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I. Sobre la fe filosófica:
Según el autor, ninguno de ellos se puede demostrar como se demuestran las tesis
científicas ni son verdades que se puedan aprender, sino que permanecen en lo no sabido, se
las cree por su relación con la “esencia” misma del hombre. Pero, ¿cómo nos hacemos
consientes de su existencia, si dichos principios no pertenecen al tipo de objetos sensibles y,
mucho menos, cognoscibles?
Para Jaspers, esa es precisamente la naturaleza de tales principios: son principios de fe y no
de saber. No obstante, mi pregunta, tal vez mi objeción, intenta ir más allá.
La ilustración es, en palabras de Kant, “la salida del hombre de la minoría de edad”, para
ello es necesario que el hombre sea capaz de pensar por sí mismo, que se libere de los
dogmatismos y totalitarismos religiosos, políticos, ideológicos. No obstante, la
emancipación que sería fruto de la ilustración ha sido malentendida y ha desembocado en
un nihilismo radical y la absoluta confianza en el intelecto.
“La ilustración pide un ilimitado esforzarse por alcanzar la evidencia y una conciencia
crítica de la índole y los límites de toda evidencia”2. sin embargo, hay una pretensión en el
hombre de creer ciegamente en todo lo que alcanza por el mero uso de su intelecto, se
vuelve religioso de sí mismo y de su racionalidad, aparentemente ilimitada. Esta es la
ilustración en sentido negativo o falsa ilustración, según Karl Jaspers. La verdadera
ilustración, en cambio, reconoce unos límites al intelecto y a la ilustración misma, “no sólo
aclara lo no puesto en cuestión hasta entonces, los prejuicios, las cosas presuntamente
comprensibles de suyo, sino que se aclara también a sí misma”. Aún así, la ilustración en un
sentido estricto, reconoce la preeminencia de la voluntad de Dios sobre el pobre intelecto
humano. Al parecer, lo divino le habla al hombre en su interior e indica los patrones de
conducta, algo así como los imperativos que van a ceñir su voluntad a la voluntad de Dios.
Resulta de esto una libertad relativa al imperativo categórico, anclada en un “lo que Dios
quiera” que coarta la voluntad del hombre y lo hace esclavo, ya no de su intelecto, sino de
una autoridad interna engendrada en una fe, supuestamente filosófica, pero con muy pocos
visos de racionalidad. Aceptar la voluntad de Dios es tan racional como admitir que Dios
existe o no admitirlo. ¿Por qué se toma una posición y no la otra?
2 Pág. 73
3 Pág. 79
III. La relativa independencia del hombre que filosofa:
5 Págs. 97 - 98