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Es también conocido, y por ello más patético, que los padres creen que la
educación compete únicamente a los centros educativos, y si es privado tanto mayor la
misma, y más todavía porque están haciendo una inversión económica y suponen que
no puede ser de balde; sino que los frutos deben estar garantizados, cueste lo que cueste.
“La verdadera educación significa más que la prosecución de un determinado
curso de estudios. Abarca todo el ser, y todo el periodo de la existencia accesible al
hombre. Es el desarrollo armonioso de las facultades físicas, mentales y espirituales…”
Esta educación integral no puede cederse a una institución educativa; porque no puede,
ni debe hacerlo. He aquí el grado de responsabilidad de los padres, convertirse en
simples procreadores y dejar a los hijos en manos de instituciones educativas, y que
sean ellas las que refinen, pulan y encaminen a sus hijos, según su buen o mal criterio.
Luego cuando algunos padres quieren encaminar a sus hijos, solo consiguen rechazos y
no les queda más camino que el lloro y crujir de dientes porque sus hijos nunca les
pertenecieron y su autoridad fue suplantada por otros y su autoridad ha sido extirpada.
El área espiritual en el desarrollo de la educación es tarea de los padres y ninguna
institución –por muy buen intencionada que sea - lo va a hacer; porque justamente, esa
es el área que los padres no deben descuidar y que solo les compete a ellos.
Cuánta lastima inspiran aquellos alumnos que son el reflejo –y herencia- de un
centro educativo y que de sus padres lleven solo el apellido. Padres cíñanse el cinturón
–son parte del problema educativo- y eduquen a sus hijos en casa, con amor, ese amor
de padres que es el reflejo del amor de Dios y luego después de cumplir su noble
misión piensen en mandarlos ocho o diez horas al colegio, donde demuestren lo
aprendido en el hogar y puedan desenvolverse plenamente física, mental y
espiritualmente con el uso de las facultades que Dios les dio.
3. Y los docentes…
El núcleo del problema educativo, sin temor a equivocarnos es el docente, es ese eje
enclenque y débil sobre el cual tambalea la educación nacional.
Los tecnócratas y pseudos vanguardistas de la educación pretenden parametrar la
solución del problema educativo a un docente robotizado por capacitaciones ,
actualizaciones, modelos curriculares, más esquematizados e inflexibles cada vez y que
en el terreno de la teoría se ven tentadores; pero que carecen de pragmatismo y solo
llenan un vacío cabal de manera superficial e ingrata, inclusive.
Nos rebelamos ante semejantes imposiciones que son paliativos para moribundo
hechos por hierberos y chamanes de la educación. Parafraseando al gran maestro M.
González Prada diremos que el docente no puede ponerse en manos de médicos
parkinsoneanos con cataratas seniles en una fría sala de operaciones. No
contravenimos dichas teorías o propuestas; pero tampoco se puede ser docente
aplicándolas por imposición o por sometimiento, por incapacidad o por desdén.
Nos gustaría ver a esos peritos en un aula con alumnos desinteresados,
desmotivados y asustadizos aplicando sus propuestas insólitas, si decimos que un
docente es un artista, no podemos pretender imponerle lineamientos, no se puede decir
aplica esto o aquello y todo v a ir mejor; porque los seres humanos somos
impredecibles, y porque hasta al más grande de los maestros, que traía la salvación, lo
rechazaron.
El docente como eje de la educación no puede ser un pelele conformista que
pretende enseñar en función a remuneraciones, o reconocimientos inútiles, ni supeditar
su labor a intrascendentes tecnologías educativas. La docencia demanda recordar que se
tiene entre manos a una arcilla pulcra e inocente y que, cual alfarero, requiere de dársele
forma como si fuera nuestra propia vida, quien ve a su hijo con hambre y le da una
serpiente, o lo que es lo mismo, quien aplica su plan curricular sin pestañar si se ve una
situación anormal en un aula, se deja los conocimientos y se soluciona el problema a
costa de lo que cueste, ¿verdad? .
El papel de un docente no es hacer de sus alumnos entes útiles a la sociedad o
grandes profesionales del mañana, -cómodos chauvinismos, pero baratos- no, el papel
es encaminarlo a la libertad en todo el sentido de la palabra, no a aprender valores; sino
a practicarlos, a hacer pensadores y no meros reflectores de los pensamientos de otros, a
conservar sus principios como lo hace la brújula al polo; aunque se desplomen los cielos
y aunque se frustren algunos proyectos. Esa es la misión, que cada alumno sea un
pensador en absoluta y total libertad; solo así se podría cambiar la educación, solo así
se podría cambiar el país, solo así se le devolvería al hombre la imagen y semejanza
que Dios le dio.
Los padres deben asimilar su rol dentro del proceso educativo, aplicando la mejor de
las didácticas, el más sofisticado de los métodos de enseñanza: el amor hacia los hijos,
ese amor que todo lo puede y no cimentado en exigencias banales, como primeros
puestos, diplomas, sino en poner las bases de ese hombre que esperamos en el futuro,
hecho por ellos mismos, a su imagen y semejanza, tal cual nos hizo Dios.
Las instituciones educativas replantear sus postulados, educar en función a la
individualidad y libertad de cada ser humano y no robotizar al elemento al cual
queremos redimir; ver al alumno como el fin y no como un simple medio de alcanzar
las nobles metas trazadas.
Los docentes no deberían someter el papel que hizo Cristo, enseñar, a soluciones
meramente teóricas y tecnológicas, si el más grande maestro fue rechazado, pudiendo
utilizar su poder de Dios y solucionar todo, no lo hizo, se hizo hombre y como tal se
puso en el nivel de un hombre y así enseñó. Cuanto más un docente no debe ser
esclavo de las formas, por el contrario recordar que el papel de docente consiste en el
que hace el alfarero, en sus manos está aquella arcilla y la forma que le demos
determinará lo innoble o fructífero de nuestra labor.
Creer que siendo un experto elaborador de currículos nos hace óptimos docentes,
desvirtúa la labor misma de la educación, si no se puede lograrlo, es mejor dar un paso
al costado, si la preocupación y desvelo son las notas, los exámenes y el tener menos
desaprobados, se hace un papel contrario al natural y se traba la verdadera educación.
No debe confundirse la misión del docente, el obnubilarse en preparar solo
conocimientos, el invadir el territorio de un padre o el simplismo de enseñar por enseñar
en una pálida sombra de lo que es la educación, no debe olvidarse que nuestra meta es la
redención del hombre.