Miro ahora, mientras escribo estas lneas, una fotografa de mi madre, sentada en la terraza del lrua, con gafas de sol, mirando de lado, muy lejos, con un pauelo anudado a la altura del pecho, un pauelo de seda color crema con los monumentos ms famosos del mundo estampados en gris, bordeados de una franja rosa. No se recuesta en el respaldo de la butaca de mimbre del caf. Un poco inclinada hacia adelante, se acoda, los brazos desnudos, en los brazos de mimbre del silln. En su mueca hay una pulsera. La foto es en blanco y negro, pero as como reconozco el pauelo, reconozco la pulsera que engarza el reloj. Yo tengo ahora esa pulsera. La actitud de mi madre es desenfadada, no mira a la cmara, no mira a nadie, es como si el resto del mundo no existiera para ella. Sus ojos se cubren con gafas de sol, es cierto que no mira nada, que el mundo no existe? Existe, lo sabe, quiz no quiera saber mucho ms. Pienso en mi madre .y en mis tas. Guapas y despeinadas, eso decan de ellas y ellas mismas se definan as. Mi madre est francamen te despeinada en la terraza del caf Irua. Me pregunto por qu me quedo imantada a esta fotografa, por qu me afecta tanto, como si en la fotografa estuviera, escondida, una clave que me permitiera conocer a mi madre mejor. He estado a punto de escribir comprender en lugar de conocer. Siempre he credo comprender a mi madre, pero nunca he sabido hasta qu punto la conoca y ahora que su vida ha concluido tampoco s hasta qu punto la he conocido. (Con mi madre, Carmen Purtolas)