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=, Gustavo Nielsen ay Marvin i ~Buenisimo ~dijo Blas, con la cara resplan- deciente de alegria. Pensé una vez. mas en la sonrisa de aquella enfermera, con su guardapolvo blanco como el dia, y busqué, tras la vordgine de autos de la avenida Santa Fe, el cartel de McDonald's. —Entonces es buenisimo, tio —repitié, para que yo lo escuchara. Me tiré de la mano. El ciclo estaba en la enfermeta que se iba. En la ruta Algo fallé en el kilémetro trescientos. El Dodge tiraba hacia la izquierda, buscando la banquina. Sé que era el trescientos por el mojén que esta antes de las casitas. La luna, helada, iluminaba cl campo como la luz de un frizet. La primera casa aparecié a la derecha, un chalet bajo con el revoque roto. Un débil cartel de neén indicaba ‘Cervezas y Guiso”. El jarabe me habfa dejado en la boca un gusto asqueroso. Bajé del aura y lo rodeé por adelante. Mi cuerpo corté dos veces Ja luz de los faros. En la otra casa —una mas pe- quefia, casi un cuarto levantado del otro lado de la ruta~se ilumind una ventana. La rueda dere- cha estaba desinflada, Recordé la de auxilio, pa- rada adentro de Ia baulera de casa, absurda imitil. Apagué las luces y el motor. El neén de la puerta chisté con un pequefhlo relampaguco. Cuando entré, Hlevaba la pelota para Sebastidn debajo del brazo, y la esperanza de encontrar un teléfono que funcionara. El lugar estaba recién pintado. Era el comedor de una casa de familia, con una mesa de madera riistica, dos sillas y el agregado de un mostrador de chapa. No habia olor a comida. Lo més raro eran los péjaros y la luz, amarilla, saliendo de un foco de color colgado de un cable central. Los pajaros estaban embalsamados y ocupaban los rincones superiores, atados con tanza al cielo ra- 50. El color de la luz convertfa mi brazo apoyado sobre el mostrador en una extremidad enferma. Desde la ventana se podfa ver la ruta y el batil del Dodge. Nadie iba a cruzarse, en lo que quedaba de la noche. Mejor tomarselo con cal- ma. ;Cudntos afios cumpliria: siete, ocho? Los dos pajaros del mostrador se tocaban los picos. Estaban pegados a una madera que decia “Zor- zales’. Habfa también un diario bastante ajado, que miré por encima, sin reconocer las noticias, El titular anunciaba un doble parricidio, y la fo- to mostraba un cadaver con el cuello cortado. “Creo que siete”, estaba pensando, cuando apa- recieron los ciegos. Era una pareja de unos cincuenta afios. Ella, gordita, con el pelo desordenado y dedos como fioquis al final de brazos hinchados y cortos; an- teojos negros, delantal acado a la cintura. Fl, también con anteojos negros, tenia un gesto desconfiado en la cara; era muy flaco, alto; no salud. Calzaba unas botas de montar embarra- das, aunque no llovia. El diario también anun- ciaba: “Violento temporal”. La sefiora se acercé para preguntarme qué iba a cenar. Sin respon- der, le dije si conocfa alguna gomeria cerca, o si habfa un teléfono para llamar al auxi 161 de visita a lo de mi hijo y no quiero retrasarme”, expliqué. Ella no se movié. “Hace mucho tiem po que no lo veo; le avisé a la made que llegaria por la mafiana, a mas tarda.” “A Babfa?”, pre- guntd ella, Le contesté con un “si” parco. “Carlos lo va a ayudar, Yo supuse que eran ciegos solamente por el detalle de los anteojos, ya que la mujer actuaba con soltura, sin usar bastén. Le pregunté si el guiso estaba listo, Contests que sf, y que habla Tentejas o mondongo. “El que esté ms rico”, in- diqué, sin demasiado interés, y ademds pedi pan, vino tinto y queso rallado. —Los dos estén ricos. No despachamos vi- no. —Eyperaba mi respuesta con las manos apre~ tando a diario contra la bandeja. Recordé el cartel de la puerta. —Lentejas y un balén —dije. ; La mujer dio media vuelta y salié por detras de su marido. El sacé unos troncos de debajo del mostrador para meter adentro de la sala- mandra. De la boca metilica surgié una lluvia de chispas. “Qué frio...”, dije, frotindome las manos, mientras iba hacia la tinica mesa. hombre giré su cuerpo, siguiendo el ruido de mis pies contra el suelo. No tenemos teléfono -explicé—. Pero si se trata de una pinchadura, vaya del Garza, en la casita blanca. Sefialé con su mano hacia adelante, y el ges to se extendié a través de la ventana como un 162 rayo por el campo. A menos de cien metros, la luz de la pieza se apagé. Alcancé a ver una puerta cerrdndose e, inmediatamente, el brillo de los faros de un auto grande, que ingresaba en la ruta. Cuando pasé frente al chalet, ami- noré la marcha. Percibf la cabeza de un hom: bre escudrifiando en la oscuridad. Al fin puso las luces altas y acelerd, haciendo rugir el mo- tor del Chevrolet 70. Apoyé la pelota en la silla sa pieza es una gomerfa? Si. La novedad me desanimé. Una gomerfa era lo que necesitaba, pero el hombre se habia ido. “Vaa volver,” dijo el ciego, “y ojald no lo ha visto act”. Pregunté por qué, mientras recibfa una panera llena de grisines, una servilleta azul y los cubiertos de manos de la sefiora. Carlos es- perd a que la mujer volviera a la cocina, cargada de otros ruidos, para seguir hablando. Con sere nidad, dij —Es un mal péjaro. A mf me era suficiente con el hecho de que supiera arreglar una cubierta; no queria enterar~ me de nada més. —Una rapifia picoteadora de carne muerta ~continué=. Basté que bajdramos las alas para conocerlo, Rengo, para colmo. —:Rengo? ~Algiin problema de la infancia. Alguna pa- rdlisis que lo hace caminar levantando las rodi- 163 Ilas como una garza. El fuego brillé en el refle- jo de sus anteojos.~ Por eso le pusimos Garza, de la época en que velamos. La mujer entré con el balén servido, el pla- to de guiso con el queso puesto por encima y un bol tapado, del que sobresalfa el mango de una cucharita. “Buen provecho”, dijo, y fue a reu nirse junto al fuego. Uno de los zorzales del mostrador tenia los ojos de distintos colores, verde y rojo. Soplé el plato y me llevé la cuchara ala boca. Las lentejas hervian. Cuando la sefiora se animé a preguntarme si estaba sabroso, afir- mé primero con la cabeza y después dije “si, muy sabroso”. Deberfa haberle dicho: “como comer lava incandescente”, pero me callé, ;Para qué incomodarla? Tenia cl aspecto de ser una mujer agradable, de éas que envejecen como buenas abuelas. Apoyé la cuchara al borde del plato. La sefiora se acercé hasta tocar el canto de la mesa, El trabajo de los pajaros es de Carlos -ha- bl6, como queriendo entretenerme-; de antes, claro, La taxidermia es una aficién muy noble, pero se necesitan precisién y ojo de dguila, no s lo para cazar los animales sin destrozarlos, con balas finas como agujas, sino para operar en cuer- pos diminutos, inflados por las plumas. Es un entretenimiento muy noble... salvo para los bichos ~complet Ella junté las manos sobre su delantal. matido le dijo: “Cerra el pico y dejalo comer al 164 sefior, que estard cansado del viaje”. Ella siguié hablando: =Lo tinico que no les ponfa eran las lente- jas de vidrio adentro de las cuencas, porque a m{ me parecfa que le agregaban muerte a los pajaro: Callate ~ordené el hombre, reaccionando por la inesperada confesién. La mujer tocé la bandeja, suspiré fuerte y terminé con crudeza Jo que habia empezado: “Cuando nos quedamos ciegos; al tacto las fue agregando una a una, Esos ojos son el orgu Ilo de Carlos. Levanté la bandeja y salié. El hombre vol- vi6 a revolver las brasas con el palo. La expre sién de su cara se habia retorcido de amargura. Dejé que mi cuchara se hundiera en el plato, y me sequé los labios con la punta de la servillera Solamente queria comer, pagar, arreglar la cu bierta y seguir viaje. ‘Tenia las manos empapadas en transpiracién. Apoyé la servilleta sobre la mesa y me levanté para ir al bafio. Abri una puerta que parecfa comunicar con el resto de la casa. Todas las luces estaban encen- didas, como si se hubiesen quedado ciegos en un momento equivocado del dia; tal vez creyen- do absurdamente que esa posicién en la tecla de Ja luz anunciaba la oscuridad. Las puertas de los cuartos que daban al hall estaban entornadas. El sollozo me llegé claro. Me acerqué para mirar Ella estaba recostada sobre la cama matrimo- nial, En la pieza habfa también un bahiut con espejo, un crucifijo y un mural fotogréfico. Después entré al bafio. Mientras me mojaba la cabeza en la pileta, me acordé del mural qu mis padres habjan colgado sobre la cabecera de su cama, cuando yo era chico. Eran fotos mias de bebé, en varias poses. Habfa una con una pe- Jota, otra con un sombrero, otra con un mono de juguete y una central en la que estaba desnu- do, recostado sobre un almohadén. La copia era grande, en blanco y negro, con los bordes de cada episodio esfumados y montndose unos con otros como los cuadros de una historieta imprecisa. Alguien habfa firmado el angulo in- ferior izquictdo, zo era un sello? Podfa recordar ese cuadro. Siempre habia estado ahi. Abri los ojos, tomé otro trago de jarabe e hice un buche con agua. Antes de salir, apreté el botén del inodoro. La puerta de su dormitorio ahora estaba completamente abierta. El llanto de la mujer era mas ahogado, y sonaba mis fuerte. Volvi a acercarme, Su cuerpo, tendido de cara a la ca- ma, vibraba como si suftiera una conyulsién: Sin duda habia tocado un tema conflictivo en- tre ellos, con mi observacién absurda sobre la taxidermia. Seni una vaga culpa. Para qué me metfa en algo que no me interesaba? Ya tenfa bastantes problemas con llegar a Bahia Blanca por la mafiana. Lo tinico que necesitaba era es- perar a que el Garza me arreglara aquel pincha- zo, :Para qué me acercaba hasta su cama, ahora, tratando de mostrarme comprensivo, hasta pa rarme delante de su mural y darme cuenta de que era el mismo de casa, conmigo, con mis fo- tos de chico? Un bebé desnudo jugando con una pelota, un sombrero, un mono de juguete. Toqué el cuadro. Ella dejé de llorar. Abr{ la boca en el asombro: salié un hilito silencioso, con el calor del guiso y gusto acido. ;Cémo podian ellos tener una copia? ;Para que la mirara quién, con qué ojos? “Para mi”, pensé, y las piernas me empezaron a tirar hacia la salida, como antes habia tirado la direccién del Dodge hacia esta casa detenida a la derecha del campo. En la ventana del comedor, !a luna plateaba so- bre un Chevrolet quieto en mitad de la ruta, con el motor en marcha y las luces encendidas. Agarré la pelota. El ciego seguia parado frente a la salamandra. El Chevrolet tenfa una puerta delantera abierta, y cuando yo salf y grité, vi un bulto montar en su cabina, escabulléndose des- de mi auto. El coche arrancé y siguié hasta de- tenerse haciendo un giro, debajo de un toldo. Lo terminé de ver cuando llegué a la ruta. La luz de la gomeria se encendié como un alarido. Vol- vi hasta la puerta del Dodge y tuve miedo: a punto de subir, con las manos apoyadas en el borde del techo y en el espejito, viel tajo. En ese instante vi uno solo, el que daba a la cubierta del conductor; después di la vuelta alrededor del coche. Alguien habfa roto mis cuatro ruedas con un cuchillo. “;Qué pasé2”, le grité al ciego, sacudiéndolo por el puldver. La pelota se me resbalé del brazo, reboté en el suelo y fue a pa- rarala banquina. No se la agarre conmigo -dijo el hombre~: usted lo vio. Pica y se vuela. Yo le digo rengo por- gue camina como una garza, subiendo las rodi- Ilas tan acostumbradas a doblarse en el suelo pa- ra cambiar una goma rota, o para romperla. Di vuelta la cabeza hacia la piecita de enfren- te. Senti un escalofrio. La sefiora se asomé a la puerta. Cuchichearon algo bajitos él asintié con la cabeza y ella moyié la boca seria, como un canario. —Si gusta, tenemos una pieza~invit6. -La de nuestro hijo -agregé él-. Va a tener que dormir en algiin lado, y la fresca en el coche se la encargo. -i¥ el chico? —pregunté, pasindome las manos por los brazos. =No estd -contestaron, a coro. El hombre dijo: Es una cama muy cémoda, en una pieza caliente, Claro, sino le molesta. Puede quedarse hasta mafans —También puedo ir a buscar a ese hijo de puta, Ella carrasped. “No se lo aconsejamos”, di- jo, por los dos. El Garza es un tipo peligroso, mejor evi- tarse problemas. 168 Pensé en lo que habfa visto. Miré hacia la ruta: la luna, Ja pelota; mucho més alld la luz del cuartito que se apagaba, disuelta en la materia congelante de la noche. Estaba tiritando cuando volvi a cruzar la puerta. Me senté, aunque ellos insistfan en que habia que irse a dormir, porque era tarde. El hombre lo dijo casi retindome, a los gritos, lo que me parecié absurdo. Le pedi un café a la sefiora, y me trajo un café con leche en una taza enorme, con un plato de tostadas y manteca, Cuando volvié con un frasco de dulce le expliqué que sdlo queria café, para calentarme. Ella insistio en la leche, porque era “tan buena para crecer”. Dijo “crecer” con énfasis, y le puso un largo chorro de miel. El liquido parecfa jarabe calien- te, Carlos volvié a entrar en el comedor en pan- tuflas y se acercé a darme un beso. Agregs que encontrarfa mi piyama debajo de la almohada. La habitacién era pequefia, con vitrinas repletas de objetos infantiles y fotos en portarretratos. Habia una sola ventana y un placar. La ventana estaba atornillada al marco. Un tejido de alam- bre hexagonal la cerraba desde afuera, y conv a la habitacién en una celda frégil. El de estas nuevas fotos también cra yo, o al- guien muy parecido. Del techo colgaba un avién 169 a control remoto, con una inscripcién: “SP5V”. Abr el placar; en las perchas habia sacos y panta- Jones de alguien que no medirfa més de un me- tro veinte. Adentro de un cajén encontré una co- leccién de aviones grises a escala, algunos rotos 0 sin alas, y un banderin del “Club del Vuelo”. Eran doce piezas, que ordené sobre la alfombra: Messermitch, Balad, Tiger, Pucard, Solomon, Jumbo, Concorde, Gracidn... Después los volvi a guardar por si me descubrfan, y me met/ a la cama con el portarretratos mas grande, Una fo- to me mostrabaa la edad de ocho 0 nucve afios, con la cabeza metida adentro de una jauila de fi- nos barrotes de alambre. En la segunda foro, més chica, estaba junto a un amigo y aun perro en el campo, con el avién a nuestros pies y una ancena detrds, lejos. En la tercera aparecia abra- zado al avin, que era cnorme para mi cuerpo flaco; al lado, de pie, Carlos. Digo Carlos por Jas botas embarradas, porque la cabeza se recor taba en el borde blanco a la altura del mentén. Me senté en la cama, observando hacia afue- ra, La ventana eta un cuadro inamovible: la linea del horizonte y el disco claro de la luna, Antes de certar los ojos, recordé lo que significaba la sigla del avin (“SPSV"): “Se Perdid 5 Veces” Sofié hasta que tocaron a la puerta. Yo era chico, y una madre sin rostro me quitaba la pelota y le hhacfa un tajo con una tijera. Me desperté bafia- do en sudor. Tomé el tiltimo trago de jarabe sin sentir asco, con el gusto instalado en la boca. sQuién es? —grité. Nosotros. (Estas bien? No pasen. ~Tenemos una sorpresa. # picaporte temblé. Abrieron. Entraron a la pieza cantando “cumpleafios feliz”. No tenian puestos los anteojos, y sus parpados estaban ce- ttados. Acomodé mi espalda contra la cabecera de la cama, senténdome sobre la almohada. En las manos trafan la bandeja de chapa con una torta de nueve velas encendidas. Sobre la platina habfa una pala de acero para servir, afilada en punta. Cuando terminaron de cantar, apoyaron las cosas sobre el acolchado y comenzaron a aplaudir. Ella se senté a mis pies. La torta estaba recubierta de crema y tenfa pegado un colchén de plumas negras. —,Qué dia es hoy? ~pregunté. —Cinco de julio. ~

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