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El largo cuello de Napoleón Bonaparte

By Juan Re-crivello

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Esta tarde la arena grasa esta sedienta de acompañar mi vida hasta el carril
final. Me he levantado con mal humor. Santa Helena esta tan lejos del mundo
europeo. De naves, de hombres, de desiertos. De la gloria. El vasto Imperio se
ha desmoronado, de sus cañones la mantequilla escapa sin contención. Me
pregunto si mi obra fue una esclavitud a tanta obsesión por refundar una
Europa soberbia o una Francia pequeña. ¿Qué me ha llevado?: a través de
Egipto; o Rusia o la España harta del dominio real y decadente de Fernando
VII. Magros resultados puedo mostrar. Tal vez, una gran alteración de las
sociedades y costumbres de la época. ¡Ay de mí!. Un destierro y una mirada
forcejean al fondo de mis pupilas.

De aquel reposo, de aquel extremo de soledad, intentaría matar sus pecados


en un pozo de reflexión, dijo: el código Civil (1) era un intento para superar las
barreras construidas dentro de la sociedad. Existían leyes para todo, y era
imposible conocer con exactitud los derechos de cada persona. Las normas
especiales sucumbieron ante la razón y el espíritu de fuego que me inspiraba,
que me llevaría a arrasar los territorios, dominados por reyes y monarcas que
insistían en una paradoja “su poder les venía de Dios”.
_¡Fue una estupidez coronarme Emperador!.
Di la esperanza a los que pensaban que el poder, nuevamente estaría
sofocado por la autoridad de un ocasional espíritu humano. A mi paso, grandes
monarquías se derritieron ante la realidad de la fuerza de mis ejércitos. El
Napoleón que encarnaba mi humilde política, diríase debido a su empuje que
ya nadie podría decir en adelante: “el Rey estaba por encima de la sociedad”.
América fue la primera que se liberó. En la espera a que Fernando VII
reaccionara, aquel continente aupó a sus líderes al gobierno de vastas
extensiones. De estados y sociedades políticas más audaces que las
instituciones políticas existentes.
Pero, de la estabilidad de un rey depende la nostalgia de las gentes. Ellos
desean su intermediación infinita. Los reyes dicen ser por sangre, por genes.
Unos sustituyen a otros. Se transmiten la sabiduría o la ambición, en una larga
cadena de sangre, traiciones, y espeso tronco de errores o aciertos.
De este imaginario colectivo ellos aprovechan su poder. Al construir mi Imperio,
en aquella alocada guerra europea, se fundiría su miseria barroca de
representación, de poder absoluto. Y aparecería un código civil, para
establecer los límites del nuevo escenario.

En mi aprendizaje he podido ver como grandes analfabetos han llegado a


reyes. Luego sus derechos han contaminado a las generaciones futuras y ha
sido imposible quitarles. Reducirles a ceniza. A una serie de ex sanguíneos
representantes del tronco común surgido en un cuidado y rancio mantel de
amores ocasionales.
Al meter mis ejércitos por Europa destruiría las correlaciones de mentes, lazos
e hijos nacidos de una ambición. Vano y débil, intentaría sustituirles por
constituciones, códigos y leyes. ¿Quizás un vasto archipiélago de derechos?.
Aquel fue mi error. Combatir la monarquía con una Republica de sangre y
destierro. En cada nueva conquista me alejaría de mi antiguo objetivo. Pero,
mientras más me obcecaba, aparecía ante mí, un vasto continente muerto en la
trampa monárquica. De su inacción nacería nuestra furia.

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Napoleón se detuvo en su monologo. Pudo observar como Santa Helena
estaba dormida. El vientre plomizo de la isla le había traído algunas cartas. Se
preguntó:¿Por qué siempre me destierran a una isla?. Su mano temblorosa
había recogido su vomito de sangre. Ya su estómago no soportaba tanta carga
de un brutal líquido o polvo que intuía le consumía. En un delicado papel
escribiría: “He mirado desde la bruma que preside mi encierro. Hoy, tal vez no
pueda demorar otro día. Me tortura este abandono solitario y terco en que, me
han sumido”.

(1) Al asumir el Primer Consulado, Napoleón se propuso como meta, dentro del proceso de la Revolución francesa,
refundir en un solo texto legal el cúmulo de la tradición jurídica francesa, para así terminar con la estructura jurídica del
Antiguo Régimen, eliminando las normas especiales que afectaban sólo a sectores determinados de la población
(leyes para la aristocracia, leyes para los campesinos, leyes para los gremios, etc.), y suprimiendo las normas locales
que suponían un obstáculo para la administración pública, formulando una serie de normas aplicables de manera
general; también se pretendía eliminar las contradicciones y superposiciones nacidas de la convivencia de diversos
regímenes legales, apoyando la estabilidad política.

Waterloo

Aquella jornada, el opio me dejaría dormido y sin más. Un día largo estuve
fuera de la batalla, ¿quizás parte del 16 y 17?. Al despertar fui informado de
nuestro dominio en el terreno. Quise ponerme en pie pero temblaba y deseaba
el vómito. Perdería otras tres largas horas en encontrarme en mi sitio. El
caballo, su cabalgadura, todo me molestaba. Di orden de atacar en dirección al
Este. El Duque de Welligton no pensaría que el movimiento era posible, pero
transcurridas algunas horas deduje el error con mis ayudantes. De nuevo un
ataque de furia me desarmo. No podía contenerme, era prisionero de esta
desdicha. De esta ganancia de la historia que me había llevado por batallas i
honores. Pero me había situado solo frente al temor y la adulación. Di una
nueva orden: ¡marchar al Oeste!. Mis tropas se quejaban de aquel torpe que
les dirigía. Mi blandura mental les hacía sentirse desprotegidas. El gran
Napoleón estaba en horas bajas, solo descubría que detrás del opio que me
quitaba los dolores, merodeaba una gran excitación la cual producía o un error
o una anemia de interés. Dirigir a un gran soldado como era este ejército, me
extenuaba. Me enfrentaba, a un General que había estudiado el arte e la
guerra. De mi lado, me guiaba mi intuición y mi espíritu audaz y… ¡mi genio!.
Pero las largas etapas de comer poco, dormir lo justo y esta pesadez que me
invadía, me colocaban ante un tigre de galones dispuesto a acabar con el
Imperio.

Fui hasta la letrina. Mi insólita carne de vejiga dejo escapar un hilillo. Volví para
intentar montar a caballo. Presentía que ya estaba todo a punto de decidirse.
De un feo resultado animarían las almas, luego este hombre de cartulina y
honores, pasaría al destierro -sin más.

El día 17 mis dictados no se cumplían con celeridad. Al no perseguir Grouchy


mas que bastante tardíamente a las tropas prusianas que habíamos derrotado
en Ligny, nuestra posición seguía siendo fuerte, pero el error nos privaría de
30.000 soldados ante la batalla final. Pero mi instinto aún me hacía dudar de la
sutil combinación de un Wellington defensivo y lento, pero disciplinado para

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aguantar esperando el momento crucial y un Von Blücher capaz de dirigir su
ejército con tal fuerza y aplomo para arrastrar al propio Duque de Wellington.

El 18 a las 21 horas estaba todo perdido. El campo era un inmenso festín de


muerte. Mi ánimo se había recuperado, pero me esperaba un futuro hostil y
desgarrado. Los enemigos del Imperio traerían consigo el fin de las ideas
liberales. Aunque Europa era una inmensa línea de ideas abiertas que le
atravesaba, dando de si un nuevo espacio de libertad y derechos.
¡Los monarcas habían caído dominados por los deseos de libertad de sus
gentes!.
En aquel estrecho recorrido de 18 kilómetros de la línea del frente, en estos
tres días, se habían batido 80.000 británicos por el sueño europeo, y del otro
lado, 25.000 franceses, 17.000 holandeses y belgas, 17.000 hombres de
Hannover y Brunswick, y 6.000 del King´s German hasta completar una fuerza
aliada de 84.000 hombres. Esta cruel batalla me llevaría al exilio, pero daría a
Europa dos ideas, la Nación y los derechos civiles. Antes de dejar el terreno,
mire en dirección a poniente. El ocre y las nubes de la noche anterior estaban
desapareciendo, de aquí en más, el olor a muerte y los cuervos llenarían ese
enorme baldío. Para un General la derrota era un sentimiento autónomo y
personal. En mi caso, la amarga vianda estaba servida, comería de ella sin
apetito ni deseo. El continente, quien se extendía desde la autónoma España
hasta a la ondulada Prusia, convocaría a estos muertos a más de un fasto de
guerra.
Y detrás de cada suicidio colectivo, todos siempre invocarían la libertad.

El Ocaso

9:30 de la mañana

Mi ama de llaves me acerco el excusado. Temblaba. Aturdido era prisionero de


una fiebre e hinchazón intensas. Me sobrepuse. Les obligue a vestirme y
sacarme de la casa. Me llevaron hasta un trozo de roca que respiraba al lado
de la arena. Veía desde allí una bahía canida y maltrecha. Los apetitos de
poder y sangre se acercaban en un baile atroz y vil. De un lado hambriento y
solitario estaba un libro de derechos que me hablaba. De gentes, de libertad.
De unas limitaciones ante los poderosos. Ante los reyezuelos de vinagre
cobarde y genética dominada de calambres y miedo al poder, a quienes les era
entregado sin más esfuerzo.
Un pájaro pasó de largo, o dos. No les importaba ver al gran Napoleón. Estaba
solo, envilecido, olvidado y muerto de angustia, ante su fin reflejado en
aquellas aguas de Santa Helena.

17:30 de la tarde

Me despertaron. En la cama hablaban de un adiós. ¿Me había desmayado


hace horas?. Me dispuse a dejarme dominar por aquel extraño alimento que
me consumía en estos años. Vi como mi furia precedía el largo viaje. Luego un
carruaje de poderosos establecía el final de sus fracasos. Me dejaban un sitio.

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Estaba unido, a una multitud que caminaba áspera pero tranquila. Solo les
consideraba –a ellos y a mí, una tarea, mantener sus derechos.

El autor

Juan Re-crivello Nació en Córdoba. Estudió historia en la Facultad de


Geografía e Historia de Barcelona y Dirección Comercial y Marketing en la
Fundación EMI de Barcelona. Es actualmente profesor y escritor.

Sus numerosos artículos son resultado de ser un activo bloguero que publica
en la edición digital de El País, Le Monde y Clarín. Su obra narrativa también
ha sido editada en Scrib y Bubok.

First Edition

El largo cuello de Napoleón Bonaparte


(c) 2010 by Juan Re-crivello

Cover & Illustracions

This book is a work of fiction. Names, characters, places and incidents are either a product of
the author´s imagination or are used fictitiously. Any resemblance to actual events, locales or
persons, living or dead, is entirely coincidental.

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Edited by: la torpeza de la iguana Ed. and Juan re Crivello


e-mail: juuanre@hotmail.com

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