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Peinate que viene gente » Blog Archive » Stephen King

hace Eso
Escrito por José Playo - 19/06/09 a las 01:06:22 am -

Luego de tres décadas balbuceando ante la pregunta “¿por qué te gusta este autor?”, he llegado de casualidad a una
respuesta que no incluye monstruos Clase B ni onomatopeyas de fanático adolescente: Stephen King me gusta porque
escribe sobre el acto de escribir. Casi siempre.

Embriagado con su catálogo de apariciones, vampiros y extraterrestres, durante años me moví muy orondo por el mar
del regodeo sin el salvavidas del análisis, comiéndome sus libracos como si fueran canapés. Cada tanto repetía el
conjuro:

—Seré bruto, pero cómo lo disfruto.

Hasta que un día, como le sucede a sus personajes, mientras me ensuciaba el dedo en un breve repaso por sus títulos en
mi biblioteca, la síntesis de los novelones se convirtió en un planteo recurrente, tomó forma oscura y me saltó a la cara
como una araña gorda y peluda. Y desde entonces nada fue igual.

La respuesta a las críticas intelectuales más despiadadas, a los preconceptos académicos más enraizados, estaba ahí
esperando a ser descubierta, agazapada detrás de cientos de pesadillas y alucinaciones sembradas para enmascararla. El
autor parecía sonreírme desde las contratapas, con sus ojitos pequeños perdidos en el cristal ovalado de sus gafas:

—De eso se trata, chaval; lo mío va por el lado de insuflar fuerzas.

Este descubrimiento, a todas luces más cercano a un delirio de abstinencia que a una tesis literaria, me obligó a regar el
suelo con sus novelas para ver mejor, y saltó este mapa de tinta y sangre.

A lo largo de su vasta producción hay una figura de “Artista en Permanente Tensión con La Obra y El Oficio” que
aparece, cuando menos, novela de por medio. No es casual que la mayoría de sus atormentados protagonistas sean
escritores puestos a prueba con desafíos sobrenaturales (¿gente común que apuesta al abismo de escribir?), hombres
angustiados por la obligación de transitar caminos inhóspitos, terroríficos, sin garantías. Desde Carrie —novela que lo
lanzó a la fama—, en la que una adolescente telequinésica improvisa una venganza apocalíptica contra sus compañeros
de colegio (¿revancha contra quienes discriminan a los jóvenes introspectivos?), pasando por la enfermera loca de
Misery (¿cómo lidiar con los dictámenes de un mercado que pretende encasillar a los autores a fuerza de romperle
las piernas?) y hasta Duma Key —la última—, fabulosa crónica de un amputado que gana la capacidad sobrenatural de
pintar cuadros pavorosos con su brazo fantasma (¿verás brillar tu talento cuando capitalices las pérdidas más
dolorosas?), el universo de King se presenta como una gran metáfora con un mensaje contundente:

—Es un trabajo que cuesta, pero aunque asuste, es alucinante.


El autor de La milla verde es uno de los pocos que no ha dejado de sembrar pistas para los aspirantes entre sus
páginas pochocleras. Palabra por palabra, desde los comienzos, la cruzada se ha hecho más evidente a medida que
preparaba su generoso Mientras escribo —un libro clave a modo de manual de confesiones en el que revela algunos
trucos del oficio—. Después vendrían refuerzos comoLa historia de Lisey (¿cómo sobrellevar un matrimonio con un
artista?) y Cell (¿el valor de la producción artística en segundo plano ante la alienación del ser humano a manos de
la tecnología?), por nombrar algunos sin entrar en el kilométrico carretel de sus cuentos.

Ya sea por los designios del destino (La Zona Muerta; Maleficio; Ojos de fuego), o merced a una búsqueda que
emprendemos desde el desconocimiento (Un saco de huesos; El Resplandor), las historias de King hablan siempre de
los caminos desconocidos, de las transiciones perturbadoras, de los resultados de hacernos cargo de nuestras apuestas.
La suya, sin lugar a dudas, es la de usar la escritura tanto para franquear las puertas de los infiernos personales como
para ponerle coto a los demonios que asoman por debajo de la cama, proponiendo un vaivén que funciona como
materia prima efectiva para cualquier novela.

Cagazos…
Sé, como lo saben los seguidores de un mesías lunático, que adonde quiera que King vaya ahí estaré para abrirle los
libros. Creo en el dios pagano de la veneración ficcional, en el respeto incondicional por las instituciones cuando son
personas forjadas a golpe de tecla; creo en la apuesta de vaciar los bolsillos sobre los mostradores de las librerías, en la
comunión de los non sanctos. Le debo tantas horas de placer, tantos respingos, tantas metáforas, que me resulta
imposible no pensar en una retribución simbólica como es pagar el precio exorbitante de sus libros —una formalidad
que aceptamos los lectores y los autores para dejar contentas a las editoriales—.

Los que le tenemos cariño sabemos que hay que perdonar los finales predecibles, las horrorosas adaptaciones al cine,
los platos voladores, los seres viscosos, las leyes sobrenaturales, porque detrás de todo eso anida un placer que no es el
susto como lugar común. De alguna manera que desconozco sé —como lo sabe cualquier psicópata con un rifle en un
tejado— que lo que salga a la calle con su firma estará hecho a mi medida.

Después de raspar la superficie sabrosa de sus historias y arañar hasta el hueso


la arquitectura de sus monstruos, resulta imposible no ver que detrás del
decorado subyace un guión de esperanza, una palmada fraternal en el hombro
del aspirante. No han podido todas las malas traducciones españolas sepultar
ese encadenado de climas asfixiantes puesto al servicio de enseñar que el juego
consiste en acompañar al lector, sin soltarle la mano, capítulo a capítulo hacia
el final.

Hace ya varios libros que el muchacho de Maine empezó a trocar torturas por ladrillos en un intento por construir una
metáfora titánica sobre la relación que hay entre el hombre y la pasión. Si el valor de una obra pudiera medirse en
términos de las apuestas del autor, entonces hay que empujar las fichas hacia King, quien en soledad pelea contra los
monstruos del análisis descalificador y la exigencia ridícula de que una escritura resigne, en pos de la calidad, su
esencia terroríficamente generosa.
.
.
.

Extras y relacionados:

¿Fanatiquito yo?
Un hijo de su padre.
Post al cabo que ni quería (se te pega la traducción).
Videoentrevista.
Web de Esteban Rey.

Algunos libros que no listé en este coso, pero que están para chuparse los índices:

Cujo
Christine
Cementerio de animales (ay, mamá)
It (está en el título, es mi favorito)
Desesperación

Algunas películas que sí la pegaron (o estuvieron ahí) adaptando sus historias:

Carrie
Cujo
El Resplandor
Cementerio de animales
Cuenta conmigo
Sueños de libertad
Misery
Dolores Claiborne
Corazones en la Atlántida
La milla verde
La niebla

Libro que me muero por conseguir y que nadie lo tiene para vendérmelo:

The Stand (Apocalipsis)

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