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Miguel Alberto Bartolomé Librar el camino | Relatos sobre antropologia y alteridad Con este libro se intenta contribuir a la comprensién y la valoracion de la diferencia entre culturas por medio. de una estrategia que conjugue la reflexi6n con la biografia personal Todo antropélogo es el informante de si mismo,tal vez noel mésfiel, aunque inevitablemente el mas cercano. Sin embargo, con frecuen- cia se evita recurrira esta fuente de informacién tan proxima,ya que elautory su obrase hacen distantes por la mediacién que imponen las necesidades del método cientifico. Es por eso que los ensayos contenidos aqui no buscan destacar un protagonismo, sino aceptar el hecho de que la presenciay la expe~ fiencia de un antropélogo en otras culturas estan tenidas por el contexto personal del momento. La propuesta etnografica de esta obra se basa, entonces, en una busqueda por hablar de los otros a través del autor y no del autora través de los otros. Librar el camino Primere ediciéu: Instituto Naciowal de Antropolog{a Historia, Conaculta, México, 2002, Primera edicién en Argentina: Editorial Antropofagia, 2007. ‘wirw.eantropofagia.com.ar ISBN; 978-987-1238-19-4 Bartolomé, Miguel Alberto Librar el camino : relatos sobre antropologia y alteridad. - 2a ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2007. 192 p. ; 22x15 em, ISBN 978-987-1238-19-4 1. Antropologia. [. Titulo DD 301 Queda hecho el depésito que marca Ia | ley 11,723. No se permite lx reproduc cin total o parcial de este libro ni su almacenamiento ni ‘tansmisién por cualquier medio sin la autorizacidn de los editores. {ndice Pedlogo: Par los incre(bles caminos de Ja memozin por Alcida Rita Ramos Aprendiz de extranjero: oficio de antropélogo a % L-Diélogo mapuche . 2 I~ Cuaderno ayoreo - “ UiL~ Encuentros en la selva ee T= Vivir fe chinantla .....000+ cet V,- Bn tierras de los mayas ...-.- i es VL- Librar e! catnino: la violencia chatina. 52826 i BBR oo So vce denidar veo sata had a! Referencias bio-bibliogrétfic Sai apenbpia inhibi ae Fai un poco més lejos ~dijo— Juego un poco més lejos, hasta que he legado tan lejos que no sé cémo alguna vez volveré, Joseph Konrad Prélogo Por los increibles caminos de ia memoria Cando, en 1996, nusitro profesor visitante del Departamento de Antropologia dela Universidad de Brasilia y becario del Consejo Nacional de Investigaciones, Mignel Bartolomé, me dijo que pensahs esciir im libra de memorias, confiesn aque lo of con cierta dasia de excepticismo, to que no Te pasé desapercibicio coma Sudiea su referoncia a mis *a veces imiplavabes couentarias” . Pero, st aquellos comentarios cotriyeron & Ja realizecién de este libro, me felicito tardiaunente por oflos, Librar ef cumting valié la pena de haber sido escrito y vale mucho mas la pene de ser led ‘Tres cosas sobresalen fn este libro: Ia extraordinaria amplitud de las expe- lencfas etnogréfieas, In vivacidad do la memoria del autor y In elegancia: del estilo construido recurriendo a la iron, ¢ facluso a la auto-ironia, lo que yo aprecio de manera particular, Veamios cada rma de ellas con rads detalle. El estilo anglisajéu es una entre las varias opeiones de hacer stnogratia Cuando Evans-Pritchard {197%:301) abogo sobre la necesided de osiudiar con profindidad al menos dos sociedades \de manera tal que permnitieran tener ‘parkmetros de comparacién y contraste, no imaginaha baste dénde podrian lleger esos pardmotros. Es verdad que Miguel Bartolomé no realizé ctnografias de “profindidad”, al estile britsnico, es bisyueds de ls totalidad vative, y en realidad no podria hacerlo dala i multiplicided de pueblos ineiigevas om los ‘que trabaj6. Seria necesario vivir muchas vidas para poder cumplit et ef pro- grama evans-pritchadiano, Por lo contrario, Bartolomé asumte su elecci6a: “un problema para ctialquiey antropélogo radica en elegir entre In profundidad 0 1a diversidad del conocimiento; sin emhargo, yo na tengo el talento de dechear toda Ia vida a una sola cultira’ Peva insiste en que no se trate de an libro de viajes, ya que no ¢ focaliza en transiciones sino en dilatadas permanen- ins y artiesgn: “Tal yr2 queria demostrar la diferencia que wxiste entre une Dréctica entogrifie Jarinoamericann. ¥ la que se desenvuelve. en. tas émbitns Uuniversitarios metropalitatios” Sin embargo, este lito re merpotias aes més en px0 de la comprensién de la alteridad que muchos compenchos acaiéinicos, pues impacts divectamente es las visceras del lector. Un sofisticalo anlisis entropalégice ile les veudet- fax de los Chutinis mioxicanos. tal ver no provocase Ia profinda desazén que Libra el caminu hace susgir en e! lector. Sin embmrgo. en poco mis de veinte Paginas ©] autor trausmite la pesadilla chatina y la tragedia tel intercaniin 9 so Librar el camino senerulizudo de homicidios que desgracia a lat familias y despucbla les aldeas, De modo semejuute acompaiiamos el discreto encanto de los Mapuche de le Patagonia argentina o el sufrimiento secular de los Mayas de Vucatén, afecta dos por gnuesas capas de in eolontalismae cruel; ) esferzo de. resignificaciin de Jos Chinantecos de México, frente a la inminante inundaciéa de sus vidas por tuna iimplacable hidroeléctrica; la dulzura de los Avi-KatitEté, pueblo guarani del Paraguay; el conturbado vivir de los Ayoreo, también del Paraguay, caza- ores acosados por los sempiternos sedientos de tierras y seceutarizadores de indies, El conjunto constitnyr seis sitnaciones etrogedficas diferentes vividag en tres pases de América Latina, Otras experiencias «te no son relatadas en este libro fueron vividas por el autor entze los Wichi y Guaranies de la Are gentina; Guand y Guavakies de! Paraguay: Mixes, Nahuas, Sxcatecos, Zoques, Choutales v Mixtecos de México y, mas rapidemente, eutre las Kuna de Pa. hamé, Rarémuris de México, Kichés de Guatemala; asi como Tux y Quirinf del Brasil. Todo ello coustituye materia suficiente para condensar los muchos rosires de la indianidad en el continente latinoamerieano, No sé si los aires del Planalto Centzal brasileno detonazon alguna descarga involuntaria de las memorias almacenadas por Miguel Bartolomé pero, tal vex el relajamiento que produce el vivir lejos de las demandas de la cotidianeidad, haya tenida el efecto de hacer aflorar las madeleines que desecadenazon su ‘compulsién por rescatar el pasado. En su caso, este mecanismo proustiano le sirvié para mis de un propésito: distanciarse del uarcisismo posmoderno y de- sentradar al otru que vive en tne anisino; “quiero Lablar de los otros « través Inio y no de ini a través « los otto”. Sea como fuera, wl lector asiste un tauito ssombrado al desarrollo de esta anemoria prodigioss que, aunque avudada por diavios de campo de treinta o mas afios de existencia, crea ut hilo de Ariedna capaz de otorgar inteligibilidad a experiencias existenciales raramonte articn- lndas 0 articulables. Por ejemplo; asf como para los Chinantecos y tantos otros Pueblos indigenas acosadas por proyectos de desarrollo las represas hidroelée- tricas tienen una presencia impactante, en la vida de Bartolomé cubrierun las sombras de su pasado, ya que sus tnicas y familiares fueron inexora- blemente ahogadas por un evento desarvollista espafiol que inundé la aldea de sus abuelos {Por qué el autor eligié una expresién del desvario homicida chatino para dar su titulo al libro? Su explicacién (més explicit en uu mensaje que me envib por e-mail que en el propio libro) se remite s Ia imagen da Jorge Luie Borge Teferida a los caminos que se bifurcan de manera indofinide; tunagen que pone de relieve le obligatoriedad de que al elegir un caniino abandonamos todos Jos otros. Para un Chatino el primer homicidio abre un camino sin retorno; @ partir de ose momento la nica alternativa es continuar matando. Para up ‘etndgrafo el primer contacto con un pueblo indigena no le deja otra eleecién que Prélogo: Por los increibies caminos de lz memoria un ntinnar buscando las alteridades indigenas. {Sera librar ef camino wna se bra pareluchacr eta aro ox pb de asesinato virtual perpetrado por ua extraujero?.;Serd el congelamie: i Iola vida grupal en inertes hojas de papel una especie de hioicidio stmbslico oe dobloces mas profundos de la memoria no habria un malestar idelebie a nifesta en este ecto, tal vez fallido, de clegir una imagen asesina?. Weus or ‘estas inquietudes Bartolomé, tal vea involuntariamente, tree ala aartcie ‘cuestiones que pueblas los meandros subterréneos de quienes hacen n las alteridades ajenas. Tee er rent Cate Miia Bartley Reaabieat opi su valided de argenniex (argentino-mexicano), para apreciar las alternativas: } las sorpresas que 110s ofrece a alteridad cuendo es vista desde dentro. A pesar del uso a. vaces excesivo de arljetivos, su prose puede agredir, chocar © encantar, dependiendo de la posicion que assum ad lector La ironia es Bi rasgo mayor. Lis inreverencie es su Inclinacién, Bl respeto incondicioual por los ‘pueblos indigenas es su motivaciéu. Day ejemplos del original por temor a una traicién en le reduccién’ y para dar al lector una muestra de lo que es Librar el camino: anas Hespués cle mi llegada, le organizaciin Caritas envié a la mision Sicroeine a vopat afoewdense de onartas de ix remota ciudad de Nueva. York. Los misioueros entregarou las ropas » las indigenss {Ayoreo} para que ellos se las repartieran entre si, aunque no conocian muy bien el uso de la mayoria de las prendas. Al die siguiente pude contemplar la visiGn fellinesca del musculoso jefe de guerra, el dakasute Heroi, a quien yo ya habia. aprendide a respetar, gran cazador de jaguares y matador de hombres, dirigiéndose al monte con sus armas, stis adomos plumarios y vistiendo un sugerente y transparente negligé de aylon rosa (:58), Debo contesar mi fascinacién por este pasaje que me trae ecos resonintes de sitvaciones muy semejantes que presencié ent los inteépidos homisres Sanuimé en los adios 1960 y 1970. También en el que habla sobre los misioneros catdlicos: Al parecer los misioneros se conformaban con estos rituales de eonver- sién, en algunos momentos parecian burécrates de la adiministracién de almas; consideraban que vistiendo a los desmudos y cumpliendo con las Tutinarias prédiens. la salvacin (gquiass la propia?) netaba aseguratn * fine prélogo, que también constituyd inicialmente ur resekt, fue originalmente esctito en Portugués y publicadn eu el Anuasio Antropalogico de la Universidad de Brasta (N del T MAB) 2 Librar el camino rat caring Tan presente en el texto como te jrreverencia -hébil mecanismo para dos Seomascarer las modalidades que asume la dominacién~ esta el gusto pot Ie auto-ironfa, tal como en estes ejemplos: Yo era un cohnone [parm fos Ayoreas), término que se puede traduegp cotno extranjero, pero que deniota bésicamente a un “insensato": » alguict ‘que no conoce las verdaderas normas que rigen la vida de la gente y que por lo tanto deseinpetia constantes conductas desviadas ...Al parecer tg. existe nada mds ridieulo y divertido que un cohage antropélogo (: 58, 60) BI autor se devela ante el lector con una eandidez que, aunque un tangy estudiada, muesiza su inapetencia por la presunciéu; muchas veces esumida or antropélogos que extréen de su experiencia etnogrésica el combustible para su autopromocién. Nuestro colegs de Tabasco, dotado de un humor corrosivo e insélite, fos habla convencido que Olga era une hija bestarda de Morley, el gran investigador estadounidense a quien tanto debe le. arqueologia maya. Me produjo una. cierta indignacién conocer este supuesto miserable destino topical de una descendiente del cientifico. Cuando supe qile se trataba de un invento del tabasquciio, en realidad preferi seguir pensanda que era cierto, aferréndome a la oscura y melancélics grandeza del fraceso, Este ilustre arquedlogo contribuy6 sin saberlo para que, décadas mas tarda, Bartolomé practicase con gusto una iz6nica autocritiea: Quizas el tiempo ayude al proceso ¥en los adios transcurridos se hayan utilizado Ia paila y las campanas [ofertadas por Bartolomé a Jos Mayas} del azul con barbs. (el misino Bartolomé, aunque no tuvieran le calidad de Jas que entregara el venerado y famoso y ya para mi insoportable doctor ‘Sylvanus Morley. El burlarse de si mismo también transcurre cn la cotiniadeided de la vida doméstica etnogréfica: A Ins mujeres {chatines} locales les encanta tener alguien con quien dislo- ger mientras realizan los rutinarios trabajos domésticos. En cambio Jaime ¥ yo debemos porseguir a loo cordiales peru uu Lato esquivos y siem- Pre ocupados hombres. Asi la estructuracion de nuestros diferentes papeles domésticos consiste en que Jaime acarree el agua del distante pozo y yO cocine, mientras une exuberante Alicia nos relata la rica informacion qué le proporcionan las comunicativas mujeres Prélogo: Por los increibles caminos de la memoria 3 jartolomé expresa libremente su indignacién frente a los abusos cometidos Rees sce eae Snare fa Chinantecos de México creada por la construccién de la represa Cerro de Gh El expone estos abuse con un lenguaie de ta sensibilidad que no siempre es permitida en los textos de culo més académico, tales coma los soi oo @1y Alicia Berabas citados al final de Librar el camino. Los nuevos aioe del poder que empujeban a los Chinantecos hacia une situacién de idefensién social y politics, aplicaban la sérdidn distincién entre “gente de razén” y "gente de costumbre” : ta! es Ja birbara denominacién colonial que ain se utilize en ‘México para diferenciar a los mestizos de los indios, i ido grupos de ind. ‘Torpes y despétices, buscaban legitimarse reclutendo gn genes Clesiclizados a quienes “searenban” a les acts partidaci, cot Is promesa de empatedados y bebidas. Un aspecto de esos abusos esté también representado en la omisin ante la situacién, por parte de aquellos de quienes se esperaria una. posicién eritien coherente con los problemas de la injusticia social, Bartolomé tampoco lox disculpa: ‘A pesar del gran desarrollo institucional de la antropologia mexicana, ni 1 indigenisime oficial ni nuestros colegas de la corminidad profesional pare- cian interesarse en la desesperada situactén de las més de 20,000 victimas del “reacomodo” No estén ausentes tampoco las critieas ciertas ideas fijas de la antropo- logia, estereotipos heredados que se adhieren como rémoras a la estructura conceptual de la profesién. Una de esas ideas recibidas y poco refiexionedas es la denominacién de “mito” a las narrativas indigenes, para cuyo gener 10 s@ ha encontrado tuna denominaciéa més adecuada. Sutilmente, sin alardes ni Polémicas, Bartolomé aborda de frente esa cuestién con s6lo siete palabras: En el acapite de estas piginas reproduzco precisamente un fragmento del poema cosmogénico ce los mbya si lo desean !l4menjo mito-. en el que la deidad Namandii Ru Eté (Nuestro Auténtico Padre) crea el lenguaje humano, ayvu repyté, como parte de su propia divinidad (énfasis iio). Después de vivencias etnogréficas tan contundentes y diversificadas como Sout las de Bartolome, resulta dificil contentarnos con la simplificacién de con- ceptos, como diria Geertz (1983:57), distantes de la experiencie y que constru- ‘Yen fosos a la comprensién entre los pueblos indigenas y el lector de antropo~ logfa. “Mito” es uno entre miichos de esos concéptes, que en su momento s¢ u brar el camino br et camino, Lonsiderabay yeuttes de valor, pero que son eapaces de saltar los fo0os caves dor por in cierto relatvismo constzuctivo, y que pasnron a connote al mney a el sentida comin, uns nociéa de quiraera, de inversosimilitud, més propia ie los “primitives” que de los eecidentalesesclarecidos. ;Por qué, siguende ie dicho por Bartolomé. no reconocer el caraeter especifico de las narratives (Re ‘nos, 1988). yn sean misticas, histérieas, poiticas o estétiens, que hace mucha rnds justice a las relidades indigenas sive imicio mejor n la imaginecion ctnogrics Leer Libvar e! camino es introducirse por los meandyos de ta anemoria de un etugrato que anda parece olvidar y nada se ahorra de vivir. Es bodarse en al delete de nna prosa cautivante que lleva al lector etuégrafo a sus propia secordaciones del mundo de las alteridades profundas. Bs, en fin, darse cuenta, de que, finimente. vale ls pana ser extraflo en tierras extras, Te estaunoe agradecidos, Miguel, por este regalo. Alida Rita Ramos Universidad de Brasil Aprendiz de extranjero: oficio de antropdlogo «,.. (Jos antropéloges)... fuimes los primeros en insistir en que vernos la ‘vida de fos otros @ través de lentes construidos por nosotros, y que los otros ven nuestras vidas a través de sus propios lentes construidos por ellos ‘mismnos,.." Clifford Geertz (1984) Presentacién del self Soy 1m antropélogo. Si un ciudadano mexicano eseuchiare esta afirmacién su- pondria que me dedico a excavar monumentos arquecligicos. Si el interlocutor s argentino probablemente creeré que soy un incansable buscador de huesos de animales extintos. Aclaracé: soy un antropélogo social, y las miradas de Incomprensién se harén ain més presentes. Estudio a los pueblos indios dice, y laxmayorla considerard que es im hobbie interesante para un eventurero. Ha- © alos un colege mexicano informé & los carnpesinos que estudiaba que ea antropélogo, ellos le respondieron que rso ye st los habia dicho, pero que le sstaban proguntande de qué trabajaba, La duda no silo asalta a los de aluere, sms de an colega se interroga sobre los Ambitos y limites de uuestza tazew Finalmente ;que es la antropologia?, la respuesta es Lan sencilla como quizés ambigua: antropologia es lo que los antropdlogos han hecho y hecen. Desde Ia. época de los padres fndadores del oficio dedicados a los extudios de las sociedades “primitivas” los intereses de la comuxided profesional lisn vatiodo censiblemente, En Je actualidad jay antropdlogos que esiudian el car- naval, el fitbol, el deserrollo econémico, las idemtiiades nacionales, la vida de los travesties, la clase obreta o las saciedades campesinias. Desde mi punto de vista todos ellos son campos absolutamente legitimos para lo reflenidn, et la ‘Medida en que son estudiados a partir de la valoracién de la dimensién cul- tural. También bay antropélogos. como yo. que siguen dedicando su préctica Profesioual al estudio de ins sociedades indigeaas, Tal vee ello se vineule ms con los origenes de la antropologia, pero no constlluye una apelacion a 30 Pooailo sino parte activa de un presente dindinico. El hecho es que soy un antropélogo dedicado al estuilio de las socieides indigenas de América Latina, v que a pesar de las modas generacionales hace Muchos aos que defiendo el valor del couccimiento etnogriico. He pasado 15 16 Librar ef camino ibrar et caring varios aios de mi vido residiondo en comunidades indigenss de Argentine, Paraguay y México, ademés de haber realizado numerosas visitas més o me” tos prolongadas muchos otros grupos de diferentes paises. En ese tiempo he trabajado o me he relacionado con mapuches, matacos y guarantes de Io Argentina; ayoneos, guans, guaranies y guayakies del Paraguay; chinantecos, mayas, chatinos, mixes, nahuas, ixeatecos, zoques, chontales y mixtecos ae México: y visitado ademés a kunas de Panaind, rardmuris de México, kichés de Guatemala, tuxé y quiriti del Brasil, colorado y otavaleios del Ecuador, asi como & otras grupos tal como espern seguir baciéndolo en el futuro, Ha, bie cumplido veinte afios cuando comencé a convivir con pueblos indigenas ¥ varias afortunadas ciretunstancias han permitido que esa posibilidad fuera constante hasta el presente (mAs de treinta altos después). Una de ellas es que desde hace casi tres décadas soy Profesor-Investigador del Instituto Nacional de Antropologia ¢ Historia de México; posicién que me exitne de la obligacién de responsabilidades docentes y me permnite investigar en forma ininterram. pida. También ello have posible que el trabajo de campo con culturas nativas fn0 se haya convertido en el tradicional recuerdo de una experiencia inicidtion, «que legitima la fSuinacién antropoldgica, sino en tuna préctiea constante en ma Vida. Hace muchos aflos que vivo con mi compariera y colegs Alicia Barabes en las afueras de Oaxaca, ciudad colonial capital del estado mexicano del mistto hombre. Oaxaca, ademés de tener una admirable biodiversidad cuenta con la mayor poblacién indigena de México, asi como con el mayor niunero de grupos etnolingiisticos. Esto permite establecer relaciones interculturales més cons- tantes que las tradicionales: cuando ne visitamos alguia comunidad indigens, ellos nos visitan a nosotros. En tanto otros colegas emprenden largos viajes Para estudiar rituales sociales tales como las mayordomias, nosotros debemos cerrar Ins ventanas para que el ruido de dichas celebraciones nos deje dormir. LQuién es exético para quién? Algunos creen que los antropdlogos nios dedicamos a realizar cierta clase de apologia del exotismo, pero esas propuestas suponen que todas pertenecemos a une tradicién cultural unitaria que se confronta con las otras. Sin embar- 0, muchos provenimos de tradiciones que nnestros colegas metropolitanos vacilarfan en calificar de “oceidentales”, y que pueden ser tan exéticas como cualquiera dependiendo de la perspectiva del ohservailor. Mi caso ne ec muy de ferente al de otras colegas latinoamericanos. Naci en la provincia argentina de Misiones, tierra selvatica subtropical ubicada entre los rfos Parana y Uruguay, que configuran las un tanto arbitrarias fronteras con Paraguay y Brasil. En los Aprendiz de extranjero: oficio de antrapdlogo v a ———e'—rresc re -0s aiios de mi vida crela que Misiones también tenia limites Si ba ni nifiez y juventud estuvo presente ls lengua guaran y la imagen See fates canporne ot glariuby at cove enotetipo sortoal a Papcho. Sombceras de paja, machetes y pies descalzes, emnponian la fsoug- fafa de los vaviopintos tebaiadoes rurale ere los quo abundaban tate ls wrenos paraguayos como los rubivs colonos alemanes, polacos o ueranianos, Siitoeainelo savas Suton dé eros phanssjes nisi oe ta tsanunn acto: trépicos: un constructor italiano que antes de ser devorado por la lejania y Ia nostalgia dejé una dilatada progenie. Mis abuelos paternos espafoles arribaron alas lanuras boriacrenses, alli nacié mi padre cuyas inquictudes laborales lo Licferon partir hacia las calurosas tierras misioneras, Ese es mi linaje, que po- dria llamar europeo si no fuera porque los migrantes tendian a desarrollar una especie de amnesia genealdgica que los separabs definitivamente de su mundo; habfan partido para un viaje sin retorno y el pasado constituia un lastre emo ional que no deseaban tramsinitit. Asi, aquellos hijos y nietos de inmigrantes fuimos europeos sin Europa Decia que cuando niflo suponia que Misiones limitaba con tres paises. Y es que ser argentino en Argentina siguificaba bésicamente pertenecer o relacio- narse con Buenos Aires, la gran ciudad-estado que controla el pais. Y nada ara m{ mas distante de la simbologia y la realidad de Buenos Aires que la selva, su campesinado y sobre toclo la cnorme parentela proviniciaua. Mi famic ia debié trasladarse a Buenos Aires chanclo yo aiin era un nifo y allf pasé a ser micinbro de una solitaria fauuilia nueloar, pero on Posadas —la capital de Misiones era y soy siempre el hijo, sobriuo, tio, uieto © priino de alguien: no sé orqué a algunos colegas les cuesta tanto entender los sistermus tecnonitaicos Que definen al individuo siempre en relacién a si grupo parental. Uno aprende ‘apreciar el papel del parentesco cuando no tiene parientes cerca y carece de la solideridad instantanea que generan. Fue entonces en Buenos Aires, la capital de mi pais de origen, donde comiencé a aprender a ser extranjero, vocacién que ‘ome ha abandonado en el yesto de mi vida. El extranjero es percibido como tm ser diferente, desconcierta tanto su aspecto como su desconocido pasado feanseurrida fuera del lugar al que llega. A su vez, por lo general no puede Svitar doseubrir el nuevo mnudo que 16 rodea con Ta especial fascinacion del Mier, pensando que nunca legaré a ser del todo suyo. Con el correr de los afos tiende a cultivar tina vaga o desesperada nostalgia por tm incierto origen jMecuerdo que en un pais de tamigrantes uo habia ne forma homogénea de ta eettino. Sin embargo el discurso politico estatal en la época de mi juven- fd enfaticaba el hecho de que éramos "occidentales ¥ eristianos”: asi indios, Judios, érabes y orientales tenian una atgentimdad dudosa, De esta manera mt ‘vndicién occidental formaba parte de un pruvarto y siscurso estatal que tos 18 Librar el camino \nclufa, aunque el total de la cludadania no bubiera conteibuido a defini, Londies, Paris y Nueva York eran nuestros referentes civilizatorios & pesar de ue no los conociéramos. Aos después, cuando comencé a recorrer el mundo, deseubri que nasa era mas exético para mi que las imagenes de Francia o Ingla. terra que forran los modelos culturales iniviales. Sin embargo ese mundo mnca podria ser el mio: cuando conoef los jardines de Versalles quedé tan desorienta- do como Clade Levi-Stranss cuando se interné en Ja selva. Le. domesticaciéin masiva del paisaje y la naturaleza, siguicnda las leyes de la perspectiva y- la eometria, me parecié mas irreal v fantastia que el aparente caos de las selvas que habian impactado al melaucélico antor de Tristes Tripicos ‘Toda persona tiene sti propia teorin del exotismo, si versién de los éimbitos y situaciones que para ella son remotos y fascinantes. En unis inicios romo antropélogo trabajé con pueblos de las selvas tropicales del Paraguay. El mundo cultural era abrumadoramente complejo y diferente al mio, pero la selva era la vnisma ¥ le lengua guarant tabiés estahn presente. Tenia poco més de veinte alios, y em la latga soledad de las noches escuchaba musica grabads de tin lugar exdtico Hamade San Francisco, que me producfa el anhelo de lo desconocide, Ey la aldea vivia un joven paraguayo mestizo, casado con ima de las nfetas del jefe chaman, quien me ayadaba en mis dificultades lingisticns. Agotados los pocos libros que habia podido transportar, él me prestaba unas manoscadas ediciones baratas de novelas de detectives. Ricardo habia eazado jaguarcs pumas, habia crnzado rfos infestaiios re pirafias ¥ eseapado de las Aocas de los entonces hostiles guayakies, En las noches pobladas dle las miltiples ruidos de ta selva, me coutaba su secreto deseo de llegar a ser detective y vivir en el extrafo y emocionante mundo de las ciudades tales como Villa Rica 0 Asuneién. Coherente con mis amnbigwos origenes nacionales desde bace casi treiuta alos me he convertide en um argenmex, en uit argentino-mexicano. Este t6t- mino alude a una nueva configaracién identitaria desarcollada por los miles de argentinos que se radicaron ex: México, Imuyendo de las dictaduras militares que ensangrentaron el pais. Ese no fue estrictamente mi caso, llegué a México en 1971 como profesor visitante de una universidad. es decir voluntariamente y también me he quedado en forma voluntaria, aunque la guerra interna de la Argentina desalenté cualquier fantasia de retorna: cuando éste fue posible era demakiado tarde: va cra un argenmex. Nadie sabe emo surgi el concepto, pe rose coustituyé tanto en unu categoria de antoadscripcién como de adseripcion por otros, esto és en ina categoria étnica, Algrmos fueron ninos que legaro® on sus padees, ottos nacteron en la nueva patria, muchos de los adultos deck vtieron quedarse atin después de la caida de la dictadura, Pero incluso Jos aue regresaron no pudieron renunciar definitivamente 2 sit mexicanidad adoptiv® Hace poco me enteré que el Dia del Grito que commemora la independencls ‘Aprendiz de extranjera: ofcio de antropéloga 19 mexicans, es celebrado en unt pueblo de la distante Patagonia por une comu dad de nostélgicos, que recurre a una Gnica snfitriona uriginaria para celebrar la més mexicana de todas las noches. No sé si los argenmex tendremos un futuro étnico posible o si nuestro destino seré una inevitable absorcién; pero el hecho ea que por ahora sornos miles los portaderes de esta fliacién sinerética fa la que confiuyen dos vastas tradiciones nacionales y numerosas vertientes re- gionales, No es infrecuente que instrumentalmente invogueruos una identidad argentina o mexicana dependiendo de] rontexto. Nuestra configuracién hvhrida conjugnel asado y el mole, el vino y el tequila, el tango y el danzén, J.L. Borges y Octavio Pas; todo condimentado con ol irrenunciable chile picante. Homes aprendido a mancjar cédigos Imguisticos y simbélicos cu forma alternativa sin buscar renunciar a ninguno de ellos; en esa dualidad que tal vez no requiere ser resuclia transita la vida de todo argenmex. No es uecesatio ser antropdlago para transformar lo inleialmente lejano, eso que algunos llaman exétieo, en propio y aprender a convivir con la diferencia sin voluntad de abolitla. Mis historias etnogrSficas La nesesidad, que no Io idea, de escribir estos textos surgié durante ti estadia como profesor visitante del Departamento de Antropologia de In Universidad de Brasilia en el primer semestre de 1996. Quizés la tierra roja del planalto bbrasileiio y ta vegetacion de su sabena, el “cerrado”, despertaron en mi recuer- dos sudamericanos euya tntensidad me sorprendié. ‘Tal vez todo se dabié a que ths tereas académicas me dejaban bastante tiempo libre. Debo a mi amiga y colega Alcida Rita Ramos, no sélo esta mieva experiencia brasileiia, sino tane bién el eceeso « In “teorfa proustiana de Ta madeleine desencadenadora de ‘memories involuntarias. El hecho es que me asomé a ventanas de la memevia cuya visién proporciouaba escenarios biagréficos pletéricos le detalles que no crefa recordar. La melancdlica propuesta ce ls escritora mexicans Elena Garro, sintetiza la necesidad de esta bisqueda individual y social tal vez con mayor Previsidn que una prolija refiexién teérica, cuando apuntaha que “yo sélo soy eae ¥ la memoria que de mi se tenga”. Le experiencia elmogréfice est con, an SNOESES que Faramente son eonsignados en nnestros escritos académi- Rate Tuuchos de ellos son mas reveladores que las coustrucciones aden ane a allé de su utilidad informativa o de las muchas posible f itieas auc ofrecen, su irroductibilidad bésica radica en uns pr tinnz septiva a abandonar nuestra: memoria. yee oat ue, de acuerdo con las modas contemapordneas, esta shra aie de pertenecer a la tradicién posmoderna, Jo que realmente eraria una weussciin Perrtaseme alegar en mi defensa, Mucos aden 20 Librar el camino atrés, cuando tuve la oportunidad de establecer una amistosa relscién con et gran escritor mexicano Juan Rulfo, este nos relataba su desorientacién ente los ctiticos que destacaban el paralelismo entre st obra y la de William Faulkner, Se afirmaba que el autor norteamericano habfa inffuenciado al mexieano, y ‘Don Juan lleg6 aceptarlo en esa época porque le dabe vergiienza responder que nunca lo habfa leido. No soy un antropdlogo habitante de universidades, sino que resido en wna provincia carente de academia, de algunas cosas me entero muy tarde. Cuando comencé a escribir estas piginas en Brasilia, elen- tado por ideas que habfan sido muy previas ya que incluso la primer versiGn do uno de los textos data de 1979, desconecia muchas de las propuestas de los antropélogos posmodernos, con cuyas cbras comencé a relaclonarme crite camente a partir de ese momento, gracias al estimulante clima intelectual del Departamento de Antropologfa. Si algin comentario he de hacer sobre ellos, es que no creo que el tardio (re}descubrimiento de I hermenéutics por parte de la tradici6n positivista anglosajona, pueda sor consideredo uns escuela de pensamiento, En realidad su produccién se traduce en una confusa algarabia de textos supuestamente isveverentes y originales, pero en realidad muy fi cilmonte olvidablos. La mayor parte som sélo sonidos, sin siquiera un poco de faria que les dé vida, y cve0 que no signifiean nada. Por le menos nada més que un juego para antropélogos que gustan de intentar escandalizar 0 conmover 610 a los clanstros. universitarios, alejacios de los procesos y dramas sociales que parlecen las culturas nativas. ‘No nos pertenece cl derecho a ejencer el pasado como si fuera nuestro presen te, por ello s6lo podemos recordarnos como si nuestra historia fuera la historia de otra persona en otro tiempo, Consclente de esta limitacién de la memoris 10 hte pretendido narrar sélo mis experiencias personales oon socieciades indigeuas de América Latina, sino volver a vivirlas a través de la escritura y naf lograr reflexionar en forma més cercana sobre la relacién de un antropélogo con los pueblos que estudia, Me parece posible entonces contribuir a la. comprensién y valoracién de la diferencia entre culturas por medio de uma estrategia que bbusca conjugar la reflexién con la biograffa personal. Tada antropélogo es el informante de sf mismo, tal vez no el més fiel, aunque inovitablemente ! nds cereano, Con frecuencia evitamos recurrit a esta fuente de informacion tan prdxima, ya que se hace distante por la mediacién que las necesidades del sétodo cientifico nos fiuponen. No se trata de enfatizar el protagonismo, sine de acepiar el hecko de que nuestra presencia en otras culturas esté teside del contexto personal del momento. Deliberadamente he exciuido de estes relato® otros procesos de mi vida que transcurrieron de manera simulténea a Jos Suc sos narrados: no pretendo escribir una biografia que nadie me ha pedido y q¥® a nadie interesa; quiero hablar de las otros a travis mio y no de mf a través de los otros, En una obra cuyo sentido global no necesariamente compart, C- Aprendiz de extranjero: aficio de antropélogo A Geertz (1989) destacaba un componente central de la tarea etnogréfica: so tra ta de una experiencia biogrdfica que debe ser traducida en términos cientificas. De alli todas las dudas referidas a la subjetividad invoiuerada. Por ello creo que si cuando Jas citcunstancias lo ameritan aceptamos develar la, ecuacién personal que interviene en la relacién con los utzos, podremos aspirar a que la buscada objetividad cientifica no se transforme en un disiraz, que pretenda re- emplazar y ocultar la experiencia que ha afectado a su aparentemente distante espectador y protagonist. ‘Ante la critica de la exaltaciin del exotismo atribuido a la obra etnogré- fica, pretendo que estas péginas scan una toma de posicién al respecto. Mas allé de ua discursiva propuesta tedrica he tratado de recurtir a mi propia Diograifa etmogréfica, con todas las dudas y problematizactones derivadas mas de treinta afios de investigaciones sobre pueblos indigenas. Creo que para el lector quedaré claro que los distintos relatas etnogréficos que aqui exponga no pretenden constituirse en un libro de viajes, puesto que no aluden a transicio~ nes sino a dilatadas permanencias. No pretendo que las refiexiones derivadas de experiencias que para mi fueron intensas sean necesariamente. compartidas, pero al menos deseo comunicarias para contribuir a la discusién respecto a la ahora tan cuestionada posicién del etndgrafo. Tal vez pretendo demostrar la diferencia que existe entre nna practica etnogréfica latinoamericana y la que se desarrolla en les émbitos universitarios metropolitanos, recurriendo @ mi pro~ Pia historia profesional. Quizis busco en ella un marco relerencial desde el cual se pueda critiear a los eriticas de Ia atnografia, buscando conjugar la aparente antinomia entre subjetividad y objetividad que no considero tan irreductible. Y si las [fneas anteriores abusan de condicionales, se debe a que no sé definir exsctanenta ‘el objetivo del ejercicio etnografico, biogréfico y eventualmente Hterario que propongo en estas paginas. Quizés (juna vez més!) sa redaccién me fuera sugerida por la constante critica a la posicién del etnégrafo como Bee et gets dominacién, no sélo politico y econémica sino tam diane Bcutelvo. Como alguien que expropia y se apropia de ls palabras de los ae ah advertir Jas mediaciones objetivas y subjetivas que sus propios ori- ieee 'turales le imponen. Algunas de estas para m{ precarias perspectivas, plase Ay ‘& proponer la cancelacién de Ja prictica etnografiea y su reem- Siudice cidule einen sin mayor substancia que son log Iamados invertigadon, ae studies), realizados sobre la propia sociedad del sneetlador, Desde exias Proposes ia voustruscldn del discurso etnogrticn Timanists mata silo como un acto de poder, despojado de toda voracion En relaci tipets pew Big Marshal Sabie (1976) ha destacado en su en- wo da ; ina a la clase media norteamericana, que fasgos que distingue a la civilizactén occidental es su enorme e 2 ar el camino institucionalizado poder simbélico, capaz de imponerse sobre ottas experien- cias de realided. Sin embargo, en mi experiencia emogréfica ( y creo que en la de bastantes otros) las zelaciones de poder fueron inversas; uuchos de los roundos indigenias que he eompartido o a los que me he asomado, se me impu- sicron con mayor intensidad que mi capacidad de zeaceionar ante ellos. ‘Toda socieded nativa, por subordinada que se encuentre, esté dotada de sus propios recursos culturales y simbélicos, capaces de coustituitse en experiencias de realidad dominantes que permean y modifican la de qniien convive con ellos Muchos colegas estardn de acuerdo conmigo, aunque no todos nos hayamos atrevido a expresar esta crisis personal en nuestros escritos. Cuando uno vive con otra cultura no resulta posible mantenerse ajeno al poder simbélice que tll ejerce sobre el Auubito de st infiuencia, y deustro del eual se eneuentra tem= porariamente itvolucrado el antropélogo. Y a pesar de la temporaliclad més 0 menos limitada de la experiencia, éta suele cuestionar profundaments muchas estructuras culturales y personales. El trabajo de campo con una cultura alterna produce easi siempre lo que Jos antropSlogos lamamos un “choque cultural”; producto de la conflictiva y generalmente erftica confrontaciin con una estructura de realidad diferente a Ja propia. Bsa realidad busca imponerse como una nuevs estructura de plausi- bilidari que se orienta a desplazar a la preexistente: io “real constitnide "dentro de lo cual transcurria nnestra vide cotidisna exbibe de pronto su cardcter con tingente y arbitrario. Por qué mantener esa vida si existen otras, tal vex mAs prdximas & nucstras fantasias existenciales? En algunos casos este choque se traduce en una radical critica de la vide previa, en otros al menos euestions, ls aparente universalidad de la cultura dei antrop6logo, Lo que en mi entraba, muchas veoes en crisis no era la tradicién occidantal genérica a la cual podsia, ser adscripto: carecfa ~asin carezco- de la capaciciad de algunos etndgrafos de considerarse representantes de su civilizacién. En mi caso, ese tipo de refle~ sign derivada del chogue cultural que podriamos calificar como autognosis, se orientaba generalmente a desteear la preesriedad no sélo de la configuracién cultural propia, siuo también de la persoual al ser confrontada con otras, en situactones en las cuales el etnégrafo esta solo o forma parte de una minis- ccula minora y se encuentra particalarmente sensible al nuevo mundo social y simbélico que no sélo lo rosea sino que también To invade. Buscando recursos para la refiexién me he asomiade entonees a las veuttauas do la mnetaotin y a través de cllas me he detenido en lu observacién de paisajes biograticas que creia olvidados, Uada uno me pennitié volver a aproximarme con nitides insospechada a situaciones y emociones enya distancia temporal Jos tornaba inicislmente nebulosos, Ein todas ellas encontsé hechos y procesos ‘que ilustraban la siempre compleje relacién con las nlveridades eulturales. He abierto entonces las ventanas mapuche, guaranf, ayoreo, chinauteca, inaya y de extranjeto: oficio de antropélogo 2 Apren chotina, cuyo orden cronclogico se corexponde con parte de mi biografix como antropélogo. Eu esas épocas fui ininka, carai, cobiione, tsx ju, daul y ne’pi, térmings con que cada una de eses culturas designa a los miemibros del grupo “blanco” genérico al cual padia yo ser adscripto. Asi cada vez se me adjudicé una eondicién étnica que yo no erefa poseer, pero que pata los nativos estaba siempre presente, Surgieron de esta wianera uia serie de historias cuyo hilo conductor pareciera estar dado por la relacisn eutre descubrimiento, exotisiso, afectividad, extraiiamiaito y poder. Soy consciente de que estos relatos se prosentans camo ima serie de tannélogos; sin erahairgo refieren a la hrisqneda de dilogos, algunos logratos y otros no tanto, pero tados ellos respondieron al mismo objetivo; comunicarme con culturas diferentes a la ma, tratar (jslempre sblo tratar!) de ver él mnmdo con los njas de los otros. El titulo de este libro, Librar el camino. refiere no sélo al nombre de uno de Jos relatos, sino al contenido que otorga a esa frase la cultura chatina de Oaxae ca. Para ellos una persona ha “ltbrado su csmnino", cuanda alguna eniocién totalizadora Is hace invalucrarse de manera definstiva en uno de los posibles senderos de la vida. Con frecuencis “libran su camina” a partir de Ja violencia y la venganza, no es mi caso, pero creo haber tomade un camnino que excluyé otros posibles y, al igual que ex el caso del persouaje de Konrad que uso de acdpite de esta obra, “he Tlegado tan lejos que no sé cdma alguna vez volve- Fé" He construido entones una serie de reteaton etnogréicas derivados de mi experiencia profesional, en base a datos surgidos de procesos personales con- Jugades con los de tos pueblos con los que he coavivide, que deberian poder argumentar por si solos en la discusién contemporanea sobze el papel del etnd- ssrafo, Y si todo autor de un ensayo suffe de dudas y ansiedades respecto a la validea de su trabajo, la escritura biogedfice plantea problemes de legitimidad casi insalvables: he tratado de ser lo nis veridica que el tiempo y la memoria me lo permitieron, va en ello mi lealtad al pasado. El multicitado, aunque no siempre comprendido, Jorge Luis Borges decia que silo somos nuestra memo- ria, ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montén de espejos rotos. Es diftel recompouer los fragmentos de la memoria guiado por una voluntad unitaria que se comporta como nna teleologia interesada. No quiero atribuir excesiva cobterencia e intencionalidad a una vida que, camo todas, también estuvo guiada por el implacable azar. Sin embargo el mayor cuestionamiento Proviene no tanto de la inaccesible recuperacién del pasado, sino de la duda Fesperta # si cada tonto informa de lo que quiere informat. dive ly que qulere decir » si su propésito resultaré sélo legible para el autor. ‘Todo libro es une Puerta cerrada de la que cada lector tiene suave personal, pro la misma Puerta conduco a distintos mbitos y diferentes caminos. Espero eulonces que 1 lector haga sw propia e interesada lectura cle estas paginas. recordande que 10 soy ol actor principal de las historias, sina sélo uno de sus testiges. Qi 24 Librar el camino fon estas piiginas se encuentren ciertas notas un tanto melancélicas que deben ser atribuidas a defectos de mi cardcter. Sin embango, y recordando al investi- |-Didlogo mapuche gedor Kent Flannery quien propone que la arqueologia es lo més divertido que se puede hacer con los pantalones puestos, debo aclarar que todavia pienso que la etnograffa es una de las cosas ins divertidas que se pueden hacer, con ©.sin pantalones, e incluso adornado con plumas, Como suele suiceder, atin en empresas de esta naturaleza la inseguridad nos hace buscar la complicidad de amigos y colegas, & quienes sometemos al tradi- cional ritual de lectura de los textos antes de su publicacién. Debo agradecer entonces los a veces iinplacables comentarios de Alcida Rita Ramos de la Uni- versidad de Brasilia, de Joan Josep Pujadas de la Universidad de Tarragona y de Mario Satz quien es portacor de su propia Universidad. También obligué a involucrarse a varios de mis alumnos de la Universidad de Brasilia, s mi ami- ga Vilma Barahona, » mi colega Benjamin Maldonado y @ mi sobrine Paula Constanza Bartolomé. Por supuesto que mi esposa Alicia Barabas, protagonis- ta involuntaria de algunas de estas paginas, las leyé, criticé y eventualmente legitimé aquella parte del pasado biografico y etnogrifico compartido. MAB San Felipe del Agua, Oaxaca, México El autor contemplando un momento de la ceremonia del Nguillatin, Ruca Choroy. Patagonia, Argentina. Foto Universidad de Tucumén, 1966, ‘A Mario Satz, por la arnistad ¥y Jes imagenes compartidas Una vocacién cuestionada La Patagonia es para mf una tierra lejama ea el espacio y en el tiempo pero cercann a Ja voluntad y a a memoria, Desde muy javen comencé a recorrer- la, primero como acampante, después como montafista aficionado, Conoct las infinitas mesetas que curvan el Horizonte; paisajes de tundra, arbustos acha- pertados, vientos avllantes y eielos inconmensurables desde dande las luces de las estrellas pueden despertar a quien duerme a campo abjerto. También me relacioné con los helados lagos. cuyas demasiado puras aguas casi no ofrecer resistencia al cuerpo que se hunde. Pero quizés mi mayor pasién fue entregarme a la extraia prictica del endinismo solitario, Actor do nina historia por todos desconocida, recortia los bosques de coniferas hasta Tegar a Ins abruptas lado- ras, cuyos paredones de piedia o hielo me ofrecian la posibilidad de um siempre renovado encuentro. Como muchos, no sabia qué hier cuando aleanzaba ane cumbre; no se trataba de un desafio cumplido o de una conqnista, me bastabs recrearme con Ia, visién de los campos de hielo o sentir Ja momentdnes y fia ansiedad de las alturas. Pero habfa, algo més que me atra‘a: todo lo que existe cobra otra dimensidn de sentido al ser nombrado, y los topénimos patagéni- cos me proporcionaban une sensacién de indefinida nostalgia. Puta Laufquen Pichi Levi. Nakue! Huapi, Traful, Pilmaiquén, Ruca Maléu, Pilcaniyeu, La- nin, Cerres, rios, valles, bosques; todo ya habla sido nombrada, Pero no con términos eastellanos; la tierra conservaba las voces de otra gente, exhibia las Inuellas de un pasado que se hacia presente a través del poder evocadar de la palabra. En inis travesfas encontré puntas de fecha de sflex y obsidiaa. Quist entonces zecuperer aquella memoria perdida e intenté estiidiar arqueologia, El arte rupestre de Pategonia registra disefios y formas enigméticas, que se escapan a las visiones arqueolégicas poco susceptibles al misterioso lenguaje de las formas. En mi teccer afio de estudios, a los veinte de edad, decid develar fl secteto de aquel arte iniranqueable. Para intentarlo organicé una pequefia expedicion a la Cordillera del Viento, intrincada cadena montafiosa paralele la Cordillera de los Andes en In provincia de Neuquén. Mi objetivo era el ‘casi desconocido sitio rupestre de Colo-micht-co, me acompaftaron un dibu- Jante y su novia. Tal vez no es bueno narrar travesfas, siento que renacen las Tatigas y aquel vinje fue realmente agotador. Debimos cruzar un gran rio en tun cajén suspendido por cables sobre le correntada vertiginosa y cepumante. Caminamos dureate dias subiends y bajando ladevas por caminos de cornisa. Finalmente Legamos « Colo-michi-co y contemplamos tun especticulo que win 26 J -Didloge mapuche 7 se me hace innombrable. Sobre una pampa de altura, se erigian dovenas de menbires de varios metros de altura, extrafiamente decorados y rodeados de centenares de piedras labradas. Grecas, circulos, jaranas?, figuras humenss abstractes, jestrellas?, jsoles?, lineas concéntricas. ,Qué dirian esas piedras? {.Qué mensaje hubria sido grabado en aquella altura s6lo poblada por el vien- to? Un paisaje de montafias y hondonadas, tan pedregoso como desolado nas vodeaba. Tomamos fotos, hicimos dibujos: iutimamente sospeché que nada de ‘eso tenia sentido, pensé que tal vex no valia la pena registrar lo que no podria. entender. Por las noches baj4bamos a la cafiada de Vuta Lon donde la cabafia de una familia de pastores nos daba alhergue nocturno, eran unos de los pocos habitantes de esa cordillera, agradecidos de poder hablar con alguien que les trajera noticias de un mundo exterior, enya existencia era més nna intuicién 0 un vago recuerdo que tma realidad presente. Pronto nis compaiieros, desi- Iusionados por aquella tarea incomprensible emprendieron el largo regreso; no podian compartir mi desconcertante pasin, Me quedé en la cabatia y todos los. dias subia a aguel extraiio paraje, desde donde se contemplaban las cumbres nevadas de los Andes. La tarea de descifrar los grabados era tan solitaria como infecunda. Junto al grupo mayor de menhires de nnos tres o cuatro metros de altura existia una profunda exeavacién que pretendia llegar a sus bases. Los pastores ane narraron la historia. Un hombre, un biingaro. habia vivido en el sitio y excavado durante meses o afios en un delirante intento de encontrar la ontra- da de la mitica Ciudad da los Césares. La obsesién le impedio alinentarsc, ‘Sus provisiones consistfan en innumerables lates de tubaco. Un dia lo vieron correr desnudo, gritando y saltando entre las oscuras rocas volcdnicas, Nunca. volvieron a saber de él. El suceso dio lugar a todo tipo de comentarios entre Jos escasos lugaredios. Tal vez mis anfitriones me estaban previniendo sobre los Tiesgos involucrados en el lugar y Ia tarea, Tomé entonces una decisién que definirfa el futuro inmediato y que sin saberlo cambiaria mi vida; no seguiria interrogando a las piedras. Me habian hblado de la existencia de reservas in- digenas eu el drea y pensé que com seguridad los mapuches que las habitaban, Podrian darme indicaciones sobre el elusivo significado de aquel santuario de Piedras grabadas. Decidf entonces llevar mis dibujos a una reservacién y encon- ‘tear la respuesta del enigma. Mi admirable ignorancia estudiantil desconocia ave los mapuches llevaban s6lo unos tres o cuatro siglos de ese lado de le. cordi- Hera y que el arte rupestre patagénico tenfa. miles de aiios. Comencé entonous el viaje que crearfa en mi la vocacién etnografica. En enero de 1966, después de algunas peripecias, llegué a Ruca Choroy, Ca- sa de los Loros, una de las reservas que albergaban a los mapuche. El pueblo mas cercano, Aluminé, qued6 a veinticinco kilémetros de distancia por un ca- ‘nino casi intransitsble. El lugar era de una delicada belleza y aparentemente 28 Librar el camino bucélico: vastos pinares rodeaban un lago absolutamente azul citcundado por montaiias de cumbres nevedas. Las cabanas de madera de los pobladores se extendian dispersas a lo largo de varios kil6metros, siguiendo un sinaoso curso de agua proveniente de los deshiclos. La dnica constraceién de material junto al arroyo era una escuela que enarbolaba la bandera argentina; los maestros me recibieron con afabilidad y ame permitieron alojarme en un edificio contiguo. Eran dos jévenes matrimonios ce Buenos Aires que vivian la aventura de ser educadores rurales, tarea que requerfa més voluntad y dedicacién que la mera docencia. En los dfas siguientes busqné relacionarme con algunas personas; me sorprendié verlos vestides como gauchos y a las mujeres como paisanas, 110 ‘complian con mis expectativas. Tal vez no tenfs tmia imagen previa muy clara, pero sin duda esperaba que algo més revelara la condicién india, Los hombres usaban los clisicos pantalones bombachos de lus genchos sostenides por fajas de colores, chequetilles y Jos infaltables sombreros de fieltro oscuro. Las esqu- vas raujeres s¢ vestian con baratos vestides manufacturados, adornandose sélo con sus largas trenzas. A alguius les moetré mis diseiios y nadie ~como era de esperarse—pudo decir asda sobre su significado. Era interesante conocer le vida de aquellos empobrecidos criadores de ovejas, pastores ecuestres trashumantes ‘que vivian en torzo a sus blancos pifios de pequetios animales destinados a ser rapailos y a quienes protegian de los rigores re! invierno levéndolos a los altos campos de invernada, Pero eventualmente ya nada me retenia cn ese lugar, después de ver frustradas mis descabelladas expectativas arqueolégicas. Cuando atin no llevaba una semana en Ia regién ine presentaron a un hombre todavia joven, al que deominaron “eacique" de la tribu; no pude evitar cierta suspicacia, ni él parecis,un cacique ni aquel desperdigado caserio una tribu. Sin embargo —después lo supe- ese hombre era el Lonco heredidario, el “cabeza” de Ruca Choray (creo que ait lo sigue siendo), aunque su juventud cotspiraba contra su prestigio. A los pocos dias me invitaron a visitar una casa, me dieron para beber una taza de sangre con especies y por priraera vez escuché la Lengua Ge la Tierra, la mapu-dugun; sus sonidos me conmovieron, eran los mistos que poblaban el paisaje patagéulco. Al hablar en el propio idioma se desvanecia Ja condieién genérica de campesinos pobres y aparecia una antigua y secreta dignidad, Supe que alli comenzaba mi viaje, ya que por primera vez sont! haberme encontrado con los Hijos de la ‘Tierra, los mapuche, junto a los cuales ‘me quedaria durante un largo atio, Con une nueva perspectiva la historia “nacional”, eonoelda apresuradamen- teen la escuela, se hacia presente en mi vida, Los abuelos de aquellos hombres ¥ mujeres habjan sido avasallados y derrotados por el ejército argentino, en la ernel eampatia de exterminio realizada a fines del siglo pasado, y a la que ‘se designa triunfalmente como Conquista del Desierto. Los sobrevivientes fue- ron confinados en reservaciones arrinconadas en la precordillera; de pronto la. [.-Didlogo mapuche mi bandera de la escuele aparccfa como un simbolo de dominio, La. vida de los mapuche actuales transcurria en paisajes cuya belleza veraniega ocultaba los rigores del clima invernal. Durante gran parte de! aio la naturaleze habla un salvaje lenguaje de nieve y viento: y quien no conocs el viento patagénico ig- nora la solidex que puede llegar a alcanzar el aire. Aquel aparente paraiso era un campo de refugiados com tierras infecundas y escasos recursos. Despojados de Ja posibilidad de la econornia predatoria de cazadores ecuestres se habian adaptado a la cria de ovejas, Sobre los rebaiios, piitos, giraba la vida familiar y social. La carne y la venta de lana se complementaba con la recoleccion de pifiones —nelliu- de araucarias, estos [rutos del itil pehuen se transformaban en barinas y bebidas. ‘Los abuelos mios decian asi decian que vienen los hitincas a buscarnos ‘Cuidense mncho todo les hijos ¢ hijas de la tierra, Preparense y huyamos ‘Vamos a ir hacia las montaiias Porque cuando lleguen nos quemaremos YY asi vamos a morir Hilario Aigo Si algo caracterizaba la vida local era lo escaso de los medios disponibies y Ja condicién de privacién generalizada. La tuberculosis afectaba a buena parts de la poblacién y el bocio era endémico # raiz de la ausercia de yodo y sales ‘en las aguas de deshielo, Me fue imposible ser ajeno a la miseria. Junto con Jos maestros planeamos limitacias acciones de apoyo. Desarrollanios risticas ‘stufas para reemplazar la hoguera central de las casas, puesto que el hnmo canstante generaba conjuntivitis erdnicas. Después de largas tratativas ef Di- Tector de la escuela y yo conseguimos tnaderas de los aserraderos cercanos y construimos alguna casa. Contribuiias a edificar un horno para coccién de cerdmica. Tratamos de asesorarlos y Ifinitar Ia voracidad de loa comercian- tes de Aluming, que pageban poco dinero y mucho alcohol por las ventas de lana. Estas y otras tareas (quizés asistenciales, seguranicute poco eficientes) fueron otorgando sentido a mi presencia en el luger y distanciando el regreso. Al mismo tiempo realizaba alguna recorrida de prospecidn ayueulogica que ustificara mi condicién de antropdlago. Tal vez ese estilo de vida fue estructu- Zando en mf una visién precaria del pueblo mapuche, al que tendia a percibit s6lo por sus carencias y necesidades. Mi solidaridad se diriga a sus ausencias ¥ RO a sus entonces ~para m{- desconocidas presencias culturales. 30. Librar el camino Una tarde legaron a la escucla varias personas para avisurnos que tuna. an- cians enferma se habia empeorado y que todo hacia pensar en un desenlace fetal. Logramos dar eviso al hospital de Aluminé y conseguimos que una am- bulancia viniera a levarla, aprovechando que el arroyo Carri Lil “permitia” centonces el paso de vehfeulos. Ayudé a subir a Margarita Calfual a la ambu- laneia y por alguna razin se decidié que yo la acompatiara. Cuando legarnos Alnminé el médico local dijo que él no podria hacer nada por ella y que habia que trasladarla a la distante poblacién de Zapela. Salimos entonces a media tarde hacia Zapala atravesando las meseias y la-tundra estéril por el pedregoso camino de tierra. Yo viajsha cn ia parte de atrés con Ia enferma, tratando de confortaris, pero al aproximarse la noche me parecié que su estado empeoraba y golpeé la. cabine para avisarles al enfermero y al chofer que vinieran a veria. La revisaron y me advirtieron que egonizaba, decidiendo entonces detent el vehiculo y esperar el desenlace, Ellos salieron a caminar y a fumay mientras yo me quedé al lado de Ia moribunda, contemplando angustiado su rostro ajedo y curtido por la intemperie, De pronto levanté una mano y tomé la mia, eo- menzé a hablar en su lengua, no supe si deliraba o queria hablarme. Yo sélo habia aprendido hasta ese momento unas pocas palabras en mapu dugun, pero traté de consolatla, la llamé madre, fiuqué. y entonces supe que me hablaba, a imi, porque de sus labios temblorosos escuctié la palabra. huines. oon la que sos mapuches designan a los blancos, Su voz entrecortada era suave y entend! que queria, comunicarme algo, tun mensaje que no supe comprender, pero que ‘escuché con ansiodad tratando de desentrafiar sus palabras. Por la ventana de 1s ambulancia vela al sol componer tno de sus fantasmagéricus crepisculos patagéuicos, mientras el rostro de la enciana se dilufa en ese ditimo atardecer. De pronto, aferrada aiin a mi mano, se volvié hacia el sol rojizo y parecié sus- pirar profundamente; quedé todavia un tiempo estrechando su aspera mano antes de comprender que habia muetto. Permaneci en silencio sin atreverme a realizar algin movimiento, sentia que de alguaa forma una gran comunica- cin tuvo ugar entre nosotros, habfa compartido la muerte de Dofie Margarita, Calfual y ese hecho me hizo sentir extrafiarmente ligado a la vida de su pueblo, Se decidié regresar a Ruce Choroy al dia siguiente, después de pasar la no- che en Zepala. Yo habia viajado sélo con mis ropas de montafia y no tenia dinero. por lo que me vi obligado a ir a la comisaria local y solicitar que me perinitieran compartir la comida con los presos. Comif unos fideos apelmess- dos junto a los detenidos que me interrogaron respecto a los motivos de mi DrisiOn, dos de ellos eran mapuches que bubfan ido a Zapala a vender su lana y que habfan sido emborrachados y engafiado por los comerciantes locales, que los hicieton detever por erabriaguez para evitar sus reclamaciones. Ahora me tocaba conocer de cerca las humillaciones y despojos a los que eran sometidos los Hijos de la Tierra. En vano traté de convencer a mis comensales que era um |-Didlogo mapuche 31 estudiante hambriento, pero se sorprendicron cuando me vieron absndonar la celda colectiva. A la manana siguiente salimos para Ruca Choroy transportan- do el cadéver de Dofia Margarita que entregamos a sus familiares para que lo velaran. Agotado me dorm{ como un tronco hasta que me vinieron a despertar, para avisarme que el velorio estaba terminando y que iban a enterray el cuerpo de la anciana. En la cabafia de Calfual se habian reunido um autride grupo de hombres y mujeres. Los hombres babian pasado la noche bebiendo y tomando mate. recordando a la muertsy enumerando sus viriudes. Las mujeres, con las ca- ‘bezas cubiertas por sus chales rodeaban cl riistico cajén de maderas cortadas y labradas con hachas. El ambiente de la ruce estaba leno del huma de la sempiterna hoguera central, 1o que lo haefs. sorprendentemente célido. Bp el exterior cafe una Iovizna helads que presagiaba las préximas nevadas: la casa estaba situada en tsa pequefia elevacicn del terreno y desde ella se divisabs el paisaje antes resplandeciente que se habia vuelto gris y desolado. E] mismo Rio Ruca Choroy, tradicionalmente cristalino y espumante, se vela turbio y amenazadot, sus aguas plomizas eran tan fiinebres como el dia. En la cabaiia los parientes de Dofia Margarita colocaron algunas prendas en el interior de la caja, el sencillo ajuar fiinebre que le serviria para recomenzar sus actividades ‘en otro plano de la existencia, Todos sabian que yo habia acompanado a la difunta, una nueva intimidad tefifa ahora mi relacién con le gente: me invi- taban tragos y en algiin momento escuché Ia palabra pail, que despnés supe significaba “hermano”. Cuando se decidié iniciar la marcha hacia el pequofio: cementerio de los Culfual, me pidieron que ayudara: a cargar el cajén sobre los hombros, ‘haciendo pareja con un hombre que era dé mi misma estatura, Los seis cargadores fuimos siendo reemplazados en el camino por otros parientes ‘que querian ayudar a conducir » Dota Margarita a su iiltima residencia. Cuan~ do Uegamos al corral de palas donde estaban las tumbas Calfual, un coro de desgatradores aullidos temeninos se clevé hacia el encapotada cielo patagdnico. La lluvia se mezclaba con el llanto, Las anujeres plaiiideras lloraban, cubiertas con sus mantos de lana oscura, para que sus voces guiaran el espiritu de la Sifunte; ‘me sentf estremecer por una confusa pero intensa melancolia que me invadia y que me ligaba a aquella muerte casi desconocida. Cuando bajamos cleajon ala tumba el voro de lamnentos de las “loronas” couductoras de almas eat ‘angustioso a3 después ae fue extinguiendo lentamente. ut juedamos solos y regresamos a nuestras casas, en bisqueda te algsin fuego y de algiin trago que n0s calentara el resto del dia. as bras ‘empo un joven maestro que conoc! en Aluminé y que trabajaba GPUs Aneostura, lugar de unién de los lagos Moquebue y Aliminé, me narré ‘8 existencia de un chenque. de un monticulo faneratio en las cercanias de su sscuela. De inmediato surgis la idea de excavarlo, Organicé entonces una de 32 Librar et camino aor mis aventuradas expediciones; cousegui un caballo prestado en el cuartel de la gendarmerfa y juuto con el maestro y un par de gendarmes que llevaban, provisiones para la seccién loeal de la policia de frontera iniciamos la lar travesia, Durante un par de dias recorrimos el intrincado camino eordillerang acompaiiados por la cellisea y ol viento; mi caballo era un asesino en poten, ia, me arroj6 dos veces ¥ sélo el pesado abrige impidié que me lastimara, La Angostura consistia en el pequetio cuartel fronterizo, las viviendas de los gendarmes, un almacén rural que también servia de bar y la escuela prima. via que atendia a los niiios de la triby Puel, confinara a la reduecién verina. A unos eientos de metras estaba cl pequenio monticulo arqueol6gica A pesar de a soledad del lugar, que podria haber disminuido las fronteras ¢tnicas y creado algunas amistades, jos pocos gendarmes trataban despectivamente a lox indigenas que se acercaban a ese pequefo reducto criollo, Quizés sentian ima especie de obligacién militar de no remunciar la distancia. que los sepatabs de Jos derrotados mapuches Comencé las excavacioues en el chengue a veces ayudado por el maestro 0 por el joven duetio del almacén, con quien habia iniciado una amistattcordille: ana basada tas en conductas compartidas que en palabras. Era un lugar de eutierros miltiples, en el que los hnesos humanos estaban acompafiados de un limitado ajuar finebre compuesto basicamente por vasijas y collares. Eucontré tun esqueleto femenino, por la ubliteracién de Tas sutras supuse que se trataba de una mujer joven, tal vez una muchacha: al abrir las descarnadas mandibulas ‘apurecié bien conservado un fragmento de su trenza protegide por In cavidad Ducal, era un entierro demusiado reciente. De pronto advertf que ei li bast del montieulo un hombre cubjerto por el negro poncho de castilla encendia una yela. Absorto en mi excavacién no lo habia sentide Hegar, me acerqués musitaba plegarias en mapuche, Se alejé al verme. Después supe que era el Lonco Puel, jefe de su grupo. Yo estaba violando antiguas pero reroriadas! ‘tumbas y él trataba de desagraviar a sus antepasados. No se habia atrevido & deienerme por mi relacién con los gendarmes: la profanacién aparecia avalad por él poder local, Resulta ahora dificil deseribir mis seatimientos, ine 4 aba tina sensaciém de culpa colonialista que la justificacion arquenlogics ograba aplacar, {Cuil era mi derecho ¥ cudl el sentido de llevar esos restos & tun oscuro museo citadino? Estaba violaudo tumbas similares a aquells em 8 ‘que s6lo hacia unos dias habia visto enterrar a Dofia Margarita. ‘Avergonzade quise regrests, pero se declard el wl Ueuspy. Tave qi De otva helada semana en la que el frfo me hizo compartir la cabatio com caballo, Busqué al Lonca Puel, traté de obtener su perdén 0 al meno M2 comprensién, me recibia pero st rostro era uua mégeara de enero curtide shmnitable bajo el trailonco, ln vincha que le cicundaba la cabezs. Hable ouy poco castellano, «un dia ~incomprensiblemente~ me obsequi6 ws = pisloge mapuche pips de barro. su aparente perdén aumenté mi desconcierto. Pasé dias en el Pipe fon dedicado « los aguardientes baratos y experundo poder escaparine mat yel lugar. Finalmente salf in poder remunciar a Hevarme los cespojos Speenidos. Pero lacordillera nolo permitié, el caudal de un arroyo me desmont6 oral agun se llevé los objetos. Tuve que secar mis pies congelados en tn fuego Mando ee reactil6 la circulaeién el dolor fue terrible. Slo conservé la calavera cain mmachacha y sus colares, que me acompafiazon durante aos, ‘Tierra que dejé muestra Madre Tierra que dejé nuestro Padre Ustedes que han dejado TToudas las clases de aguas y pastos Pata los Hijos de la Tierra Denme toda clase de animales Pasa vivir mejor Ustedes que han defado toda clase de a Para que vivieran los Mapuche Cielo Azul Madre Nuestra Cielo Azul Padre mestro Cielo Azul Cielo Azul Hijo Nuestro ‘Tierra del Naciente de donde viene el Sol De alf vinieron La Madre y el Pacdre del Naciente Para los hijos del Naciente Taiél de! Lonco Amaranto Aigo Compartiendo la invernada Regresé a Buenos Ai aieunn wes he ¥ retomé mis estudios. Pero no podia dejar de recordar rps ie 8 Tera, el pueblo de a cordilar. El pas estaba convulsionado; Bie ae militar detrocé al gobierno «iad la Universi cou a tremedi- eci.Y vislencia que los catacterizaba. Se suspendieron alguuas clases; ao am OeUPEFON as citeras de ls renunciantes, Pensé que ma mente deat AA los pocon meses regzet a Ruca Chara, con un anes habia dee OBE de abrigo pars la gente puosto que areridha el ivierno. Ya ‘ido abandonar | e 9 aie ls arqueclogin y ser antropslogo social o ctndlogo {¥es) ambigua. Mi mterés por la literatura ie habia sugeride 34 LLibrar el caming intentar compilar los cantos mapuches, que en algunas oportvunidades abi eg cuchado junto a lus hogueras nocturuas de las casas: asumia que toda socie due toda realidad coufiuian hacia el poder de las palabres que las wombraban y que sélo a través de ellas podfan ser aprehendidas. No tenia osteo financiamienty més que mi frugalidad y un juvenil desapego hacia el futuaro. También hably obtenido la temporaria posicién de periodista en una reviista qu: publicab notas de viajes: una especie de National Geographic del stubdesartollo. Perg fundamentalmente abusaba de la generosidad de la pobrezea, de la coustante invitacion a compartir techo, comidas y bebidas por parte ade los paisanos, A partir de mi rogreso a la comunidad y despnés del prinner mes de rosidene ela, se suponia que yo ya vivia en la reduccién y nadie se prreguntaha sobre ja razén de sii presencia, con la excepcién de algunos miembroes del escitadtdn de gendarmerfa de Aluming, que se sentian en la militar obligaxcién do desconfiar de todo joven con barbs, en quienes creian ver a potencialess guerrilletos. Lag normas de hospitalidad imponian a los mapuches deberes culturales que yo s6lo podia entender como expresiones de afecto (y que pro®bablemente lo fue. yan). Cuando salfa a caballo de Aluminé hacia Ruca Chorogy, sabfa que en log primeros kilémetros la cabalgata estaba expuesta a los riessgos dorivados del pedregoso camino, pero pasanido el a veces torrentoso arroyo. Carti Lil (Pefiasoo Verde) ya se podia estar mas tranquilo. En cualquier ruca —cabasin~ ile donde brotara humo se podria tomar unos mates calientes y eventiualmente pasar Ia noche al ealor del fuego doméstico. Se contaba entonces corn la silenciosn pero siempre presenite proteceién del Pueblo de la Cordillera. ‘Tendré que orar como antes como antes debo alzar la vox Al Rey Azul rogaré Ala Reina Azul Rogaré Como el canto de la rukediuka sera mi canto Vivo y sin miedo esti mi corazén Ningtin vacfo ha quedado Cantaré mi corazén Kolupan Las nevadas transformaban el valle de Ruca Choroy en una paisaje irreal. La araucarias eargavias de nieve parecfan encrmes candelabross helados El vat se confundia con las montafias bajo el manto blanco que hacefa desapareeet 19% laderas. Asi el mundo adquiria un aspecto cristalino y de xmisterios® Le 4 todo era blanco e inmévil, puro y distante. Aquella geograafia etéres $10 35 | -Dislogo mapuche fig presencia humana: de las eabatias brotaban constantes saver en condo nguas farses der ne Les ovejes habian sido levadas hacia las campos de invernada. sobre Ia nlev aanosy los eaballos habitébamos aliora aquel valle, asf nuestro 850 08 i sora untenso, Pero debaja de la estética se agolpaba la miserin. No dae jaune lograban acumlar las provisiones hecesarias para sobrellevar ce ie ia carte salada, las ristras y harina de piiones no eran suficientes, cies no babian tenido el dinero para comprar el aceite, arroz o yerba Sox para ser independientes. Se recurria a la solidaridad entre familias, eee todos tcnian poco y- a veces compartirlo debilitaba alin ms a aquellos Pe ian dest propia generosiad, Comenzaton a regstarse mueries de ebilidad, de Laubre, de fio, de infinito eansancio, Tasociedat njapiiche no estaba muy adaptadu a aquel medio, sus estratepias de sobrevivencia eran bastante recieutes y no necesariamente muy eficientes ‘Algunos se vicron ola necesidad de sacrificar sus caballos y comérselos; 63 difieil imaginar ese acto casi canibal en el cual los hombres se ven obligedos fa devorar a su mejor eompaiiero, quienes reeustieron a exe recurso extrema sufrfan angustias que s6lo consolaba el haber alimentado a la familia, Una he- Jada tarde golpearan mi puerta dos aterides nruchachos ofreciéndome cambiar tres enormes truchas arco-ris por zanahorias y un poco de arroz, El lago es tabs habitado por inoumerables peces, los mapuche podian pescaslos pero mo comerlos; los sniuuales del agna eran para los del agua y los de la tierta para Jos de la tierra. El hambre no les hacia renunciar a ls norma: creo que entonces te aproxiiné al signiticado antropoligico del elusivo concepto “culture”. Ese sistema normative que nos es imprescindible , hasta el punto que sin su cum- Plimiento la misma vida pierde su sentido y nos coloca ante una angustiosa orfandad de siaolos y significados Fue en aqhiellas noches de invierno que comencé a tener acceso a la memoria apache. Compartiendo algiin trago 0 unos mates, escuché por primera vex narraciones de |i “pea de la invasién”, como ellos latnan ale Conqtiista del Desierto. Las Teridas atin estaban freseas, algunos contalran combates en los ‘ue habjan parvicipado sus abuelos. Escuché historias de masacres, de largas fect oa de lucas desesperadas: pero también de emboscadas exitosas y de force, ay erik. Sin embargo el rencor contra. los huineas, ls eruces invie econ of ale ey inas importante de aquellas conversaciones: se proferia Sl prliges yu 98 conas, de los yuerreros combationtes, su dignidad ante ea tore 1 2M 2l8 para pelea aa herldes, En esas nochestranscurnidas Jos cantos, diem, M8 Bogueras centrales de las casas, escuché conmovide entonadas poy a fs Ate ealtaban ol heroismo de los héroes de cada linge. “us deseendientes. El cantor hacia suya la emocién del poema perturbada P eolumnas de 36 Librar el camino €pico, é| mismo habia combatido, la sangre lo hacia contempordnes de sus ‘antecesores. Antes, en tiempos del malén salvé la vicia con mi caballo Huf boleado y sub! arriba de un cerro Y desde alli me burlé de los huincas Le saqué las boleadoras a mi caballo Y me fui perdiendo en la pampa Asi fue hermanito que salvé la vida en los tiempos de la invasi6n Damasio Caitriz Amparado por la participecién en el calor , el humo x los tragos de aquellas noches colectivas que nos protegian del frio, en algunas reas mi condiciéa de huitica comenzé a ser gentilmente olvidada, En oportunidades me Uaciaban efi, hermano, término que también desigua a un amigo muy cercano. Una noche me dijeron que como yo vivia alli debia rezarle a Ngonochén, la deidad. étaiea de los mapuche. Quizés aceptaban la existencia del dios cristiano, pero era un dios de los blancos. Ngenechén el Futa Chao, ¢! Gran Padre que diera vida. los Hijos de la Tierra era el que “reinaba” en aquel valle puesto que alli estaba su pueblo. Por lo tanta consideraban conveniente que yo “hablara” con Ngenechén y me colocara bajo su proteccién. Con una gencrosidad inaudita en una cultura no salvacionista, que no pretendia genetalizar su religién, me ofrecieron el amparo de su dios; no del tin tanto indiferente creador de la tierra, Ngenenmapu ~al que se atribuye la preexistencia del universo-, sino dela espe- cifica deidad tutelar antepasada, creadora y vigilante del pueblo mapuche, que mora en el ment celeste habitando su milla ruca, su resplandeciente casa de oro. Aprendizaje etnolégico Cuando disminuyeron las nevadas, pero antes del deshielo que transforma a los arroyos en xios tumultuosos ¢ intransitables, decidi viajar a San Martin de los Andes, pars visitar a la tribu Kurriihuinca que residia en la localidad de Quila Quina. Habia vido hablar mucho de esta parclalidad, a la que se le adjudicaba una trigica claudicacién en la defensa del paso cordillerano que les estaba encomendado durante la época de la invasiés. También tenia mensajes para algunos de ellos emparentados con la gente de Ruca Choroy, a la vee me habian hablado de una investigadora de la cultura mapucke que residia en San Martin y a la que deseaba conocer. Ajos después debo reconocer que {.-Didlogo mapuche a7 epDisloie map ese encuentro con Doda Berthe Koessler Ilg fue fundamental pera cimentar ini Yocacién etnolézica. Dofla Bertha vivia en una casita alpina rodeada de flores en primavera, 0 ls que habia trasladado parte de su mundo de migrante pro- veniente Ge la distante Alemania. Esposa de un médico rural, a quien ignotos gucesos europeos indujeron a radicarse en esa lejana réplica patagénica de los ‘Alpes, habia dedicaco buena parte de su vide al conocimiento de la cultura ‘mapuche. Carecia de titulos acadé:nieos y sélo la. habia guindo la curiosidad y el afén de conocer esa sociedad, a la que & través de sus estudios directos habia aprendido a querer y respetar. Era inno de esos personajes que cou frecuew~ ciin.se ericuentran en las fronteras culturales 0 geogréticas, portadores de un ‘mundo pero orientadas hacia otro y Sinalmente marginales a ambos. Tal vez, después de ins més de tres décadas transcurridas desde ese encuentro me haya convertido en un personaje similar a Dofia Berths, habitante de los ambiguos mites entre los mundos alternos y el mio propio. Ninguno de mis profesores de ia carrera de antropologia era realmente un etndlogo, ninguno se habfa involucrado intelectual y personalmente con alguna cultura nativa, hasta el punto de convertiria en ttna orientacién profesional y existencial que pudiera transmitir a sus estudiantes, Esa vital anciana fue e tonces para ini uns experiencia inédita; cordialmente me alojé en una especie de bungalow en el amplio jardin pletérico de vegetacién patagonica y durante largas Lardes compartié conmigo sus experiencias y conocimientos dela cultura mapuche. Sus palabras completaban y hacfan mds comprensibles lo que viera y escuchara en Ruca Choroy; ese complejo “modelo para armar” que es una cultura diferente a la propia, comenzaba a estructurarse en mis pensamientos Empecé a entender que la multitud de conocimientos fragmentarios que po- seia requerfa de una organizacién posible. Entonces adjudiqué mi ignorancia al desconocimiento de la profesién, pero aiios después aprendi que ningiin marco académico puede reemaplazar a la convivencia, a Ia afectivided, al compromiso ¥ eventualmente a la obsesién, vérmino con el que ahora se designa a lo que antes llamébamos “vocacién’. Donia Bertha se habia dedicado bésicamente a Tecoger narraciones, una pequeiia parte de las cuales habia logrado publicar en un par de obras de escasa circulacién. Pero a través de sus relatos pude aproximarme a una empresa vital que supuso, para ese entonces joven mujer, Soportar miiltiples privaciones y la constante bisqueda de los significados pro- fundos de los relatos. A través de ellos se podia acceder a uns lectura posible dela cultura mapuche, eroi entonees complementar eu obra con mi recoleccién de cantos, asumiendo que Ia poesfa ayudaria a comprender esa cultura mejor, © al menos en otros términos, que mi balbuceante antropologia. Reanimado y leno de espiritu etnolégico regresé entonces a Ruca Choroy, después de una 38 Librar el camino fallido intento de logar a la reservacién de Quila Quina, durante el cual su- fri una. caida en el abrupto sendero de montaiia cuyas heridas debié curar el esposo de Doia Bertha. En los meses siguientes intenté aprender a relacionarme con un entorno natural y cultural que me fue progresivamente revelado a partir de précti- ces compartidas y amistosos comentarios. Mi inicial percepeién de la pobrezs: campesina comen6 ser reemplazada por une desorientads admiracién hacia el inusitado conocimiento del mundo que poselan los Hijos de la Tierrs. No tenfa la sensacién de adquirir informacién etolégiea sobre una culture, sino de estar aprendiendo la real naturaleza de las cosas. As{ supe que no viviamos en un mundo arbitrariamente disertado; la configuracién actual del paisaje res- pondia al accionar de Tren Tren, la inconmensurable serpiente mitiea cuyas ondulaciones habfan generado le cordillera, rescatanido la tierta y salvando a la humanidad 0 a sus antecesores de las diluviales aguas crecidas en la época primigenia, Pero su antagonists y promotora de la subida de las aguas, le tam- ign inmensa serpiente Kai Kai Filu que habits en los Jagos y mares, tenia que ser recordada en las rogativas para que no se repitiera el catacliamo. Ambas serpientes compartfan su trégico destino por ser gigantes que se habiau rebela- do contra su padre, Antii (Sol), el inexorable Padre Azul, el Futa Chao (Gran Padre), quien los habia arrojado sobre la tiezra y marcado la superficie con el. {inmenso impacto de sus cuerpos. Las insondables hondonadas generadas por lan cafda de los gigantes-serpientes, se habfan llenado de las aguas provenientes de las légrimas de su madre, la Reina Azul, Kushe (La Maga), Nuqué (La Madre), Ia bondadosa Madre Luna esposs y madze de Sal. El cardcter fundacional del pasado comunitario se hacia presente a través de las respetuosas menciones a los Pilln, ancestros de linajes sacralizados que tienden a morar en los volcanes. La misma activided voleénica se debla 2 la accién de los Pilldn, quienes asi hacen saber la desaprobacl6n por el compor- tamiento de sus descendientes: también ellos son los responsables de ciertos extrafios y retumbantes sonidos de las montaiias, que yo habfe escuchado y que entonces supe revelan su presencia. Estas antiguas almas poaeen la capa- cidad de controlar el tiempo, propiciar buenas cosechas o la prosperidad de los rebatios. Ngenechén, padre de la humanided mapuche no se ocupa tanto deb control de Ia naturaleza; tormentas y Ivins, rayos, truenos y terremotes, son responsabilidad de los encestros tovémicos fundadores de los clanes. La més visible prusba de ru presencia Ia constituyen las toki cura, les hachea do picdrs’ insignias de los antiguos jefes, que arrojan en la punta de (os rayos para rajar los Arboles, esas son las Pillén Toki. Afortunadamente los Pillina son parientes' antecesores de la humanidad, por ello no es necesario veneratlos como a san- tos, peto hay que recordarios constantemente y hacerles pequetios sacrificios u offendas: un poco de alcohol en ol suelo, un cigarro dejado en un peiiasco | -Didlogo mepuche 39 ‘I-Dislogo mapuehe forma sugerente, une inclinacién hacia el oriente y las rogatives rituales oe er ger sufclentes. Los hulincastienden a creer que Pill ex el nomabre local Gel diablo y ésta no es In tinica confusién que rodea la relaciéu entre ambas guituras. Pero, tal como ya lo mencionara, lo que para mf fue més revelador es G1 hecho de que aquel grupo bumano que yo habia inicialmente percibido sélo por sus carencias, me estaba demostrando algunas de sus presencias plasmadas ‘an un complejo universo simbélico. ‘Toda la tierra es una sola alma No podrin morir auestras almas ‘Cambiar si que pueden,pero no apagarse Una sola alsa somos Como hay un solo mundo Lonco Abel Kurriihuinks Representabs une forma distinta de vivir en 1a cordillera el conocer otra manera posible de relacionarme con ella. Realizar una travesia, vadear un torrentoso arroyo en el deshielo 0 recorrer los bosques, suponia ahora invocer a fuerzas que podian actuar sobre la naturaleza. Aprendi a contarle mis penas al viento a través de la piedra horadada pimontuhe, que libera del dolor del pa- sado y de las ausiedades del presente, No se trataba de uns actitud mistica, era soy inremediablemente ateo, sino de poder manejar una norma de conducta posible ante un medio desconocido a través de simbolos que podian actuar de intermediarios con el mundo. Aquel paisaje cuyos nombres me habfan con- movido por su misterio, cobraba nuevos y vitales significados, derivados de la relacién de un pueblo con su dmbito de vida. Quizés por ello no traté tanto de entender la cosmologia como de convivir con ella. Por otra parte me era muy dificil intentar elaborar un esquema ordenado del panteén mapuche; lo que podriamos Hamar sus deidades no son sélo entes, sino que también expresan especificos principios culturales. Asi el atemorizante wekuvi, entidad o sla maligna que tal vez enviada por los brujos penetra en el corazén de los seres 10s y provoca sus conductas anémalas, es a la vex un recordatorio del oder de ios antepasados, es decir de los muertos; se compozta entonces como lun principio de desuiden que recuerda la necesided do mantener el orden. A esar de mi interés por las palabras, escuché povos relatos estructurados come Rarrativas mifticas en un sentido estricto del término, las referencias a las dei- estaban mds presentes en los pequefios actos de la vida cotidiana que en atgumentaciones teoldgicas. Pero también s¢ hacian presentes en los sagrados Cantos taiél que se dirigian a los antepasados y las deidades, as{ como en los Seculares illcantum, que si bien hablaban del amor y de la vide en general, también podian eventualmente invocar a entidados sagradas. Algunos de esos cuntos acompatian aste texto para que el lector acceda a las palabras de sus verdaderes protagonistas. Una leccién de amor Cuando se convive con otras personas durante tantos meses en un émbito tan chro como ta Patagonia, ellos pasan a ser los sores humanos més cercanos e importantes, tanto para un etnégrafo como para cualquiera. Ahora dinla que Se constituyerou ex mis “otros significatives”, en itis referentes personales fun damentales, xo obstante la distancia biogrdfica y cultural que se suponfa nos separaba, Pero a pesar de le amistad yo tenia ciertas carencias. Cuando dos hombres se encuentran cabalgaudo en algiin sendero, la tradicién ¥ la corte- sia quieren que se detengan win momento a fomar juntos. Cada uno ofrece all otro su tabaquera de buche de choique (avestruz), Intercambic que al mismo iewpo les permite exhibir la creativided de sus respectivas esposas que han bordado las tabaqueras se fan y prenden los cigazros y solo después de un par de bocanadas transcurridas en silencio dan comienzo al didlogo. Participé en Tuchos de estos encuentros-y curmpif con la norms establecida: pero mi bolsa de tabaco era comprada, no hablaba de mi compaiiera ni desu talento, Tenia veintit aiios, y uinguna mujer con quien compartir aquel mundo, inevitable- mente rei enamorarme de ina maestra, ast a la soledud de mis dlas se eonjug6 a unsiedad del amor. Ells era casada y la situacién confusa y dificil Estaba en brazos dé una nif cuando de pronto un resplandor ‘me alurabré como la tuna Habia sido ini compaiiero, porque yo soy compatiero del lucero Par eso me levanté yy dejé sus brazos sin Legar a descansar en ellos. Para irme, tras el lucero Damasio Caitritz Mijuventud requerfa de un amigo que me supiera escuchar, de la guia de un hombre de experiencia que me aconsejara y orientara. Lo busqué y encontré en Ja figura de Don Damasio Ceitntz el prestigioso patrierca de una de las agru- Paciones parentales. Dow Damasio era hijo y nieto de Caitriz, sobrine paterno le Inuitiiiz, Niliuiz y Paiatriz: mieto materno de Huenulaf y Wanupt ¥. en |-Didlogo mapuche al jo de la seftora Allican, aunque el linaje materno no contara ya que el i {p pertenencia sanguine al linaje, a transmiten los hombres. A pesaz de la antigiiedad y riqueza de su sangre el linaje Caitriz no posein In jefatura, que los Aigo habian negociado el primer axentamiento de la reserva, pero frames machos los que recurriamos 2st lider en demanda de consejos. Cuando je comenté mi problema Don Damasio me invité a que siguiéramos hablando en su casa. Fulmos, estaba llena de gente y algunos hombres comenzaron & fasar un costillar de cordero sobre las brasas de una hoguera central, lo que lenaba de humo el ambiente de la atestada rica. Bn torno al fuego, sentados en curtidos pellones de oveja, nos ubicamos hombres y mujeres. Después de compartir [a comida Don Damasio comenzé « heblar en lengua narrando al parecer une historia; a pesar de no comprender todo supe captar lo esencial del discurso y entend{, para mi vergtienza infinita, que esteba contando al ppblico mis pesares. Pero no hubo rises a burlas, sino que cada una de las mujeres mayotes presentes, cada uns de ellas esposa de Don Damasio, tomé lo palabra por turno. Me hablaron de la compaiifa que supone el amor. de criar ovejas juntos, do enfrentarse al invierno, de Ia ayuda y cooperacién necesaria ‘en una pareja; varias mencionaron « la primer esposa de Demesio de la cual todo el grupo matrimonial menifesteba una viudez colectiva. Ninguna como cella para recolectar los pifiones de arancaria, ni para hacer el chavs fermenta- do, buena compatiera y linda espasa; la muerte les habie. arrebatado a todos ‘una. excelente mujer ¥ una querida amiga. Me estaben brindando tna leccién de amor desconcertante y alejada de mis expectativas previas. A mi afecta posesivo y exclusivo ofrecian jas alvernativas del amor poligémico. Quedé un ‘anto desorieutado, pero zeconocido por la generosidad con la cual me habian abierto sis corazones y expuesto sus sontimientos con profundidad y seneillez. Gref aproximarme a la teoria mapuche del amor, me parecié entender que pera, ellos la vide y ln lucha compartida construyen el afecto més allé de las ret6- sieas sextimentales: pienso haber hecho mnfo aque! conocimiento fundamental, ‘Me conmovié entonces, me sigue conmoviendo, la diversidad de la experiencia cultural humana y su capacidad para otorgar una infinita gama de sentidos osibles a la vida. Una imagen crucial: el Nguillatin ‘Pueron pasando los meses y aquel disperso grupo de cabafias, de humildes ru- ove fue urganizindose en mi mente ¥ cobrando un sentido afectivo, que & la ‘Yer suponia el reconocimiento de un orden social espectfico. Esa fue la prime- Fa experiencia de algo que en ini vida de etndgrafo seria frecuente: describir y 42 Lbrar ell camino corganizar el mundo de los otros aunque mi propio mundo me fuera con frecuen- cia incomprensible. Entre los mapuche aquellos que tenian el mismo apeltido mostraban una peculiar tendencia a vivir juntos. Los Aigo, los Caitri, los Mi- Ialaé, los Nanco; configuraban escasas aldeas de tres o cuatro cabaiias, de tres © cuatro corrales para el ganado. Era mi primer contacto con una sociedad de Iinajes, de ese para m{ desconocida filiacién con un mismo malin paterno, que constituye la certa de presentacién y de insercién social de cada mapuche. Pero cuando supe de las peless farniliares, de las rupturas domésticas, de los ‘mores contratiados, de las obligaciones incumplidas, de las alianzas fraternas y de las enemistades profundas; fue que comencé a comprender el significado de una agrupacién clinica. Todos estos conflictos suponian afectos intensos y delimitaban espactos privilegindos de relaciones humanas, Tal vez el sistema elénico estuviera profundamente alterado, pero los de afuera casi no se podian involucrar dentro de la compleja red afectiva que te- Jian Ins lealtades parentales exclusivas. Ser alguien, ser un mapuche, significaba ser querido, detestado, respetado e incluso tolerado por el grupo de partici- ‘pes on el exclusive y elusive Ambito de un grupo de linajes emparentados. Relacionarse en forma igualitaria con aquellos reestructurados ambitos de un ‘antiguo sistema clénico, implicabs ser reconocido como miembro de un grupo social similar, ya que siempre un ser humano aporta a cualquier relacién su. adscripeién de parentesco. Era duro no ser pariente de alguien, sin embargo la smistad puede ayudar a la orfandad del forastero. Quizés tods sociedad encuentra su mayor concrecién o través de alguna accién colectiva que al expresarla tiende a definirla. Y los mapuche exhiben esa presencia cultural totalizedora a través de su ceremonia anual, la rogative social llamada Nguillatura. Los preparativos son largos y complejos, ye que ‘implican reactualizar los lazos comunitarios. De manera contradictoria, e! no participar en redes preexistentes me posibillté contribuir a su desarrollo; tuve (que solicitar prestada una trutruka, la flauta de catia de cuatro metros de largo, al miembro de un linaje enemistado con otro que no se animaba a solicitarla. Ayudé ® preparar la pequelia expedicién que cruzé la cordillera hacia Chiley para invitar alos parientes que habitan del otro lado de las montaiias que ahorss los dividen; la gendarmerie ignoraba aque! tréfico que violaba las rigurosas. y arbitrarias fronteras. Se reunieron alimentos, se sacrificaron corderos y prepararon litros de chavi, esa espesa (y para m{ detestable) bebida ferment de pifiones masticados y macerados. Era la primera vez que vela a todos act guiados por un propésito comin. Ya habia llegado el deshielo y et paisaje ibed de nieve reverdecia bajo el tibio sol patagénico. Madre creadore de tierra, Padre creador de tierra | -Didlogo mapuche 48 Hermana creadora de tierra Hermano creador de tierra ‘Ténganme & su diestra En nuestro cielo amarillo. .. Luna Madre, Luna Padre Luna Hermana,Luna Hermano Usted fue quien me eri6 por Usted tengo mis hijos tengo mis hijos y mi esposa Usted fue quien me los dio deme ahora su ayuda para que ellos sean fuertes asf yo que soy st hijo no paso pena ni dolor ‘Yosasanannaayanaasaaayyyyll! Damasio Caitriz ‘Una maiiana subimos a la alta llanura donde tendria ugar la rogativa, de ‘todas las laderas y cafiadas brotaban pequefias hileras de gente, Pronto se reu- {6 una multitud en torno al rehue —lugar puro-, al sagrado espacio central, que habia sido barrido y acondicionade y en el que erigia un pequefio altar hecho eon cafias y adornado por ramas de pehuén. Junto al altar se colocaron céntaros de ofrendas y sobre ¢l conjunte flameaba le emarilla y azul bandera. ‘mapuche: ést¢ era su propio y tradicional territorio, en él ecuperaban su avass- Mada soberania. Docenas de hombres # caballo, guiados por el Lonco Amaranto Aigo, comenzeron una frenética carrera citcular en torno al rehue ncompaiiads de alaridos. Antes un caballo habia sido sacrificado, su corazn alin caliente pasé de boca en boca de los jinetes. Las mujeres entonaban los taiel, los cantos ‘sagrados acompaiiadas por la misica de los tambores kultrun, de las trutrukas y de las pequefias flautas pfillcas; las escuché invocar la serpiente e nia, |Kai Kai, Kasai Kasai elé, Kai elééé!. Los ancianos Ngenpin -Duefios de Ja Palabra— pronunciaban locuciones que guiaban las distintas partes del cere- monial. Un grupo de hombres vestidos sélo con un chiripé, adornades con altas Plumas y con el cuerpo pintado, simulaban ser avestruces bailando la danza del choique purriin. Se pedian pifiones, buena caza, coseciia, buen afio, buena Paricién de ovejas. El ritual mezclaba tradiciones de cazadores, recolectores, Pastores y agricultores; era una apelacién no sélo a las deidades, sino también @ la historia de la sociedad que a través de ella accedia a su identificacién ‘Solectiva, Se habian puesto en juego los mecanismos simbélicos que operaban a4 Librar el camino ibrar el caring ‘Ta reconstitucién comunitaria, BI pueblo mapuche se reencontraba consigo mismo. Los pobres pestores que habia conocido desaparecieron toemiplazados por el nuevo rostro que les permitfa comportarse de acuerdo a la historia y los siinbolos de su cultura, Senti emociones contradictorias, entre las que no estaba ausente la perplejidad ante lo que contemplaba. Habia podido Uegar a conocer algunes claves simbélicas pero no estaba preparado para verlas tomar cuerpo ‘con tanta intensidad en hombres y mujeres, que hasta ayer parecian sujetos aparentemente pasivos del mundo exterior. Los Hijos de la Tierra no slo sabian recordar y nombrar sino también actuar ante sus deidades y ancestros, Poscian el poder de encarnarse on sus palabras. Me domind un extraiio orgullo de tener amigos entre esa gente; sélo les podfa, y les puedo, recriminar que no ‘me hayan enseitado a bailar como un choique.- Ustedes Madre y Padre y Hermana y Hermano Del Norte, del Sur, del Este y del Oeste Ustedes que lo componen todo Los cuatro puntos que componen Toda la humanidad de esta tierra ténganme con bien en el medio de la tierra !Yanasnangaaayaaaaasansanaay! Cuando venga el alba de In Madre Cuando venga el alba del Padre Cuando venga el alba de la Hermana Cuando venga el alba del Hermano Denme buen aliento y valor A imi, a mis hijos y a todos los Mapuche Damasio Gaitritz || Cuaderno ayoreo Grupo de mujeres ayaree, de 1a pareilidad garaigoede. Misin Marin Aurilindore, ‘Chaco Boreal, Paraguay. Foto Miguel Bsrtolomé, 1968. Dedico esta memoria a Aleidu Rita Ramos gutien supo recordar a las yasnomaini -La antropologia en Ia que me formé todavia se interesaba fandamien- talmente por o} “verdadero salvaje” cousiderado representante de la edad de piedra (B. Malinowski.1935) El viaje del Riacho Negro” Este es el cuademo de campo que nunca eseribi, pero que retomo ahora aso- mAndome a las ventanas ce la memoria y en el que no puedo dejar de recordar el viaje del Riaclio Negru. Exe era el nombre de la pequetia ave thivial qe me evé en 1969 por el Rio Paraguay desde Asunciéu hasta Puerto Masia Auilia- dora ene] Chaco Boreal paraguayo. Varios dias de navegacién fueron necesarios pare arribar al lugar dotide pretendia realizar tna investigacién etuogréfica en- tre los recientemente contactados eazadores avoreo. Habfa conseguido recursos limitados para la investigacin y se suponia que silo debia permanecer unas ocas semanas con ellos, elaborando un reporte sobre su mitolagia de acuerdo 1 las demandas de mi profesor. Pero lo que més me atrafa era la aventura de relacionarme con una parte de Is ihumanidad cuya experiencia vital era clesco- nocida para el reste; a mi me gustaba la caza y no descartalia la posibilidad de participar en un estilo de vida que podria nutrir el mio. Los misioneros protestantes americanos de la remota Misién Faro Moro habjan rechazado ti presencia por radio, argumentando que los indios estaban on situaciéy de ‘guerra con otras bandas. Pero los salesianos de la Misién Maria Auxiliadora habian aceptado la visita; si bien las noticias del conficto entre parcialidades habia Hegaco también haste ellos, al parecer tenian menas intensidad. BI viaje del Riacho Negro comenz6 en forma grotesca: para arvibar al barco ra nevesario transitar por una precaria pasarela de maderas y el descalzo ma- letero tuvo una especie de crisis convulsiva arrojando ii equipaje a las aguas, de las que Jo rescatamos con algunas pértigas que levantaron las chorreantes mochilas. La nave de unos diez metros de eslora tenia dos puentes; el de aba- Jo sin divisiones, donde se amontonaban hombres, mujeres, uifios, gallinas y bbananos, que ala noche se transformaba en un laberinto de hamacas. Eu ol [Puente superior habia seis camarotes mindsculos de dos cuchelas cada uo, la Ente relato constituye unio de los eapitulos de al Ibro El encuentro de la gente y fo inser ‘satus, en el que pretendo caracterizar el process de sedestarieacién de los ayoreode (Pl. de ‘syure) . asf como intentar analizar algunos aspectos de su eultura, Pera ova obra se basa en Investigaciones muy: posteriores en el tiempo a lag que se nartan en este prio 46 cabins de condurcién del barco yuna amplia lou que provegia del inmenso Sal las largas tablas del comedor. - ; Parado en la toldilla esperé que 1a nave partiera mientras contemplaba la tprugelesce escena del muelle, Mujeres lavando tops sensualimente oon la falda aire las piernas y el cigerro de hoja en la boca, nifios desaudas corriendo, pes Sadores vendiendo peces visiblemente tiesos, cajonos de frutas, cerdos comien- Jo cdscaras de sandia, botes que atracaban trayenco quesos de los menonnitas Sel Chaco y frutas tropicales: todo salpicado por el color de la tierra roja ¥ tecinecio bajo e} inaumerable sol. Un profundo e intenso olor @ descompost syon se desprendia de aquella escena abigarrads. A mi lado estaba un hombre ‘nayor rubio, con casco de corcho, de inconundible acento alemdn y de sospe- chosa posto rarcial, Recorlé que el Paraguay al igual aue Argentine habia smuparado a nmerosos criminales de guerra slemanes, Hablamos, ae dijo ~e Gxotismo no deberia tener olor, conoc! el mnielle de,Hong Kong poco después dela guerra (confirmé mis sospechas), se veia tin poco distinto pero olfa igual: qo que llamamos exética es s6lo miseria y podredumbre. Aquel floséfica (ex- militar?) trasterrado fue mi silencioso compatiero de cabina la primera noche. Nuestros didlogos fueron breves, comprendi que antes habia hablado pars sf rnismo, Al amanecer de] dia siguiente el barco lo dejé en el pequerio puerto inde tesidfa, condenado a la distancia. vie ‘ranscurria interminable sobre el vasto rio, La vida a bordo parecta la parodia tropical y precaria de un elegante crucero. Uno de los marineros xe desempedaba como mesoro del comedor: # la hora de Iss comidas se ponia, ‘un raido saco blanco de tela pero no renunciaba a la comodidad de los pies descalzos. Tenia la mited izquierda de ls eara atrozmente deformada por un disparo de escopeta; si servia Ja comida de ee lado los comensales de estémago més débil se veian obligados a renunciar a sis guisos. El joven capitén conduefa el batco reclinado en una silla de Ia cabins, sostenia el timén de madera con Jog dedos de los pies cuando comafa las exéticas ensaladas de lechnga y tomate (comida poco frecuente en la regién), que le hactan llegar sus admiradoras de los pequeiios puertos en los que nos deten{amos. En varias oportunidades la embareacién se acercé a la costa y en la canoa de auxilio desembarcaron a algin cazador de jaguares: hombres enjutos, pobres y silenciosos, muy alejados de la imagen popular de un aventurero cazador de los trépicos; se internabax en la desolada planicie de arbustos, provistos sélo de sus oidedas armas de una bolsa de alimentos secos. Sus medios eran tan escasos que contatban ‘con apenas una docena de bales para la caceria de varias semanas: uo podian Petmitivse erzar un disparo y debfan rematar 8 los animales heridos @ golpes para no daiiaries la valiosa piel, Eran parte de la dura vida del Chaco Boreal, tervitorio cuyos recursos eran depredados en forma precazia por hombres tan Ssecns y duros como las inmensas sahanas y bosques quemados por e so 4B Librar el camino: Poco @ poco fueron desapareciendo los pusblos y al final sélo tua disienil vegetacion cubria las mérgenes, donde las restingas se blanqueaban de garzas, Una mafiana el barco se aproxiiné demasiado a la costa; de pronto se escucha- Fon unos aecas golpes en el costado, media docena de flechas estaban clavadas en las despintadas maderas. Se atribuyé el ataque a los miticos py jobai, los indios de dos talones, como erau lamados los natives chaquenos cuyos pies dejaban:huellas extrafiamente simétricas (debidas a sus sandalias de madeva), Este episodio no me tranquilizé mucho respecto al futuro inmediato. Hl ataque Ime parecié Innecesario y gratuito, dudé sobre la nobleaa de ese pueblo cazar dor, pero los tripulantes dijeroa que la culpa habia sido nuestra por acercarnos tanto a la costa, Los indios creyeron que hamos a atracar y la ley no escrita del rio reservaba esa regidn para las actividades de los némadas. Después de un viaje de tres dias rio arriba legamos @ la localidad da Bahia Negra, proxima a Fuerte Olimpo. Bajé por un rato del barco, dirigiéndome un rudimentario almacén de campo en el que alterné con varias personas hhebiendo nos tragos de la aspera caiia paraguaya. Alli excuché que loy solda- dos de la guamicién militar solian ser premlados cuando mataban a un indio “moro”, tal como eran popularmente latados los ayoreo, Cuando ceyeron las sombras regresé a la embarcaciGn y esa noche Ia pasé solo en el barco abando- nado por su tripulacién que, al parecer, me habia dejado a cargo de la nave, Aproveché In situacién para. velar mis armas: grabadora, maquina fotografica, cundernos, boligrafos; todo fue preparado para registrar aquel esperado en- cuentro, Sin embargo no podia evitar cierta ansiedad y conciuf refugiéndome en la reconfortante lectura de Lévi-Strauss, cuya obra inspiraba en aquella poca mii vocacién de antropélogo tropical. Al amanecer del dia siguiente volvié la tripulacién, subi6 algo de pasaje y regresamos rio abajo para poder atracar en el muelle de la Misién a favor de Ja corriente. Antes de llegar, en un remanso nos aleanz6 una canoa tripula- da por hombres ermados y subieron a bordo dos mujeres ayoreo que fueron ‘encargadas a la Misién; las habfan encontrado en la costa del rio, al parecer desorientadas y hambrientas. Los pasajeros (campesinos, cazadores, algtin e pleado) las rodearon y hacian jocosos comentarios en guarani sobre sus pechos dosmidos; ellas permenecian juntas miréuidolas con temor y desconfianza sin ablar una palabra. Vestian rtisticas faldas de fibras de caraguata, eran rollizas, de rostros anchos y cejas culdadosamente depilades. No supe cémo acercarme a-ellas sin dejar de formar parte del mismo molesto y hostil grupo de curiosos. Antes de mediodfa llegaimos a Maria Auxiliadors, desembarcanios y el Riucho ‘Negro se alejé dejindonos a les mujeres y a mien una pasarcla de madera a lunos metros del embazcadero: no sin que el pasaje asomado por las bordas nos dedicara unos aullidos dedicados a las mujeres y e! tradicional jextrepiii! (piel de cerdo) con el que los paraguayos suelen designar a los argentinas, aludiendo ala cuestionable piel blanca. Sin emibargo no fii insensible wl alejamiento de quella embarcacidn, que me dejaba frente a un destino incierto y que sélo yolveria 4 pasar quizés en un par de semanas, Una misin y su estilo Aldosembarcar, una pequefia multitud semidesmuda se ditigis a nosotros, ine lndi6 y odes a las mujeres. Nadie parecié reparar en mi presencia contrarian do todas las expectativas previas que habia generac al vespecto; resulta difcil inaugurar ua didlogo intercultural siendo invisible. Pereib rostros morenos de exprosioltes extrafias, desconcertantes, finalmente advert que ello se debia a que ainguno tenia cejas. Parcefan estar sicmpre mustrando los dientes. pero después entend! que se debia a um acusado prognatisme del maxilar superior que dejaba al descubierto sus blancas y rclucientes dentaduras. Algunos use ban shorts, otzos taparrabos, unos poees mastraban adornos piumarios, Las mujeres cran mmy similares entre ellas, iguales a lus del barco, parecian ser de una raza distinta a la de los hombres, Pude escuchar entonces por primera vec ln Jesus indigena, pero acompasiads de Hantos ¥- exclatnaciones de furor. Después supe que las mujeres que llegaron conmigo relataban la muerte de sus hombres en manos de un grupo ayoreo rival lamado tarobiegosode (Cen- te de los Pecaries). La primer palabra que cousogu! identificar en el idioma indfgena w través de los garaigosode (Gente del Carupo) que moraban. cerca del rio, algtin tiempo después me fue traducida como jvengatizal. Sin saberlo. Junto conmigo habian Legado dolorosas noticias de la guerra al grupo de Marfa Auxiliadora. La muerte y el ducle no fueron un buen punto de partida para tal encuentro con los ayoreode, ya que esta situacién critica acompafiaria toda tai estancia signada por un constente estado le ansiedad y teasién colectivas. ‘Los cobertizos de madera y limina de la Misién estuban alejados un cente- par de metros de unas pequefias cabaiias constyuidas para sedentarizar a los Rémadas. Después de ellas se extendifa la calurosa llanura chaque: arbustos, Iatorroles v manchas de selva. Hacia pocos afios que los indios fueran atraidos # ese reduccién salesiana, ditigida slo por un sacerdote y tn hermano lego. Cuando me dirigia a los edificies se me acereé wun hounbre anciano de sotana blanca y aspecto autoritario, quien me interrogs en forma un tanto éspera cuando le expuse los motivos de mi visita. preguuténdome si yo habla estue diado on algiin colegio catélico: algo apabulladu yor su itnponente presencia, hie memoria y recordé un ano de mi infancia pasado eit una casi olvidada es. ‘ucla ruigiosa, por lo que respondi afimuativannte: ello parecis eoafortarl Después supe que se trataba de Monsefior Muzzolén. Vieario Apostélico del ibrar el carting 50 Chavo que estaba de visita de inspeceién en la Minin. A pesar de esta aspe- reaa inicial me acogieron con amabilidad, ya.que habfan recibido las cajas de medicinas que les habia enviado y tenfan noticias de mi Uegada. Me alojaroh en una rudimenteria construocién de tablas y ardiente techo de limina, que hhabfa funcionado como depésito y en la que otganicé mi dormitorio, despensa, guardarropa y escritorio. ‘Al atardecer Monsefior Muzzoln decidié regresar a Asancién y abordé el antiguo yate de motor en el que habia legado; los indigenas se teunieron a observar su partida. En el momento en que se soltaban las amarras arroj puriados de caramelos a la pequeia multitud, pero slo unos pocos nitios se ‘acercaron a rocogerlos: hombres y mujeres permaneeian erguidos y en silencio, aunque alguno hubo que sefalé Tos dulees a su hijo. Al parecer no eran gente afecta recibir presentes de mnanera tan poco geutil. Al anochecer com con a sacerdote y el hermano, despnés de escuchar la lectura del fragmento de la vida. de un wanto y el relate del primer contacto con los indios, durante el cual habien herido a un sacerdote. Ye en mi cuarto, pasé parte de la noche contemplando las hogueras del cetcano campamento ayoreo, de donde el viento trafa desconocides e inquietantes ruidos nocturnos, pregunténdome si legsrts 4 tener tin Ingar en algunos de esos fuegos. Esperaba encontrar el distante mundo de los cavadores, pero mi primera sorpresa fue relacionarme con el exético mundo de los misioneros, El secerdote exa un italiano del norte y el hermano umigneyo, ambos trataban la misién con la Idgica de un colegio religioso; de hecho el lego habia sido couserje de uno. Practicaban relaciones clientelistas, por las cuales los indfgenas recibian alimentos a cambio de su presencia en los ritos y doctrinas religiosas impar- tidas en castellano. Esto no era muy grave para las creencias nativas, puesto ‘que sélo unos pocos hablaban algo de guiaranf o unas palabras de castellano, Los cobertizos de la Misién contaban con un generador de electricidad que funcionaba en las primeras horas de la noche, gracias a él las inmensas noches chaquefias se hacfon més levaderas. Pero resultabe admirable asistir a una de Ins funciones del cine de Don Bosco Films en los precarios cobertizes, donde los hombres se mantenfan de pie apoyados en lanzas y en sus largos machetes de ‘madera, algunos pintados y esperando que la pelicula concluyera para recibir Jas raciones. ‘Al parecer los misioneros 9e conformaban con estos rituales de conversion, en. algunos momentos parecian burécratas de la admainistracion de elmas; coasi- detabsn que vistiendo a los desnudos ¥ cumpliendo con las rutinarias prédicab, In salvacién (iquizéa In propia?) eatabe asegurada, Ponian poca atencién a st calidad de agentes de Ja transformacién de una culiura a la que no pretendia entender ni mucho menos respetar. La cadtica ¥ no planifcada relacién entre Jos dos mundos daba lugar a situaciones un taxto grotescas. Semanas después I= Cuaderno ayoreo 5i de mi Ucgada, la organizacién Ciritas envi6 a la Misién un cargamento de ropas procedente de donantes de la remota ciudad de Nueva York, Los mt ‘Honeros entregaron las topas a los indigenas para que ellos se las repartieran {nize si, aunque no conoefan muy bien al uso de la mayoria de las prendas. Al fia siguiente pude contemplar la visién fellinesca del musculoso jefe de guerra, fl dakasute Heroi, a quien yo ya habia aprendido respetar, gran cazador de jaguares y matador de hombres, dirigiéndose al monte con sus armas, sus adornos plumarios y vistiendo wn sugerente y transparente negligé de nylon 08a, La esquiva alteridad “, Al téemino de un excitante recortido tenia mis salvajes. (Y qué salvajes!... ‘los estaban all, dispuestos a ensefiarme sus costumbres y sus ereencins, y yo no sabia su lengua. Tan préximos a mf como una imagen en el espejo, odia tocatlos, pero no comprenderlos. ..” {C. Lévi-Strauss, 1970:332). ‘A mf me costabs zmucho relacionarme can los ayareode, pero a ellos le costa- ba tal vez mas ubicarme en este deseoncertante mundo, a pesar de la vacilante y 1m tanto indiferente cortesia con la que me admiticron en algunas hogueras, Yo era un coltione, término que se puede tradncir como extranjero, pero que denota bésicamente a un “insensato"; a algitien que no conoce las verdaderas onmas que rigen la vida de ls gente y que por lo tanto cesempefia cons- antes conductas desviadas. Nadie se interesaba mucho pot mi ~inclayendo a los misioneros-, ast que vivia In situacién de un ansioso marginal intentando constantemente ser aceptado, Mis intentos de relacionarme con aquella. gente eran infructuosos en ef nivel que yo lo esperaba: si bien logré cominicarme ‘con alguns interlocutores, recurriendo a una balbueeante mezcla de guarani ¥ castellano que unos pocos comprendian, mis expectativas de compartir su Vida estaban condenadas a una constante frustracién. Mido un metro ochenta y entonees pesaba achenta kilos; pero no obstante ‘mi tamaiio y mi fuerza no podia salir de caza con los hombres, siguiendo el ¥tmico paso que los levnba a recorrer nmuchos kilémetros por dia a través de la inaleza. Dos 0 tres intentos al respecto coucluyeron a los pocos kilometros, con Ja camisa y la piel desgatrada por los espinos. Intenté entonces compartir la vida cotidiana o al menos observarla: advert las rigurosas regias que gulaban {a reparticién de las piezas de caza y los productos de recoleccién, asi como ‘as sofisticedas estrategias culinarias para preparar la came y los vegetales en Tendidores guisos, a los que se incorporaba toda clase de plantas silvestres, ido en acasiones a mezclar alimentos para mi irreconciliables. También 52 ‘ar el camino, Inabia descansos y risus, en lox que jéveues y adultos participaban en jue 4 propios de cada edad. Nitios y nifas se revolcaban en el} suelo abraziindine ¥ pellizeéndose, configuranda confusos grupos de eiterpos unidos por tn inv nte erotismo que era festejarlo y alentado por los mayores. Los hombres se divertian poniendo en juego su fuerza enfrentindose tomados de los biombros « intentando desequilibrar al adversario. Mis intentos de patticipacién activa n estas Inchas masculinas pronto legaron a su fin, despnés de Ia tercera 0 cuatta vvez que los comtendientes me arrojarcn sin maynres dificultudles al snelo, no tr parando siquiera eu mi esforzada resistencia ni en ini experiencia como jugadar de mughy. Su fuerza era distinta ala mia, en um slo momento ponian cn acci’n canjunta todos los nisculos de sus elésticos euerpos en forma avasalladora, Busqué alas tipo de alternativa para los largos dias, en los que s6lo ocasio- nalmente podia interrogar a mis esquivos interlocutores, desorientados ante mis demasiado intimas preguntes sobre deidades tabuadas y relaciones parentales restringidas. Cref encontrar una mas definida ubicacién social colaborando st las tareas de la Misién, ye que scompaiar a las partidas de caza me estaba vedado. Sélo tos tisioneros sabjan manejar el tractor por lo que, después fo) ana breve instruecin, comencé a ayndarlus arancdo los campos ¢ intentande tt percibido como un miembro reconocible de aquel reducido mundo local. Por Jas maiianas salfa.con el tractor eargado de witios y todos juntos espantabarmes a las inmensas bandadas de loros que asolaban los campos raturados. Pero no pude lograr ser aceptado como parte reconocibie de aquella extrafia sociedad; mungue era un cohiione quedaba claro para ellas que vo no era un misione:o (pare. mf tambiéa). Finalmente esta ambigua situacién de estatus fisico, social y generaciot! fue precariamente resuelta, ya que pude salir de caza y recoleccién con los nifos prepiberes, quienes me cuidaban en el monte signiendo probablemente Jas sugerencias de sus padres. Eran los mismas nifios que por las mafanas! se reunfen para contemplar mi ritual de la afeitada, y cuyos ininteligibles eo mentarios acompafiaddos por comprensibles risas tne hactan sentir carente le toda intimidad, por lo que trataba de shnyentarlos cuando no habia adultes presenttes que pudieran defender a sus infanies. De todas maneras en vine opo| tunidad logré desempefiar un. comportamiento tal vez. heroico durante una se) nuestras partidas de caza, Signiondo las hriellas de un venado nos introdujimes) en un drea cenagoss, de pronto adverti que un gran rebafio de vacas salvaies nos mirabo con unu ulenciga apareuteimeuts hostil y antes de gue pudiérassot alejarnos s¢ inicié una estampida contra nosotros en un terreno pantanoso qué nos impedia correr. Que me atacara um jaguar o que me picura tina sexpient® eran riesgus que padia esperar y que surpunian un cierto desaffo presente «| toda aventura: pero morir pisado por las vacas era tan pedestre como hubr-{ ante Finalmente Togré aspantartas con mis disparos y la estampida se civic Cuaderno ayoreo 53 ihe CCS en dos, dejéadonos en el vacfo centro de su inexplicable carrera, Supuse que fos niios ayorcode sabrian cémo reaccionar en squellas cixcunstancias, pero al darme vuelta percibt las sonrisas de un montén de caritas morenas, refugiadas tres mis espaldas. quienes aprobaban un tanto irénicamente mi audaz esfuer- ao. Esa noche, a la luz de los fuegos noeturnas, pude darme cuenta que en fazins hogueras se contaba Ta aceién simulando mis disparos al aire, lo que era acommpatiado por las risas del auditorio. Al parecer no existe nada mAs rideulo {y divertido que un cobiione antvopélogo. ;Habria de esta forma, al menos, entrado en el recuerdo de alguien? Freute a le. costa paraguaya se encuentra la localidad brasilesia de Puer- to Murtinho pertenociente al estado de Mato Grosso, Este pequefio pueblo constituia una verdadera metrépoli, dotads de plaza, casas de material, hz eléctriea, jugo de caita helado, cerveza y otros avances eivilizatorios. Uno de Jos ayareo mis cercanos (0 menos distante) del sscerdote enfermé gravermente; al parecer era un Lipo de enfermedad transmitids por al ganado de la Misién (¢corbunealosis?). Los religiosos no quetian que se repitiera la mortandad pro- ducida por una epidemia ocurrida un par de atios atrés, Deeenus de hombres 'y mujeres habian muerto a consecuencia de nn virus para ellos desconacido, invohintariamente contagiado por sus mismos redentores y ante el cual care- clan de defensas. El chamén no habia padido hacer nada y ahora se trataba mevamente de nna enfermedad peligrosa. El hecho es que me pidieron Nevar al hombre nl médieo de Puerto Murtinho, crzando dingonalmente el rio en rina ‘cana. No sé quien se le ocurrié que yo sabia mancjar la canoa de un salitasio remo qule se maniobra desde la popa. El misteriovo azar hizo que pudiéramos Hegar «Jz costa brasilena, a pesar de Is comriente y mis brazos destruidas, lo ue no inquictaba al impasible pasajero que al parecer suponfa que yo era un experto navegante, Era aquella la primera vez que visitaba el Brasil y al pare- ‘er tambige era el caso de mi acompaiante. Buscamos la direccién del médico. Grupos de nitios nos segufan seiialindonos y riéndose. Por las ventanas se aso- faban algimos rostros puebleritios sedientos de novedad. Fl collar-pendiente e pumas que adornaba el cuello y Ia espalda del xyore delataban su proce: ia; Dero tni aspecto e indumentarias no eran menos exdticas para el lugar ‘Yo tampoco conocia tmucho la lengua, pero entendia los cédigos; ello me per ‘mitié guiar a mi compaiiero, con quien (asi me parecié advertirlo) nos empezd ® unis el sabernos distintos a otros. Fuimos al médico donde lo curazon, des- Pues tomamos incouaprensibles helados y behimos frios jugos de cafe, Entre Resotres vomenzé a desarrollarse una fuida comunicacién basada en los gestos. a 'tardecer emprendimos el regreso a la Misibn y al legar cada uno se dicigié SU area. A la noche siguiente lo busqué en los fuegos para reanudar nuestra Jmumstancial allanza, la que esperaba se transformara en amisted. Lo hallé into a una de las més concurtidas hogueras en compania de otros a quienes supnse narraba su desconcertante experiencia. Quise aproximarme, pero una fuga mirada denoté que me habia reconocido ‘Mi cuarto en Ja Mision era lo mejor que se podia obtener en aquellas cunstancias, sin embargo el cobertizo de paredes de tabla y techo de I parecia fuera ce Ingar ante la naturaleza chaquefia. Permanecer en su inter durante el dia suponin el riego de deshidratarse en tin asfixiante batio de vay [Las hormigas acabaron cou todas mis galletas y me convencieron dle faint dad de intentar tener algiin alimento fuera del alcance de su inconmensural apetito, Enormes ratas recorrian los maders de la techumbre por las n y sus sombras se ngigantaban bajo la incierta luz de las velas. Pero nada podia comparar a la constante agresién de los mosquitos: jv 6 la sabana, recuerden que la tortura noctuma de los salvajes mbarigii s6lo comparable a sus agresiones diurnas!. Hubla colocado el catre coutra la p y frente a una ventana muy baja, que a falta de vidrios estaba protegida luna malla de alambre v un pedazo de tela de mosquitero. Al acostarme rostro quedabs a ls altura de aquella ventana, desde donde podia contempl Jos fuegos del campemento ayoreo. ‘Un amanecer, etiando las primeras luces de la aurora anunciaban otro e: dente dia chaquefio, una sombra eréctil se aplasté contra el alambrado de ventana frente a mi rostro: los restos de suelios cedieron paso a un conf tertor, la sombra se agolpaba contra el alambre y lo empuiaba tratando vencetlo. Mi propio grito termind de despertarme y pude advertir la mali cabeza y el enorme cuerpo de la boa constrictor que, al parecer, intent ‘compartir ini lecho, Demasiado sobresaltado para ser eficiente cogi ini pistol de cartuchos y disparé Lacia aquella pesadilla materializada. El inmenso rai me colood en una nueva vigilia, parado en el cuarto con el arma en la ¥ mirando Ia ventana vacia; crei estar delirando y me precipité al exterior ‘Al salir aleancé a distinguir las altos pastos moviéndose bajo el cuerpo de igantesca serpiente. El miedo fue reemplazado por la furia ~jaquella. maldit ora no se burlarfa asf de m‘!-; sali corriendo detrés de ella © intenté corts cel camino, lo logré y disparé a ese grueso cuerpo anillado y brillante. Supe q habia dado en el blanco cuando los pastizales parecieron cobrar vida ante ‘convulsiones del enorme animal; me acerqué y le disparé a la cabera. La cutis se cjemplar relativamente menor de In anaconda, se quedé tal inmovil eomo uire en torno nuestro, Percibi entoneas una extrafie quietud interrumpida por mi respiracién agitada: miré en torna y vis alguna gente aceresise stra por los disparos. Me invadié un extraio orgullo viril; semidesmido y jade: con ef arma en la mano, yo era el cazador que habia derrotado a su El pablico comenzé a agolparse, adverti que estaba compuesto bésicament = Cuaderno ayoreo 55 tan corco de caray anchs y senos desmudos que comentaban ¢] suceso; de vento las ms Viejas se acercaron al cuerpo de la boa y comenzaron a arras- Pirlo hacia los fuegos del campamento. Quedé desprovisto de mi trfea, el que pensé que quizas fuera incorporado al desayuno de aquella gente. Come babi Pentemplado la cuidadosa reparticién de las piezas de caza, me parecié com- prender que aunque yo habfa sido el cazador,vivia s6lo y no estaba ineluido Pe nguna regla de reciprocidad e intercambio; una ver més ellos no sabfan Somo acttar comnigo ni yo con ellos. Regresé a mi cabafia ain conmocionado por el miedo, el coraje el orgullo ¥ una incierta melancolin Ser ayoreo ‘Como eran muy pocas las personas a las que podia interroger, dedicaba casi todo mi tiempo a la observaciin de la vida que se desarrollaba cn el cam- pamento cercano a Ia Misién. La tecnologia que utilizaban era rudimentaria eto seguramente eficiente, No habia visto objetus de piedra, sino de madera, Tnueso, concha 0 fibra. Crei reconocer en ellos a «nos supervivientes de la. ar ccaica cultura prelitica osteodeodontoquerstica (utillzaciin de huesos, dientes {y euernos) propuesta por el prehistoriador sustriaco que fuera mi profesor de arqueologis. Al parecer combinaban tna rudimentaria hoxticultura itineran- te con la caceria, también itinerante, a la que dedicaban la mayor parte del tiempo y del pensamniento; estaba claro que amaban la carne. Sin embargo, ¥ teniendo en cuenta esta orientacién cazadora, sus armas eran tuy rudimen tacias: los pequeitos arcos, las pesades lanzas y machetes de madera dura, no podian comparatse en forma y funcién con las que utilizabian los horticulto- tes amazdnicos. Toda la cultura material parecia precaria y carente de una. intencién estética, tan visible en otras sociedades nativas. {Serian arcalcos 0 regresivos? {Eran un viviente testimonio del pasudo o grupos desplazados bar cia las planicies chaquefias, donde privilegiaron la caza sobre la agriculture? De todas maneres no sentia estar reencontréndome cou el difuso pasado de la ‘numanidad, después de las primeras semanas nada era para mf mis presen- te'y actual que el mundo ayoreo. Ese patrimonio material estaha cambiando épidamonte nutriéndose del reciclaje tecnol6gica; las flechas tenfan puntas de alambre o metales machacados y no eran ratos los invalusbles machetes de cero. También los metales se utilizaban para la dramética estética local. La Perfecta forms circular de las Iatas de leche condensada las convirti6 en uss Tecurso admirable para la decoracién corporal. Los hombres las caleutahan en las brasas y se las apretaban contra el torso, cubriendo después Ja herida con cenizas y resina para lograr una cicatrizacién protuberante. He visto por las oches los rostros contraidos y las bocas apretadas y gimientes, alumbradas of Librar el camino Se ibrar el caring Por las llamas de la hoguera, mientras se sometian a esa quizés cruel pero tel vez nectsaria cosmética, Muy lentamente y después de varias semanas de constantes y a veces frus- ‘antes inte:rogatorios comencé a asomarme a le cosmologia ayoreo que, coma todas, es surmamente compleja. Cref comprender que en ella los seres huma- hos habitan un mundo del medio, cuando alguien coi (pozo-muerte) se pasa | maundo de abajo, alli se vive otra vida hasta que se reyresa al mundo del mediy transformado o de alguna forma vinculado con un animal, Los animales-seres son respetuosamente cazados por los hombres y pasan al mundo de nrriba, conde esperan el momento para volver a encarnarse en la humanidad. La vida nunca cesa, todo lo viviente esta destinaddo a conocer la Vida en muchas formas, Es por ello que una mujer embarazada puede parir a su hijo en un toi (pozo). si alin esta amamantando ¢ otro y no puede cargar a ambos en las marchas ‘De la misma manera un vielo que ya no. puede casi caminar se refugistd en €l monte, y en la ensofiaciin producida por el jugo de tabaco esperar’ que su hijo mayor Je quiebre la cabeza con e) pesado machete de madera. Tanto el niilo como el viejo volverdn en otro momento a este mundo del medio. A esa cosmologta circular no es ajeno el desarrollo del ciclo estacional de itinerancia de los ayoreo. Cuando las sefiales ce la naturaleza lo indican e Ja énora de capturar las sabroraa tortugas; Ia florarién de una planta seiale el momento adecuado para ir a la regién de eaza de 080s hormigueros; alli otros datos del medio ambiente determinarén el praximo destino de la migrar cin estacional. Las bandas recorren asi el dilatado ambito que constituye su tertitorio étaico, a pesar de que no Jo ocupan en forma constante: ser némada no es ser errante. Durante mi estancia con ellos el ciclo se habja ampliado, ‘Los garalgasode residian en Marfa Auxilindora estacionalmente, alli recibian galletas, alimentos y medallas de la Virgen. Pero pude advertir que algunas de Jas bandas abandonaban sigilosamente la misi6n, siendo subrepticiamente Feemplazados por otras del mismo grupo; aunque ello no representaba ningiin problema para los misioueros, ya que éstos manejaban una imagen un tanto indiferenciada de sus catequizados, sélo les importaba. que el nimero de invo- ‘untarios feligreses fuera estable. Como parte de su itinerancia por los montes chaqueiios se dirigian a la misiGn Faro Moro, orgenizada por los protestantes norteamericanos de las New Tribes Misién ex: el centro del Chaco, lugar donde estaban reducidos los gidaigosode (Gente de las Aldess). Alli recibinn armas a cambio de pieles de jaguares, pero antes debian disperar contra las medallas de le Virgen que les Liabfa dado el salesiano, Después de una temporada se esidencia en la Misién protestante, reanudaben la itineraneia que ahora, junto on las dreas ricas en panales de miel o adecuadas para la caza del pecari, in- cluia la riberefia misién eatdlica. Los esforzados salvadores de almas irredentas. habfas sido ineorporados inadverticamente al ciclo estacional i= Cuaderno ayoreo 5 Una aculturacién fracasada «,, La eudocia de tal procedimiento (etnografia) es sin embargo compense- a por Ia humildad, casi se podria decir el servilismo, de le observacién tal como la realize e) antropélogo... el antropélogo practics una abservacién invegral,squellnetras de ln cuel no queda nado, sino la absorci6n definitive -y exto es un riesgo del observador por el objeto de su observacién, (C.Lévi-Strauss, Elogio de la Antropologia). Después de mis generalmente infructuosas bisquedas de datos etnolbgioos, algunas noches en Ia Misién hablaba con el sacerdote italiano sobre su lejana tierra y la vocaclén misionera, en la que me parecié advertir una secrete volan- tad de alcarzar el martirologio, ya que habia estado varias veces en riesgo de muerte, El antropélogo francés Lucien Sebag me habia precedido poco tiempo tris en la relacion cou los ayoreo misionalizados, El Padre me velat6 de las crisis personaies que Sebag habia sufrido durante su estancia entre los indige- nas, las que incluyeron una mistica aproximacién al eristianismo a pesar de su origen judio, Estos angustiosos conflictos existenciales no aparectan reflejacios en los puleros ensayos del joven francés, aunque quizés no fueran ajenos su dramético siicidio posterior. También me cont6 de la cormplicada estancia de una investigadora checo-paraguaya, Is Dra. Branislava Sisnik, cuye bisqueda de datos lingiisticos estuvo aompafiada de noches de terror, poblades por la presencia imaginaria y amenazanie de los mismos hombres que estudiaba. Tal vez ello me ayudé a no sentirme tan mal por dormir con el revolver bajo Ia slmohada; no se podfa ser indiferente al conilicto que vivian los ayoreode. Bajo tung aperente calma en Ia vida cotidinne, la situacin de guerra se hacia presen- te cuando las partidas de caza (0 de guerra) retornaban cansadas del monte. En ‘una oporttmnidad habfa advertido (con horror, con nausea) una cabeza humana corteda, disimuladamente guardada en los morrales de fibras de caraguaté, y visto a los heridos de los combates contra los rivales totobiegosode. El chamén Acui era un extraiio personaje. Su rostro tuerto y con una extra fia protuberancia en medio de Ia frente resultaba atomorizante, tenis ol torso ¥ el abdomen adornados por las circulares cicatrices de las ardientes latas de conserva, Sin embargo manifestaba un talante amable y propenso al buen hu- Mor. En aquel momento usaba una mnuleta a raz de alguna luxacién, pero la ntilizabe no slo como bastép aino también como lanza pare apoyarse y como instrumento ce sefiales. Se paraba en une sola pierna, apoyando el otra Die en el costado de Ja rodilla, y esgrimiendo su muleta dabs incompensibles lnstrucciones a los oyentes. Como eva de esperarse, mi condicién de einégrafo ie indujo a someterme a una curs chaménica nocturna, argumentando ym Brave dolor en el pecho acompaiiado de tos. Con cierto sigilo Acui y un par de acompaiiantes vinieron a mi cuarto en la noche. Le grebadora que coloqug bajo el catre registré la ceremonia, pero también ci agitada y entrecortadg respiracién, que reflejaba la tensién ante la alucinante figura de Acisi el chae man tuerto y el atroz.rito de succionar la enfermedad que con seguridad me poseia. Después de realizar monocordes y graves invocaciones, sgitando sobre Imi cuerpo tin oscuro manojo de largas plumas, chupé y me extrajo del pecho ¥y luego de st boca una oxidada hebilla de cintutén de soldado paraguayo. No supe en aquel momento interpretar aquel desconcertante resultado de la cura: aiios después me enteraria que el haber extraido el ral en forma de un objeto ce manufactura. cohitone, significaba que la enfermedad habia sido producida por uns maligna intencionalidad de mis propios paisanos. Los insensatos éra- nos Jos duiefios de la mayorfe de les enfermedades, tal coma lo atestignaban las epidemins que habian padecido en ef pasado coma resultarto de la eonvivencia, ¥ que, todavia no lo sabiamos, volverian a padecer en un futuro inmediato. A mis inquietudes nocturnas sobre un ataque de los totobiegasode, se sumé des- de enionees el temor a la presencia de chugupejng, el enorme y oscuro pajero mitico que acompaila al chamdn y cuya imagen se asimila al eéndor chaque. De l eran las plumas que habfan limpiado el mal y cuya potencis ayudara Ja curacién, facilitando In extraccin de le maligna hebilla, pero que al hacerlo ‘me iapregné eon su ambiguo poder Al parecer el apavible y beatffico sacerdote salesiane era el tnico de loa que se habia. relecionada con les ayoreo, que sabia lo que fiseia y para qué to hacfa, un hombre comprometido con su fe y su trabajo, cuyes cabellos y sotana blancos le daban un aspecto mistico y paternal. Llegué a envidiar sw dedicacién producto de una religiosidad de la cual yo carecia, Aiios después supe que habja ebandonado la Mision, uniéndose a la covinera mestiza de ls inisma y estableciendo un pequefio comercio minorista en un pueblo riberedo. Mas tarde se emple6 como tractorista en las obras de la gran represa de Iteipi, tuvo hijos, pero su mujer lo abandon, Las sillimas noticias que tuve treinta atios después, hablaban de él sole y enfermo, vivienéo en un pequetio pueblo de Italia abandonado por su Iglesia y par los amores humanos que habia tratado de construir. Con certeza la guerra influyé en mi difie relacién con la gente. En mis recorridos por el catnpamento pude observar en tn par de oportunidades que lun grupo de hombres se pintaba de negro, tomaba sus armas y se internabs, en el mundo vegetal que nos rodeaba y del cual la misién era sélo un claro junto al rio. En oeasiones alguno de los expedicionarios no regresaba. dando lugar a expresiones de dolor y furor por parte de sus parientes més cercanos. Con cierta frecuencia legaron beridos que movilizaban tanto al chain como nl misionero. si éste sitimo lograba enterarse del hecho. Yo no sabia, nuncs. supe: dénde tenian inyar los enenentros bélicos; si las partidas garagosode so = Cuaderna ayoreo 59 encontrabin con las de los roroblegosode en algin Jager determinada pata las errabates o si sorprendian campamentos enemigos. Existia certo temor que hi Spisma mision fuera atacada, peto al parecer los totobiegasode no se animarian Mrealizar un incursion contva una concentraciOn tan invstialmente grande de es amparadas por los impredecibles colfune. De todas maneras sabia ave ifs alld de los hosques vecinos. en aquella ardiente imensidad chaqued, las diferentes bandas de ma misma cultura dirimfan inciertos renoores. Ninea pride enterarine iny bien de la cansn lel conflicts al parecer se teataba de una competencia territorial que habia dado Iigar a unin seenenc ia de venganzas que nunca conelnia y que em algiim momento reciente habia six do amy asimétrica, dando Ingar a nna generalizacion de la violencia, Un dia rogresé —despintado y extenuado- Ackeami, uno de mnis pocos interlocutures que hablabs algo de guaran y castellano, puesto que se habia eriado en una hacienda paragnaya, cuyos trabujadores mataron a. su familia y lo enlazaron, recluyéndolo algunos afios hasta que pudo huir. A ét le debo buena parte de Jos relatos sobre la vida de su pueblo. Este joven guerrero rengueaba a causa de une herida de flecha en ls nalga izquierda: abmsando de muestra relacién traté de bromear respecto a que habia sido herido cuando se escapata: un tar to enojado me explicé que en ese momento estaba de perfil, tensando su arce y para demostrarme su cuestionado valor me enseiié fugazmente el macabro trofeo hnmano que trafa cn la utobé, su bolsa de caraguaté. Pasaron las semanas ¥ ni ini investigacioa ni mi conocimiento de la lengua progresaban en Ja medida de mis expectativas, Llené piiginas y paginas de da- tos de parentesco de cuya interpretacén no estaba seguro y cuya tradneci6n siempre podria ser distinta. Me hablaban sobre une pritnera bumanidad que habia precedido a la actual, lo que inicialmente traté de comprender como tun hecho histérico y que s6lo después de algunas inferencias logré entender ‘que se trataha dle una referencia mitica, la que alndia a los Primeros Hombies y Primeras Mujeres antecesores de los actuales seres humanos, Me relataroi prolijamente ln realizacién de una ceremonia dedicada a wna poderosa deidad Hamada Asdjud, Lérmino que uo sabia sise referia a un pjaro 0 a tna mujer tardé micho en comprender que era las dos cosas. Desisti de grahar relatos Initicos puesto que nadie més que ellos podrian traducirlos: un tarde hice eachar Ie grabacién de la narracién que habia obtenido el dia anterior otro interlocutor; mientras la ofa éste se levant6 agitado, sefalando Ia grabadora y Zepitiendo con vor alterada la palabra zpuyak!, ;puyak!. Crel que el aparate lo ceseoucertaba y atemortzaha, después supe que la complicidad de mii relaius habia llegado al grado de contarme un relato probihid enya sola reproduccién Ponts ett peligro al que lo escitchaba, Llegué a reflexionar con cierta incerti- Ambre respecto al contenido de los cassettes que habia grabado, Recuerdo largas v calurosas tardes sentado junto @ an interlocutor cuyas gotas de sudor Librar ef caming trazabaii finas lineas sobre su pintura facial, mientras la libreta de notas 94 humedecia bayo ni torrentosu transpiracién, No se debia slo al oumipresent calor, sino al mucuo desasosiexo por muestra casi imposible eomunicacid: debia preparar sts atmos para tna expedicién de caza o (después lo supe) dl gueiza, yo estaba empecinado en saber oémo lamaba al hermano del pada de su esposs, Nuestras respectivas urgencias eran de naturaleza irreductible Las entrevistas ine hablaban de un mundo que no encontrabe en la vida eo tidiana, En la Mision toda la cultura indigena era una especie de paradia de los relatos. en la que no vela casi nada “1: todo aquello que we narraban. Mg pareciS que In vide tal como Ia couocian habia abruptamente dejado de existiy y los ayorcade buian sido colocados eu un tiempo fuera del tiempo, ca ua espacio exterior a st propio espacio. Algunas noches partieipé en las rondag nycturnias junto a Jos hogueras, o mejor dicho asistf a ellas. ya que mi presencia se traducfa. casi siempre en nna discrete indiferencia. Otros dias transcurrieron presenciando cerermouias cuya liturgia ers incomprensible o casi inexistente y |v congregaciéa laxa o tal vez indiferente. Habia participado ex ceremonios de mapuches, wiakka y guarantes; sabia de la invisible codificaciin de rituales que por momentos parecen carecer de normas y que de prouto producen conductas colectivas generalizarias, Pero los avorcode exageraban una aparetemente e+ tidiada indiférencia: a veces el chamiaw gesticulaba y agitaba pluruas mientras .s demds realizaban sus tareas cotidianas: de pronto un espectador hacia algo que se relacionaba con sus movimiento, babia palmas o Lambiéu agitaba plue nas jesmo deseribir, registrar y entender lo que casino pasaba, aquello que apenas se lucia? Eu otras oportunidades im hombre dirigfa 1 sus espectudores. una wlocuciéu. plagada de iimicas que inchuian actitudes de furor: supe que narraba episodios de caza 0 de combates: recordaba a todos su valor y destre- va, sa cepacidad de matar y de desafiar « la muerte. También me tocd asistir a sangrientos ritos de duelo, cuyos patticipantes ve hacfan tajos en el enerpo ¥ las piernas. Logré obtener tuna explicacion posible para le prictice -ini padre mung, diiele; me corto el brazo, ya no duele mids. {Seria sélo eso? jam dolor 1uata otro dolor? ,edimo lograr entender to que veia? Intentando regresar A pesar de que dlisponia de pocas semanas de tiempo, me quedé mas de tres ‘neses comprometido en le. misidn personal de intentar aprehender aquel mundo inasible. Pasado ese Liempo me embarqué de regreso en ese abora remote barco de mis rocrietdos. El viaje rfo abajo no estuvo exento de una indescifrable ticlanculfa, que acuinpanaba a una también indefiuida sensucida de fracas. Finalmnent® no soporté el lente tyanseurrir del rio: me bajé en la loculidad a j= Cuadetno ayoreo rien § al dia signfente tome tus wvioneta hua Asuncion. despues de Vl ebbequecida Besta lca dale cots toda la ceveze due articiD Jo tempotalmente atvente de ini vida. Tos finioos tripafaates de Tn ‘abe tev eraruus cl piloto ¥ ye, pero ello ne fue obstéculy pare que descendiera one pazme caunivo en nediv del Chace, ni para que diera vueltas sobre io a i militar qve hala solicitado sus servicios: fialinente lo ‘de que mi palider y miareo se transforimaran en desmayo, equiva de seguridad era un 2 cen ui 2 el rie mise contains tes a fardu que el piloto s€ ufauaba que sid ; : very ae pel higicie, pero sly lo habia adoptado después de una ardiente periucia cu plantas wrhicantes ear e Hy puieda evitnr lis auibototas vielvo al contro de kos recuerdos, Me “Aunt parece eieuder qile ui juventud « expasieucie me hicierow pretender vivir Po solu coir Tos ayureude sino taanbien exinuo los ajurvute: no pra el momento Adecuwds au lograo y quizds el misaso inteuty carecia desentido, Si exten derlo plemamnente habia Wegado a wna xiviedad atrapads por el duble confticha de la sueita x el contacto, esta voraguie critica dejuba poco Ingar para el dike Jogo, Por atta parte no supe superar la barrera vasi Hsia que esistia entre los ‘cobertizus div Ja Misién y ef drea de fas cabaiias y sux inisteriosos fuegus toc turngs, Yo estaba dispuesto a ser invaxlido por el mundy native, Pero uo pude Siquiers romparur wi entender la mayuria de kes momentos de sa dia, Quizds faprenii s pervibir a la sociedad ayorea con ol distante respelo de aquck que guise avveviey 4 wa mundo Ajeno y ue supo o no le deyarou haverlo, Creo que ese canovimivnts ha acompagado el resto de mi vida profesional: el nmundo de Jos etrin cra el dmbite de] poder y del sentido. yo sélo un marginal jue trataba de eucoutror ubicacién en espacios sociales a los que siempre seria ajeno. Mi brisquaua ethiogtatica se vio recumpensaiia sole por uns figar aproximauiin « aquellos houtlsces y mujeres. unis contemporaneus, cuya auiistad busqué, pero onya vicla ers irreductible a mi experiencia. No me servia leer a Lévi-Strauss par Tae uiches en biisqueda de las ensehanzas de tin maestro del afieia, pero lamupccu intentat aprender a wauejar los pequeios arcos indigenas: todo lo anio era inefieeare ‘Taubiéu, y tal vex fundamentalmente. me asomé al drama del contacto, a la situaciéin de un pueblo cuyo estilo de vida estaba comenzando @ ser cambiado ev forma dutinitiva. Quizds todo oste aprendizaje personal v antrupoligivy se ‘Yio recompensada con ta comprensién intima y profuada de la Irreductible Gifomocia enue rat axando y ol de los ott, Ahura sé que se pede valorar Quizés niclusy comprender a otras culturas ya olan pervouas sin mecesidad de Pretender identificarse con ellas: ba riqueza de Is dife radica precisamente: 8 iuantener la alteridad. Sin eimbacuy devs recsmucer que tal vex datide par 'o gue ini itupaciouria juvent considetaba un fracas, unca cscribi an reporte $ pmihlicar wns datos. By alora, breaatar altos sobie ly exporienenat, i inter be Librar el caming después, que encuentro la oportunicdad para reflexionar sobre ese, tal vez breve pero intenso e imhorrable momento ayoreo de mi vida, Recuerdo que querfa ser un etnudirafo confieble, brindar mi testimonia ve Il_— Encuentros en la selva ridico sobre esa socieded entoncess casi desconocids: © al menos era éa un . tradicional inquietud profesional considerada legitima; conocer lo desconoe| do’ {Pero desconocido para quién®? Tada ayareo posefa le lengua y la cultun ayoreo, cada uno de ellos era concscedor y reproductor de la totalidad de ai ‘mundo. Se suponfa que yo debia actceder a esos conocimientos para transmitte selos a otros: pero esos otros eran la competitiva e individualista comunidag académica urbana de le Argentine. En ella confiuian une arcaica tredicién eu ropea relictunl y una antropologia militante, comprometida con la coyunturs politica, pero que ya para esa épooca habla comenzade a minusvalorar Ia. ta rea etnogeéfica, considerindola sininimo de las perepectivas conservadoras di nuestros profesores, Sin embargo ese dmbito de grupos antagéuicos cra el fini co lugar donde podria comunicar ko que aprendiera, a pesar de que mi vision no encontraba demasiado eco entre’ ninguno de ellos. En aquellos aiios nues tra formacién profesional estaba orrientada por una mezcla de culturalismo y radimentaria fenomenclogia, avalaclos por tna institucionalidad autoritaria ) Jerdrquica. Para esta tradicién local un ensayo que snalizara el conflicto inte rétnico involuerado en la situacién de contacto, escapaba a los limites de ke que se considerabs cientifieo..Se suqponta que ese tipo de escritos eran proplot de perlodistas 0 de viajeros, es decir de personas colocadas fuera del Ambite universitario, Incluso 10s eolegas pollitieamente eomprometidos con las, param. precarias, opciones del momento, smspouian ingenuamente que la investigacior etnogréfica era. intrinsecamente remecionaria por estar en manos de antropé- Jogos “tradicionales”. Dentro de estte contexto sélo muy pocos se interesariar quizas por mis eventusles escritos; en ese momento no los cref merecedores dé ‘mi esfuuerzo, Por otra parte ,o6mo expresar también en una monografis acadé mica mi soledad inevitable, 1a consttante sensacién de exclusién y de rechazo las nubes de mosquitos devardndonme en noches cuyo fin aguardaba con ansia la inmensa boa que maté y que me granjed algunas momenténeas simpatias? “, Sus condiciones de vida y de trabajo (del etndgrafo) Io excluyer fisicamente de su grupo por largeos periodos; por la violencia de los cambiot alos que se expone, adquiere tuna especie da desarraigo crénico; nunca mis en ninguna parte, volveré sentirse en su casa..." (C. Lévi-Strauss, 1970:43) Jévenras madres euneaaies lurienda sus coilares de frutos de thah y sus pequeios |hijos ante la ofmarn. Fegién oriental cet Paraguay. Foto Miguel Bartolomé, 1969. A Mara Alejandra y Paula Constam: en estricto orden cronolégi, Oyvarapy mba'ekuadgui,oknaarardvyma,ayvu repyta oguerojera, ogueroyvéra Nande Ru, De la sabiduria coutenida en su divinidad en razéu de'su sabidutia eres. dora cxué nuestro pudre el Fundamento del lenguaje humano « hizo que formara parte de su propia divinidad Leon Cadogan, Mitologia Miya Siempre te ha gustado in selva. Soy nacido en ume dé Jas pocas dreas sely|- Hcas de la Argentina, la provincia de Misionos, y es por ello que-el monte tien para mi imagenes de los relatos de la Infancia y fascinaciones de la juventui! La velva e¢ un mundo que se presents cma tna sélida paved vegetal arite La vista, pero que al penetrarlo va revelando una rica heterogeneidad ante !a curl Tesitta imposible ser indiferente. A la flove y la fauna. que les son propias te \e conjugan las fantasias que dospierta. En la selva todo es posible, de la selys tode se espera. ‘Tesoros ocultos, ciudades perdidas, zoologias fantéstioas! ge llega incluso @ dudar si lo que conocemos de la selva es producto de smestrs propia experiencia o ésia se encuentra ya indisolublemente entretejida a igs relatos escuchardos y a las imaginactones nocturnes. Porque {a presencia hy- ‘mana ea La sclva es un manantial inagotable de vivencies, cuya discursa suel: no distinguir demasiado las ambiguas fronieras entre el sueio y la vigilia. Pot ello x0 me deberia sarprender ahora que en 1967 protagonizara tna “expedi- cin” en busca de una de esas quimeras en los mantes misioneros vecinos i Jas costas del Rio Uruguay. No sé eétio logré involucrar a un médico local un pequefio grapo de gendarmes para que me acompafiaran a localizar un perdida misién de Jos jesuitas. Mi condicién de estudiante de antropologia, e). lugar de justificarla, hacia atin més cuestionable la empresa: en tealidad to ai ‘importaba demasiado encontrar esas delisadas ruinas jesuiticas, mi verdaden’ afin era la aventura, Y esa aventara ocurrié, pero fuede una namiréleaa radi calmente diferente a lo que experabs, puesto que cambié la orientaciin de mi vida en forma quisés definitive. ‘La selva ofrecié algunas de sus lecciones, ineluyendo perderme y dar vuelta. durante horas buscando al grupo o quedamas sin nada que comer, ya que lot gendarmes se decfan dispuestias a vivir de ts flaresta y no lo lograbon. Aa tuna tarde, mis acompailantes y yo, agotados por la larga camineta bajo el yi agobiante techo vegetal, arribamos. a utia “capnera”, a un rozado casi cubierti) de malezas. Alif, en ese semi-claro del monte, nos encontrames inesperada: ‘mente Cou un pequefio grupo de hombres, mujeres y los que hos recibierow con naunnullos de temor debidos a las armas que portabamos y —despnés I 64 in.= Encuentros en la seha 6 upe—a los mniformes de Jos gendarmes que integraban el grupo, Les hombres, vestidos s5lo con Harapos de pantelones, empufiaben largos a:cos ¥ fechas, Jas mujeres Iucian collares de semillas sobre sus pechos desiudos. Su vivien- ds era un improvisado ¢upyi de hojas de palma y. sus posesiones materiales casi inexistentes, Nos quedamos. una. noche con ellos, interrogénidolos sobre Jas supuestas ruinas; tiempo que yo utilieé para recorrer los alrededores dal ‘campamento, ya que me maolastaba Ja actitud policial de los gendarimes'y no podia impedirla. La prescucia de aquella gente se hacia sutilmente visible en Inselva circundante: bebia avati, maiz, plantads en forma tan disimalada que resultebs vasi imperceptible, en un “eérzil" prcbablemente hecho por jabalies aiiverti uina mondéo tampa de peso, en un pequelio claro vecina s@ secaba yeiba mate sobre un pequeho artefacto de maderas eruzidas, Presionado por sitentente, uno de los hombres sept ver nuestro guia para localize: las ruinas sungue casi no hablaba castellano, Durante todo ¢l dfa siguiente caminamos tras él, el calor y la humedad eran, infintos; de pronto nos séfial6 uns serpiente amenuzadoramente enroscada ba- Jo los arbustos; todos disparamos y fue un rhilagro que nadie resiltara. herido por los rebotes en-las piodras del suelo, la yarard hubiera cobrazio varias vidas par nuestra impericia. Finalmente llegamos ala cumbre de un. pequeiio cerro desde donde se distinguia una plantacién de tabaco; el guia nos habia sacado dé la salva creyéndonos extraviacos. Pero el teniente furioso, al considerar que 1 Indio nos habia engaiiado desviéndonos de les supuestes ruinas, lo increpé ‘smenazdndolo con su arma; ¢l hombre asustado corié hacia la pared vege- tal de la cual babfamos salido, mnlentras el oficial disparaba al aire entre las aprobatorias risag de sus subordinados. Furioso lo insulté y me ditig! amens- ‘ante hacia él, pero en mi prisa resbalé sobre un tronco y caf rodando sobre 4os matorrales de-la ladera hasta el arroyo del fondo de la, cafiada; mi ridicule situacién provocd nuevas risus y el incidente fue aparentemente olvidado. Pero 70 por mi, ya que me promet{ uaa nueva y més digna relacién con aquella gente Tal fue el primer eneventro de ini vida-con un ¢e'yi, con una feria ame Pliaga de los errantes Mbya guarans, que habitaban en forma casi clandestina 0 antigua selva tratando de mantenerse el margen de la presiéu generada Bor Jos frentes expansives regionales, que van dovorando isremediablemente ©! mundo vegetel que lea he sido propio, No stipe adivinar, ese dia, que la seers pobreza de aquella gente amparabs riqueses insospechadas, Pero me labia conmovido profandamente sa presencia, intufe la existencia de ua so- dedad dentro de otra, de mundas paralelos y al parecer ireconcilisbles euya Convivencia parecia imposible..Mi propia provincia revelabs una dimensién en GBe Alles précticamente ignorada; pocos conocfan de la existencia de guara- es en las selvas misionerss, a pesar de que en el mercado popular slempre 66 Librar el camino cera posible encontrar ejemplares de su cesteria, Estuban y no estaben, 5 ga bfa que habis indios pero no se sabia dénde, reconocer su presencia hubiera: supuesto tener que desarrollar alguna. accién al respecto. Yo conocia un poco: Ja lengua guaranf a pesar de ser popularmente consideredo un idioma. de se, gunda clase, desde nifio.me bablan gustado sus sonidos y etraido el misterio, de sus significados. Me propuse entonces conocer la etaologia guaran‘: pense) que el Parsguay serfe el dmbito adecuado para esa empresa y al alio siguiente parti hacia Asunciéa después de haber realizado algunos aborcos personales, Pensaba estudiar a algunos de los grupos que menos habian recibido la atgn- ccidn de los investigadores, en especial a los eazariores guayalkies qué estaban comesaundo a ser “sseados de] monte”, de acuerdo a alguisas fragmecitarins noticias que poseia. Asuncién del Paraguay Hocis, 1968 Asuacién atin no habia sufrido Iss grandes transformaciones desi vvadas de las grandes tepresas binacionales que ixcrementaron la produccién.de: energia, impulsaron la eoonomfa y cambiaron 1 fisanowtia urbana, En aque lla época al contrabardo institucionalizado provefa la prosperidad de la clase gobernante y ¢l eampesinada se relacionaba con una diffe! pero producti naturaleza selvética. Era todavia una capital tropical y provinelana, que Vivi adormecida por les largas siestas y la areaica dictadura patriarcal del General Stroesaner. Sus célidas calles, protegidas del sol por la vegetactén de los chiva- tos o flambayanes, s6lo eten trazisitadas al tnedfodta por aquellos arriesgador que se atrevian a dessfiar el omnipresente calor voraniego. En las tazdes loq vyecinos contemplaban plécidamente transcurrie la vida desde sus mecedorag de mimbre y en los ampltos patios st instalaban las tertulias famailiares baj9 el amparo de las palmas, los wembé y los “palos de agua", acompafindas pot interminables rondas de tereré, el tradicional mate frio cebado con refrescantel plantas arométicas. | ‘Entre paraguayos y argentinos existe una mutua incomprensiéa que Loge # ser franca hostilided, avivada por el recuerdo de la sangriesta guerva de la ple Alianza, donde los ejércitas argentinos y bresiletios habian ocupado el paid y diezmado su poblacién. Sin embargo y a pesar de ser un curept (apécopesdd curd piné, “piel de cerdo”, térmsino que aluide al colar blanro), el haber nacitd en Ia frontera disminufa la tensiGn; por otra parte mi balbuceante guarant tacaba una poce freeuente volintad de respeto lingifstica que timaba ol ‘eaperezas. El hecho as que al poce tiempo estaba viviendo en la mansion luna familia asuncena, con cuyo hijo mayor Victor Pane, uieto del disting do precursor de Ia sociologia paraguaya Ignacio Pane, hablamos estab! \it-_Eneventros en la selva 7 ‘gna amistad qne fie perdurable, Me ditgS entonces a las autoridades de la Dureocién de Asintos Indigenns, soliitando autorizacién para visitar alguna dumanided guaran, ya que en aque! tiempo estaban en Areas bajo jurisdicciém Sniitar, de hecho la Direccidn estaba al mando de ux: coronel, EI vivir com los Pane y conocer algunos de los militares de alta, grailuacién que participaban ‘cn las interminables partidas de naipes de su casa, me abrié elgunas puertas S" edujo las sospechas con las que era visto todo extranjero que pretendin in- emaree en la selva, Los militares estaban atin obsestouados por los recientes episodios guerrilleros que habian tenido lugar en la regién oriental y cue fue- ‘au drésticamento reprimidos. recurriendo incluso a la utilizacién de indfgenas piayakies como guias de los soldados, Después de obtener el perimisa correspondiente busgu relacionarme con los antropdlogos locales, Paraguay no tenia ni tieue tina carrera de antropologia, peso jemods me atreveria a llamar aficionadas @ hombres como Leén Cadogan, ‘a quien debemos la mAs riva informacion sobre los guarantes y algunas de las ‘ms Kicldas péginas dela tmogragia sudamerieana. Vivia una veles modesta y solitary; la indiferencis oficial ante su obra s6lo era mitigada por Ia adimiracién ol espeto de los antropélogos que lo trataban, sus orientaciones fueron pare inf invaluables. El respaldé mi idea de comenzar por trabajar con los guayalet, sndpe probablemente paleo-guaranttico que an esos momentos ataba comen- zado ser “sacado del monte” y congregado en un campamento improvisado en In selva, También entonees inicié mi amisted con Miguel Chase-Sardi, a quien le gusta reiterar que e s6lo wi aficionado a la autropologia a pesar de su tiumerosa produecién profesional; ailos después su compromiso le costarts, la edveel, Estos colegas paraguayos me produjeron una impresién profunda: eran antropélogos por un acto de afecto y de orientacién intelectual. hacia los pueblos indfgenas, no recibian retzibucién alguna por sus estudios. Investiga- baa por una conjuncién de deber etnolégico autoasumida y de revalorizacién de las culturas sometidas. Su dedicacién se contrastaba con la ingenua sober bia académica propia de los clanstros universitarios, donde el conociniiento se mnaneja como un recurso de poder sobre estudiantes y colegas, ademés de no ‘comprommeterse con Ia vida y el destina de las sociedades que se hacen objeto c Ia préctica profesional. Un arco de los Aché-Guayaki Twieié entonces los preparativos para viajar a Arroyo Moroti, paraje donde * estaba “reduciendo” a los aché-gnayaki bajo Ja tutela de un suboficial del ‘iéreito paraguayo. Un dfa, on Asuncién, me presentaron a un antropélogo “2yentino a quien no conocia y que también se ditigin a Arroyo Morot{, donde 68 Librar et caming 41 ya habia residido una semana el ano anterior. Decidimos realizar la trams sia juntos y eventualmente colaborar en la investigacién, » pesar de que sy comportamiento era un poco extrafio; pero yo ya en esa época habia asumids que ningtin ancropélogo es un ser demasiado “normal”, puesto que un exce¢a de normalidad podria cuestionar la misma orientacién profesional desde sus comienzos. Abordamos entonces tn Gmnibus de pasajeros que nos lavaria a la localidad de San Juan Nepomuceno. Un transporte de esa naturaleza perm:- tiria una compleja teffexién sobre la vida campesina paraguaya de Ia époce; en él se mezclaban hombres desealzos con sombreros de paje, herramientas y machetes; junto a mujeres que fumaban sus incvitables cigarros de hoja, el olor del pety-ini, del tabaco negro, invadia el traqueteante y caluroso trayecto. Alguna gallina preferida viajaba en el interior, pero cerditos y acuties se ace- modaban en el techo, junto con jévenes cuyos jubilosos alaridos acompanaban cada salto del émnibus provocando la hilaridad general. Al poco tiempo de salir de Asuncién ya nadie hablaba castellano y la mitisica verbal del guarani hacia que me angustiara por mi poca capacidad de comprensidn, Nos bajamos en San Juan y de allf caminamos algunas horas por el monte bajo hasta lle gat aun rancho cuyo propietatio nos guiaria a Arroyo Moroti, en su vivienda descansainos esa noche. Pasamos la mayor parte del dia siguiente caminando en el monte, pers\- guiendo la pequefia carreta tiracla por un solitario caballo que llevaba nuestras pettenencias; un par de serpientes yarards nos contemplaron pasar a una dis- tancia prudente. Pronto el monte bajo se convittié en una penumbrosa selva de galerfa, doude los rayos del sol se fltraban entre froudosas epifitas abrazs- das a las altus remas de los drboles. Al promediar la tarde Hegamos a Arroyo Moroti, que era poco mas que la cabaiia del suboficial, unos cobertizos y al- unos “benditos" de palma que cobijaban a los indios “reducidos". Hombres y mujeres desnudos se aproximaron a recibirnos encabezados por su “protector? el suboficial Pereyra. Los hombres eran muy bajos, 1o que se contrastaba con los enormes azcos que portaban y cuyas flechas tenfan mi altura; ve sorpren- id su aspecto, muchos eran de un color blanco pélido quizas parecido al de los chinos, también fue desconcertante advertir algune batba, vello piibico y ciertas cabezas con calvas incipientes. Las mujeres, atin més pequeiias y varias igualmente pélidas, se mantuvieron a prudente distancia; unas pocas estaban adornadas con escarificaciones faciales cublertas de pequefias phumas blancas que les daban un aspecto indestifiable, Recurdé entuuces lo que habia escuchse do sobre el exirafio y desconocido tipo racial guavas, liabia entre ellos gente morena pero otros eran de una apagada blancura. Quise suponer que tal vee protagonizaron una acelerada carrera desde el estrecho de Behring sin dete nerse hasta llegar a ese lugar del Paraguay. Su aspecto habia dado lugar a wn sitologia regional campesina, que los consideraban monos blaneos dotados de Encventros en la seva 69 —_ oO soles prensiles, a lo que coutribufa el hecho de avistarlos muchas veces subides 1 los arboles dedicados a la cotidiana bisqueda de miel. “A pesar de la compulsién que significaba la sedentarizacién obligatoria, la vida en el campamento transcurris en forma un tanto somnolienta; era casi imposible mantener los ajos abiertas después del mediodia, pero no era sélo ani caso ya que a la hora de la siesta ef lugar se transformaba en un sembradio dle cuerpos aletargados. Me pregunté si el antropélogo francés Pierre Clastres, \yaien nos habia precedido, habria disfrutado de aquellas célidas loras secre. tas. En Arroyo Moroti estaban congregarias unas pocas decenas de personas pertenecientes a diferentrs “bandas”, tal como se denominaba a los grupos fae railiares que recorrfan la selva recolectando y cazando; se esperaba atracr a més de estas unidades sociales utilizando a los residentes como intermediarios, ya «que en muchos kilémetras a la redonda las espesuras eran transitadas por los cilspersos miembros de esa cultura cazadora. Alfmos de los encuentros no hu hian sido muy afortunedes, puesto que los “monteses” dispararon flechas sobre Jo intermmediarios. Desde el campamento los hombres entraban al monte para azar y complementar con carne la pequelia agricultura que se realizaba en el lugar. Si se demoraban més de lo previsto en regresar, eran recibidos por las tuujeres con el desconcerante saludo de lagrimas; un gesto de dolor utilizado bara expresar alegria, persé que aladia a la preocupacién por los peligros que 1m cazador atravesaba, Sélo unos pocos hombres hablaban algunas palabras se guarani paraguavo, por lo que Ia comunicacién resultaba casi imposible, de \odas maneras trataba de registrar lo que veia. Un dia que estaba sentado en un tronco caido en un claro situado en las in- snediaciones del camnpamento, un hombre salié de la tupide pared vegotal que le rodeaba y se acereé caminando lentamente hacia mi lugar. Con movimien- ‘8 muy suaves recosté su enorme arco en un rama y se acuclillé enfrente mio; ‘nfa una barba rala y ojos castaios muy elaros. Yo habia dejado el machete ‘wera de su funda apoyade sobre el tronco. estaba casi nuevo y atin conservaba 4s pintura roja que servia para impedir la oxidacién del metal. Me interrogé (om los ojos y con delicadeza exquisita dirigié su mano al machete ofreciéndome 's posibilidad de que lo retirara de su alcance. Le incité » tomario. Lo sostuva tre sus manos, reviséadolo con cuidado y dijo en guarant —poré (lindo), "pues se puso la mano en el pocho y me ofrecié su nombre, le dije el mio; a “imbos nos costaba pronunciar el del otro. Entablamos un dilogo basado ex mistantivos y adjetivos; sefaldbamnos objetos y los uombribamos en guayaki, “larani y castellano, el idioma no me parecié tan distante del guaran{. Tal ‘mo él habia hecho con mi machete yo examiné su pesado arco de dos metros lute de largo, se rié cuando advirtié que no podia tensarlo: para ensefiarme ‘ocd una fecha y 10 abrié en us solo movimiento dispariindola hacia el cielo. 70 Librar el camino ‘noté que al hacerlo habjan trabajado todos los miisculos de su cuerpo indi, yendo las pantorrillas; indudablemente el hombre sabia su oficio. Recardé a Jey rifios jugando con arcos pequefios que iban creciendo con ellos, se precisa toda una vida para adquirir la destreza necesaria, Yo estaba fascinado con « ggrueso arco de oscura madera de alecrin y él con mi rojo machete de aoerc alemén; al parecer los gestos del intercambio son universales ya que prop. mos ¥ pudimos realizar el traeque. Nos dirigimos juntos al campamento caile ‘uno contento con su mieva adquisicin; el machete le serviria para confecciosiay smmuchos arcos, pero era el primer arco de mi vida. ‘Al poco tiempo Ia relacién con e! otro antropélogo se torné imposible, carle ver era mAs evidente que padecia algiin tipo de desequilibrio mental. St ac. ‘ud obsesiva le hacia creer que yo Je estaba “robantdo” la investigacién, tratal:e incluso de impedirme sacar fotos. Finalmente soborné al corrupto sutbofid) para que me obligara a salir del campamento, Ahora es un relato lejano, pac en aquella época y cireunstancia me invadié Ia furia al var todo mi esfuee< truncado por un delirio neurético; confieso que aferré,con rencar el viejo ms- chete que me quetiaba. Alguna ver lei, escuché o pensé que los trépions y le soledad envilecen, no sé si estoy de acuerdo con ello, pero con certeza alg nas dimensiones se pierden y la vida y la muerte adquieren otra perspectiva. Afortunadamente (ahora lo pienso) acepté irme; armé mi mochila y esa misme tarde emprendi el regreso cabalgando im caballo prestado con ini arco en la espalda, Poco antes de salir, mi nuevo amigo de nombre impronunciable, perc ‘con quien yo habia conversado y comerciado, se aceroé y en silencio me entree dos largas flechas. Asi equipado desandiuve le picada por el monte masticanile mi o6leta hasta llegar a San Juan. Esta antigua anécdote tal vex no pretende ilustrar nada més que otro en ‘cuentro en la selva, pero para mi fue crucial ponerme en contacto con la tr ¢gedia del pueblo guayaki. Durante varios dias me quedé en Ie localidad veoiie intentando vanamente buscar Ja forma de tomar contacto con alguna de las bandas némadas, alli pude conocer la visiGn que tos campesinos tenfan de loe Indios. En oportunidades los guayakies “monteses” habian recolectado (rec: gido?, jrobado?) la cosecha de maie de algin agricultor y eventualmente 1° se habian resistido a carnear ta vaca. Las respuestas fueron partidas de cat ‘en.el monte cuya presa eran los furtivos recolectores; hubo més de un encues- tro cnyo saldo consistia en hombres y minjeres asesinados y nifios secuestradot que eran vendidos como criados ex las chncras vocinias. No s¢ considerabe 6 crinen matar a los indios-monos-blances, incluso pensaban que reeducar a lo buérfanos como sirvientes constituia un acto de caridad cristiaua. Cierta tar de, cuando estaba resguardaco de Ja liuvia tropical bajo el sonoro techo Je \smaina de un almacén y bebjendo reconfortantes tragos de cafia en compadi de varios campesinos, llegé alguien a infarmar de otro “raid” de los guayakst~ nl Encuentros en la selva n sig Encietaeeiel Be A. De tnmediato y al celor del aguardiente comenzaron a organizar una partida de cazs de indios, les dije que no lo hicieron y me ignararon; los emenacé con Gelaterios a las autoridades, contarselo al cura, egué incluso a recurrir a la Giolencia; finalmente alguien medid, los énimos se calmaron y se remuncid Js partide, Al dia siguiente decidf regresar a Asuncién, me di cuenta que el intento de contactar una banda s6lo podria traer consecuencias funestas; no queria cometer una itmprudencia como la del antropélogo Jean Vellard, cuyo enenentro con los guayakies se tradujo en varios indios muertos por las armas de sas acompatantes. Por supnesto que esa no habfa sido su intencidn, sino ig reacciGn de Jos necvicsos campesinos ante le Hechas indigenas, pero los suayakies del monte no querian sor contactados y esa voluntad debia ser res- petada. Habfan comenzado las Tuvias y los eaminos se transformaron en rojos lodazales, para regresar tuve que hacerlo en un vuelo de la aerolinea interna, mm avin DC3 para paracaidistas de la segunda guerra, con lu puerta amarra- da con alambres y en el que Jos pasajeros eran similares a los del 6mnibus, ‘aduyendo gallinas y cerdos; pero no estaba permitido viajar en el techo. Han pasado ahora ms de tres décadas de aquellos momentos en los que se intensificaba el drama de los aché-guayakt. Al afio siguiente se declaré una pidemia de influenza en Arroyo Morotf; docenas de indigenas murieran ante 'a indiferencia cémplice de las autoridades de Ja dictadura. Siguieron sacando hombres, mujeres y uiflos de la selva, a pesar que el destino que les aguardabe era Ja muerte por las epidemias. Dos antropéloges alemanes que denunciaron al genocitio fueron expulsados del pais; alguna opinién piblica internacional ‘ae conmovida y presionaron al gobierno paraguayo que se sintié obligado & {ar explicaciones sobre los hechos. Existe literatura sobre al tema y no es el “#80 recordarla uhora, muchos colegas denunciaron el genocidio guayaki. El lesequilibrado antropélogo de la Universidad de La. Plata sélo escribié algin weaico ensayo sobre Ja forma de empuiar los arcos 0 dispersos datos lingifst- "95, muchos aitos después me sorprendié escuchar de su fama académica como “abajedor de campo, aunque nunca residié en el campamento més de unas ‘emanas, Pero ningiin escrito me informé qué habla pasado con aquel hombre con el the habia iniciado una amistad basade en un mutuo esfuerzo comunieativo y ‘2 afortunado comercio, Probablemente murié en una de las epidemias, quizés “uieto pensarlo~ lmyé de aquel u otro campo de concentracién para indigenas logré rehscer una vida en la selva. Pero ni él ni su pueblo tuvieron ninguna Vosibilidad de sobrevivir culturalmente ante lx compulsién de la que fueron igtizss: Al parecer hoy no quodan guayakies libres en las devastadas selvas Stiente peraguayo; sobreviven individnas confinades en resguardes, pero no hay ningiin lugar para el antiguo estilo de vida del que eran portadores 2 Librar el camino a anrirg, aquellos miembros de una antigua tradicién cazadora, Parte de la experiencig cultural humana ha desaparecido con ellos. Los auténticos hombres: Avi-Kati-Eté Después de mi regreso a Asuneién un funcionario de la DAT me propuso tra- bajar en la contunidad Avé-Chivipd de la localidad de Fortuna, doude tenfan mos pequefios programas asistenciales. Acepté, aunque yo hubiera preferitia investigar a los Mbys o « los Pai Tavyterd, ya que se consideraba a los Chirina el grupo més “aculturado” de las tres parcialidades gueranies orientales, Pero dabido a mis escasos inedios no podia dejar pasar esa oportunidad y nunca me he arrepentido de haberlo hecho. En una camioneta nos dirigimos a Curuguaty, en el Departamento de San Pedro. Ese era el olvidado pueblo donde el héroe uruguayo Artigas habia transcurrido su exilio; entre los incultos matorrales ie Ja plaza central se erigia un pequefio busto que coumemoraba esa triste estan- cia, Pasamos un par de dias en una cabaia do tablas que funcionaba coma hotel y pensi6n; la lluvia que me ensordecfa sobre el techo de Idiminas m3 imi- pedfa transitar el precario camino hacia Fortuna. Muchos de los pobludores 110 hablaban castellano, podia practicar mi precario guarani y me informaron que 1a variante de los Chitipa era bastante inteligible. Finalmente, aprovechando unas horas sin Tluvia, emprendimos el viaje y despnés de varias horas y otros tantos empantanamientos bajo un sombrio techo vegetal, salimos al extenso ‘laro en la selva donde estaba el aldeamiento indigena. Al parecer no era frecuente yer llegar camfonetas, hombres mujeres y i+ fos se fueron acercando, su aspecto no diferia demasiado de los campesinos de Curuguaty. No entendia muchas palabras pero Ia lengua era bastante simi Jar al guaran{ paraguayo. Las dispersas viviendas de varas y techos de palma recordaban otras. {Qué haris que ellos fueren indios y los otros uo?, jen base a qué eriterios se estableceria la distincién? Recordé mi residencia con Jos mapuche, quienes inicialmente me habian parecido sélo paisauos, paro acpi cexistia una lengua en comtin, Tenia veintitrés aios y tal vez yo buscaba un extrafiamiento inmediato, una diferencia cultural visible y fotagrafiahle; que- ria encontrarme con un “otro” claramente definido también por el mensaje explicito de su apariencia. No tardé mucho en conocer las respuestas a estas preguulas, ¥ fucrun de tal intensidad que me hicieron residir alli varios mese y regresar por més tiempo al afio siguiente. Habja dado comieuzo a mi relacién con Ia cultura guarani, conocimiento y aprendizaje incompletos. pero que ya nunca abandonarian ini vida. Ningiin antropélogo habia residido antes en la aldea. Como ocurre en tod® investigecién era dificil definir Jas intenciones que me gulabas; inicialmente mi Encuentros en la selva B a fue sélo tolerada, pero progresivamente mi curiosidad comenz6 a ser Fists con cierta simpatia por alguias personas; uo ere nada frecuente que 1m Jazaf se interesara por las cosas de los sv, Y ellos eran los Avé-kati-eté, los quténticos 0 verdaderas hombres, que soportaban con indiferencia el término ‘kvé-Chirip con el que los denominaban los de afuera. Por otra parte a las pocas semanias comencé a ser una presencia cotidiana; me bafiaba junto eon Jos hombres en el arroyo cercano, transitaba por las veredas del monte cazando pajaros, saludaba a conocidos, visitaba vivieudas y me sentaba en torno a las Jhogueras noctnrnas escuichando historias ¥ comiendo mandioca asada en las Gaando legamos y antes de despedise cl funcinario dela DAI me babian presentado al jefe local y a otros dos jefes menores; después supe que no sélo eran lideres sociales sino también religiosos, ye que se desempentaban como los ‘és importantes paf, chamanes, de la localidad. A st vez constitufan los te'vi ‘ri, los padres comumales de sus respectivas familias extensas. A pesar de mi poco respetuosa audacia, el interrogarlos sobre los relatos mifticos fue cons- truyendo una relacién cada vez mis intima; el constante interés por aprender aquellas palabras sagtadas suponfa uma vocaciin nada frecuente en un extran- Jero, algunos habian tratado de ensefiarles algo pero ninguno de aprender de. los. Asi mis primeros comentarios sobre las aventuras de los héroes cultu- rales Kuarahy y Yacy, Sol y Luna, que conocfa por la obra de Nimuendaji sobre los Apapokuva; desencadenaron una larga secnencia de relatos que for- maban parte de la saga heroica. Resulteba adinivable advertir emo nucstras conversacioues nocturnas se iban configurando y adquiriends la forma de un vasto texto mitico transinitido oralmente durante siglos. En aquella aldes se atesoraban conocimientos que ya eran viejas cuando las naves espaiiolas fueron avistadas en los rios de la regién. La vida en Ia aldea era tranquila, el estar dentro de una demarcacién terti- torial los hacia por primera vez tener derechos colectivos sobre la tierra v estar por el momento a salvo de los voraces hacendados regionales. La situacién era relativainente préspera, se cultivaba avatf y mandi’é en buena cantidad, aun- que la carne escaseaba por el tamatio de las plantaciones que espantaban las Presas y por la cantidad de hombres que salfan a cazar, En lo fundamental se Teproducia la vida de un teko’s tradicional, de una aldea integrada por distin tas familias extensas, te'vi. Los distintos dirigentes de te'yi se reunian en un onsejo liderado por el te'yi ru, por el padre comunal de mayor prestigio. Pero las jerarquias no eran sélo politicas, sino que estaban dadas por Ia capucidad e los Iideres para relacionarse con lo sobrenatural; todos los te'yi ru eran pat, ‘chamanes oporafvas, cantores de lo sagredo, de distintos niveles. Ast tanto la Vida patental como la colectiva estaba regida por tina normatividad religiosa. toda alusién aun deber individual o social era fundamentado por ser expresién ue Librar el caming de la volumiad de Nande eu Guasd, Nuestro Gran Pacire que mora en Orient Aquella constante ¢ intensa telacién de la sociedad con lo sagrado, suponta ung firme orfentacién hacia la. defensa de sus tradiciones culturales; tal vex nod los variables rasyos materiales, pero sf de una ideologin social distintiva qua manifestaba la clara intemcién de seguir siendo avé-guaranf. Quins nie aceptaban porque vefan en mi asin buscadot de la teké ord, de ly buena costurbre, tal come se designa 2 la vida tradicional que signe las normag sagradas en contraposiciém a la teké oly, la costumbre imperfecta propia de fos blancos. Mi biisqueda por accader a los conocimientos religiosos, fie as} progresivamente entendida como una vocacisu miistica orientada hacia Ia tek ‘marangatil, el estilo de vida sagrado al que pocos acceden. No pretend{ explicar ‘que queria escribir un Kbro (cos que inevitablemente hice aiios después), esg Propésito estaba muy fuera de la realidad que compartiamos y cada ves még ‘ausente de mi interés inmediato. De pronto lo que més me motivuba era el ‘conpcimniento que adquitia y Ja buena voluntad con ta que me lo conunicaban, Pooo a poco.advertia que aquellaaldea se habia transformado v que estaba muy distante de ser un pueblo campesino paraguayo. Ese cambio no se debia s6lo ‘las partides de caza donde usaban arcos y fechas, a ls vex que demostraban, un increible conociimiento de la voz de cada animal, de cada péjero, a quienes Namsban oon su inismo Tonguaje. Lo que transform mi percepcién era universo simbélieo constamtemente presente, que sbarcaba torlas las esferas da Ja vide y que con frecuencia orientaba las conductas olectivas, Después supe que estas personas eren la continuidad de otras que habian existido antes, no la zeencarnacién de sus cuerpos, sino la revitalizacién de Ja esencin sagrada de lox nombres de aquellos que los habia precedido en la vida y cuyos linajes provienen de las ceidades. Fl nacer supone que antigoas almas vuslven a “tomar asiento” en los apyké (banguites zoomorfos) junto & Jos fuegos del hogar. Cada, persona es heredera de un nombre, de una palabra que designs un alma que hace revivir a les generacignes pasadias, haciéndola formar perte de un ser colectivo que se ha transmitido durante siglos. Si hay tm limitado mimero de-nambres es porque hay un limitada nimero de almas, aunque una misma alma pruede habitar en distintas personas sin que éstas de jen de ser diferentes. Asi en al transcurso de los mases accodi paulatinarente 1 Jos réra ka’aguy, nombres de selva, de los habitantes de la aldea; a los ver- daderos nombres de sus palabras-alinas, fe'@ng.z y no a los que-tsan como disfras nominativo ante log extranjetos: supe aal que estaba viviendo junto 3 hombres de las generaciomes de AvaNemblars, Avé-Tapé, Avé-Tupé-Karal 0 mujeres que podian tener el privilegio de Hamarse Mujer Bambi de la Tierra Resplandeciente, Cud-Talkud-lvy-Verd. 1 — Encventras en fa selva 75 i Los cantores de la selva sociedad tiene intéloctuales, hombres y mujeres que ‘buscan profundizar a Ss a por su cultura por distinias razones; desde Ia biis- Glia de uae mor Sasori. social ast Ia ola emoctin del onooer, ate { Avé-katti-eté abindabau los intelectual, ya que toda familia exiensn tenia os hombres y mujeres iniciados como pal; ¢ decir como gente que buscaba war relacion con lo sagrado acoder al conoeimiento aciumlado por la socie- Fe consengo Iba construyend Ia reputacisn de un pai, basta llegar a ser ssderado lider espixitual no sélo de su te'y! sino de varios. As{ el principal de ln ula deteataba vn liderasgo religioen, politico y parental a a vez, ya que 1s el te’yi ru, el Padre Counmnal de mayor jerarguia. El lider local se Tamaba ei Renibiard y desde que legara habia establecido una buena reluci6n com A, besada, ont Ie muanifiesta volunted de que me transmitiera sus conocimien- tee. Siempre fue may cordial conmigo, Nada sclemne, se comportaba como im bromista consumado, tal como su propio nornbre se In irmponia, Nenibiar’, al “jugnetén"; era. agradable compartir el humor y la alegria. Las. canstantes ‘yisitas 8 su casa fueron constrayendo: también una vinculscién amisiosa con algunce miembros de la vasta familia que lo rodeaba, Uno de los rasgos que ‘airibuf a su personalidad humoristica, era tener ¢omo compefiero 4 un yeibu, ‘a un negro buitre domesticado, que respondia al sorprendente nombre de Ti bureio Barreto Quifiones a pesar de que Ayé-Nembiara no hablaba castellano. El popular “Tibu" acompafiaba siémpre a su duefio cuando regresabe a la casa. in con él. Aa tande cata en a hamaca, bajo el lero de la chors donde viva, oe ‘bin despertado do Ta. slesta y me senté balancearido los pies. De pronto soati ‘un golpe helado y quemants en el tobillo izquierdo, me azoté una rifaga de filo, antes de mirar el suelo supe lo que habia pasado. La yararé estaba atin enroscada bajo la hamaca coui su triangular cabexa erguida y anienazante. Al cancé a tomar mi machete y 1a corté en innumerables pedazos, pero el dajio ya cstaba hecho, No tenia snero antiofidico'y no habia um médico en muchos: ‘lémetros a la tedonda. Presa de uno profunda agitacién corri bacia la casa de Avi-Nembiard, 6 no estaba y fueron a buscarlo mientras me recostaba on ‘una hamaca. Cref que tardaba horas, tal vex fueron minutos, pero mi agitacién tba en aumento, me costaba respirar y comenzaba a ver todo turbio. Cusn- do llegé me revisd el pie y apreté un poco las pequefias heridas que casi no Sangraban. Entonces se despojé de su harapienta camisa y se colocé la tiara de plumas, akdan gua'é sobre la cabeza y las bandas cruzadas de algodén y Dlumas, jasad, en el pecho; munca lo habia visto con los adornas plumarios Peto inexplicablemente ello me tranquilizé aunque su figura se hizo extrafa. Después mis recuerdos se vuelven confusos. Avé-Nembiaré comez6 a cantar 76 Librar ef caming: tun monocorde canto sagtado acompafiado por su sonajero, mbaraké, el sonidg enaba el cuarto ¢ parecia retumbar eu mi palpitante eabeza. Esa noche tuve ficbre ¥ ereo que doliraba; recuerdo haberme preguntada por qué el desting me habia levado a morir alli, rodeado por la selva y escuchando los graves y distorsionadas gritos de los extrafios animales que pueblan las noches. Al dia siguiente se mantenia la fiebre, tenfa la vista nublada, pero ya no me costaba tanto respirar: les cantos de otros paf me acompaiiaban de mafana y tarde, Bsa noche logré dormir y al dia siguiente estaba mucho mejor, incluso se ha- bia deshinchado la inflamacién del tchillo. No recuerdo que me bubieran dado ada de tomar. ne habfan eurado cantando. Muchas veces ie rellexionado sobre este episodio « intentado expliceciones posibles. Quizds la yarard, cuyo veneno es mortal, habia mordido algiin ani- ‘mal antes y tenia una dosis reducida en sus glindulas, En mi provincia natal son populares los llamados “vencedares”, a quienes se supone dotados de una capaeidad natural para neutralizar el veneno de las sexpientes. Pero siempra Jos habia considerado meros cnentos folkléricos; carecia ~atin carezco- de toda vocacién mistice, Pero el hecho es que me habian curado, sentia que le debia la vida aquel hombre y a los otzos que habfan asistido a las sesiones de can- to, Bllos se habfen preocupado por ty me kabjan dedicado lo mejor de sus saberes; jaznds podré olvidarlos o dismninuir mi agradecimiento. A partir de esa circunstancia desarrollé una cierta dependencia afectiva hacia Avi-Nembiara, ese hombre de otra cultura que sin esperar ninguna retribueién me habia cue rado. Yo era el tinico karaf residente en In alddea, algunas veces mi juventud me habia hecho sentir solitario e incluso desvalido, pero ahora advertia que la diferencia no era para ellos um obstéculo para asuinir la comin humanidad en Ja que participabamos todos. Los didlogos con Avé-Nembiaré se hicioron més frecuentes, nos unia una velacién distinta a la que kabjamos levado hasta el momento. Me atrevi a reguntarle cémo habia sprendido a curar y me contest que eso se lograba a través de los suetios, orekuera royliendd “lo que escuchamos en snefios”, eva fundamental para obtener los conocimientos y el canto guadi eté propio de cada oporaiva, de cada chamén cantor de lo sagrada. Cantos que son la modulada repeticién de dos 0 tres vocales en largas y graves letanfas. Dias después me relaté cémo habia obtenido Ia revelacién de su canto, siento que debo cederle 1a palabra: “...Yo voy tn poco arriba, haria el este y alli hay una easy hermosa con dos puertas iguales. Al legar yo alld, a ese lugar llamado par nosotros Ne'eng asiiery, lugar de-las-palabras-almas- que-fueron, fue donde aprend{ mi oracién ‘mi guati-eté, Als encontré con mi cuflado y con mi abuelo. Mi cuiado me tomé del brazo iquierda y mi abuelo me tomé del brazo derecho y juntos me ‘enseharon la escalera que une el cielo con la tierra. Entonces vi que habia n1 ii Encuentros en la selva = baile y allf donde se hace la danza.es que esté la hermosa casa semejante a una in. como & las que los karai van. Entonces yo pregunté qué era eso ¥ mis inos me dijecon. que era el lugar donde se aprende a ezar (se interrumpe, Bice -yo no puedo contar estas cosas porque sélo pensando en ellas ya me dan 1s de Horet-). Cuando los bailarines se dieron vuelta hacia nosotros vi que fntre ellos no sy mozos ni mujeres jévenes, Por eso es que cuando rezo no {quiero siquiera mirar a las mujeres, porque nosotros en nuestras oraciones nos teferimos a cosas verdaderas. Entonces vi danzar a los varones y observaba. al Sol en el oriente; lo observaba para ver si iba a lover, pero supe que uo iba a lover. Y mediante esas cosas €s que yo ahora puedo hacer escuchar el canto ‘nel monte. Al bajarme de alli encontré un ruerto, en un pozo estabe, estaba hinchado, de adentro de la sepultura salfan las moscas. Entonces ris padrinos que no me abandonaban me dijeron; -ahijarlo, a ese tu vas a curar~, pero les dije que 20 podia hacerlo porque yo no sabia nada. Entonees mis padrinos me censefiaron el reao que yo tenfa que decir (cants el guad eté y se interrumpe ‘con sollozos, me dice ~al cantarlas yo estoy viendo de mievo esas cosas), y ime hicieron dar tres vueltas alrededor de In sepultura y yo canté y lo soplé yy enformo se sané. Hebia sido un varén el que habta estado enterrado alli, ‘ levanté ese y habl6 en la selva. A veces Nuestro Padze, Nanderit Guazd, mediante estas oraciones hasta a aquellos que estén muertos devuelve la vids. Al dia siguiente amanec! cantando lo que me habfan enseilado y cada noche nis padrinos me muestran los remedios paza que pueda seguir curando. Para saber todas estas cowas fui al Oriente; por eso conozco el amor ¥ todas las Cobré conciencia de que se necesita una gran fortaleza interior para soportar In intensidad emotiva que produce la relaei6n con lo sobrenatursl, especialmen- te si uno tiene la posibilided de hacer esa relacién constante a través del suetio, suedos que son invocados por los guati-eté adquiridos durante la experiencia uirica, Cada hombre o mujer puede llegar a poseer su propio eanto, su propia llave simbélica de acceso a lo sagrado, pero pocos son aquellos cuyos cantos Teflejan la intensidad inieldtica de los cantos chaménicos. Bsa diferencia de oder es la que capacita el chamén tanto para curar, como para dirigir el canto de los otros durante la. mas importante ceremonia. colectiva, el Canto de la Selva o Nembo'é Kalaguy. Asisti a varios y pude advertir que no sélo inyocaban deidades y solicitaban bienes, sino que también funcionaban como tittales de educasiéa, en loe que hombree y: mujeres j6venoe perticipaban vo- luhtariamente para aprender a beilar y cantar con lo sagrado, Yo no tenia lux canto propio que me permitiera participar y ni siquiera un nombre que se relaciouara con el canto. No puede invocar a Nandertt Guazii, a Nanderd Mbaé Kua Nuestro Padre Sabedor-, 0 Kuaraly y Yacy -Sol y Luna-, a aude Cy -Nuestra Madre- ,o a Tupa -Seitor del Viento y el Tren, quien % Librar el camino ora cain no tiene une Ne'eng, una Palabra Alma que provenge de ellos. Pero pasé he- 00 escuchindolos cantar y bailar cadenciosamente al zitino de los mabaraki ~sonajeros—masculinos y de las takud -bestones de ritmo femeninos. A vecis Avi-Nembiacé se sentaba conmigo y me explicaba algunos detalles del tito; an. te mis constantes preguntas me dijo que tal vez un dia yo tendria un nombre yun canto que me permitiera conocer las cosas por mi mismo y sin tener que reourrir a otros. Entreacto A los pocos meses thive que viajar a Asutieién donde permanect durante un pat de semanas, ya que Leén Cadogan tuvo la gentileza de ayudarme a tra- ducir algunos de los textos grabados. De all! saldria de regreso a la Argentina obligado por mis deberes estudiantiles. Al reencontrarme con el primer pe- si6dico después de sels meses, me enteré de la impactante noticia de que 6] Che Guevara habie muerto asesinado en Bolivia; ello me cuestioné respecto al ‘valor de une tarea etnoldgica que entonces senti me alejaba del mundo y de In responsabilidsdes de mi generacién, Pero viviendo de nuevo en la hermosa mansién tropical de los Pane y junto con mi amigo Viky traté de divertirmé de ncverdo a mi edad y cireunstancias. Sin embargo la selva conspiraba contre el éxito de una vide social intensa, especialmente en relacién con las mujeres ue intentabs sedocir. Durante meses habia dormido sobre un encatrado, bajo el cual colocaba un brasero con estiéreol de vaca para espantar a los insopor: tables mbarigui, los diminatos mosquitos que se filtraban por el mosquitero, El resultado era que mi piel olfa como un cuero curtido y ahumado, a pesar de los baiios y de Ta ingente cantidad de jabén y perfume que utilicé. La selva no se despegaba de mi aiin en los bailes; pot sterte la miisica de los Beatles per- mitia bailar a prudente distancia, pero toda. aproximacién posterior generabe actitudes de sospecha inicial y rechazo finel. Me sentfa frustrado y repridiadoy tos guaranties me dejaban convivir con ellos aunque con una cierta distancia y ahora mi propia sociedad me recheaaba. Con el tiempo aque! inquietante olor fue desapereciondo, pero no el recuerdo de aquella desagradable experiencis.de ‘marginalidad. Al ado siguiente regresé a Asuncién, por primera ved portador do una bece de investigacion. Habfa pasado esos meses leyendo sobre los gus- ranies y eseribiondo mis primero encayoe sobre el temas, ain embargo el pilusst objetivo era entrar en contacto con los cazadores ayoreo, que también esteben comenzando a ser “sacadas del monte”. Después de reencontrar a los amigos y de alojarme nuevarmente en la casa de los Pane, emprend{ el viaje hacia el Chaco Boreal paraguayo al que me he referido en otra narracién. Sus resulta- dos fueron intensos aunque tin tanto frustrantes, ya que la sociedad ayoreo se i-Encventros en la selva 79 cotta envi ox unm ger nto, por Yo que decid! apresurar ml ya los Avé-kati-eté. Pe i varde caluross llggué de moevo «© Curviguaty y al dia siguiente “adi solo Ja larga caminata hacia aquella recordada aldea, siguienda la eaPiida” rodeada por la alta selva. La vegetacién que me rodeabe era aho~ “pietocda y sabia distinguir las istintas especies que se asociaban en una 7 come confusion, Durante el trayecto fui entonoes redescubriendo, con una n poco explicable, algunas aspemios de la flora y Ix fauns que habia id0-el aio pasado: recordaba nombres de plantas, veia cormportarse ati- ‘pales y hasta cre! que me faludaba tna iasoportable bandada de mons que pes gritando sobre aul cabera, Al legar a la aldea advert{ que habia pasar fo poco tiempo, podia baiiarme en el mismo arroyo y reir junto a todos mis ‘antiguos amigos, quienes exageraron su reconocimiento ante-los pequelios pre- fetes que les babfa llevado. Avi Nemblaré me secibié alegre y juguet6n como ‘Siempre, pero emacionado dijo haber sofiado con mi regreso. eocidr Aprendiendo a cantar y sofiar Jos meses siguientes reanudé mis investigeciones que cada vex més Ben ie por Saha ‘como 1mn aprendizaje del ted pord, de les buenas ‘costumbres. Desde mi regreso algunos rivalizaban entre sf para transmitirme ‘suis conocimientos. Incluso me fueron a despertar en una noche /particularmen- te esitellada para contarme los bellos mitos de origen de las constelaniones. ‘Una mafiana Avé-Nemibiard fue 2 buscarme poco después del amanecer y me dijo que los suefios le habfan indicado que yo deberia ser heredero de sus cono- cimientos; que queria que comenzara el proceso para ser pa de muestra gente; al hacerlo us6 el término oré (nosotros exclusive) que alude a una colectivi- dad de pertenencia delimitada, a diferencia de fiandé (nosotros inclusive) que Puede nombrar a la humanidad en general. Me hab{a identificado asf came aniembro de la aldea, Emocionado y confundide le dije que ello Bree peanhs yo no era avd y que ni siquiera podia hablar bien Ja lengua; no me ‘apachad pasa acoeder a une responsabilidad de ess naturales. Pero 4 me ‘sefialé que yo sabia “todas las cosas de los karai" y que elles me habfan en- Sefiado tnuchas cosas de los avd; si segnia aprendiendo nadie podria rivalizar con mi conocimiento de ambos mundos. Crei entender, més allé del afecto y la confisnza involucrades, que se pretend{a que yo pudiera actuar como un agente intercnitural entre indios y “blancos’. Asi como el chamén mediaba cutie sa sociedad y el mundo de lo sobrenatural, se buscaba que pudiera mediar aute ‘el mevo mundo social con el que cada ver mds se relacionaba Ja cultura. Pero

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