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Solidaridad Profesional

Solidaridad es un término derivado del Derecho Romano,


en el que la “obligación solidaria” (in solidum) indicaba
una obligación con pluralidad de sujetos pero con
identidad de objeto. Así, varios deudores o acreedores
podían tener derecho a una misma prestación pero
sobreentendiéndose que cada uno respondía por todos “in
solidum”.

Este sentido jurídico perdura aún en los códigos civiles


modernos. El humanismo ha intentado hacer de la
solidaridad la virtud fundamental de la vida moral, aun
substituyéndola a la justicia y a la caridad. Entendemos
por Solidaridad Profesional la comunidad de intereses
entre quienes ejercen una misma profesión, y
secundariamente entre todos los profesionistas
universitarios.

Creemos que esta solidaridad tiene una gran importancia


para el provenir de las profesiones y de la sociedad. En la
sociedad moderna las agrupaciones profesionales ya se
han convertido en órganos esenciales, que cada día se
hacen más necesarios, exigiendo mayor autoridad y
autonomía para el desarrollo del bien común. Pero la
profesión, en tanto puede desempeñar la función
orgánica que le ha asignado la civilización moderna, en
cuanto los profesionistas tienen conciencia de que deben
ser una institución disciplinada y organizada por el
vínculo del deber y, sienten la responsabilidad de ese
deber, hasta el punto de convertirlo en virtud.

No es difícil entrever en la actividad profesional todo un


estilo de claridad, de serena seguridad, de cortés
desenvoltura, de energía generosa, conciencia iluminada,
voluntad eficiente y honesta libertad que debe cualificar y
caracterizar el grupo constituido en organismo
indispensable del bienestar colectivo.

Pero para que todas estas cualidad ejerzan su benéfica


acción en el cuerpo social se requiere la unidad
corporativa, que debe ser fruto de la organización
profesional. Desde el punto de vista institucional, la
solidaridad requiere de todos los miembros de una
profesión esta unidad y organización, que es condición de
eficiencia y bienestar colectivo. Esta solidaridad nace
instintivamente entre las clases humildes; crece tanto
más, cuanto es menor el relieve personal y la
competencia, y disminuye en la medida en que crecen la
competencia y el relieve. Para que esta solidaridad sea
una realidad viva y operante en el cuerpo social, es
indispensable que entre los profesionistas haya unión,
mutua ayuda, estatuto jurídico, jerarquía de los bienes y
servicios, responsabilidad y frutos. Para lo cual se
necesita que exista en forma permanente:

a) La suficiente personería civil que consagre la derechos


de poseer, adquirir, y actuar judicialmente ante los
Tribunales en representación de los intereses
profesionales, ya sean comunes de la profesión, ya sean
de cada uno de sus miembros.

b) La posibilidad que tiene todos los sindicatos, de


socorro mutuo, de retiro o jubilación, de subvencionar
cooperativas, de organizar servicios de compras en
común, de promover cursos profesionales de
perfeccionamiento; siempre que tales iniciativas no se
vicien con el fin mercantilista de “realizar ganancias”.

c) La facilidad de cumplir con su misión social, que ya


dijimos es orientadora, educadora, organizadora y
constructora del porvenir. Reducir institucionalmente la
solidaridad a las puras dimensiones de los interese
económicos de la profesión, es vaciarla de su contenido
social y ético, y comprometerla con todos los peligros que
nacen de la misma naturaleza humana.

(Menéndez Aquiles, Etica Profesional, pp 128-130)

Surge aquí toda una problemática entrañable que,


allende la claridad de ideas, exige la abnegación del
ideal; y que además de la ciencia, postula la conciencia. Y
es precisamente de un rector universitario la afirmación
de que “el mundo actual está lleno de principios y de
verdades indiscutibles, que se nos malogran y pudren por
falta de amor”. Sólo la solidaridad cultivada como virtud,
puede asegurar:
a) La justicia. El crédito de la profesión e y el interés
personal exigen que el profesionista se abstenga de
dañar la reputación de los colegas con calumnias,
manifestando sus defectos o errores, o rebajando sus
méritos, aunque sea únicamente con dudas insidiosas.

b) La caridad. La solidaridad n o se reduce a no


perjudicar a los demás. Comprende principalmente una
actividad y un afecto propenso a evitar el mal y procurar
el bien.

c) La cortesía. Hay una cortesía impuesta por la ley


natural (el saludo, el respeto y caballerosidad que impone
la diferencia de sexo entre colegas).

(Menéndez Aquiles, Etica Profesional, pp 130-131)

No es lo mismo ingresar en el mundo que ingresar en la


vida. Cuando aparecemos sobre la Tierra somos
incapaces de dirigirnos; y sólo lenta y progresivamente
vamos alcanzando las auténticas dimensiones de la
conciencia y de la libertad, y aún entonces, debemos
reconocer la necesidad de ser conducidos, que subsiste
en distintos grados y terrenos durante toda la vida.

Cuando el hombre comienza a hacerse responsable,


tropieza con la dificultad de discernir con claridad la dosis
de sumisión e independiente afirmación de sí mismo que
debe normar sus decisiones frente al general
conformismo o inercia impuesta por el medio social y la
autoridad.

Pero en todas las almas, y particularmente en el alma de


un verdadero universitario, queda siempre un margen de
autonomía intangible e irreductible, por la cual todos
somos responsables de nuestra obediencia y de nuestras
rebeldías, por más que busquemos un sabio o una
autoridad a quien transferir son reservas y con absoluta
confianza nuestra decisión. Y la razón es que todos los
hombres se pueden equivocar, y que ese sabio absoluto y
esa autoridad no existen.

La palabra responsabilidad suele ser sinónimo de


“conciencia” o de “imputabilidad”. Sin embargo, la
primera acepción es la auténtica; esto es: ” la obligación
de rendir cuenta de los propios actos”, lo que comporta
un deber.

La imputabilidad es la simple atribución de un acto a un


sujeto determinado. De tal manera, podemos afirmar que
la imputabilidad es la reacción social o jurídica ante el
deber de conciencia, la imputabilidad es justa y
razonable. Si no existe, la imputabilidad es improcedente.

Por eso la responsabilidad como imputabilidad de una


acción puede ser definida como “la posibilidad de que uno
puede ser declarado autor libre de esta acción y sus
consecuencias, y que se le puede pedir cuenta”.
La responsabilidad como deber, es la obligación de
responder de los propios actos delante del tribunal
competente. Cuando el tribunal es dios o la propia
conciencia, tenemos la responsabilidad moral. Cuando el
tribunal es el Poder Público tenemos la responsabilidad
legal; que a su vez es civil o penal, según, se trate de
responder de los actos comunes del ciudadano, o del
daño inferido que requiere indemnización o pena por la
violación de las leyes.

Para la verdadera responsabilidad y para la justa


imputación de una acción mala se requiere:

a) Que al menos confusamente se haya previsto el


efecto. (Así al que desconoce el vino, no se le puede
imputar la embriaguez).
b) Que sea posible no poner la causa o, al menos,
volverla ineficaz (verbigracia: cuando se tiene el hábito
de maldecir, las pocas maldiciones que se escapan no son
imputables).
c) Que se esté obligado a no poner la causa para evitar
las malas consecuencias. Donde se cumplen estas
condiciones, hay responsabilidad de conciencia, aunque
casualmente no se siga el efecto.

Y ya sabemos que los factores que influencian el


conocimiento y la libre voluntad, no los obstáculos que
alteran los actos humanos y la responsabilidad; aunque a
veces no sea fácil discernirlos ni juzgarlos. Tales son: la
ignorancia, violencia, miedo, pasión, antecedente, hábito
y enfermedades mentales. También suponemos que
nuestros lectores saben distinguir entre los actos
voluntarios perfectos e imperfectos, actuales y virtuales,
directos e indirectos.

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