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EVEREST
COMETA ROJA
Alad i no • Alí Raba
Alicia rn el paí^ tit' las maravillas EL PRÍNCIPE
La hclld durmiente • La bella v 1,1 besun
13l;i[ic¡inieves • Caperucha "Rnjii * Ln f miirirnta
T ¡a ^Hilera * El enano saltarín • El ÍIjuEisu de I laiin-i FELIZ
Ld ¡¡¡illiiid de lii^ hue^s de oro
hl g.ilu coa bofas • L,i lircl'ieüi • "FJ libro dp 1^ sdva
T.g Eiei^TF y la ttittn^a • FJ patito Ito * PC|I_T Pjn
Piel de ahtiíi • Pinocho
Ld ^jiiiicc&a y el ^Liis.uilc • El principe fdi?,
Píilgürciro * F.l ratón de campo y c\ r¡itr>n dr riinJat]
í a reina de las nicvc-s " Rnipímuj
El saafrcdHu valiente * Snnbjd L-3 luuiiiiu
LJ SiremlA • Hl soldadito Je plomo
ti traie nuevo del emper;idor • T.os tres cerditos


EL PRÍNCIPE
FELIZ
[Jelén Li ¿aguí! re
M" Tsuliel N'nt'.jl R

f\o c*lí permitida l.i reproducción ruí.i. o


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i los derecha, induidü .'1 I|LT,\ m t\\-
.f\ii» iilquileí, pi'ésliunn o ciwlquJci ülr^ dominando toda la ciudad, se
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alzaba la estatua del Príncipe Feliz.
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I ,.1-i-lri.j T.mn-l .1 CiilullJ, km '• LLO.N |^ Estaba recubieria de orofino;sus ojos
Dcpóbito Ic-ijl LL. l.-^-KvT eran dos preciosos /uíiros y un gran
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rubí rojo brillaba en la empuñadura de j K
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su espacia.
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Una noche de invierno llego a la
ciudad una golondrina y decidió refu-
giarse allí, entre los pies de la estatua.
Pero justo cuando metía la cabeza bajo
el ala, le cayó encima una gota de agua.
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¡Que raro!", pensó. "No hay una
sola nube en el cielo, las estrellan bri-

lian con toda claridad y, sin embargo.


llueve...1'
Cayó una segunda gota, y luego
otra. La golondrina miró hacia arriba y
vio que por las doradas mejillas del
Príncipe rodaban gruesas lágrimas.
—¿Por qué lloras? —le preguntó.
—Cuando estaba vivo y tenía cora-
\ zón humano —le explicó la estatua—,
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Lodo lo que veía en mi palacio era her-
moso y alegre, Por eso me llamaban el
Príncipe Feliz. Pero ahora que esioy
'» muerto y me han colocado en este lugar
tan alto, puedo ver toda la miseria que
hay en la ciudad; y aunque tengo el co-
razón de plomo, no puedo evitar llorar,
—r;Y qué es lo que ves ahora? —le
preguntó la golondrina.
—Una casa muy pobre. Dentro hay
una mujer. Está bordando el vestido
Si que mañana lucirá en el baile una da-
ma de la reina. Ln un rincón de la ha- A u n q u e hada mucho frío, la golon-
bitación yace su liijito enfermo y ham- drina aceptó el encargo y, arrancando
briento. Pero la pobre no tiene nada el rubí, salió volando con él en el pico.
que darle... ¡Por favor, golondrina! Cuando llegó a la humilde casa de la
m ¿Podrías llevarle el rubí de mi espadar costurera, el niño se agitaba en su ca-
Yo no puedo moverme de aquí. mita y la madre, rendida por el traba-
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jo, se había quedado dormida. Depo-


siió el rubí sobre el bastidor y abanicó
la trente del niño con sus alas.
La golondrina volvió hasta la esta-
tua y pasó allí la noche, Al día siguien-
te, tras visitar las torres y los campana-
rios de la ciudad, le dijo al Príncipe:
—]Adiós! Mis compañeras me es-
peran para emigrar al Sur.
—¡Porfavor, golondrina! —lepidio
el Príncipe—, quédate una noche más.
Allá, en una buhardilla, veo a un joven La golondrina, con gran pesar, le
que está escribiendo una obra de teatro arrancó un ojo al Príncipe y se fue vo-
para los niños. No tiene con qué calen- lando hasta la buhardilla. Cuando el es-
tarse y se ha desmayado de hambre, critor volvió en sí y vio la joya, exclamó:
V —Bueno, me quedaré —aceptó, — ¡Oh! ]Debe de ser un regalo de
compadecida—. r-;Qué debo llevarle? algún admirador! Por fin podré termi-
—El zafiro de uno de mis ojos. nar mi obra,.
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AI día siguiente, después de visitar —¡Por favor, golondrina! —le dijo


el puerto y el barrio de los pescadores. el Príncipe—. Quédate una noche
la golondrina se fue a despedir del más. Abajo, en la plaza, hay una niña
Príncipe: muy pobre que vende cerillas. Llora
—¡Adiós! Es invierno y pronto lle- porque se le han caído a un arroyo y
gará la nieve. Mis companeras ya de- su padre le pegará ú vuelve a casa sin
ben de esurr en iigipco. dinero. Arráncame el otro ojo y lléva-
selo. No importa que me quede ciego.
Así lo hizo, y pasando sobre la ni-
ña, lo dejó caer en su mano.
—jQué LTÍstalito tan precioso!
—exclamó la niña.
Y corrió a su casa muy contenta.
La golondrina, entre tanto, regresó
junio al Príncipe y le dijo:
—Ahora que estás ciego, no puedo
abandonarte. Volaré sobre la ciudad y
\ te contaré todo Jo que vea.
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ciudad, que daban gracias a Dios por-


que de nuevo tenían con qué alimen-
lar a sus hijos.
Pasaron los días y llegó la nieve. La
golondrina cada vez tenía más frío, Pi-
coteaba a escondidas las migajas de pan
que encontraba a la puerta de la pana-

I.a golondrina pronto pudo ver la


miseria de que el Príncipe le hablaba-
Mientras los ricos se divertían en sus
magníficos palacios, los pobres esta-
ban tristes y apenas tenían que comer.
—Arranca el oro que me cubre y dá-
selo a los pobres —le dijo el Príncipe,
Y la golondrina distribuyó las lami-
Ni nas de oro entre todos los pobres de la
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dería y procuraba calentarse batiendo do—. Pero bésame en los labios, por-
las alas. Hasta que un día sintió que iba que te amo.
a morir, A duras penas, voló hasta el —No es a Egipto adonde voy —le
hombro del Príncipe y le dijo al oído; contestó la golondrina—, sino a la Mo-
—[Adiós, mi querido Príncipe! rada de la Muerte, Yo también te amo.
Permíteme que te bese la mano. La golondrina besó al Príncipe en
—Comprendo que por fin te vayas los labios y cayó muerto, a sus pies. En
a Egipto —dijo el Principe, resigna- ese mismo momento, se oyó un extra-
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ño crujido dentro de la estatua: era el


corazón de plomo, que se había parti-
do en dos,
Al día siguiente, el alcalde de la
ciudad mandó que derribaran aquella
estarna tan fea y tan pobre y que la
tundieran en un horno. Pero, por más

que lo intentaron, no hubo fuego ca-


paz de tundir el corazón de plomo, Y
lo tiraron al mismo montón de basura
al que habían arrojado la golondrina
muerta.
—Este corazón no sirve ni de re-
cuerdo —sentenció el alcalde.
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J u s t o eu ese momento, Dios le de-


cía a uno de sus ángeles:
-Tráeme las dos cosas más valio-
>h\ sas déla ciudad.
S / Y el ángel le llevó el cora/ón de
plomo y la golondrina muerta.
—Has elegido bien —le dijo
Dios—, pues en el Jardín del Paraíso
5Svj esta golondrina cantará eternamente, y
en mi Ciudad de Oro el Príncipe Felí¿ y
cantará mis alabanzas
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