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América Latina palabra y cultura
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América Latina palabra y cultura

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La consideración de América Latina como constituyendo una región de significaciones históricas y culturales comunes, así como la articulación de lo heterogéneo en una estructura global que ha ido integrando históricamente áreas, ha sido desde el comienzo de este trabajo una hipótesis común. En virtud de esta hipótesis hemos hecho presente aquí la expresión de la literatura brasileña a través de la colaboración de sus investigadores, junto a la de Hispanoamérica y la del Caribe, en una perspectiva histórica de la construcción del discurso literario y cultural del continente.
LanguageEspañol
Release dateNov 18, 2019
ISBN9789569320170
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    América Latina palabra y cultura - Ana Pizarro

    AMÉRICA LATINA:

    PALABRA, LITERATURA Y CULTURA

    Ana Pizarro - editora

    Ediciones Universidad Alberto Hurtado

    Alameda 1869– Santiago de Chile

    mgarciam@uahurtado.cl – 56-02-28897726

    www.uahurtado.cl

    Impreso en Santiago de Chile

    Julio de 2013

    ISBN Impreso: 978-956-9320-17-0

    ISBN libro digital: 978-956-9320-13-2

    Registro de propiedad intelectual N° 228438

    Dirección Colección Literatura

    Ignacio Álvarez

    Dirección editorial

    Alejandra Stevenson Valdés

    Editora ejecutiva

    Beatriz García-Huidobro

    Diseño de la colección y diagramación interior

    Francisca Toral R.

    Imagen de portada

    Manos escultura en acero de Francisca Cerda, 2007.

    Fotografía: Alejandro Hoppe G.

    Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

    ÍNDICE

    Presentación

    Prólogo

    I. Introducción

    Vanguardia y modernidad en el discurso cultural

    Ana Pizarro

    II. Vanguardias: ruptura y continuidad

    Lenguajes utópicos. Nwestra ortografia bangwardista: tradición y ruptura en los proyectos lingüísticos de los años veinte

    Jorge Schwartz

    Las dos tentaciones de la vanguardia

    Noé Jitrik

    Estrategias de la vanguardia

    Hugo J. Verani

    Los signos vanguardistas: el registro de la modernidad

    Saúl Yurkievich.

    A ruptura vanguardista: as grandes obras

    José Paulo Paes.

    III. Los otros sistemas literarios

    Literatura popular

    Palabra y artificio: las literaturas bárbaras

    Adolfo Colombres

    Literaturas indígenas

    La percepción de las prácticas textuales amerindias: apuntes para un debate interdisciplinario

    Martin Lienhard

    Literatura popular urbana

    El tango argentino

    Eduardo P. Archetti

    IV. Después de la ruptura: poesía

    Poesía: nuevas direcciones (1930-1970)

    Juan Gustavo Cobo Borda

    Chile: poetas

    De las vanguardias a la antipoesía

    Federico Schopf.

    Para una nueva lectura de Gabriela Mistral

    Grinor Rojo

    Brasil: poetas

    Do palácio à pensão

    Joaquim Alves de Aguiar

    A herança modernista nas mãos do primeiro Drummond

    Iná Camargo Costa

    Murilo Mendes: a poética do poliedro

    Augusto Massi

    A geração de 45’ e João Cabral de Melo Neto

    Benedito Nunes

    Brasil: novo ciclo vanguardista

    Esteticismo e participação: as vanguardas poéticas no contexto brasileiro (1954-1969)

    Iumna Maria Simon

    V. Después de la ruptura: narrativa

    Después de la ruptura: la ficción

    Jorge Ruffinelli

    La nueva novela hispanoamericana: ruptura y nueva tradición

    Saúl Sosnowski.

    Graciliano Ramos

    Vagner Camilo.

    Clarice Lispector

    Vilma Arêas

    O mundo misturado: romance e experiência em Guimarães Rosa

    Davi Arrigucci Jr

    Documentalismo y ficción: testimonio y narrativa testimonial hispanoamericana en el siglo XX

    Mabel Moraña

    VI. Literaturas del Caribe neo hispánico

    O Caribe francófono

    El Caribe francófono

    Maximilien Laroche

    El Caribe anglófono

    Oralidad y poesía: el acriollamiento de la lengua inglesa en el Caribe

    Emilio Jorge Rodríguez

    VII. Procesos de transculturación

    Asunción de la lengua

    Rubén Bareiro Saguier

    Apuntes para la historia de la literatura chicana

    Lauro Flores

    VIII. El discurso de la mujer hoy

    Criadas, malinches ¿esclavas?: algunas modalidades de escritura en la reciente narrativa mexicana

    Margo Glantz

    IX. El teatro

    Teatro latinoamericano: desde las vanguardias históricas hasta hoy

    Osvaldo Pellettieri

    X. La crítica

    Modernización crítica en América Latina

    Agustín Martínez A

    La crítica brasileña desde 1922

    José GuilhermeMerquior

    Biografías autores y autoras

    PRESENTACIÓN

    Ediciones Universidad Alberto Hurtado se honran en presentar la edición chilena de la obra, coordinada por la profesora Ana Pizarro, América Latina: palabra, literatura y cultura, volumen III: Vanguardia y modernidad, Sao Paulo: Memorial de América Latina, Editora de Unicamp. Este esfuerzo editorial reconoce el relativo vacío en nuestro país de materiales para una discusión de la historiografía literaria en el continente con la complejidad que sus culturas requieren. El proyecto encabezado por Ana Pizarro trata justamente de resolver algunos de los puntos críticos que resultan de levantar una propuesta unificada para el estudio de nuestras literaturas.

    La decisión de publicar el volumen III de esta obra se debe al permanente interés por la problemática de las vanguardias y la modernidad en su versión latinoamericana. Es también el volumen en que se muestra de manera ejemplar los intentos de modernización cultural realizados en el siglo XX. La valiosa introducción de Ana Pizarro pone de manifiesto los distintos y desiguales desarrollos artísticos: en la plástica y la literatura, por ejemplo; y los grupos sociales que contribuyen de manera significativa a ese proceso de modernización. La creciente presencia de las mujeres en el campo literario y las redes supranacionales que éstas crean; la contribución de la cultura popular, que asimila las tensiones políticas y sociales en las distintas regiones: desde la revolución mexicana a los procesos de inmigración europea y las respuestas nacionales a la presencia en los centros urbanos de estas masas extranjeras; la aparición en el escenario del indigenismo y el afroantillanismo, el trabajo de las elites que dialogan con las estéticas europeas, pero que las radican en suelo americano, todos estos elementos son testigos de la variedad de discursos con que se diseña el espacio dinámico de una cultura que busca nuevos medios de expresión.

    Mención aparte debe hacerse del característico tópico de la búsqueda de nuevos lenguajes americanos y nacionales y de la conciencia que evidencian estos trabajos críticos sobre el papel que en todo arte del siglo XX cumplen las tecnologías y a pesar de que el límite que se fija esta historia es la década de los sesenta, en ella es donde cristalizan muchos de los fenómenos históricos y políticos que se verán, en décadas posteriores, fuertemente afectados por los cambios tecnológicos.

    A la introducción de Ana Pizarro Vanguardia y modernidad en el discurso cultural siguen las secciones sobre: las vanguardias, otros sistemas culturales, después de la ruptura: poesía, después de la ruptura: narrativa, literaturas del caribe no hispánico, procesos de transculturación, discurso de la mujer hoy, el teatro, la crítica. En estas áreas temáticas se concreta un grupo de excelentes artículos de treinta respetados académicos, entre los que se cuentan: Jorge Schwartz, Noé Jitrik, Hugo J. Verani, Saul Yurkievich, José Paulo Paes, Martin Lienhard, Federico Shopf, Margo Glantz y Grínor Rojo.

    Esta tarea colectiva se extiende a través de tres volúmenes, los dos primeros titulados América Latina: palabra, literatura y cultura, Volumen I: La situación colonial y Volumen II: La emancipación del discurso.

    El intento de realizar un completo y coherente recorrido historiográfico de la diversidad, de la pluralidad, de las superposiciones culturales, es improbable, pero los esfuerzos realizados en esta dirección, aunque siempre perfectible, no pueden dejar de hacerse. El continuo aporte de los investigadores crea una amplia y sólida plataforma para futuros proyectos. Por sobre las fronteras nacionales y disciplinarias, el afán de entender los productos culturales de una comunidad polifacética obliga a la participación de un importante número de estudiosos y la coordinación rigurosa de este espacio para que la mirada sea relevante y en cierta medida clarificadora. En este sentido, la labor de Ana Pizarro es evidentemente sólida y pertinente. El lector podrá comprobar, en la propuesta de ordenamiento y en la calidad de los artículos presentados, el aporte que la colección hace a la creación de un marco para el estudio en profundidad de los problemas de la investigación en el ámbito de la cultura de América Latina.

    JOSÉ LEANDRO URBINA

    PRÓLOGO

    El texto que publicamos comenzó proyectándose como una Historia de la Literatura Latinoamericana en el marco de la Asociación Internacional de Literatura Comparada. Esta inserción institucional se articulaba con nuestra convicción, ayer como hoy, de la necesidad de trabajar en el sentido de esta Historia. Durante algunos años llevamos adelante una reflexión publicada en los textos La literatura latinoamericana como proceso (Buenos Aires, 1985) y Hacia una historia de la literatura latinoamericana (México, 1987), y establecimos una amplia red de colaboradores directos, indirectos y ocasionales, a quienes debemos agradecer la ayuda prestada. Este proyecto fue desarrollado con grandes estímulos, pero también con todas las dificultades con que se lleva a cabo la investigación de largo aliento en la cultura del continente. Estas dificultades nos hicieron renunciar al proyecto inicial, y adoptamos la resolución de publicar los resultados parciales de la investigación, transformando la Historia inicialmente prevista en tres volúmenes de ensayos dispuestos en orden cronológico. El primero, A situação colonial (1993); el segundo, Emancipação do discurso (1994), y el presente volumen aparecen con el apoyo decisivo del Memorial da América Latina.

    La consideración de América Latina como constituyendo una región de significaciones históricas y culturales comunes, así como la articulación de lo heterogéneo en una estructura global que ha ido integrando históricamente áreas, ha sido desde el comienzo de este trabajo una hipótesis común. En virtud de esta hipótesis hemos hecho presente aquí la expresión de la literatura brasileña a través de la colaboración de sus investigadores, junto a la de Hispanoamérica y la del Caribe, en una perspectiva histórica de la construcción del discurso literario y cultural del continente. No fueron pocas las dificultades, pero creemos que el resultado valió el esfuerzo.

    Luego de la reflexión historiográfica ya publicada, se logró reunir un número considerable de contribuciones que, si no coinciden con la meta que nos habíamos propuesto en el proyecto inicial, abordan un conjunto de temas y problemas de carácter historiográfico de importancia relevante para nuestros estudios. Es decir, sin llegar a constituir un tratamiento global de todos los temas a lo largo de los períodos abordados, cubren ámbitos significativos.

    Un estudio que se organiza sobre la base de la participación de un número considerable de colaboradores debe contar con un margen de heterogeneidad de los trabajos. Así es como los hay generales y monográficos, observaciones en torno a países y autores, los hay descriptivos y de reflexión, unos más inclinados hacia el acontecimiento, otros hacia el análisis, dependiendo de la orientación y la especialización de los colaboradores. La homogeneidad que los articula tiene que ver con la búsqueda de lecturas creadoras, con la apertura de perspectivas y con la necesidad que subyace en todos de explicarse y aportar en la construcción cultural del continente.

    A partir de ambas —la heterogeneidad y la homogeneidad— proponemos algunas observaciones, siempre provisorias, que podrán ser útiles para la investigación ulterior en esa dirección.

    Ahora que la tarea de investigación nos hace entender un poco de las cosas del mundo, sentimos como nunca la proximidad de sor Juana en las vicisitudes de su insaciable necesidad de acceso al conocimiento y en las calificaciones de su empeño como ‘atrevimiento’, ‘ánimo ambicioso’ o ‘insolente exceso’. El Primero sueño y estas vicisitudes constituyen sin duda un modelo que vale la pena recordar ahora: Si a un objeto solo […] / huye el conocimiento / y cobarde el discurso se desvía, y rehúsa acometerlo con valentía porque teme […] comprehenderlo o mal, o nunca o tarde, la interrogante termina siendo: Como en tan espantosa / máquina inmensa discurrir pudiera / […] la empresa / de investigar a la Naturaleza?. A lo largo del aprendizaje que ha significado este proyecto hemos extraído la convicción que nos lleva a publicar hoy estos materiales: la de la importancia no solo de llegar a la meta, sino también de caminar hacia ella.

    Queremos agradecer a las instituciones que nos han apoyado de distinta forma: la Asociación Internacional de Literatura Comparada (AILC), la Unesco, el Memorial da América Latina y la Fundação Vitae en Brasil, la Universidad Simón Bolívar de Venezuela, la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Groupe de Sociologie de la Littérature) de París, el Instituto de Estudos Avançados de la Universidade de São Paulo, la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado de São Paulo (Fapesp), y la Universidade Estadual de Campinas (Unicamp), en Brasil; el Colegio de México y el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Buenos Aires, que ha sido la sede de la última etapa del trabajo.

    La presencia de Ángel Rama dio un impulso fundamental a este proyecto. Con su muerte, en 1983, desaparecía uno de los pensamientos más lúcidos del quehacer intelectual del continente, y para nuestra labor, el apoyo de quien ayudaba a sentar las bases de una comprensión global de este, con la solvencia y el empeño inestimables que le eran propios. A su memoria dedicamos el presente trabajo.

    Agradecemos a muchas personas de distintos países e instituciones cuyo apoyo nos alentó en diferentes momentos de esta labor. Permítannos que, sin nombrarlas, vaya a ellas nuestro reconocimiento. Quisiéramos en especial agradecer el trabajo de nuestro grupo más próximo, en el Centro de Estudios Avanzados, ya que sin su ayuda solidaria y valiosa la tarea se hubiese vuelto aún más difícil: Viviana Gelado, Ana Longoni y Margarita Pierini. Queremos agradecer especialmente al eslavista yugoslavo Aleksander Flaker, que dentro de la AILC nos prestó su inestimable estímulo intelectual y valoró el sentido de nuestro trabajo. También al profesor Antônio Márcio Fernandes da Costa, ex director del Centro Brasileiro de Estudos da América Latina (CBEAL) y responsable de la inclusión de este proyecto en el programa editorial del Memorial da América Latina.

    Ahora que finaliza el conjunto de labores que significa una publicación de esta envergadura, se hace imprescindible para mí extender este agradecimiento al equipo de publicaciones de esta institución y, en especial, a la dedicación de su directora, María Carolina de Araujo.

    En lo personal, debo consignar el estímulo permanente de Enrique Oteiza. También el de mis hijos. Ellos acompañaron el crecimiento de este trabajo, entregándome su aliento fundamental.

    Finalmente, queremos dejar claro el agradecimiento al equipo que colaboró con nosotros en la organización y realización del proyecto, sin cuyo apoyo y exigencia intelectuales este trabajo no sería lo que es: el docente Jacques Leenhardt y, para la parte brasileña, los profesores Alfredo Bosi, Antonio Candido y Roberto Schwarz.

    PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

    Hoy entregamos al público este conjunto de trabajos que han sido un intento de dar cuenta de momentos centrales en el desarrollo de la palabra, la literatura y la cultura en Latinoamérica. Se trata de la publicación del primero de tres volúmenes. Los volúmenes de la primera edición fueron publicados en Brasil entre 1993 y 1995 por la Editora de la Universidad de Campinas y el Memorial de América Latina de Sao Paulo, a quienes agradecemos la autorización para su reedición. Se trata de ediciones que han sido bastante distribuidas en el ámbito brasileño y que han sido difíciles de encontrar en el resto de América Latina. Tenemos la satisfacción sin embargo, de constatar que a pesar de su dificultosa distribución los trabajos que allí aparecen son considerados en general a nivel internacional obras de referencia obligada en sus temas.

    Muchos de los autores de estos trabajos son hoy grandes nombres de la crítica latinoamericanista. Varios de ellos no están ya con nosotros. Los convocamos en su momento —nuestra labor se extendió por más de diez años— y respondieron con la generosidad de la época, en que se trataba de construir un espacio de comprensión cultural en un continente que estaba marcado por el signo letal de las dictaduras del cono sur y sus intelectuales dispersos en el mundo. Establecimos contacto con los mejores investigadores de los distintos temas, con las dificultades de construir redes del conocimiento y la investigación en un período en que no existía internet, en que no había fax y debíamos confiar en el correo ordinario ya que la comunicación telefónica era prohibitiva. Este proyecto se llevó a cabo con financiamiento solo para algunas reuniones. La Coordinadora de él no tenía respaldo nacional por estar en exilio y tuvo la representación de Venezuela en las reuniones internacionales. Es decir es un conocimiento que construimos con muchas dificultades pero en un instante clave en las concepciones del desarrollo historiográfico. Pudimos hacerlo mejor, pero creemos que el resultado valió el esfuerzo. Es por todo esto también, además del valor mismo de los trabajos, que nos satisface que hoy aparezca una segunda edición en Chile.

    En esta edición incorporamos el trabajo de Benedito Nunes sobre poesía brasileña que había quedado, por razones ajenas a nuestra voluntad, fuera de la primera. Más allá de éste, los cambios son muy leves y tienen que ver sobre todo con la actualización de la historia curricular de los autores.

    Así como debemos agradecer las opiniones de muchos colegas latinoamericanistas, nos es necesario valorar el apoyo imprescindible para la realización de esta tarea que Enrique Oteiza nos ha entregado desde comienzos de la década de los ochenta del siglo pasado, es decir, desde el inicio de esta labor hasta hoy.

    ANA PIZARRO

    I

    INTRODUCCIÓN

    VANGUARDIA Y MODERNIDADEN EL DISCURSO CULTURAL

    Ana Pizarro

    Chile. Ha desarrollado trabajos de docencia e investigación en literatura en diversas instituciones de educación superior: Universidad Simón Bolívar (Caracas), de París, de Concepción (Chile), de Buenos Aires. Ha sido profesora invitada en universidades de América Latina, Europa, Estados Unidos y Canadá. Obras principales: Vicente Huidobro, un poeta ambivalente (1971); La literatura latinoamericana como proceso (coordinadora, 1985); Hacia una historia de la literatura latinoamericana (coordinadora, 1987); El archipiélago de fronteras externas. Culturas del Caribe hoy (2002), Gabriela Mistral: El proyecto de Lucila (2005); Las grietas del proceso civilizatorio. Marta Traba en los sesenta (2002) y Silencio, zumbido, relámpago: la poesía de Gonzalo Rojas (2006). Entre sus selecciones de ensayos se cuentan: De ostras y caníbales (1994), Premio Municipal de Literatura de Santiago, El sur y los trópicos. Ensayos de cultura latinoamericana (2004), De ostras y caníbales. Ensayos sobre la cultura latinoamericana (1994). Los resultados de su último estudio, llevado a cabo gracias a la beca John Simon Guggenheim y a Fondecyt-Chile, fueron publicados bajo el título Amazonía: el río tiene voces. Imaginario y modernización, 2009, recibió el Premio Ezequiel Martínez Estrada de la Casa de las Américas, Cuba 2011. Es productora del documental El Arenal sobre la Amazonía brasileña, premiado con FIDOCS en Chile y Festival de Manaos en Brasil. Actualmente es investigadora del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.

    Situados en el espacio de los temas y problemas generados en el cambio de situación histórica que hoy se hace evidente y, en especial, con el impacto producido por las llamadas nuevas tecnologías de los ochenta, estamos intentando observar líneas centrales del desarrollo literario-cultural del siglo XX. Tenemos como límite la década de los sesenta, desde el momento en que se diseña su lenguaje en el espacio histórico de esa primera gran transformación tecnológica de las comunicaciones, con la emergencia de la propuesta estética de las vanguardias históricas. Con ellas parecen perfilarse —y en ese sentido su peso incide a lo largo del siglo con nuevas vanguardias de irregular impacto y trascendencia— los modos con que la cultura de América Latina construye la modernidad de sus lenguajes.

    La observación que hemos realizado tuvo desde un comienzo como límite la década de los años sesenta, un horizonte que limitaba la cronología del objeto de estudio. Fue una decisión tomada en la Reunión de Campinas, en 1983, cuando recién se estaban diseñando los temas que intentábamos abordar en una revisión —y propuesta de una manera de visualizar— de los problemas de la literatura en la cultura del continente. Ángel Rama insistió en esta opción, que acordamos, en el razonamiento que ahora más que nunca revela la prudencia del investigador mayor, del necesario distanciamiento que la mirada necesita tener respecto del objeto de estudio, sobre todo en un proyecto destinado a tener una cierta permanencia como referente interpretativo. Los cambios históricos que hemos visto sucederse a lo largo de la década de los ochenta, el ritmo vertiginoso que ha superado a menudo los cánones de comprensión, que ahora encuentra, recién y todavía tímidamente, algunas propuestas en la reflexión de los latinoamericanistas, hacen que consideremos hoy aún más ajustada esta decisión.

    La línea que articula los trabajos que forman el presente volumen tiene, pues, el interés común de observar la modernización de los lenguajes del siglo XX, aquella que permite el desplazamiento alguna vez señalado por Antonio Candido de los modelos referenciales desde los patrones ibéricos y luego franceses a la generación de modelos propios, que, sin invalidar los anteriores, enriquecen el espectro de una construcción identitaria más arraigada en la memoria cultural propia. Es, sin duda, el papel que desempeñan en la historia de la construcción de nuestra cultura obras como las de Borges, Neruda o Mário de Andrade, como las de Matta o Lam, como las de Villa-Lobos o Ginastera. El movimiento que en estos seis decenios observa esta construcción parece asentarse con mayor visibilidad en la tensión de lo que R. Williams describía como la dialéctica de lo residual y emergente, esto es, entre, por una parte, el orden regionalista que apunta a una forma de expresión de la memoria de la diversidad cultural y, por otra, la modernización basada en el prestigio del repertorio formal europeo y norteamericano.

    Las vanguardias señalan, pues, un punto de partida. Los trabajos sobre ellas, presentes en el volumen, ponen en evidencia aquello que la crítica sobre el continente ha logrado organizar recién en los últimos años: que ellas constituyen no casos parciales ni autores aislados, sino un fenómeno que tiene lugar en la generalidad de los países, de carácter específico para América Latina, cuya relación con el proceso europeo es compleja en la medida en que las vanguardias tienen lugar en contextos muy distintos de este y diferenciados entre sí. Ellos dicen relación con desarrollos emergentes o más avanzados de industrialización (Perú y Argentina, por ejemplo), luchas políticas que reivindican tanto procesos de reforma universitaria (Cuba, Argentina) como propuestas antiimperialistas (Cuba, Nicaragua), reivindicaciones étnicas y sociales (Brasil, Perú, Chile), revoluciones en marcha (México), así como de enfrentamiento a las dictaduras ligadas al poder terrateniente (Venezuela, Nicaragua, Cuba). En general, se dan en el marco de una urbanización creciente, aunque desigual, así como de la emergencia y expresión en organizaciones políticas de un proletariado ligado a la industrialización que se va consolidando mayormente en algunos países (México, Chile, Argentina).

    Los símbolos de la modernidad han comenzado a inundar las recientes áreas urbanizadas del continente que crecen con rapidez —Buenos Aires, São Paulo— frente a un gran sector que languidece aún en la persistencia de la estructura agraria: los tranvías, la construcción de grandes avenidas que, con la imagen de Haussmann en París, dan paso al vehículo que comienza a mostrar su ventaja frente al carruaje tradicional, el automóvil, signo de distinción y modernidad. El transatlántico atraviesa con lentitud y elegancia ahora el océano y aparece un nuevo modelo social de élite: el turista, convirtiendo el necesario viaje a Europa desde el continente en la aspiración y necesidad de los sectores pudientes. Estos establecen claramente su perfil frente a las clases medias, ya configuradas y con aspiraciones —la universidad es un medio de ascenso social posible—, frente a las masas de inmigrantes que en algunos países entregan su perfil a la configuración social y su aporte a la pluralidad cultural: italianos, españoles, alemanes, europeos en general, cuyo horizonte es hacer la América y cuya primera América es el barrio, el conventillo, desde donde ven crecer los grandes edificios que dejan traslucir el proyecto de país que se quiere. En el caso de Buenos Aires, por ejemplo, gran centro de inmigración, es de corte europeo, institucional, potente como universo de aventura económica y también de tensiones entre el país nacional y el país inmigrado. Desde allí comienzan a desarrollar el esfuerzo denodado por aprender una lengua e insertarse en una sociedad cuyos patrones les escapan: las revistas de moda, sociales, los folletines ejercen entonces su función. Al lado de ellos, la industrialización naciente atrae desde el campo a sectores que se organizarán en las periferias urbanas, cuyo destino es la fábrica, y su protagonismo, la incipiente reivindicación laboral. Con ellos llegan al continente también nuevas doctrinas sociales: socialismo, anarquismo, que pressupunham uma crença muito forte na capacidade revolucionária (transformadora e humanizadora) do saber e da arte¹.

    En otras áreas del continente, el acento está dado en la presencia de perfil étnico. El mundo indígena adquiere protagonismo con la Revolución Mexicana, las propuestas peruanas de Haya de la Torre y Mariátegui. El reconocimiento de la memoria étnica es presencia también en el modernismo brasileño: "Tupi or not tupi, that is the question", reza con humor la propuesta del Manifesto Antropófago. A negra es la tela clásica de Tarsila do Amaral. Se trata de culturas populares, fundamentalmente rurales, que al ingresar al espacio urbano lo hacen desde los cinturones periféricos. De allí saltan ahora a la imaginería del arte. En el Caribe y la costa atlántica, la presencia negro-africana adquiere protagonismo en un juego insólito de reconocimientos: la vanguardia europea rescata la validez de las culturas africanas y aborígenes en general —las colecciones de estatuas y fetiches constituyen el bagaje de los hombres del arte de la época desde Apollinaire a Neruda, pasando por Picasso y Huidobro—, el Renacimiento de Harlem les entrega bríos desde un horizonte más cercano —Marcus Garvey, el gran propulsor de la causa negra, vive un tiempo importante en los Estados Unidos— y el Caribe comienza a reconocerse entonces a través de una mirada que lo advierte y con la que se observa a sí mismo. Comienza, en la hermandad afroamericana en París, entre caribeños y africanos, rehaciendo el trágico diseño triangular de los inicios, la propuesta de la negritud.

    Esta variedad de áreas culturales, situaciones históricas y diseños sociales hacen que los lenguajes de las vanguardias sean variados, pero que los articule una misma tensión hacia la modernización. Esto significa pensar sus construcciones simbólicas a partir de este renovado repertorio formal a que aludíamos, que obedece a dinámicas de desarrollo diferentes del discurso y la cultura. Ellas lo apropian como una manera nueva de focalizar las inflexiones de su propia memoria.

    La urbanización implica también la apertura de espacios para la expresión cultural de los nuevos sectores sociales. La ampliación de los públicos de la cultura había comenzado a abrirse paso en el Sur con la gauchesca en el siglo anterior, a la que habían accedido gracias a la cultura impresa. En nuestro siglo, la proliferación de publicaciones, la literatura de cordel, el folletín, comienzan a insertar lo popular en lo masivo. La comunicación masiva propiciada por la radio difunde el tango, luego el bolero, la música en la que se reconoce la sensibilidad de amplios sectores urbanos. Paralelamente, la oralidad rural sigue su camino y se inicia el rescate, en las zonas de culturas indígenas, de las producciones olvidadas de la cultura oral: México, Perú, Bolivia.

    Modernización y rescate de la memoria: la tensión entre estos dos polos parece estar presente a lo largo del discurso cultural de estos decenios. En la plástica, los surrealistas mexicanos, como los modernistas brasileños, se habían situado en la avanzada de propuestas modernizadoras que articularan sin mayor fisura esta tensión. Corresponderá a la generación siguiente de plásticos este logro con plenitud: Wifredo Lam, Roberto Matta, Tamayo, Torres García, entre otros. Proviniendo la mayoría de áreas propias de culturas testimonio, como las llamó Darcy Ribeiro en su propuesta, ya clásica, de sociedades en donde prima la fuerza de la tradición cultural de fuerte perfil étnico, ellos plasmarán la memoria como un dato básico de identidad colectiva en una reformulación que, lejos de toda folklorización o estereotipos, deje en evidencia que el aprendizaje de un repertorio de técnicas modernas no significa dar nueva forma a los mismos contenidos, como advirtiera en su momento Marta Traba: Qué ‘arte moderno’ no es una nueva forma de decir lo mismo, distorsionando en mayor o menor medida la visión tradicional, sino una manera distinta de ver que permite formular nuevos significados².

    Ellos lo dirán antes que la narrativa de los años sesenta logre transmutar en la alquimia del verbo los modos de vida de áreas diferentes: el Caribe de Carpentier, Severo Sarduy y García Márquez; el Río de la Plata de Onetti y Cortázar; el Paraguay de Roa Bastos, el Brasil de Guimarães Rosa, y el mundo peruano de Vargas Llosa, proyectando la gramática aldeana de sus regiones en sintaxis internacional, lo que significó no solo el reconocimiento en la opinión europea y norteamericana de que América Latina tenía una literatura —lo que evidentemente constituía un estímulo para la creación—, sino una propuesta modernizada que superaba estrechos regionalismos en la misma historia literaria de la región. La poesía había desempeñado su papel con anterioridad a la narrativa, pero, como de costumbre, su voz había sido casi inadvertida. Mientras esto sucedía en la narrativa, la plástica recibía el impacto ya insoslayable del desarrollo técnico norteamericano, y el debate pareciera situarse ahora con claridad entre una modernización orientada hacia los nuevos modelos y la consideración de que la memoria cultural no significa anclarse en el pasado, sino que tiene una función central en la vida de una comunidad, como es la de dar continuidad al proceso permanente de construcción de la identidad colectiva³.

    Marta Traba diseña esta tensión, que advierte sobre todo en la plástica en un diseño teórico de ‘áreas abiertas’ y ‘áreas cerradas’. Las primeras estarían constituidas por su tendencia a recibir lo extranjero, el afán vanguardista y modernizante; estarían pautadas por su progresismo técnico en un gesto propio de sociedades de escasas condiciones endogámicas, de mundos de inmigración y ciudades capitales. Las segundas serían resistentes en el acendramiento de su memoria histórica y capaces de reformular sus recursos imaginativos en propuestas revitalizadoras de ella.

    Ángel Rama, por su parte, organiza los espacios en donde se mueve el imaginario literario y atiende a los procesos operatorios no solo de su constitución histórica, sino de la calidad que ha logrado en los sesenta su narrativa. Apela entonces al cubano Fernando Ortiz y dilucida los mecanismos de transculturación, los modos plurales, el movimiento de relaciones con que dos culturas, la una hegemónica, la otra subalterna, generan una tercera, ahora mestiza, mixturada, sincrética, producto de una dialéctica que la hace irreductible a sus componentes originales. Estamos siempre en el terreno en donde se observa cómo se constituye una cultura en el campo de la periferia, en la historia colonial y poscolonial; estamos siempre en el terreno en donde prevalece el interés por las transformaciones, pérdidas y revitalizaciones de la memoria cultural, el factor que entrega la continuidad al proceso identitario. Rama y Traba no vivieron lo suficiente para percibir el gran cambio producido por el salto tecnológico de fines de los ochenta. Marta Traba preveía los efectos posibles, sin embargo, y alertaba sobre las pérdidas y lo que hoy llamamos la globalización: la plástica era, sin duda, un ámbito de mayor visibilidad.

    La modernización del discurso en los primeros seis decenios del siglo significa también incorporaciones y ampliación del espectro de los discursos del arte. En este, la configuración de un espacio para la literatura de mujeres es seguramente un ámbito que ya no está en discusión.

    En el discurso literario de estos primeros decenios surge un grupo interesante de voces femeninas. Se trata de un grupo de poetas —entonces se hablaba de poetisas y hoy el término se usa más bien con ironía— formado por Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini. A este grupo habría que agregar otros nombres, como el de Dulce María Loynaz en Cuba, Teresa de la Parra en Venezuela y, un poco más tarde, Cecilia Meireles en Brasil, que tiene fuerte presencia.

    Se trata de un grupo de mujeres de sensibilidad bastante afín, lo que les entrega una voz nítida. Entre algunas de ellas hay contactos e intercambios. Dulce María, por ejemplo, está bastante ligada a Gabriela en un momento, quien la visita en La Habana de las primeras décadas. Une a estas mujeres escritoras la función de haber delimitado un ámbito, a partir del cual tienen la osadía de ofrecer todos los flancos de una sensibilidad nueva, calificada a veces de cursi, en la medida en que no escatiman la dimensión emocional. Para hacer frente a esta ampliación del espectro literario necesitan adoptar posturas, gestos, propiciar complicadas imágenes legitimadoras de su tribuna, afianzadoras de su paso de la marginación a la evidencia: imagen de niña, de maestra y madre, del desenfado abierto. No es tarea fácil diseñar este espacio y las estrategias de legitimación constituyen las tretas del débil, de acuerdo con la expresión de Josefina Ludmer, que perfilan también su lenguaje. Escritoras y críticas al mismo tiempo —los papeles no están definidos en un momento en que se están abriendo paso— tienen percepciones certeras y conciencia de la función que están desempeñando: de Juana y Alfonsina dice Dulce María que esta incidencia en la femineidad más pura será lo único que compartan, estableciendo ya el diseño de un espacio común y diferente, para luego especificar sobre el tono de Gabriela:

    En la tierra araucana no se podía escribir de otra manera; allí todo tiene la dureza del granito, la plenitud del mar, el perfil del acantilado. Y así escribe Gabriela, con los pies en las dunas y el aliento en el altiplano⁴.

    Este grupo de mujeres escritoras demarcó un espacio en el desarrollo literario de los primeros decenios. Fue la función que les correspondió para su momento y las sociedades a las que pertenecían. Frente a ellas aparece en la plástica un grupo más audaz, francamente rupturista en lo estético y en la definición de su función. Se trata, por una parte, de las surrealistas mexicanas o adscritas a este espacio, Frida Kahlo, Remedios Varo, Leonora Carrington, cuya propuesta estética está directamente ligada al espíritu transgresor de las vanguardias europeas, pero, en el caso de Kahlo, a partir de una fuerte inserción en las culturas populares mexicanas, cuyo trazo, temas y mirada, ella trasluce incluso con la incorporación de los versos de cordel en sus telas. Por otra parte, está el grupo de la Semana de 22 en Brasil, el de las modernistas brasileñas: Tarsila do Amaral, Anita Malfatti, activas en el combate contra el arte oficial, académico, y en la propuesta recuperadora de la ‘brasilidad’. Pareciera que en la plástica el gesto de modernización antecede, tanto en Brasil como en México, a la literatura. En este, las artistas plásticas tienen su palabra.

    La evolución de este espacio es lenta a lo largo de varias décadas. Solo presencias aisladas: Clarice Lispector también en Brasil, otras voces en Hispanoamérica, como Rosario Castellanos y María Luisa Bombal. El espacio y el lugar desde donde la mujer enuncia su discurso se vuelve ya elemento de discusión en los sesenta. Los movimientos sociales emancipadores hacen eco en Europa y en los Estados Unidos. También en América Latina la preocupación toma su lugar. Allí Marta Traba marca un hito modernizador importante; el discurso se vuelve exigente, sin contemplaciones: es necesaria una superación de los lenguajes que, refugiados en la pura subjetividad y la falta de complejidad en la simbolización, no logran legitimar un espacio que, de hecho, habla ‘desde otro lugar’. En literatura, como en la cultura, no hay discursos únicos; en el caso del de la mujer este diseña un espacio diferente. Tal vez desde los noventa, el surgimiento potente de una narrativa femenina en Puerto Rico, México, en Latinoamérica en general, constituya una respuesta a esta evolución y a estas discusiones. El hecho importante para la historia literaria en el continente es, seguramente, que el ámbito está diseñado y que esta presencia que ya ingresó al campo de lo ambiguo y lo posible amplía el espectro de sensibilidades en el discurso de la literatura.

    A lo largo de las seis décadas que estamos observando hubo variaciones importantes en la noción de América Latina. Por una parte, la incorporación de los indigenismos y afroantillanismos dimensiona de otro modo la noción que el continente tiene sobre su propia cultura. Por otra, el Brasil y América Hispana comienzan a desarrollar un reconocimiento mutuo, que es lento y que curiosamente ha sido más dificultoso que lo que las diferencias idiomáticas podrían explicar. Voces señeras del ensayo, género privilegiado en el área, contribuyen a diseñar esta noción, desde distintos puntos de ella: José Carlos Mariátegui, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Roberto Fernández Retamar, Ángel Rama y Marta Traba, así como, con respecto al Caribe no hispano, René Depestre o Édouard Glissant, con propuestas que marcan hitos en esta reflexión.

    Hacia mediados del siglo veinte el Caribe no hispano se adscribe oficialmente a la idea de América Latina. Los organismos internacionales comienzan a incorporarlo. De hecho, la proximidad no solo geográfica sino de universos y mecanismos culturales queda en evidencia desde una primera aproximación: tanto en el Caribe francófono como en el de lengua inglesa y holandesa, los problemas de definición identitaria pasan por instancias muy similares. Tanto más cuanto que el cuadro allí es mucho más complejo con la presencia de las inmigraciones asiáticas, instaladas ya desde hace mucho en la complejidad cultural de esa área. Hay una aproximación en el diseño cultural de pluralidades y superposiciones —la existencia desde luego de sistemas literarios superpuestos de lenguas metropolitanas e indígenas además de formaciones criollas—. En el Caribe de lengua holandesa, por ejemplo, se pueden observar varios sistemas simultáneos. Allí existe una literatura en español al mismo tiempo que en holandés, papiamento y sranan tongo, lengua de Surinam, la parte continental de esta área cultural. Se podría pensar que este sistema en español es una rémora que dice relación con el papel que desempeñaron las islas durante el siglo pasado en el momento de las independencias hispanoamericanas solamente. Sin embargo, dada la cercanía con el continente y el permanente contacto, es un sistema que perdura en su debilidad. Al lado de este se observa otro sistema de lengua metropolitana: el holandés, en donde se encuentra en general una literatura de colonos o administradores coloniales que dejaron su marca en las islas y los temas tienen poco que ver con la literatura metropolitana en lengua holandesa, de modo que esa literatura se articula más bien con preocupaciones, temas e incluso estereotipos regionales. La literatura en papiamento corresponde a la cultura de la oralidad y es tal vez la más común. En la región, esta lengua es considerada como un pilar de identidad, por lo que se han hecho esfuerzos por tener registro escrito de ella e incluso traducir obras de la literatura universal al papiamento, en una curiosa tentativa de acendramiento de la memoria cultural.

    En el Caribe francés, como en el inglés, ha sido fundamental a partir del siglo XX el impacto del movimiento de reivindicación afroantillana. Jean Price-Mars, en el ámbito francófono, y Marcus Garvey, en el sector de lengua inglesa, son dos pilares de esta reivindicación, que en los primeros decenios tiene fuerte impacto en los Estados Unidos, con el Renacimiento de Harlem, la difusión del jazz en tanto música comprometida con la causa negra, el eco europeo de las vanguardias, así como los propios movimientos antillano-africanos que dan lugar a la publicación Légitime Défense y la posterior Revue du Monde Noir, en París, que es el polo de religación del momento. Como se sabe, el destino de estos movimientos tiene luego vías diferentes de canalización. En el caso del mundo anglófono, una revitalización de este se da entre los años sesenta y setenta con la aparición a nivel internacional del reggae y la difusión del movimiento rastafari. Curioso sincretismo cultural, el rastafarismo es un movimiento mesiánico que predica la vuelta a la naturaleza y reivindica la identidad negra. También desarrolla líneas que tienen que ver con los actuales fundamentalismos.

    La noción de cultura latinoamericana se extiende más allá de las fronteras del continente. Universos transculturales, tales como los de los latinos y de los chicanos en los Estados Unidos, han ido enriqueciendo un ámbito que desde el comienzo se definía por su pluralidad. El estudio de las fronteras culturales es, pues, uno de los campos más abiertos y necesarios para el desarrollo de los estudios latinoamericanos en nuestro ámbito y ellos nos conducen a los problemas que se diseñan actualmente en torno a los procesos de desterritorialización y los nuevos mestizajes producidos por la llamada globalización.

    La observación que publicamos de los temas y problemas presentes en este volumen no son sino propuestas. Tal vez la mayor satisfacción que podamos tener quienes hemos realizado este intento de mirada a problemas que nos parecen centrales, a autores o a conjuntos parciales sea el ver surgir, a partir de aquí, nuevos cuestionamientos. Una reflexión que lleve los elementos de su propia crítica, proponía alguna vez como deseable Antonio Cornejo Polar en nuestras reuniones. Esto es que lo importante será pasar de las propuestas que aquí se publican a modo de respuestas, al enunciado de nuevas preguntas que, sin duda, será posible formular desde este otro lugar en que las tecnologías y las globalizaciones vuelven a situar permanentemente a nuestras incertidumbres.

    ¹ Candido, Antonio. Teresina, etc. Río de Janeiro: Paz e Terra, 1980.

    ² Traba, Marta. Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas, 1950-1970. México: Siglo XXI, 1973.

    ³ Martín Barbero, Jesús. De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía. 2α ed. México: Gustavo Gili, 1991.

    ⁴ Loynaz, Dulce María. Poetisas de América. Discurso de recepción en la Academia Nacional de Artes y Letras, La Habana, s.f.

    II

    VANGUARDIAS: RUPTURA Y CONTINUIDAD

    LENGUAJES UTÓPICOS. NWESTRA ORTOGRAFIA BANGWARDISTA: TRADICIÓN Y RUPTURA EN LOS PROYECTOS LINGÜÍSTICOS DE LOS AÑOS VEINTE*

    Jorge Schwartz

    Argentina. Profesor titular de Literatura Hispanoamericana en la Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas de la Universidade de São Paulo. Obras principales: Murilo Rubião: a poética do Uroboro; Oswald de Andrade; Vanguarda e cosmopolitismo; omenaje a Girondo; Vanguardias latinoamericanas; Vanguardas argentinas, en colaboración con May Lorenzo Alcalá. Coordinó la traducción de las Obras Completas de Jorge Luis Borges al portugués.

    Una de las dimensiones utópicas de la vanguardia, especialmente en el Brasil, en la Argentina y en el Perú de los años veinte, fue el proyecto de pensar un nuevo lenguaje o los esfuerzos por renovar los lenguajes existentes. Este fenómeno pasó por varias etapas, con denominaciones diversas. Por un lado, la lengua nacional, ideada por Mário de Andrade, representa un esfuerzo capaz de aglutinar gran parte de las expresiones dialectales del Brasil, para llegar a una síntesis representativa de las peculiaridades lingüísticas de todas las regiones del país. Por otro lado, proyectos como el ‘idioma de los argentinos’ de Jorge Luis Borges, o la ‘lengua brasileña’ (como Mário de Andrade la denominó inicialmente), responden a la necesidad de actualizar la lengua escrita adecuándola al uso impuesto por la práctica oral, y se circunscriben a una experiencia más limitada desde el punto de vista topográfico. Más regional aún es el neocriollo de Xul Solar, especie de dialecto inventado por el pintor argentino, basado en el castellano y el portugués, para ser usado en América Latina. De otro orden es la panlengua de Xul Solar, utopía lingüística semejante al esperanto. Por último, la ortografía indoamericana, proyecto del peruano Fransisqo Chuqiwanka Ayulo, se limita a una modificación de la ortografía castellana, de modo a recuperar supuestos rasgos indígenas aún presentes en la práctica oral. Estas designaciones revelan una tentativa de modificación y distanciamiento del español o del portugués. La ilusión de mantener intacta la tradición lingüística heredada de Europa, de acuerdo con los cánones impuestos por las academias, significa estancarse en el pasado colonial, no reconocer el carácter evolutivo de la lengua, negar en última instancia la propia tradición americana.

    Este deseo de afirmar un lenguaje distinto al que nos legaron los países descubridores no es algo que se origine con la vanguardia. Los movimientos de renovación lingüística retoman una cuestión que surge con ímpetu en el romanticismo, como consecuencia ideológica de las guerras de independencia, cuando escritores como Simón Rodríguez en Venezuela, Domingo Faustino Sarmiento y Esteban Echeverría en la Argentina, Manuel González Prada en el Perú, o José de Alencar y Gonçalves Dias en el Brasil, tratan de instituir un perfil nacional en las letras de sus propios países. El papel asumido posteriormente por la vanguardia será el de renovar esta discusión. En este sentido, la voluntad de un nuevo lenguaje está íntimamente asociada a la idea de ‘país nuevo’ y de ‘hombre nuevo’ americano. Por eso no extraña que esta polémica surja dentro de un contexto nacionalista y de revisión de cuestiones de dependencia cultural.

    La conciencia de una distancia entre la lengua escrita y la práctica oral ya empieza a imponerse desde la época de la colonia, y sirve como elemento de autoafirmación contra la metrópoli. Afirma Juan Bautista Alberdi¹:

    La revolución americana de la lengua española comenzó el día que los españoles, por la primera vez, pisaron las playas de América. Desde aquel instante ya nuestro suelo les puso acentos nuevos en sus bocas y sensaciones nuevas en su alma.

    Esta comprobación coincide de manera sorprendente con la afirmación hecha muchos años más tarde por Monteiro Lobato quien, preocupado también por la ‘lengua brasileña’, afirma en pleno 1922 que a nova língua, filha da lusa, nasceu no dia em que Cabral aportou ao Brasil². En este proceso, hispanofobia y lusofobia andan de la mano.

    En su estudio sobre los problemas de la lengua en la Argentina, Ángel Rosenblat afirma que a partir de la colonia, y especialmente después de la independencia, prevalecían formas diferenciadas del habla, divergentes del español castizo y reconocidas hoy como típicamente argentinas:

    Ya en 1810 estaban triunfantes en el habla popular de Buenos Aires algunas de las modalidades que hoy la caracterizan: el seseo, que data del siglo XVI; el yeísmo rehilado, que es sin duda del XVIII; el voseo y el che, que se remontan a los comienzos de la colonización (op. cit., p. 11).

    Este fenómeno de diversidad dialectal aparece en los países de América Latina. El uso coloquial de la lengua impone distinciones entre las formas orales y las escritas. Este rasgo diferencial es una forma de oposición a la idea de una herencia colonial estática, y sirve como elemento reconfirmador de lo nacional. En un brillante estudio sobre las tensiones dialécticas entre cultura y poder, Ángel Rama hace el siguiente análisis que, aunque extenso, vale la pena reproducir:

    En el comportamiento lingüístico de los latinoamericanos quedaron nítidamente separadas dos lenguas. Una fue la pública y de aparato, que resultó fuertemente impregnada por la norma cortesana procedente de la península, la cual fue extremada sin tasa, cristalizando en formas expresivas barrocas de sin igual duración temporal. Sirvió para la oratoria religiosa, las ceremonias civiles, las relaciones protocolares de los miembros de la ciudad letrada y fundamentalmente para la escritura, ya que solo esta lengua pública llegaba al registro escrito. La otra fue la popular y cotidiana utilizada por los hispanos y lusohablantes en su vida privada y en sus relaciones sociales dentro del mismo estrato bajo, de la cual contamos con muy escasos registros y de la que sobre todo sabemos gracias a las diatribas de los letrados. En efecto, el habla cortesana se opuso siempre a la algarabía, la informalidad, la torpeza y la invención incesante del habla popular, cuya libertad identificó con corrupción, ignorancia, barbarismo. Era la lengua del común que, en la división casi estamental de la sociedad colonial, correspondía a la llamada plebe, un vasto conjunto desclasado, ya se tratara de los léperos mexicanos como de las montoneras gauchas rioplatenses o los caboclos del sertão.

    Mientras la evolución de esta lengua fue constante, apelando a toda clase de contribuciones y distorsiones, y fue sobre todo regional, funcionando en áreas geográficamente delimitadas, la lengua pública oficial se caracterizó por su rigidez, por su dificultad para evolucionar y por la generalizada unidad de su funcionamiento. Muchos de sus recursos fueron absorbidos por la lengua popular que también supo conservarlos tenazmente, en especial en las zonas rurales, pero en cambio la lengua de la escritura necesitó de grandes transtornos sociales para poder enriquecerse con las invenciones lexicales y sintácticas populares. Lo hizo sin embargo retaceadamente y sólo forzada³.

    Si nos atenemos a un análisis cronológico comparativo, la primera vez que se establece una diferencia entre lengua escrita europea y lengua hablada americana es en 1825, en relación con la lengua brasileña y la portuguesa⁴. Pero en el Brasil es solamente con José de Alencar que esta cuestión va a cobrar una dimensión polémica, en los postfacios a sus novelas Diva (1865), Iracema (1870) y Sonhos d’ouro (1872)⁵. José de Alencar, cuya carrera de político y de escritor se construyó en términos de un nacionalismo capaz de definir lo específicamente ‘brasileño’, percibe la lengua como una institución dinámica y mutable. El escritor cearense defiende una interpretación genético-positivista del lenguaje, al afirmar que gosta do progresso em tudo, até mesmo na língua que fala (postfacio a Diva, 1865)⁶. Alencar no duda de la existencia de un nuevo lenguaje y lucha por su legitimación: que a tendência, não para a formação de uma nova língua, mas para a transformação profunda do idioma de Portugal, existe no Brasil, é fato incontestável (op. cit., p. 75). Al defenderse contra la acusación del uso excesivo de galicismos, el autor de Iracema también aclara en el postfacio a esta novela que se o terror pânico do galicismo vai até este ponto, devemos começar renegando a origem latina, por ser comum ao francês e ao português (op. cit., p. 81). Alencar se basa en el principio de la evolución natural de las lenguas, sujetas a cambios constantes, contra los dogmas de las academias y como gesto de afirmación frente a Portugal. Se pregunta Alencar en 1872, en su novela Sonhos d’ouro:

    O povo que chupa o caju, a manga, o cambuca e a jabuticaba, pode falar uma língua com igual pronúncia e o mesmo espírito do povo que sorve o figo, a pêra, o damasco e a nêspera? (op. cit., p. 96).

    La ingeniosa metáfora oral que opone las poblaciones tropicales a las europeas revela una reflexión sobre la imposibilidad de un transplante geográfico de estructuras sintácticas, con la esperanza de que la modificación topográfica y la alteración de las costumbres no tengan consecuencias lingüísticas. Exactamente el mismo lenguaje figurado de Alencar es usado por su contemporáneo Simón Rodríguez (1771-1854): pintar las palabras con signos que representen la boca⁷.

    Justamente una de las experiencias lingüísticas más radicales del continente pertenece a Simón Rodríguez. Ninguno de los proyectos posteriores, inclusive los de la vanguardia, se aproximan a la osadía del educador de Simón Bolívar. Consciente del papel revolucionario de sus ideas y de su ortografía, Simón Rodríguez hace la siguiente advertencia en Sociedades americanas (1828):

    Tan EXÓTICO debe parecer

    el PROYECTO de esta obra

    Como EXTRAÑA

    la ORTOGRAFIA en que va escrito.

    En unos Lectores excitará, tal vez, la RISA

    En otros … … … … el DESPRECIO

    ESTE será injusto:

    porque,

    ni en las observaciones hay Falsedades

    ni en las proposiciones… … Disparates

    De la RISA

    podrá el autor decir

    (en francés mejor que en latín)

    Rira bien qui Rira le dernier⁸.

    Simón Rodríguez consigue aliar un proyecto político con una aspiración lingüística, ensamblando así cultura y poder, lengua y gobierno, sintaxis y legislación. Sus teorías se fundamentan en un nacionalismo del uso y de las costumbres, contra las normas impuestas por la metrópoli: "Un Gobierno Etolójico, esto es, fundado en las costumbres (op. cit., p. 269) y una Ortografia Ortolójica, es decir, fundada en la boca, para los que hayan de escribir después de nosotros" (op. cit., p. 269). Una verdadera revolución social con especial atención para con el lenguaje. Sus escritos son verdaderos proyectos icónicos. Simón Rodríguez rompe mallarmeanamente con el carácter lineal del texto, espacializa la escritura y usa una tipografía muy diferenciada. Su pensamiento es una sucesión de cuadros sinópticos. El resultado visual tiene por finalidad llamar la atención sobre el propio código, eliminar las redundancias propias a la retórica decimonónica, y aminorar la arbitrariedad del lenguaje con formas motivadas, o sea, que los aspectos formales de la tipografía reflejen la importancia del contenido.

    Pero le cabe a Sarmiento abrir en América Latina el gran debate sobre este tópico, con uno de los intelectuales más respetados de la época, el venezolano Andrés Bello (1781-1865). La controversia ocurre en Chile, entre abril y junio de 1842, a través de polémicos artículos periodísticos aparecidos en el diario El Mercurio de Santiago. El ataque abierto y liberal de Sarmiento contra el conservadurismo castizo de Bello es transparente:

    La soberanía del pueblo tiene todo su valor y su predominio en el idioma; los gramáticos son como el senado conservador, creado para resistir a los embates populares, para conservar la rutina y las tradiciones. Son, a nuestro juicio, si nos perdonan la mala palabra, el partido retrógrado, estacionario, de la sociedad habladora; pero como los de su clase política, su derecho está reducido a gritar y desternillarse contra la corrupción, contra los abusos, contra las innovaciones. El torrente los empuja y hoy admiten una palabra nueva, mañana un extranjerismo vivito, al otro día una vulgaridad chocante; pero, ¿qué se ha de hacer? Todos han dado en usarla, todos la escriben y la hablan, fuerza es agregarla al diccionario, y quieran que no, enojados y mohinos, la agregan, y que no hay remedio, y ¡el pueblo triunfa y lo corrompe y lo adultera todo!⁹.

    La respuesta de Bello, autor de la conocida Gramática de la lengua castellana (1847) (originariamente Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos), sirve como paradigma para entender el carácter dialéctico de estas reivindicaciones: frente a las propuestas renovadoras de transformaciones lingüísticas, justificadas por la práctica popular del lenguaje, la tradición culta trata de ejercer su poder inmovilizador en nombre del purismo y del paternalismo de los dictámenes académicos:

    En las lenguas, como en la política, es indispensable que haya un cuerpo de sabios, que así dicte las leyes convenientes a sus necesidades (las del pueblo), como las del habla en que ha de expresarlas; y no sería menos ridículo confiar al pueblo la decisión de sus leyes, que autorizarle en la formación del idioma. En vano claman por esa libertad romántico-licenciosa de lenguaje los que por prurito de novedad o por eximirse del trabajo de estudiar su lengua, quisieran hablar y escribir a su discreción¹⁰.

    También Manuel González Prada, desde Lima, escribe en 1889 el ensayo Notas acerca del idioma con preocupaciones análogas. Inspirado en las teorías darwinianas, y en consonancia con Alencar y Sarmiento, afirma: en las lenguas, como en los seres orgánicos, se verifican movimientos de asimilación i movimientos de segregación; de ahí los neolojismos o células nuevas i los arcaísmos o detritus¹¹. El pensador peruano no solo propone la transformación lingüística, sino que la realiza en su propio discurso (substituye y por i, x por s y g por j, además de formas contraídas como desos, s’encastilla, l’altura, etc., de acuerdo con la reproducción fonética)¹².

    Alencar, Simón Rodríguez, Sarmiento y González Prada defienden apasionadamente la idea de una lengua americana, contra el conservadurismo de las academias. Los cuatro perciben de manera unánime el lenguaje como un fenómeno evolutivo, cada vez más distanciado de las antiguas metrópolis. Y de la misma manera que en la segunda mitad del siglo XIX estos ideólogos coinciden en la necesidad de una expresión lingüística americana, las vanguardias retoman esta cuestión en los años veinte. Mário de Andrade, en sus discusiones sobre la lengua y en su proyecto de la Gramatiquinha da fala brasileira, lleva adelante los principios que José de Alencar postulara unos cincuenta años antes. De modo análogo Borges, aunque en cierto momento se oponga al autor de Facundo, defiende en su etapa ultraísta el lenguaje de los argentinos, donde prevalecen los mismos postulados sarmientinos:

    Lo que persigo es despertarle a cada escritor la conciencia de que el idioma apenas si está bosquejado y de que es gloria y deber suyo (nuestro y de todos) el multiplicarlo y variarlo. Toda consciente generación literaria lo ha comprendido así¹³.

    En el Perú, al pensar una vanguardia indoamericana, el Grupo Orkopata de Puno retoma los ideales lingüísticos de González Prada, especialmente en los artículos de Fransisqo Chuqiwanka Ayulo sobre ‘ortografía indoamericana’ aparecidos en el Boletín Titikaka y en el vanguardismo incaico de la poesía de Alejandro Peralta¹⁴.

    Una de las preguntas que merecen reflexión es saber por qué motivo justamente São Paulo y Buenos Aires reflejan con mayor intensidad esta cuestión, si las comparamos con otros centros urbanos como México, Lima, Puno, Caracas, Santiago o Montevideo¹⁵. Pienso que lo que ocurre, al menos en parte, es que la consolidación de prácticas ‘cultas’ del lenguaje, la sedimentación de tradiciones hispánicas y lusitanas y el reconocimiento de los cánones dictados por las academias entran en colapso con el aluvión inmigratorio que pasa a convertir a estas dos ciudades en verdaderas babeles modernas. El cosmopolitismo avasallador, al mismo tiempo que enriquece los nuevos temas y formas propias de las vanguardias, hace que los medios culturales se plieguen a la nueva sensibilidad y da margen a una crisis de identidad que se refleja en la lucha por la renovación del lenguaje. Hay una añoranza, un deseo utópico de definir una identidad brasileña o argentina, y una de las soluciones comunes encontradas es el parricidio lingüístico de nuestros descubridores. El caso de la vanguardia indigenista de Puno tiene otras connotaciones. Aspira a una reivindicación de orden histórico: así como la Argentina busca rescatar su identidad en el pasado criollo, el grupo Orkopata de Puno lo hace en función de su arraigada tradición y presencia indígena.

    Aunque este proceso ocurra inicialmente de forma análoga en ambos países, el tratamiento dado a las cuestiones es muy diferente. El Brasil logra una de las respuestas más creativas, a través del metalenguaje y de la parodia de su literatura de los años veinte. Inventouse do dia para a noite a fabulosíssima ‘língua brasileira’, afirma Mário de Andrade¹⁶. Por su parte, Oswald de Andrade, en uno de los aforismos de su Manifesto da Poesia Pau-Brasil (1924), afirma: A língua sem arcaísmos, sem erudição. Natural e neológica. A contribuição milionária de todos os erros. Como falamos. Como somos. Sin duda, una de las grandes conquistas de la Semana del 22 ha sido la introducción del lenguaje coloquial en la poesía. A poesía existe nos fatos es la frase que abre el Manifesto da Poesia Pau-Brasil. Los modernistas brasileños consiguen hacer bajar a duras penas el yo lírico del Parnaso, para adoptar una lengua considerada hasta entonces impropia para la literatura. Oswald de Andrade no pierde tiempo y transpone esta experiencia en tema poético:

    Dê-me um cigarro

    Diz a gramática

    Do professor e do aluno

    E do mulato sabido

    Mas o bom negro e o bom branco

    Da Nação brasileira

    Dizem todos os dias

    Deixa disso camarada

    me dá um cigarro.

    Este poema, pronominais, reproduce fielmente uno de los mayores problemas planteados por el uso del portugués en Brasil: la sintaxis de las órdenes y del imperativo en portugués, como en español, excluye normativamente el uso de pronombres oblícuos antes de la forma verbal. Sin embargo, en la práctica casi nadie respeta esta norma sintáctica, pronominais parodia esta contradicción entre las reglas impuestas por la gramática y el uso cotidiano de la lengua (Dê-me versus Me dá)¹⁷. El poema, verdadero recorte de la realidad con status poético, tiene el efecto de un ready-made de Duchamp. El mero desplazamiento de lo oral a lo escrito, el hecho de darle status poético a una situación cotidiana, automáticamente transforma al poema en parodia de la norma gramatical y de sus defensores: el profesor, el alumno y el ‘mulato sabido’.

    Pero si Oswald de Andrade resuelve esta cuestión de manera creativa, especialmente en su poesía y en sus novelas de los años veinte, es Mário de Andrade quien más ha reflexionado sobre el establecimiento de una lengua brasileña, y se reconfirman aquí las diferencias dionisíacas y apolíneas entre los dos autores. En carta de 1927 a Alceu Amoroso Lima, se pregunta Mário de Andrade:

    Pois então não se percebe que entre o meu erro de portu guês e o do Osvaldo vai uma diferença da terra à lua, ele tirando do erro um efeito cômico e eu fazendo dele uma coisa séria e organizada?¹⁸.

    El autor de Macunaíma, en su última conferencia, O Movimento Modernista (1942), hace el balance histórico de la Semana del 22 y reconoce fraternalmente al "amigo

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