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CAPITULO PRIMERO LA IGLESIA PRIMITIVA EI principal documento de que disponemos para conocer las primeras décadas de la Iglesia son los Hechos de los Apéstoles. Es innegable el valor histérico de este text canénico. En su segunda parte, que se refiere a la misién de san Pablo, se apoya en testimonios directos. Pero también es certo que su exposicién sélo abarca una parte de la historia del cri tianismo primitivo. Lo escribe un griego y para griegos. De ahi que se interese poco por el cristianismo de lengua aramea. Ademas, es hostil al judeo-cristianismo. Sin embargo, el cristianismo mds primitivo es en gran parte de lengua aramea y permanece largo tiempo profundamente impli- cado en la sociedad judia. Al parecer, podemos hoy completar un poco los datos referentes a este” primer perfodo del cristianismo gracias a la convergencia de numerosos descubrimientos. Los manuscritos del mar Muerto, al darnos a conocer con mayor precisién una parte del contexto judio de los origenes cristia- nos, permiten clarificar en los documentos cristianos lo que presenta ca- racterfsticas ms netamente jud{as. Los descubrimientos de Nag Hamma- di, en particular el del Evangelio de Tomds, nos ponen tal vez en contacto con una tradicién aramea de los “logia” de Jestis. Los escritos judeo-cris- tianos, Didajé, Ascensién de Isaias y tradiciones de los presb{teros, nos ayudan a descubrir una tradicién paralela a los escritos del Nuevo Tes- tamento y que es un eco directo de la comunidad judeo-cristiana. Las ins- cripciones halladas por los PP. Bagatti y Testa en los osarios de Jerusalén y Nazaret nos llevan quizd al conocimiento de los simbolos del ambiente judeo-cristiano original. Esto no significa que restemos valor a los Hechos. Inmediatamente va- mos a sefialar los datos insustituibles que aportan desde el punto de vista de una concepcidn rigurosa de la historia de la Iglesia. Pero los nuevos elementos de que disponemos nos permiten corregir lo que de parcial tiene la perspectiva en que se sitdan los Hechos para presentarnos los acon- a 1A IGLESIA PRIMITIVA tecimientos. Leyéndolos, cabria el peligro de ignorar la gran importancia que tuvo al principio la pertenencia sociolégica del cristianismo a un me- dio judio notablemente vivo, variado y efervescente, De hecho, la Iglesia judeocristiana de Jerusalén desempefia un papel decisive hasta la caida de la ciudad en el aiio 70. Esta verdad histérica aparece velada en los do- cumentos oficiales, y conviene reafirmarla. 1, PENTECOST Tan imposible es escribir la historia de la Iglesia sin partir de Ja venida del Espfritu Santo el dfa de Pentecostés del afto 30, como escribir la histo- ria de Cristo sin partir de la Encarnacién del Verbo el dfa de la Anun- ciacién. En ambos casos nos hallamos ante unos acontecimientos que per- tenecen a la historia de salvacién al mismo tiempo que se insertan en la trama de la historia empfrica. Considerarlos tan sélo bajo este segundo aspecto seria desnaturalizarlos por completo. Rudolf Bultmann ha sefia- lado certeramente la vulgaridad de las biografias de Jestis. Lo mismo su- cederfa con las historias de la Iglesia que quisieran prescindir de su di- mensién divina. En este punto es capital el testimonio de los Hechos de los Apéstoles, -que nos presenta la creacién de la Iglesia como un acontecimiento de la historia de salvacién*. Un testimonio que no tiene motivos para ser puesto en duda. Corresponde unnimemente a la tradicién cristiana pri- mitiva y no podrfa considerarse sospechoso sino en nombre de ciertos prejuicios racionalistas que rechazaran a priori la existencia de aconteci- mientos sobrenaturales. Los datos esenciales del hecho son los siguientes : por una parte, se trata de la misién del Espiritu (Act., 2, 4) creador y santificador; por otra parte, el objeto de esta misién se refiere a la comu- nidad constituida por Cristo durante su vida piiblica: el Espiritu se di- funde sobre los Doce reunidos (Act., 2, 1); por tltimo, los Doce que- dan investidos por el Espiritu de una autoridad y un poder que los constituyen en predicadores y dispensadores de las riquezas de Cristo re- sucitado. Si el acontecimiento en s{ es de una historicidad indiscutible, la pre- sentacién que de él nos ofrece Lucas reclama ciertas aclaraciones. Es histéricamente posible que tuviera lugar el tiltimo dia de la fiesta de las Semanas del afio 30 y en Jerusalén. Los Doce, aun cuando se hubieran dis- persado tras el domingo después de Pascua, podfan haber vuelto a Jeru- salén para la peregrinacién de Pentecostés*. Por lo demas, la existencia PENTECOS: 45 de un fendmenv de glosolalia aparece como verosimil. Lo encontramos otras veces en la vida de la comunidad primera (Act, 10, 46; 11, 15; 1 Cor., 14, 23). Lucas no habria tenido motivos para inventarlo. Por el con- trario —como vamos a ver—, procura disimularlo. En cambio, el discurso de Pedro (Act., 2, 14-36) parece un esquema kerigmatico arcaico*. La “lista de pueblos” recuerda la de Gn., 10. Ade- més, hay varios rasgos conservados por Lucas que subrayan el paralelismo entre Ja revelacién del Sinai y la del Cendculo. Asi Ja alusién al viento impetuoso y a las lenguas de fuego recuerda la descripcién que hace Filén de la teofania del Sinai (Dec, 9 y 11°). El milagro de las lenguas puede ser relacionado con una tradicién rabinica referente a la revelacién del Sinaf. Contrariamente a lo que piensa Trocmé, parece probable que es Lu- cas quien interpreta la glosolalia como un milagro de plurilingilismo. Después de Pentecostés comienzan los Apéstoles el anuncio del Evan- gelio, y en particular Pedro, el cual habla en medio de ellos y en su nom- bre. Elegidos por Jesiis durante su vida pitblica, investidos por él de un mandato oficial, los Apéstoles habfan recibido plenos poderes para dar testimonio del acontecimiento salvifico de la resurreccién y para tratar, en nombre de Dios, de las condiciones en que pueden los hombres recibir sus efectos. Pero no comienzan a ejercer tales poderes hasta después de Pentecostés, una vez lenos del Espiritu Santo. Las circunstancias del anuncio subrayan el cardcter oficial de,su misién. Los exegetas han sefia- lado el tono solemne de la introduccién del primer discurso de Pedro (2, 14). El segundo tiene lugar en el Templo (3, 11); el tercero, ante la asam- blea regularmente constituida por los jefes del pueblo de Israel. El objeto del kerigma es la resurreccin de Jestis (2, 24; 2, 393 3, 153 4, 10). Este acontecimiento es una accién de Dios: “Dios le ha resucitado” (2, 24). En favor de informacién tan inaudita, los Apéstoles presentan una triple justificacién. La primera es su propio testimonio (2, 32; 3, 15)- Ellos se comprometen con toda su responsabilidad. Su testimonio recae esencialmente sobre el hecho de que han visto a Cristo resucitado, Las apariciones de Cristo resucitado entre Pascua y la Ascensién adquieren aqui todo su sentido. Tales apariciones tenfan por objeto fundamentar la fe de los Apéstoles. San Pablo nos las presentard como uno de los puntos esenciales de la tradicién recibida por él de los Apéstoles (7 Cor., 15, 5- 8). La condicién para ser Apéstol es haber sido testigo de Cristo resucita- do (1, 22). Pablo es agregado a los Doce precisamente por ser el tiltimo a quien se aparecié Cristo resucitado (1 Cor., 15, 9). ¥ la Iglesia transmitira este testimonio de los Apéstoles: la tradicién es “tradicién de los Apés- toles”. 46 LA IGLESIA PRIMITIV.\ La segunda prueba en favor de la resurreccién de Cristo son las obras extraordinarias realizadas por los Apéstoles: “Eran muchos los milagros y prodigios operados por los Apéstoles” (2, 43). Los Hechos refieren en particular la curacién del paralitico. Estas bras extraordinarias sumen al pueblo en el estupor y el espanto, es decir, que los judfos reconocen en ellas una intervencién de Dios (3, 10). Tales milagros son realizados en el nombre de Jestis (3, 16). Por la fe en él es curado el paralitico (3, 16). El milagro aparece asi no sdlo como un acto maravilloso operado en apoyo de una afirmacién, sino también como la eficacia misma de la resurrec- cién que empieza a manifestarse. El milagro demuestra en los Apéstoles la presencia de una virtud divina que realiza, en ellos y por éllos, unas obras divinas por medio de las cuales pueden los hombres reconocer una presencia de Dios y glorificarle. Hay, en fin, otra prueba que apunta en especial a los judfos: el cum- plimiento de las profecfas. Y es que en el caso de los judios el problema de la conversién a Cristo se plantea de una manera particular. Ellos no han de ser convertidos a Dios: ya creen en El. Ni siquiera necesitan ser convertidos a la venida de Dios entre los hombres: ya lo esperan. El tinico paso que se les exigia era reconocer en Jesucristo el cumplimiento de esa expectacién, y de ahf el afan de mostrar que en él se habian cumplido las profecfas relativas al fin de los tiempos. Asf se explica la considerable importancia de este argumento en los discursos de los Hechos, Se trata de hacer que los judfos reconozcan, en la resurreccién de Jess, el aconteci- miento escatolégico anunciado por los profetas. En este sentido lo entien- de Pedro, puesto que, ya en el principio de su primer discurso, sefiala como cumplida en Pentecostés la efusién del Espiritu anunciada por los profetas para los “iltimos dfas” (2, 17). Una expresién que debe tomarse a la letra. La finalidad del kerigma es hacer reconocer a los judfos que lo que se ha cumplido en Jestis es una accién de Dios. Se trata, pues, ante todo de un cambio total de su actitud frente a Jestis, de una conversién. Y en un Mamamiento a la conversién desembocan los discursos de Pedro (2, 38; 3, 19). Los judfos deben reconocer que se han equivocado al ignorar el cardcter, divino de Cristo y al condenarle como blasfemo porque reivindi- caba esa dignidad divina. Por semejante comportamiento se han apartado de Dios, como se apartaron sus antepasados al perseguir a los profetas. Asf, pues, reconocer la divinidad de Jestis es convertirse a Dios (3, 19)- La resurreccién ha puesto de manifiesto que lo realizado en Jestis era divino. La fe, por testimonio de los Apéstoles, en la resurreccién es, al mismo tiempo, reconocimiento de la falta cometida al crucificarle. 2. LAS SECTAS jUDIAS Esto nos lleva a encuadrar la comunidad primitiva en el contexto gene- ral del judaismo de la época, cuya complejidad nos es conocida. Algunos medios le fueron hostiles. Hostilidad que es, ante todo, la de los sumos sacerdotes y de los saduceos, segtin indican los Hechos de los Apéstoles (4, 1-3). En realidad, se trata de dos grupos distintos. A partir del 6 d. C., los sumos sacerdotes pertenecen a la casa de Sethi. El afio 30, el jefe de la familia es Ands; el sumo sacerdote en funciones, Caifds. Estos hombres son, sobre todo, hechura de los romanos. Por su lado, los saduceos son un partido a la vez politico y religioso, fiel al ideal sacerdotal centrado en el Templo®. Los sumos sacerdotes se muestran espedalmente celosos de su influencia sobre el pueblo (Act., 5, 17); los saduceos son mas hostiles a las innovaciones religiosas (Act., 4, 2). De hecho, tienen intereses comunes. Los Hechos nos describen tres manifestaciones sucesivas de hostilidad por parte suya frente a la comunidad cristiana. En un primer episodio, Pedro y Juan se ven sorprendidos por los sacerdotes, el oficial del ‘Templo y los saduceos, con ocasién de que predicaban en el Templo (Act., 4, 1-2). El oficial del Templo era el jefe de la milicia judia dependiente del sumo sacerdote para mantener el orden en el Templo (véase Le., 22, 52). Pedro y Juan son detenidos, citados ante el sanedrin y luego puestos en liber- tad (4, 3-23). En otra ocasidn, el mismo oficial del Templo, por orden de los sumos sacerdotes (5, 17. 24), detiene a los Apéstoles, los cuales son de nuevo puestos en libertad después de una reunién del sanedrin. Esta doble puesta en libertad demuestra que el odio de los sumos sacerdotes y los saduceos contra los cristianos no era compartido por los demés par- tidos representados en el sanedrin. Asf{ nos lo confirma el mismo libro de los Hechos. Vemos, en efecto, durante la segunda sesién del sanedrin, cémo el farisco Gamaliel inter- viene en favor de los Apéstoles. Pablo se aprovechard més tarde ante el sanedrin de esta oposicién entre saduceos y fariseos (Act., 23, 6, 8). El discurso de Gamaliel es evidentemente una creacién de Lucas. Comete un error histérico manifiesto al aludir al levantamiento de Teudas (Act., 5, 36), que tendré lugar diez afios més tarde. Pero el conjunto refleja la Sane de los fariseos. Estos admiten un mesianismo y no tienen moti- vos para condenar a priori el movimiento originado por Jess. En cambio los saduceos, por razones doctrinales, son hostiles a todo mesianismo. Y mucho més los sumos sacerdotes, que ven en ello una amenaza contra su 48 _ LA IGLESIA PRIMITIVA poder personal. Ahi estd, al parecer, la fuente del odio que la casa de Anas no ha dejado de profesar contra Jess y la comunidad cristiana ®. Una tercera persecucién procede, sin duda, de la hostilidad de la casa de Ands. De ella fue victima, antes de Pascua del 41, uno de los Apésto- les, Santiago el hermano de Juan, y en virtud de ella fue detenido Pedro. Se alude a los mismos hombres, y el origen debe ser el mismo. Segin Act., 12, 1, la iniciativa procedfa de Herodes Agripa I. Este, después de haber desempefiado un importante papel en el advenimiento del empera- dor Claudio el afio 41, obtuvo como recompensa la restauracién, en su favor, del reino de Israel. Sabemos, por lo demas, que estaba relacionado con Alejandro el Alabarco, hermano de Fildn el filésofo. Al subir al tro- no, habja destituido al sumo sacerdote Teéfilo, hijo de Anas, rempla- zandolo por Simén ben Kanthera, que pertenecfa a la casa de Boeto, favorecida por su abuelo Herodes el Grande. Pero en el 42 sustituyé a este Simén por Jonatén, sustituido a su vez en el 43 por su hermano Matias, ambos hijos de Anas. Parece que en este cambio ha de verse un esfuerzo de Agripa por gran- jearse el apoyo de Ia poderosa casa de Ands. Segin esto, la coincidencia de la persecucién contra los cristianos con el retorno de la casa de Ands a las funciones del sumo sacerdocio debe presentar una relacién de causa a efecto. Agripa sacrificé a Santiago al odio de la casa de Anas. Los He- chos dicen que el motivo del arresto de Pedro fue su deseo de “agradar a los judios” (12, 3). Por lo demés, Agripa no debia de albergar gran sim- patia personal por los “hebreos”. Habria estado mucho més cerca de los “helenistas”. Afiadamos que este episodio no nos interesa sdlo por su contenido. Es el primero que podemos datar con absoluta certeza. Se si- tua, en efecto, el afio que precede a la muerte de Agripa en Cesarea, cosa que nos recuerdan los Hechos (12, 20-23). Pero también Josefo nos refiere el episodio. Y pertenece ciertamente al 44. Por tanto, la fecha del 43 para el martirio de Santiago es absolutamente segura. Frente a la total hostilidad de los sumos sacerdotes —y, en particular. de la casa de Ands— contra los cristianos, la posicién de los fariseos es mas compleja. Hemos visto cé6mo Gamaliel defendia a los Doce. En cam- bio, en la persecucién contra los helenistas y ae ene del 36) son ellos quienes desempefian el papel principal (Act., 6, 12), y es el fariseo Saulo quien aprucba la lapidacién (8, 1). Tal diferencia es significativa. Los fariseos eran favorables a los hebreos y hostiles a los helenistas. Le importante a sus ojos era la diferencia de actitud politica. El reproche que hacfan a los helenistas era su desinterés respecto de la independencia judia, del Templo que era su simbolo y de la estructura legal de Israel LAS SECTAS JUDIAS ay (Act, 6, 13-14). Con esto queda ya precisada la actitud de los hebreos. Habfa entre ellos fariseos convertidos (15, 5). Pero, por Jo general, cran cristianos adictos a su patria judia, ficles al culto del Templo, estrictos observantes de las usanzas mosaicas. Ellos, sin duda, formaron el grupo mds importante de la primera comunidad, y atrafan las simpatias de los fariseos por su celo con respecto a la Ley. A este medio pertenecen personalmente los Doce. Los vemos fieles al culto del Templo. Pero su misién los obliga a estar por encima de los partidos. En realidad, el jefe de los hebreos es Santiago, “el hermano del Seftor” (Gdl., 1, 19), a quien hay que distinguir de los dos Apéstoles de este nombre. Y es notable que los Hechos apenas aludan a él. Parece ser que Lucas ha utilizado unas tradiciones procedentes, por una parte, de los sadocitas convertidos y, por otra, de Jos helenistas y que ha dejado en penumbra lo que constituia la parte mds importante de la Iglesia primitiva de Jerusalén. Ello se debe a que Lucas presenta el punto de vista de Pa- blo. Y es un hecho que Pablo siempre tuvo divergencias con el partido de Santiago (Gdl., 2, 12). Como, ademis, este partido desaparecié definitiva- mente después del afio 70, no es extrafio que su recuerdo terminara por borrarse. Pero semejante olvido falsea la historia de los origenes cristia- nos. La influencia dominante durante las primeras décadas de la Iglesia corre a cargo de Santiago y de la Iglesia judeo-cristiana de Jerusalén. gPodemos, sin embargo, rastrear algiin dato cierto? Por lo que se re- fiere a la persona de Santiago, la Epistola a los Gdlatas nos permite entrever su importancia y sus tendencias. Algunos documentos posteriores no ca- nénicos procedentes de los medios judeo-cristianos nos aportan ciertos ele- mentos. Asi, en el Evangelio de los Hebreos, que parece relacionado con una comunidad judeo-cristiana de Egipto a comienzos.del siglo 1”, Cristo resucitado se aparece en primer lugar a Santiago. En el Evangelio de To- mds, hallado en Nag Hammadi, se dice que los Apéstoles, después de la Ascension, deben acudir a Santiago el Justo. Clemente, en las Hipotiposis, le menciona antes que a Juan y Pedro, como a receptor de la gnosis de Cristo resucitado. Los tres Apocalipsis de Santiago, hallados en Nag Ham- madi, y que son gnésticos, reflejan las fuentes judeo-cristianas del gnosti- cismo. En los escritos pseudo-clementinos, que utilizan fuentes judeo- cristianas ebionitas, Santiago es presentado como el personaje mas importante de la Iglesia (Hom. Clem. I, 1). Por otra parte, Hegesipo, que segtin Eusebio (H. E., IV, 22, 8) es un judio convertido®, nos dice que Santiago no bebfa vino ni bebida alguna que embriagase, que nunca se rasuraba y que pasaba su vida en cl Templo intercediendo por el pucblo (H. E., II, 23, 4). Y afiade que contaba con wD LA IGLESIA PRIMITIVA la confianza de los escribas y fariseos (II, 23, 10). Asi se confirma la rela- cién de Santiago con el judafsmo rabinico. Lo mismo aparece en la Epis. tola que le atribuye la tradicién. En torno a Santiago se agrupan cierto ntimero de parientes del Sefior, los “desposynoi”, que ocupan un impor- tante lugar en el ambiente de los hebreos. Es lo que Stauffer ha llamado el “khalifat”. Constituian el centro de un poderoso partido. Por las pro- testas que formulan los helenistas, adivinamos su tendencia a monopoli- zar la Iglesia (Act., 6, 1). Tras la dispersién de aquéllos, son los duefios de la Iglesia de Jerusalén. De este cristianismo rabinico hallamos algunos indicios en los escritos del Nuevo Testamento, por mas que éstos procedan de otro ambiente y tiendan a quitarles importancia. A él se remonta, sin duda, toda una lite- ratura targtimica, de la cual encontramos indicios en san Pablo” y cuyos fragmentos nos han sido transmitidos por la Epistola de Clemente, la Epistola de Bernabé y otras obras posteriores, El targum es, en efecto, un género caracteristico de los escribas fariseos. Algunas partes del Targum de Jerusalén son ciertamente anteriores a nuestra era. Los escribas conver- tidos emplearon el mismo género literario dandole un sentido cristiano. De igual modo, numerosas prescripciones morales o férmulas livirgicas, cuyo eco se percibe en los Evangelios, viene a ser una prolongacién del judafsmo rabinico. Por ultimo, la cuestién de los esenios. Aqui los datos tienen un cardc- ter singular. Por una parte, los documentos cristianos atestiguan ciertas semejanzas indiscutibles entre algunos aspectos de la comunidad cristiana de Jerusalén y lo que sabemos de dicho grupo por los manuscritos del mar Muerto y las noticias de Filén y Josefo"®. Algunas de estas analogfas son sorprendentes, pero no implican que la primera se sittie en la pro- longacién de la comunidad sadocita. Por otra parte, a falta de documen- tos, no sabemos si tales practicas, que sélo conocemos por lo que se refiere a Qumran, se daban en otros ambientes del judafsmo. Habfa, desde luego, haburoth o cofradfas en las que no era extrafia la comunidad de bienes y los banquetes comunitarios. Tal parece ser la explicacién mds probable de las analogias que podemos advertir®, Es innegable, por lo demés, que la comunidad cristiana compartié las esperanzas escatoldgicas que descubrimos en los escritos apocalfpticos pro- cedentes del medio sadocita. Pero ello no quiere decir que la comunidad cristiana reclutara sus miembros en ese medio sadocita. Sabemos por Fi- In que los esenios formaban un cfrculo restringido, lo mismo que los fa- tiseos y saduceos. El conjunto del pueblo judfo era ajeno a estos partidos. No obstante, experimentaba su influencia. Es seguro, a este respecto, que LAS SECTAS JUDIAS Sr lu influencia sadocita desbordaba con mucho al pequefio grupo de los miembros de la secta, sobre todo por el hecho de ser un activo centro de cteacién literaria. Su influjo preparé, sin duda, los espfritus para una aper- tura a Cristo. Y es probable que muchos se convirtieran a Jests precisa- mente en los medios por ellos influenciados, donde era més intensa la expectacién escatoldgica. Segiin esto, es muy posible que no faltaran esenios, en el sentido es- tricto de la palabra, entre los primeros convertidos al cristianismo. Tal vez el sabor esenio que presenta en los Hechos el cuadro de la comunidad primitiva se deba a que Lucas utilizé un documento procedente de un circulo cristiano de origen sadocita. Este cuadro no deja de recordarnos el que hace Filén, un poco antes, de la comunidad esenia. La semejanza es tan notable que Eusebio de Cesarea Ilegé a creer que la descripcién de Filén se referia a la primitiva comunidad cristiana. Asi se explicarian también otros rasgos de los primeros capitulos de los Hechos. Por ejem- plo, la presentacién de Pentecostés, donde hemos visto el afan de Lucas por sugerir una semejanza con la revelacién del Sinai. A este respecto sa- bemos que, para el medio sadocita, segtin indica en particular el Libro de los Jubileos, la fiesta de las Semanas, o Pentecostés, era la fiesta de la re- velacién y de la alianza. Mas en concreto, el ultimo domingo de la fiesta se conmemoraba la teofania del Sinaf’*. Se ha subrayado también que los discursos de los primeros capitulos de Lucas reflejan, en la eleccién de las citas (Dt., 10, 163 18, 15-19; Am. 5, 25-27 9, 11) y en el método de la exégesis, algunos contactos particulares con los manuscritos de Qumrdn ® Estos discursos pertenecen al documento utilizado por Lucas y reflejan asi, con toda seguridad, una catequesis de sabor sadocita. Pero gtenemos, en el texto de los Hechos, alusiones mds precisas estos convertidos procedentes del esenismo en los dfas de la primera co- munidad? Nos hallamos aqui ante un problema singular: por una parte, los primeros cristianos parecen presentar grandes afinidades con los ese~ nios; por otra, éstos constituyen la nica de las tres grandes sectas histé- ricas no mencionada en el Nuevo Testamento. O. Cullmann ha propuesto ver en los helenistas a esenios convertidos “. Lo cierto es que estos hele- nistas son dificiles de identificar. H.-J. Schoeps ve en ellos una proyeccién, aplicada por Lucas a la Iglesia de Jerusalén, de una situacién posterior al aiio 70**. Gaechter ® y F. Trocmé *” los consideran como judios de Pa- lestina que hablaban griego; M. Simon, como judios de la Didspora En realidad, parece tratarse de un grupo heterogéneo. Segiin las indicacio- nes de los Hechos, encontramos entre ellos judfos palestinenses, como Esteban y Felipe, cuyos nombres griegos comprucban la helenizacién. ad LA IGLESEA PRIMITIVA Podian pertenecer al circulo de los Herodes, como Manahemi, hermano de leche de Herodes el Tetrarca (Act., 13, 1). Algunos podian proceder de la Didspora, como Bernabé, originario de Chipre (Act. 4, 36). Habja tam- bién entre ellos algunos prosélitos, es decir, paganos convertidos al judats- mo, como los recordados en Act., 2, 11 y Nicolds, prosélito de Antioquia, expresamente designado como helenista (Act., 6, 5). Tampoco hay que excluir que ciertos esenios, separados por su secesién del judaismo oficial, se hubieran unido a este grupo. Estaban emparentados con él por su hosti- lidad al sacerdocio oficial, por sus afinidades con el helenismo. 3. LA VIDA DE LA COMUNIDAD Los Hechos, al tiempo que nos describen el medio en que se desen- vuelve la comunidad de Jerusalén, nos dejan ver algunos aspectos de su vida, Los primeros cristianos siguen tomando parte en la vida religiosa de su pueblo. “Los millares de judfos que han crefdo son celosos de la Ley” (Act, 21, 20). Lo cual quiere decir que circuncidan a sus hijos, que observan lo prescrito acerca de las purificaciones, que practican el descan- so del sdbado. En particular, los cristianos de Jerusalén toman parte en las plegarias que tienen lugar diariamente en el Templo (Act. 2, 46). Vemos a Pedro y Juan subir al Templo para la oracién de la mafiana (5, 21) y para la oracién de nona (3, 1). Los cristianos aparecen asf a los ojos del pueblo como judios especialmente fervorosos, a quienes acom- pafia la bendicién de Dios (Act., 5, 13). Téngase en cuenta cémo los Hechos advierten que acuden todos juntos al Templo (2, 46). Asf, pues, los cristianos constituyen un grupo particular en el seno de la comuni- dad de Israel. Pero los cristianos tienen conciencia de formar a su vez una comuni- dad particular. Los Hechos los designan ya con el nombre de éxhygia (ecclesia). La palabra significa en griego una asamblea oficial. Pero pa- rece ser que su uso en los Hechos alude a su empleo en Ia traduccién griega de la Biblia, donde el término designa al pueblo de Dios reunido en el desierto (Act., 7, 38). La palabra significa, segtin esto, que los cris- tianos se consideraban no como una comunidad més, sino como el nuevo pueblo de Dios. El vocablo éxxa'a designd, en un principio, a la iglesia de Jerusalén. Més tarde seré aplicado-a las diversas iglesias locales que irn surgiendo a imitacién de la Iglesia-madre. Asf Pablo reunird la igle- sia de Antioquia (14, 27) y saludard a Ia iglesia de Cesarea (18, 22). En estos pasajes aparece el cardcter concreto de Ia Iglesia. No obstante, los VIDA DE LA COMUNIDAD i. vtistianos tendran conciencia de que se trata de una sola ¢ idéntica Igle- 1 que esta presente en diversos lugares, y la palabra tomard el signifi- ido de Iglesia universal. De hecho, al mismo tiempo que toman parte en la vida de su pueblo, lus cristianos tienen su vida propia. Se retinen comunitariamente en casas particulares. Es el caso del cendculo, donde se reunié la naciente comu- nidad. Pero pronto se multiplican estos lugares de reunién. Los Hechos nos dicen que los cristianos “partian el pan en sus casas” (2, 46). Una de éstas nos es bien conocida: la de Maria, madre de Juan Marcos, donde se hallaba reunida en oracién una asamblea bastante numerosa, mientras Pedro permanece en la cércel (12, 12). Asimismo, vemos a Pa- blo exhortando a los hermanos en casa de Lidia, en Filipos (16, 40), y cclebrando la eucaristfa en Tréade, en el tercer piso de una casa particu- lar (20, 9). La “sala alta”, mds amplia y normalmente no habitada, se comodaba perfectamente para aquellas reuniones nocturnas. Es de no- tar el apoyo prestado as{ a la Iglesia por las familias que ponfan sus casas a disposicién de la comunidad. Pablo hablard de Aquila y Priscila y de “la iglesia que estd en su casa” (r Cor., 16, 19)- Los cristianos se reunfan con frecuencia. Los Hechos hablan de reu- niones diarias, que comprendfan la fraccién del pan, una comida y ora- ciones de alabanza (2, 46). Algunas de estas reuniones tenfan lugar du- rante la noche. Precisamente de noche encuentra Pedro en casa de Marfa, la madre de Juan Marcos, a una numerosa asamblea en oracién (12, 12). Lo que parece cierto es la existencia de una asamblea en la noche del sdbado al domingo. Asf lo indican los Hechos (20, 7). Los cristianos to- maban parte en las plegarias comunes del sébado y después se reunfan por su cuenta. Parece ser que a esta costumbre se debe la designacién del domingo como octavo dia. Tal expresién, que se encuentra ya en la Epistola del Pseudo-Bernabé, no se explica sino como referencia al sép- timo dia de la semana judia. La designacién més corriente es la de xaguxh, (Ryriaké), que corresponde a nuestro domingo. Pero no es cierto que las asambleas cristianas se celebraran siempre de noche. Es muy posible que pudieran tener lugar a otras horas. Tal es, en concreto, el caso en que la eucaristia iba acompafiada de una comida, como aparece indicado en la Primera Epistola a los Corintios (11, 17-33). Podemos formarnos una idea de semejantes asambleas por lo que dicen los Hechos (2, 42). Constaban de instruccién, fraccién del pan y ora- ciones. Si los Hechos nos ofrecen numerosos ejemplos de la predicacién a los no creyentes (kerigma), no nos refieren Ja ensefianza impartida a la comunidad. No obstante, podemos vishumbrar algo a través de las LA IGLESIA PRIMITIV.\ expresiones que la designan, Puede uatarse de una ensefianza propia. mente dicha (didajé). Pero esta palabra se aplica sobre todo a la cateque- sis preparatoria del bautismo. En las asambleas ordinarias se trata més bien de exhortaciones (paraklesis) destinadas a fortalecer la fe y la cari- dad (14, 22; 15, 32) 0 de homilias (Act., 20, 11), de charlas familiares. Las Epistolas de Pablo y las demas Epistolas canénicas pueden darnos una idea de estas charlas y exhortaciones, de las que, en gran parte, vie- nen _a ser un eco. Las instrucciones iban seguidas de la “fraccién del pan”. Expresién arcaica con que los Hechos designan la eucaristfa (2, 423 20, 7). Con ella se recuerda la accién de Cristo al distribuir el pan después de haber pronunciado sobre él las palabras consecratorias. Cristo habia instituido Ja eucaristia durante un banquete pascual. La bendicién del pan es la de los acimos antes del banquete; 1a del vino corresponde a la copa que seguia al mismo banquete. Dos ritos que han conservado los cristianos, pero independientemente del banquete pascual, y que realizan bien a continuacién de una comida, o bien sin acompafiamiento de comida alguna. El que presidia la eucaristia, después de dar gracias, bendecia el pan y el vino extendiendo sobre ellos las manos y pronunciaba las pala- bras del Sefior en la cena. La plegaria de bendicién y la extensién de las manos correspondfan a lo que hallamos en las berakoth judfas y en los manuscritos de Qumran. La eucaristfa iba seguida de “oraciones”, nos dicen los Hechos (2, 423 12, 5). Estas oraciones estaban reservadas a los Apéstoles o a los ancianos que presidfan la asamblea (6, 43 13, 3). Pero también podfan hacerlo los miembros de la asamblea que habfan recibido gracia para ello. Por ejemplo, los profetas de la comunidad de Antioqufa (13, 3), o el profeta Agabo (11, 28). San Pablo se refiere en su Primera Epistola a los Corintios a tales profetas (12, 28). Las mujeres, que estaban ex- cluidas de la ensefianza, podfan hacer, sin embargo, la accién de gracias. San Pablo precisa que deben tener cubierta la cabeza (1 Cor., 11, 7). El didcono Felipe tenia cuatro hijas que profetizaban (21, 9). Y no se olvi- de que la efusién del Espiritu Santo tuvo lugar principalmente en el cur- so de la asamblea cristiana (4, 31). Esta es ef nuevo Templo en que Dios habita (1 Pe., 2, 5) y que hace inttil el Templo antiguo, con el cual, sin embargo, sigue coexistiendo. Otro aspecto de la vida de la comunidad de Jerusalén —aquel en que mas insisten los Hechos— es su organizacién econémica. Los Hechos hablan de una comunidad de bienes por parte de los hermanos: “Ven- dian sus propiedades y campos y dividfan el precio entre todos de acuer- LA VIDA DE LA COMUNIDAD do con las necesidades de cada uno” (2, 443 véase 4, 34). Los Hechos ci- tan en particular el caso de Bernabé, que posefa un campo, y lo vendi6, entregando el precio a los Apéstoles (4, 36-37). Por el contrario, Ananfas y Safira, habiendo vendido un campo, se quedaron con parte del precio, engafiando asi a los Apéstoles (5, 1-2). El texto precisa que esta comuni- dad de bienes no era obligatoria. La falta de Safira consistid en haber engafiado a la comunidad. Es dificil la interpretacién de esta comunidad de bienes. Puede su- ponerse la existencia de una caja comin para remediar las necesidades de los indigentes, a la manera como existia ya en la sinagoga. A eso alu- de también el servicio de las viudas (6, 1). Sin embargo, Lucas parece referirse a algo mds, a una verdadera comunidad de bienes. Esto nos parece hoy menos sorprendente, una vez que hemos descubierto que existfa tal practica entre los sadocitas. Ademds, hemos observado que el relato de Lucas parece tener cierto sabor esenio. Para su descripcién pudo inspirarse en la comunidad del Qumran. En concreto, el episodio de Ananfas y Safira recuerda tan de cerca la disciplina de Qumran que pa- rece dar a entender que en este punto hay una influencia efectiva de las practicas esenias en la comunidad de Jerusalén. Los problemas de organizacién econémica aparecen también a pro- pésito de otra cuestién. Los Hechos nos dicen que, a consecuencia de las protestas de los helenistas, que vefan descuidadas a sus viudas, los Apés- toles cligieron entre ellos a siete personajes, entre los cuales figuraba Esteban. Hemos visto, en efecto, que los cristianos, segtin el modelo de la Sinagoga, habjan establecido un servicio para los pobres. Este era con- trolado por los Apéstoles. Y lo que hacen al elegir a los Siete es desprender- se de aquel control. Pero los Siete no son destinados tinicamente a la gestién del servicio de los pobres. Los vemos predicar y bautizar. Los Apéstoles aprovechan Ia ocasién para proporcionarse unos colaboradores, a quienes comunican parte de sus propios poderes. Y se los confieren me- diante una ordenacién (Act, 6, 6). Pero entonces se plantea la cuestién de saber si esta institucién afecta s6lo a los helenistas, Dado que los Apéstoles sentfan la necesidad de pro- porcionarse colaboradores, ¢no harfan otro tanto entre los hebreos, como supone Gaechter ? EI silencio de Lucas se explicaria por la falta de interés que muestra para con los hebreos. Colson parece estar més en lo cierto al ver en los Siete una institucién propia de los helenistas ®. Los he- breos tenfan ya presbiteros 0 ancianos. Santiago el Justo era seguramente uno de ellos. Los Hechos nos presentan (11, 30) a los cristianos de Antioquia confiando a los ancianos (zp2Biteps, presbyteroi) de Jerusalén Oo LA IGLESIA PRIMITIV.\ limosnas para los pobres. Estos ancianos tienen entre los hebrevs la misma funcién que los Siete entre los helenistas. Un hecho nuevo es la preeminencia que adquiere Santiago el Justo entre los presbiteros. Parece mas plenamente asociado a los poderes apos- tdlicos. Cuando vaya Pablo a Jerusalén el afio 41 (Gdl., 1, 18), se en- contraré con Pedro y con este mismo Santiago. En el concilio de Jeru- salén, é es el tinico que habla ademés de Pedro. Santiago era, pues, ciertamente la cabeza de la comunidad de Jerusalén. Y parece incluso disponer de poderes semejantes a los de los Apéstoles. En este sentido podemos comprender a Eusebio cuando escribe que Pedro, Santiago y Juan no se reservaron Ia direccién de la iglesia local de Jerusalén, sino que cligieron a Santiago el Justo como obispo (ixisxox0s, episcopos) (H. E., UL, 1, 4). A toca en lo sucesivo, y no a Pedro y a los Apéstoles, lo que se reficre a la direccién de la iglesia local de Jerusalén (Act, 12, 17). Aparece a la vez como presidente del colegio local de los presbfteros y como heredero de los poderes apostélicos. La estructura de la iglesia de Jerusalén toma as{ una fisonomfa pro- pia. Los Apéstoles son los testigos de la resurreccién y los depositarios de la plenitud de poderes. Pedro aparece como su jefe. Al principio pre- sidieron ellos y administraron directamente la iglesia de Jerusalén. Pero pronto echaron mano de algunos colaboradores. Estos son, por una par- te, los presbiteros, que se ocupan de los hebreos, formando un colegio presidido por Santiago, el cual participa de manera especial de los pode- res apostélicos. Por otra parte, los Apéstoles establecen una organizacién similar para los helenistas. Los Siete corresponden a los presbiteros de los hebreos. Es diffcil saber si Esteban era entre ellos el equivalente de Santiago. De todos modos, la marcha de los helenistas hard del colegio de los presbiteros la nica jerarqufa de Jerusalén.

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