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Perén Vuelve wen ‘Compilaci6n de Sergio S. Olguin Prologo de Jorge Lafforgue Grupo Editorial Norma 1 Rarlon Caras Cantera Linn Mico Pana San ot Sa ue So Sa. (2200, De et ein Senor (1076 Buenos Ae npc adr Clara Argentine iro Diet de apes Aan ek Fenris dee: Ge evo ens Agta or Va A rine ein novi de 2000 reset ia oily Has ol epi gue maa er ir de in ai Inpice 12-261) Prilogo 9 Casa tomada | Julio Cortézar 19 Cabecita negra German Rovenmacher 29 Adolfo Bioy Casares / Jorge Luis Borges 41 La Seiora muerta La fiesta del Monstruo David Vidas 61 | Mata Hari 55 Ricardo Piglia 73 Cura sin sotana Félix Luna $9 Gorilas Osvaldo Soriano 103 Los muertos de Piedra Negea Abelardo Castillo 111 | Esa mujer Rodolfo Walsh 123 | La cola Fogwill 137 Evita vive Néstor Perlongher 157 Digamos boludeces José Pablo Feinmann 167 | Sobre los autores 175 PROLoGO Si, el peronismo es el hecho maldito de nuestra his- toria, ¥, por cierto, a literatura argentina no queda ex: cluida de esa maldicién, Después de Ia restauracién conservadora de los ais treinta (alimentada por la Concordancia, el fraude “patri6tico”, el poder tradicional briténico el ceecien te norteamericano, la presencia militar y los ramala- 20s de la contienda mundial, entre otros ingredients), muertos sus principales actores (los generales Uriburt y Justo, como también Yrigoyen, Alvear y Ortiz), el 4 de junio de 1943, el archiconservadorjurstacatamarqueio Ramdn S. Casillo es desplazado del poder por una aso- nada militar que impone en la presidencia al general “pantalla” Arturo Rawson. Un par de dias después, ste cede el cargo al general Pedro P. Ramirez, a quien ‘ocho meses mais tarde sucederd el general Edelmiro J. Farrell. En las sombras de ese inestable poder los ofcia les nacionalistas habian formado una logia, el GOU; su ‘gran emergente seré el entonces coronel Juan Domingo Perén, que ocupa varios cargos, incluyendo la vicepresi- dencia de la nacién; aunque el puesto clave, desde el Jorge Lofforgue ‘cual teje una extensa red de compromisos, alianzas inconmovibles respaldos, ¢s la Secretaria de Trabajo. No obstante, hacia mediados de octubre de 1945 su ascendente poder se ve obstaculizado: un grupo de ofi ciales que se opone a sus planes lo destituye, arresta y envia a Ia isla Martin Garefa. Su pronta liberacion, producto y efecto de una formidable movilizacién popillar el dia 17, habeia de sellar defini destino, y el de la entera nacién. Apenas cuatro meses después seri ungido presidente por el voro dela ciudada nia (fueron las eleciones “ms impecables de cuantas se habian realizado en el pais", afirman Carlos Floria y César Garcia Belsunce). Dos hechos, aparentemente disimiles, condicionan los rechazos mis viscerales, proclamados con énfasis, mayiisculo por los opositores a Pern: en un plano personal, Ia relacién del Coronel con una actriz de se sgando orden, una mujer de turbio origen social: Maria Eva Duarte; y en el plano de su accionar politico, el ‘enorme apoyo de las masas obreras o, para ser menos ceufemistico, de los “negros” legados del interior, que se han asentado precariamente en el Gran Buenos Ai res y que, al ser convocados por el Lider, se solazan en poner las patas en las fuentes de Plaza de Mayo, fren- te a la mismisima Casa Rosada. He aqui la “Argentina invisible” (no la del envaraclo Mallea, por cierto) que surge sin previo aviso para espanto de una sociedad tradicional, cuyos miembros, segiin alcurnia, gustos € ideologia, apoyan a los conservadores, radicales 0 0: cialistas, quienes en aquellos dias conforman la Unién Democritica Prove. Estos dos hechos, que enfurecfan a los enemigos has ta sacarlos de quicio, recibieron sendas respuestas nada ‘conciiadoras a fines del 45 Perdn se casa con Eva Dua te, que se afirma como su colaboradora mis cercana y combativa;a la vez, el movimiento sindical es apoyado ‘con notorio empefio por el Lider, hasta legar a constcuit “Ia columna vertebral” del peronismo. Entonces, “Evita, la mujer del litigo” y “el aluvi6n zoolégico” seran dos de los muchos epitetosy calificativos que enarbolan sus enemigos, con furs, con exasperacién, con torpeza, con acencuada miopia, Es que aquel conjunto heterogéneo de personajes, ue tenfan en comiin s6lo un elemento aglutinante, su antiperonismo, parecta a la vez tener los ojos velados (vedados) a las mutaciones que bullian ante ellos. Los indicadores eran, sin embargo, bien claros, pues si la Ley Séenz Peiia habia abierto los cauces politicos a la clase media, otra se habia gestado por debajo de ella cen el pais, y estaba reclamando su lugar. Algo mas que mera astucia tuvo Pern para percibie esta transforma: cidn de la estructura social en acelerada marcha; y no s6lo la percibié sino que la foment6, la cobijé y, mis allé de toda discusi6n, se erigi en su Conductor. Alas mir Perén, los quince millones de habitantes del pais duplicaban la poblacién de 1914, y el sector urbano rondaba el 62 por ciento, con un aumento incesante: entre el °43 y el 47 migraron de zonas rurales cien mil personas por allo, que se ubicaron en los viejos con: ventillos o erigieron las villas miserias. La sustitucién industrial de importaciones, encarada ya por JustoPinedo, ofrecia fuentes de trabajo crecentes: en 1946 el nimero Jorge Lafforgue de obreros industriales habia superado el millén, dupli- cando la cifra de slo diez afios att Es-ierto que no todo fueron rosas durante esos aos de gobierno peronista el culto ala personalidad, las perse- cuciones a los opositores, los repudiados “antipatria”, las alfiliaciones compulsvas, la intervencién alas insttuciones discolas, el marco impositivo de la “doctrina nacional” y otros claros elem dda del régimen. Pero, frente al desempeiio de gobiernos posteriores, surgidos de los sucesivos golpes militares ntiperonistas, aquellos elementos autoritarios habrian de verse casi como juegos de niios (notoriamente, frente a las sisteméticas violaciones de los derechos humanos ‘curtidas entre 1976 y 1983, cualquier violencia anterior empalidece). Por otro lado, la instauracin del sufragio femenino, 1 aumento del saario real, la construccién de viviendas econémicas, junto a muchas otra en el drea del trabajo y la previsién social, afirmaron el apoyo popular al gobierno peronistaen general. Aunque si hhubiese que seialar dentro del Movimiento la figura que «en es0s tiempos encarné emblemticamente aquella pro- funda e intensa renovaci6n sin duda el nombre de Evita a el primero en surgi. Por eso su muerte, ocuctida el os de autoritarismo tiferon la sdidas innovadoras 26 de julio de 1952, que desencaden6 un duelo popular sin precedentes, habria de significar un duro golpe para Perén, marcando en su politica una inflexion de aristas negativas que se iria acentuando, hasta producir cre cientes ruidos de sables en los cuatteles y el progresivo distanciamiento de la Iglesia eaélica, que concluyé en abierto enftentamiento. En este contexto, el 16 de junio 2 PeoLoco. de 1955 hubo un levantamiento de la Marina, que produ- jo una masacre deciles en Plaza de Mayo ese mediodia y, como respuesta, Ia quema de templos por grupos enar- decidos e incontrolados esa misma noche. Tres meses después, ante un levantamiento mucho mayor, Perén era “obligado a dejar el poder, que no tard6 en pasar a manos de los “gorilas”, o sea los ultea antiperonistas, quienes exigieron y se tomaron las consabidas revanchas, comen zando por una lisa, cruda y larga proseripeién. Sin embargo, los diecisiee aos siguientes a esta sma fecha, con sus ocho presidentes (Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Ilia, Ongan‘a, Levingston y Lanusse), cinco de ellos militares, con dos “revoluciones” pompo- samente autodenominadas “Libertadora” y “Argentina”, ‘con el experimento desarrolistay a constante precariedad inada en aquella proseripcin y las consecuentes perse- ‘cusiones, no eliminaron dela faz dela tiera a presencia de Peron, segin los manifiestos deseos de sus enemigos; por el contratio, desde el exilio su figura se recompuso, se volvié imprescindible, recié hasta tocar las dimensio nes del mito. Desde alli, desde su forzada ausencia del territorio nacional, en particular desde su residencia ma- drileia de Puerta de Hierro, su presencia se instal6 como includiblereferente para cualquier opcién constitucional, «en sus sentido lato y estricto. Claro que este contradicto- Flo, desgastante e intrincado proceso hist6rico, que de- sembocé en la asuncién de la presidencia por el doctor, compatiero 0 tio Héctor J. Cimpora el 25 de mayo de 1973, no fue s6lo producto de las torpezas y errores de los ocho gobernantes antes mencionados ni del innegable talento politico de Perén, ahora apodado el Viejo (habia B Jorge Lafforgwe nacido en 1895), sino también y muy especialmente de wna creciente oposicién ciudadana, Primero surgi la Resi tencia Peronista, que se fue ampliando y consolidandos luego otros seccores sociales se negaron a aceptat los ve tos, los fraudes y las intolerancias de nuevo cuio tanto ‘como las opciones econdmicas que asumieron aquellos sobiernos. A estos grupos habria que sumar, desde fines de los sesenta, alas diversas organizaciones guerrillas, ceuya formacién mayor fue Montoneros. Recordemos ahora que la consigna electoral del ‘73 fue “Cimpora al gobierno, Perén al poder”, y conse ccuentemente cuatro meses después nuevas elecciones le dlieron a éste la suma del poder. Pero los meses que el viejo General permanecié en ese tercer mandato presi- dencial, nueve hasta su muerte, ocurrida el 12 de julio de 1974, estuvieron signados por las tensiones y los enfrentamientos de todo tipo que se habia instalado en elcuerpo de nuestra sociedad y que, por ende, se recor taban también con inusitado vigor en el seno mismo del peronismo, cuya identidad aparecia escindida por miitiples opciones. Tras la muerte de Per6n estas divi- siones acentuaron el clima de violencia generalizada, La “pacificacién nacional” no se habia logrado mediante las urnas, por el juego democritco, ni habria de lograrse en tales condiciones. Asi lo entendieron las fuerzas ar- madas y vastos sectores de la ciudadania civil que op. taron por una solucién a sangre y fuego: la dictadura militar que se autodefinié como Praceso de Reorganiza cidn Nacional. Bl cuarto de siglo que media entre aquellos trigicos momentos y el presente constituyen nuestea historia 14 Provoca reciente, No cabe aqui ceseiarlo; sf tl ver recordar algo bien sabido; el peronisma no musié pero tampoco logr recobrar su identad, Univoca? :Perdida? Si para muchos, {que reivindican la de aquellos aos de apogeo hacia 1950; pero no para otros muchos también, que a la hora de de finirse apuestan al poder de adaptacién del peronismo, 1 su capacidad camaleénica. Apuesta que ha llevado a clecciones muy encontradas, incluso hasta apoyar una versién posmoderna y asimétrica, como la encarnada por doctor riojano Carlos Sail Menem, [No resulta fei saber qué es el peronismo. Quizé en términos esrictos sea imposible, “Es un sentimiento”, se hha esgrimido para zanjar esa dificultad. Pero tales coar- ‘adas no bastan, Una amplia produccién ensayistica ha intentado dar cuenta del fendmeno: las respuestas han sido multiples, comprometidas y tan equivocas como el fenémeno mismo. (Para una aproximacion a ese debate recomiendo el libro de Federico Neiburg, mas alld de su titulo justificado aunque presuntuoso: Los intelectuales xy la invencién del peronismo.) En un primer momento, las voces mayores de nuestra literatura “desconocieeon"” al peconismo de muy diversos modos 0 por razones bien diversas: en el'42 Roberto Arle ‘moria, habiendo tenido quiz un fugar contacto con Eva Duarte (segin ls brillant esfuerzosficcionales de Gui liermo Saccomanno); Leopoldo Marechal se ha de conver: tir en la mayor figura de nuesteas letras que adhiere al movimiento peronista, pero no ha de ser un intelectual orginico, acorde su produccién de entoncess por otra parte, Borges -como las hermanas Ocampo, el grupo Sus, 1s Jorge Lefforgue los izquierdistas orgénicos y,en general, una gran mayo~ ria de nuestros escritores- ha de militar en el ancperonis ‘mo reealeitrante (“La fiesta del monstruo” lo atestigua. Sin embargo, en aquellos viejos tiempos el peronismo alenté y fecund6 manifestaciones culturales que corrie- on por carriles sin duda no honrados por los capitostes de las artes y las letras, aunque si transitados por of ciantes hicidos y criticos de una produccién popular, como Homero Manzi y Enrique Santos Diseépolo. (La cultura popular del peronismo, de Eduardo Romano, Norman Briski y otros, es un acercamiento al tema, con planteos harto diseutibles y muy datados ~1973-, pero ules e incitantes,) El avid negro, obra conjunta de Carlos Somigliana, Roberto Cossa, Ricardo Talesnik y German Rozenmaches, como precursoramente los libros iniciales de Leénidas Lamborghini, pueden ejemplificar en teatro y en poesia, respectivamente, los asedios literarios al peronismo que, ‘no por azay, se multplican a partir del "SS, cuando varios intelectuales toman conciencia de que el monstruo no estaba en un solo lado. Y, en est sentido, las autocritcas de algunos escritores nucleados alrededor de la revista Contorno, 0 el giro realizado por Rodolfo Walsh a par tir de Operacién Masacre pueden ser esgrimidos como claros testimonios, La narrativa, por cierto, no ha estado ausente de esa doble requisitoria: escriturariae ideolégica. (Incluso se than publicado estudios académicos que, con mayor 0 ‘menor suerte, intentaron dar cuenta de esa produccién narrativa, tal el caso del extenso trabajo de Rodolfo Bo: rello; 0 ella ha propiciado algunos precedentes de esta 16 Protoco seleccién, como la preparada por Marcos Mayer en 1994.) En la novela, o novela de no ficcién, o novela-testimo: si, quien ha trabajado con mucho empefo y fortuna es ‘Tomas Eloy Martinea en sus dos textos dedicados a Pe ron y a Evita, ‘No es mi propésito ofrecer en esta oportunidad un epaso de la vasta y heterogénea hibliografia acerca del peronismo en la literatura argentina; s sefialar el acierto de esta antologia preparada por Sergio S. Olguin. En ella e lector arranca con “Casa tomada”, de Julio Cortézar (en tiendo que su inclusién acepta la ya clisica leerura que hiciera Sebreli en su Buenos Aires, vida cotidiana y alie- nnacidn), basta desembocar en el inédito de José Pablo Feinmann, tinico texto que trabaja sobre el esepticismo parddico que siguié ala derrota de cieros ideales de los serenta (recordemos que Feinmann es autor del guién de la mejor pelicula que se haya filmado sobre Eva Pers). Diez eventos entre uno y otro extremo, agrupados sein fa secuencia temporal que hemos recordado més arriba para que el lector de hoy tenga los referentes hist6ricos ‘correspondientes, algo asi como un ten de fondo. No diré mi propia leetura de esos textos. No ratifi caréel juicio generalizado sobre las bondades narrativas de “Esa mujer”, por ejemplo; o del cuento de Rozenma: ches, que me ha vuelto a conmover. No afirmaré que el binomio Borges-Bioy no se muestra a la altura de las cit- ccunstancias, 0 sea que ni de lejos se acerca al Sarmiento de Facsondo, si es que validamos el juicio de “la segunda tirania”, No diré otros impactos de releceuras: Visas, Pi- slia, Soriano, Castillo, Fogwill o la sorpresa de un Félix [Luna cuentsta (me he informado que tiene dos libros en 7 cl género: Latina montonera y La noche de la Aliana ‘€l efecto de los fogonazos perversos con que nos sucude [Néstor Perlongher, t Espero que el lector, través de estos cuentos, sume I clementos que puedan contribuie a formar 0 enriquecer s propia imagen del peronismo; pero espero sobre todo Aue goce con ellos, con su variada y notable escritura Casa tomada Julio Cortézar wo Nereis ee rors arate de pasion ya igua (hoy que las casas antiguas sucumben a la ‘mds ventajosaliquidacién de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuels, el abuelo paterno, nues tos padres y toda Ia infanci. Nos habituamos Irene y yo a persist solos en ella, Jo que era una locura pues en esa casa podian vivie ocho personas sin estorbarse. Haciamos la limpieza por la ‘maiiana, levanti le dejaba a Irene las iltimas habitaciones por repasae y me iba a la cocina. Almorzabamos a mediodia, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platas sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cémo nos bastdbamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era ella la que no rechaz6 dos pretendientes sin mayor motivo, a mi se me murié Maria Esther antes que llegiramos a com: prometernos. Entramos en los cuarenta aios con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso idonos alas sete, y a eso de las once yo 35 dejé casaenos. Irene a Julio Cortécar matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la sgenealogia asentada por los bisabuelos en nuestra casa Nos morisfamos ali algin dia, vagos y esquivos primos se quedarian con la casa y la echarian al suelo para enti- quecerse con el terreno y los ladrillos; © mejor, nosotros ‘mismos la volteariamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. parte de su actividad matinal se pasaba el resto del dia tejiendo en el sofd de su dormirorio. No sé por qué tela tanto, yo ereo que las mujeres teen cuando han encon: trado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada Irene no ea asi, tea cosas siempre necesaras, tricotas para el invierno, medias para mi, mailanitas y chalecos pa raclla. A veces tejia un chaleco y después lo destjia en ‘un momento porque algo no le agradabas era gracioso ver cen la canastila el montén de lana encrespada resistiéndo- sunas horas, Los sibados iba yo al centro a comprare lana; Iene tenia fe en mi gusto, se ‘complacia con los colores y nunca tuve que devolver ma dejas, Yo aprovechabs esas salidas para dar una vuelta por las libeerias y preguntar vanamente si habia novedades, cn literatura francesa, Desde 1939 no legaba nada valior soa la Argentina Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto ‘qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover est terminado fa encontré el cajon de sea perder su forma de puede repetilo sin escindalo. Un abajo de la c6moda de aleanfor lleno de paftoletas blan- cas, verdes, lila, Estaban con naftalina, apiladas como 2 Casa romana en una merceria; no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necestsbamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba Ia plata de los campos y el dinero aumentaba, Pero a Irene solamente la entre tenia el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mi se me iban las horas vigndole las manos como erizos pla teados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos, ea hermoso. (Cémo no acordarme de la distribucin de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte mas retirada, la que mira hacia Rodriguez Pefia, Solamente un pasllo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde habia un batio, la cocina, nuestros dor- mitorios yt living central al cual comunicabaa los d ‘mitorios y el pasillo, Se enteaba a la casa por un zagusin con mayélica,y la puerta cancel daba al living. De manera {que uno entraba por el zagusin, abria la cancel y pasaba al living; tenfa a los lados las puertas de nuesteas dormi trios, yal frente el pasillo que conducia ala parte mas retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta, de roble y mis allé empezaba el otra lado de Ia casa, 0 bien se podia girar ala izquierda justamente antes dela puerta y seguir por un pasillo mas estrecho que llevaba ala cocina y el bafio. Cuando la puerta estaba abierta advertia uno que Ia casa era muy grande; sino, daba la impresion de un departamento de los que se edifican spenas para movers; rene y yo viviamos siempre 23 Julio Conéear cen esta parte de la casa, casi nunca ibamos més alld de la puerta de roble, salvo para hacer la limpicza, pues es increble c6mo se junta tierra en los muebles. Buenos Ai- res seed una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habi tantes y no a orra cosa, Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una rifaga se palpa el polvo en los mérmo- les de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos. Lo recordacé siempre con clatidad porque fue sim- ple y sin circunstancias iniles, Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se sme ocuri6 poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar Ia entornada puerta de roble, y ddaba la vueea al codo que levaba a la cocina cuando es- cuché algo en el comedor ola biblioteca. El sonido venta impreciso y sordo, como un volearse de silla sobre la al- fombra o un ahogado susutto de conversacion. También lo 6 al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo de pasillo que traia desde aquellas piezas hasta la puerta. ‘Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y ademés core el gran cereojo para mis seguridad. Fuia la cocina, calenté Ia pavita, y cuando estuve de vvoelta con la bandeja del mate le die a Irene: ~“Tave que ceerar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo. 4 Cas romana Dej6 caer el tejido y me miré con sus graves ojos cansados. ~ZEstés seguro? Asenti Entonces ~éMe permite? -ella se le apoyé beuscamente en un, ‘azo, se descal6, primero un pie, después el otro, y se los sobs con unos quejiditos de satsfaccidn. Pero cuando éstaba en eso, volvieron a empujaeta para que avanzase ¥ ella repitié Ya esti, ya va, no ven lo que estoy haciendo, ‘Me van a pisay, tengo los pies desnudos.. La mujer de la Pafioleta levant6 un momento la cabeza, verific6 quién habia dicho es0 y siguié con su rezo, ~eUin poco de sopa? No -ella todavia estaba com los pies desnudos y pug nnaba por mantener el equlibrio y calzarse-. Me aburve la sopa, ~eNi un poco? “No. Moure sefalé: Pero mire que leestin ofreciendo. Un soldado le habia tendido una taza pero tuvo que recogerla; tenia una cara adormecida y se esforzaba pot Sonreitse: la contempl6 a esa mujer, intents sonteisse con :nds conviccion y lo vinico que logré fue un parpadeo, en fonces la miré humildemente pero ella se habia hundido las manos en los bolsillos y sacudia los hombros 66 La SEROKA MUEREA “Me abure la sopa -tepetia-. De chica, me la hacian tragar: de arvejas, de sémola, de verduras.. Era un asco. ‘Maure sac6 un cigarilloy lo golpe6 muchas veces an tes de encenderlo. “Papa comida”, se fects. Fstaban muy cerca de uno de esos montones de basura que habian que- mado y que soltaban un calor denso,incémodo y un poco tembloroso; algunas personas salian de la fila, se acer ban la cata y el pecho se les enrojecian y se quedaban un rato frotindose las manos como si estvieran redondeando algo entre las palmas, un poco de harina o de barro. Des pués volvian a la fila les susurraban a los que tenian al lado Vayan, vayan, no les dicen nada. Moure la coded a ‘esa mujer y seRald: otro se despegaba de la fila con una carrerita parecida, casi avergonzado, casi alegre. ~eFuma? Ella mir6 a los costados, atentamente, después un po- co la mujer que seguia arrodillada y rezongando: ~zAqui?...-y no sacé las manos de los bolsillos. Moute encendié el cigarillo larg6 unas bocanadas para que ella oliera: eso era bueno, caliente y lenaba la boca y el pecho. “Esto marcha solo”, se alegré. Ella le rmicaba la mano, sin indiferencia y de vez en cuando le espiaba los labios, y la nariz se le hinchaba como si le costara respirar o como si todavia le molestara ese olor aque habia crefdo era de goma quemada, ~¢A usted le gustaba? ~dijo de pronto. Moure se sobresalts pero largé una lenta bocanada, ~eQuién? La Sefiora.. gQuién va ser sino? Moure tomé elcigarillo entee las dos manos, lo acha- ‘6 arrancé una hebra con la misma cautela con que se ‘pregunté Moure. o David Vikas hhubieracortado una euicula; después levamt la vista y la ‘mir6 a esa mujer: era joven, tendria unos veinticinco, no ‘mucho mas. “Si me la pietdo soy un...". Pero no se In iba a perder. Los de atrés empujaban, é0s no respetaban ‘nada, no se dio por enterado y siguid mirandola el cue lo, ese pecho tan abierto, el vientre,y la dese6 bastante Por fin dijo: Era joven. Usted cree que la podremos ver? ~¥, no sé. Habré que esperar ~Dicen que esta muy linda. ~Si? La embalsamaron, Por eso, Habia quedado un espacio entre ellos dos y la mujer arrodillada, “Hay que correrse~dijo ella como si se tratara de algo ineviable Si -advirtié Moure- Y se quedaton mirando vagamente hacia adelante: a ‘mujer de la pafioleta se puso de pie yestuvo un bun rato observindose y tociindose las rodillas; un chico empers llorar y una mujer desliz6 una mancha blanca sobre su ‘mano y ahi la sostuvo y de nuevo pasaron los soldados, sta vez ofteciendo café sin saltearse a nadie, desapasion ‘nadamente, Ella murmur6 algo y Moute le escruté la sara para ver qué queria. No, Me estaba acordando de algo. Nada mas, dio ella sin sacar las manos de los bo! sillos; Moure advirti6 que era de piel el sacén que tenia PPorgue lo rozaba contra el dorso de la mano y pensé que 4c hubiera gustado acaricarlo con ls dedos, con el pulgar sobre todo, pero no se animé, oe Vis? et qu seat con el men des ava6e volvié la cabeza y vio un hombre que orina- buat bond delayed y sin iad, estat iid pour pod aber dose lage se tbe punta oni cs, no hile puso punyu de ie Tous pe nae “dal norm Pela aia apoyo contra una vida y bowtie au iy dc embequ ta hiv wars wees gue ar nsf Cropton sw oases oc eleo fron func innve ya sense uns iginas ona pons dl abc Hl sein rie dbo me tenge “ter. Y fue ella misma quien lo tomé del brazoy Ia que dio gue subir aun ato yfacran primero a calgier Iga Algo crea, fue lo nico que exis yo peteno- teocja Sesrncond au ladon late conegaba ian en ls Sin ning asombr las pera de los g plataormas de oe ue miedo ao que levaba than agate in teresa sandalias, a los que a sonreir pero con muchas ganas de hacerlo cada vez que el auto se detenia en cualquier bocacalle. Cuando un ‘marinero se inclin6 un poco para verla mejor ella golped o David Visas con la mano el vidrio. A ése lo espanté, suspiré. Y usaba tun perfume de malva, un perfume de vieja o de casa con pisos de madera. Y cuanto querés? Y Lo que vos quieras ye auto siguié corriendo. Moure se sinti agradecido, en tusiasmado y le pas6 el brazo sobre los hombeos. Cerca, gno?, volvié a preguntar ela y Moute sacudié la eabeza, Esa cola, la gente que esperaba con tanta indiferencia, amontonados, pasivos, la calle en tinieblas, él habia espe rado demasiado, Fra lento y lo sabia, pero tampoco se po- dia atropella. Pero ya estaba. Y solo esas cosas se hacen solas, Cuanto més se piensa, sale peor. Cuando el coche se detuvo por primera vex y Moure advirtié que el cho- fer esperaba una nueva orden mirando en el espejito, apenas dijo A otra. Pero cerca. Cuando ocuié la se ‘gunda vez, eso de toparse con una puerta cerrada cuan do alguien piensa exclusivamente, élidamente en entrar de una veza solas como dos chicos que se esconden den ‘ro de un ropero para que el mundo de los adultos tan ordenado y con tanta gente que mira se desvanezca, ‘Mouse se empez6 a iritar. No hay lugar ~informaba el cchofer-. 2Los levo a otro? Si si, Pronto. Y anduvieron dando vucltas por unas suaves calles arboladas y ella em pez a refrse porque sentia las manos de Moure que le ‘opriman las piernas, pero no como para acariciarla, como si ella fuera ella, es decir, una mujer, sino como si su piel fuera un paftuelo o una baranda o la propia ropa de Moure, algo de lo que se aferraba para seca Se 0 para no caerse. Por favor.. por favor, repetia Moute y le esteujaba la carne, También estaba la mira dda del chofer, que delante de esos portones cerrados soltaba el volance como para dar explicaciones porque 7 La Se0KA MuERTA 41 no tenia nada que ver con todo eso. gLosllevo a otto? Si Pronto... Pero, pronto por favor. ¥ toparon con otro port6n, una gran tabla pintada de gris cerrada con un candado, y la risa de esa mujer aument6 mientras Moure ppensaba que lo que a ella le correspondia era quedarse en silencio, tomarlo de la mano y tranquilzario o pasate los

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