tema XVII]
COMENTARIO SOBRE GALDOS
Esquema/Resumen
A= Texto: capitulo XV de La Fontana de Oro de Galdés
B— Desarrollo del comentario
— Encuadramiento
La estructura
-Detallismo descriptivo
—Funcionalidad de las descripciones
= Plasticidad y cardcter pictorico
— Contrastes y antitesis
— Los personajes-tipo
— Coherencia estructural y simbolismo religioso
~ Significado profundo
— La ironia
— La omnipresencia de! autorHISTORIA DE LA LITERATURA 11 xvi
A. LAS TRES RUINAS
Las tres sefioras de Porrefio y Venegas vivian en una humilde casa de la calle de Belén: esta
casa constaba de dos pisos altos, y aunque vieja, no tenia mal aspecto gracias a una reciente revo:
cacién. No habia en la puerta escudo alguno ni empresa herdldica, ni portero con galones en el
zaguén, ni en el patio cuadra de alazanes, ni cochera con carroza nacarada, ni ostentosa litera.
Pero si en el exterior ni en la entrada no se encontraba cosa alguna que revelase el altisimo origen
de sus habitadores, en el interior, por el contrario, habfa mil objetos que inspiraban a la vez curio-
sidad y respeto.
Es el caso que en Ia ruina de la familia, en aquella profana liquidaci6n y en aquel bochorno-
50 embargo que sucedié a la muerte del marqués pudo salvarse una parte de los muebles de la
antigua casa —que estaba en la calle de Sacramento—, y fueron transportados a la nueva y triste
habitacién, acomodéndose alli como mejor fue posible, Estos muebles ocupaban las dos terceras
partes de la casa y casi todo el piso segundo, que también era de ellas. Les fue imposible entregar
a la deshonra de una almoneda aquellos documentos hereditarios, testigos de tantas grandezas
y desventuras tantas.
En el pasillo 0 antesala, que era bastante espacioso, habian puesto un pesado armario de
roble ennegrecido, con columnas saloménicas, gruesas chapas de metal blanco en las cerraduras
¥ bisagras, y en lo alto un dvalo con el escudo de la casa de Porrefio y Venegas, el cual consist(a
en seis bandas rojas en la parte superior, y en la inferior tres veneros relucientes sobre plata y
verde, ademés de una cabeza de sarraceno, circuido todo con una cadena, y un lema que decia:
“En la Puente de Lebrija peresci con Lope Diaz (No nos detendremos en la explicacion de este
sapientisimo lema, que aludia, sin duda, a la muerte del primer Porrefio en alguna de las expedi
ciones de Alfonso VIII en Andalucia).
Las paredes de la misma antesala estaban todas cubiertas con los retratos de quince genera-
ciones de Portefios, que formaban la histérica galer‘a de familia, Por un lado se ve(a aun antiguo
précer del tiempo del rey nuestro sefior don Felipe II! con la cara escudlida, largo y atusado el
bigote, barba puntiaguda, gorguera de tres filas de cangilones, vestido negro con sendos golpes
de pasamaneria, cruz de Calatrava, espada de rica empufiadura, escarcela y cadena de la Orden
teuténica; a su lado una dama de talle estirado y rigido, traje acuchillado, gran faldellin borda
399xvina HISTORIA DE LA LITERATURA IT
do de plata y oro, y también enorme gorguera, cuyos blancos y simétricos pliegues rodeaban ef
ostro como una aureola de encaje, Por otro lado, descollaban las pelucas blancas, las casacas
bordadas y las camises de chorrera; allf una dama con un perrito que enderezaba airosamente
el rabo; acullé una vieja con peinado de dos o tres pisos, fortaleza de mofios, plumas y arraca-
das; en fin, la galeria era un museo de trajes y tocados, desde los mas sencillos y sirosos hasta
los més complicados y extravagantes.
Algunos de estos venerandos cuadros estaban agujereados en la cara; otros habjan perdido
el color, y todos estaban sucios, corroidos y cubiertos con ese polvo clésico que tanto aman los
anticuarios. En las habitaciones donde dormfan, comian y trabajaban, las tres damas, apenas
era posible andar a causa de los muebles seculares con que estaban ocupadas. En la alcoba habia
tuna cama de matrimonio, que no parecfa_ sino una catedral. Cuatro voluminosas columnas soste-
nian el techo, det cual pendian cortinas de damasco, cuyos colores primitivos se hab/an resuelto
en un gris claro con abundantes rozaduras y algin disimulado y vergonzante remiendo; en otros
cuartos se vefan dos papeleras de talla con innumerables divisiones, adomnadas de pequefias fi-
guras decorativas e incrustaciones de marfil y carey. Sobre una de ellas habfa un San Antonio
muy viejo y carcomido, con un vestido flamante y una vara de flores de reciente hechura. Frente
a esto y en unos que fueron vistosos marcos de palo santo, se vefan ciertos dibujos chinescos,
regalo que hizo al sexto Porrefio -1548- su primo el principe Antillano, que fue con los portugue-
ses a la India. Al lado de esto se hallaban unos vasos mejicanos con estrambéticas pinturas y
enrevesados signos que no parecfan sino cosa de herejfa. Segiin tradicién, conservada en la fa-
mili, estos vasos, trafdos det Perd por el séptimo Porrefio, almirante y consejero del rey -1603—,
fueron mirados al principio con gran recelo por la devota esposs de aquel sefior, que creyendo
fuesen cosa diabdlica y hecha por las artes del demonio, como indicaban aquellos cabalisticos y
no comprendidos signos, resolvi6 echarlos al fuego; y si no lo hizo fue porque se opuso el oc-
tavo Porrefio -1632—, el mismo que fue después consejero de Indias y gran sumiller del sefior
rey don Felipe IV. Junto a la cama campeaba un sillén de vaqueta claveteado, testigo mudo
del pasado de tres siglos. Sobre aque! cuero perdurable se habfan sentado los gregiiescos acaire-
Jados de un gentithombre de la casa del emperador; recibié tal vez las gentiles posaderas de al-
gun padre provincial, amigo de la casa; quizé sostuvo los flacos muslos de algin familiar del San-
to Oficio en los buenos tiempos de Carlos Il, y, por ditimo, habfa sido honroso pedestal de aque-
Ilas humanidades que llevan un rabo en el occipucio y parecian constantemente aforadas en la
chupa y ensartadas en el espadin.
No lejos de este monumento se encontraban dos o tres arcones de esos que tienen cerra-
duras semejantes a las de las puertas de una fortaleza, y eran verdaderas fortalezas, donde se de-
positaban los patacones, y donde se sepultaba la vajilla de plata de familia, las alhajas y joyes
de gran precio; pero ya no habia en sus antros ningtin tesoro, a no ser dos 0 tres docenas de pesos
que dentro de un calcetin guardaba dofia Paz para los gastos de la casa. Encima de estos muebles
se vefan roperos sin ropa, jaulas sin péjaros y, arrinconado en la pared, un biombo de cuatro
dobleces, mueble que, entre los demés, tenia no se qué de alborozado y juvenil. Eran sus dibujos
del gusto francés que Is dinast(a habja traido a Espafia; y en los cinco lienzos que lo formaban
habla amanerados grupos de pastoras discretas y pastores con peluca al estilo de Watteau, género
que hoy ha pasado a los abanicos.
También existe ~y si mal no recordamos estaba en la sala— un reloj de la misma época con
su correspondiente fauno dorado; pero este reloj, que en los buenos tiempos de los Porrefios
habia sido una maravilla de precisin, estaba parado y marcaba las doce de la noche del 31 de
diciembre de 1800, ultimo afio del siglo pasado, en que se par6 para no volver a andar més, lo
400HISTORIA DE LA LITERATURA It xvins
cual no dejaba de ser significative en semejante casa. Desde dicha noche se detuvo, y no hubo
medio de hacerle andar un segundo més. El reloj, como sus amas, no quiso entrar en este
Un lienzo mistico de pura escuela toledana ocupaba el centro de Ia sala, al lado del deci-
mocuarto Porrefio —padre feliz de dofia Paz—, pintado por Vanloo. Este gran cuadro represen-
taba, si no nos engafia la memoria, el triunfo del Rosario, y era un agregado de pequefias com-
posiciones dispuestas en elipse, en cada una de las cuales estaba un retrato de un fraile domini-
0, principiando por Vicenzius y acabando por Hyacinthus. En el centro estaba la Virgen con
Santo Domingo, arrodillado; y no tenia més defecto sino que en el sitio donde el pintor habfa
puesto la cabeza del santo, puso la humedad un agujero muy profano y feo. Pero a pesar de es-
to, el lienzo era el sancta sanctorum de la casa, y representaba los sentimientos y creencias de
todos los Porrefios, desde el que perecié en Aldalucia con Lope Diaz, hasta las tres ruinosas damas,
que en la época de nuestra historia quedaban para muestra de lo que son las glorias mundanas.
En el cuarto de la devota... —lo describimos de ofdas, porque ningtin mortal masculino pu-
do jamés entrar en é!— habia una Santa Librada, imagen de quien era especial devoto y fie! al
jado el tercer Porrefio —1465-. Con los afios se le habfa roto la cabeza; pero dofia Paulita tuvo
buen cuidado de pegérsela con un enorme pedazo de cera, si bien quedé la Santa tan cuellitor-
cida, que daba Iéstima, Junto a la cama —pudoroso y casto mueble que nombramos con resp
to— estaba el reclinatorio, al cual no se acercaban ni sus t(as, Sobre el se erguia un hermoso Cris-
‘to de marfil, desfigurado por un faldellin de raso blanco, bordado de lentejuelas, y una cinta
anchisima y un amplio lazo que de los pies le colgaba. El reclinatorio era una bella obra de talla
del siglo XVI; pero un carpintero del XIX le hab/a afiadido, para componerlo, varios listones de
pino, dignos de un barril de aceitunas, El cojin donde las rodillas de la santa se clavaban por
espacio de cuatro horas todas las noches era tan viejo, que su otigen se perdia en la obscuridad
de los tiempos; su color era indefinible; la lana se sala aprisa por sus grandes roturas.
Todas estas reliquias, recuerdo de pasadas glorias, de instituciones, de personas, de dias pa-
sados, tenfan un aspecto respetable y solemne, Al entrar en aquella casa y ver aquellos objetos
deteriorados por el tiempo, bellos atin en su miseria, el visitador se sent(a sobrecogido de estu-
por y veneracién, Pero las reliquias, las ruinas que més impresin producian, eran las tres damas
nobles y deterioradas que allf vivian, y que en el momento de nuestra historia, correspondiente
a este cap(tulo, estaban sentadas en la sala, puestas en fila. Mar(a de la Paz, la més vieja, en el
‘centro; las otras dos, a los lados. Una de ellas tenfa en la mano un libro de horas, otra cos‘a, ta ter-
cera bordaba con hilo de plata un pequefio roponcillo de seda, que sin duda se destinaba a abrigar
las carnes de algin santo de palo. Las tres, colocadas con simetria, silenciosa y tranquilamente
ensimismadas en su oracién o su trabajo, ofrecian un cuadro sombrfo, glacial, ligubre. Descril
remos los principales rasgos de esta trinidad ilustre.
Maria de la Paz —quitémosle el dofia, porque supimos casualmente que le agradaba verse
despojada de aquel tratamiento—, hermana menor del marqués de Porrefio, era una mujer de
esas que pueden hacer creer que tienen cuarenta afios, teniendo realmente més de cincuenta.
Era alta gruesa y robusta, de cara redonda y pecho abultado, que se hacfa més ostensible por el
singular emperio de cefiirse a la altura usada en tiempo de Marfa Luisa, Su rostro, perfectamen-
te esferoidal, descansaba sin mas intermedio sobre el busto; y su pelo, negro, ain por una con-
descendencia de los afios y partido en dos zonas sobre Ia frente, le tapaba entrambas orejas reco-
gigndose atrés. Su nariz era pequefia y amoratada; su boca més pequefia atin y tan redonda que
arecia un botén encarnado; los ojos no muy grandes, la barba prominente, los dientes agudos,
Y uno de ellos le asomaba siempre cuando més cerrados tenia los labios, De la extremidad visible
401xvi HISTORIA DE LA LITERATURA I!
de sus oreias pendian dos enormes herretes de filigrana, que parecfan dos pesos destinados a man-
tener en equilibrio aquella cabeza. En el siniestro lado tenfa una grande y muy negra verruga, que
asemejaba un exvoto puesto en el altar de su cara por la piedad de un catélico. El cuerpo forma-
ba gran armonia con el rostro; y en sus manos pequefias, coloradas y gordas, resplandecian mu-
chos anillos, en los que brillantes habian sido habilmente trocados por piedras falsas. Echemos
tun velo sobre estas Idstimas.
Salomé era un tipo enteramente contrario, Asf como la figura de Paz no tenfa nada de ari
tocrético, la de ésta era de esas que la rutina o la moda califican, cuando son bellas, de aristécra-
tas, Era alta y flaca, flaca como un espectro. Su rostro amarillo habfa sido en tiempos de Carlos
IV un dvalo muy bello; después era una cosa oblonga que medfauna cuarta desde la nariz del pelo
a la barba, Su cutis, que hab/a sido finisimo jaspe, era ya papel de un titulo de ejecutoria, y los
‘afios estaban trazados en él con arrugas tan rasgueadas que parecfan la complicada ribrica de un
escribano. No se sabe cudntos afios habjan firmado sobre aquel rostro. Las cejas arqueadas y
grandes eran delicadisimas: en otro tiempo tuvieron suave ondulaciOn; pero ya se recogian, se
dilataban y contrafan como dos culebras. Debajo se abrfan sus grandes ojos, cuyos pérpados,
ennegrecidos, célidos, venenosos y casi transparentes se abatian como dos compuertas cuando
Salomé quer‘a expresar su desdén, que era cosa muy comin. La nariz era afilada y tan flaca y
hhuesosa que los espejuelos, que sol/a usar, se le resbalaban por falta de cosa blanda en que aga-
rrase, viéndose la sefiora en la precisién de sujetérselos atrés con una cinta. Y, por dltimo, para
que esta efigie fuera més singular, adornaban airosamente su labio superior unos vellos negros
ue habfan sido agraciado bozo y eran ya un bigotillo barbiponiente, con el cual formaban si-
metrla dos o tres pelos arraigados bajo la barba, apéndices de una longitud y lozania que en
diaria cualquier moscovita.
El despecho crénico habfa dado a este rostro un mohin repulsivo y una siniestra contraccién
que se avenia muy bien con las formas de la figura y su atavio. Desaparectan los cabellos bajo
un tocado de tristisimo aspecto, y el cuello, que fue comparado al del cisne por un poeta qu
jumbrén del tiempo de Comella, era ya delgado, sinuoso y escueto. Marcdbanse en él los huesos,
los tendones y las venas, formando como un manojo de cuerdas; y cuando hablaba alteréndose un
Poco, aquellas mal cubiertas piezas anatémicas se movian y agitaban como las varas de un telar.
Debajo de toda esta maquina se extendfa en angosta superficie el seno de la dama, cuyas
formas al exterior no podria apreciar en la época de nuestra historia el més experimentado ge6-
metra, y més abajo la otra maquina de su talle y cuerpo, inaccesible también a la induccién;
méquina que a fuerza de ataques nerviosos habfa llegado_a la més completa morosidad. Cubria-
la un Iuengo traje negro. Entre los pliegues de un vastisimo pafiuelo del mismo color se desta-
caban dos manos blancas, fin/simas de un contorno y suavidad admirables. Pero no eran las
manos la Gnica cosa bella que se advertfa en aquella ruina, no: tenia otra cosa mil veces més
bella que las manos, y eran los dientes, que, salvados del general desastre, se conservaban hermo-
sisimos, con perfecta regularidad, esmalte brillante e intachable forma. 1Oh! Los dientes de aque-
lla sefiora eran divinos:s6lo ellos recordaban el antiguo esplendor; y cuando aquel vestigio se
sonre(a —cosa muy rara—; cuando dejaba ver, contrastando con lo desapacible del rostro, las
dos filas de dientes de incomparable hermosura, parecia que la belleza, la felicidad y la juventud
se asomaban a su boca, o que una luz aclaraba aquel rostro apagado.
Dofia Paulita nunca pudo quitarse ni el doffa ni el diminutivo— no se parecta en nada ni
‘a su tla ni a su prima, Era una santa, una santita, Sus ademanes estaban en armonia con su ca-
récter, de tal modo, que verla y sentir ganas de rezar un Padrenuestro era una misma cosa, Mi-
402HISTORIA DE LA LITERATURA I! xvi?
raba constantemente al suelo, y su voz ten(a un timbre nasal e impertinente como el de un mo-
naguillo constipado. Cuando hablaba, cosa frecuente, lo hacfa en ese tono que generalmente se
lama de carretilla, como dicen los chicos la leccién; en el tono en que se recitan las letan‘as y
los gozos. Examinando atentamente su figura, se observaba que la expresi6n mistica que en toda
ella resplandecfa era més bien debida a un hdbito de contracciones y movimientos que a natural
congenita forma, No se crea por eso que era hipécrita, no; era una verdadera santa, una santa
Por conviccién y por fervor.
Tenia el rostro compungido y desapacible, pilido y ojeroso, éspera y morena la tez, con el
Circuito de los ojos como si acabara de llorar; las cejas muy negras y pobladas; la boca un poco
grande y con cierta gracia innata, casi desfigurada por el mohin compungido de sus labios, hechos
ala modulacién silenciosa de palabras santas.
El que fuera digno de gozar el singular privilegio de ser mirado por ella habria advertido en
sus ojos la inalterable fijeza, la expresién glacial, que son el primer distintivo de los ojos de un
santo de palo, Pero haba momentos, y de eso sélo el autor de este libro puede ser testigo; habia
momentos, decimos, en que las pupilas de la santa irradiaban una luz y un calor extraordinarios.
Y es que, sin duda, el alma abrasada en amor divino se manifiesta siempre se un modo misterioso
¥ con sintomas que el observador superficial no puede apreciar.
Su vestido era recatado y monjil, no siendo posible cer
90 parecido a una cabellera, aunque nos atrevemos a asegurar que la tenia, y muy hermosa. Su
estatura no pasaba de mediana, y a pesar de la modestia, poca elegancia y ninguna presuncion
‘con que vestia, era indudable que un mundano topégrefo, llamado a medir las formas de aquella
santa, no se hubiera encontrado con tanta falta de datos como en presencia desu lustre prima la
acartonada Marfa Salomé,
icar que bajo sus tocas hubiera al-
Conocida esta trinidad ilustre, conviene recordar algunos antecedentes histéricos. Allé por
los afios de 1790, los Porrefios eran muy ricos, tenian gran boato y gozaban de mucha prepon.
derancia en la Corte. Entonces Paz tenfa diez y nueve afios y era tan fresca, robusta y coloradota
que un poeta de aquel tiempo la comparé con Juno. Decian sus primas por lo bajo que era muy
orgullosa, y su padre, el decimocuarto de los Porrefios, aseguraba que no haba principeni duque
que fuera digno de aquella flor. Estuvo arreglado su casamiento con un joven de la ilustre casa de
Gastén de Ayala; pero acontecié que el tal no gusté de Juno, y la boda fue un suefio. Es impo-
sible pintar el dolor que tuvo Ia infeliz cuando Maria Luisa, halléndose una noche en casa de la
duquesa de Chinch6n, se permitié hacer, con su acostumbrada malicia, algunas apreciaciones un
Poco picantes sobre la gordura y redondez de nuestra diosa
Esto no fue, sin embargo, obstéculo para que, pasados cuatro meses, se ajustaran las bodas
de Paz con un caballero irlandés que estaba en la Embajada inglesa. Pero el diablo, que no d
me, hizo que ocurrieran a ultima hora algunas dificultades; el decimocuarto Porrefio era cris
ho muy viejo y muy temeroso de Dios; y cierto fraile de la Merced que frecuentaba la casa y
tomaba allf el chocolate todas las noches, dio en probar, con la autoridad de San Anselmo y
Origenes, que aquel caballero irlandés era hereje y poco menos que judo. Alarmése la suscep-
tible conciencia del marqués, y después de echarle un sermén consolatorio a Paz, ésta se quedé
sin marido, con la triste circunstancia de que se ponia cada vez més gorda y ni bajéndose el talle
oda disimular aque! mal. Por ultimo, en diciembre de 1795, Paz se caso con un pariente viejo
y fastidioso, que cometid el singular despropésito de morirse a los siete dias de casado, dejando
su mujer més gruesa, pero no en cinta. Por la rama femenina, los Porrefios se quedaron sin su-
n, Io cual hacia que el viejo marqués, en sus accesos de melancolfa, se pusiera a llorar como
un nifio, presagiando el triste fin y acabamiento de su gloriosa casa.
403xvi HISTORIA DE LA LITERATURA It
Entonces murié el viejo; heredéle su hijo don Baltasar, padre de Salomé y con ésta, cuya
belleza era notable, hab/a formado el padre proyectos matrimoniales que remediarfan la ruina
que ya le amenazaba, El pleito comenzaba a aparecer formidable, siniestro terrible, como un
monstruo de miltiples miembros; hab(ase apoderado de la casa, la estrechaba, la devoraba, la
‘consumfa, Un pleito es un incendio; pero més terrible, porque es més lento. La casa ilustre co-
menzaba a desmoronarse: era que le quisieran poner un puntal aqu/, otro allé, la casa se
ven‘a al suelo, porque el monstruo terrible no cesaba en su actividad destructora. Lo Gnico que
logré don Baltasar fue simular su ruina, Nadie crefa que aquella casa poderosa estaba devorada
por los acreedores, Solo Elfas Orején, que gozaba, sin sueldo, de las preminencias de intenden-
te, lo sabfa, Don Baltasar fundaba su esperanza en Salomé, cuyo peinado de canastillo haba se
guramente gustado mucho al joven duque de X***, que buscaba esposa en la tertulia de la ci-
tada duquesa de Chinchén.
‘Salomé era entonces una silfide. Ninguna le igualaba en esbeltez y delicadeza; vestfa con su-
ma gracia y sencillez, y bailaba el minueto de una manera tan sutil y ligera que aparecia del mo-
do menos terrestre que es posible en la figura humana.
EI duque se enamoré de ella como un loco; hizo que uno de los més enfadosos poetas de
aquel tiempo escribiera unas estrofas amatorias que el joven apasionado desliz6 suavemente en la
mano de Salomé a la salida de un baile. Sentimos no tener a mano estas estrofas, porque son
un documento notable y digno de ser conocido. En prosa neta contesté Ia joven; pero no fue
menos expresivo su estilo. Hicieron amistades; de las amistades pasaron al galanteo y del galan-
teo al proyecto de boda. Don Baltasar creyé en el afianzamiento de su casa; pero se llevé terri-
ble chasco. De repente los duques de X*** se opusieron al casamiento de su hijo; Salomé estu-
vo siete dias en cama con dolor de muelas; su padre oy6 con sumisién la homilfa que el fraile
le espeté por via de consuelo, y Elfas Orején le leyé enseguida unas terribles cuentas que le hi-
cieron el efecto de un tésigo.
La joven empezé entonces a enflaquecer. Por un amigo de la casa hemos sabido que antes
de que el peinado de canastilla impresionara tan enérgicamente al joven duque, habia indicios
para creer que a Salomé no le era del todo indiferente un teniente de Hisares del Rey que me-
fa la calle del Sacramento menos cien veces al dia. Es también seguro que Salomé pasaba muchas
noches Ilorando, y que en aquel asunto intervinieron el fraile y el marqués, El teniente fue manda-
do a Perit y no se supo nada més de é!
Es imposible expresar lo que sufrié la pobre alma de la joven Porrefio con el terrible golpe
del rompimiento de la boda, Ell. esperaba no se qué de aquel enlace. iMisterios femeninos!
Llor6 por el teniente y rabié por el duquesito. Desde aquellos dfas principio a aavertirse en ella
la modificaci6n que 1a llev6 al estado en que la conocemos. La dispiicencia atrabiliaria, el desdén
amargo, la impasibilidad indiferente aparecieron entonces y se apoderaron, por ultimo, de su
esp{ritu por completo. Llegé con tos afios a ser la persona més desapacible y de trato mas fasti
dioso que pudiera concebirse, ella que habia tenido un carécter tan flexible, un trato tan ama-
ble, una manera de insinuarse tan suave y halagiiefia...
No asf dofia Paulita, que siempre habfa encontrado consuelo en la Religin, Desde nifia
habfa sido reputada como un dngel; no hacia mas que rezar y cantar a estilo de coro, remedando
lo que ofa en las Carboneras. Los domingos decfa misa en un pequefio altar que ella misma hab(a
formado, y también predicaba desde lo alto de una mesa con gran regodeo de toda la servidum-
bre, que acudia para o/rla desde los cuatro polos de la casa, Ya més grandecita, manifestaba ur
Vehemente horror a los saraos y a los teatros; lo nico que pudo agradarla un poco fue una fun
404HISTORIA DE LA LITERATURA It xvi
cién de toros a que Ia Hlevo su padre, gran aficionado. Solamente iba dofia Paulita al teatro cuan-
do se representaba algin auto en la Cruz por fiestas del Corpus, pero siempre iba con permiso de
su confesor.
Entrada en los diez y ocho afios, oyé con horror las proposiciones de! decimoquinto Porrefio.
su tio para que se casara,
Yo —dijo— 0 seré hija de Jesucristo o viviré en mi casa, ausente del mundo, buscando en
ella un baluarte contra el demonio,
Bien, hija mia sies éste tu gusto —dijo el tfo—, sea,
Crecié con los affos su devocién, pero no hipécrita, sino devocién verdadera, legitimo fer-
vor cristiano. Ten/a grandes visiones, y en llegando la Cisaresma se disciplinaba, y decian los
criados que en las altas horas de la noche sentfan los azotes que se daba, En la época de la de-
cadencia, cuando vivian en la calle de Belén, visitaba todos los dias a las vecinas monjas de Gén-
gora, conversando con ellas largas horas. Con ellas consultaba sus visiones y contravisiones, rela-
tando sus deliquios y arrebatos de amor divino. Otros dias legaba muy apurada para contarles
‘c6mo habia sentido unas terribles tentaciones, y que, bebiendo vinagre, se le habian quitado.
Ast pasaba los dfas en sabroso comercio con lo desconocido, lo mismo en la época de su
‘apogeo que en la de su decaiencia,
Estos tres dngeles caidos levaban una vida monétona y triste. Su casa era la casa del fas-
io. Parecia que las tres se fastidiaban de las tres, y cada una de las demés.
Nos hemos olvidado de otro importante inquilino. Era un delicado ejemplar de la raza ca-
nina, un perrito que representaba en la casa el elemento irracional, Mas en este ser no se vefan
nunca a inguietud y el alborozo propios de su edad y de su raza; antes, por el contrario, era
tan melancélico como sus amas. En los tiempos de prosperidad habia en la casa muchos perros;
dos falderos, un pachén y seis o siete lebreles, que acompafiaban al decimocuarto Porrefio cuan-
do iba a cazar a su dehesa de Sanchidridn. Con Ia ruina de la casa desaparecieron los canes: unos
por muerte, otros por que el Destino, implacable con la familia, alej6 de ella a sus més leales
‘amigos. Mas, en su decadencia, las tres damas no podian pasarse sin perro; y es fama que un
dia, viniendo dofia Paz de visitar a sus amigas las Carboneras, al pasar por la Puerta del Sol, vio
a un hombre que vendia falderillos de pocos dias. Acercése con emocién y cierta vergiienza, pag6
uno con ocho cuartos y se lo llevé bajo el manto.
Instalado el perro en Ia casa, Salomé le puso nombre, y recordando las lucubraciones mito-
logicas y pastoriles de los poetas que en el tiempo de la Chinchén la obsequiaban con sus versos,
le puso el nombre clésico de Batilo.
Este desventurado ser se hallaba en el momento de nuestra descripcién echado a los pies
de Marfa de la Paz, semejando en su actitud a los perros 0 cachorrillos que duermen el suefio
del mérmol inerte a los pies de la estatua yacente de un sepulcro.
Las de Porrefio se levantaban a las siete de la mafiana, tomaban un chocolate de! més ba-
rato.y se iban a las Géngoras. Oran tres misas y parte de una cuarta. Si era domingo, confesaban y
después volvfan a casa, quedéndose generalmente dofia Paulita en el locutorio a hablar de las
llagas de San Francisco. A la una comian —no tenian criada— una olla decente con menos de
405xv HISTORIA DE LA LITERATURA IT
vaca que de carnero y algunos platos condimentados por el instinto —no educacién— culinario
de Maria de la Paz, que consideraba como la ultima de las humillaciones la de entrar en la co-
cina, Después hacfan labor. Una vez al afio visitaban a cierta condesa vieja que les conservaba
‘alguna amistad a pesar de la desgracia. Llegada la noche, rezaban a trio por espacio de dos ho-
ras y después se acostaban. Al sumergirse en aquellas camas arquitect6nicas, verdaderos monu-
mentos de otros tiempos, los tres vestigios de la familia insigne de Porrefio, vivos exéticamente
en nuestros dias, parec(a que se hastiaban de! mundo de hoy y se volvian a su siglo.
Concluyamos: la més inalterable armonfa reinaba aparentemente entre ellas. Parecfan no
‘tener més que un pensamiento y una voluntad. La uncién de Paulita se comunicaba a las otras
dos, y la misantropia amarga de Salomé se repetia igualmente en las demés. La alegrfa, el do-
lor, las alteraciones de la pasién y del sentimiento no se conocfan en aquella regién de! fastidio.
La ‘unidad de aquella trinidad era un misterio. En los momentos normales de la vida las tres no
eran més que una: lo antiguo manifestado en un triéngulo equilétero; el hastio representado en
‘tes modos distintos, pero uno en esencia.
B — —Desarrollo del comentario
Encuadramiento
El capitulo que hemos seleccionado para hacer su andlisis marca un hito fundamental en el
desarrollo de La fontana de Oro, pues supone la aparicin de un nuevo espacio central de la
accién y de unos inéditos e importantes personajes: Las Porrefio. Estos seres y su casa condicio-
narén desde ahora gran parte de la evolucién del conflicto principal,
Esta es una novela de marcado carécter tendencioso que pretende indagar las causas de!
fracaso det ral” entre 1820 y 1823, por lo que enfrenta en dramético conflicto a li
berales y absolutistas, pero también pretende ahondar en los efectos de esas luchas politicas
sobre las gentes, por 10 que introduce una segunda accién amorosa. Ambas van intimamente
tunidas, porque la narracién, a pesar de ser la primera de Galdés, esté muy bien constru(da,
EI amor entre Lazaro y Clara encontraré en su camino enorme nidmero de obstéculos, que,
ignificativamente, serén siempre puestos por los representantes del absolutismo y Ia intolerancia
—Coletilla y las Porrefio—, ante Lazaro, que encarna el liberalismo progesista. De ah{ que estén
perfectamente ligados los dos problemas bésicos: la politica y la vida se interfieren mutuamente.
El fracaso final del liberalismo venfa impuesto por la misma historia de esos tres tresceden-
tes afios, y Galdés, aunque esté de su lado, no puede forzarlo, pero sf investigar sus causas, que
41 ve en el comportamiento maquiavélico de los “realistas” como Coletilla, que soborna a los li-
berales aparentemente furibundos como el Doctrino y los utiliza para que la revolucién favorezca
a la monarqu‘a absolutista fernandina; y, también, en el pueblo ignorante, que se deja manejar
como si fuera una masa blanda y moldeable en las manos de unos cuantos buenos intrigantes.
La ineptitud general de los constitucionalistas esté representada por el propio protagonista de la
novela, Lazaro, que fracasa constantemente como liberal y como enamorado, y, no tanto por los
obstéculos que le ponen, cuanto por los que é! mismo se crea, ya que es un personaje que se equi
voca constantemente: nada més llegar a Madrid, en vez de ir a ver a Clara, que le espera, se de
llevar de la corriente politica, participa en una manifestaci6n en favor de Riego y es encarcelado,
Mas tarde, cuando convive con ella en casa de las Porrefio —después del capitulo que vamos a co-
‘no es capaz de hablar con ella, ni de sacarla de esa auténtica cércel en que vive. Del mis-HISTORIA DE LA LITERATURA IL xvi
‘mo modo fracasa en la politica, pues no se da cuenta de los turbios manejos de su tfo, ni es capaz
de llevar adelante sus ideas. Lézaro vive en su imaginacién y vaticina sucesos antes de que tengan
lugar, en lugar de vivir dentro de la realidad y analizar esos hechos. Por eso se equivoca, y cuando
actéa, lo hace mal o a destiempo: he ahi el por qué de su fracaso.
La actuacién de las Porrefio, cuya introdiiccién en la trama vamos a estudiar, es esencial
para el problema amoroso. Y es que Lazaro y Clara, hondamente enamorados, sufren graves pro-
blemas por la intervencién de estas fandticas sefioras, porque ellas hablan de Clara como si fuese
tuna gran pecadora —la pobrecita es la bondad y la inocencia personificadas—, debido a su ideo-
logia dieciochesca, absolutista ¢ intolerante, y L4zaro, que lo oye, comienza a tener celos. Aunque
las Porrefio hablan de que Clara es una “perdida” s6lo porque, segiin les dijo Coletilla, un dia se
puso un vestide nuevo y colocé flores en el salén, 0 porque hablé con un militar que fue a ver
a Coletilla a su casa, el hecho es que su absurda intransigencia fanética —ideologfa— condiciona
la mentalidad de Lézaro ante Clara —vida— y le predispone a los celos, que una casual y falaz
circunstancia posterior aumentardn. Con ello vernos cémo el absolutismo no s6lo es nefasto para
Espafia como nacién, sino también para las relaciones meramente particulares y amorosas de dos
j6venes enamorados, que si llegan al final a feliz término es por pura casualidad. Todo esté magni-
ficamente imbricado.
Pero, veamos el capitulo en cuesti6n y conozcamos a las “tres sefioras de Porrefio y Venegas”,
a cuya tutela Coletilla hab(a decidido llevar a Clara para que la educaran y protegieran del “mal
el siglo”, del liberalismo y la tolerancia,
Lacstructura
El capftulo, que lleva el significativo titulo de “Las tres ruinas”, por centrase en la descrip-
cién de las tres Portefio y su mundo, esté claramente estructurado en tres partes, a saber: a)
entorno (casa donde viven y objetos de la misma), b) retrato actual de cada una de ellas, c) historia
de su pasado, Es significativo que sean tres las partes y tres las Porrefio, Més adelante volveremos,
sobre este punto, Ahora, comencemos a ver los rasyos caracterizadores de cada una de estas tres,
partes,
Detallismo descriptive
La primera caracteristica que se observa es la minuciosidad y el detallismo en la descripcién
de los objetos que pueblan la mansién de estas aristocréticas damas. Rasgo este perfectamente
caracterizador del quehacer literario de Galdés en toda su obra, que, basada en la observacién,
No deja escapar elemento alguno de la realidad. Asi, por ejemplo, no sélo describe el “pesado ar-
mario de roble” , sino que también lo hace con su escudo nobiliario, para que quede gréfica
constancia de la ranciedad de este linaje. En el mismo sentido podemos observar la descripcion
de los cuadros de la “galeria” de las Porrefio, llena de pequefios y concretos apuntes acerca de sus
vestimentas y composturas,
Funcionalidad de las descripciones
Inmediatamente, notamos que las descripciones de estos objetos no son gratuitas, no impor-
tan s6lo por los objetos en sf mismos, sino por lo que estos elementos nos dicen acerca de la perso-
407xvunn2 HISTORIA DE LA LITERATURA I!
nalidad de sus duefies —otra técnica tipicamente galdosiana y, en general, propia de todos los
novelitas realistas def siglo XIX—. Asi, sobre estos cuadros de que hablébamos, nos dice Gald6s:
"’Algunos de estos venerandos cuadros estaban agujereados en la cara; otros habfan pedido el co-
lor, y todos estaban sucios, corridos y cubiertos con ese polvo clésico que tanto aman los anticu:
rigs”. Del mismo modo que acerca de las cortinas de la cama, afirma que sus “colores primitivos
se habfan resuetto en un gris claro con abundantes rozaduras y algin disimulado y vergonzante
remiendo. . .” Es decir, todos los objetos y muebles de esta casa —Ios ejemplosse pueden aumer
tar— coinciden en un rasgo: deterioro, suciedad, vejez, ruina. Con lo que, antes de que se descri-
ba a sus duefias, ya las tenemos predefinidas por ellos, marcadas por su cardcter, ancladas en el
pretérito esplendor y en la ruina presente: La decadencia actual de estos muebles representa la
misma de sus duefias y recalca el esplendor, ya pasado, que tuvieron.
Pero no sélo se trata de deterioro fisico, sino que hay otro rasgo fundamental que ya los ob-
jetos prefiguran: La falta de vida, el carécter de “museo”, de “monumento” que tienen muebles
y damas, Por ello los arcones estén sin joyas ni alhajas, y “se vefan roperos sin ropa, jaulas sin
péjaros. . .” Todo falto de significado, carente de funcién, indtil y muerto como ellas tres.
La funcionalidad literaria de esta descripcién de objetos culmina con la del reloj, pues en es-
te caso incluso se recalca su “significacién”: También existe .. . un reloj de la misma época —dice
Galdés—. . ., pero este reloj, que en los buenos tiempos de los Porrefios habfa sido una maravilla
de precisién, estaba parado y marcaba las doce de la noche del 31 de diciembre 1800, Gitimo
afio del siglo pasado, en que se paré para no volver a andar més, lo cual no dejaba de ser signifi
cativo en semejante casa. Desde dicha noche se detuvo, y no hubo medio de hacerla andar un
segundo més. El reloj, como sus amas, no quiso entrar en este siglo”, De este modo, el reloj parado
en el siglo XVIII revela la ideologia arcaica de las Porrefio, su anclaje, como él, en el pasado, en
el antiguo régimen abolutista, fandtico, intolerante y opuesto a la libertad, al constitucionalismo
¥ a la transigencia, por ser ideas actuales y vivas, y estar ellas paradas como su reloj.
También los objetos aclaran perfectamente el nticleo de esta intolerancia de las Porrefi
su fanatismo religioso. Esto queda premonizado por la actitud que una de sus antepasadas adop-
16 ante un mero objeto artfstico, ante unos vasos mejicanos. ”. . . creyendo fuesen cosa diabélica
¥ hecha por las artes del demonio, como indicaban aquellos cabalisticos y no comprendidos signos,
resolvi6 echarlos al fuego...
Pero incluso su religiosided esté carente de sentido y de autenticidad. El fanatismo esté
totalmente desfasado porque también pertenece al pasado, como ellas, y est ya roto, viejo y sin
vigencia, como el “lienzo mistico” que “era el Sancta sanctorum de la casa, y representaba los
sentimientos y creencias de todos los Porrefios”, agujereado por la humedad en su mismo cent
“...¥ no tenia més defecto sino que en el sitio donde el pintor habia puesto la cabeza del santo,
puso Ia enfermedad un agujero muy profano y feo,“ Recalco muy profano para que se vea ac:
tuar @ la ironta galdosiana, aunque este aspecto lo comentaré mas adelante.
De modo que la descripci6n de los objetos establece a modo de un primer cfrculo concéntrico
para que, antes de conocer a sus amas, sepamos cémo son: auténticas ruinas rotas, viejas y desfa-
sadas de un pasado esplendor, ubicados ideolégica, moral y casi fisicamente en el siglo XVIII,
enemigos de todo cuanto aporta el nuevo siglo. Galdés, a modo de conclusién de esta primera
parte, confirma su significaci6n: “Pero las reliquias, las ruinas que més impresi6n producian
eran las tres damas nobles y deterioradas que alli vivian. . .”
408HISTORIA DE LA LITERATURA I! xvas
Plasticidad y carécter pictérico
Cuando iniciamos la lectura de la segunda parte, la que se centra en los retratos de “Las
‘tres ruinas”, observamos una perfecta estructuracién de lo general a lo particular otra vez —antes
era la casa por fuera, la casa por dentro, sus objetos desde el pasillo hasta las habitaciones—, pues
primero aparecen las tres damas juntas en perfecta simetria, y a continuaci6n comienza la descrip-
cién particular de cada una de ellas. Pero notemos que la presentacién general de las tres Porrefio
es totalmente estética y figurativa, claramente pict6rica, pues Galdés lo hace de manera que parece
describir un cuadro, Veémoslo: “.. . sentadas en la sala, puestas en fila. Maria de la Paz, la més
vieja, en el centro; las otras dos, a los lados. Una de ellas tena en la mano un libro de horas, otra
‘costa, la tercera bordaba con hilo deplata un pequefio roponcillo de seda, que sin duds se detins-
ba a abrigar las carnes de algin santo de palo. Las tres, colocadas con simetria, silenciosa y tranqui-
lamente ensimismadas en su oraci6n o su trabajo, ofrecian un cuadro sombrio, glacial, lgubre.””
Nos encontramos con otros de los rasgos caracteristicos del arte de Galdés, pues esta cualidad
pictérica le es peculiar, como ha demostrado J. J. Alfieri, en su estudio El arte pict6rico en las
novelas de Galdés, en donde se afirma que, “si pudieramos formar una teoria sobre el retablo
literario en las novelas de Gldés, diriamos que, en general, hay un precido entre los personajes de!
autor y las generaciones retratadas (en literatura tanto como en pintura) de las épocas anteriores.
Esta teorfa implicaria un determinismo en el sentido de que siendo un personaje parecido a una
figura del pasado, la semejanza tendria que ser existencial tanto como visual”.
A preguntarnos el por qué de esta descripcién de tipo pictérico, encontraremos répidamente
{a respuesta al relacionarla con lo anterios: pensemos que ya antes habia descrito cuadros de ante-
pasados de las Porrefio ya muertos y caducos. Es decir, que la descripcién pict6rica se debe a que
estas tres damas son como sus antepasados y se han quedado en el siglo pasado, estén, pues,
muertas, pues al igual que sus antecesores son figuras de museo, simétricas y unisonas, pero ca
rentes de verdadera vida, de auténtico aliento vital —no olvidemos que el cuadro que representan
es sombrio, glacial y ligubre—. Son auténticas reliquias artisticas como los objetos que guardan
en su casa
Contrastes y antitesis
La descripcién concreta de cada una de las tres “reliquias” esté caracterizada por un rasgo
muy bien determinado: la antitesis, Porque son tres mujeres totalmente distintas, e incluso opues-
‘tas, en sus cualidades fisicas. Se estalece en principio una radical oposicién entre Maria de la Paz
y Salomé. Antitesis que viene confirmada por un paralelismo bésico, y es que —ademés de que
Gald6s lo dice literalmente: “Salomé era un tipo enteramente contrario— la descripcién de ambas
empieza de la misma manera, con un sintagma de plena indeterminacién: “Marfa de la Paz
era una mujer de esas que pueden hacer creer que tienen cuarenta afios. . . Salomé. . ., era de
esas que la rutina o la moda califican, cuando son bellas, de aristocréticas’. La utilizacién en ambos
casos del mismo “cliche” (era una de esas que . . .) establece un paralelo entre ellas y da pie a su
oposicién sistemética. Paulita, en cambio, esté tratada demuy distinta manera,
La opocicién es total y absoluta: la mas vieja es gorda, robusta, de cara redondeada y pecho
abultado, nariz, ojos y boca muy pequefios, y manos pequefias, coloradas y gordas. Salomé,
409HISTORIA OE LA LITERATURA IL
al contrario, es aristocrética, flaca, de pecho casi inexistente, nariz huesuda, larga y afilada, ojos
Y cejas grandes, cuello menudo, manos finas y bellas .
Por otra parte, el contraste existe dentro del retrato de la propia Salomé, cuyas bellas y blan-
cas manos resaltan fuertemente ante su negro vestido (:"cubriala un luengo traje negro. Entre
los pliegues de un vastisimo pafiuelo del mismo color se destacaban dos manos blancas, fin(simas,
de un contorno y suavidad admirables. ) y cuya perfecta y esmaltada dentadura, manifiesta s6lo
cuando sonrfe, se opone al rictus despectivo que aqueja su boca crénicamente.
Los personajes-tipo
El procedimiento que destacébamos més arriba y con el que Galdés definfa a sus dos damas
como “una de esas que”, tiene Ia importancia de aclararnos que ambos personajes, Paz y Salomé,
son meros “tipos”, representaciones de grupos sociales, carentes de auténtica individualidad, ya
{que sus rasgos no son peculiares sélo de ellas, sino comunes a los de otras, iguales a “esas que”,
de las cuales ellas son uno més. Este rasgo tipificador, procedente del costumbrismo y de sus
“fisiologias", caracteriza la primera época de Galdés, la etapa en la que escribe novelas de te
de conflicto ideolégico, para lo cual tipifica a sus personajes y les convierte en meras abstraccio-
res, A partir de La desheredada, al menos en sus personajes principales, ya no utilizaré este tipo
de técnicas y crearé auténticos personajes con individualidad y vida propia.
Pero no hace falta que recurramos a otros ejemplos, pues los tenemos dentro del capitulo,
‘ya que Paulita, “la santita”, estd definida desde el primer momento de muy otra manera. Ella es
ta a las otras dos, pues si fisicamente se diferencia por igual de ambas por separado, hay
varios elementos que la dintisnguen de las dos juntas. As! desde el principio hay més ternuna en
su configuracién, més afectividad y carifio por parte de Galdés, que la califica con diminutivos
‘como “santita”, 0 “Paulita”. Sus formas fisicas son intermedias entre las exageraciones de sus
dos parientes, ni tan “‘abultadas"” como las de Marfa de la Paz, ni tan minimizadas como las de
Salomé. EI cuerpo de la mistica Paula es més hermoso y proporcionado, més bello, a pesar de
sus tocas monjiles, De otro lado, Galdés la diferencia de las otras dos recalcando que no hay
hipocresia en su actitud devota y mistica, que es auténtica, y lo hace dos veces (: “‘No se crea
por es0 que era hipécrita, no; era una verdadera santa por convicci6n y por fervor’. “Crecié con
los afios su devocién, pero no hipécrita, sino devocién verdadera, legitimo fervor cristiano”),
con el fin de resaltar que la hipocresia s{ es un elemento fundamental en la personalidad de las otras
dos, como se demuestra posteriormente en el desarrollo de la novela. Vicio este muy comin
en la novelistica galdosiana, ya que nuestro autor ve en é! uno de los principales males de los es-
pafioles.
Con todo, lo més relevante en la personalidad de Paulita es que, ademés de algunos rasgos
tipificadores —mirar constante y piadoso al suelo, expresin mistica, conversacién en tono de
letanias—, hay algo especial y plenamente individualizador en este context
tos. . ., en que las pupilas de la santa irradiaban una luz y un calor extraordinarios.”” Esta nota in-
dividualizadora que hace de la santita un personaje menos acartonado se explica perfectamente
después, en otros capitulos, en los que ella se enamora apasionadamente de Lézaro, He ah‘ la causa
de esta diferenciaci6n de Paula ante sus dos compafieras; he ahi el por qué de esa “luz” especial.
Y es que todo es magnificamente funcional en la narrativa galdosiana,
La parte tercera, la que cuenta los antecedentes histéricos de esta precaria situacién presen-
no hace més que confirmar lo antedicho, pues en ella se muestra nitidamente cémo Maria
atoHISTORIA DE LA LITERATURA II xv 15
de la Paz y Salomé son semejantes y ambas estén amargadas a consecuencia de sendos fraca
sos matrimoniales que les han causado honda frustacién —a causa ello, la primera comenz6 a
engorgar, y la otra a adelgazar—, y han deshecho sus vidas. De ah que la pureza y honradez de
estos dos sea mera fachada aparente que esconde una decepcién rotunda ante la vida, por lo que
se aclara que su actitud sea absolutamente hipécrita. Mientras que Paulita no ha sufrido frustra-
ccién alguna de tipo amoroso y desde nifia ha estado ensimismada en el mundo de la piedad y el
fervor cristianos.
Ast pues, el triptico se desglosa en diptico, uno de cuyos elementos tiene dos “vestigios”,
¥ @l otro el tercero, que, tal y como aparecen en este capitulo, se mostrardn més adelante, dife-
renciéndose siempre Paulita como la nica que conserva algo positivo.
Coherencia estructural y simbolismo religioso
Existen en el cap(tulo una serie de coincidencias estructurales que necesitan una explicacién:
el fragmento esté perfectamente di en tres partes, a su vez, la central, también se divide en
tres, pues se van haciendo sucesivamente los retratos de cada una de las damas, que son tres. Ade-
més, Gald6s marca claramente el principio y el final de la parte central, pues la comienza diciendo:
“Describiremos los principales rasgos de esta trinidad ilustre."” Y la conlcuye para comenzar los
antecedentes histéricos con el mismo calificativo: “Conocida esta trinidad ilustre, conviene recor-
dar algunos antecedentes hist6ricos.”
La composicién, la estructura literaria tiene para Galdés una importancia capital, muy supe-
rior a la del estilo —véase el tema correspondiente—, por lo que es necesario indagar el por qué de
esta estructuracién en tres partes. 2Por qué tres, y no dos 0 cinco? Creo que la respuesta es obvia:
Porque se trata de retratar a una “trinidad ilustre”, porque son tres las Porrefio. Pero, sobre todo,
Porque lo exige la coherencia del capitulo debido a su simbolismo religioso. Y es que no hay duda
de que son muchas las connotaciones simbélicas que relacionan a la ,"trinidad ilustre” de estas
damas con la Santisima Trinidad. Asf lo hace la concepcién pictérica, de retablo, de triptico,
‘con que aparecen en primer término; ast la gran cantidad de objetos sagrados y religiosos que tie-
rnen en su casa y con los que estén {ntimamente relacionadas, de los cuales dice Galdés que “ins-
iraban respeto”, o que “al entrar en aquella casa y ver aquello objetos deteriorados por el tiempo
bellos atin en su miseria, el visitador se sent’a sobrecogido de estupor y veneracién’, como si de
un templo sacro se tratase. En el mismo sentido podemos interpretar un trazo ir6nico sobre el
rostro de Marfa de la Paz, que “en el siniestro lado tenfa una grande y muy negra verruga, que
asemejaba un exvoto puesto en el altar de su cara por la piedad de un catélico”O, los ademanes
de Paulita, pues “‘verla y sentir gamas de rezar un Padrenuestro era una misma cosa”. Pero, sobre
todo, lo declara Galdés explicitamente al concluir el capitulo diciendo que: “La unidad de aquella
trinidad era un misterio. En los momentos normales de la vida de tres no eran més que una:
Lo antiguo manifestado en un tridngulo equilétero; el Hastfo representado en tres modos distin-
tos, pero uno en esencia’”.
Es clara, pues, la relaci6n simb
lica, y por este motivo, en artistic
que une la trinidad de las Porrefio con la Trinidad cat6-
coherencia,el capitulo se compone en torno al niimero tres.
Pero, équé tipo de relacién simbélica se establece? Creo que a nivel meramente figurativo,
esto es, lo que relaciona esta “regién del hastio” caduca y afieja con la Trinidad no se lo espiri-
anxvnie HISTORIA DE LA LITERATURA IL
tual, sino la mera apariencia externa y superficial, la actitud hipécrita de estas damas que adop-
tan maneras de santidad, que oyen todos los dias tres misas por las mafianas y por la noche rezan
durante dos horas seguidas, y en cambio son radicalmente malas. Lo que hay en las Porrefio es
“pose” de santidad, apariencia, maneras, formas. . . Y ello conileva una critica contra la religion
‘asi entendida, contra las meras prdcticas externas —todo son imagenes piadosas, cuadros, exvo-
tos: un mundo de meras representaciones vactas de contenido— Se trata de una religiosidad vie-
ja, pasada, que ya no tiene sentido por ser falaz y aparente. Con ello, el simbolismo religioso, que
es otra de las caracteristicas peculiares de la novela galdosiana, se manifiesta plenamente en este
capitulo.
Significado profundo
El sentido de! capitulo est4, pues, perfectamente claro. Se trata, en definitiva, de una dispo-
sicién estudiada para dar al lector el més completo y acabado cuadro de las Porrefo. Desde ahora
quedan absolutamente definidas como “ruinas”, “vestigios”, “reliquias”, “angeles cafdos”, “monu-
numentos”. Viven “exéticamente en nuestros dias”, dice Galdos, desfasadas, anticuadas, ancladas
en el siglo XVIII como su reloj. con su fanatismo religioso superficial, su hipocresfa, su absolu-
timo y su intolerancia, Representan todo lo contrario de la ideologia galdosiana, y por ello a
recen claramente ridiculizadas.
Las tres partes del capitulo van estableciendo sucesivos crculos concéntricos que van, cada
vez més y mejor definiendo la personalidad de estos tres seres que se ha pasado de época por una
traicion de la maquina del tiempo. Los circulos —objetos, ellas en el momento presente y los ante-
cedentes hist6ricos - concéntricos se van, poco a poco, cerrando en espiral. y las “tres ruinas” que-
dan completamente carécterizadas desde todos los puntos de vista: su aspecto fisico, su condicién
moral, su historia, su entorno. Cuando ya no queda casi nada, Galdés remata un retrato con un
trazo magistral: el perro Batilo, incluso, es también como ellas y como los muebles, pues nunca
juega ni esté inquieto, y siempre se muestra “tan melancélico como sus amas”. Otro simbolismo
ahora escultérico, deja absolutamente cerrada la significacién: “Este desventurado ser se hallaba
en el momento de nuestra descripcién echado a los pies de Marfa de la Paz, semejante en su acti-
tud a los perros 0 cachorrillos que duermen el suefio del mérmol inerte a los pies de la estatua
yacente de su sepulcro”.
Es decir, estén muertas en vida, no tienen vida, ni calor humano, ni sintoma alguno de vita-
lidad, por es0 son como sus objetos, como un muse0, como las figuras de un cuadro ya viejo y
roto, por eso sus actitudes son estéticas, por eso el simbolismo religioso con la Trinidad es mera-
mente pléstico. . . Porque son formas sin vida como las estatuas 0 los retablo de los templos, Ahora
nos damos cuenta de que todo coincide en un punto: Muerte simb6lica, puesto que eso quiere
decir no vivir en su época, sino en el mundo pretérito. La pincelada final es rotunda: “’La alegri
el dolor, las alteraciones de la pasién y del sentimiento no se conocfan en aquella regién del fas-
tidio.” No hay nada humano, nada vivo, todo ha fenecido: ni alegrfa, ni dolor, ni pasién, ni sen-
timiento. . . Todo es “'sombrio, glacial, ligubre” en el absurd mundo de esta “trinidad
‘Son meras representaciones pictoricas 0 estatuas yacentes puras jaulas sin péjaros, roperos sin
ropa, arcones vacios. .., formas sin contenido, cuerpos sin vida, Todo es magistralmente cohe-
rente y perfecto en esta magnifica muestra del arte galdosiano.
a2HISTORIA DE LA LITERATURA IL xviiny
La ironia
A pesar del cardcter evidentemente negativo con que Galdés nos dibuja a la “trinidad ilustre”,
a pesar de representar el ideario opuesto al suyo propio, no hay encono, ni sarcasmo, ni crueldad
en el retrato, sino incluso humorismo, ridiculizacién cémoda y sétira sin agraz. Y ello debido
@ un recurso tipicamente galdosiano, que este novelita usa con tino desde la primera hasta la
Ultima de sus novelas: me refiero a la ironia, que le permite distanciarse de su creacion y adopter
asi una postura més abierta y comprensiva —que es Io que no supieron hacer ni Alarcn, ni Fer-
én Caballero ni Pereda, mucho més tendenciosamente parciales que el tolerante y comprensivo
novelador canario— que conserva el buen humor pese a todo. La ironfa es constante en este frag:
mento, pues, por ejemplo, describiendo la habitacién de la santita (:"Junto a la cama ~pudoroso
y casto mueble que nombramos con respeto—"), se burla del puritanismo fiofio de esta. O ironiza
acerca de un diente rebelde que se asoma a la boca de Marfa de la Paz, o escribe del mismo modo,
“unos vellos negros que habian sido agraciado bozo y eran ya un bigotillo barbiponiente”” de
Salomé. Acerca del seno de esta dice con gracia, ironizando sobre su exagerada pequefiez, que tan
angostos eran sus pechos, que sus “formas al exterior no podria apreciar en la época de nuestra his:
toria el més experimento geémetra’”
Este recurso tiene en Galdés un origen claramente cervantino, segin ha demostrado la cri-
tica ampliamente, pero este capitulo ofrece la ventaja de ofrecernos una prueba directa de ello,
ya que al_describir los ingredientes de la comida de estos “vestigios” dice: ” A la una comfan, .
tuna olla decente con, menos de vaca que de carnero . ..”, casi repitiendo literal y burlescamente la
comida habitual del hidalgo de Cervantes, antes de convertirse en Don Quijote , apenas empezar
la inmortal novela.
La omnipresencia del autor
Otra técnica clave de este capitulo es la intromisi6n constante del autor dentro del relato,
ya para decirnos cémo debemos interpretar un dato, actuando como juez supremo en posesin
del bien —: el reloj y su significacién—, ya presenténdose como narrador-testigo de los hechos:
“También existe —y si mal no recordamos estaba en la sala— un reloj, . . ; ya revelando sus fuen-
tes de informacién cuando no vié é! directamente un elemento que describe, o al que alude, !o que
es otra forma de narrador-testigo: “En el cuarto de la devota. . . — lo decimos de ofdas, porque
ningin mortal masculino pudo jamés entrar en él —habia...
La utilizacién de este recurso es fundamental, no s6lo en Galdés, sino en toda la novelistica
realista decimonénica. Con él autor se convierte en un ser omnisciente, casi divino, que todo
lo dirige y controla, anulando por completo la libertad del personaje, y también Ia del lector.
Esta técnica se explica por el hecho de que en las novelas tendenciosas, al utilizar la literatura
‘como instrumento de lucha ideolégica, el narrador interviene en el relato para dirigir la interpre:
tacin que se debe dar a los hechos. Con ello se prejuzga la accién, se coarta la libertad y, por
todo ello, supone un pesado lastre para la creacién literaria,
Por otra parte, cuando el autor-narrador interviene como testigo, como suce aqui varias
veces, Io hace con el fin de demostrar que su obra es realista, que estd basada en la observacién
directa de hechos y personas. Sin embargo, los novelitas del siglo XIX no se dieron cuenta de que
esa constante aparicion del autor en la novela, al contrario de lo que pretendian era irreal e iba
contra el presupuesto bésico de su quehacer, al deshacer la “ilusion de realidad”. Afortunada-
mete, Galdés, a partir de La desheredada, comprendié que el personaje y el lector necesitaban Ii
413,xVHNe HISTORIA DE LA LITERATURA It
libertad y fue evolucionando en sus técnicas y abandonando este recurso —veése el tema correspon-
diente— definidor méximo, quizé, del conjunto de! novelar ochocentista.
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