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La Visión Celular

frente a la Biblia
por FERNANDO C. BERMÚDEZ

«Al que responde palabra antes de oír, le es fatuidad y oprobio»


(Proverbios 18:13)
Capítulo 1
Escudriñando cada día las Escrituras
Cuando Pablo y Silas llegaron a Berea, entraron en la sinagoga, y allí predicaron a Jesús
(Hechos 17:10). Los bereanos, nos informa Lucas, «eran más nobles que los que estaban en
Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras
para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:11). Del proceder de los de Berea aprendemos al
menos tres cosas.
Primera. Para ellos, las Escrituras eran algo muy serio, pues no se conformaban con sólo
leerlas, sino que las escudriñaban, esto es: las examinaban, averiguaban cuidadosamente las
enseñanzas que contenía la Palabra de Dios. La Biblia nos insta continuamente a meditarla, a
examinarla, a escudriñarla. El Salmo 1:2 llama bienaventurado al varón «que en la ley de Jehová
está su delicia, y en su ley medita de día y de noche». En el Salmo 119, leemos que para el salmista,
la ley de Jehová «todo el día es ella [su] meditación» (versículo 97); y porque medita la ley de
Jehová todo el día, puede afirmar confiadamente: «me has hecho más sabio que mis enemigos» (v.
98), «más que todos mis enseñadores he entendido» (v. 99), «más que los viejos he entendido» (v.
100), «he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira» (v. 104). En
efecto, quien guía los pasos del salmista en su vivir diario es el Señor por medio de su Palabra:
«lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino» (v. 105).
En segundo lugar, los bereanos y el salmista son ejemplos para nosotros (Romanos 15:4).
Con frecuencia, los cristianos nos contentamos con sólo leer la Biblia de vez en cuando, o con
comprobar versículos sueltos aquí y allá; frecuentemente, incluso, preferimos que otros nos digan
qué es lo que la Biblia dice. No debe ser así entre nosotros: más bien, debemos «deleitarnos» en su
lectura, escudriñarla, examinarla; y esto hacerlo cada día.
Lo tercero que aprendemos es que el propósito de los bereanos al escudriñar las Escrituras
era comprobar que la predicación de Pablo y Silas estaba conforme a la Palabra de Dios: «para ver
si estas cosas eran así». Quienes les predicaron no eran cristianos recién convertidos, que estaban
empezando a conocer la Palabra de Dios. Ciertamente no. Les predicaba alguien que conocía muy
bien las Escrituras, pues el mismo Pablo afirma de sí mismo que fue «instruido a los pies de
Gamaliel» (Hechos 22:3). ¿Y quién era Gamaliel? Según el libro de los Hechos de los Apóstoles
5:34, Gamaliel era «doctor de la ley, venerado de todo el pueblo». Pues bien. Los bereanos no se
fiaron de lo que Pablo les enseñaba simplemente porque el apóstol conociese muy bien las
Escrituras, sino que día tras día examinaban la Palabra «para ver si estas cosas eran así». Una vez
que comprobaron que la predicación de Pablo se ajustaba a las Escrituras, y sólo entonces,
«creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres» (Hechos 17:12).
El apóstol Juan nos exhorta: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si
son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo» (1 Juan 4:1). Jesús ya había
profetizado que «muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos» (Mateo 24:11, 24);
éstos incluso «harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos»
(Marcos 13:22). Sí. Esto significa que los falsos profetas obrarán prodigios, harán milagros,
expulsarán demonios. Y esto «para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos». Jesús nos avisa
de que el obrar prodigios o el hacer milagros o el expulsar demonios por sí solo no es prueba de
tener el favor de Dios: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor,
Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre
hicimos muchos milagros? Entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad» (Mateo 7:21-23). ¿Debe extrañarnos esto? En absoluto. Pablo nos enseña que «el mismo
Satanás se disfraza como ángel de luz», y por lo tanto, «también sus ministros se disfrazan como
ministros de justicia» (2 Corintios 11: 14, 15).
¿Cómo, pues, probaremos «los espíritus si son de Dios»? Vamos viendo cómo la Biblia nos
enseña a hacerlo: examinando las Escrituras. A este respecto, la Palabra de Dios declara: «Toda la
Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra»
(2 Timoteo 3:16, 17). Queda claro el apego que debe tener el cristiano a las Sagradas Escrituras. Sin
descartar que Dios nos puede hablar por medio de sueños, o de un hermano, o como Él quiera, lo
cierto es que en la mayoría de las ocasiones, el Señor nos habla por medio de su Palabra. No abrir la
Biblia es tener desconectado el canal por el que Dios se comunica con nosotros.
A veces escuchamos de algunos cristianos que «si sentimos paz», lo que vayamos a hacer,
aunque no se conforme con la Biblia, es correcto. Por ejemplo, conozco a hermanos que cobran
parte o incluso la totalidad de su sueldo sin declararlo a Hacienda. Argumentan que si lo ponen en
oración y sienten paz, es que Dios lo permite. Sin embargo, este modo de razonar no se ajusta a los
principios bíblicos. El bien o el mal no depende de lo que sintamos. Pablo dice de sí mismo que
«aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el
Señor» (1 Corintios 4:4). En el ejemplo propuesto, no declarar parte o la totalidad del sueldo de uno
es delito de fraude fiscal, y esto atenta contra dos principios bíblicos: en primer lugar, mentimos,
pues no declaramos la verdad de lo que realmente ganamos; esto está contra Levítico 19:11: «No
hurtaréis, y no engañaréis ni mentiréis el uno al otro» (véase también Santiago 3:14). En segundo
lugar, estamos robando, pues retenemos dinero que no nos pertenece, con lo cual transgredimos el
mandamiento «No hurtarás» (Éxodo 20:15; véase Romanos 2:21 y 13:9). Por último, Jesús es
determinante al respecto: «No defraudes» (Marcos 10:19). Aun en cristianos maduros, confundir los
propios deseos con la voluntad de Dios no es un hecho excepcional (compárese Gálatas 2:11-13; 1
Corintios 10:12).
Conocemos las artimañas del diablo. Satanás es tan sutil a la hora de entrampar a la gente,
que incluso ha logrado que millones de personas no crean en su existencia, y sin embargo son fieles
servidores suyos. No en vano, el diablo «se disfraza como ángel de luz» (2 Corintios 11: 14),
haciendo creer que sus obras son buenas y provechosas. Nadie está a salvo de las garras de Satanás:
no creamos que por ser cristianos, por haber recibido a Jesucristo en nuestro corazón, estamos a
salvo de sus zarpazos. De ninguna manera. El apóstol Pedro aconseja a los cristianos de la
dispersión: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda
alrededor buscando a quien devorar» (1 Pedro 5:8). Ya en las primeras comunidades cristianas los
lazos del diablo consistían en introducir sutilmente enseñanzas erróneas, mezclando verdades con
mentiras, pues el enemigo «es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8:44). Así ocurrió en las
iglesias de Galacia: «Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la
gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os
perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo» (Gálatas 1:6, 7); o en la de Pérgamo: «Y
también tienes a los que retienen la doctrina de los nicolaítas, la que yo aborrezco» (Apocalipsis
2:15). Notemos que en Pérgamo no todos los cristianos de aquella iglesia seguían las doctrinas de
los nicolaítas, sino algunos de ellos, de manera que la recta doctrina convivía con el error.
En el siglo XIX, Joseph Smith, William Miller, Ellen White o Charles Taze Russell (por
citar los fundadores de las sectas más importantes), desviaron a muchos hacia el error, haciéndoles
creer que durante siglos el cristianismo ha estado pervertido, y han sido ellos, por revelación directa
de Dios, quienes han restaurado la verdad divina. Ninguno negó que la Biblia fuese la palabra de
Dios, incluso llegan a afirmar que sus doctrinas están firmemente fundamentadas en la Biblia.
Ahora bien, todos sin excepción ponen al lado de la Biblia sus propios libros, con la presunción de
que sin ellos la Biblia no puede interpretarse correctamente: los mormones, al lado de la Biblia,
colocan las enseñanzas de Joseph Smith; los Adventistas del Séptimo Día, las doctrinas de Ellen
White; los testigos de Jehová, en sus primeros años los escritos de Russell, y actualmente los
artículos de su revista La Atalaya (compárese 2 Corintios 2:17). Son literalmente millones de
personas las que se han dejado llevar por las enseñanzas de estas sectas, sinceramente convencidas
de que son los únicos que de verdad siguen la Biblia. Lo cierto es que las doctrinas de mormones,
adventistas o testigos de Jehová, chocan frontalmente contra la sana doctrina bíblica, tras un análisis
detenido de la Biblia. Pues es ésta, la Biblia, la Palabra de Dios, la que determina si una doctrina
concreta es correcta o no.

Estas últimas consideraciones no cesaban de acudir a mi mente durante los últimos meses de
mi membresía en una iglesia celular, a la que pertenecí durante año y medio. Llegué en una época
de transición. El pastor aún no había elegido a sus doce, ni, por lo tanto, la iglesia estaba organizada
en grupos de doce. Sí funcionaban ya las células. Convivían la escuela dominical y una especie de
“escuela de líderes”, a la que sólo asistían los líderes de las células. Tardé unas semanas en escuchar
por primera vez la palabra «visión». Hasta entonces, sólo había oído hablar al pastor de «ganar
Madrid para Cristo». Recuerdo que orábamos por la conversión de la capital dirigiéndonos a los
cuatro puntos cardinales. Francamente, me regocijé ante este deseo de evangelización por parte de
la iglesia local de la que era miembro. Hacía años que el Señor me había hecho ver la necesidad de
la evangelización. Lamentablemente, primero en la Iglesia Católica, y posteriormente en la Iglesia
Evangélica de Salamanca, donde me convertí y bauticé, comprobé que no se daba al evangelismo la
debida atención. Ahora estaba en una iglesia en la cual una de las prioridades era la predicación a
los inconversos, y di gracias al Señor por ello. Cierto día entré en el despacho del pastor y le dije
que me sentía feliz en esa iglesia. Él, con sonrisa afable, me preguntó:
―¿De verdad?
―Sí, de verdad ―respondí, contemplando en su rostro sincera satisfacción.
Fue en un culto de entresemana cuando escuché hablar de la Visión por vez primera. La
palabra no me gustó. Quizá mi experiencia en el estudio del mundo de las sectas fue lo que causó en
mí cierto desasosiego al escuchar la palabra «visión». Pero no hice caso. Al día siguiente, le
pregunté a mi líder de célula qué era eso de la visión. Me contestó que era una visión que Dios le
había dado al pastor de ganar Madrid y España para Cristo, y que la iglesia se estaba organizando
conforme a esa visión. No me habló de César Castellanos, ni de que la Visión realmente era de él, y
no del pastor; tampoco me habló de los grupos de doce, ni de nada por el estilo. Toda la
información que me dio fue muy vaga, y en parte manipulada. Pero me di por satisfecho: la idea de
la evangelización copaba todo mi interés en esos momentos. Cuando pocas semanas más tarde
comencé a saber realmente en qué consistía la Visión, había echado en el olvido la breve
conversación que mantuve sobre ella con mi líder de célula. Desgraciadamente, ésta no iba a ser la
única ocasión en que otros iban a decidir por su cuenta lo que podíamos saber y lo que no, qué
cantidad de información se nos podía dar y cuál no.
A principios de diciembre del año 2002, asistí al III Congreso de Iglesias Celulares, en
Salou, Tarragona. Desde aproximadamente un mes antes, se había incrementado en la iglesia el
hablar sobre la Visión. Asimismo, comencé a escuchar algo que en poco tiempo se repetiría con
machacona insistencia: que la Visión está en la Biblia. Sin embargo, nadie mostraba dónde. Yo no
veía la Visión en la Biblia, pero confieso que no lo daba importancia. Por otro lado, como en la
iglesia todavía no se había implementado el Gobierno de los 12, tampoco veía mayor problema en
que las células (que era lo único que estaba funcionando) no estuviesen en la Biblia; al fin y al cabo,
tampoco veía nada en contra.
A mediados de febrero de 2003, se celebró el primer Encuentro. Allí el pastor anunció que
pronto empezaría a llamar a sus doce, y que la mayoría saldría de los que asistimos a ese primer
Encuentro. Podemos considerar esas fechas como el punto de inflexión. Efectivamente, el pastor
comenzó a llamar a sus doce, al tiempo que se daban importantes deserciones: hermanos maduros,
con muchos años de experiencia, y algunos incluso profesores de seminarios evangélicos, dejaban
la iglesia, en un goteo que se prolongaría tres o cuatro años más (hasta donde tengo conocimiento).
No entendí, o no quise entender por qué nos dejaban: yo estaba con la Visión, independientemente
de cualquier consideración bíblica.
Una noche estaba navegando por Internet, buscando webs cristianas, con la intención de
tomar ideas para diseñar nuestra propia web. Di con www.ekklesia.com, y entré en los foros.
Encontré el que trataba de la Visión. Comencé a leer. Se hablaba de iglesias divididas, de la
“prosperidad” de César Castellanos, de la ausencia de base bíblica para el Gobierno de los 12... No
creo que estuviese más de cinco minutos ojeando el foro. Me sentí mal. Lo dejé. No quería creer lo
que estaba leyendo. Más adelante, un domingo, el pastor predicaba sobre Josué 2. Ni la prédica, ni,
claro está, el pasaje bíblico tenían que ver nada con la Visión; pero refiriéndose a Josué 2:13 («y
que salvaréis la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es suyo;
y que libraréis nuestras vidas de la muerte»), dijo el pastor:
―Casi estamos hablando de una célula.
Aquello me molestó. Consideraba poco honesto que el pastor introdujese la Visión con
cualquier excusa, sin venir a cuento. Al tiempo de marcharme de la iglesia, unos meses después, no
había prédica, ni culto, ni conversación que no tuviese como tema la Visión. Ya se me habían hecho
muy familiares los clichés de la Visión: «Cada miembro, un líder», «La escalera del éxito: ganar,
consolidar, discipular y enviar», «Gobierno de los 12», «imprimir el carácter del líder en sus doce»,
«iglesia tradicional» frente a «iglesia celular», «la Visión está en la Biblia», etc.
Me costó tiempo aceptar que estaba equivocado, que la Visión Celular no tiene base bíblica,
que la iglesia donde me había sentido feliz, se estaba alejando de la sana doctrina, por ir tras
enseñanzas de hombres. Prácticamente había centrado mi vida en la iglesia, había creado fuertes
lazos afectivos con hermanos, al tiempo que equivocadamente me relacionaba lo menos posible con
las personas que no eran cristianas, haciéndoseme incluso desagradable su compañía.
La decisión que debía tomar, una vez que llegué al convencimiento de que la Visión Celular
se había puesto frente a la Biblia, estaba muy clara: debía salir de la iglesia. La última semana que
pasé en la iglesia me resultó francamente dura. Desde hacía algún tiempo, me acuciaba un problema
personal que nada tenía que ver con la iglesia, recibí un trato de disfavor que me hirió
profundamente, y, a pesar de todo, quería permanecer en esa iglesia. No sólo me desanimaba el
hecho de empezar de nuevo en otra, sino que mi mundo prácticamente yo lo había reducido a esa
iglesia. Una tras otra se me cerraron todas las puertas. Y acabé saliendo de allí.
En los días siguientes, de entre las pocas personas con las que hablé sobre mi salida de la
iglesia, quiero destacar a tres: el pastor y dos hermanas también pastoras. Desde luego, mi
planteamiento para los tres fue el mismo: la Visión Celular, y muy en concreto, el Gobierno de los
12, no era bíblica. Sin embargo, las respuestas fueron diversas. El pastor no me mostró que la
Visión Celular estuviese en la Biblia; más bien, me dio una respuesta desabrida y evasiva de la
cuestión que le estaba planteando. Mientras esperaba a hablar con él, el pastor hablaba por teléfono
sobre la Visión con una pastora de otra iglesia, que, al parecer, estaba interesada en adoptar la
Visión Celular. El pastor en ningún momento citó la Biblia; más bien, justificó la Visión diciendo
que era «una estrategia que Dios le había dado».
La segunda conversación exponiendo mis motivos fue con una pastora. Ella tampoco me dio
razón bíblica para sostener la Visión. Es más, tuve la impresión de que estaba de acuerdo conmigo,
a pesar de que era una de las maestras de la Escuela de Líderes. Pero lo sorprendente fue el
razonamiento que me dio para continuar ahí:
―El Señor me ha puesto en esta iglesia. Y aquí estaré hasta que el Señor me diga.
Pero aún más sorprendente fue la conversación con la segunda pastora, también maestra de
la Escuela de Líderes y encargada de la Consolidación. Me concedió que la Visión no estaba en la
Biblia.
―Para mí ―dijo―, la Visión es algo espiritual.

Durante los meses que siguieron a mi salida, hablé con muy pocos hermanos acerca de los
motivos por los que me había marchado de la iglesia. Tristemente, lo que escuché de ellos,
invariablemente, era que «la Visión está en la Biblia». Debo insistir en que ninguno la abrió para
demostrarme mi error. Sin embargo, algunos se sintieron ofendidos cuando yo les mostré con la
Biblia que en ella nada se dice de la Visión Celular. Es más. El último domingo de agosto de 2004,
un pastor invitado, fiel a la Visión Celular, llegó a afirmar en su prédica: «Si piensas que la Visión
no está en la Biblia, debes examinarte». Pero él tampoco enseñó en qué lugar de la Biblia estaba...
Lo que sigue no está escrito con ánimo de polémica, ni es mi intención herir a nadie con
palabras irónicas o sarcásticas. Por eso, a sabiendas de que el somero relato que he hecho de mi
experiencia en la iglesia celular pueda perder alguna credibilidad, no he incluido nombre alguno;
aunque no tengo ningún inconveniente en ofrecer cualquier dato en conversación personal.
Tampoco he pretendido ridiculizar la doctrina de César Castellanos. Si bien es verdad que, Biblia en
mano, César Castellanos está equivocado; igualmente pienso que él puede ser sincero con lo que
enseña. Pero la sinceridad con que uno enseñe algo no es garantía de la veracidad de la enseñanza.
Nietzsche también era sincero al proclamar que «Dios ha muerto» en su Así habló Zaratustra.
También era sincero el hereje Arrio, en el siglo IV, cuando enseñaba que Jesús no era Dios; o el
papa Pío XII, cuando en 1950 promulgó el dogma de la asunción de María a los cielos en cuerpo y
alma, como una «doctrina por Dios revelada». Más bien, siguiendo el consejo del apóstol de
examinarlo todo y retener lo bueno (1 Tesalonicenses 5:21), he confrontado la doctrina de César
Castellanos con la Biblia, con el ánimo de ofrecer una ayuda a hermanos que están en una iglesia
celular a examinarla, igualmente con la Biblia.
Tras sopesar varias posibilidades, me he decido por utilizar el material escrito por César
Castellanos en lo que toca a la Escuela de Líderes, en lugar de las lecciones preparadas por iglesias
concretas. Me he esforzado por insertar los versículos en su propio contexto, cuando citarlos
aisladamente pudiera dar lugar a ambigüedades o falsas interpretaciones. En cualquier caso, es
provechoso consultar todas las citas con la propia Biblia. Asimismo, no he alargado mis
comentarios más de lo que he considerado oportuno, pues se trata de que sea la Biblia quien hable,
y no yo diciendo lo que la Biblia dice. Todas las citas directas de la Biblia provienen de la versión
Reina-Valera, revisión de 1960.

Respecto a la bibliografía que he utilizado, es la siguiente:

César Castellanos D., Sueña y ganarás el mundo. G12 Editores, Miami 1998.
———, Liderazgo de éxito a través de los 12. Editorial Vilit, Bogotá 1999.
———, La escalera del éxito. Guía práctica. Editorial Vilit, Bogotá 2001.
———, Doctrina. Nivel 2. Guía del maestro. Visión. Editorial Vilit, Bogotá 2002.
Raymond Franz, In Search of Christian Freedom. Commentary Press, Atlanta 1991.
Joachim Jeremias, La última cena. Palabras de Jesús. Ediciones Cristiandad, Madrid 1980.
José M. Martínez, Curso de formación teológica evangélica. Tomo XI-Volumen 2. Ministros de
Jesucristo. Pastoral. Editorial Clie, Tarrasa 1977.
Herbert Weir Smyth, Greek Grammar. Harvard University Press, 1984.
Capítulo 2
Las células, ¿realmente tienen base bíblica?
Son muchas las iglesias locales de cualquier denominación evangélica que han desarrollado,
como una de sus actividades, reuniones de unos pocos hermanos en casas particulares, a las cuales
se les ha dado el nombre de “grupos caseros”, o “grupos de estudio bíblico”, “grupos familiares”,
“células”, etc. A pesar de que algunos han querido ver antecedentes bíblicos en estas reuniones
caseras, lo cierto es que los textos que se han alegado apuntan más bien a una necesidad de los
primeros cristianos de reunirse en casas particulares, cuando la Iglesia naciente aún no disponía de
lugares específicos para el culto; es decir, las iglesias estaban ubicadas en casas particulares, porque
no había otro sitio donde reunirse y celebrar los cultos. Romanos 16:5; 1 Corintios 16:19;
Colosenses 4:15 y Filemón 2 hablan de iglesias locales concretas ubicadas en casas particulares.
En realidad, podemos considerar a John Wesley (1703-1791) como el pionero en utilizar
casas particulares para celebrar reuniones de unos cuantos miembros de la iglesia local. José M.
Martínez nos informa:

Uno de los factores que más contribuyeron al éxito de la obra de Juan Wesley fue la organización
de «clases» o grupos que no excedían de quince participantes. En ellas se recibía instrucción y fuerte
apoyo moral, pero al mismo tiempo se animaba a los presentes a referir sus experiencias. Además de
las clases, había subgrupos más pequeños denominados bands, compuestos por no más de cuatro
personas, las cuales se reunían semanalmente en un ambiente de comunión más íntima que les
permitía exponer y discutir sus problemas espirituales, incluidos sus pecados y tentaciones.
(Curso de formación teológica evangélica, página 228)

Bíblicamente, nada hay que objetar a estas reuniones en casas particulares. Son un buen
instrumento de la iglesia para la edificación de los hermanos.
Por el contrario, en la Visión Celular, el concepto de células (las reuniones caseras de que
venimos hablando) adquiere una importancia desmesurada. Tal como las define César Castellanos,
las células son «grupos pequeños integrados por personas que se reúnen una vez por semana, con el
ánimo de desarrollar su crecimiento integral centrado en la Palabra de Dios» (Doctrina. Nivel 2.
Guía del maestro. Visión, página 22). La célula así entendida tiene una importancia capital, puesto
que es en ella donde el creyente desarrolla «su crecimiento integral». En efecto, en La escalera del
éxito, se afirma que «la iglesia debe estar centrada en la estrategia celular» (página 168); incluso,
una de las ventajas que se destacan de la organización de la iglesia en células es que «la iglesia
perdura, una iglesia organizada en células subsiste porque no despende [sic] de un lugar o edificio
sino que trabaja sin fronteras» (página 168). Es más, según César Castellanos, «la iglesia de Jesús
está compuesta por las células que las conforman, son la base y fundamento de la propia iglesia»
(página 171).
Estas afirmaciones son difíciles de conciliar con la Biblia. La Iglesia ha perdurado durante
veinte siglos, a pesar de los feroces ataques recibidos tanto desde fuera como desde dentro de la
propia Iglesia; pero no ha prevalecido porque haya estado organizada en células, sino porque
Jesucristo, el Cabeza de la Iglesia, ha estado guardándola (Mateo 16:18; 28:20). Muy grave es la
afirmación de que las células «son la base y fundamento de la propia iglesia», pues Pablo es muy
claro a este respecto: «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es
Jesucristo» (1 Corintios 3:11; compárese con Efesios 2:20).
En la página 21 de Doctrina. Nivel 2. Guía del maestro. Visión, César Castellanos dice lo
siguiente:
Dios ha dado una visión en la que se destaca el trabajo en los hogares (visión celular) como
estrategia básica para alcanzar las multitudes para Cristo. Ésta, forma parte de la unción de
multiplicación otorgada a la iglesia hoy, y tiene un claro fundamento bíblico. [Cursivas mías.]

Dejando para otro momento la afirmación de que la visión celular es una estrategia que
«Dios ha dado», vamos a examinar el «claro fundamento bíblico» que tiene dicha visión. Utilizaré
el manual de la escuela de líderes Doctrina. Nivel 2. Guía del maestro. Visión, preparado por César
Castellanos al respecto. El tema de la «Visión Celular» abarca las páginas 19-28. Los textos que se
alegan, todos en la página 20 del manual, son los siguientes:

«Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a
Jesucristo» (Hechos 5:42).
Se pretende ver en este texto que las casas se utilizaban para enseñar y predicar. Sin
embargo, no es esto lo que el texto dice. Observemos que la preposición que se utiliza para
«templo» y para «casas» en distinta. En el primer caso, se utiliza la preposición «en» (en griego,
en), que significa 'en, dentro de'. Así pues, los apóstoles (a quienes se refiere el texto según el
versículo 40) predicaban y enseñaban dentro del templo. La preposición que acompaña a «casas» es
«por» (en griego, katá), cuyo valor es distributivo, y el significado es 'por las casas, de casa en casa'.
Por lo tanto, los apóstoles no enseñaban y predicaban dentro de las casas, sino que iban de casa en
casa predicando a Jesucristo, algo similar al método que utilizan hoy día los Testigos de Jehová.

«Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el


partimiento del pan y en las oraciones» (Hechos 2:42).
En la página 23 del manual se repite este texto para apoyar la afirmación de que «la iglesia
se fundó en las casas». En principio, me costó entender qué relación tenía este texto con las células.
Leyendo hasta el final del capítulo, me di cuenta de que la clave está en el partimiento del pan, pues
en el versículo 46 se nos informa de que éste se realiza en las casas. Pero también me di cuenta de
por qué no se citaba explícitamente ese versículo. El versículo 46 dice: «Y perseverando unánimes
cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de
corazón». En efecto, lo que afirma Hechos 2:46 es que donde se enseñaba y predicaba a Jesucristo
era en el templo, y lo que hacían en las casas era partir el pan. Leyendo, entonces, el pasaje
completo, Hechos 2:41-47, comprobamos que este texto no es fundamento ni para las células ni
para la afirmación de que «la iglesia se fundó en las casas».

«Buscad, pues, hermanos de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la
oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a
Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a
Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes,
orando, les impusieron las manos. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se
multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe»
(Hechos 6:3-7).
Este texto, más concretamente el versículo 7 («Y crecía la palabra del Señor, y el número de
los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes
obedecían a la fe»), junto con Hechos 20:20, 21, se utiliza en la página 22 del manual para apoyar
esta más que discutible afirmación:

Las células constituyen pequeños centros de enseñanza de las Escrituras de una manera sencilla y
práctica, donde los asistentes son edificados incluyendo a los que, semana tras semana, son ganados
para Cristo. Este principio se conserva desde los tiempos de la iglesia primitiva cuando el
crecimiento de las congregaciones se generó a partir de células.
Hechos 20:20, 21 dice: «y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros,
públicamente y por las casas, testificando a judíos y gentiles acerca del arrepentimiento para con
Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo». La afirmación «el crecimiento de las congregaciones»
se apoya en Hechos 6:7; mientras que el resto de la oración, «se generó a partir de células», se
pretende sustentar en Hechos 20:20, 21. En este último texto, tenemos el mismo caso que hemos
visto en Hechos 5:42: Pablo no habla en absoluto de que enseñase en casas, celebrando células, sino
que iba enseñando por las casas, de casa en casa, y no dentro de ellas.

«Y se detuvo allí un año y seis meses, enseñándoles la palabra de Dios» (Hechos 18:11).
Este texto aparece citado sin comentario alguno. Es el último que se cita como
«fundamentación bíblica complementaria» de las células. El pasaje habla de la estancia de Pablo en
Corinto, y parece que se quiere inducir a pensar que el apóstol estuvo año y medio enseñando en las
casas, esto es, en las células. Pero leyendo el capítulo completo, vemos que no es así.
En el versículo 4 se dice que Pablo «discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y
persuadía a judíos y a griegos». Pablo determina dedicarse a predicar a los gentiles (v. 6) y «se fue a
la casa de uno llamado Justo, temeroso de Dios, la cual estaba junto a la sinagoga. Y Crispo, el
principal de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y muchos de los corintios, oyendo,
creían y eran bautizados» (versículos 7 y 8). Hasta aquí no hay ningún indicio de que Pablo
predicase en las casas; más bien, se habla de que lo hacía en la sinagoga, de modo que hasta el
principal de la sinagoga se convirtió. Más adelante, pasado el año y medio, Pablo llegó a Éfeso,
donde «entrando en la sinagoga, discutía con los judíos, los cuales rogaban que se quedase con
ellos por más tiempo; mas no accedió» (versículos 19 y 20). Y al final de este capítulo 18,
encontramos a Apolos predicando en Éfeso; el versículo 26 dice: «Y comenzó a hablar con denuedo
en la sinagoga»; y en el versículo 28 se nos informa de que «con gran vehemencia refutaba
públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo».
En todo el capítulo no encontramos indicio alguno de que Pablo, o Apolos, predicasen en las
casas. Hemos de conceder que posiblemente, en ese año y medio que estuvo en Corinto, también
predicase y enseñase por las casas. Si así fue, la Biblia calla. Lo que sí dice Pablo de sí mismo es
que «enseño en todas partes y en todas las iglesias» (1 Corintios 4:17).

«Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y
pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos» (Mateo
9:10).
Este texto se usa para demostrar que «Jesús ministró continuamente en las casas» (página
23). En el caso de que el texto estuviese hablando de ministración, digamos, en primer lugar, que de
él no se deduce que Jesús ministrase continuamente. Por otro lado, el texto no dice nada de eso. Lo
que el versículo dice es que Jesús estaba en la casa comiendo, y que llegaron publicanos y
pecadores y se pusieron a comer con él. Así lo aclara el versículo siguiente: «Cuando vieron esto los
fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?»
(v. 11). Además, la expresión «sentarse a la mesa» o «estar a la mesa» significa en la Biblia 'comer,
estar comiendo', como podemos comprobar en estos textos: 1 Samuel 16:11; 2 Samuel 9:13; 1
Reyes 13:20-23; Mateo 14:9; 26:7, 20, 21; Marcos 2:15, 16; 14:8; Lucas 5:29; 7:36, 37, 49; 11:37;
14:7; 17:7, 8; 22:14, 15, 27; 24:30; Juan 12:2.

«Al entrar Jesús en la casa del principal, viendo a los que tocaban flautas, y la gente que
hacía alboroto, les dijo: Apartaos, porque la niña no está muerta, sino duerme. Y se burlaban de él.
Pero cuando la gente había sido echada fuera, entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó.
Y se difundió la fama de esto por toda aquella tierra» (Mateo 9:23-26).
Con este texto, citado en parte en la página 20 y en parte en la página 23, César Castellanos
pretende dar apoyo bíblico a las células, afirmando que «Jesús operó sanidades en las casas», lo
cual es rigurosamente cierto; pero no veo qué tiene que ver con las células. En este pasaje concreto
(Mateo 9:18-26), vemos que un hombre principal va a rogarle a Jesús que vaya a su casa, porque su
hija acababa de morir. Jesús accede, y le acompaña hasta la casa del hombre principal. Por el
camino, una mujer que padecía flujo de sangre es sanada al tocar el manto del Señor.
Hemos de hacer dos consideraciones. Primera, el que Jesús estuviese en la casa del hombre
principal no se debe a que hubiese allí una célula, que se celebrase semanalmente, sino que el
hombre principal le invitó para que Jesús tocase a su hija y viviese. La segunda consideración es
que antes de resucitar a la niña, curó por el camino a una mujer, y eso fue en la calle.

«Y llegó a Capernaum; y cuando estuvo en casa, les preguntó: ¿Qué disputabais entre
vosotros en el camino? Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién
había de ser el mayor. Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el
primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos» (Mateo 9:23, 24).
En la página 23, César Castellanos utiliza este texto argumentando que «Jesús usó las casas
para formar a sus doce». Lo cierto es que Jesús formó a sus doce en cualquier sitio: en una casa,
como en este caso; al lado del mar (Marcos 4:1, 10); o a solas al aire libre (Mateo 16:13-20). La
lectura de los evangelio nos muestra que Jesús enseñaba en todos los sitios, tanto a sus discípulos
como a la gente; es más: las casas no eran el lugar más frecuentado por Jesús a la hora de enseñar.
No es honesto citar textos descontextualizados de aquí y de allá para apoyar cualquier doctrina que
queramos; con este proceder hacemos decir a la Biblia lo que nosotros queremos que diga, en lugar
de amoldarnos a lo que la Biblia dice.

«El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, vinieron los discípulos a Jesús,
diciéndole: ¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua? Y él dijo: Id a la ciudad a
cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa celebraré la pascua con
mis discípulos» (Mateo 26:17-18).
Este versículo lo cita César Castellanos, en la página 23, como un antecedente bíblico de las
células, y dice al respecto: «La Santa Cena se compartió por primera vez en una casa». No veo
cómo estos versículos pueden ser considerados, en palabras de César Castellanos, «antecedentes
bíblicos de las células». Sin duda, nos ayudará a conocer la situación de Jerusalén en tiempos de
Jesús con respecto a la celebración de la Pascua. Tomamos la información de La última cena.
Palabra de Jesús, de Joachim Jeremias (páginas 42-44):

En los días que precedían a la Pascua y, más aún, durante la fiesta misma, Jerusalén rebosaba de
peregrinos. Como ya he tratado de exponer en otro lugar, nuestros conocimientos de la topografía de
la explanada del templo (unidos a los datos rabínicos sobre el espacio utilizado en esa explanada para
inmolar los corderos pascuales) nos permiten calcular su número aproximado para el tiempo anterior
a la destrucción del templo. De acuerdo con tales conocimientos, hay que contar con una cifra de
85.000 a 125.000 peregrinos, a los que se añadían los habitantes de Jerusalén, cuyo número, tomando
como base una densidad de población de un habitante por cada 35 m2, ascendía a un total de
25.000-30.000. Tenemos que calcular, por tanto, que eran muchas más de 100.000 las personas que
se reunían en Jerusalén durante los días de la fiesta. He aquí algunas muestras de la extraordinaria
aglomeración que registraba Jerusalén cuando llegaban las caravanas. Era imposible que todos los
peregrinos se albergaran en Jerusalén; una gran parte tenía que pernoctar en tiendas montadas en
torno a Jerusalén, concretamente en la llanura, es decir, al norte de la ciudad. Además, ya en el siglo
I a.C. se comprobó que era imposible mantener la costumbre, practicada desde la reforma de Josías,
de que todos los participantes en la fiesta comieran el cordero pascual en los atrios del templo; la
falta de espacio obligó a separar el lugar de la inmolación y el de la comida. Desde el siglo I a.C.,
sólo la inmolación se seguía efectuando en la explanada del templo; la comida pascual se trasladó a
las casas de Jerusalén. Asimismo resultaba imposible que todos los peregrinos pernoctaran en
Jerusalén la noche de Pascua, como exigía la exégesis que en aquella época se hacía de Dt 16,7. De
aquí que se vieran obligados a habitar los alrededores de Jerusalén para pasar esa noche (no para la
comida pascual). Pero todas las medidas eran insuficientes. Dado el gran número de peregrinos, el
espacio era tan escaso que una gran parte de ellos se veía obligada, a pesar de lo fresco de la estación
(cf. Mc 14,54), a consumir la cena pascual en los patios y hasta en los tejados de la ciudad santa.
[Cursivas mías.]
Según Deuteronomio 16:2, 5-7 tanto la inmolación como la comida del cordero pascual
debían hacerse en Jerusalén; y el rey Josías estableció en el 621 a.C. que la comida del cordero se
hiciese en los atrios del templo. Debido a la aglomeración de personas en Jerusalén por aquellos
días, hubo de pasarse la comida de la víctima pascual a las casas. Nada, pues, tiene de particular que
Jesús celebrase con sus discípulos la cena pascual en una casa. La última pascua que Jesús comió
con sus discípulos, el Maestro la iba a dar un carácter especial, porque unas horas después, él
mismo iba a ser el cordero inmolado por los pecados de todo el mundo. Esa última cena pascual,
con el nuevo significado cristiano, es lo que nosotros conocemos como Santa Cena, por eso fue por
primera vez que Jesús la compartió con sus discípulos.

«Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y
predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver
las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que
no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros
pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mateo 9:35-38).
César Castellanos considera este texto como «fundamentación bíblica básica» (página 20) de
las células. Sin embargo, este pasaje muestra lo contrario de lo que César Castellanos quiere probar.
En efecto, Jesús predicaba, enseñaba y sanaba allí donde se encontraba la gente. Así lo enseñan
textos, aparte del que estamos considerando (Mateo 9:35-38), como Mateo 5:1 (en la montaña);
Marcos 1:38, 39 (en las sinagogas de Galilea); Marcos 4:1 (junto al mar); Marcos 6:31-34 (en un
lugar desierto y en una barca); Marcos 6:53-56 (en la orilla del mar, en aldeas, ciudades, campos, en
las calles); Juan 4:6 (junto a un pozo). Ciertamente, en nuestra lectura de los evangelios, vemos a
Jesús recorriendo aldeas, ciudades, calles, etc. Y también le vemos, si se presentaba la ocasión,
predicando en casas particulares: en la de Zaqueo (Lucas 19:1-10) o en la de Simón (Marcos
14:3-9).
Igualmente, encontramos varios pasajes en los evangelios que nos dicen que Jesús enseñaba
en las sinagogas (Mateo 4:23; 9:35; 12:9; 13:54; Marcos 1:21-29, 39; 3:1; 6:2; Lucas 4:15, 16-30,
38, 44; 6:6; 13:10; Juan 6:59). De estos textos no podemos establecer que los cristianos tengamos
que enseñar semanalmente en las sinagogas. Observemos lo que Jesús dice de sí mismo en Juan
18:20: «Yo públicamente he hablado al mundo; siempre he enseñado en la sinagoga y en el templo,
donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en oculto». Jesús dice que ha hablado al mundo
«públicamente», y no sólo a unos pocos. A continuación dice que ha enseñado en la sinagoga y en
el templo; la razón de esto es porque en la sinagoga y en el templo es «donde se reúnen los judíos».

Sobre «el crecimiento de la iglesia», César Castellanos, en La escalera del éxito, declara
(página 168):

Debe ser un crecimiento donde debe haber la transición, o sea, el pasar de una iglesia tradicional a
una iglesia celular.

Lo que César Castellanos denomina «iglesia tradicional» es la organización de la iglesia que


durante siglos los cristianos evangélicos han establecido: episcopal, congregacional, etc. Lo llamado
«iglesia celular» es la estructura eclesiástica basada en el Gobierno de los 12. Esta doctrina del
Gobierno de los 12, tal como la enseña César Castellanos, es particularmente grave, pues se pone
por encima de las Escrituras para sustentarla. No sólo eso, sino que ciertas enseñanzas que giran
alrededor del concepto del Gobierno de los 12 se oponen a lo que aprendemos en la Biblia, tal es el
caso del principio de que en la iglesia celular «cada miembro es un líder», o el que el líder del grupo
de 12 (en adelante, citaré como G12) imprima su carácter en los demás.
La enseñanza de los G12 está ampliamente expuesta en el libro de César Castellanos
Liderazgo de éxito a través de los 12. Consideraremos la doctrina que este libro enseña sobre el
Gobierno de los 12 en el capítulo siguiente, confrontándola, como hemos hecho hasta aquí, con la
Biblia.
Capítulo 3
El Gobierno de los 12 frente a la Biblia
Recuerdo la primera vez que fui a una reunión de los Testigos de Jehová. Tenía 17 años. La
mayoría de las personas eran desconocidas para mí, así que cuando vi una cara familiar, me
apresuré a sentarme a su lado. En un momento de la reunión le pregunté que cómo estaba él allí, a
lo que me respondió:
—Porque aquí se dicen cosas muy bonitas.
Me quedé sorprendido de la respuesta. Antes de esa mi primera visita al Salón del Reino de
los Testigos de Jehová, me había familiarizado con sus doctrinas, así como de sus cambios
doctrinales y de la manipulación a la que sometían a la Biblia, por medio del libro de Antonio
Carrera, Los falsos manejos de los Testigos de Jehová. Javier (creo recordar que así se llamaba) no
sabía dónde se metía, pero lo que le atraía de los Testigos es que allí se decían «cosas muy bonitas».
Varias veces tras mi salida de la iglesia celular me vino al recuerdo esta anécdota, al
escuchar hablar a algunos hermanos acerca del G12. Sin duda que es una enseñanza atractiva, muy
atractiva. César Castellanos la plantea como la clave del éxito. Esta palabra, éxito, aparece
incansablemente a través de las páginas de sus libros; dos de ellos la llevan incluso en el título:
Liderazgo de éxito a través de los 12 y La escalera del éxito; y su libro autobiográfico habla incluso
de «ganar el mundo». No cabe duda de que a un pastor preocupado por el crecimiento de su iglesia,
la estrategia del G12 llegue a seducirle, hasta el punto de poner en segundo lugar si puede
sustentarse con la Biblia o no. Y es aquí donde radica la dificultad.
La afirmación de que la Visión Celular está en la Biblia (ya lo he dicho) la escuchaba una y
otra vez, pero nadie me la mostraba. Cuando el pastor trataba de sostener el número 12 con la
Biblia, veía que hallaba grandes dificultades en hacerlo: apelaba a los 12 discípulos de Jesús, a las
12 tribus de Israel, o a que «el número doce simboliza gobierno» (como enseña César Castellanos,
en Liderazgo de éxito de través de los 12, página 140). Pero en ningún momento mostraba un texto
concreto donde claramente pudiese probarse la validez bíblica de los actuales G12. Más bien
argumentaba sobre la conveniencia de organizar la iglesia de este modo, porque así se lograba el
objetivo que es «ganar almas para Cristo». En realidad, este objetivo, centrado exclusivamente en el
crecimiento, crecimiento fácil y rápido, fue la motivación principal de César Castellanos. Leamos
sus propias palabras, en Sueña y ganarás el mundo:

... tuve la oportunidad de pastorear pequeñas iglesias durante nueve años de ministerio; la última de
ellas era una que al recibirla sólo tenía 30 miembros, al año alcanzamos los 120; pero empecé a notar
que estábamos cayendo en un círculo vicioso pues, por lo general, las iglesias tienen una puerta
trasera por la cual se salen muchos. Así estaba ocurriendo en aquel lugar y yo me iba detrás de los
hermanos a rogarles que se quedaran diciéndoles: “¡No se vayan, ustedes son importantes y
necesarios para nosotros!”. Algunos, dándose el gusto de pensarlo, volvían, pero cuando lográbamos
rescatar a uno ya se habían ido dos. Yo decía: “¿Señor, para esto me llamaste? ¿Para rogarle a la
gente que se vuelva a ti? ¡Yo no quiero esto! Si esto es pastorear, no es entonces lo que deseo”. Así
que, en común acuerdo con mi esposa Claudia, con quien había contraído matrimonio en 1976, pasé
la carta de renuncia proponiéndome no hacer nada más hasta que el Señor me confirmara para qué
me había llamado. [Páginas 28-29.]

Más adelante, en un relato que parece inspirado en Génesis 22:17, relata:

A partir de esa experiencia aprendí la importancia de “atreverse a soñar”, así que esa misma
noche, cuando el Señor me preguntó ¿qué iglesia te gustaría pastorear?, tomé sus propias palabras,
me quedé mirando a la arena del mar y el milagro sucedió: vi cómo cada partícula de polvo se
convertía en una persona. El Señor volvió a preguntarme: “¿Qué ves?”. Y le respondí: “¡Veo cientos
de miles de personas!”, y me dijo: “¡Eso y más te daré si haces mi perfecta voluntad!”. [Página 30;
negritas y cursivas en el original.]
Y por último, en las páginas 50-51, César Castellanos narra:

Cuando teníamos unos tres mil miembros en la Misión Carismática Internacional, los alrededores
del templo eran un tanto deprimentes y consideraba que, con este número de miembros, ya era un
pastor de éxito; sin embargo, tuvimos la oportunidad de viajar a Seúl (Corea) y visitar la iglesia del
pastor Cho. Quedamos asombrados con el auditorio de lujo con capacidad para unas veinte mil
personas por reunión, y rodeado de otros edificios destinados a actividades de la iglesia. El templo
estaba lleno. Con esas imágenes ante mí, el Señor volvió a desafiarme, y fue cuando puso en mi
corazón la visión de tener una de las iglesias más grandes de Latinoamérica. Cuando regresé a
Colombia, llegué con ganas de intensificar el trabajo, deseé el cambio, la transformación, tomé
decisiones de compra en cuanto al terreno del templo y edificios anexos. No tenía dinero, sólo
soñaba. Dios no necesita dinero, necesita la garra y el empuje de los soñadores; Él honra esto y
respalda cada iniciativa. De esta manera comenzaron a venir el crecimiento y la multiplicación. Al
poco tiempo ya habíamos comprado el edificio, construimos el templo y abrimos sedes en varias
ciudades, pues el Señor respaldó el sueño, respaldó la visión. [Páginas 50-51; cursivas mías.]

“Crecimiento” y “multiplicación” son el objetivo de la estrategia de César Castellanos. Ésta


es su prioridad. La pregunta que surge es: independientemente de lo atractivo de esta doctrina, ¿es
bíblica? Pablo nos enseña que el crecimiento no depende de ninguna estrategia, ni de ningún
hombre, sino que «el crecimiento lo ha dado Dios» (1 Corintios 3:6). En efecto, en la iglesia de
Corinto, se estaban dando divisiones, porque unos decían seguir a Pablo, otros a Apolo, otros a
Pedro (1 Corintios 1:10-12). Es decir, los corintios se estaban haciendo seguidores de hombres; a lo
cual Pablo les responde que Pablo y Apolos únicamente son «servidores por medio de los cuales
habéis creído» (1 Corintios 3:4). Pablo quiere dejar claro que ellos no son más que herramientas que
Dios utiliza, y como tales «ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el
crecimiento» (1 Corintios 3:7).
Por otro lado, Lucas, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, contándonos los principios
de la Iglesia, cómo el Espíritu Santo utilizaba a los apóstoles en la predicación, nos enseña sin
embargo que no los apóstoles, ni la estrategia que éstos utilizaban, sino «el Señor añadía cada día a
la iglesia a los que habían de ser salvos» (Hechos 2:47).
El crecimiento, pues, no depende de pastores, ni de estrategias, ni es, por lo tanto, el
principal objetivo del pastor. ¿Cuál es, entonces, la tarea de los pastores? Antes de partir a Éfeso,
Pablo se reunió con los ancianos de Mileto, y entre otras cosas, les encomendó: «Mirad por
vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la
iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre» (Hechos 20:28). De este versículo
aprendemos al menos tres cosas. Primera: es el Señor quien nombra a los obispos, quien pone al
pastor al cuidado de su iglesia.
Segunda: esto es así porque, contrariamente al modo de expresarse de muchos pastores,
cuando hablan de su iglesia, Pablo establece claramente que la iglesia es «del Señor», pues por ella
pagó un precio muy alto: «su propia sangre». Los pastores, obispos o ancianos son instrumentos que
Dios utiliza para «apacentar» su Iglesia. Para Dios tiene el mismo valor una iglesia de 3 miembros,
que una iglesia de 300.000 personas, pues el precio que pagó tanto por los 3 como por las 300.000
fue el mismo: «su propia sangre»; además, Dios no hace «acepción de personas» (Romanos 2:11).
La tercera cosa que aprendemos es que el cometido de los pastores no es sólo añadir nuevas almas,
sino que están puestos por Dios principalmente para cuidar de las que ya están; y esto de dos
maneras: una, mirando por ellas; y la otra, apacentándolas (compárese Salmo 23; Juan 21:15-18). El
verbo griego que se traduce por «mirar por» es proséjo, que significa 'mirar por, guardar a,
dedicarse a, tener cuidado de', y lleva implícita la idea de protección. En este pasaje al pastor se le
llama «obispo», en griego, epískopos. Esta palabra se deriva del verbo episkopéo, que significa
'observar, examinar, inspeccionar, supervisar'; por lo tanto, el epískopos, el obispo, es la persona
que examina, que inspecciona, que supervisa una iglesia. Observamos, además, que el objeto que
deben proteger los obispos es doble: al rebaño y a sí mismos, pues el propio pastor no está libre de
ser entrampado por Satanás (véase también 1 Timoteo 4:16).
Notemos una vez más que es a los obispos a quienes Pablo encarga que cuiden del rebaño.
Pablo no les dice que elijan a doce, que pastoreen a estos doce, que estos doce elijan cada uno a otro
grupo de doce, al cual deben pastorear, y así sucesivamente. Insisto: son los obispos o pastores
quienes deben pastorear personalmente el rebaño. Lo que para César Castellanos es la clave de la
Visión Celular, esto es, el Gobierno de los 12, en la Biblia no encontramos rastro de ello. Las cartas
pastorales reciben este nombre porque en ellas Pablo da instrucciones a Timoteo y a Tito sobre
quiénes son aptos para el pastoreo y cómo deben desempeñar su tarea. Pues bien, en estas cartas ni
siquiera se insinúa un G12.
En 1 Timoteo 3:1-7, el apóstol Pablo expone las condiciones para ser obispo: «Palabra fiel:
Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible,
marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al
vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que
gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe
gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que
envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen
testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo».
Nada hallamos en este pasaje que apunte a un Gobierno de los 12.
En los versículos siguientes, 1 Timoteo 3:8-12, Pablo nos instruye acerca de los requisitos
de los diáconos: «Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino,
no codiciosos de ganancias deshonestas; que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia. Y
éstos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son
irreprensibles. Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo.
Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas. Porque los
que ejerzan bien el diaconado, ganan para sí un grado honroso, y mucha confianza en la fe que es en
Cristo Jesús».
Tampoco aquí encontramos nada que nos permita deducir la existencia de un Gobierno de
los 12.
En Tito 1:5-11, Pablo repite los requisitos de los obispos y ancianos. No hay rastro del
Gobierno de los 12: «Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y
establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuere irreprensible, marido de
una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. Porque
es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo,
no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino hospedador, amante
de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, retenedor de la palabra fiel tal como ha sido
enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen.
Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores, mayormente los de la
circuncisión, a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por
ganancia deshonesta lo que no conviene».
Observemos que en este texto, Pablo mandó a Tito que estableciera ancianos en cada ciudad;
no le dijo que pusiese al frente de esas iglesias a algunos de sus doce, ni que formase grupos de 12,
ni nada por el estilo.
El apóstol Pedro, en su primera epístola universal, hace el siguiente ruego a los ancianos:
«Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los
padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la
grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por
ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a
vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores,
vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria» (1 Pedro 5:1-4).
Ni una palabra de un Gobierno de los 12.

César Castellanos dice tomar el modelo de los doce del propio Jesús. Así lo afirma en
Liderazgo de éxito a través de los 12, páginas 148-149:
El llamado de Jesús a estos doce hombres fue para que cumplieran, con la autoridad delegada por El,
una misión específica. Se nota claramente en este principio que se da una reproducción del carácter
de Jesús en los hombres elegidos. Basados en esta experiencia de Jesús [se refiere a Mateo 10:1], el
principio de los doce es “un revolucionario modelo de liderazgo que consiste en que la cabeza de
un ministerio selecciona a doce personas para reproducir su carácter y autoridad en ellos para
desarrollar la visión de la iglesia, facilitando así la multiplicación; estas doce personas
seleccionan a otras doce, y éstas a otras doce, para hacer con ellas lo mismo que el líder ha
hecho en sus vidas”. [Negritas en el original.]

La pregunta es: en el caso de que hubiesen sido solamente doce los discípulos que
acompañaron a Jesús durante su ministerio, ¿hemos de establecer ese “modelo” en las iglesias
actuales? La Biblia no ofrece base para eso. En primer lugar, en ningún sitio se dice que Jesús diera
instrucciones de que siguiesen su “modelo”. En segundo lugar, tampoco se dice que los apóstoles
hayan seguido el “modelo” de Jesús, y ellos a su vez seleccionasen “a otras doce, y éstas a otras
doce”: ¿dónde se habla de los doce de Pedro, o de Juan, o de Jacobo, o de Pablo, o de Bartolomé, o
de Matías, o de Andrés, o de Felipe, o de Tomás?, ¿quiénes eran?, ¿cuáles eran sus nombres?
En tercer lugar, además de los doce apóstoles, a Jesús le siguieron más discípulos durante
todo su ministerio. En efecto, cuando los once apóstoles hubieron de buscar sustituto para Judas
Iscariote, Pedro expuso las condiciones que debía tener el candidato: «Es necesario, pues, que de
estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía
entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue
recibido arriba, uno sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección» (Hechos 1:21, 22). Es decir,
el requisito para ser apóstol es haber acompañado a Jesús desde su bautismo hasta su ascensión al
cielo después de resucitar. De entre estos, seleccionaron a dos: a José, llamado Barsabás, y a Matías
(Hechos 1:23). Es claro que no sólo los doce, sino que hubo más discípulos que llenaban los
requisitos para ser apóstol, puesto que habían estado con el Señor durante todo el tiempo de su
ministerio.
De hecho, Jesús escogió a sus apóstoles de entre un grupo más grande de discípulos, como
nos informa Lucas: «Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los
cuales también llamó apóstoles» (Lucas 6:13). Entre estos discípulos, había también mujeres:
«Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el
evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de
espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba Magdalena, de la que habían salido siete
demonios, Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana, y otras muchas que le servían
de sus bienes» (Lucas 8:1-3). A juzgar por lo que leemos en Juan 6:66, los discípulos que seguían a
Jesús, además de los apóstoles, debían de ser numerosos: «Desde entonces muchos de sus
discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él»; el mismo dato leemos en Lucas 7:11:
«Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus
discípulos, y una gran multitud». Mateo 27:57 nos habla de José de Arimatea, «que también había
sido discípulo de Jesús». Uno de esos discípulos era conocido del sumo sacerdote, según leemos en
Juan 18:15, 16: «Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido del
sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote; mas Pedro estaba fuera, a la puerta.
Salió, pues, el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló a la portera, e hizo entrar a
Pedro».
De otro lado, Jesús no delegó solamente autoridad en los doce, y los envió en misión, como leemos
en el capítulo 10 de Mateo; sino que también hizo lo mismo con otros 70 de sus discípulos. De lo
cual nos informa Lucas 10:1-12: «Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta,
a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía:
La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe
obreros a su mies. Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni
alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por el camino. En cualquier casa donde entréis, primeramente
decid: Paz sea a esta casa. Y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; y si no,
se volverá a vosotros. Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque
el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa. En cualquier ciudad donde entréis, y
os reciban, comed lo que os pongan delante; y sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se
ha acercado a vosotros el reino de Dios. Mas en cualquier ciudad donde entréis, y no os reciban,
saliendo por sus calles, decid: Aun el polvo de vuestra ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo
sacudimos contra vosotros. Pero esto sabed, que el reino de Dios se ha acercado a vosotros. Y os
digo que en aquel día será más tolerable el castigo para Sodoma, que para aquella ciudad».
En varias ocasiones encontramos a Jesús tomando aparte a los doce para instruirles. Pero no
siempre toma aparte únicamente a los doce, sino también con ellos a los otros discípulos. Es
revelador a este respecto el pasaje donde Jesús expone la parábola del sembrador (Marcos 4:1-20).
Después de contarla a las multitudes, «cuando estuvo solo, los que estaban cerca de él con los doce
le preguntaron sobre la parábola. Y les dijo: A vosotros os es dado saber el misterio del reino de
Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no
perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los
pecados» (versículos 10-12). Insistimos: no sólo a los doce, sino también a los demás discípulos los
toma aparte Jesús para instruirlos.
Hemos comprobado que Jesús , y sólo él, eligió a un solo grupo de doce, a los que llamó
apóstoles, de entre los muchos discípulos que le seguían. César Castellanos va más allá, pues enseña
que, además de los «doce principales», es necesario conformar «un grupo anexo». En la página 255
de Liderazgo de éxito a través de los 12, leemos:

La estrategia del grupo anexo consiste en tener un equipo de doce personas que se va formando a la
par de los doce principales. No son suplentes como tales, pero sí son los que estarán listos para entrar
a reemplazar a aquella persona del equipo básico que en algún momento y, por alguna circunstancia,
tenga que faltar.
Los doce anexos contribuyen de manera eficiente al desarrollo de las [sic] visión, porque ellos
realizan las mismas labores de los principales y se sienten con las mismas responsabilidades. Cuando
el equipo de discípulos va creciendo, cuando la multiplicación va llegando a la iglesia, la
conformación de grupos anexos facilita que la visión se extienda sin que rompa su estructura.

No es necesario decir que en la exposición de este grupo anexo de doce, que abarca las páginas
255-257, César Castellanos no alega un solo texto bíblico para apoyar su doctrina. Notemos además
que el grupo anexo está previsto para «entrar a reemplazar a aquella persona del equipo básico que
en algún momento y, por alguna circunstancia, tenga que faltar». ¡Qué diferente el proceder de los
apóstoles cuando hubieron de reemplazar a Judas Iscariote! No pudieron echar mano de un «grupo
anexo» que hubiera formado Jesús para tal fin, pues no lo había. Más bien, pusieron el asunto en
oración y dejaron que el Señor les guiase (Hechos 1:15-26).
Ahora bien, hay un Jesucristo que sí tuvo dos grupos de 12. Pero este Jesucristo no es del que nos
habla la Biblia, sino que lo encontramos en el Libro de Mormón. Aquí se dice que, una vez
resucitado Jesús, fue a América, y allí eligió a otros doce apóstoles. Leemos en 3 Nefi 12:1: «Y
aconteció que cuando Jesús hubo hablado estas palabras a Nefi y a los que habían sido llamados (y
llegaba a doce el número de los que habían sido llamados, y recibieron el poder y la autoridad para
bautizar), he aquí, él extendió la mano hacia la multitud, y les proclamó, diciendo: Bienaventurados
sois si prestáis atención a las palabras de estos doce que yo he escogido de entre vosotros para
ejercer su ministerio en bien de vosotros y ser vuestros siervos [...]». Y en Moroni 3:19, leemos: «Y
escribo también al resto de este pueblo, que igualmente será juzgado por los doce que Jesús escogió
en esta tierra [se refiere a América]; y éstos [los doce americanos] serán juzgados por los otros doce
que Jesús escogió en la tierra de Jerusalén». (Cursivas mías.) Actualmente, las «autoridades
generales» de los mormones están organizadas de la siguiente manera: la Primera Presidencia,
compuesta por el presidente y dos consejeros; el Quórum de los Doce Apóstoles; el Primer Quórum
de los Setenta; el Segundo Quórum de los Setenta; y el Obispado Presidente.
Resulta curioso que César Castellanos tenga un grupo de doce en Colombia, y un grupo de
doce en España. Y Claudia Castellanos, según afirmó en un discurso en el Reino Unido en octubre
de 2001, tiene «tres equipos de doce».
Huelga decir que nada de esto tiene base bíblica.

Uno de los principios de los G12 es que el líder reproduzca su carácter en cada uno de los
doce de su grupo (Liderazgo de éxito a través de los 12, página 149, citado arriba). La Biblia no
dice eso. San Pablo exhorta a los corintios a que estén «perfectamente unidos en una misma mente y
en un mismo parecer» (1 Corintios 1:10). ¿Cuál es esa mente en la que deben estar unidos? Contesta
el apóstol: «nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Corintios 2:16). No es el carácter, no es la
mente de ningún hombre lo que debe reproducirse en el cristiano, sino Cristo mismo. En efecto,
Pablo decía estar sufriendo por los gálatas «hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gálatas
4:19). Un poco antes, les ha dicho: «porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de
Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer;
porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de
Abraham sois, y herederos según la promesa» (Gálatas 3:27-29). Y aún antes: «Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo
vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20). Y a
los filipenses les exhorta a que «haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo
Jesús» (Filipenses 2:5).Aún más. Los ministerios están puestos por Dios en la iglesia para
edificación de los hermanos «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del
Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; [...] siguiendo
la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo» (Efesios 4:13, 15).
La Palabra no deja lugar a dudas: es el carácter de Cristo, la mente de Cristo, lo que debe ser
reproducido en cada cristiano. ¿Quién es el que obra esto? ¿El líder del G12? En absoluto. Dios
mismo, por medio del Espíritu Santo. Dejemos hablar de nuevo a la Biblia: «Porque a los que antes
conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que
él sea el primogénito entre muchos hermanos» (Romanos 8:29). En Gálatas 4:6, leemos: «Y por
cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba,
Padre!». Y en Efesios 3:14-19: «Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor
Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme
a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu;
para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en
amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud,
la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para
que seáis llenos de toda la plenitud de Dios».

Junto a este principio que acabamos de examinar, encontramos el de que «cada persona es
un líder». Leemos en Liderazgo de éxito a través de los 12, páginas 138-139:

La clave del éxito está en cada persona que nos rodea se convierta en un líder con capacidad para
orientar a otros. Jesús seleccionó a doce, y no las escogió por simpatía, sino porque vio en ellas un
gran potencial de liderazgo, El vio que con esos doce individuos podía proyectar grandes cosas.

Vamos a pasar por alto la pretensión de César Castellanos de conocer las razones que
estaban en la mente de Jesús para elegir a los apóstoles, y nos centraremos en el «objetivo» de
«hacer de cada miembro un líder» (La escalera del éxito, página 22). Examinando las Escrituras al
respecto, notamos que el apóstol Santiago no recomienda que sean todos maestros; más bien al
contrario: «Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos
mayor condenación» (Santiago 3:1). Cierto. No todos, sino aquéllos que cumplan unas
determinadas condiciones son los que bíblicamente capacitan para ser maestros; Pablo habla de que
deben ser fieles, y capacitados para enseñar: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto
encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» (2 Timoteo 2:2).
Repasemos los requisitos que Pablo manda a Timoteo para la elección de los obispos:
«Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea
irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar;
no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no
avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que
no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que
envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen
testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo» (1 Timoteo 3:1-7).
Observamos, primeramente, que Pablo no señala a todos los miembros de la iglesia para el
cargo de obispo, sino a alguno. Las condiciones que hallamos en estos versículos para acceder al
obispado no son ingresar en una “escuela de líderes”, durante nueve meses, más otros tres para la
tesis, dos horas a la semana (La escalera del éxito, página 143); ni pertenecer a un grupo de 12,
donde el líder del G12 le haya ministrado semanalmente e imprimido su carácter (La escalera del
éxito, páginas 163-165). No. Los requisitos son: 1) ser irreprensible, 2) ser marido de una sola
mujer, 3) ser sobrio, 4) ser prudente, 5) ser decoroso, 6) ser hospedador, 7) ser apto para enseñar, 8)
no ser dado al vino, 9) no ser pendenciero, 10) no ser codicioso, 11) ser amable, 12) ser apacible,
13) no ser avaro, 14) que gobierne bien su casa, 15) que tenga los hijos en sujeción, 16) no ser un
neófito, y 17) que tenga buen testimonio de los de afuera. En total, diecisiete condiciones, ninguna
de las cuales son contempladas por César Castellanos. Encontramos requisitos adicionales en 1
Timoteo 3:8-12; Tito 1:5-11; y 1 Pedro 5:1-4 (todos estos textos citados arriba). Ninguno coincide
con las enseñanzas de César Castellanos.
Pablo compara a la iglesia con un cuerpo, que está compuesto por miembros diferentes, cada
uno con una función determinada: no se requiere que todos los miembros del cuerpo sean manos, o
hígados, u ojos, o piernas, o corazones, etc. Así, en 1 Corintios 12:12, 14-21, leemos: «Porque así
como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo
muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. [...] Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino
muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si
dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo
fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha
colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un
solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es
uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo
necesidad de vosotros».
De la misma manera que a los miembros del cuerpo, Dios da a cada miembro de la iglesia
una función determinada: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre
vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con
cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un
cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así
nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De
manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese
conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que
exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace
misericordia, con alegría» (Romanos 12:3-8). Y en 1 Corintios 12:27-30, dice el apóstol: «Vosotros,
pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la iglesia,
primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después
los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas. ¿Son todos
apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de
sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos?». Aun Pablo afirma de sí mismo que «no me
envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio» (1 Corintios 1:17); por lo tanto, conocía
perfectamente cuál era su función en la iglesia y cuál no.
Por último, Efesios 4:11-16 resulta muy instructivo del tema que tratamos: «Y él mismo
constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a
fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,
hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón
perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños
fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para
engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor,
crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien
concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad
propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».
Primeramente, vemos que Dios establece diversidad de ministerios: apóstoles, profetas,
evangelistas, pastores y maestros (no son los únicos ministerios, como hemos comprobado al leer 1
Corintios 12:27-30). La finalidad de estos ministerios no es el crecimiento numérico, no es la
multiplicación de células, no es «que la visión se extienda sin que rompa su estructura» (Liderazgo
de éxito a través de los 12, página 255), no es «desarrollar la visión de la iglesia, facilitando así la
multiplicación» (Liderazgo de éxito a través de los 12, página 149). En absoluto. La finalidad de
estos ministerios es «perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de
Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (versículos 12, 13).
¿Podemos deducir de este texto y de los citados arriba que todos y cada uno de los miembros tenían
al menos un ministerio? Lo cierto es que no. Más bien, el texto apunta a que unos cuantos,
capacitados y llamados por el Señor para ello, eran los que tenían esos ministerios para la
edificación de todos los miembros de la iglesia.
Se habla de «crecimiento» en los versículos 15 y 16. Pero no es un crecimiento de
membresía, ni un crecimiento de células. Se trata de crecimiento espiritual: «sino que siguiendo la
verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el
cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según
la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor».

Hasta aquí, hemos considerado, teniendo como base la Biblia, las enseñanzas de César
Castellanos sobre el Gobierno de los 12. Queda claro que tales enseñanzas no sólo no tienen base
bíblica, sino que, por otro lado, se ponen frente a lo que la propia Biblia enseña. Diríase que César
Castellanos, frente al mandato del apóstol Pablo, ha pensado «más allá de lo que está escrito» (1
Corintios 4:6). Es cierto que no hay en la Biblia una guía detallada de cómo debe organizarse una
iglesia local. Ahora bien, encontramos claros principios y directrices, que deben servir y de hecho
sirven de base para organizar la iglesia. Éste ha sido el proceder de las iglesias evangélicas desde la
Reforma en el siglo XVI hasta la actualidad.
La organización basada en una estructura piramidal o jerárquica apareció tan temprano como
en el siglo II, en los escritos de Ignacio de Antioquía. En ellos tropezamos ya con los principios de
sumisión al obispo, de control de los miembros por parte del obispo, de decidir por parte de los que
ostentan los puestos superiores qué deben saber los miembros y qué no deben saber, qué deben
creer y qué no, y un largo etcétera. Esta estructura cristalizaría durante estos primeros siglos de
cristianismo en la Iglesia Católica. Estructura que no difiere demasiado de la de la Visión Celular;
pero que poco o nada tiene que ver con lo que leemos en el Nuevo Testamento.
Capítulo 4
Tiempo de decisión
Cuando Esaú malvendió su primogenitura, quien le entrampó no fue una persona ajena a él,
sino alguien de su propia casa: su propio hermano (Génesis 25:29-34). Seguramente, él no se
esperaba que por un plato de lentejas, Jacob le exigiese su primogenitura. Era su hermano: ¿cómo
no confiar en el hermano de uno? De la misma manera, si un pastor habla a otro pastor de una
nueva estrategia «para ganar almas», ¿cómo no va a confiar en él? Si además le muestra que
funciona, pues gracias a esa estrategia la membresía ha aumentado un 50% o un 100% o un 200%,
el primer impulso es ponerla en práctica también en la propia iglesia, sin mayores consideraciones
respecto a la base bíblica que tal estrategia tenga. Al fin y al cabo, ¿cómo desconfiar de un hermano
en la fe, de un pastor “bendecido” por tal aumento?
Es precisamente el hecho de que César Castellanos es un pastor evangélico de éxito lo que
facilita que iglesias enteras “entren” en la Visión Celular. El primer aumento no se produce,
entonces, por que se añadan nuevos creyentes, ganados uno a uno, en contacto personal; en lugar de
esto, de una sola vez se ganan, no almas, sino iglesias enteras. ¡Cuán diferente el proceder del
apóstol Pablo, registrado en Romanos 15:20, 21: «Y de esta manera me esforcé a predicar el
evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno,
sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán; y los que
nunca han oído de él, entenderán»!
Sólo hemos considerado el aspecto de la Visión Celular que entiendo más grave: no ya la
ausencia de base bíblica, sino la posición frente a la Biblia que tienen las enseñanzas de César
Castellanos. Hemos comprobado en el capítulo 2 cómo se manipula la Biblia, cómo se pretende
hacer decir a las Escrituras lo que no dicen, o simplemente se citan textos bíblicos para apoyar algo
que nada tienen que ver con el texto en sí. Aún no he logrado entender cómo pretende César
Castellanos apoyar la afirmación de que «Dios nos dio la responsabilidad de ser reproductores de
vida», con Juan 6:63: «El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que
yo os he hablado son espíritu y son vida» (La escalera del éxito, página 165). Esta actitud con
respecto a la Palabra de Dios muestra un carácter deshonesto, poco respetuoso y desinteresado de lo
que la Biblia enseña. En el capítulo 3 ha quedado claro que o César Castellanos aplica al líder
atribuciones exclusivamente divinas (imprimir su carácter en los doce, dar autoridad a su G12;
compárese con 2 Tesalonicenses 2:3, 4), o enseña lo contrario de lo que dice la Biblia («hacer de
cada miembro un líder»), o simplemente no se citan las Escrituras, porque no hay versículo que
pueda apoyar la doctrina (caso del «grupo anexo»).
Pervertir la sana doctrina es algo muy grave. Cuando el apóstol Pablo vio que las iglesias de
Galacia estaban volviendo a prácticas judías, pues había algunos falsos maestros que las enseñaban
como cristianas, Pablo, sin ambages, sin ningún género de dudas, sentenció: «si aun nosotros, o un
ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.
Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que
habéis recibido, sea anatema» (Gálatas 1:8, 9). Destaquemos: incluso si un ángel del cielo anuncia
un evangelio diferente, hay que expulsarlo. Pablo insiste una y otra vez en que nos apartemos de
aquellos que causan divisiones o que causan tropiezos contra la sana doctrina: «Mas os ruego,
hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que
vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos» (Romanos 16:17; véase Efesios 5:6-7).
César Castellanos promete notable crecimiento rápido y eficaz, promete abundante
prosperidad material, promete forjar líderes enteramente capacitados en tan sólo 12 meses. La única
condición es seguir paso a paso (la consigna es: «adoptar, no adaptar») la Visión Celular. El precio
es aceptar doctrina adulterada.
¿Qué haremos? El proceder sabio está marcado en la Biblia: «Y oí otra voz del cielo, que
decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de
sus plagas» (Apocalipsis 18:4). Pero también podemos dejarnos deslumbrar por el éxito prometido
por César Castellanos, y vender nuestra primogenitura. Eso es lo que terminó haciendo Esaú por un
plato de lentejas.

Septiembre de 2004
celularvision@yahoo.es

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