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JOSE ANTONIO DE ALDAMA, S. J. TEOLOGIA Y ASCETICA DEL PRESBITERADO i « 3 ; 2 : 2 £ i a 2 : 3 2 a < 2 a 5 8 3 . 3 i : E ‘ % a ; & : Tealogia y ascética del presbiterado : tet £]-Decreto «Presbiterorum Ordinis» es un magnifico regalo que ha hecho el Concilio a los sacerdotes. Prolongando la direccién fundamen- talmente trazada en el N° 28 de la Constitucién Dogmatica «Lumen gentium», el Decreto esboza lo que pudiéramos flamar las bases de una teologia sacerdotal y de una ascética sacerdotal. Ni la una ni Ja otra éstén adn desarrolladas plenamente en la literatura teolégica. Ni la una ni la otra han ocupado un puesto destacado en 1a elaboracién de las clencias sagradas. Pero puede ya afirmarse que en ambas:encon- tramos, éncontrarén pronto, un desarrollo feliz que sin-duda estaré impulsado eficaz y sélidamente por el Decreto del Concilio. El Decreto esté ademés redactado en un clima evidente de com- prensién, de amor, de solicitud y hasta de preocupacién paternal por quienes ‘levan en la Iglesia'el «pondus diel ‘et aestus» en los: azares fiiariog de esta iglesia peregrina en marcha siempre hacia Dios. Bases de una teologla sacerdotal £1 verdadero arranque de toda teologia sacerdotal esté en ta espe- cial participacién de la misi6n salvifica de Cristo. El Decreto se refiere a los presbfteros, contraponiéndolos a los Obispos, en ese sentido restringido y concreto en el que se ‘habla del-presbiterado como :«sa- cerddcio de segundo: orden». En el-mismo sentido da el: Decreto'las bases de una teologia y de una ascética sacerdoteles, es decir, estric- tamente tiablando, «presbiterales». La teologfa y ta-ascética propia y esencialmente caracterfsticas de quienes «constituidos en ‘el orden del presbiterado, son cooperadores del ‘orden episcopal para el pun- tual cumplimiento de Ia misién’ que Cristo les confi6» (N° 2). © La figura del presbitero dentro de la misién salvifica de ta Iglesia la ha trazado asf el Decreto: «Los presbfteros, por la ordenacién sa- grada y‘por la misién que reciben'de los Obispos, son promovidos pa- ra servir‘a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey, de cuyo ministerio parti: cipah, por medfo de! cual la Iglesia se ‘va formando constantemente en la tierra como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo 'y. Templo del Espiritu Santo» (Ne 1). ° . ae Dos rasgos discriminativos se sefialan aqui: el hecho de la parti- cipacién en la triple’potestad de Cristo’ y el carécter'de subordinacténi al Episcopado que encierra’ esenclalmente ‘esa participacién. Todd ello gn servicio: del'sacerdocio santo y real, ‘que’ distingue“al-Pueblo de Dios. La participacién subordinada dé -las ‘tres potestades de Cristo, 3 Maestro, Sacerdote y Rey, es td esencia:misma del presbiterado; la que se le comunica al presbitero por la uncidén del Espiritu Santo, que te’ marca con et sello ‘de especial configuracién con Cristo Sacerdote, er cuyo nombre y persoria puede ya actuar. ‘Lhimuttos’ pot Cristo para comunicarles su propia misién salvifica, y ¢segrégados de algim modo en el seno del Pueblo de Dias» (N°'3), viveri como hombres entre Jos hombres, nd segregados del mundo al que han de salvar y a cuyas condiciones no pueden ser extraftos; sino consagradés: totalmente a la obra para que se les ha ilamado, testigos y filnistros' de ‘una vida més alta; gracias a su‘nueva y éspecial consa- gracién que prolonga’ la primera consagracién bautismal. Esta exigen- cla, nacida de la misma entrafia sacerdotal, por la que de una manera propia’ Suyd et sacerdote no es del mundo pero’ esta en et mundo, no puede acémodarse a este siglo (Rom. 12,2} pero tiene que vivir en él, define la tension vitat de! sacerdocio al mismdé tiempo que indica los limites dentro dé fos cuales debe situarse, segim | Concilid, ta ver dadera y legitima «encarnaclén» sacerdotal. ‘La participacién esencialmente stbordinada ‘de la triple :potestad de Cristo se proyecta en un ministerio sacerdotal esenclalmente tri- Ble también: magisterial, santifteador, rector. " “EF podéF y oficio de’ predicar se’ donfiere en la misma ordenacién, aunque su éjercicto esté ‘generalmente subordinado a la misién ca- nénicé.: Oficio nécesatio para congregar y acrecentar et Pueblo de Dios, qué é3 esencialmente un pueblo de creyentes; y Ja fe se suscita Por ta palabra y de‘Ja misma palabra se nutre y vitaliza. Predicar siem- pré, predicar a ‘todos, predicar én formas variadas, predicar no una doctrina ‘abstracta e Inaccesiblé sino el mensaje evangélico de perenne verdad adaptado d las necesidades de hoy. Es 1a voz de Cristo en sus presbiteros, que, proclamando no su propia sablduria sino la palabra de Dios; Invitan insistentémente a‘la conversién y a la santidad. Que’ et poder santificador to recibe el presbftero con la ordenactén misma, ‘es claro. Et decreto subrava que todo minfsterio eclesléstico y todo apostolado se ordend a la Eucaristia; que en elfa esté todo el blen espiritual de fa Iglesia, que ella és ‘fuente y éptce de toda evan- aelizaci6n. La celebracién eucarfstica es el centro de la tomiinidad de los fleles, presididos por el presbitero. El templo es «la casa de ora- clén en que sé celebra'y se conserva la Sagrada Eucaristfa, se reunen los fieles v se adore, para auxilio y consuelo de los fieles, la presen- cia dél Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por: nosotros en el ara dé} sacrificlo» (N° 5). Alrededor del gran misterio de fa fe gira, pues, toda la actividad sartificadora det presbitero. £ Pero un poder espiritual, poder «in aedificationem» se le ha dado también en la ordenacion para regir, bajo la autoridad episcopal, la porcién de la grey del Sefior a ellos confiada. Es la participacién en la potestad regia de Cristo, en su misién de Pastor de las almas. Los presbiteros son los que han de amonestar a sus fieles, como a hijos, educarlos en la fe, hacerles cultivar su propia vocacién, llevarlos a la caridad sincera y a la verdadera libertad que nos trajo el Sefior. De nuevo vuelve aqui el Decreto sobre la misma idea: «no se forma nin- guna comunidad cristiana si no tiene su raiz y su quicio en la cele- bracién de la Sagrada Eucaristia; por ella hay que comenzar toda la formacién espiritual de la comunidad»; y de ella irradiard caridad y Lia) ayuda, accién misional, testimonio cristiano. De esta situacién del Presbitero en la vida y misién de la Iglesia brotan sus relaciones para con los Obispos, para con los otros sacer- dotes, para con los seglares. El presbitero, por ser quien es, se en- cuentra en relacién indeclinable y miltiple que debe considerarse bien para perfilar con exactitud lo que él es en Ja Iglesia. Su unién con e] Obispo no es una obligacién superpuesta, sino una necesidad de su propia misién y de su misma consagracién presbiteral: los presbiteros y los Obispos son lo que son porque participan del mismo y tnico sacerdocio de Cristo y su mismo ministerio; pero lo participan de un modo esencidlmente diverso; los presbiteros en subordinacién a los Obispos. Ahi radica igualmente la necesidad de estar.unidos los pres- biteros entre sf en una fraternidad intima, apretada con el lazo sa- grado de un sacramento; hermanos que caminan juntos, por caminos diferentes, a una misma meta; que se ayudan siempre como coopera- dores que son de la verdad; que se desbordan en caridad apostélica y fraterna, orientando los mayores a los jévenes, respetando y aprove- chando. los jévenes la experiencia de los mayores, preocupéndose especialmente de los sacerdotes enfermos, afligidos, sobrecargados de trabajo, aislados, desterrados de la patria, perseguidos. Con los seglares, finalmente, los presbiteros son hermanos, que saben ayudar- se de su cooperacién miltiple, que los escuchan con gusto, que res- petan su justa libertad, que examinan con cuidado los caminos por donde el Espiritu Santo lleva sus almas, desarrollando en ellos los gérmenes de una vida espiritual mas abundante y conduciendo a todos a la unidad de la caridad. Esta bellisima visién del presbitero en la Iglesia, trazada toda no con lineas rigidas de obligaciones y leyes, sino con pinceladas vivas de una profunda penetracién en la entrafia misma del ser y del minis- terio presbiterales, constituye, como decfamos, las bases de una s6- lida teologia de! presbiterado. Gran regalo de la Iglesia a sus sacer- 5 dotes y precioso tesoro, inexhausto y viviente, para una perenne me- ditaclén sacerdotal! Bases de una ascética sacerdotal De ahi brota igualmente lo que puede llamarse bases de una ascé- tica del presbiterado. El Decreto las va apuntando a lo largo de todas sus paginas; pero las retine sobre todo en el capitulo 111, dedicado a ensefiar el ideal de la vida de los presbiteros. Como todo el Decre- to, el capitulo esté redactado en un plano superior, en el que lo que es la Iglesia necesaria reglamentaci6n y legislacion Ineludible aparece en la célida y viva expresién suscitada por Ja penetracién sabrosa en la entrafia misma del nuevo ser que constituye el presbitero en la Iglesia. ae 5 "bere El arranque de la ascética especificamente Presbiteral hay que Ponerlo en Ja nueva consagracién a Dios que entrafia- la ordenacién sacerdotal, por Ja que el ordenado se encuentra hecho «instrumento vivo de Cristo, Eterno Sacerdote» pra hacer posible el que se realice en cada uno a Io largo de los siglos ta maravilla $i Ivifica efectuada una vez para siempre y para todos por e! Divino Redentor. Porque esté hecho para representar la persona de Cristo una.gracla especial le envuelve desde el principio del nuevo ser presbiteral. Con ella, sirviendo al Pueblo de Dios, consigue 6! mejor la perfeccién de Aquel cuya representacién fleva en su propio ministerio. Porque al fin, como Cristo, consagrado y enviado al mundo por el Padre.se entregé por nosotros, y caminando por el sendero de su Pasién entré en su gloria, de modo semejante el presbitero, consagrado por ef Espiritu Santo y enviado por Cristo, se entrega totalmente al servicio“de Ic’ hombres y andando las sendas de la mortificacién de sf misniio avanza hacia la madurez de la santidad con que Cristo lo enriquecié. La analogfa esté destacada por el Decreto (N° 12). Tocamos ahi la rafz més profunda de la santidad sacerdotal: es el ejercicio mismo del ministerio el que afianza al sacerdote en la vida del espfritu. Con una condicién esenclal: que sea décil al Espi- ritu que lo vivifica y lo qufa. Existe una real ordenacién de las accio- nes saqradas y del ministerio presbiteral en subordinacién al Oblspo, hacia Ja santidad personal de la propia vida del presbftero; Inversa- mente, esa santidad contribuye poderosamente al cumplimlento fruc- tuoso de su ministerlo, porque. de ley ordinaria, preflere Dios mani- festar sus maravillas por aquellos que son més déciles al impulso v direcct6n del Espiritu Santo, por su intima unlén con Cristo y la san- tidad de su vida. ,Qué tiene de extrafio que el Concilio, deseando con- 6 seguir los fines con que se convocd, exhorte vehementemente a to- dos los sacerdotes a que, utllizando los medids recomendadés por 1a Iglesia, se esfuercen por obtener una santidad cada dia mayor, que los haga instrumentos cada vez més aptos pata el servicio dél Pue- blo de Dios? . Si, pues, la raiz de la ascética sacerdotal hay que buscarla en el mismo ministerio, es claro que el camino propio d2 santificacién para los presbfteros habraé que descubrirlo en el ejercicio sincéro e infa- tigable de su triple funcl6én ministerial. La predicacién los santifica, porque su preparacién y estudio les hace leer, escuchar y saborear a diario Ja palabra de Dios, que es siempre santificadora; y porque en su ejércicio mismo, ‘el ‘sentirse unido con el divino Maestro de Jas almas y el dejarse gular por el Espiritu Santo les lleva a participar de la caridad dé Dios, cuyo mis- terio ha sido revelado en Cristo. La funcidn santificadora de los demas los debe de santificar perso- nalmente a ellos, invitados a imitar lo que estén efectuando; pues al célebrar el misterio de la muerte del Sefior, procuran mortificar sus miembros, vicios y concupiscencias, como les dijo el Pontifice en la misma ordenacién. Adems, como el sacrificio eucaristico, en el que se realiza de continuo la obra de la redencién, es Ja accién mas pro- piamente sacerdotal, hay en su celebracién dlarla (que e! Concilio re- comienda con empefio aun cuando no estén presentes los fieles) un evidente manantial de santificacién personal. ;Qué més? ,No lo es también el ofrecerse a si mismos diariamente en unién con la oblacién de Cristo y el participar cordialmente en su caridad al alimentarse con su Cuerpo, dado en manjar a los fieles? Nueva unién con Cristo les Proporciona la administracién de los sacramentos a través de la in- tencién y de la caridad del mismo Sefior con quien se une al admi- nistrarlos. Y cuando rezan el Oficio Divino prestan su voz a la Iglesia. que persevera en oracién juntamente con Cristo en nombre de todo el género humano. La conciencla de esta realidad sublime ha de san- tificar por fuerza los afectos mas hondos del coraz6n sacerdotel. La funcién rectora del Pueblo de Dios es para jos presbiteros incentivo de caridad; la caridad del Buen Pastor que da la.vida por sus ovejas. Pronto asi al sacrificio supremo (y el Concilio se com- place en recordar a los sacerdotes que en nuestro tlempo han dado herédicamente su propia vida), viviendo la fe en Ja que educan a su grey. robusteciendo su esperanza personal para consolar a los atri- bulados con el mismo consuelo que Dios les da a ellos, se ejercitan en la ascética propia del pastor de almas con renuncia de sus venta- 7 Jas, olvidados de su utilidad, en perpétua tensién por vivir cada vez con mayor perfeccién su oficio pastoral, ablertos siempre a emprender nuevos y dificiles caminos, si hacen falta, bajo Ja guia del Espiritu Santo. Toda esta santificacién personal del presbitero est4 en el ejercicio slncero y abnegado de.su ministerlo. Pero el Concilio ha abordado un grave problema de la vida espiritual de! sacerdote que brota ahi mis- mo; y lo tha abordado’ con detencién, dedicéndole todo el N° 14, La complejidad del mundo actual ileva fatalmente a una dispersién de actividad externa, que amenaza y fécilmente rompe la unidad interior. Los presbiteros tocan con ansiedad la realidad de ese agudo problema en sus propias vidas. Preguntan: 4cdmo se puede reducir a unidad la actividad ‘exterlor multiple y multiforme con la Unica vida interlor? Problema :serio y realisimo, largamente comprobado por la experien- cla personal de todo sacerdote ccupado directamente en el bien de las almas. El Concilio va a esbozar su solucién, sin salirse de una as- cética especificamente sacerdotal. Desde luego, ni un mero orden externo de la actividad ministe- rial basta para resolver sinceramente el problema, ni tampoco la pura practica de ejercicios de piedad, por mas que éstos ayuden positiva- mente a conservar Ja unidad interior. La solucién hay que buscarla en el ejemplo superior de Jesucristo, cuya vida multiple se unificaba maravillosamente en él ardoroso empefio por realizar en todo la voluntad del Padre. Los presbiteros encontrarén la unidad de su vida uniéndose a Cristo, principio y fuente de unidad, por e! conocimlento de Ja voluntad del Padre celestial y por la entrega de si mismos a la ‘grey que se les ha encomendado. De esa manera, prolongando la vida del ‘Buen Pastor, encontrardn en el ejercicio mismo de la caridad pas- toral el vinculo de perfeccién sacerdotal, capaz de unificar su vida y Su dcci6n. Esta caridad pastoral brota sobre todo del sacrificio eu- caristico, y por ello'es Ja Misa el centro y la raiz de toda la vida del Presbitero; con tal de que este vaya penetrando cada vez més hon- damente por la oracién en el misterio de Cristo, que 6] mismo realiza sobre el altar y debe reproducir espiritualmente en su propia alma, eee ‘De este modo queda centrada por el Concilio la ascética propia del presbitero. Pero el Concilio ha querido dar un paso més explicando lo que ha llafiado ‘«exigencias espirituales» propias de la vida presbite- ral. Es desarrollar mas os principios de una ascética sacerdotal sélida. Exigencia ‘espiritual fundamental es en la vida del presbitero la humildad; es decir, «la disposicién de alma que hace estar slempre preparado para no buscar la propia voluntad sino la voluntad de Dios»; ‘esa voluntad de Dios, que es preciso descubrir y cumplir en tas circunstanclas: de cada dia con el humilde servicio de todas las almas a su cargo. ‘ Pero si penetramos mas en la esencia del ministerio sacerdotal, que no puede existir sino en la «comuni6n jerérquica» de todo el cuer- po'eclesidstico, esa humildad se hace necesariamente obediencla. £1 decreto ta calificado de «responsable y voluntaria» esa obediencia def presbitero, que no es una fria imposici6n exterior, sino viene exigida por la entrafia misma de su misién en la Iglesia. Al fin, como quien participa de fa misi6n de Cristo, que deshizo con su obediencia fa ruf- na causada por la desobediencia primera. Después de esa humildad y de esa obediencia aborda el Concilio, entre las exigencias espirituales de ta vida Sacerdotal, el grave pro- blema del Gelibato, Ese problema era imposible que lo desconociese el Cojicilié; sé” habia manoseado demasiado los Ultimos afios. La palabra ponderada y cordial de! Concilio ha sido sencillamente una nueva confirmacién para el presbiterado latino de la venerable ley eclesiastica de la castidad perfecta y perpétua, tan estlmada slempre en Ia Iglesia. El Coxcilio ha hecho esa confirmacién enumerando antes las ventajas superiores que, en el plano de Ja propia misién salvifica, han decido a la Iglesia a mantenerla. La castidad perfecta y perpétua, ensefia el Concilio, es signo y estimulo de ta caridad pastoral, es peculiar fuente de fecundidad espiritual en e] mundo; en ella, por ser una nueva y excelentisima consagracién a Cristo, se orienta el sacer- dote hacia ta integridad de su misién al servicio de la nueva humanidad nacida'no de carne y de sangre sino de Dios; por ella se encuentra més 4git para unirse a Cristo sin «divisién de coraz6n», mas libre para entregarse al servicio de Dios y de los hombres, m4s apto para Nevar @ término la paternidad universal en ‘Cristo; con ella evoca ante los hombées las misticas nupcias de ta Iglesia con Cristo su Esposo. y se hace a ta véz signo viviente de aquel mundo futuro, presente va en fa esperanza y en el amor, en el que los hijos de ta resurrecci6n «neque nubent neaue nubentur», sino serfn como los angeles de Dios. jBellfsima vision dé un coraz6n integramente'dedicado a Cristo va sus Intereses transcendentales, sin otras preocupactones que continuar en fa tierra’ su misién redentora! Con ella ante los ofos el Concilio exhorta a todos tos presbiteros a que se den de corazén a fas exlaencias de esa castidad perfecta. abrazada un dia ltbremente v conflando en la gracia divina; a que verseveren fielmente en ese esta- do: a due tenaan en mucho el don del Sefior: a’ que penetren en los arandes misterios encerrados en 61: a que pidan humitde e Incansa- ‘hlemente con ta laglesia la aracia’ de su fidelidad verpétua. hov mas que nunca, cuando tantos hombres juzgai imposible ese estado su- Perior. Todavia. mas. El Concilio hace un ruego a todos los fieles: que estimen el-precioso don del celibato sacerdotal y que pidan a Dios se lo conceda siempre abundantemente a su santa Iglesia. Una ultima exigencia ‘de la espiritualidad del presbitero: viviendo en el mundo en amigable y fraternal actitud con los demas, como no es del mundo tiene que vivir desprendido de todo, sin desordenados cuidados terrenos, en una libertad y en una docllidad a la voz de Dios que engendre en él la discrecién tan necesarla a su oficio, decidido siempre a caminar por Jos caminos de la pobreza sin detenerse hasta las.cimas mas altas cuyo deseo encienda en sus almas el Seiffor. Es claro que este nivel altisimo de la santidad presbiteral neces!- ta esfuerzo humano no vulgar para responder a la gracia y a la llama- da de Dios. Por eso el decreto se preocupa de los recursos que debe utilizar el presbitero para mantener y desarrollar su vida espiritual. Desde luego, el:-ejercicio «consciente» de su ministerio le Nevaré a la. uni6n. con. Cristo.en todas las circunstancias de Ja vida, Pero ade- més «todos los medios comunes y particulares, nuevos y viejos, que el Espiritu: Santo no ha dejado nunca de suscitar en ef Pueblo de Dios y.que la Iglesia recomienda para 1a santificacién de sus miembros y. atin.en algunas. ocasiones: los impone» (N.° 18). Es una declaracién conciliar que empalma la ascética sacerdotal de hoy con Ir venerable tradici6n ascética.de la Iglesia. Entre esos-medios de santificacién estén: el asiduo contacto con la Eucaristia y la palabra de Dios, manjares-del'alma; Ja‘recepclén fruc- tuosa de los sacramentos, especialmente de la confesiéh preparada por el examen diario de conciencia que tanto ayuda para la necesaria conversién del corazén 8 Dios; la docilidad al Espfritu Santo, nutrida con la lectura biblica a la luz de la-fe; la devocién -y amor a Nuestra Sefiora; Madre del Sumo’y Eterno Sacerdote y Reina de los Apéstoles, la: visita diaria -y ta devocién a la’ Sagrada -Eucaristfa; él retiro y la direccién espiritual, el‘ ejercicio de la oracién mental, que con la aracta divina Jes llevaré al espfritu de verdadera adoracién, por el cue unidos a Cristo Mediador puedan’ clamar, «Abba, Pater»: El Concilio recomienda: finalmente el estudio ‘constante no sélo de la Saarada Fscritura, sino también de’ los Santos Padres, de los Drctores de la latesia y demas monumentos de la Tradicién, estudio hoy més’ nece- sario que nunca por los especiales caracteres de nuestro tiempo. ~ *Termina el Decreto evocando’ «los aozos de 1a vida sacerdotal» Vv al mismo tiempo sus dificultades en el mundo de hoy: mundo aie as preciso salvar. al que ‘Dios ama v del que hay que ‘tomar las pledras vivas‘para edificar el Templo del’Sefior. Que los presbiteros: lo recuer- 10 den: no esté solos, se apoyan en la fuerza omnipotente de Dios; con fe en Cristo que los llamo a participar de su propio sacerdocio, sabien- do que Dios puede aumentar en ellos la caridad, vivan su ministerio en entrega confiada. No estan solos, con ellos cooperan sus hermanos en el sacerdocio y los fieles todos del mundo. Pero hay que trabajar en fe. El misterio de Cristo se desarrolla lentamente en la Iglesia peregrina. El fruto queda oculto muchas veces. Y el Sefior que dijo: «Confiad, Yo he vencido al mundo» no prometié a su Iglesia la vic- toria completa y perfecta en la tierra. Sin embargo la semilla evan- gélica progresa y fructifica, gracias al trabajo de los sacerdotes; el Concilio expresa por ello su gozo y a todos los presbiteros se lo agradece con el mayor amor. iY que la gloria sea para Dios en la Iglesia y en Jesucristo! oat

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