‘en primer grado" la pena de muerte, fue todavia mas explicito al sostener: ‘‘Pre- cauciones sefiores, no venganza, Una policta bien arreglada, y no cas- tigos espantosos, deben ser los principios fundamentales de nuestra Justicia, Poner a los reas en la imposibilidad de obrar mal y sujetos

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