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Universidad Nacional Autónoma de México

Facultad de Estudios Superiores Iztacala

Psicología Clínica Teórica IV

Profesora: Antonia Rentería

2805

Origen y desarrollo la Psicología Clínica (terapias de tercera


generación).

Monterrosas Márquez Gustavo

Periodo: 2010-2
Índice

Introducción

La ciencia y su influencia en la estructuración cultural de las sociedades

Distinción entre investigación científica básica y aplicada en psicología y la


producción de tecnología como resultado de la investigación científica

Desarrollo científico de la psicología: La ciencia de la conducta (terapias de


primera generación)

La Psicología Clínica cognitivo-conductual (terapias de segunda generación)

Nuevas aproximaciones al problema (terapias de tercera generación)

Ejemplo hipotético del uso de herramientas tecnológicas formuladas bajo los


preceptos usados en las terapias de tercera generación

Conclusiones

Bibliografía

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Introducción

El presente trabajo representa un esfuerzo por explicar el origen, así como el


desarrollo y la generación de tecnología de la psicología Clínica. De esta manera,
se trataran asuntos concernientes a la conformación de estatutos e instituciones
científicas que modulan y guían por medio de ciertas reglas y metodología
específica la manera en la que el hombre se acerca y percibe la realidad. No
obstante, es importante mencionar la manera en la que el medio social, así como
otras instituciones e inclusive ciertos acontecimientos de gran relevancia
pertenecientes a éste influyen en la generación de conocimiento al interior de la
ciencia.

También, se enmarca el desarrollo de tecnología en psicología al interior de este


marco de relaciones llamado ciencia. En esta tónica, se plantean antecedentes no
científicos de la psicología y el paso crucial que esta disciplina debió tomar para
introducirse al campo de conocimientos ordenados anteriormente mencionado. Al
respecto, en el estudio de la historia de la psicología es posible observar, como
bien lo dice Kantor (1990) que: “…la Psicología se distingue por los desacuerdos
violentísimos acerca de si se ocupa o no de eventos tangibles y observables,
como las demás ciencias”. Dicha disyuntiva se prolonga hasta días presentes ya
que, tanto en instituciones como en comunidades científicas, no es extraño
encontrar a psicólogos cuyos alegatos estén a favor de procesos fenomenológicos
y de constructos que hacen referencia a entidades que de alguna forma modulan y
controlan la conducta de los organismos.

La Psicología Clínica surge como resultado de la no aceptación de dichos


constructos ya que, a pesar de que no se tienen registros específicos y exactos
acerca de quien la originó y en que momento se originó, es posible rastrear los
primeros brotes de esta área tecnológica a la aparición de la revista llamada The
psichological Clinic en 1907 cuyo fundador fue Lightner Witmer (Phares, E. & Trull,

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T., 1999). Además, el enfoque de las publicaciones de la revista antes
mencionada se podía ubicar en el enfoque conocido como conductual; enfoque
que planteaba que el objeto de estudio de la psicología debía ser única y
exclusivamente la conducta de los organismos en lo individual y su relación con el
medio ambiente. Tanto los principios teóricos como los metodológicos que los
conductistas usaban ponían énfasis en la conducta manifiesta (observable) y en
los acontecimientos ambientales que influían en ella (Kazdin, A. E., 1996). De esta
manera la psicología clínica surge de la investigación aplicada de la psicología
experimental, cuyo máximo representante fue la psicología Conductual. Por lo
tanto, en las próximas páginas se tratará de hacer un recuento histórico acerca del
surgimiento de la psicología clínica; su origen, desarrollo pasando por las
derivaciones tecnológicas de estas terapias denominadas como 2ª y 3ª generación
de terapias clínicas así como sus principales aportaciones a la problemática social
relacionada con tendencias conductuales socialmente inaceptables que atañen a
las personas.

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La ciencia y su influencia en la estructuración cultural de las
sociedades

Es bien sabido que el medio social en el cual surge el conocimiento influye


en la construcción de modelos explicativos y de teorías que explican, describen y
predicen una parte de la realidad así como en la estructuración de instituciones
que rigen la manera en la que se realiza investigación. Como bien lo explica
Kantor (1990): “…todas las empresas científicas son instituciones especializadas
situadas en sus matrices culturales particulares”; en otras palabras, la ciencia y el
quehacer científico se pueden entender como un producto surgido del
establecimiento de intereses específicos de un grupo de personas en relación a
eventos particulares específicos, o bien, circunstancias sociales que generan y
propician el origen y desarrollo de conocimiento particular.

En el estudio de cada una de las ciencias, es posible encontrar diversas


matrices culturales y condiciones específicas que promovieron el desarrollo y
estudio de fenómenos particulares. No obstante, existen factores que favorecen en
mayor proporción al desarrollo de la ciencia, por ejemplo: la existencia de
instituciones científicas depende directamente de la comunidad en la que se
encuentra asentada, es decir, de una población lo suficientemente numerosa y
bien organizada. De igual manera, depende de las condiciones de de vida del
grupo (la facilidad o dificultad con la que el grupo o comunidad logran el sustento
de cada uno de sus miembros).

En este sentido, es posible decir que todo el saber moderno ha sido el


resultado de orígenes muy humildes surgidos de las primeras observaciones de
fenómenos, que por un o por otra razón parecieron importantes en el pasado.
Pero, existe un peligro en tomar las presupociones hechas a partir de una primera
observación como principios o axiomas preestablecidos; dicho peligro radica

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principalmente en que es posible que el trabajo científico de trasfondo se
encuentre mal realizado, es decir, que la metodología o el problema principal en el
que se fundamentan se encuentren mal definidos o bien, realizados de una
manera inadecuada. Otro problema común en la realización del quehacer
científico es la confusión de contextos temporales y culturales del trabajo realizado
con anterioridad ya que en muchas ocasiones es común caer en anacronismos
surgidos del hecho de que se trata a un problema surgido en un contexto temporal
diferente como si fuera actual (Kantor, 1990).

Los problemas descritos anteriormente tienen que ver con el hecho de que
las perspectivas culturales pasadas influyen en la interpretación de los eventos
actuales y en especial, en la historia de la ciencia, influyen poderosamente la
cultura general y las perspectivas filosóficas de cada uno de los personajes que
colaboraron a formarla.

Es de importancia fundamental hacer mención de que no solo las


circunstancias sociales marcan cambios en la producción de ciencia y en el
quehacer científico. La afectación en general se produce de manera bilateral; el
ejemplo más asiduo de lo anterior es la teoría de la evolución planteada por
Darwin ya que fue tal su impacto en las sociedades que los dogmas instaurados
por las instituciones eclesiásticas quedaron minados y su veracidad fue puesta en
duda.

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Distinción entre investigación científica básica y aplicada en
psicología y la producción de tecnología como resultado de la
investigación científica

En el apartado anterior se sugirieron dos tipos de problemáticas generadas


a partir de dos factores que delimitan la producción de conocimiento al interior de
la ciencia en general. Dichos factores estaban directamente relacionados con
condiciones de confusión temporal y con características de una población
específicas (vg. la ideología, el acceso a la información, el acceso al sustento, la
estabilidad económica, etc.). No obstante, existe otro tipo de confusión que atañe
a quien enfrenta, diseña, estudia o pone en práctica políticas científicas y técnicas.
Dicho problema es la distinción entre la investigación científica y las actividades
generadas a partir de ellas.

El problema en la distinción entre lo que es la ciencia y el producto de ella


(técnica) se presenta principalmente en situaciones en las que se suele hablar de
las dos como si fuera una misma cosa. No obstante antes de entrar de lleno a este
asunto, es de vital importancia tratar un error que también se presenta de manera
constante cuando se habla de ciencia, es decir, la confusión entre ciencia básica y
ciencia aplicada. La mejor manera de ejemplificar este error, es citando a Mario
Bunge (1998, pp. 35), quien dice lo siguiente:

“He aquí un físico que estudia las interacciones entre la luz y las interacciones
entre la luz y los electrones, en particular el efecto fotoeléctrico. Principio de
la célula fotoeléctrica (o fotovoltaica). Esta persona hace ciencia básica, sea
teórica o experimental, si lo único que se propone es enriquecer el
conocimiento humano de las interacciones entre la luz y la materia. En el
laboratorio contiguo otro físico estudia la actividad fotoeléctrica de ciertas
sustancias particularmente sensibles, con el fin de comprender cómo
funcionan las células fotoeléctricas, lo que a su vez podrá servir para fabricar

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dispositivos fotoeléctricos más eficaces. Este investigador hace ciencia
aplicada (teórica o experimental) porque aplica conocimientos obtenidos en
investigaciones básicas.”

En este sentido y con el ejemplo anterior es posible observar que la


diferencia fundamental entre ciencia básica y aplicada es que: 1) La ciencia básica
solo busca enriquecer el conocimiento humano al interior de una ciencia y 2) La
ciencia aplicada busca la manera de aplicar el conocimiento generado a partir de
la ciencia básica a circunstancias de la vida cotidiana, que en general, suelen
plantearse a manera de problemas.

Una vez definida la distinción entre ciencia básica y aplicada se retomará el


ejemplo de Bunge (op. cit. Pp. 36) para realizar la distinción entre ciencia y
tecnología:

“… encontraremos también a un investigador que estudia células


fotoeléctricas, pero ya no tan solo para saber cómo funcionan, sino también
para diseñar una batería de células fotovoltaicas, montada sobre un satélite
artificial que se mantenga encima de una ciudad, para proveerla de energía
eléctrica. Esta persona no es un científico sino un ingeniero (de alto nivel por
supuesto) y como tal, su mirada está puesta sobre artefactos útiles. Para él la
ciencia no es un fin sino un medio.”

En el ejemplo anterior es posible percatarse de la diferencia entre ciencia y


tecnología ya que la finalidad de la actividad realizada por el ingeniero o técnico es
diferente a la del científico, es decir, la actividad del técnico tiene como finalidad
obtener ganancias o beneficios. Idealmente dichas ganancias irían dirigidas a la
sociedad, no obstante en los últimos años, los beneficios solo han llegado a las
manos de los accionistas y empresarios.

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Es importante señalar que distinguir tipos de actividad no implica separarlas
ya que en la época moderna hay un flujo incesante de la investigación básica a la
investigación aplicada y de ésta a la técnica. No obstante, es necesario recordar
que no hay investigación científica sin supuestos filosóficos ya que estos delimitan
la manera de conocer y transformar a la naturaleza; de la misma forma, no
existiría la técnica sin la ideología ya que esta fija valores y fines.

La figura 1 muestra que en el estudio de la ciencia y en la producción de la


tecnología intervienen diversos factores que forman parte de una red compleja y
dinámica.

Filosofía

Cosmovisión
Enfoque Teorías
Problemas

Ciencia Conocimientos Ciencia


Básica Problemas Aplicada

Valores Valores
Metas Metas Problemas

Instrumental
Ideología Conocimientos

Valores Valores
Metas Metas

Industria Problemas
Comercio Técnica
Servicios Diseños
Planes

Figura 1. Esquema del sistema de producción y circulación de conocimientos,


artefactos y servicios en una sociedad moderna (Bunge, 1998).

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Desarrollo científico de la psicología: La ciencia de la conducta
(Terapias de primera generación)

Como ya se mencionó anteriormente, las perspectivas culturales influyen en


la investigación y en la interpretación de los eventos actuales. En la historia de la
psicología es posible observar que dicha influencia hizo su marcado énfasis en las
derivaciones postulares dualistas; a causa de que nuestra cultura es
predominantemente dualista muchos autores interpretan a la psicología como lo
hacían los antiguos griegos o inclusive San Agustín o Santo Tomás a pesar de
que en la actualidad las concepciones metafísicas del alma son muy diferentes a
las que tenían los antiguos griegos como Aristóteles o inclusive a la concepción
que se tenía en el medioevo (Kantor 1990). De esta manera, el estudio del
desarrollo de la psicología que se realiza a continuación no debe tomarse desde
una perspectiva actual, sino retomando la escena y el lugar espacio-temporal en el
cual se desarrollaron los postulados.

El principal impulso en el desarrollo de la psicología científica se puede


rastrear hasta Descartes cuya distinción entre materia y mente (dualismo
filosófico) se contrapuso al materialismo (punto de vista que indica que en el
universo solo existe la materia) y generó la concepción de que el universo se
conforma de dos realidades: el de la materia física que se extiende en tiempo y
espacio y el de la mente que no es material y no es extensible. Dicho dualismo
permitió que los pensadores realizaran descripciones al margen de las
concepciones propias; este acontecimiento dio origen al positivismo, que, a su
vez, fue retomado por Comte y lo convirtió en lo que se llama positivismo (doctrina
filosófica aplicable no solo a la ciencia sino a todo ámbito concerniente al hombre)
(Gross, 1998).

Por otra parte, en el contexto Ingles, lo empiristas como Locke, Hume y


Berkley consideraban que la única fuente de conocimiento verdadero acerca del

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mundo era la experiencia sensorial, es decir, aquello que llega a uno a través de
los sentidos o que se puede inferir de la relación entre tales hechos sensoriales.

Los acontecimientos mencionados anteriormente se suscitaron en


momentos y en sociedades diferentes, sin embargo fueron el parte aguas para el
surgimiento de la psicología científica. Dicha manera de hacer psicología hace
referencia al método que utiliza (el método científico) y se enmarca, en general, el
nacimiento de la Psicología Científica con la instauración del primer laboratorio de
Psicología experimental, mismo que fue instaurado por Wilhelm Wundt en
Alemania en y por William James en EUA (Gross, 1998).

No fue sino hasta que el psicólogo experimental B. F. Skinner publica


Conducta de los organismos. En dicho libro se refleja un gran interés por
relacionar el comportamiento con lo que Skinner llamara neurología. En la misma
tónica, Skinner expresa una considerable preocupación por la unificación de la
ciencia:

‘‘One of the objectives of science is presumably the statement of all


knowledge in a single language.’’ (Timberlake, Schaal & Steinmetz, 2005; pp.
305).

Es decir, uno de los objetivos de la ciencia es presumiblemente el postulado


de que todo el conocimiento deberá estar en un solo lenguaje. De hecho el interés
de Skinner por lograr una explicación de la conducta al margen de las relaciones o
implicaciones con la neurología versaba en un postulado esencial:

‘‘. . . proceeding from a behavioral fact to its neural correlates instead of


validating the fact as such, and then proceeding to deal with other problems in
behavior.’’ (Timberlake, Schaal & Steinmetz, 2005; pp. 305).

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Dichos postulados promovieron la creación de un cuerpo de conocimientos
ordenados que en primer lugar: se lograron establecer como una ciencia
independiente encaminada al control y dinamismo de la conducta separadas de
otro tipo de conocimientos pertenecientes a otras ramas de la ciencia, tales como:
la neurología, la fisiología e inclusive de las especulaciones e inferencias
pertenecientes a la teoría cognitiva. En segundo lugar, logro crear un nexo entre la
conducta y la neurobiología a manera de integración comprensiva y no invaciba ni
inespecífica.

Como resultado de las formulaciones teóricas desarrolladas por Skinner se


defendía la proposición de que los psicólogos deberían de considerar el reflejo
como una correlación entre estimulo y respuesta. Tales relaciones funcionales
R=f(E), se establecían por medio de la observación de covariaciones de un
estímulo E y una respuesta R (Vargas-Mendoza, 2007). Al respecto, no cabe la
menor duda de que el conductismo ha sido el modelo que más ha contribuido al
desarrollo tecnológico de la psicoterápia científica y aunque Skinner propone muy
pocos conceptos nuevos, ya que en su mayoría derivan de los de Pavlov, Watson,
y particularmente los de Thorndike, la distinción entre dos tipos de conducta
(respondiente y operante) marca el parte aguas en los diseños de aplicaciones
terapéuticas debido al énfasis que éste da a la contrastación empírica (Feixas y
Miró, 1993).

Entre las aportaciones más influyentes al campo de la psicoterapia actual


es posible mencionar el énfasis en los determinantes actuales de la conducta
frente a los determinantes históricos así como la especificación de las conductas
problema y los tratamientos terapéuticos en términos objetivos. Tal como lo
menciona Feixas (1993):

“Y gracias a la adopción y extensión de estos principios, los tratamientos


psicológicos han podido incorporarse a la psicología científica.” (pp. 206-
207).

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Con relación a las diferentes técnicas que se han creado a partir de este
modelo teórico podemos encontrar a las siguientes:

 Condicionamiento Clásico
 Condicionamiento operante
 Aprendizaje vicario u observacional
 Control de estímulos
 Entrenamiento en respuestas alternativas
 Condicionamiento aversivo.

Desde la publicación de La Conducta de los Organismos hasta el presente,


el análisis y el control de la conducta ha proliferado en cuestiones tanto aplicadas
como académicas en todo el mundo; un hecho curioso es que Skinner y la
metodología que desarrolló han sido ampliamente adaptados inclusive a las
neurociencias. Uno de los aportes más importantes del conductismo skinneriano
es la marcada influencia que tuvo sobre la medición de los efectos de lesiones
cerebrales o en simulaciones de aprendizaje en el cerebro, los procedimientos
usados en la investigación de la discriminación, en la motivación y en la
adquisición del lenguaje así como la marcada influencia en el desarrollo de
procedimientos de instauración de conductas en individuos con deficiencias que
afectaban principalmente la actividad que se suscita en la corteza cerebral.

Como se enmarca en las afirmaciones realizadas anteriormente, las


terapias formuladas desde el marco teórico conductual se han caracterizado por
realizar aproximaciones unilaterales, directas, objetivas y racionales (quizás las
mejores cualidades heredadas) al estudio del comportamiento; así como también
el compromiso con el rigor científico y el desarrollo de tecnología basadas en
principios del aprendizaje validados de forma empírica (Mañas, 2007).

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Lamentablemente durante las últimas décadas la creencia en el poder
explicativo de los paradigmas clásicos del condicionamiento se ha debilitado
considerablemente, dando paso a nuevos procedimientos generados a partir de
conocimiento ya existente al interior de este modelo y que se conocerán como las
terapias de segunda generación.

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La Psicología Clínica cognitivo-conductual
(Terapias de segunda generación)

Cuando se compara el análisis aplicado de la conducta con las técnicas


basadas en el pensamiento es posible ver que estas últimas son el extremo
opuesto ya que en lugar de manipular condiciones presentes en el contexto, lo que
se manipula en ellas son acontecimientos privados, implícitos o encubiertos. Esto,
en lugar de ser un avance en el estudio de la conducta, pareciera ser un retroceso
en el cual se hacen alusión a dos tipos de dimensiones observacionales y en el
cual, más allá de los instrumentos que se utilicen para medir las variaciones que
se manipulen, parecen volver al anticuado uso del introspeccionismo.

No obstante, esta orientación se desarrollo como consecuencia de la


insatisfacción de las explicaciones estímulo-respuesta, y como fruto directo de la
investigación que ha demostrado el papel de los procesos de pensamiento en el
control de la conducta, así como la incapacidad teórica que los preceptos
conductistas tienen para demostrar el continuo entre la conducta animal y la
conducta humana (Skinner, 1986). De la misma forma, se reconoce la importancia
de dichas postulaciones debido a que la causa de muchos de los problemas que
reportan los usuarios, tienen fundamentos en el nivel cognitivo, es decir, se
originan como conductas diferentes a las manifiestas.

Con relación a las diferentes técnicas que se han creado a partir de este
modelo teórico podemos encontrar a las siguientes:
 Terapia racional emotiva
 Autoinstrucción
 Solución de problemas
 Autoobservación
 Autorefuerzo
 Autocastigo
 Desensibilización sistemática

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Al respecto, todas las técnicas mencionadas anteriormente responden a un
grupo de demandas sociales que la primera ola de terapias conductuales fue
incapáz de satisfacer. En palabras de Mañas (2007):

“… a pesar del avance que supuso esta primera ola de la terapia de conducta,
ni el modelo del aprendizaje asociacionista o paradigma estímulo-respuesta (el
conductismo inicial watsoniano) ni el análisis experimental de la conducta (el
conductismo radical skinneriano) fueron eficaces en el tratamiento de
determinados problemas psicológicos que presentaban los adultos.” (Pp. 27).

En general, la falta de traspolación de los constructos conductistas de


primera generación al contexto aplicado se debió primordialmente por las
dificultades que ofrecía el análisis empírico a la caracterización y explicación del
lenguaje y la cognición humana.

La aparición de esta segunda ola de terapias conductistas puede ubicarse


en la década de 1960 y se caracterizó principalmente por las consideraciones
teóricas acerca del pensamiento y lenguaje. Este nuevo enfoque daba suma
importancia a estos dos parámetros y los enmarcó como causa y explicación de
los diferentes trastornos psicológicos.

En esta tónica surge una pregunta bastante lógica: ¿Por qué se le llaman
terapias conductistas de segunda generación si todas las técnicas generadas a
partir de este enfoque parecen enmarcarse en el umbral de las denominadas
terapias cognitivo-conductuales? La respuesta a esta pregunta resulta sencilla
siguiendo la lógica descriptiva y lineal que adopta el presente trabajo. Se les
puede enmarcar en el rubro de terapias conductistas de segunda generación
debido a todas estas terapias formularon, y aún mantienen, sus parámetros de
efectividad centrados en el cambio por contigencias (en el que el cambio solo es
observable a través de la conducta del individuo) y en las que, las variables de

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interés, fueron trasladadas a los eventos cognitivos; eventos considerados ahora
como los principales causantes de la conducta y, por tanto, los que transforman al
pensamiento como objetivo principal de la intervención.

Realizadas las aclaraciones anteriores, es posible hacer referencia de


manera concreta que dentro del amplio abanico de terapias de segunda
generación se encuentran las más estandarizadas y utilizadas actualmente, tales
como la Terapia Cognitiva de Beck para la Depresión (e.g., Beck, Rush, Shaw y
Emery, 1979), la Terapia Racional Emotiva de Ellis (e.g., Ellis y MacLaren, 1998),
la Terapia de Autoinstrucciones de Meinchenbaum (e.g., Meinchenbaum, 1977),
así como la multitud de paquetes de tratamiento programados o estandarizados
amparados, la mayoría de ellos, bajo la rúbrica de terapias cognitivo conductuales.

A pesar de los avances que esta concepción representó para el tratamiento


de problemas psicológicos y para subsanar las demandas sociales generadas por
una amplia gama de eventos propios de la vida en sociedad de finales del siglo XX
y principios del siglo XXI, las terapias de segunda generación también presentan
varias problemáticas propias de su relación con el ámbito científico.

La primera de estas problemáticas se puede ubicar bajo los parámetros de


efectividad que estas técnicas parecen tener. Al respecto, todas las técnicas
formuladas a partir de la segunda generación de terapias continúan empleando las
técnicas y procedimientos propios de las terapias de primera generación, en ese
sentido, resulta difícil adjudicar un valor efectivo (de manera independiente) a los
componentes novedosos que utilizan. E incluso en muchos casos, tal como Mañas
(2007) lo advierte, diversos psicólogos han descartado el uso de estas terapias y
se ha optado por regresar al uso de las terapias de primera generación ya que, se
le adjudica mayor eficacia a los componentes conductuales que a los agregados
por la “segunda ola” de terapias conductuales:

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“Aunque estas terapias han resultado efectivas en el tratamiento de múltiples
problemas psicológicos, lo cierto es que aún quedan muchos problemas sin
resolver. Algunos de estos problemas giran en torno a lo que realmente es
efectivo dentro del conjunto de técnicas que emplean las terapias de segunda
generación. […] Es más, la efectividad de estas terapias se ha relacionado más
con los componentes conductuales que con los componentes cognitivos
propiamente dichos.” (Pp. 28).

Una segunda problemática se presenta en los datos experimentales


obtenidos de la aplicación de estas terapias. Los datos experimentales disponibles
indican que los intentos de control, reducción o eliminación de los eventos
privados (entendidos como pensamientos, cogniciones o sentimientos)
problemáticos en la realización de comportamientos en situaciones específicas,
producen en muchos casos efectos de rebote o efectos contrarios a los deseados
por los terapeutas. Un ejemplo de ello se indica en el trabajo de Gross y Levenson
(1997):

“Our findings suggest that for negative emotions such as sadness, inhibiting
emotional expressive behavior does not provide relief from the subjective
experience of that emotion. Thus, as a route to the alleviation of negative
feelings, hiding one's emotions is unlikely to help one feel better.” (Pp. 102).

Entre los efectos mencionados también se han descrito notables


incrementos tanto en la intensidad, frecuencia, así como en la duración, e incluso,
en la accesibilidad a los eventos privados no deseados. Es decir, los datos
experimentales atentan contra los supuestos formulados bajo esta corriente
terapéutica en lugar de reforzarla y, en ese tenor se hicieron necesarias nuevas
formas de explicar, describir, predecir y tratar los principales problemas que
aquejan a los usuarios de los servicios de terapia psicológica, por lo tanto, es en
este marco histórico que las terapias de tercera generación se hacen presentes.

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Nuevas aproximaciones al problema (Terapias de tercera
generación)

Como ya anteriormente se ha mencionado en este trabajo, las terapias de


tercera generación surgen como producto de tres principales condiciones: (1) el
desconocimiento sobre el por qué resultan exitosas o efectivas o, por el contrario,
el por qué fracasan las terapias cognitivas actuales; (2) la gran cantidad de
resultados recientes de numerosas investigaciones básicas sobre el lenguaje y la
cognición desde una perspectiva analítica-funcional y; (3) el hecho de que
actualmente existan concepciones y modelos cuya aproximación mantienen una
perspectiva radicalmente funcional al comportamiento humano.

Steven Hayes (2004) fue el primero en agruparlas de esta manera (basadas


en los supuestos teóricos de los que parten) y puede ser definida de la siguiente
manera:

El grupo de terapias fundamentadas en una aproximación empírica y


enfocada en los principios del aprendizaje; esta tercera ola de terapias cognitivas y
conductuales es particularmente sensible al contexto y a las funciones de los
fenómenos psicológicos (no solo a las formas). Su uso, por otra parte, puede ser
enfatizado en las estrategias de cambio basadas en la experiencia y en el
contexto.

Los tratamientos formulados a partir de esta ola tienden a desarrollar o


construir repertorios amplios, flexibles y efectivos en lugar de eliminar o suprimir
los problemas claramente definidos; en palabras de Hayes (2004):

“… La tercera ola reformula y sintetiza las generaciones previas de las terapia


cognitivas y conductuales y las conduce hacia cuestiones, asuntos y dominios
previa y principalmente dirigidos por otras tradiciones, a la espera de mejorar
tanto la comprensión como los resultados.” (Pp. 639).

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Esta nueva generación de terapias parece encontrar concordancia con las
nociones de complejidad (Montgomery, 2007) que se ciñen al supuesto de que la
estructuración de los fenómenos se efectúa de manera compleja al interior de una
red de nexos y relaciones que mantienen entre sí. Esto es, no se cree que el
objeto de estudio se dimensione en la única parte de que es materia de estudio;
simplemente se le reduce a medidas manipulables, establecidas por la ciencia en
cuestión con la que es tratado, con fines pragmáticos. Un ejemplo claro de ésta
concordancia se muestra en que, el científico de la conducta, dimensionará o
segmentará un evento en categorías de interés; es decir, un conductista
skinneriano no será capaz de analizar un evento más allá del paradigma de
estímulo-respuesta (planteamientos mecanisístas). Por otra parte, un científico de
la conducta perteneciente a la tercera ola de terapias conductuales acepta el
carácter múltiple de un evento teniendo en cuenta que existe una gran cantidad de
fenómenos que pueden estar afectándolo y, a su vez, realizará un análisis de los
eventos a través de metodologías prácticas que acepten que, tanto el
conocimiento como el ser sólo tienen significado en relación con un entorno social
e histórico. En este tipo de análisis es indispensable realizar las interconexiones e
interpretaciones de un evento con otros en conjunción con nociones espacio-
temporales del aquí y el ahora.

Referente a lo anterior es claramente visible que esta nueva generación de


terapias puede distinguirse de sus generaciones antecesoras en diversos puntos
teóricos, metodológicos y filosóficos: en primera instancia, abandonan el
compromiso de utilizar exclusivamente cambios de primer orden (cambios en la
conducta); en segundo lugar, adoptan asunciones de corte más contextualista; en
tercer lugar, utilizan estrategias de cambio más experimentales por la persona en
lugar de emplear exclusivamente estrategias de cambio de primer-orden o directas
y por último; amplían y modifican de forma considerable el objetivo a tratar o
cambiar. Todos estos puntos no reflejan en ninguna manera el objetivo que sí se
puede ver reflejado en las terapias de segunda generación, es decir, en el cambio,
eliminación o alteración de los eventos privados para así cambiar la conducta de

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una persona. En este sentido, las terapias de tercera generación se centran en el
cambio o alteración de la función psicológica del evento en particular a través de la
alteración de los contextos verbales en los cuales los eventos cognitivos resultan
problemáticos.

En lo que concierne a diferencias filosóficas, las terapias de tercera


generación se basan en nociones contextualistas funcionales a diferencia de las
terapias de primera y segunda generación que se encuentran basadas en
nociones mecanisistas. Esto es: la tercera ola de terapias se centra en los eventos
de interés de una forma holística (sensibilidad en el contexto) para la comprensión
y análisis de la naturaleza y función de un evento (Mañas, 2007).

Dentro de la producción tecnológica referente a la tercera ola podemos


encontrar a la Terapia de Aceptación y Compromiso (Acceptance and
Commitment Therapy o ACT) (Hayes, 2004); la Psicoterapia Analítica Funcional
(Functional Analytic Psychotherapy o FAP) (Kohlenberg y Tsai, 1991); la Terapia
de Conducta Dialéctica (Dialectical Behavior Therapy o DBT) (Aramburu, 1996);
la Terapia Integral de Pareja (Integrative Behavioral Couples Therapy o IBCT)
(Jacobson y Christensen, 1996) y la Terapia Cognitiva Basada en Mindfulness
para la depresión (Mindfulness-Based Cognitive Therapy o MBCT) (Scherer-
Dickson, 2004).

A pesar de la basta literatura referente a este tipo de terapias, los hallazgos


referentes a la aplicación de las mismas aún son mínimos; al respecto debe
considerarse que el desarrollo de la tecnología mencionada con anterioridad es
bastante reciente (entre 10 y 12 años). Aunado a lo anterior, es probable que el
entendimiento de las nociones manejadas por este tipo de terapias pueda resultar
un tanto complicado ya que, como Mañas (2007) lo menciona:

“…en algunas ocasiones, podría resultar un poco contra-intuitivo o contra-


cultural el trabajar con este tipo de terapias, donde se le hace ver a la persona

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(a través de metáforas, paradojas, ejercicios experienciales, entre otras
técnicas) que los intentos de control que mantiene sobre sus eventos privados,
lo que cree que ha de hacerse -lo que socialmente está considerado como
correcto-, no es la solución de su problema sino que, y paradójicamente,
dichos intentos de control forman parte intrínseca del problema mismo.” (Pp.
29).

Siguiendo la lógica planteada en el presente trabajo, a continuación se


presentará la aplicación de un caso hipotético de una de las herramientas
tecnológicas formuladas bajo las nociones adyacentes a las terapias de tercera
generación.

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Ejemplo hipotético del uso de herramientas tecnológicas formuladas
bajo los preceptos usados en las terapias de tercera generación

Las nuevas terapias de conducta o terapias de tercera generación, utilizan


técnicas o procedimientos de intervención más indirectos en lugar de limitarse
exclusivamente al uso de técnicas basadas en cambios de primer orden o técnicas
directas, como siempre se había hecho hasta la actualidad. El uso de estas
técnicas, supone quizás el salto más cualitativo, en cuanto a la tecnología se
refiere, de esta nueva generación de terapias. Lo anterior solo puede explicitarse
mediante la presentación de un ejemplo hipotético de la aplicación de cualquiera
de las herramientas tecnológicas formuladas a partir de ésta tercer ola de terapias.

Para ello en el presente trabajo se ha elegido presentar un ejemplo de la


aplicación de la terapia denominada Psicoterapia Analítica Funcional o FAP,
para lo cual se procederá a explicar sus fundamentos, así como sus modos de
aplicación. Al respecto, la FAP, por pertenecer al rubro de las terapias de tercera
generación, pone gran interés en las conductas explícitamente contextuales.

Al ser el consultorio terapéutico un contexto más de interacción la FAP toma


en cuenta la relación terapéutica como un contexto en el que pueden acontecer
los problemas del cliente, lo que supone la oportunidad de modificarlos en el
momento mismo de su aparición. Para la FAP, los problemas que pueden
acontecer en dicho contexto son funcionalmente equivalentes a los problemas que
acontecen en su vida cotidiana (Kohlenberg y Tsai, 1991). En esta tónica, el
quehacer del terapeuta debe consistir en la detección de estas conductas del
cliente que tienen lugar en la sesión y en su análisis funcional.

Según las formulaciones teóricas adyacentes a ésta herramienta


tecnológica, las conductas problemáticas del cliente acontecidas en el contexto
terapéutico y que son funcionalmente equivalentes en su vida cotidiana son

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denominadas conductas clínicamente relevantes (CCR). Las CCR pueden ser de
tres tipos: CCR1, CCR2 y CCR3 (Kohlenberg y Tsai, 1991).

Por un lado, las CCR1 son las conductas problemáticas que ocurren en la
sesión, y cuya frecuencia se trata de reducir en terapia; mientras que las CCR2
por el contrario son mejorías que tienen lugar en el contexto de la sesión; y por
último, las CCR3 constituyen toda conducta verbal del cliente en la que el paciente
o usuario del servicio describe o establece relaciones causa-efecto entre su
conducta y los factores ambientales con los que se ésta se relaciona. En la
aplicación de la FAP se considera que estos tres tipos de CCR’s del cliente forman
amplias clases de respuesta basadas en las funciones de dichas clases. Es
importante aclarar que ninguna CCR es una clase genérica que pueda definirse
con base en la topografía de respuestas concretas.

Con respecto a lo anterior, en la aplicación de la FAP el terapeuta debe


tener claro que una CCR no puede identificarse con base en lo que el paciente
verbalice o le diga; tampoco puede identificarse si el paciente emite por una única
ocasión dicha respuesta durante la sesión. Lo que el terapeuta identifica como
CCR debe ser una clase, no un episodio concreto.

Por otra parte, toda CCR se encuentran bajo control de variables


situacionales y contextuales, es decir, bajo el control de la conducta del terapeuta
en la sesión, con sus funciones evocadoras, discriminativas y reforzantes. Es así
que, la función de el terapeuta que se encuentra aplicando la FAP es la de
identificar la ocurrencia de toda conducta que pertenezca a cualquiera de las tres
clases que conformen las CCR’s, realizar un análisis funcional pertinente y actuar
en consecuencia de ello. No obstante, esta tarea no es tan fácil como parece ya
que, es necesario que el terapeuta diseñe una estrategia que aplique
sistemáticamente con el objetivo ulterior de lograr una relación terapéutica intensa,
para así, elicitar la ocurrencia de las CCR’s y modificarlas.

23
Concerniente a lo anterior, el terapeuta se enmarca como un factor crucial
de cambio al interior de la terapia. Es por ello que Kohlenberg y Tsai (1991)
proporcionan una serie de 5 reglas que permiten orientar al terapeuta en la tarea
de identificar y modificar las CCR’s:

-Regla 1: Desarrollar un repertorio para la búsqueda de las CCR’s.


-Regla 2: Crear un ambiente terapéutico que promueva la elicitación de las
CCR’s.
-Regla 3: Reforzar de modo sistemático y natural todas las CCR2 que se
observen durante las sesiones terapéuticas, teniendo en cuenta que más que
instruir una nueva conducta es necesario moldearla.
-Regla 4: Identificación de los repertorios necesarios para la administración
y búsqueda de los reforzadores relevantes para las CCR’s.
Regla 5: Generar en el cliente un repertorio de descripción de relaciones
funcionales entre las variables de control y sus respuestas.

Estas reglas estratégicas tienen la función de generar una relación


terapéutica que constituya un contexto de aceptación de la conducta del cliente,
dado que se le reconoce a ésta una función importante para el cliente.

Descripción del paciente:

El paciente es un varón de 16 años, residente de la localidad de Barrientos


ubicada en Tlalnepantla estado de México. No es fumador pero consume alcohol
ocasionalmente. Sus ocupaciones se basan principalmente en la práctica de
Karate y el estudio del 1er semestre de bachillerato. Vive en el domicilio familiar
con su madre y dos hermanas mayores. Acudió a consulta debido a que estaba a
punto de perder o terminar su relación con su novia de 15 años: “… es que me
enojo muchísimo cuando no me hace caso por andar platicando con sus amigos
[…] siento que no me da mi lugar, haber, porque yo si estoy con ella y ella no
puede estar conmigo cuando la voy a ver; eso me pone bien mal, siento ganas de

24
pegarles a sus amigos o a alguien, es una sensación de mucho coraje y no sé que
hacer […] no la quiero perder porque ella fue mi primera vez en todo y pues ya
llevamos bastante tiempo juntos…”

Historia del problema:

El problema de DL comenzó a los 14 años al iniciar una relación estable


con su actual novia, actualmente llevan 2 años y un mes de relación. En esta
relación, DL comenzó a experimentar celos que progresivamente se fueron
intensificando. Tras una fuerte discusión por este motivo, decidieron romper la
relación. No obstante una semana después reanudaron la relación después de
hablar acerca del incidente que los hizo terminar. A partir de ahí, DL mantuvo
controlada la situación de sus celos debido a que su novia dedicó más tiempo a
sus salidas y visitas conjuntas. Poco tiempo después, al volver a la rutina
implicada en sus actividades escolares, las discuciones volvieron a presentarse,
siempre por motivo de los celos de DL. En este sentido, comenta DL: “Yo no
quiero romper con ella. (...). Yo sé que va a estar bien cañón encontrar una novia
que aguante como soy, con lo de los celos y todo eso”. “Muchas veces me iba al
campo a pasear, a pensar y a desahogarme y a pedirle a Dios que se resolviera
todo esto”.

Cuando DL completó sus estudios de secundaria se dedicó en mayor


tiempo a sus estudios de Karate y se graduó en primer dan de cinta negra. Su
consejero era su padre, con el que consultaba cualquier asunto, incluidos los
problemas que en el pasado y el presente le ocasionaban los celos. Éste siempre
le decía que se buscara a una joven de bien, “[...] que se dedique a ti y al hogar y
que cuando camine contigo vaya al frente con la cabeza abajo sin necesidad de
mirar a todos los que pasan a su lado… y tú debes ir atrás para andar checando
que tampoco le vayan coqueteando”. También solía expresar en repetidas
ocasiones que “no me da miedo pegarle a otro si anda tras mi novia, al fin gracias
al Karate yo creo que puedo partirle la cara a cualquiera que se me ponga

25
enfrente… entonces si se presenta la oportunidad pues me rifo”. (En este punto
es posible detectar una CCR1 en relación a un repertorio inadecuado de
descripción de su conducta y las variables de control).

Las topografías de respuesta de los celos de DL en relación con su novia


eran similares a las de otras relaciones. La pareja se conoció en la secundaria en
la que ambos estudiaban. Al comienzo todo marchó bien ya que todos los ratos
libres la pasaban uno en compañía de otro pero aproximadamente tres meses
después comenzaron a intercalar ratos de convivencia entre amigos en los que DL
noto que comenzaron a desencadenarse sus celos. Evitaban lugares concurridos
en su escuela para que DL estuviera contento o bien para impedir que otros
hombres miraran a su novia. Al llegar a un lugar lleno de gente, DL estudiaba a los
hombres presentes para saber si había alguno que pudiera gustarle a su novia. Si
era así, DL salía del lugar o se alejaba lo suficiente para evitar contacto visual con
dicho hombre y obligaba a su novia a abandonarlo con él. Casi siempre salían
solos y acudían a lugares poco o nada concurridos como parques o la casa de
ella. A menudo DL interrogaba insistentemente a su novia sobre las razones para
que hubiera hecho alguna cosa, “[...] tratando de cacharla en la movida”.
Continuamente DL miraba a su novia para ver “si empezaba de coqueta con sus
miraditas” o miraba con insistencia a otros hombres. También le molestaba
enormemente que su novia mantuviera una conversación con otros hombres,
incluso si eran sus amigos íntimos. Cuando no se encontraban juntos y en
horarios fuera de clases, DL llamaba a su novia por teléfono a casa entre 3 y 4
veces, e insistía en recogerla a la salida de la escuela (ella iba un grado más abajo
que él, por lo que cuando DL terminó la secundaria, su novia cursaba el último
año). Se presentaba a diario 15 minutos antes de que la escuela anunciara la
salida y no consentía que saliera con sus compañeras después de cerrar la
secundaria. Durante el día y en sus entrenamientos, DL solía pensar en lo que
estaría haciendo su novia. La mayor parte de sus llamadas telefónicas a su novia
las realizaba en momentos en los que lo agobiaban pensamientos de que su novia
le era infiel o le había mentido sobre sus pasadas relaciones. Estos pensamientos,

26
de contenido siempre relacionado con dudas y desconfianza sobre la fidelidad de
su novia, solían ocurrir cuando DL se encontraba desocupado o al escuchar
comentarios de contenido sexual de sus compañeros en Karate o en la TV. Sin
embargo, la actividad física de DL realizada durante sus prácticas no parecía
alterada. Se desempeñaba en su deporte y en otras ocupaciones diarias
correctamente. Sólo el área interpersonal se encontraba claramente afectada por
los celos desde los tres meses posteriores en que inició su relación con su novia.

Durante las entrevistas iniciales no se apreciaron instancias de uso de


autovaloraciones negativas. DL no se consideraba un hombre feo ni mala persona
en esencia (CCR2: ausencia de términos descalificativos). Al describir su
problema valoraba los celos como “esas ideas que me hacen sentir mal”, y
detallaba exhaustivamente las topografías de respuesta implicadas en los
episodios de celos y su estructura temporal. En este sentido cuando se le pedía
alguna descripción de aspectos concretos de su problema, DL respondía con
rapidez y sin rodeos (CCR2: adecuada descripción de relaciones conducta-
conducta). Sin embargo, no se apreciaban instancias de conducta verbal en las
que DL estableciera relaciones entre su conducta y variables de control (CCR1:
repertorio inadecuado de descripción de relaciones entre la conducta y sus
variables de control).

En respuesta a los celos de DL, su novia siempre cedía a sus deseos,


accedía a que salieran solos y toleraba de mala gana que no salieran con otras
parejas o que no fueran a fiestas de amigos. Cuando se encontraba mal la
relación de DL en este sentido, su novia le reprochaba lo injustificado de sus celos
y lloraba. Cuando DL la interrogaba por cualquier cosa, su novia trataba de aducir
razones de su conducta y trataba de razonar con él sobre lo injustificado de sus
celos. DL solía quedarse satisfecho y tranquilo, pero él reconocía que este período
de calma era muy breve: en una misma tarde DL podía experimentar más de un
episodio de celos.

27
DL juzgaba sus celos como absurdos: “Es que nos sé porque ando
pensando eso (sus ideas de celos). Luego resulta que esas cosas no son ciertas,
son absurdas, pero no puedo evitarlo”. Pero este juicio no parecía ayudarlo a
modificar su problema. Podía imaginarse que su novia miraba a alguien, y a
continuación desencadenarse las conductas descritas más arriba, junto a una
intensa emoción que DL denominaba desesperación, consistente en una gran
inquietud subjetiva, expresión facial de ira y una respiración acelerada y fuerte y
una gran tensión en hombros y puños. Habitualmente, si evitaba o escapaba de
las situaciones que habían evocado los celos o si llamaba por teléfono a su novia,
esta emoción disminuía. Juzgar los celos como absurdos no se traducía en una
lucha sistemática contra los pensamientos de celos. DL simplemente actuaba en
congruencia con ellos o las emociones evocadas en las situaciones recién
descritas. Sólo tras un episodio, y cuando su novia se echaba a llorar, DL criticaba
sus pensamientos de celos y su conducta, sintiéndose además muy culpable por
haber hecho sufrir a su novia. En este sentido, reconocía que a menudo
provocaba a su novia para que llorara “porque así sé que no me está engañando y
sí me quiere”. Aunque refería encontrarse nervioso con cierta frecuencia, DL
apenas hablaba sobre sus emociones, y sólo cuando se hablaba sobre los celos
durante las entrevistas iniciales.

Tratamiento tentativo (hipotético):

Es necesario diseñar un registro sencillo donde DL y su novia puedan


anotar la fecha, hora y situación en la que tenga lugar cada episodio de celos.
Este registro debe realizarse a diario y en pareja.

Por otra parte es necesario fomentar un ambiente terapéutico en el cual sea


posible replicar algunas CCR’s por lo que es necesario que la novia de DL acuda a
terapias. En ese sentido, y con el consentimiento informado a la pareja tratar de
incitar los episodios de celos a través de contacto visual solo con la novia de DL,

28
exclusión de la plática a DL todo ello para detectar CCR’s relacionadas con los
celos.

Debido a que los objetivos de la terapia no irán encaminados en ningún


momento a eliminar o atenuar los celos, sino la función de los mismos en la
relación de pareja cada terapia debe estructurarse para que la pareja trate de
describir las relaciones entre las conductas de interés y sus variables de control,
para fomentar acciones efectivas encaminadas a lograr sus metas como
individuos y como pareja.

Por último, debe realizarse una exposición en vivo para ejercitar la


prevención de respuesta; y para ello se deben ejecutar (sin graduarla inicialmente
en una jerarquía de dificultad creciente ya que es mejor preferir que la propia
práctica con dichos procedimientos fuera delimitando la dificultad de cada
actividad) una serie de actividades encaminadas a exponer a los pacientes a la
situación real para así desarrollar repertorios conductuales funcionales ante
episodios que pudieran promover los celos de DL.

29
Conclusiones

Recordemos que el objetivo del presente trabajo era el de explicar el origen


así como el desarrollo de la tecnología creada en el ámbito de la psicología clínica.
Al respecto se conceptualiza dicho desarrollo como la interacción entre diferentes
áreas de conocimiento y niveles del quehacer científico que van del ámbito
filosófico, pasando por los ámbitos de la ciencia básica, ciencia aplicada, ideología
y el de necesidades sociales.

Recientemente, ha emergido una amplia gama de terapias psicológicas


desde la aproximación o tradición conductual las cuales, según Steven Hayes
(2004), es necesario diferenciar o agrupar en una clasificación siguiendo una
lógica que denote sus antecedentes teórico-metodológicos principalmente en el
abordaje, resolución y eficacia de problemáticas sociales en campo clínico de la
psicología. Por ello, este autor emplea la expresión “La Tercera Ola de Terapias
de Conducta”, para referirse a un grupo específico de terapias, dentro de un
amplio espectro de terapias surgidas recientemente desde la tradición conductual,
que comparten algunos elementos y características comunes. A este grupo de
terapias surgidas durante la actual ola de terapias de conducta se las conoce
como “Las Terapias de Tercera Generación”.

De acuerdo con el planteamiento de Hayes, tras una primera generación de


técnicas conductuales (desensibilización, exposición o los conocidos
procedimientos del control contingencial), fundamentadas directamente sobre el
condicionamiento clásico y el operante, y una segunda que incorporó las técnicas
cognitivas (y algunos de sus planteamientos teóricos), se ha abierto camino una
tercera generación en la que, sin perder nunca de vista la base experimental y
científica, se propone una recuperación del planteamiento contextualista, se
renueva el énfasis en el análisis funcional y se profundiza en el papel que la
relación terapéutica y el lenguaje natural juegan en el contexto clínico.

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De forma general, podría decirse que la característica esencial o definitoria
de este nuevo grupo de terapias es el énfasis que le otorgan a variables,
cuestiones o asuntos que tradicionalmente han sido menos investigados, en la
mayoría de los casos obviados totalmente y, en otros muchos, rechazados de
forma directa desde el tradicional análisis clínico y experimental del
comportamiento.

Los métodos de intervención y técnicas que utilizan las terapias de tercera


generación se basan frecuentemente en la experimentación por parte de los
clientes, es decir, son técnicas más experimentales -en el sentido de
experimentar, sentir, vivir en uno mismo- que didácticas o directas, como en el
caso de las terapias de la primera y segunda generación.

Lamentablemente los hallazgos y datos experimentales encontrados a la luz


de este nuevo grupo de terapias aún son escasos y, comparándolos con la
evidencia hallada por las terapias de primera y segunda generación es posible
advertir que la aplicación de la tercera ola de terapias aún no ha sido bien
difundida. Lo que sí es cierto es que, a pesar de ser un hallazgo tecnológico
bastante joven no se puede dudar de su eficacia y de los beneficios que conlleva
su uso. En ese sentido, este grupo de terapias subsana los errores metodológicos
de los anteriores grupos o generaciones otorgando nuevos parámetros de eficacia
tanto a los clientes como a los terapeutas. Es bastante posible que con un
desarrollo de la Psicología tan pujante como la que se puede ver en la actualidad,
y dado el interés de tantos clínicos por mejorar sus procedimientos y mantener el
compromiso de la renovación permanente, el futuro de este grupo de terapias es
muy prometedor. Además, cada día se reportan nuevos y mejores resultados que
esta generación está teniendo frente a problemas muy difíciles de abordar y ante
los cuales no se contaba con terapias bien desarrolladas (piénsese, en particular,
en los problemas de personalidad). Por supuesto esta implantación no es ajena a
la enseñanza institucionalizada de estas terapias, aspecto en el que aún se tiene
mucho camino que recorrer ya que como el apartado final de este escrito lo ilustra,

31
es bastante difícil cambiar el quehacer terapéutico al que se estaba acostumbrado
y bajo el cual se forman la mayoría de los psicólogos.

Hoy en día es necesario que la formación y la supervisión de terapeutas


también se incorporen a los sistemas de enseñanza en nuestro país, para que,
desde la misma universidad, se promueva su aprendizaje. Como señala de
manera adecuada Montgomery (2007):

“Sin embargo, es preciso convenir en que una vez conseguido el propósito de


establecer las leyes básicas que rigen los fenómenos y su tecnología de
cambio subsecuente, se hace necesario ir más allá. Y es que el científico no
puede —como los navegantes antiguos que no pasaban de las Columnas de
Hércules—, renunciar a perfeccionar sus observaciones y a tratar de
dimensionar el mundo de manera compleja, como es realmente. Más aun si
ya cuenta con las herramientas del ordenador y los programas de
simulación.” (Pp. 40).

Si bien es difícil abandonar los quehaceres terapéuticos a los que tanto


tiempo hemos invertido, también es cierto que no se le puede dar la espalda al
desarrollo tecnológico.

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