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ir ay | XC rz (ee 9 a) / Diez cuentos pragenicados por nujenes \ iownbves ! cde le tribe Fultclee —rara rams cle ka huni de lose ‘mapuches— en los aios anterions ka Conus expel, § alrededor del eruences Lago Esoowdda, ! ‘hoy anguihue. Sus encueniros afecuvos, su reac ! om a metraleza vs vison del rue, rele gid, Nos hacen conocer de moxla enivetenido profunde las ruices cle nuesino pals Nacido en Rengo (VI" Regkin) en 1952, Manuel Gallegos es tiuilada de Actor y Magisler en ! Direccién Teatral de la Universidad de Chile. Ha formado y dirigido grupos en el dienbino ey. | clonal y profesional, especializndose en (eutro ! {infanto-juvenil. Ha publicado, entre otray ohn teatrales, Las avennars del sefior don Gao {199) y Encuentro en Trtén y otras obras (1994), los relatos Cuentos para no corr (1908) y las novels Travesta femal (1997) y El cisne y la hows (2001), | Cuentos Mapuches del Lago Escondido | ian = I ll i Manuel Gallegos —— onshion Doby. MANUEL GALLEGOS CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO e Iustraciones de MONICA LIHN. 1S.B.N. 956-12-1444-X, 2 edicién. septiembre del 2003, © 2001 por Manuel Gallegos Abarea. Inscripeién N° 122.495. Santiago de Chile Derechos reservados para todos los pass. Ezitado por Empresa Bditora Zig-Zag, S.A. Los Conquistadores 1700. Piso 17. Providencia, ‘Teléfono 3357477, Fax 3357545. E-mail: zigzag@zigzag. ~Tu pie sanard -le explicd. Y sin agregar una palabra més, se levants y des- aparecié entre el bosque de coligiies. El joven sélo al- canz6 a mover afirmativamente la cabeza, asombrado ante esa inesperada aparicién. Rayentrai regresé muy pronto trayendo en las ma- nos un pufiado de barro y 1o puso sobre el tobillo del mu- clacho, quien sintis el fifo de la tierra hiimeda, acompa- ado de una sensacién de bienestar, primero en el pie, y Juego en todo el cuerpo. ~Gracias -murmur6, y ella se quedé contemplin- dolo en silencio. —Quisiera pedirte algo mas. Tengo mi pecho heri- do. gPuedes ponerme ese barro magico también? ¥ la nifia, sin decir nada, se incliné hacia él estu- diando la herida, Sus manos tomaron el resto de barro y tan suavemente lo aplicé, que el muchacho s6lo sintié un aire fresco rozando la piel. —Ahora deberfa irme -afirm6 el joven, sintiendo un fuerte dolor al tratar de levantarse. -El pie debe descansar y mi ruka esta lejos para llevarte... ,Cémo te Hamas? {Dénde estén los tuyos? —le pregunté Rayentrai. Mi nombre es Millaleu. -{Millalou! -exclamé ella, y agreg6—: Millaleu... Rio Dorado, ;verdad? -Si. A mi padre le agradaba el reflejo del Sol sobre 10 ‘CUENTOS MAPUC cl rio y entonces me Ilamé ast. Rayentrai sonrié con un gesto cristalino. El mucha- cho continué: Vengo del Norte, a dos soles y dos lunas de aqur. -{Tan lejos? Eso noes lejos. Yo he caminado cinco soles y cin- co lunas més al Norte. La joven estaba maravillada con las palabras de Millalea. -Mi padre -siguié él me envié a traer una noticia importante para los hermanos del Sur que hablan el mapadungiin*, nuestra lengua mapuche. Qué noticia? -inquirié ella. Millalcu la miré indeciso unos segundos y luego levant6 una flecha ensangrentada con adornos anudados de color rojo. Sobrecogida, Rayentrai exclamé: efias de guerra! ~S{ -respondié él. Y continué—: De las tierras del norte ha Ilegado el extranjero y en su espiritu trae inten- ciones oscuras que mi padre no alcanza a comprender. Por eso invita a los jefes a reunirse en cl dia y la hora indicada en esos nudos colgantes. =Mi abuelo nos contaba leyendas que hablaban de la venida del hombre blanco ~Ie dijo Rayentrai, Millaleu se quedé pensando, como si en ese instan- te hubicra emprendido un largo viaje. La muchacha lo iré y guardé silencio. Luego, él fij6 los ojos en los de i MANUEL GALLEGOS ee sa Rayentrai y le pregunt ,Cémo te llamas? —Rayentrai —Rayentrai,... Rayentrai.... significa Cascada de Flo- res, {Sabes quién lleva ese nombre a dos soles de aqui? Ella negé, alzando con gracia los hombros, —Allé, tu nombre vive en la flora, en un espfritu bue- no, cuidador de todo lo que germina sobre la tierra. Rayentrai lo miraba absorta y placenteramente. Entonces, Millaleu agregé: =jAcaso eres el espiritu protector de este earimahuida, el monte verde? Lanifia ri6 gozosa, y con un encantador aire de cer- teza afirmé ser ese espiritu protector. De verdad eres Rayentrai? Y ella, con donaire y rapidez, esboz6 un afirmativo movimiento de cabeza, Millaleu hizo una pausa para pen- sar y pregunté: Pero, jeres real? —Si -contesté Rayentrai. ~Real... real? -volvié a preguntar él con gracia. Y ella asintié una y otra vez en medio de su risa did- fana y alegre, que era como una cascada de agua y flores. El joven intenté levantarse ayudado por la mucha- cha; la bajada era peligrosa y ella le aconsejé permane- cer en el monte, hasta donde vendria a cuidarlo. Millaleu acept6 en silencio. 12 ‘CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO | a.’ Entonces, Rayentrai lo condujo hasta un shuecado alerce milenario donde cobijarse. Asi, durante varios dfas, apenas los débiles rayos del Sot penetraban al follaje de los arboles, la nifia, con un canasto al brazo, iniciaba la tarea de subir el cerro y bajar cuando las aguas del lago se tefifan de oscuridad. Millaleu se sentia feliz con su protectora, esa mez- cla de espiritu sobrenatural y de ser humano que atin no sabia diferenciar. Al amanecer del tercer dia, ella no lo encontré en el refugio del alerce. Inquicta, pensando en alguna des- sgracia, inicié la bisqueda invadida por un repentino do- lor en el pecho, como el que sentfa cuando un érbol era abatido en el bosque. Retorné al sendero donde lo vio por primera vez y lo encontré sentado sobre la hierba, contemplando absorto el horizonte. Silenciosamente, Rayentrai se senté junto al mu- chacho y dejé viajar también la mirada, deseando unirse ala de él enel infinito. Durante algiin tiempo permane- cieron asf, rodeados de la misica del viento, los arboles ¥ pdjaros. Millaleu regresé con la vista por sobre las al- turas de la montafia del fuego, atravesé las aguas del modesto lago y Ilegé hasta la hierba donde estaba senta- do junto a Rayentrai. Levant6 la mano, tom6 la de ella y, acariciéndola, sintié su célida suavidad. Acereé el rostro y la bes6 en los labios. La nifia no dijo nada. Sélo un brillo de felicidad resplandecié en sus ojos, Sin pensar- 13, MANUEL GALLEGOS JR lo, acaricié también ella las manos de él, acogiéndolas en silencio y con dulzura, Después, Millaleu hablé: —Rayentrai: tu ternura ha despertado mi corazén dormido y ya lo siento habitado por tu persona. «En tan pocas lunas?», pens6 ella. Y Millaleu res- pondié a la pregunta que ella no le hiciera El tiempo no importa. Ti y yo nos encontramos, eso es lo principal. El viento dispersé las nubes que habfan trafdo una leve Iluvia, mientras a lo lejos Ia luz del Sol luchaba por abrirse camino en el cielo. Un huépil*! {Un arco iris! -exclamé la nifia. Y se quedaron mirdndolo en silencio. —Desde hoy -declaré Millaleu apuntando a los co- lores-, tt estards en cada uno de ellos. Y se abrazaron con un sentimiento puro como el aire, la Iluvia y la tierra que los rodeaban, Habfan descu- bierto el aydin*, esa especie de luz interior que ilumina la vida y su entorno, como el sol naciente del espfritu: el amor. —Rayentrai -dijo el muchacho-, debo partir. Mi am* vivird en el aire que envuelve este valle. Bastard que res- pires profundo y mi am se uniré a la tuya. Asf, en cada inspiraci6n vendré junto a ti. Hazlo, ya que se acerca la hora jamds deseada. Este tiltimo abrazo sera como el ayn iil, el canto del amor. Millaleu, que pensaba como los hombres sabios de 14 (CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO ———a—vaaeororove ew <5 la tribu sabjan hacerlo, comenzé a alejarse de ella lente mente, sin dejar de hablarle: -La distancia y el tiempo no existen, Rayentrai. Ta stars en los arboles, las flores y las hierbas que cubren mis campos del norte. Te encontraré donde mis ojos miren y cuando ya no vean nada, te hallaré con los ojos de mi am, Su voz fue perdiéndose hasta confundirse con el agitar de las hojas y el murmullo del viento. Pas6 el tiempo. La nieve cubrié otra vez las monta- fias y el paisaje comenzé levemente a cambiar. Rayentrai dirigfa los pasos hasta el Iago, respiraba hondo y con- templaba el horizonte. Muchas veces sus lagrimas de ale- aria, y alguna vez de tristeza, cayeron en las orillas y se cuenta que ayudaron a subir el nivel de las cristalinas aguas. Asf, el lago crecié con lentitud dia tras dia y ato tras afio, hasta llegar a ser el hermoso y enorme lago Llanquihue, escondido entre montes, volcanes y bosques. En algunas ocasiones, Rayentrai subia a paso lento el monte, se sentaba en una piedra lisa y miraba los arcoiris. Después, inspiraba lentamente el aire puro, son- refa y dejaba fluir por sus ojos el dulce ayiin il, mirando con ternura el universo. Sus hermanos cunches la crefan sin juicio y mur- muraban en voz baja: ~iPobre Rayentrai! jAhi esta esa loca! {Qué des perdicio! jLlevarse la vida softando! ;Siempre en espera 15 MANUEL GALLEGOS IR de su guerrero que ya debe estar muerto! jEsté loca! Asi repetian como un eco entre los montes y pampas. Pero un dfa, cuando los ojos de la mujer miraban al infinito, vio iluminada por un rayo de sol una débil balsa de troncos que se acercaba, La embarcaci6n leg a la orilla y bajé el tnico pa- sajero, un anciano. Caminé hacia ella y le hablo: =Rayentrai, he vuelto. La guerra durard mas que la vida de un hombre. Mi cuerpo esta cansado y he venido por mi am... Rayentrai sonrié. Volvieron a iluminarse aquetios ojos con la luz del aytin, esa claridad que desperté su corazén cuando recién dejaba de ser una nifia. Y le dijo al anciano: —Millaleu, te estaba esperando. El hombre se acereé y la acogi en un abrazo pro- fundo, al mismo tiempo que las sombras de! monte abra- zaban las aguas del Lago Escondido. EL SECRETO DE LA PLAYA PUYE PE OZ Hieriauca* fue uno de los antiguos nombres dado al lago Llanquihue por los primeros huilliches, y tam- bién al imponente volcdn que lo resguarda. Para estos hombres y mujeres, tanto el lago como el voledn forma- ban una unidad, y de allf que tuvieran una tinica denomi- nacién. En el sur de Chile no es extrafio ver cubrirse el cielo de enormes nubes arremolinadas. Estas se reflejan en las aguas del lago Huefiauca, y asi el cielo y el voleén se ven envueltos en un solo torbellino amenazante... De alli la raz6n de aquel nombre mapuche: huenu: cielo, auca: rebelde En ese lago, en el lejano y olvidado tiempo cuando sus orillas estaban cubiertas por las ramas de avellanos, pellines, ulmos y coligies que hacian dificil el acceso hasta las cristalinas aguas, Teipina, nifia cuyo nombre significa diwefie maduro (un diminuto y sabroso hongo 17 MANUEL GALLEGOS ah redondo y anaranjado que crece en los coigiles y robles), y su amigo Carilemu, llamado asf para que recordara toda la vida el «bosque verde» donde habfa nacido, llegaron por un sendero hasta la estrecha playa oculta por una ar- boleda de arrayanes El dia que los nifios descubrieron ese lugar, Carilemu lo llamé Playa Puye o Playa Pececito, en ho- menaje a su encantadora amiga, a quien en sus juegos le decfa carifiosamente «mi pececito» Su orilla estaba sembrada de rocas arenosas, cubier- tas de cientos de pequefias tazas formadas por la crecida natural de Jas aguas que cada noche ahondaban el terre- no lenta y suavemente, desde hacia ya siglos. Carilemu se senté en la roca mas alta para escuchar el sonido del agua cayendo en las tazas, todo lo cual pro- ducfa, junto a las infimas olas, la mas delicada mtisica jamés ofda en su breve existencia. —Cuando no me encuentres en el bosque —Ie dijo a Teipina- ya sabrés donde buscarme. Estaré aqui, oyen- do esta magica cancién de las aguas. Luego de oft absorta unos instantes, la niffa se le~ vant6 atraida por algo mas poderoso que un imén: las flores que cubrian la orilla del Huefiauca. Se entretenia oliendo su perfume y conversindoles, como si lo hiciera con sus mejores amigas. Carilemu sabfa que ella hablaba a las flores, asf como Teipina no desconocia el didlogo de él con las aguas 18 MANUEL GALLEGOS Ie i del lago. Los dos conservaban aquel secreto ante los de- més nifios, quienes pasaban las horas jugando al palin, el juego de la pelota con un bastén, 0 con las kantu, las muifiecas. Carilemu contenfa en los ojos las aguas rutilantes del lago, iluminadas por unos rebeldes rayos del Sol de noviembre, cuando, de pronto, percibié un delicado, menudo e intenso aleteo sobre la transparente superfi- cie, Al principio, creyé que era s6lo el parpadear det Sol enel agua, pero luego descubrié a una mariposz que ale- teaba desesperada, como pidiéndole ayuds, Con el corazén ansioso, el nifio grité a Teipina para hacerla participe del hallazgo. Ella corrié al urgente la- mado del amigo, quien haba extendido el brazo y el menudo indice para indivarle el aleteo multicolor. —{Una llampiidken*! jUna Ilamptidken! ;Y esté he- rida! ~exclamé la nifia. Casi sin pensarlo, Teipina entré a las aguas del Huefauca, mojandose el quipan hasta las rodillas. Se in- cliné, acercando las manos al colorido insecto que pro- ducia débiles ondas en el agua con sus ya desfallecientes aleteos. Lo tomé delicadamente entre las palmas ahuecadas y regresé donde estaba Carilemu de pie, es- perando. Con los ojos sonrientes, extendié los brazos y abrié las manos entre las de su amigo para dejarle el pre- ciado tesoro. El nifio lo acogié con suavidad y luego, abriéndo sus manos como una nuez, se qued6 observan- 20 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO dolo. Era una mariposa de alas color café oscuro y man- has anaranjadas. Un entomélogo la habria clasificado como perteneciente a la familia de mariposas llamada elina vanessoides, habitantes de aquella zona surefia.. Teipina, triste los ojos, miré a la mariposa y no pudo impedir que emanaran unas cuantas lagrimas. Por su pen- samiento, como un rayo, habfa cruzado la muerte de esa pequefia flor con alas. Entonces, Carilemu bajé a la arena de piedras y ca- miné de espaldas al lago, llevando la mariposa entre los dedos. Teipina permanecié inmévil unos segundos y, enseguida, fue tras los pasos del amigo. Al llegar a la entrada del bosque, los ojos del nifio encontraron un ulmo cubierto de flores blancas que reci- bfan atin los rayos de sol. Entonces, suavemente separd las manos sobre la superficie verde de una hoja. Dos pa- res de ojos infantiles quedaron fijos, observando ansio- 80s y casi sin pestaficar. La mariposa aleteé extenuada y se qued6 quieta, acogiendo el calor de la tarde. La espera fue breve. Abruptamente rompié el aire un aleteo largo y acelerado. La mariposa salt6 de la hoja, moviendo con agilidad las alas y se posé en la hierba. Segundos después, en un rapido vuelo se elev en direc- cin al bosque. Los nifios la siguieron inquietos, hasta que desaparecié en la espesura. Carilemu buscé la mira- da de Teipina. Sin decir palabra acercé su rostro al de ella y le dejé la huella invisible de un deso en la mejilla, 21 MANUEL GALLEGOS PR al tiempo que cogfa la mano de la nifia y entre risas la arrastraba corriendo hasta la orilla del Hueftauca. EI Sol persiguié ala Luna muchas veces, y una no- che la bella mariposa visit6 en suefios a Teipina. La nifia se habia dormido pensando en ella y apenas cerré los ojos la vio venir desde la lejanfa, Detuvo el vuelo, po- séndose con las alas extendidas en su cabello y le habl6 a =Teipina, gracias por salvarme. Pensé que mi exis- tencia terminaria en el lago, sola, y sin aleanzar mis suefios. Y dormida, la nifia le respondié: —Llampiidken, eres delicada y de hermosos colo- res. Mi madrecita me ensefi6 que ti eras un regalo de Ngiinechen*, el Padre Dios. Ella me dijo que eras sim- bolo del universo en nuestras vidas: encarnas todo lo que cambia y se transforma, La mariposa estaba feliz al escuchar las palabras de Teipina y de saber del aprecio de esa Gente de la Tie- ra. Su vida era, como lo expresé la madre de Teipina, un constante cambio, De un huevo nace una larva, se convierte en oruga, luego en crisélida y, por iltimo, en mariposa. Después de que ustedes me dejaron en el bosque, no pasé mas de un sol y me senti mejor. Al segundo sol aparecié una mariposa grande y con mayor variedad de colores en sus alas; dio vueltas rodedandome, despidien- 22 MANUEL GALLEGOS aK do un suave aroma, imperceptible al olfato humano. Era el amor sofiado en mi breve vida. En ese instante, los vuelos y aleteos expresaron el sentimiento de su corazén y, habkindome sin palabras, me dijo: «Llampiidken, eres, hermosa; tienes una manera tan tierna de posarte en cada flor, tus ojos son bellos como el arcoiris y tu alegria des- pierta al bosque sofioliento». Enseguida se acercé hasta tocar con sus antenas las mfas, sensibles al tacto y a los aromas, bastando s6lo ese gesto para comprometeros. Por favor, Teipina, cuando despiertes de tu suefio visita- me en el claro del bosque, bajo la copa del drbol de flo- res blancas donde me dejaron al salvarme de las aguas del lago. Y asi, en un vuelo multicolor, se perdié entre los Arboles esfumados del suefio. Teipina sintié como un roce de alas en los parpa- dos. Un rayo de sol filtrado al interior de la ruka la hizo abrir los ojos. Luego, recordando el suefio, resplandecié su rostro de alegria. Se levant6 apresurada y corrié a la ruka de Carilemu. Apenas se asomé, tomé la mano del chico y lo Ilev6 tro- tando por el sendero hasta la Playa Puye. Este no enten- dia tanta prisa. Teipina guards silencio, diciéndole con un gesto que se trataba de un secreto. Al llegar a la playa, caminaron dando la espalda al lago hasta un claro de luz y, de pronto, una nube de ma- riposas emprendié vuelo. Volaron, envolviéndolos, como 24 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO pe si de sus cuerpos nacieran miles de menudas alas multi- colores. Teiping, radiante de alegrfa, estiré los brazos y dos mariposas se posaron en las palmas de sus manos. ~iEs ella! -exclamé-. jLa llampiidken que salva- mos en el lago! Las dos mariposas volaron y se confundieron con fas otras, Entonces, Teipina descubrié en las alas de to- das ellas los colores y dibujos de las dos que se habfan posado en sus manos. El milagro de la vida habia ocurri- do y los dos nifios ayudaron para que asf sucediera. Los ojos de Teipina desbordaban felicidad y Carilemu se dejé llevar por aquel instante maravilloso del vuelo de las muriposas que, rapidamente, eligieron caminos distintos en el aire para cumplir con el plan tra- yado por Ngiinechen. La alegria hizo correr a los nifios por la orilla del Huefiauca, moviendo los brazos al igual que las alas de tumta hermosa y feliz llampiidken, mientras se internaban por la espesura que ocultaba a los demds la Playa Puye. 25 EL JILGUERO QUE TENIA UN CANTO DE CRISTAL | nS En la ribera del Lago Escondido vivia un pajarito de cuerpo pequefio, con las plumas del pecho, el lomo, alas y cola de color amarillo. Unicamente en la cabeza luefa plumas negras, como si llevara un gorro aterciope- lado. Asi, todo el mundo distingufa a los jilgueros, identificables, ademés, por la alegria de su canto. Sin em- bargo, el jilguero de nuestra historia pose‘a el mas bello gorjeo que ofdo humano haya podido escuchar. Al nacer el dfa, y apenas los primeros rayos del Sol comenzaban a descubrir el valle, él iniciaba el canto que el astro rey necesitaba para cumplir con agrado, dfa a dia, la tarea de colorear y despertar a la naturaleza dormida. Era el primero en ponerse a trinar, como un duende de los bosques que con una flauta encantada va desper- tando a todos los seres vivientes. Dos pudiies, los cier- vos més pequefios del mundo, parecian embrujados por 27 MANUBL GALLEGOS pe —__tenonees ag. el canto del jilguero. Se sentian atraidos, llevados a un Ambito lejano y dulce, totalmente distinto al ruido ame- nazante y aterrador provocado por los seres humanos cuando andan en afan de caceria. Por ello, el canto de aquel jilguero embelesaba a los pudies: significaba la libertad y la alegria de vivir en paz. Pero en los atardeceres, el pajarito se ponia triste y el canto, a pesar de su belleza, dejaba traslucir una hon- da pena. Los pudtes lo escuchaban con arrobamiento y no podian contener sus lagrimas, dejéndolas caer una a una sobre la alfombra de musgos y menudas hierbas del bosque. El gorjeo del jilguero producfa sutiles ecos entre la arboleda y los trinos parecfan alargarse come un rayo de sol, buscando caminos en la espesura, aniéndose hasta el anochecer al susurro del viento, entre las hojas de ave~ Ilanos y canelos. De pronto, él se quedaba en silencio; los pudiies volvian el suave cuetfo color pardo rojizo y regresaban a sus rincones entre los arbustos a dormir. Sabjan que al otro dia nuevamente, la avecilla los iba a despertar con el alegre gorjeo de la mafiana. La Tierra dio una y otra vuelta sobre sf misma, pa- sando los dias, semanas y meses. Los pudties no se atre- vian a preguntarle la causa de tanta tristeza en la melo- dfa de la tarde. No lo hacfan por respeto a quien los deleitaba con el canto y, ademés, porque son animales 28 MANUEL GALLEGOS | aa X timidos por naturaleza. Un dfa, después de concluir el jilguero su famento, uno de los pudiies se atrevid, vencié la vergiienza y le expres6 en el lenguaje que s6lo los ani- males pueden comprender: Amigo Shihiidi-Shiwu*, deseo darte las gracias por el bello canto que dia a dia hechiza mis ofdos. El canto de la mafiana es alegre, pleno de vida, pero el de la tarde es triste, gpor qué, amigo Shihiiti-Shiwu? Laavecilla lo escuché atentamente, sobre todo por- que de los habitantes del valle, el pudii era uno de los escasos seres que le provocaba una sensacién de con fianza y ternura. Entonces, le repondié: Gracias, Pudi, por preocuparte de mf. Descubro que eres alguien en quien puedo confiar, un buen amigo. Mi canto de la mafiana es alegre porque me siento feliz de vivir un dia mas, respirar, abrir los ojos y ver tanta belleza alrededor. Eljilguero, después de esta respuesta se qued6 con- templando las montaias lejanas. ~z¥ el canto de la tarde? lo interrog6 el ciervo macho que lucia un par de menudos cuernos en Ia cabe- za, como dos volcanes pequefios y puntiagudos. El canto de la tarde es triste, porque a esa hora me siento solo, sin una compafiera para compartir la belleza de los dias que se van. 30 > CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO SS EI pudii guards silencio y, después de una larga ‘pausa, le dijo: Pero, amigo Shihtiii-Shiwu, a nuestro alrededor hay gran cantidad de pajaritas con quienes podrias com- partir tus dias. La pequefia ave le contesté sin tardanza, en forma segura y tajante: Sf, hay muchas, es verdad; sin embargo, ninguna hha sabido llegar a mi corazén, El pudii no agregé nada: ya el jilguero lo habia ex- presado todo. Al dia siguiente, en el preciso instante en {gue la luz del amanecer imitaba los pétalos de un girasol somdndose al borde de la Degifi mapu*, los dos pudiies ‘galieron a recorrer el valle con una secreta misi6n. El pudi macho le deca a la hembra: —Debera ser una Shihiiii-Shiwu atractiva. -No -le respondié ella-; sélo debe gorjear tan be- Mo como él. =Te equivocas. La hembra Shihiiii-Shiwu nunca gorjea ni canta. Sélo lo hacen los machos. {Creo que de- perd tener un plumaje brillante! ~concluyé el pudit No, no -indicé la ciervo-. Las Shihii-Shiwu hem- ‘bras tienen un plumaje amarillo palido. El plumaje no importa; lo que sf interesa son los ojos. —jLos ojos? -pregunté el pudi, incrédulo. Si -replicd la pudd-; es necesario que sus ojos miren ¢1 valle como él lo ve, y sean sofiadores como los suyos. 31 ‘MANUEL GALLEGOS > A Asi dialogaba la pareja de pudiies mientras reco- rrian el valle, atisbando los arboles y arbustos, detenién- dose a oir el gorjeo de los jilgueros pero, en especial, para descubrir entre ellos alguna diferencia en la mira- da, En esta labor se les hizo de noche varias veces, des- pertaron con los rayos del Sol otras tantas y ningiin paja- ro reunia las condiciones buscadas. —Creo —dijo el pudii- que el Shihuit-Shiwu es muy exigente. Suefia encontrar a la compafiera ideal, pero no existe, estoy seguro. La ciervo pidié al ciervo sélo un dia més de bis- queda. En su corazén comprendfa a la pequefia ave y no deseaba dejarse invadir por el desdnimo definitivo. Al atardecer de ese mismo dia, en el limite del valle con las tierras del norte y cercana a un arroyo, una jilgue- ro, de palido plumaje, permanecia tristemente sobre la rama de un anciano coigiie, escuchando absorta la misica del agua entre las piedras. Los pudiies, inméviles, la observaron hasta que la luz del Sol desapareci6. Sigilosos se acercaron a obser- var sus ojos y, entonces, sdlo entonces, tuvieron la cer- teza: aquella era la jilguero tan buscada. El pajarillo tam- bign los observ6 y, curiosamente, no atiné a volar como siempre lo hacfa ante la presencia de algin extrafio. El pudii, con cautela, a cierta distancia, le dij =Nos ha impresionado tu mirada, Shihi Y la pudii, impaciente, agreg6: 32 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO Pe S ~Quisigramos invitarte a conocer nuestro valle! ~iY para qué voy a ir? No deseo alejarme de mi amigo arroyo. El me habla y me canta, y asf no me siento sola concluyé la jilguero con un brillo triste en los ojos. -EI arroyo ~argumenté el ciervo~ se pondré feliz al saber que su amiga alegrars el corazén con un viaje a otras tierras. Sin responder, la jilguero bajé volando hasta la ori- Ila himeda que conten‘a las aguas, y girando la cabeza a uno y otro lado parecfa ofr lo que el arroyo le repetia: ~Anda —e dijo su amigo arroyo con cristalina voz-. Yo estaré aqui mucho tiempo y puedes visitarme cuando lo desees. {Mis aguas Ilegardn al Lago Escondido y ya no se sentirdn solas! ;Puedes encontrarme alli también! Los ojos de la avecilla se inundaron de brillos ale- gres y con un aleteo indicé a los pudies que estaba dis- puesta a iniciar el viaje. ‘Al caer las sombras del otro dfa y cruzar las pam- pas que bordean el lago, oyeron desde lejos el triste gor- jeo del jilguero. Los puddes s6lo intercambiaron una mirada de complicidad. Allé estaba él, en su coigte pre- ferido, cantando como todas las tardes. Los pudiles se detuvieron y la jilguero vol6 hasta una rama del drbol. Impresionada, permanecié obser- vandolo. De rama en rama se acercé y, timidamente, se mantuvo escuchdndolo hasta que hubo terminado. 33 Sin embargo, el jilguero no se dio cuenta de su pre- sencia, porque al terminar el triste canto se quedaba ha- bitualmente en un estado de tanta melancolfa que igno- raba cuanto pasaba alrededor. Permanecia siempre asi, hasta cerrar los ojos, dormir y, lo mas ansiado, sofiar. La jilguero se quedé inmévil y lo observ6, inten- tando comprenderlo. Sintié deseos de acercarse y comu- nicarse con él, pero se contuvo. A ella se le aparecfa como un tierno jilguero que la habfa cautivado con sélo verlo. La jilguero esperé hasta que la mirada de la aveci- Ila regresara de lo profundo de su ser. ¥ lo tan esperado sucedi6, El jilguero, despertando como de una ensofia- cin, la descubrié y, mirdndole a los ojos, nada fue nece- sario explicar. Entonces, abrié las alas dejando a la vista un hermoso pecho amarillo-verdoso, privilegio sélo de los machos, ¢ inicié un alegre y armonioso gorjeo, acom- paiiado del ritmo euférico de las alas color limén. Era un canto pleno de vida y ella, de la manera més natural, se acereé a escuchar lo que le parecié un espléndido trino de encantamiento. Los pudiies, que observaban bajo una gran hoja de helecho, se mircron también a los ojos y pensaron que los atardeceres por venir serfan muy dis- tintos. Ya no se escucharfa més el triste gorjeo del jilguerito que tenfa un canto de cristal. 35 LOS CANGREJOS PINTORES Enel fondo de la orilla del lago Llanquihue, bajo /humilde y abandonado muelle de madera, unido al pue- él mismo nombre, viven dos pequefios cangrejos y cardumen de diminutos peces que juguetean entre las transparentes y la extensa alfombra de piedras. Los cangrejos, con tres extremidades idénticas a lado del cuerpo y dos tenazas delanteras, arrastran \tamente el caparazén verde ocre, guiéndose por dos anténulas parecidas a un hilo de coser, gracias a las ales pueden percibir el mundo acuatico. Si se los observa con atencién, parecen hasta di- idos en sus movimientos. De pronto, el cangrejo abra- con las seis patas una piedra y hace un titanico esfuer- por levantarla; la remueve o la deja rodar libremente. cierto es que no pretende impresionar a la sefiora can- ;j0, sino, simplemente, anda en busca de comida. 37 MANUEL GALLEGOS IR Sin embargo, los cangrejos de esta historia son di- ferentes a los otros crustéceos de la distinguida familia de los artrépodos. Un dia, el cangrejo dijo a la sefiora cangrejo: —;Sabes? He descubierto el sentido de mi vida. La cangrejo lo mir6 un segundo con cierta extrafie- za, arque6 sus anténulas, replicéndole: =No te entiendo, Lolo* de mi alma. Ella lo llamaba carifiosamente asf. Entonces, él expresé lo que ya no podia callar més. ~iQuiero ser pintor! —{Pintor? {Un lolo pintor? -exclamé la cangrejo con un aire de duda y una risa bondadosa. Para la sefiora cangrejo, a decir verdad, esta nueva idea no la sorpren- dia tanto, porque estaba ya preparada ante las curiosas y, muchas veces, estrafalarias ocurrencias del compafiero de su vida. Entonces, siguié hablindole: {Qué loco eres! ¢Cémo vas a ser pintor aqui? {Pintards en el agua? ¢Recuerdas que un dia amane- ciste con la idea de ser escritor, empefidndote en es- cribir en la arena y el oleaje borraba todo lo que ibas escribiendo? -Si, lo recuerdo -murmuré algo molesto, alejando- se hasta una piedra donde se detuvo a meditar. Observé mo los rayos solares mudaban las tonalidades de aquel cielo de agua que parecfa no tener fin. Y se decia a si mismo en voz alta: 38 MANUEL GALLEGOS CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO Pe a -No, no, no, yo no puedo existir en este lago s6lo para moverme con lentitud y buscar entre las piedras algo de comer. Siento que la vida tiene otro propésito, algo que me hard sentir pleno interiormente... De esta manera, el atribulado cangrejo continué meditando numerosos minutos. De improviso, sus seis patas, las dos tenazas y el par de anténulas experimenta- ron un cambio brusco, pasando de la quietud absoluta a la exaltaci6n total. =iLo encontré! {Lo encontré! -exclamé fuera de sf. La sefiora cangrejo, preocupada de ver cierta lo- cura manifiesta, levanté bruscamente las anténulas en su direccién y le pregunt6 a gritos la causa de tanto escandalo. ~iLolo mia! le respondié el cangrejo~ la forma de ser pintor! ~4S1? {Como? -Mira las piedras -respondi6, indicandole con las tenazas-. Estén cubiertas de musgo y barro, ,verdad? La cangrejo lo confirmé con un tenue movimiento de las anténulas. ~Pues bien: jdibujaré y pintaré en las piedras! ~afir- m6, como iluminado por una nueva luz interior. =4Y cémo vas a pintar si no tienes la pintura? gunt6 curiosa. Sin detenerse, el sefior cangrejo le respondié: La luz del Sol me ayudar, jEncontré 40 las Sy La sefiora cangrejo no entendié, Se desplaz6 hasta una piedra grande, desde donde podia obser- var los movimientos del cangrejo, y guardé silen- cio. Este, ya en el lugar, comenzé a dibujar sutiles caminos en la piedra elegida, cubierta de musgos y de barro. Sus dos tenazas trazaban surcos gruesos, y las patas, Iineas delgadas. Después de un momento, el cangrejo miré la piedra desde una roca contigua y se dijo satisfecho: Mi obra de arte ya esta terminada! Dio media vuelta y divis6 a la cangrejo moviendo las anténulas de un lade a otro para apreciar mejor la obra artistica. Y en ese instante, en que parecié detener- se todo, ella, con naturalidad, pregunts: —jEs moderna? Si, es pintura de vanguardia -respondié él con orgullo. La cangrejo emiti6 slo un «jAh...!» y no agregé nada mas. El feliz crustéceo continué en forma apasionada su labor de artista. Dibujé otra piedra, otra y otra. Al termi- nar el dia estaba cansado, pero satisfecho. La sefiora cangrejo lo miré con ternura y le dijo: ~iMe agradarfa tanto ayudarte! Y al amanecer siguiente retomaron juntos la tarea. Llegé un momento en que todas las piedras alrededor del muelle pobre y abandonado estaban dibujadas con surcos y Iineas, 41 Pe CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO La noticia nadé por el fondo del fago y Negaron hasta el muelle numerosos cangrejos movidos por la curiosidad. También los peces, en cardtimenes, apare- ¢icron a admirar la obra de esos crusticeos locos. ¥ no faltaron bandadas de gaviotas, golondrinas solitaria bulliciosas bandurrias que durante todo el dia sobrevolaron a ras del agua, girando como péndulo de efo} tas cabezas para deleitarse con los dibujos de las piedras del lago. Al otro dia, muy temprano, el cangrejo invit6 a la cangrejo a esperar lo tan afiorado. El Sol comenzé a ilu- minar la tierra y sus rayos traspasaron las aguas verdeazuladas del lago, Entonces, las piedras se inunda- ron de colores, destellos de luces, sombras y matices de bellos tonos que hacfan lucir ms hermosa la extensa casa transparente, El cangrejo estaba feliz; también la sefiora cangre- jo que lo habfa comprendido. Ambos se sentfan muy or- gullosos uno del otro. Y entonces interrumpié ese momento magico un grupo de cangrejos que habia llegado silenciosamente. Uno, adelantindose, les habl6 ast: ~Amigos lolos, el fondo del lago, nuestro hogar, podria convertirse en un lugar bello para vivir. Lo lim- piaremos de objetos extrafios lanzados desde fuera y lue- 0 lo dibujaremos y pintaremos como ustedes lo hicie- ron aqui. Por favor, :podrfan ensefiamos? 43 Y asi fue como la pareja de cangrejos ensefié a los demés, hasta que un dia todas las piedras del lago ama- necieron cubiertas de dibujos y coloreadas por los rayos del Sol. El sefior y la seflora cangrejo habfan dado sentido a sus vidas al descubrir el valor de la belleza, aun en las cosas mas simples. Juntos encontraron la felicidad y ahora dependeria s6lo de ellos cuidarla por mucho, mucho tiempo. EL LARGO VUELO DE UN PLAYERO BLANCO pe —] Ayliit Killén! (Luz de Luna). jAylif Killén! le grité la amiga con quien jugaba y cuyo nombre, Truyitraleu, en lengua mapuche significa Alegre Mur- mutfo del Arroyo, haciendo honor a su hermosa voz cantarina. —jAylifi Killén! -repiti6 la nifia-. {Mira aquella ban- dada de gaviotas sobre el lago! ;Va en direccién al mar! {Son Pollitos de las Olas!~ exclamé entusiasmada Luz de Luna. ~{Pollitos de las Olas?— pregunt6 incrédula Alegre Murmullo del Arroyo. Mi chau*, me lo conté —dijo Luz de Luna y conti- nué~; asf llaman a esas aves porque buscan pulgas mari- nas en la playa cuando el mar se recoge, y al regresar las olas con el cabello de espuma, huyen tan ligero como si 45 MANUEL GALLEGOS POO un espfritu juguetén las persiguiera. Las dos nifias rieron, imagindndolas escapar una y otra vez de las olas. —{Mira! ;Un Pollito de las Olas baj6 a orillas del lago! {Qué le habré pasado? {Vamos a verlo? -invit6 Luz de Luna a su amiga, quien segufa absorta el paso de una nube de alas blancas. Ambas se acercaron, ocultndose con cautela a ob- servarla tras una mata de chilko*. El ave, més pequefia que la gaviota comin, se habia quedado echada, inmé- vil, abriendo y cerrando sus ojos. Asf se mantuvo largo rato, Saliendo del escondite, Luz de Luna caminé hasta egar a un paso del ave y esta, a pesar de la cercanfa de {a nifia, no hizo ningdn intento por escapar. Luz. de Luna la tomé entre las manos y, al percibir que tiritaba, la arvi- mé a su regazo para darle calor. Mir6 a su amiga y con un gesto la lamé. Era mediodia. El brillante Sol del mes de noviem- bre hacfa relumbrar las hojas de los coigiles y las aguas del lago, dejando ver toda la belleza de los dos nevados voleanes: el Kalffiiko*, y el Huefiauca. Luz de Luna, con no més de doce afios de edad, hablaba con gran sabidurfa, provocando la admiracién de sus amistades y los adultos. Su actitud més comin consistia en contemplar durante horas el vuclo de las aves, el desplazamiento de las sombras del atardecer sobre el 46 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO MANUEL GALLEGOS Pe = lago, o la Luna y las estrellas que iluminaban su terso rostro. Su padre le habia puesto ese nombre porque a los cinco afios la madre le regalé un bello tralilonco* y des- de entonces ella comenzé a llevarlo, semejando una me- dialuna de plateadas lagrimas de luz en la frente. Luz de Luna, sentada en la arena, protegiendo al Pollito de las Olas contra el pecho, cerré los ojos y, por un instante, s6lo el murmullo de las aguas del lago la envolvié. Entonces la nifia, suavemente modul6 estas palabras, como temiendo romper aquel silencio y dafiar con su voz a la débil criatura: Este pajarito esté cansado. Ha viajado de remotas tierras cubiertas de nieve. {Quieres decir que viene de la tierra de los degiti*? ~pre- gunt6 la amiga. -No, de més alld de nuestras montafias y voleanes~ dijo Luz de Luna, y después de un silencio continué ha- blando con los ojos cerrados. —Veo con claridad de donde proviene, pero no sé el nombre del lugar. Sélo distingo grandes pampas blan- cas, sin arboles. Todo blanco, més blanco que la neblina del lago. jEs la Mapu Pire, la tierra de la nieve! Desde alli veo llegar a los Pollitos de las Olas por pufiados, {Los distingo bien! jAhora emprenden el vuelo y emblanquecen el cielo azul! ;Vuelan entre lunas y soles! jSe detienen en otra tierra! jLos veo otra vez en vuelo! 48 ae a iQué hermosos son! jAh, no, no, los perdit.... Espera, ahf estén nuevamente! ;Sobrevuelan la cima de las mon- tafias, pasan sobre rios, mares, selvas, desiertos y, al fin, legan a nuestro mar! Luz de Luna abrié los ojos como si despertara de un suefio interminable, miré a su amiga y, bajando la cabeza, le dijo que ya no veia més. Con las manos hd- medas sobre el plumaje de la avecilla, sintié su cuerpo temblar menos, pero ya casi no abria los menudos ojos. —Llevémosla donde tu madre, la machi" de la tribu le propuso Alegre Murmullo del Arroyo. Luz de Luna, sin pensarlo, corrié por el sendero verde seguida por su amiga hasta la ruka. Se asomaron al hueco de la entrada y alli, en el centro del hogar, estaba la madre de la nifia cocinando en la olla colgada del techo sobre el kutral, el fuego. —Madrecita dijo la pequeita-, encontramos a este Pollito de las Olas perdido en la orilla del lago y parece estar enfermo. La madre, vestida con su quipdn negro, un chal sobre los hombros y adornado el cabello con un her- moso cintillo de colores, tomé la delicada ave blanca entre las manos color greda oscura, la examiné minu- ciosamente y, como lo habia hecho antes su hija, cerr6 los ojos. Después de un silencio en el que sélo se escu- ché el chisporrotear de los lefios en el fuego, la madre habl6: 49 ? MANUEL GALLI s —Esta pajarita esta enferma y no verd la luz del nuevo Antii* Al terminar de hablar, Luz de Luna rompié a llo- rar, y entre sollozos le dijo a su madre: Pero tii, madrecita, :podras hacer algo, verdad? ~Tahi pichimalen*, esta ave ha volado mucho le contest desesperanzada Ja mujer. ~{C6mo lo sabe? -la interrumpié Alegre Murmu- Hlo del Arroyo, que seguia cada uno de los movimientos y palabras de la machi, ~Estos Pollitos de las Olas ~respondié ta mujer— legan aqui cada afio esta época y permanecen todo et verano; luego, con las primeras sefias del otofio inician el viaje de regreso. Mis antepasados contaban que ese lugar esta a muchos soles y lunas de aqui. Alli ponen los, huevos, empollan, nacen los crios y Ilegado el dia, em- prenden otra vez el largo vuelo hasta nuestra mapu* ~GY por qué viajan tanto? {Les gusta nuestra mapu? ~pregunté asombrada Alegre Murmullo del Arroyo. ~Asf debe ser. Aqui encuentran el alimento nece- sario y, por razones que slo sabe Chau Ngiinechen, el Padre Dios, vuetan muy lejos a tener las crfas. ~iSon avecitas que aman viajar y conocer otras tie- tras! —agreg6 Luz de Luna. ~Si -afirmé la madre, mirando al infinito por el hueco que hace las veces de puerta de la ruka-. As{como 50 x MANUEL GALLEGOS S PE ‘CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO. ‘ Jas aves, también hay personas con espiritu viajero. Vi- ensayos de vuelo hasta la arilla dal logo, ayudado por las ven ansiando saber 1o que existe mas all del horizonte. nifias. Un dfa volé alto, dio unas vueltas y, como en un La madre, por su ancestral conocimiento de la gesto de despedida y agradecimiento, dej6 caer una plu- naturaleza, sabfa de aquellos Pollitos de tas Olas y, ma blanca que giré mil veces en el aire y fue a caer a los gracias al poder de machi, habia podido intuir ef ori- pies de sus salvadoras. Entonces, el ave dibujé un dlti- gen. A estas aves migratorias se las conoce hoy como mo eirculo en él aire y tomé rumbo al mar. Playero Blanco y, junto a otras viajan desde la tundra Las nifias quedaron en silencio durante segundos firtica, Alaska y Canada. Atraviesan América del Norte, que parecieron horas, Alegre Murmutlo del Arroyo mi- América Central y Negan por iltimo a América del Sur, raba absorta hacia las alturas, como si su pensamiento hhasta las costas chilenas de Arica, Chiloé y la Patagonia, hubiera ido tras el ave. Luz de Luna, con fa pluma blan- Ya se habfa hecho de noche y Luz de Luna seguia ca entre los dedos, recordé al Pollito de las Olas. Luego junto a la avecilla, Sintié correr a alguien y aparecié Ale- se levant6 y acercdndose a su compafiera de juegos, tomé gre Murmullo del Arroyo con un pequefio canasto de jun- sus manos, cert6 los ojos y le hablé: cos cubierto de pulgas de mar. Luz de Luna le pregunts ~Amiga de mi alma, veo que tu espiritu quiere vo- de dénde lo habia obtenido, y ella le conté que su herma- Jar como esas aves blancas y conocer otros Jugares més no mayor acababa de Hlegar del mar trayendo peces, can- alld de nuestro lago. Te diré lo que mis ojos del alma gtejos, cochayuyo y pulgas de mar. La niffa sonri6 ante la pueden ver: una maftanta Hegaré un hombre de otras tie- feliz coincidencia, imaginando en esto una buena sefial. rras y te hablard de un suefia, un sueto que querré com- Entre sus dedos cogi6 una pulga de mar y la acercé al partir contigo. Entonces, Truyitraleu se convertiré en un pico del aves esta lo abrié débifmente y logré comer parte ave viajera que ird muy lejos de aqut. del crusticeo. Insistié la nifia pot segunda vez y comi6 otro ~iPero soy una nifia todavia! ~exclamé Alegre poco. Asf estuvieron alimentindolo durante el da, también Murmutio del Arroyo. el siguiente y dos dias més, El ave comenzé a recuperarse -S{ le dijo Luz de Luna-, pero recuerda que los gracias a los tiernos cuidados de las dos amigas, burlando Pollitos de fas Olas un dia también fueron pequefios. asi el presagio de muerte dictado por la machi. De la boca de fas dos nifias explot6 una alegre carca- E} Playero Blanco, casi restablecido, inicié breves jada, mientras tomaban las mufiecas de paja y fana, echén- 52 53 MANUEL GALLEGO: dose a correr en direccién a las rukas de sus padres, que desde hace mis de quinientos afios estuvieron en las tierras Hamadas Llekanmapu*, lugar en el que tres siglos después se fund6 la ciudad de Puerto Varas. Y justamente allf, a orillas del lago Llanquihue, de vez en cuando, al comenzar el verano, algiin nifio descubre un Pollito de las Olas, can- sado de tanto volar. EL R{O QUE NACIO DE UNOS OJOS ENCANTADOS Pa S —Esta noche, hijo mio, alrededor del fuego encen- dido por tus manos, teniendo como testigos al cielo sem- brado todas las noches por el Gran Padre, a las aguas de la laguna Huefauca y a la cima del voleiin donde habita ¢l Pilldn*, buen espftitu de nuestros antepasados, te con- taré esta historia. Tafti Chau’, me relaté que cuando ellos vivian tran- quilamente en esta bahfa, allf donde esta la playa que té lamas Pececito, en el tiempo de sus primeros antepasa- dos, el rio Maullin que nace del lago, no existia. Nuestros padres tenfan las rukas en esta gran ex- planada, cubierta de bosques de lahudn*, foye*, mulmu* y koliimamiill*. ;Quizé cudntas veces, asta misma hora, ellos también contemplaron el firmamento y contaban las historias pasadas a fin de no olvidarlas! 55 Antinao (Tigre det Sol) y Millahuala (Ave Dorada del Agua), fueron dos nifios que crecieron juntos, aun cuando sus tukas estaban distantes. Una se Ievantaba al extremo de la bahfa y la otra, en el lado opuesto, sobre el pequefio cerro rodeado de suaves lomas. Los padres de ambos se visitaban a diario, disfrutando de una larga amistad, Gustaban de los paseos, de las conversaciones al caer la tarde y del trabajo compartido. Los dos nifios crecieron amando el mismo paisaje y sus almas cultivaron la confianza del uno en él otro, Al legar a la adolescencia, del mismo modo que despiertan los brotes de los drboles, descubrieron el ayiin, el amor. —Antinao, mi Tigre del So! te deca sonriendo, ple- nna de emoci6n, la muchacha, y él le respondia: -Millahuala, mi Avecilla Dorada del Agua. Asi manifestaban la alegria de estar juntos, dicié dose expresiones hermosas, nacidas del verdadero sig- nificado de aquellos nombres mapuches. Afios después, como lo indica la costumbre, Tigre del Sol pidi6 a los padres de Ave Dorada del Agua la aprobacién para convertirla en su esposa. Estos, a pesar de no tener inconveniente, le exigieron, como también era costumbre, una dote. Lamentablemente, la familia de Tigre del Sol habfa perdido todas las cosechas a causa del mal tiempo de ese afio, y no podrian ayudarlo. EL muchacho, sintiendo en el alma y en el cuerpo una gran pesadumbre, caminé hasta Ja cima del monte, fijé la vis- 56 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO. MANUEL GALLEGOS ta en el crater del imponente volcan Huefiauca, y le ha bl6 de esta manera: ~iBuen espiritu del degifi, protector de los hijos de esta tierra, aytidame a encontrar una solucién! Yo amo a Millahuala, pero si no tengo dote que ofrecerle no podré casarme con ella. Dime, Pillén, espiritu cristalino, ;qué debo hacer? El espiritu del volcan guard6 silencio, Sin embar- g0, después de unos minutos, comenzé a golpear en el ostro de Tigre del Sol un fuerte viemto de este a oeste. El muchacho reflexion6 sobre lo que el Piikin intentaba decirle y, finalmente, comprendié el mensaje. Ei espiri- tu le indicaba una direccién a seguir: el mar. ~Amada Ave Dorada del Agua, partiré al Gran Lafkén* en busca de lo que no poseo. ~{Por qué debes ir hasta el Gran Lafkén para en- contrarlo? -No lo sé. El espiritu del volcan me lo indic6. Debo confiar en él. Siento mucho miedo del Gran Lafkén, pero si el espiritu bueno te habl6, alejaré esos temores de mi alma, Tigre del Sol extendié su mano a la nifia, dejando a la vista un mindsculo y suave saco de cuero, cerrado con un lazo. ~Es para ti, amada de mi alma. Abrelo. Ave Dorada del Agua abrié el saco y miré dentro. Sus ojos se encendieron como las aguas del lago penetradas por 58 os = un rayo de sol. Dio vuelta el contenido en la palma de la mano y cay6 un pufiado de piedrecitas de variados colores. —Una a una las fui recogiendo en mis caminatas por la orilla de la laguna y en las faldas de la montafia de fuego. Dicen que estas piedras tienen poder. Yo les trans- miti todo mi amor y ahora las dejo en tus manos. Guér- dalas: ellas te hablardn de mi cuando esté ausente. El joven se acere6, la bes6 en los labios, tomé el rostro de la muchacha entre las manos como deseando imprimirlo en su piel y en sus ojos, dio media vuelta y caminé hasta perderse por el sendero que subfa y bajaba sobre las pampas. Ave Dorada del Agua incliné la cabeza y unas lé- grimas se confundieron con el rocio de esa maftana. Pa- recié no tener fin aquel dia. Pas6 una luna, un sol, otra luna y otro sol. La mu- chacha caminaba cada dia hasta la orilla del lago. Allf volcaba las piedras de colores en la palma de su mano. Al acaticiarlas sentfa su suavidad y un calor sutil que le inundaba todo el cuerpo, mientras flu‘an con lentitud unas lagrimas que aumentaban al pasar los dias y no tener noticias del amado. La historia cuenta que en su angustia, imagin6 a Antinao, su Tigre del Sol, atacado por enemigos mas fe- roces que el tigre encerrado en su nombre. Y cuentan que fue tanto el llanto que Ia orilia del lago se rebasé y las aguas, como un tropel de corceles 59 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO. encerrados, buscaron camino entre los arboles y quebra- das. El caudal se ensanché hasta semejar una gigantesca lengua de agua abriéndose paso entre las pampas y bos- ques, torciendo la direccién, girando, dando una y mas vueltas, transformdndose en un gran rio cuyo cauce de légrimas corria tras su libertad. Asi, el rio leg6 hasta ef Gran Lafkén, el mar. Entretanto, Tigre del Sol se dedicaba a la cosecha marina para el cacique Pangal, quien le darfa a cambio del trabajo lo que el joven ansiaba. Recogia cochayuyo y lo ponfa a secar sobre las rocas. También, en tiras de junquillo ensartaba toda clase de mariscos, recogidos desde Ia mafiana a la noche en las extensas playas del lugar. Un atardecer descubrié 1a hermosa desembacadu- un rio, tomé la caracola colgada a su cintura y se- cogié un poco de agua para beber. Grande fue la sorpre- sa al comprobar que el agua de ese rio no era dulce, sino salada, Se qued6 pensando, mité corriente arriba, levan- 16 atin més la vista y divis6 la degifi mapu con sus queri- dos volcanes ai fondo del paisaje. Alli, de pronto, sus- Pendida en un cielo azul, creyé divisar 1a amorosa imagen de Millahuala, Sus ojos sorprendidos distinguieron unas gruesas légrimas, como nubes blanquisimas resbalando por las mejillas del rostro amado. El corazén del mucha- cho latié con fuerza y su cuerpo temblé como Ia tierra cuando el volcan lanza gritos de fuego. Entonces com- prendié ta raz6n de las aguas saladas del rio. 61 MANUEL GALLEGOS > SS Tigre del Sol, sin mover un solo mésculo, quedé extasiado observandola: un arcoiris que nacfa de sus ma- nos enmarcaba su femenina figura. De improviso, en un estremecimiento del alma, tomé la decisi6n de volver sin tardanza junto a ella. Corrié donde el cacique Pangal y le manifest6 sus deseos. Pero este era un hombre duro € insensible y se negé a dejarlo ir, advirtiéndole que si partia antes del tiempo acordado, olvidara el oro prometido. Solo le daria una pequefta parte de lo pactado. Debfa, por tanto, cumplir el compromiso de trabajar hasta fin de afo. Mientras, los ojos de Ave Dorada del Agua pare- cfan una fuente inagotable de lgrimas, que aumentaban cada vez més el cauce de las aguas. Para la tribu, la joven se habia convertido en un ser especial por haber dado nacimiento al rfo y porque, cuan- do ella lo deseaba, al abrir sus manos un atcoiris remon- taba el cielo, maravillando a quienes lo observaban. embargo, Ave Dorada del Agua comenzé a palidecer de tanta tristeza, transformdndose casi en una aparici6n so- brenatural. Cayé gravemente enferma y la familia, acon- gojada por no poder hacer nada, la acompaiié hasta el instante final de su vida. Tigre del Sol habja tomado la decisién de volver don- de su amada y regresé justo el dia del triste acontecimien- to. Corrié donde Ave Dorada del Agua y abrazdndola per- manecié horas conténdole las aventuras y esfuerzos por 62 (CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO le conseguir Ia dote para la familia, imaginando que ella lo escuchaba. Abrié el morral colgado de su hombro y sacé el escaso, aunque relumbrante oro. Pero el oro ya de nada servia. En medio de una tormenta de légrimas bes6 los labios y manos de la muchacha, Pero una de estas perma- necfa fuertemente cerrada. Cuando el joven abrié con de- licadeza la mano de su amada, se escapé un arcoiris con la fuerza de un rayo y se instalé en el cielo, La gente de la tribu qued6 aténita: el alma de AveDorada del Agua s6lo habia esperado la llegada de su Tigre del Sol para dejar el cuerpo y eternizarse en el firmamento. Antinao tomé las preciosas piedras de la mano de Millahuala y las apreté con fuerze contra su pecho, tur- bado ante la injusticia de la vida. Se fue hasta el monte donde le habl6 una vez més al espfritu del volcan y alli, con los ojos nublados de emocién, le pidié a Anti que lo hiciera liviano como el viento y lo confundiera entre sus rayos para permanecer junto a su amada. Asi, cada vez que cayera la lluvia sobre el valle y aumentaran las aguas del rio, é1 vendria montado en los rayos del Sol para ha- cer nacer con Ave Dorada del Agua los arcoiris. ~Esta es la historia del origen de este rio. Mis tar- de, el padre de la joven lo Ilamé Maullin, nacido de las lagrimas de unos bellos ojos encantados de amor. Desde entonces, y poco a poco, como sucede con los grandes dolores del alma, el rfo comenzé a endulzar sus aguas saladas. 63 MANUEL GALLEGO! -Tafii Pichiweatru, esta es la historia de un gran amor, el ayiin, ese sentimiento que para nosotros, los mapuches, es como la luz del espiritu que ilumina todo lo existente en el universo. Cuando las almas que ani- dan este sentimiento dejan el cuerpo, su luz. queda en el aire, en los bosques, en una estrella, en un rio 0 un arcoitis, para recordarnos que el verdadero amor existe y es eterno. 64 EL ENOJO DE LA MONTANA DEL FUEGO ep ao as A\I llegar la primavera del afio 1640, una tribu huilliche que habitaba las faldas del volesn Huefiauca, hoy llamado Osorno, convocd a todos los caciques de las tribus, de hasta 300 leguas a la redonda, para partici par en la celebracién del Ngillathun*, Esta era una cere- monia sagrada que hacfan cada cuatro afios para dar gra- cias y pedir buena vida a Ngunechén, el Creador, Padre y Duefio del universo. Para Ailef (cuyo nombre significa Loma Bonita), hija del cacique Kumillanca (Piedra Buena y Valiosa), era una especial ocasién de alegria y, desde algunos me- ses antes se preocup6, junto a su madre, de hacer los pre- parativos. Los caciques invitados viajaban con sus espo- sas. Los hombres pasarian todo el dia intercambiando experiencias, aclarando rencillas y haciendo pactos de paz, y las mujeres, junto con ayudar a las anfitrionas, 65 MANUEL GALLEGOS i aX aprovecharfan también de dar y recibir consejos y hacer- se pequeiios regalos. Al kawuin* habfa llegado ya la tribu de los poyas, habitantes de la zona norte del ago Nahuel Huapi al otro lado de la tierra de los volcanes; los cuncos, que habita- ban al norte del lago Huefiauca, a su alrededor y hasta el mar; los caucau, indfgenas costeros de Reloncavi y Kalffiiko; los puelches, aquellos que vivian al otro lado de la Degifi Mapu, cercanos a los Vuriloches, también invitados, Faltaban tinicamente los que venian del norte, los mapuches, pero, al caer la tarde anuncié la llegada el cacique mapuche Antifianco (Aguila del Sol), con su mujer ¢ hijo menor, Millaluén (Guanaco de Oro). Todos los recibieron con alegria y saludos. Loma Bonita reconocié al muchacho con quien hace diez afios habia jugado, tal como lo hacen los nifios mien- tras los adultos se preocupan de asuntos serios. Guanaco de Oro también la reconocié, saludéndola y sonriéndole. Como las actividades programadas comenzarfan al dia siguiente con la salida del Sol, que en esa época del afio se le aprecia subir por la ladera sur del voledn Kallfiiko, los viajeros tendrian tiempo para descansar y comunicarse entre si Guanaco de Oro, después de refrescarse y beber en las entonces puras aguas del lago, se sent6 a descansar en una roca negra y porosa que habia lanzado el volcén en su iiltima erupcién. Al sentir un leve sonido de pie- 66 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO. Ie OS dras en la orilla, se dio vuelta y descubrié a Loma Bonita: {Qué grande esta Ailef! ~exclam6 sonriendo. ~{Mis crecido esta Millaluén! dijo ella con una sonrisa. Vestia un reluciente quipén con ambos hombros cubiertos, como corresponde a una soltera. Las casadas llevaban el vestido con un hombro descubierto. El rostro fino y de lineas delicadas de Loma Bonita era embelle- cido por la luz de su mirada que parecfa impregnarla com- pletamente, haciéndola encantadora a los ojos del mu- chacho. ~jAhora me parece més hermoso este lugar! ~agre- g6 Guanaco de Oro, mirando alrededor y contemplando el horizonte azul del lago, adornado con enormes nubes de un intenso color anaranjado. Después, con la mirada escalé lentamente hasta la cumbre nevada del degifi y concluy6: —Pero esta vez el Pirepillan no me parece tan enor- me. Cuando nifio crefa que llegaba hasta el wenu* ;Cuan- do uno es wefii* todo parece inmenso! ~Si Guanaco de Oro dice «Pirepillén», gest pen- sando en nuestro «Huefiauca»? —Io interrog6 la jovenci- ta dandole un especial énfasis a sus palabras. ~Si, estoy hablando del voleén. {Me olvidaba que ustedes le llaman Huefiauca! Para nosotros es el Pirepillan. —Cuando era una nifia no me importaba que cada visitante le lamara de una manera diferente. Hasta me 67 > MANUEL GALLEGOS R parecia divertido; pero ahora me confundo cuando anues- tro Huefiauca lo llaman con distintos nombres. Guanaco de Oro sonrié, no comprendiendo la pre- ocupacién de su amiga. Entonces, Loma Bonita siguié el hilo de sus pensamientos: ~Por ejemplo, esos que estan alli, los poyas, a ve= ces le Ilaman al volcén «Chodhueco» y otras veces «Chodhuanpire». Los cuncos le dicen , «Patahuille» 0 «Puhahuen». Los vuriloches le Haman el «Cuyufeto». Incluso los de nuestra misma tribu huilliche que viven mas al sur, le aman «Purahuilla», y otros «Purarahue». ;{Tantos nombres para una sola montafia de la nieve! {Es una confusién! A ve- ces, ni los mismos adultos saben de quien estan hablando jAdemés, no creo que al espiritu del degifi le agrade! jEs- toy segura de que le provocard enojo! EI muchacho refa de 1a apasionada preocupacién de su amiga de la infancia. ~iAilef se molesta al ver a su amigo reirse de algo sagrado y darse cuenta que con la edad se ha vuelto como todos! -exclam6 alterada, levanténdose con energia y saliendo a toda carrera, dandole la espalda al lago y al muchacho, quien la vio alejarse iluminada por los ilti- mos rayos del Sol. 68 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO | a Las sombras de la noche comenzaron a invadir con lentitud el gran lago y los bosques, penetrando entre los huecos de las matas de ringi* y las copas de los floridos mulmu, hasta cubrir toda la tierra alrededor del volcén. De un azul oscuro ¢ intenso, el wenu mapu* pas6 a un negro azabache, salpicado de cientos de Kudewallung* distantes, agrupadas en misteriosas cons- telaciones, Mientras tanto, en diversos lugares, en de- rredor de las rukas, los invitados compartfan los ali- mentos asados en los fuegos, conversando y riendo animadamente. Loma Bonita, contemplando el firmamento, de pronto descubrié algo que le congels el rostro. Se levan- {6 con agilidad y acercdndose al cacique, le dij ~iPadre, mire alld! -y acompaié las palabras con el brazo extendido, indicando la cispide de la montafia blanca. Un hilillo de humo salfa de la cima, subiendo en silencio y dibujéndose claramente sobre la enorme Luna que comenzaba a iluminar el valle. jglinechén! jDuefio de la tierra y el firmamento! {EI Huefiauca ha comenzado a vomitar fuego! Los huilliches que estaban alrededor se pusieron de pie, como impulsados por una fuerza suprema. En sus ojos, como un relampago, refulgié la sorpresa y el temor. iE] Hueftauca est prefiado de fuego! -grité uno de los ancianos. 69 > MANUEL GALLEGOS CUBNTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO SB Los hombres y mujeres de las otras tribus, al escu- char los gritos, descubrieron en Io alto el motivo del al- boroto. Se acercaron con los ojos y bocas abiertas a la ruka del cacique Kumillanca, ~iEI Chodhueco esta echando humo! ~exclamaron los poyas. iE! Quetrupilldn ha despertado! -gritaron los cuncos. ~iEI Pire va.a expulsar todos sus malos pillanes! ~expre- saron los caucau. ~iEI Patahuille se destap6!—clamaron los puelches. iEI Cuyufieto anuncia sus lenguas de fuego! —au- Ilaron los vuriloches. Habja terminado de hablar el dltimo hombre, cuan- do un fuerte ruido venido de lo mas oculto del volcén anticip6 un largo temblor, remeciendo toda la tierra. Los hombres y mujeres no se dieron cuenta cémo, de un se- gundo a otro, quedaron en finea horizontal a causa del estremecimiento, espantados los rostros ante la vista de una bocanada de humo y lamas esparcidas por el cielo. Inmediatamente asomé en ta cima del volcdn una lengua roja de lava ardiente que comenzé a bajar por la ladera sur, deshaciendo a su paso Ia nieve y convirtiéndose en un enorme rio de piedras, agua y fuego, arrasando con todo lo que encontraba al paso. Cundi6 el terror. El padre de Loma Bonita, antiguo conocedor de esas tierras, intenté calmar a las visitas Ila- 70 > mandolos a la cordura, porque sus mentes enlloquecidas or el temor no podian razonar. —Venerado Kumillanca -dijo el joven Guanaco de Oro, adelanténdose al grupo-, quiero decirte algo importante. ~Dime, Millaluan... En ese instante, una nueva lengua de fuego inund6 la adera del volcén. El humo formaba una enorme nube aris y del cielo cafa Iluvia de cenizas que cubrian las ho- Jas de los drboles y la superficie de las aguas del lago. Los hombres quedaron petrificados ante tal especticulo, sobre todo al comprender ahora que sus vidas corrfan peligro. Las mujeres se abrazaban acurrucadas en los tol- dos, esperanzadas en que las débiles construcciones las protegerfan, ~iSerd necesario suspender el kawuin y volver a nuestras tiertas! Creo, cacique Kumillanca, que el Pirepillén esta molesto -concluyé con voz asustada el cacique de los caucau. —Entiendo tus temores, pero quizés la furia del Huefiauca no contintie, Lo conozco. Pronto se calmard. -iComo también pudiera ser peor! {Nadie sabe lo que el Quetrupilliin podria hacer! ~agregé uno de los cuncos. —Cacique Kumillanca, quiero decirle algo —volvié a intervenir Guanaco de Oro. Te escucho, hijo. ml MANUEL GALLEGOS ~Cuando llegamos esta tarde, me reencontré con su hija Ailef, que ya es una jovencita, respetado cacique. Ella me comenté que, tal vez, el volcan se enojaria si cada una de las tribus continuaba |lamando a la montafia del fuego con nombres distintos, creando confusién en los homibres y en los espiritus de la montafia. Yo me ret. Lo lamento, le pido disculpas a ella ante todos ustedes. Mc he convencido: ese es el motivo de enojo del espiritu del volcan. Con mi corazén arrepentido le pido perdén al Pillan, espiritu de nuestros antepasados, Loma Bonita escuché atentamente las palabras del joven. Esbozando una sonrisa suave y tranquila de satisfaccién, percibio que el joven volvi6 a ser el que conocié. El cacique Piedra Buena y Valiosa buscé con la mirada a Loma Bonita, camin6 unos pasos y la abraz6, EI sabia de la especial sensibilidad de su hija para in- (erpretar lo invisible, aquello que el comin de los mor- tales no podfa distinguir. Después de mirar la cima del volcan, le pregunté: —Ailef, mi adorada hija, recurro a ti con el fin de buscar una solucién. Segtin tu pensamiento, qué podria- mos hacer para calmar la furia del Pillan? Creo, padre, que debemos Ilamarle de una sola manera. Que todas las tribus presentes acepten inicamen- te un nombre para la montafia del fuego y se tenga como lugar sagrado que es. 72 > MANUEL GALLEGOS SS ~Si, si, estamos de acuerdo, ;Pero con cual nombre quedarnos? ~pregunt6 el cacique caucau. ~Yo les digo: nosotros le llamamos Huefiauca — tervino Loma Bonita~, nombrado asi por nuestros ante- pasados. Ellos observaron que casi siempre rodea al degin un cielo revuelto, cubierto de nubes rebeldes: de allf la taz6n de su nombre. Les propongo continuar Htaméndo- lo de ese modo. Ustedes deberan aceptarlo, a pesar de que sus lenguas puedan tener diferencias. A algunos se- res debemos Hamarlos con un solo nombre para que ten- gamos en lo sagrado una unidad. ~iEstoy de acuerdo! -exclamé un joven vuriloche. ~iNosotras también aceptamos! ~afirmé el cacique de los cuncos. ~iSi, si, todos le Hamaremos Huefiauca! ~gritaron a coro hombres y mujeres. En ese preciso instante salté una inmensa lengua de fuego acompafiada de ruidos profundos y un fuerte temblor de tierra. Creyeron que era el final de todo. Sin embargo, después de un rato, el humo parecié disminuic lentamente y los rfos de fuego extinguirse. Sélo siguié cayendo durante la noche la ceniza llevada por el viento, depositandola sobre el bosque y la superficie de tas aguas del lago Alotro dfa, y después de pasar largas horas sin ce- far los ojos, las diferentes tribus se dicron cuenta de que ¢l peligro habfa pasado, Comenzaron a reordenar sus ob- 74 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO aS, Un amanecer, Puma del Sol encontré junto al rable de {a oritla del lago a su querida amiga y tras buscar en su mortal, le dijo: —Debo acompafiar a mi padre en esta misién, Pen sando en eso, he hecho este canastillo para ti, Por su pe- quefiez, no podrds recoger avellanas en é1. Ya lo ves, no es miis grande que mi puto y te lo regalo para que guar- des mi recuerdo. Asf, cada vez que to mires, pensaris que tu Puma del Sol to hizo, del mismo modo como yo pensaré en Jas manos de Kuyén amasando et pan para mis peces, Asi, permaneceremos wnidos aunque perma- nezcamas lejos uno def otro. En silencio, 1a muchacha recibid el presente como si se tratara de un rito sagrado. £1, estampé un beso en su mano y Se ale}6 mirindola hasta desaparecer en el bosque. Luna Encantada subi6 al tronco del anciano ro- ble y camind hasta ta horeaja, se semt6, sacé un pan de su morral y 1an26 las migas al agua. Entonces, un cardu- men de peces subié a comet y hacerle compaiia. 1. Canto XXXV de La Araucana. 2y 3, Canto XXXVI de La Araucana. 109, > LA HUIDA DE LOS CISNES 5 AXmanecfa en el Lago Escondido. Como todas las mafianas, Millawa (Matz Dorado) salié sonriente de la uka a recibir el saludo del Sol. Sus rayos rompfan con fuerza la aglomeracion de nubes, dormidas todavia so- bre los dos centinelas de gorro blanco, a los que ahora se Namaban volcanes Osorno y Calbuco, Los tiemnos ojos castafios de la nifia contemplaron los ctimulos de nubes rosadas, naranjas y amarillas. Después, hincandose so- bre la pampa, se incliné con humildad, levanté los bra- Zos iluminados con una suave luz hasta sentir un delica- do calor en la yema de los dedos que recorrié su cuerpo entero. Con este gesto de acoger al Sol, su alma le agra- decfa a Ngiinechen, el Duefio de! Universo, las maravi- llas creadas por él para goce de los hombres. Su padre, Nancumill (Aguila Dorada), aparecié en ‘a puerta de la ruka, ubicada en una pampa junto al naci- di miento del rio Maullin, a orilias del fago. Observé @ la nifia de s6lo diez aiios y sonrié complacido. Tomé u cafia de coligile como bastén y comenzé a bajar la loma, Millawa, entonces, se levanté y mir6 a lo lejos. Alf estaba lo que sus ojos ansiaban encontrar: la bandada d cisnes de cuello negro, resplandecientes con los rayo del Sol. Estos abrieron las alas enteramente blancas, ba- tiéndolas gozosos por la huida de ta oscuridad y ta {ey da del nuevo dia. Los cisnes gustaban vivir cerca de fo totorales de la zona, Era el ambiente acudtico ideal don de podfan encontrar abundante comida. ~Padre ~dijo la nifia-, cada dia me doy cuenta d que la bandada es mas pequefia. {Qué pasa? ;Se estén muriendo mis pingansu*? =No, hijita, Los cisnes estén huyendo de nuestt laguna. ~(Por qué se van, padre, si nosotros no los moles tamos? —irrumpié Ia chica con el rostro preocupado, ~Mica, hijita, mira all4. El respetable jefe huilliel levanté el brazo izquierdo indicando con la mano el rfo y agregé-: Alld, al otro lado del Maullin lleg6 a vivit gente venida de otras tierras, y sin decir nada, se ins ron con sus rukas. La nifia asintié con un movimiento de la cab confirmandole que eso ella lo sabia. —Abora, mira a este otro lado -le indicé el hombre con la mano derecha~. Allf también han levantado re 2 MANUEL GALLEGOS ‘ Y alld, alla y alld —terminé indicando varios puntos alre« dedor del lago. -Pero eso, padre, gtiene algo que ver con los pingansu? —Hijita -dijo el hombre-, ti has visto cémo han, cortado los bosques de la orilla para levantar sus rukas, gverdad? Millawa afirmé nuevamente sin palabras, sélo con un movimiento de cabeza, Entonces, su padre siguiés —Has visto cémo de los troncos han construido bal= sas y rukas flotantes. Mira alli: en esa orilla del rio lee vantaron una inmensa tuka, diez veces més grande que. las nuestras. Echa humo como un degifi y derrama a las aguas del lafkén un liquido verdoso y de mal olor. ~Si, si -tespondié la nifta, comprendiendo lo que su padre le queria explicar. El hombre Ia tomé de la mano y mientras conver- saban siguieron el sendero serpenteante hasta la oil del lago. Algunos cisnes, al sentir la presencia humana, alejaron nadando y otros remontaron el vuelo tras un I: aletear para despegar de las aguas y elevarse con el g peso de su cuerpo. -Mira, padre. ;Qué hermoso vuelan! ; Ah, como gustarfa ser un pingansu! -exclamé6 la nifia. —Hijita, todos hemos ansiado algin dia volar. cuanto a belleza, 10s pingansu son bellos, pero ti hifi 114 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO. mi Matz. Dorado, eres incomparable porque a través de tus lindos ojillos puedo distinguir un alma dulce e infini- tamente hermosa. ~iPeto miralos, por favor, padre! {Son tan suaves y elegantes para nadar, luciendo ese largo cuello negro en el} cuerpo totalmente blanco! Hija ~dijo el hombre contento-. ;Por todo te sor- prendes! Me gusta que seas asf. Cuando llegues a mujer y tengas hijos, les transmitirds esa virtud de maravillarse ante todo lo que Ngiinechen nos regal6 para vivir. De ese modo ests siendo agradecida con él Habfan llegado a la orilla y desde alli, dando la es- palda al fago, observaron cémo aquellas tierras cubier- tas de bosques ahora estaban despejadas por la tala y quema de arboles. Mira, ya los totorales han comenzado a desapare- cer y con esto fa comida para tos pingansu, El agua que derrama esa gran ruka llega hasta aqui y mata el alimen- to de las aves. Por eso han comenzado a irse. Antes, re- cuerdo, aqui vivian cientos de pingansu y otros tantos més alld en Llekanmapu (Tierra Peligrosa). ;Cuando vo- laban parecfan nubes que habfan confundido la superfi- cie del lago por el cielo! Las pocas aves que estaban cerca se asustaron del fuerte vozarr6n del hombre y emprendieron el vuelo, pri- mero desordenadamente y luego en perfecta formacién en V, perdiéndose en direccidn sureste. ns MANUEL GALLEGOS Pe ___MANVP Gattecos FL Padre e hija regresaron a la ruka, donde la madre los esperaba con el kutral (el fuego encendido) para ton mar el desayuno. La chica compartié con su madre lo vivido con su padre. Todo el dia Millawa pens6 en los cisnes y al atare decer, permanecié atenta, en espera del regreso de las aves. Pero 1a noche cub el lago y no aparecieron por ningtin punto del horizonte, «Tal vez sin querer mi padre los espanté esta mafiana’ ¥ no quieren regresar por temor», reflexioné la pequefa, De pronto, acerciindose desde Llekanmapu, divis6 tun Punto blanco en el aire: era un cisne que venia de regreso. El ave viajaba sin compafifa. Dio un vuelo final sin aletear y descendié en la ribera del lago, La nifia corri6 pampa abajo hasta llegar cerca de la Orilla, reconociendo al hermoso cisne. Se acere6 feliz y ‘e tiré migas de pan, como lo hacfa siempre. El cisne ge habia acostumbrado a recibir alimento de su mano y 0+ mid con ganas, como demostréndole a su amiga que él también era feliz. de estar en casa, Ya la oscuridad se haba acomodado en todos los rincones del lago y no ren gres6 ninguna otra ave, La nifia volvi6 a la ruka con Légrimas en los ojos, contandoles a sus padres lo ocurrido: ~Regresé s6lo un pingansu, madrecita, Es uno de mis dos amigos a quienes siempre alimento. Slo volvi6 la hembra y ningtin otro de la bandada, 116 De CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO > ~Seguramente encontraron més al sur otra lafkén 0 una entrada en el gran lafkén para vivir, donde lt gente atin no ha llegado. Tal vez, como ellos, algiin df. noso- {ros también habremos de partir -opiné el padre. ~Hijita habl6 la madre—. Ese pingansu seguramente Tegres6 porque le dabas carifio y eso, mi pequefia, debe ponerte contenta. ~Pero ella estaré sola ~dijo afligida la nifia, ~Te diré algo, mi tierna Millawa: si la hembra re- gres6 sola, el macho llegar pronto. Ellos no pueden vi- vir separados. ~¢Por qué dices eso, madrecita? ~Los pingansu, hija, tienen una costumbre muy par- ticular. Cuando una hembra y un macho se hacen pareja, lo son hasta el fin de sus dias. Y si alguno de ellos mue_ Te, el otro se queda solitario el resto de la existencia, Los pingansu tienen una sola pareja en la vida, ~iPor eso vefa siempre juntos a mis amigos en to- das partes! Pero ahora él no regres6 y tal vez no lo haga nunca... -dijo la nifia, sintiendo que las lagrimas nueva- mente asomaban a sus ojos. ~Ya lo hard -concluy6 la madre. La nifia se qued6 sentada frente a la ruka, mirando su amiga cisne caminar con paso triste en la orilla de la laguna. Ya la oscuridad habia inundado las aguas y el cielo dejaba ver un rio blanco de millones de estrellas Arriba, entre los bordes del voleén Osorno, comenzé a 117 - MANUEL GALLEGOS . nacer una claridad que muy lentamente tii el firmamen= to, las laderas de las montaiias, los bosques y por tiltimo, las aguas del lago. El cisne solitario se distinguia coma, un pafiuelo blanco en medio de la noche. El ave y la nifia esperaban. Pasaron las horas. Los padres de Millawa la lamaron repetidas veces, pero como sabfan de su preocupacién, la dejaron tranquila. De pronto, una estrella muy baja parecié brillar 50 bre las aguas del lago. Millawua se puso en pie y corrié pampa abajo. Laestrella parecfa atravesar {a oscuridad y acercarse cada vez mas. Inesperadamente, la Millawa dese cubrié unas alas grandes moviéndose en la noche. Su co raz6n dio un brinco de alegria y corrié a la ruka a contar= les a sus padres. El cisne se detuvo a metros del otro, que parecié revivir, Abri6 las alas y agitndolas le dio una bienveni- da al amado, El macho se acercé también con las alas abiertas hasta tocar las de ella. Luego recogieron su plu- ‘maje y parecié que miraron hacia Ja guirnalda de luceci- las reflejéndose en el lago, Apenas Ia claridad despunté, Millawa se levanté, répidamente, cruz6 el espacio que 1a separaba de la ori= Hla del lago, encontrando a ambos amigos. Les llev6 mi- Bas de pan y estos, al verla, corrieron a su encuentro. Se acercaron tanto que la chica pudo hacerles carifio en los cuetlos negros y largos, pareciendo lucir més sus patas rosadas y picos rojos. 118 MANUEL GALLEGOS s Con el tiempo, sélo esos dos cisnes habitaron el ago, protegidos por el carifio de la nifia, viviendo juntos hasta morir. Dos siglos después en el afio 1968, don Ewaldo Médinger Leichtle, el primer alcalde de 1a ciudad de Llanquihue, pens6 en eternizar a esas dos valientes aves construyéndoles un monumento: dos enormes cisnes, uno frente al otro sobre las aguas de la orilla del Iago, Hoy estén allf para decir al mundo que en el Lago Bs- condido estas hermosas y Gnicas aves tuvieron ahi su hogar, quedando s6lo dos ejemplares de cemento que no podrn volar jamas. 120 VOCABULARIO DE TERMINOS MAPUCHES Fre ___ ay Am: alma Anti: Sol Aytin: amor. Especial concepto del amor, identificado como una luz del espfritu, un amanecer; como la belleza interior que descubre 1a armonfa de la naturaleza y de todos los seres que habitan la tierra Carimahuida: Monteverde. Lugar donde fueron encon- trados los restos mas antiguos del hombre en América: 12 mil afios de antigtiedad, hecho ecientemente acepta- do por los cientificos del mundo. Challwas: peces. Chau: padre. Chilko: planta cuyas flores tienen forma de pequefios faroles rojos y blancos. Chiripa: Vestuario masculino consistente en un paiio cuadrado que se dobla en una de sus puntas, se pasa en- tre las piernas, dejando el torso y piernas desnudas, Defiig mapu: Cordillera de los Andes. 121 Defiig: volcan. Foye: canelo. Gran tafkén: ef mar. Huefiauca: cielo rebelde. Antiguo nombre de! actual volcén Osorno. Huépil: arcoiris Huilliches: Gente del sur. (Huilli: sur; Che: gente). Tam- bién llamados Veliches. Rama mapuche que habit6 des- de Toltén a Chiloé y parte de la pampa argentina. Kallfiiko: aguas azules. Nombre dado al volcan y a una. isla ubicada en el seno de Reloncavi: isla Calbuco. Ac+ tualmente, la isla esté unida al continente por un terra= plén. Kawuin: reunién. Kofke: pan. Koliimamiill: arrayanes, Kiidewalliing: luciérnaga Kullifi: animales. Kurutroltro; cardo negro. 122 CUENTOS MAPUCHES DEL LAGO ESCONDIDO > Kiiyen: la Luna. Lafquén: mar. Lahuan: alerce. Lemu: bosque. Lewfii: rfos. Llampiidken: mariposa. Llanquihue: Lugar escondido, Lago Escondido. Nom- bre dado al lago mas grande de Chile y uno de los mas profundos. Ubicado en la repién de Los Lagos, slo es superado por el Lago General Carrera, que es comparti- do con Argentina en la regidn de Aysén. En sus riveras se encuentran cuatro importantes ciudades:Puerto Varas, Frutillar, Llanquihue y Puerto Octay. Antiguamente, este lago recibié el nombre de Huefiauca, después Lago Valdivia y por titimo Llanquitue, Liekanmapu: tierra donde se teme vivir. Lolo: cangrejo Machi: mujer que posee un gran conocimiento de las propiedades curativas de las hierbas. Curandera. Tiene poderes de comunicacidn con los espiritus que habitan el mundo espiritual de! pueblo mapuche. Oficiante en Jas ceremonias sagradas, 123 Mamiill: &rboles. Majike: céndor. Mapu: tierra. Mapuche: Mapu: tierra. Che:gente. Gente de la tierra, Pueblo aborigen de Chile que luché con valentia y gran amor por su tierra durante tres siglos contra el conquis- \ador espaiiol. Mapudungdn:Mapu: tierra. Dungin:iengua. Lengua de la tierra. Lengua de los mapuches. Mulmu: ulmos. Ngillathun: celebracién sagrada de rogativa para pedir, implorar y alabar a ngiinechén (Dios), celebrada tradi- cionalmente cada cuatro afios con cantos, bailes y otros Titos. Ngiinechen: Ginico Dios de los mapuches. Pangue: planta de hojas grandes y cuyo tallo (nalcas) son comestibles. Peiii: hermano. Pillén: espiritu de los antepasados; habita en el interior de las montafias y volcanes. 124 pam __“uENTOS MAPUCHES DEL. LAGO ESCONDIDO Pingansu: cisne. Piified: hija Puye: pez pequefiisimo que se encuentra en algunos la- g08 del sur de Chile (atherina speciosa) Quipan: vestuario femenino. Un pafio cuyas puntas se entrecruzan en el hombro derecho, dejando al descubierto el hombro y brazo izquierdo. Ruka: casa mapuche fabricada con barro y paja trenza da, La sostienen postes de madera; al centro est ubica- do el hogar, que siempre permanece encendido. La en- trada a la casa se ubica en direccién al este, por donde sale el Sol. Riingi: coligiles. Shil -Shiwu: jilguero Taiii chau: padrecito Taiii pichimalén: hijita Tralilonco: cintillo de plata que la mujer mapuche lleva en la frente. Wangiilen: estrellas. Wehii: nifio. 125 = MANUEL GALLEGOS Wenu mapu: cielo. Wenu: firmamento, Wingka: persona o gente no mapuche. Wingkul: cerro. Wiin degiii: crater del volcan.

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