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80 FERNANDO ORTIZ Glosavio de afronegrismos, 1924); la arqueologta (Historia de la arqueolagta in. docubana, 1922; Las cuatro culturas indias de Cuba, 1943); la sociologia (El en. goo de las razas, 1945); la musicologia (La africanta de la mtisica folkloricy ‘de Cuba, 1980, reeditado como La misica afrocubana, 1975; Los instruments de Ia milsica afvorcubana, 1952-1955), y la etnografia (El huracin: su mitolagta y sus simbolos; 1947; Los bales y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, 1951) El ensayo literario que mejor sintetiza la erudicién de Fernando Ortiz es Contrapunteo cubano del tabaco y el azticar (1940), del cual hemos selecciona- do la ingeniosa introduccién, CONTRAPUNTEO CUBANO DEL TABACO Y EL AZUCAR* HACE sIGLOs que un famoso arcipreste de buen humor, poeta espaol de la Edad Media, dio personalidad al Carnaval y a la Cuaresma y los hizo hablar en buenos versos, poniendo sagazmente en los decires y contradecires del coloquio y en los episodios de la satitica contienda sus contrastes éticos y Jos males y los bienes que del uno y de fa otra le venfan a los mortales, Con tal didlogo alegérico el clérigo Juan Ruiz escribié la “Pelea que tayo Don Carnal con Dofia Quaresma”, en un Libro de Buen Amor, ganando reso- nancia perdurable para su nombre y para el arciprestazgo de Hita, cuya fama s6lo se cuenta por la recibida de aquel genial cantor de serranillas amorosas y de toda laya de trovas desenfadadas y agudas. ‘Acaso a célebre controversia imaginada por aquel gran poeta sea prece- dente literario que ahora nos permitiera personificar cl moreno tabaco y la blanconaza azticar, y hacerlos salir en la fibula a referir sus contradicciones. Pero careciendo nosotros de autoridad, asi de poeta como de clérigo, para sacar personajes de la fantasfa y hacerlos vivir humanas pasiones y sobrehu manos portentos, diremos tan sdlo, sin versos y en prosa pobre, los sor- prendentes contrastes que hemos advertido entre los dos productos agra- rios fandamentales de la historia econémica de Cuba Tales contrastes no son religiosos ni morales, como eran los rimados por aque! genial presbitero, entre las pecaminosas disipaciones carnavalescas y * Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabuco y #1 assicar, Barcelona, Ariel, 1973, pp. 17-33 cologia in: ofa (Elen. folkléricn tmnentos de alagtin yous ‘a, 1951) » Ortiz. es slecciona- fol de a 10 hablar cires del éticos y les. Con, wo Don do reso- ta, cuya cranillas a prece- vaco y la cciones. 30, para obrehu- los sor: bs agra- dos por lescas y vp.17-38 FERNANDO ORTIZ 81 jas regeneradoras abstinencias cuaresmates. Tabaco y azcar se contradicen joo econdmico y en lo social, aun cuauido los moralistas rigidos también Sf pan preocupado un tanto Ue ellos alo largo de su historia, mirando con sia al uno y con benevolencia ala otra. Pero, ademés, el contrastante panlctismo del tabaco y el azicar es tan curios, al igual que el de los per- Ponajes del dilogo tramado por el arcipreste, que va més allé de las pers- pectivas meramente sociales pata alcanzat [os horizontes de la poesia, y guizés un vate quisiera versarnos en décimas populares la Pelea de Don Ta- jce y Dofia. Asiicar. Al fin, siempre fue muy propio de las ingenuas musas del pueblo, en poesia, mésica, danza, canci6n y teatro, ese género dislogss- tico que lleva hasta el arte la dramética dialéctica de la vida, Recordemos en Cuba sus manifestaciones més floridas en las preces antifonatias de las litwr- gias, aside blancos como de negros, en la controversia erética y danzarina de Ia rumba y en los contrapunteos versificados de la guajirada montuna y de fa currerfa afrocubana, Un romance castizo a lo afiejo o unas vernaculas guajitas o acurradas, gue tuvieran por personajes contradictorios el varonil tabaco y Ia femenina sxicar, podrfan servir de buena ensefanza popular en escuela y canturrias, porque, en el estudio de los fendmenos econdmicos y sus repercusiones sociales, pocas lecciones han de ser mas clocuentes que las oftecidas en nuestra tierra por el aziicar y cl tabaco en sus notorias contraposiciones, El contraste entre el tabaco y cl azticar se da desde que ambos se juntan en la mente de los descubridores de Cuba. Cuando, a comienzos del siglo xv1, ocurrié la conquista del pais por los castellanos que trajeron al Nuevo Mundo la civilizacién europea, ya la mente de estos invasores era impresio- nada fuertemente por dos yerbas gigantes. A la una, los mercaderes veni- dos del otro lado del océano la contaban ya entre las més fuertes tentacio- nes de su codicia; a Ja otra, ellos la tuvieron como el mas sorprendente hallazgo del descubrimiento y como peligrosa tentacién de los diablos, quienes por tan inaudita yerba les excitaba sus sentides como un nuevo al- cohol, su inteligencia como un nuevo misterio y su voluntad como un nue- vo pecado. De la produccién agraria e industrial de esas yerbas prodigiosas saldrfan los intereses econédmicos que los mercaderes extranjeros habrian de torcer y tenzar durante siglos en nuestra patria para ser hilos de su historia, moti- “82 FERNANDO ORTIZ vos de sus personajes y a la vez, sostenes y ataduras de su pueblo. Tales son la yerba del tabaco y la yerba del aziicar. El tabaco y el azticar son los pe sonajes més importantes de la historia de Cuba. Aziicar y tabaco son productos vegetales del mismo pais y del mismo ch. ma, pero su distincién biolégica es tal que provoca radicales diferencias econémicas en cuanto al suelo requerido, a los procesos de cultivo, a log def aprovechamiento fabril y a los de la distribucién comercial. ¥ las sor. prendentes diferencias entre ambas producciones se reflejan en la historia del pueblo cubano desde su misma formacién étnica hasta su contextury social, sus peripecias politicas y sus relaciones internacionales. ‘Lo mis expresivo de nuestra historia econémica es en realidad ese con. traste multiforme y persistente entre las dos producciones que han sido y son las més caracteristicas de Cuba, fuera de la breve y transitoria época’de comienzos del siglo xvi, cuando imperaban la minerfa aurivora de los con- quistadores y los yucales y hatos pecuarios para producir los casabes y tasa- jos con que se avituallaban las éxpediciones de los adelantados. Asi en lo interno como en lo externo, estudiar la historia de Cuba ¢s en lo funda- mental estudiar la historia del azticar y el tabaco como los sistemas viscera- les de su economia. Y¥ aun para la historia universal de los fenémenos econdmicos y de sus teflejos sociales, pocas lecciones habr4 més fecundas que las del aziicar y del tabaco en Cuba. Por la claridad con que a través de ellas se pueden apreciar las causas econémicas y los efectos sociales, y porque en pocos pueblos se habra dado como en el nuestro esa maravillosa e infrecuente coordinacién de vicisitudes histéricas, y ese contraste radical, ese paralelis- mo constante entre dos érdenes simultaneos de fenémenos econémicos, los cuales manifiestan a lo largo de su desarrollo caracteres y efectos muy antitéticos, como si por un profesor sobrenatural fueran dispuestos adrede en el laboratorio geogréfico de Cuba para dar las ms patentes demostra- ciones de la trascendencia de la economia bisica de un pueblo en su ince- sante devenit. : El planteamiento y la divulgacién de este profundisimo contraste que existe entre el azticar y el tabaco, desde su misma naturaleza hasta sus deri- vaciones sociales, pueden brindar alguna nueva sugestién para el estudio econémico de Cuba y de sus peculiaridades histéricas. Aparte de ofrecer al- tivo, a los . ¥ las sor. tla historia contexturg id ese con. han sido y 2 época de fe los con- bes y tasa- Asien Io Io fanda- as viscera- sy de sus Lazticar y © pueden en pocos frecuente paralelis- némicos, ctos muy 9s adrede emostra- \ su ince- vaste que sus deri- | estudio frecer al- FERNANDO ORTIZ 83 os curiosos y originales fenémenos de transculturacién, de esos que son gianto interés como actudlidad en la ciencia sociol6gica contemporsnea. -Tabaco y azticar son, ambos, productos del reino vegetal que se cultivan, se elaboran, se mercan y al fin se consumen con gran deleite en bocas hu- manas. “ademés, en la produccién tabacalera y en la azucarera pueden advertirse Jos mismos cuatro elementos: tierra, maguina, trabajo y dinero, cuyas va- antes combinaciones constituyen su historia, Pero, desde su germen en la vmnerafia de la tierra hasta su muerte por el consumo humano, tabaco y azit- car se conducen casi siempre de modo antitético. La caiia de azécar y el tabaco son todo contraste. Diriase que una rivali- dad los anima y separa desde sus cunas. Una es planta graminea y otro es planta solandcea, La una brota de retofio, el otro simiente; aquélla de gran- des trozos de tallo con nudos que se enraizan y éste de mindsculas semillas que getminan. La una tiene su riqueza en el tallo y no en sus hojas, las cua- Jes se arrojan; el otro vale por su follaje, no por su tallo, que se desprecia Lacafia de azticar vive en el campo largos afios, la mata de tabaco sdlo bre~ ves meses. Aquélla busca Ja luz, éste la sombra; dfa y noche, sol y luna Aquélla ama la uvia cafda del cielo; éste el ardor nacido de la tierra. A los canutos de la catia sc les saca el zumo para el provecho; a las hojas del taba- co se les saca el jugo porque estorba. El azéicar llega a su destino humano por el agua que lo dertite, hecho un jarabe; el tabaco llega a él por el fuego que lo volatiliza, convertido en humo. Blanca es la una, moreno ¢s el otro Dulce y sin olor es el azticar; amargo y con aroma es el tabaco. {Contraste siempre! Alimento y veneno, despertar y adormecer, energfa y ensueiio, placer de la carne y deleite del espfritu, sensualidad e ideacién, apetito que se satisface ¢ ilusién que se esfuma, calorias de vida y humaredas de fanta- sfa, indistincién vulgarota y anénima desde la cuna ¢ individualidad aristo- critica y de marca en todo el mundo, medicina y magia, realidad y engano, virtud y vicio. El azticar s ella; el tabaco es él... La cafia fue obra de los dioses, cl tabaco Jo fue de los demonios; ella es hija de Apolo, él es engen- dro de Proserpina. Para la economia cubana, también profindos contrastes en los cultivos, en ha elaboracién, en fa humanidad. Cuidado mimoso en el tabaco y aban- dono confiante en el azticar; faena continua en uno y labor intermitente en Be FERNANDO ORTIZ la otra; cultivo de intensidad y cultivo de extensi6a; trabajo de pocos y tarea de muchos; inmigracién de blancos y trata de negros; libertad y escls. vitud; artesanfa y peonaje; manos y brazos; hombres y maquinas; finura y tosquedad, En el cultivo, el tabaco trae el veguerio y el azticar crea el lati. fundio. En la industria, el tabaco es de la ciudad y el azicar es del campo, En el comercio, para nuestro tabaco todo el mundo por mercado, y para nuestro azticar un solo mercado en el mundo. Centripetismo y centrifuga: cin, Cubanidad y extranjeria. Soberanfa y coloniaje. Altiva corona y. hu. milde saco. La mata del tabaco y la caita del azicar son dos yerbas gigantes, dos vege- tales igualmente cultivables en Cuba, ambos con insuperable adaptacién climética y ecolégica al pais. El territorio de Cuba en sus diversas zonas tie. ne las mejores tierras para los cultivos de ambas plantas. ¥ lo mismo ocurre con el clima al combinarse con la quimica del suelo. Como quicra que todos los azticares son iguales, hay que referir'las pe- culiaridades cubanas para el azitcar. El clima caftero es el determinado por las Iineas isotérmicas de los 60° mas que por la simple referencia intertropi- cal, Puede decirse, en términos generales, que la amplia zona azaicarera del mundo se da entre los 22° de latitud Norte, como a la altura de La Haba- na, y los 22° de latitud Sur, por la de Rio de Janciro. ‘Todas las Antillas es- tin en esa faja geografica; pero Cuba, por su posicién al borde septentrio nal de aquélla y por su aprovechamiento de los vecinos frfos invernales oftece mejores ventajas que las otras islas. En ninguna otra parte del mun- do el sol, fa thuvia, la tierra y las brisas trabajan mas de consuno para hacer azicar en esos pequefios ingenios naturales que son los canutos de las cafias. La estacin célida y lluviosa es muy favorable al répido crecimiento de fa cata y en Cuba hay mucha Hluvia. Si “la cafia prepara el aziicar con el sudor de sus hojas”, como decfa Alvaro Reynoso, digamos que las lluvias torrenciales son las que tracn a la cafia el tesoro de calorias con que la rega la su padre, el sol. Cuando éste se enfurece y mengua la Iuvia, fa cafia que- da raquitica y empobrecida. Por otra parte, fa suave estacién invernal, sin heladas pero con rachas frias, apura la cristalizacién de las sacarosas y ase- gura en Cuba el ritmo de la vegetacién para las cafias, el de su crecimiento y de su madurez. La naturaleza en Cuba ha dado a la cafia de azitcar un de pocosy tad y escla. as; finura y stea el lati. del campo. ado, y para centrifuga: rona y hu- dos vege- daptacion zonas tie- mo ocurre ctir las pe- inado por ntertropi- carera del Ta Haba- satillas es- -ptentrio- avernales del mun- vara hacer os de las -cimiento ar con el as Thuvias cla rega- ‘fia que- senal, sin sas y ase- cimiento iicar un FERNANDO ORTIZ, 88 efecto ciclo anual para su cultivo y beneficio, el cual constituye un verda- Eero privilegio cubano. Para el tabaco cubano, siendo éste el mejor del mundo, ito hay por qué iar [as ventajas del suelo y del.clima; basta sefialar la excelencia de la inferir la de sus medios naturales de produccién. Del tabaco ha- Narciso Fox4, un buen poeta, diciendo que es “don especial a anal planta para ano cantd Cuba concedido”, ‘Lacafia de azticar y Ia mata del tabaco son yerbas tipicamente tropicales, exquivas al fifo con ardores de lujuria, abandonadas al desarrollo prédigo en tallos y hojas, gustosas de “irse en vicio”, como dice el guajiro. Precisa- rente en st “vicio” esté su valor humano. Viciosas para disfrute del hom- bre, pero sin entregarle, como hacen otras plantas subyugadas, la potencia de su reproduccién. La cafia y el tabaco no concentran toda su riqueza en espigas y mazorcas, como el trigo y el maiz, empenachados como conquistadores afanosos de linaje. Ni como la yuca o la papa, humildes terruiteras, ocultan su riqueza bajo tierra como en botijas avaras. Pero para la planta de trigo, de maiz, de yuca 0 de papa, su consumo humano es su destruccién definitiva, Cada una de esas plantas al dar su provecho al hombre le da también su vida y su posteridad. Si el hombre quiere qué se reproduzéa la planta que ahora expolia, para que le dé utilidades futuras tiene que renunciar forzosamente a parte de sus beneficios, tiene que ahorrar unos granos de Ia espiga 0 de la mazorea, unos trozos del cangre o unas tuberosidades de las raices, y s6lo por ellas el milagro creador podré repetirse en el porvenir. No sucederé asi con la cafia de azticar ni con la mata de tabaco, las cuales, mucho més genetosas, en cada planta aseguran para el hombre, a la vez que todo el provecho, su ilimitada continuidad La caiia y el tabaco portan su apetecida riqueza consigo, de tal manera que pueden ofrendarla como presente sin privarse de ninguna de las raices y semillas que son las que habrin de perpetuar la posibilidad de sus favores. La cafia, después de dar su jugoso tronco a la industria sin desperdiciar uno solo de sus atesorados canutos, seguird retofiando de su misma fecunda cepay reproduciendo sus ticos tallos, afio tras afio, mientras la ayuden la tierra y el sol. El tabaco, después de dar cada mata su aromatico follaje al cosechero sin perder ni una sola hoja, le ofteceré también la mirada de sus 86 FERNANDO ORTIZ semillas para asegurar la repeticién de sus dones al afio venidero. La dife. rencia entre ambas plantas estar4 en que la caiia rebrotara de lo hondo poy sus mismas rafces, mientras el tabaco renaceré por las simientes que él brin. da en lo més alto de su ser. El tabaco nace, el azticar se hace. Bl tabaco nace puro, como puro se fabri. cay puro se fama; para lograr la sacarosa, que es el azticar puro, hay que recorrer un largo ciclo de complicadas operaciones fisicoquimicas, sélo para climinar impurezas de jugos, bagazos, cachazas, defecaciones y entur. bamientos de Ia polarizacién. El tabaco es oscuro, de negro a mulato; el aziicar es clara, de mulata a blanca. El tabaco no cambia de color, nace moreno y muere con el color de su raza. El aziicar cambia de coloracién, nace parda y sc blanquea; es almi- barada mulata que siendo prieta se abandona a la sabrosura popular y luego se encascarilla y refina para pasar por blanca, correr por todo ¢l mundo, lle gar a todas las bocas y ser pagada miejor, subiendo a las categorias domi- nantes de Ja escala social “En una misma caja no hay dos tabacos iguales; cada tabaco puro sabe distinto”, suelen decir.los fumadores expertos; mientras todos los aziicares, puros tienen idéntico sabor. El aziicar no huele; el tabaco vale por su olor y offece al olfato una inf nidad de perfames, desde ef aroma exquisito del cigarro puro habano, que produce embriaguez.olfativa, hasta las apestosas tagarninas de las tabacale- ras forineas, que prueban hasta dénde pueden envilecerse las aberraciones del gusto humano. Dirfase que hasta para el tacto y la vista tiene el tabaco satisfacciones 4No pasa el fumador su mano, como en caricia, sobre las opulentas “bre- vas” o “regalias” de una recién abierta caja de habano? zAcaso el cigarro 0 el cigarrillo no son para el famador que los manosea y entretiene con deli- cadeza en sus dedos y labios una catarsis de sus tensiones nerviosas? {Y qué se dird del tabaco que se masca o del que se toma en polvo? {No producen placeres tictiles a sus gustadores? Y para la vista, gio es a veces el cigarro que se fama por el mozalbete un simbolo gozado de su anticipada hom- bria? Y ;qué es el tabaco en ocasiones sino un signo jerérquico de clase, por Ja ostentacién de una categoria suprema de marca y vitola? A veces nada pssst: o, hay que niicas, sélo es y entur. e mulata a el color de -as es almi lar y luego undo, lle- fas domi- puro sabe 's aziicares > una infi- bano, que i tabacale- erraciones ‘acciones. atas “bre- cigarro con deli- 1s? X qué producen al cigarro ada hom- clase, por sees nada FERNANDO ORTIZ 87 menos que una “corona de corona”. Ademds, los poctas fumadores han mrptado el €xtasis contemplative que experimentan siguiendo con la vista y fr fantasf el humo azuloso que sube, como si el tabaco, al morir por el fue- "5 como un endemoniado, su espiritu, ya putificado y libre, ascendiera al eto escribiendo con hierdticos signos de mube inefables promesas de redenci6n. Mientras el azticar tienta a uno solo de los sentidos, el del gusto, el taba- co no solo se saborea con agrado; también se huele, se palpa y se mira, Sal- vo para el ofdo, el tabaco provoca estimulos y placeres por todas las vias sensoriales. Del articar se asimila todo, del tabaco mucho se exhala. El azticar va glo- tonamente paladar abajo hasta las profundidades de las entrafias digestivas para dar vigores a la fuerza muscular; el tabaco va picarescamente paladar arriba hasta los meandros craneales en busca del pensamiento. Ex firmo dare Iucem. No en vano el tabaco se condend por saténica, por muy peli- groso y pecador. El tabaco es innecesario para el ser humano y el azticar ¢s indispensable para su organismo, Sin embargo, el superfluo tabaco Hega a motivar un vi- cio que atormenta si no satisface y el necesario amticar se resigna con menor dificultad a eludir su presencia. El tabaco.contiene un toxico: fa nicotina; el azticar porta nutrimentos: los carbohidratos. El tabaco envenena, el aziicar sostiene. La nicotina exci- ta la mentalidad, inspirindola diablicamente; el exceso de glucosa en la sangre alela el cerebro y hasta provoca el embrutecimiento. Ya sélo por esto serfa el tabaco un liberal reformista y el azticar un retardatario conser- vador, pues bien se dijo hace un siglo en Inglaterra que los whigs son casi demonios y los zories son casi imbéciles. El tabaco es una planta medicinal; asi fire considerada por los indios como pot los europeos. El tabaco es narcético, emético y antiparasitario. Su principio activo, la nicotina, se usa como antiteténico, contra la parilis de la vejiga, también como insecticida. Antafio fue empleado para los més extravagantes remedios, segiin el padre Cobo, “para curar infinivas enfer- medades, aplicado en hoja verde, 0 seca; en polvo, en humo, en cocimien- to y de otras maneras”. El folklore cubano ain conserva algunos de esos remedios en la curanderfa casera. El rapé se uso hasta como dentifrico. Con 88. FERNANDO ORTIZ ese destino a comienzos del siglo x1x en.L.a Habana se fabricaba y exporty. ba para Inglaterra un rapé de muy acre sabor, denominado Pefialpar, com. puesto de polvos de tabaco y de cierta tierra rojiza. En todo tiempo la vig tud més encomiada del tabaco fac la de ser sedativo, y se tuvo como ung medicina del 4nimo. Por esto, si antafio se ahumaban ritualmente con tabaco fos {dolos salvajes en las cavernas para aplacarles sus furias por ¢| incienso de la adulacién, hogaio se sahiima con tabaco el espiritu propio en el antro del créneo para calmarle sus congojas y avivarle sus ilusiones. ‘También cl azttcar es medicinal y hasta elemento constitutivo de nuestro orginismo fisioldgico, llegindose a determinar dolencias mortales asf por su carencia como por su exceso en nuestra vida orginica. Por esto y por su escasez, el azticary el tabaco se vendfan hace siglos en las tiendas de los bo- ticarios. Pero a pesar de su vieja camaraderia en la farmacopea, el tabaco y el aziicar fueron siempre apartados. El tabaco tuvo un vicio de origen para los moralistas y fire por ellos maldecido-y condenado por los reyes, tanto como exaltado por los médicos. El tabaco es, sin duda, maligno; de esa familia peligrosa prolifica de las solandceas. Ya por el viejo mundo eurdsico las solandceas inspiraban terro- res, torturas, pasiones y fantasfas. La mandrigora produefa locura, ensue- jios y aftodisiacos. La atropa dio su nombre a una de las Parcas. La bellado- na daba pecaminosas y negrisimas profindidades de infierno a las pupilas de las hermosas. El beleito era el veneno narcético de la literatuia clésica. Las varias dativas proporcionaban alcaloides, que los indios del Asia como también los de América empleaban en sus ritos, magias y crimenes. En este Mundo Nuevo esa familia de plantas malditas se regenera. Si la dativa toda via aqui enajena diabélicamente, inspirando los delirios misticos de aztecas, quichuas, zufiis, algonquines y otros indigenas, ya América pagé con creces su deuda de pecado, regalando a la humanidad otras plantas, también sola néceas pero honradotas y suculentas, como la papa, que hoy se cosecha por el mundo més que el trigo del pan; el tomate, la “manzana de amor” de los franceses, cuyo jugo es como el vino revitalizador de hoy dfa; y el pimien- to, rey de las especias, que por todo el orbe leva al condimento de los mahjates el ardiente y vitaminoso estimulo del sol tropical de América. Pero ademis de esas plantas ejemplares, de frutos nutritivos, caseros y conservadores, las solandceas de América echaron por el mundo al picarén ‘ay exporta7 ialvar, com. = empo la vir 2 como una Imente con iurias por e| iritu propio ilusiones. de nuestro ales asf por sto y por su s de los bo- el tabaco y origen para eyes, tanto lifica de las aban terro- ara, ensue- .a bellado- las pupilas ara clasica, Asia como es. En este ativa toda- de artecas, con creces abién sola- dsecha por or” de los el pimien- 1to de los vézica, caseros y al picarén FERNANDO ORTIZ 89 ela familia, al tabaco, sin fruto ni comida, torcido y con humos, vago y fin otro oficio que él.de tentar a los espfritus. Bien se dieron cuenta los vroralistas de Buropa de la malicia de aquel irresistible tentador indiano Quevedo decfa en Espaia que “habian hecho més mal con meter acé fos polvos y ef humo que el Rey Cat6lico a Colén y a Cortés”. Pero tte aqué- Tia la edad picaresca y nada se logré para atajar el indianejo tabaco, que, como el Diablo Cojuclo, se fite corriendo por el mundo porque en todo él encontr6 ansia de ilusiones y tolerancia de picardias. El tabaco llegé en Europa a las 'peores vilezas, a ser cémplice delincuen- te, aser criminal. En el siglo xvmm fue general el temor de ser envenenados mediante polvos ponzotiosos mezclados con el rapé. “Rapé perfumado era a veces el recipiente de veneno”, dice el cronista del tabaco Fairholt En 1712 el duque de Noailles presenté a la Delfina de Francia una caja de rapé éspaitol, regalo que la complacié en extremo. El rapé estaba cargado de veneno, ¥ a los cinco dias de estarlo inhalando, murié la Delfina, quejéndo- se de un agudo dolor en las sienes. Esto produjo gran excitacién y grandes temores de aceptar el polvillo, por una parte, y de offccerlo, por otra. Fue creencia general que dicho rapé envenenado era usado en Espatia y por emi- sarios espafioles para. deshacerse de oponentes politicos, y que igualmente lo usaban los jesuitas para emponzofiar a sus enemigos. De ahi que se le Hlama- ra “tapé de los jesuitas”. Por mucho tiempo persistié el temor. En 185] el tabaco fue asesino. El conde de Bocarme fue ejecutado en Mons por envenenar aun cufiado valiéndose de la nicotina, que del tabaco fue expresamente extrafda. Como para aumentar la malignidad del tabaco alli est4 ese virus o ultra~ virus especial que, cobijéndose en su planta, le produce la terrible enferme- dad llamada mosaico. También en la cafia de azticar se da un mosaico, pero el del tabaco es debido al primero de los virus filtrables, no tan sélo por haber sido descubierto antes que los otros, en 1857, sino por ser el mas infeccioso de todos ellos. Resiste como un demonio al éter, al cloroformo, ala acetona y a otros enemigos semejantes sin perder su infectividad, Tiene algo diabélico ese virus del mosaico del tabaco. Sus procederes parecen sobrenaturales. Atin no se sabe si es molécula viva, por donde comienza la 90 FERNANDO ORTIZ, escala de Ja vida, o si es tan sélo una macromolécula de proteina cristaliza- da. Como si tuviera una doble personalidad, el virus es inerte como el agua destilada, inofensivo como un 4ngel mientras no conoce al tabaco; pero apenas penetra en éste se torna vivaz y maligno como la peor ponzofia, como el diablejo retozén en una sacristia. Diriase que es Ja esencia del ta~ baco donde el virus encuentra esa malignidad que abigarra a la planta, vis- tiéndola como miéscara de diablito.o arlequin. Apenas una particula infini- tesimal del saténico virus se comunique con el protoplasma del tabaco, se despertara su malicia, inficionaré toda la planta sana y se reproducira por millones incontables, quedando en pocos dias infecta y destruida por la virosis toda una cosecha, Como si las virulencias del tabaco fuesen las més terribles, los indios al dormir en parajes de alimafias venenosas solfan poner tabaco cerca de sf para defenderse de cllas, pues, como decfa el padre Co- bo, “tiene gran enemistad contra las fieras y sabandijas ponzonosas” y las ahuyenta como un conjuro. ‘Ahora, a la malignidad tradicional del tabaco se Je est attibuyendo otra mucho més cruel: la de poder causar el cancer por medio de los alquitranes que de él son extraidos, Un médico argentino —el doctor Angel H. Rof- fo— unté esos alquitranes en la piel de unos conejitos y como consecuen- cia se produjo el cdncer “en todos los casos”. No fue asi con los alquitranes destilados del tabaco habano, pero aun con éstos se caus6 el cancer en la mitad de los experimentos. Por otra parte, los cientificos siguen estudiando Ia posibilidad de que el céncer sea producido por un ultravirus, 0 sea, por una de esas proteinas-vi- rus que aun siendo complejos quimicos se conducen con actividad vital, multiplicéndose en contacto con ciertos organismos vivos, regenerandose y muriendo como seres vivientes. Un sabio —el doctor W. W. Stanley— que tiene su fama por haber aislado algunos virus en forma cristalina cree que, sean © no causa del cancer los virus ultramicroscépicos, ellos son la clave de las irtitaciones en los tejidos y en ellos hay que buscar los factores directi- vos del proceso vital en todas las céhulas, normeles o cancerosas. Lovenig- mitico de esta horrible dolencia, que parece consistir en un desordenado rebrotar de células vivas fuera de los hereditarios ritmos estructurales, lo no menos enigmatico de ese ultravirus del mosaico tabaquero, que también se muestra como la inopinada revitalizacin de unas moléculas que de pronto cristaliza. wo el agua 1co; pero yonzoiia, ‘ia del ta- anta, vis- ala infini- abaco, se uciré por da por la a kas més fan poner adre Co- sas” y las endo otra quitranes UHL Rof- msecuen- quitranes icer en la de que el teinas-vi- dad vital, candose y ley— que cree que, aclave de 's directi- Lo enig- ordenado Jes, lo no umbién se fe pronto FERNANDO ORTIZ, 91 pietden su inercia, se animan con el tabaco y se reproducen y proliferan hasta Jo inverosimil, llevando los gérmenes de la vida, hacen’que en la na- quraleza del tabaco se tenga un nuevo misterio. {Habra un algo esencial en ¢l tabaco que sca el supremo estimulador de Ja vida, capaz de hacer que las ‘células se proliferen locamente y que las moléculas inertes adquieran el don vital de la reproductividad, as{ como con su humo los espiritus extenuados 9 mortecinos se reaniman para seguir viviendo con reganada plenitud? En el tabaco hay siempre algo de misterioy sacralidad. El tabaco es cosa de gente grande, responsable ante la sociedad y los dioses, Fumar el pri- mer tabaco, aun cuando sea a hurtadillas de los padres, es como un rito de passage, el rito tribal de iniciacién a la plenitud civica de Ja varonfa, como tuna prueba viril de fortaleza y dominio ante las amarguras de la vida, sus candentes tentaciones y el humo de sus ensuefios. Los indios jibaros de Sudamérica usan precisamente el tabaco en su fiesta kusupani, celebrada para la iniciacion de los jévenes en la edad viril, Entre ciertos indios de ‘América, como los jfbaros, y algunos negros de Africa, como los bantd, el espiritu del tabaco es masculino y tan sélo los hombres pueden cultivar la planta y prepararlo para los ritos. El azticar, en cambio, no es cosa de hombres sino de nifios en su més inconsciente puericia, algo que se da por Jas madres a sus hijitos apenas paladean, como un simbélico augurio de dulzura para su existir. “Con azticar o miel, todo sabe bien”, rezaba un viejo refrain. El tabaco tuvo siempre atrogancia, fue gala de conquistadores de Indias, Inego camarada de navegantes en sus travesias del mar, de soldados vetera- nos en remotas guerras, de indianos enriquecidos, de magnates infatuados; de negociantes opulentos, y Hegé a ser estimulo o signo de todo hombre capaz, de comprarse un. goce individual y ostentarlo retadoramente contra los convencionalismos sofrenadores del placet. En el torcido, el fuego y las humosas volutas del tabaco hubo siempre algo de revolucionario, algo de retorcimiento bajo la opresion, de ardi- miento destructor y de elevacién liberadora en el azul de las ilusiones. Por esto el recfproco offecimiento del tabaco es un fraterno rito de paz, como el juramentado cruce de sangres entre salvajes amigos 0 el de las salvas de artillerfa entre buques de guerra. En ¢l instante de encontrarse por vez. pri- mera Europa con Amética ésta le oftecié tabaco en seftal de amistad. Cuan- 92 FERNANDO ORTIZ do Cristébal Coldn, el dfa 12 de octubre de 1492, pis6 primero la tierra americana en Guanahan{, los indios de esta isla lo saludaron con un rito ofertorio, brindéndole tabaco: “Unas hojas secas que debe ser cosa muy apreciada entre ellos porque ya me trajeron cn San Salvador dellas en pre- sente”, Dar una hoja de tabaco o un cigarro que fiumar era un gesto de paz y de amistad entre los indios de Guanahani, entre los tainos y entre algunos més del Continente. ‘Tal como se acostumbra hoy en dia entre los blancos de las naciones civilizadas. Fumar en la misma pipa, aspirar el. rapé de una misma tabaquera, brindarse mutuamente cigarros, son ritos de amistad y comunién como beber de un mismo vino o partir un mismo pan. Asi es centre indios de América, blancos de Europa y negros de Africa. El tabaco es cosa hombruna. Sus hojas son vellosas, como trabajadas y oscurecidas al sol, y su color es el de la suciedad. El cigarro, torcido y en- vuelto en su capa 0 picado y humeando en la pipa, es siempre fanfarron y majadero, como un jajo! de insulto y desafio que surge erecto de la boca Por excepcién fumaron antaito sus tabacos vegueros las mujeres campesi nas de Cuba, que compartian con sus hombres los placeres y labores de la vida mistica, y no pocas que en las ciudades conservaban con cierta reserva doméstica las costumbres rurales, Y era entonces muy corriente entre las mujeres criollas de los paises tabacaleros. También fumaron tabaco por toda Europa ciertas tonudas y voluntariosas sefioras aristocriticas en sus intimidades libertinas. Por el afio 1602 en Inglaterra ya hasta las damas famaban en pipa. Y en Francia fumaban las hijas del Rey Sol, aun cuando Luis XIV repugnaba el tabaco. La costumbre se propagé pero decayé mas tarde y s6lo quedaron fumando en pipa las campesinas de ciertos paises. En las clases altas persistieron en fumar puros habanos algunas sefioras, pero ello fue excentricidad muy comentada como rasgo varonil. Ahora en esta época que atentia el dimorfismo social de los sexos, fuma la mujer quiz tanto como su rudo compaiiero. Pero, atin hoy dfa, ella se limita a fumar cigarrillos que son los nifios de los cigarros, embriones de masculinidad, muy envueltitos con papeles finos y boquillas de oro y hasta muy olorosos, dulzarrones y corrompidos como mancebos afeminados. Las mujeres que hoy fuman cigarrillos recuerdan a los abates enamoradizos del siglo xvii, que alifiaban sus polvos de rapé con almizcle Ambar, vinagrillos y otras fra- gancias extravagantes. No fuman ellos los cigarros puros, puros de sustancia > la tierra on uN rito. cosa muy, as en pre- sto de paz e algunos »s blancos 36 de una amistad y an. Asi es bajadas y ‘ido y en- nfarrén y e la boca, ta reserva entre las baco por -a8 en sus as damas n cuando say mas paises. En oras, pero ra en esta wjer quizé aa fumer sulinidad, olorosos, ijeres que glo xvm, otras fra sustancia FERNANDO ORTIZ 93 y de nombre, tales como fueron creados por los indios cubanos, en su ori- ginaria simpleza, en su natural desnuctez y sin las mixtificaciones, mejunjes, cavolturas, perfumes y afeites de una civilizacién estragada. El cigarrillo ha sido y es arma sutil y agilisima de la esgrima amorosa. Como antafo el aba- nico, el impertinente, la sombrilla y el pafiuclo. A mediados del siglo pasa- do se esctibe que “siguiendo la costumbre de todas las criollas de colonias americanas, les gusta el fiumar y offecer el cigartillo en las visitas. Tiene cl cigarto entre ambos sexos su lenguaje de cortesfa y de favor. En una mujer, por ejemplo, es un acto de politica el encender el cigarro y ponérselo en la poca”.! Este ademin de audaz, cortesfa era una estocada a fondo hasta el co- raz6n sino era parada a tiempo con dureza de broquel. Hoy dia el juego del cigatrillo no cuenta en sus suertes eréticas con tan formidable golpe y aquél ¢s flirt, més floreo ingenioso de pasatiempo que arte serio de valentia. El tabaco puro se fama con “los cinco sentidos” con meditacién, que es el hervor de las sensaciones al trocarse en fuerza de pensamiento y humo de ideales; pero el cigarrillo se fuma “sin sentir”, es mas bien un habito acomodaticio, que la mujer traduce en moda y fiivola coqueterfa. Si tabaco es varén, azticar es hembra, Las hojas de sus cafias son lampi- jias y, aun cuando tostadas al sol, son siempre claras; todo el proceso azuca- reto es un continuo aderezo y aseo para limpiar el aziicar y ganarle La albu- ra. Bl aaticar ha sido siempre més golosina de mujeres que apetencia de hombres. Estos suelen desdefiar lo azucarado, como tentacién indecorosa, por la aparente feminidad de toda dulcedumbre. Pero es verdad que si en el tabaco las mujeres se aproximan a los hombres fumando Los cigarrillos, que son los hijos del cigarro puro, los hombres a su vez, se acercan a las mu- jeres en el consumo del aziicar, no saboreando dulces, almfbares ni confitu- ras, sino tragando alcoholes, que son los hijos de los aziicares despreciados, En el azticar no hay rebeldia ni desafio, ni resquemor insatisfecho, ni sus- picacia cavilosa, sino goce humilde, callado, tranquilo y aquictador. El ta- baco es audacia sofiadora ¢ individualista hasta la anarquia. El aziicar es pru- dencia pragmatica y socialmente integrativa. El tabaco es atrevido como una blasfemia; el azticar es humilde como una oracién. Debié de fumar ta- bacos el burlador Don Juan y de chupar alfeitiques la monjita Donia Inés. {A POcbignyy J.B. Bye, Vn intra a las das Américas, Asay Aphex, Barcelo, 1842, 64 94. FERNANDO ORTIZ ‘También saborearia su pipa Fausto, el inconforme sabio, y sus grajeas Mar. garita, la dulce devota. : 4 Los caracterdlogos hallarn en el aziicar a un picnic; en el tabaco aun | leptosoma. Si el azticar fue apetencia de Sancho, el villano glotéa, el taba: / co pudo serlo de Don Quijote, el hidalgo sofiador, Fue muy pobre Sancho para hartarse de azticar, fue muy caro el tabaco para llegar a tiempo ala | Mancha y poder deleitar a su. empobrecido caballero; pero es verostmil pensar que el uno se habria dado hartazgo de pasteles y que el otto habria visto fantasmas y endriagos en las bocanadas del fumat. Y si Dor Quijote hubiere topado con un fumador echando hutno, habria tenido la més en- demoniada de sus aventuras, como cuentan que la corrié en 1493 uno de los descubridores del tabaco, cuando al fumar uno en Cuba en su casa de Ayamonte fue tomado por un poseido del diablo y perseguido por los familiares de la Santa Inguisicién, intolerantes de otros Inumos que no fue- ran los del inciénso, los de las hogueras y los de su entonces empinadisimo ministerio. Los psicdlogos pensaran que el azticar tiene alma objetiva, actualista y extraversa, y que la del tabaco es subjetiva, ultrafsta ¢ intraversa: Quizé Nietzsche pens6 que el azticar es dionisiaca y el tabaco apolineo. Aquél es madre de alcoholes que dan la sacra euforia, En las humosas espirales del tabaco hay ilusivas bellezas e inspiraciones de poemas. Quizas el viejo Freud llegé a pensar si el azticar es narcisica y el tabaco erdtico, Si la vida es una elipse con sus dos focos en el vientre y el sexo, el aziicar es comida y subsistencia y el tabaco es amor y reproduccién. Led [1940]

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