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Catalina de Elisa Mújica: Entre la norma social y la

búsqueda de la realización individual.

Acuarela de Eduardo Posada. Ocaña, febrero de 1888.


Archivo de Luís Eduardo Páez G.

Varios son los caminos que conducen a los hombres y las mujeres en la búsqueda
de su realización. En la novela, estos no están velados para aquellos lectores
audaces que son capaces de identificar los avatares, las idas y venidas de las
respuestas ofrecidas a semejante empresa que nos es ajena a ninguno de
nosotros. Ya los teóricos nos han ahorrado buena parte del camino señalando los
contextos y alguna tipología referente al asunto…

Heredera como todos en este país de tradiciones y contradicciones centenarias,


Elisa Mújica nos presenta en Catalina a una mujer cuya vida parece nutrirse de
los conflictos entre partidos; éstos, van moldeando un carácter particular en el que
se consumen también el recuerdo de su padre y la rigidez de la madre. Y con todo
esto, la búsqueda del amor-pasión1, algo completamente diferente al amor y a la
pasión, por separado.

El amor-pasión posee una característica especial: entra en conflicto con las


exigencias de la sociedad y cuando decide escapar de las normas de la
comunidad, “adquiere (…) una importancia excepcional para la expresión de la
parte más profundamente individual del ser humano”2. Por consiguiente, y
siguiendo con lo propuesto por Thomas Pavel, aparece una situación
contradictoria en la que se enfrenta “la felicidad individual última” con “la desgracia
social inevitable”3. De esta manera el adulterio se convierte en el tema favorito del
siglo XIX, afirma el mencionado autor.

El adulterio como desacato a la norma ocupa un lugar especial y para nada fortuito
dentro de Catalina. En esta novela la protagonista se encuentra con un matrimonio
por conveniencia, arreglado por su madre con el médico de confianza de la familia,
y en el cual ella colabora de alguna manera:

“Muchas veces obtenemos lo que deseamos de otras personas y les agradecemos su


condescendencia, cuando en realidad se debe a que nuestros deseos coinciden
con sus planes”
Catalina. Elisa Mújica4. P., 27.

No obstante, después de algunos meses de feliz matrimonio seguidos por el


descubrimiento del engaño de su marido, Catalina se descubre poco a poco y
empieza a encontrarse con eso que ella realmente quiere ser. Reconoce
afinidades con una tía lejana, marcada también por la incertidumbre y cuyo final
parece revelarle ese carácter especial, casi hereditario que comparten. En la
mitad de la introspección aparece Giorgio Volta, un italiano recién llegado con el

1
PAVEL, Thomas. Representar la existencia. El pensamiento de la novela. España: Crítica, 2005. p., 182,
186, 187.
2
Ibíd. P., 204.
3
Ibíd.
4
MÚJICA, Elisa. Catalina. España: Aguilar, 1963. p., 27.
que se atreve a contravenir las convenciones sociales y familiares para convertirlo
en su amante.

Catalina se convierte en una transgresora de la ley moral, pudiéndose extrapolar


en este punto lo propuesto por Pavel sobre el amor-pasión. El adulterio dentro de
la cultura occidental es casi por regla general una infracción; sumándose a esto, el
tiempo de la narración se ubica en un momento de la historia del país pletórico de
intenciones por devolverle su buen curso, en respuesta al radicalismo liberal del
siglo XIX.

Este periodo conocido como la “Regeneración” (1886-1903) fue de reacción


conservadora, y significó principalmente “la negación de de los pocos logros
políticos del radicalismo [liberal]”5, pero sobre todo “la constitución de un “nuevo
orden social”, católico y moralista”6. De esta manera, la religión católica pasó a
convertirse en baluarte e instrumento efectivo contra el liberalismo; al mismo
tiempo, el control del catolicismo permeó la vida pública y privada de los
individuos7. En consecuencia se trató de imponer un ‘nuevo’ modelo cultural y
moral, comentan algunos autores.

Los valores enarbolados correspondieron por supuesto a los de la moral cristiana,


los cuales aplicaban también a la familia y la mujer. En la primera, el padre figura
principal del hogar era el responsable de la integridad, educación y mantenimiento
del orden dentro de la familia; era pues el “vigilante moral de todos los miembros” 8.
La mujer y la esposa, en opinión de Aguilera y Vega, estaban sujetas a un orden
machista, “propio de la concepción del clero y la regeneración”, obligadas -más

5
AGUILERA PEÑA, Mario. VEGA CANTOR, Renán. Ideal democrático y revuelta popular. Bosquejo
histórico de la mentalidad político popular en Colombia 1781-1948. Bogotá: ISMAC, 1992. P., 149.
6
Ibíd.
7
“La Regeneración implantó un orden social basado en la ideología religiosa, en la exclusión de los contrarios
políticos y en la persecución de todo lo que pudiera ser visto como protesta social, que para los ideólogos
regeneradores aparecía siempre como un engendro de doctrinas liberales, ateas, masónicas, socialistas,
anarquistas y comunistas.” Ibíd. P., 158.
8
Ibíd. 165.
que ningún otro me atrevo a afirmar- al respeto de la moralidad, el matrimonio y la
educación de los hijos9.

Para el caso santandereano, espacio geográfico de los acontecimientos narrados


en Catalina, otros estudios han identificado el orden machista anteriormente
mencionado con una estructura patriarcal10; esta estructura, ha sido el producto de
“contenidos provenientes de legados pretéritos y polimorfos, plasmados dentro de
circunstancias ambientales nuestras y cuyo contenido se va amoldando al devenir
histórico”11. Al respecto, la religión hegemónica del país ha nutrido también la
estructura patriarcal de la cual nos hablan las autoras.

Para Catalina las virtudes de la mujer, sus propias virtudes hasta ese entonces,
serían sólo tres:
“Me hubiera gustado retribuirlo [a Samuel, su esposo] refiriéndole también mi propia
historia. Pero ¿esta qué podía tener de interesante? Samuel sonreía si yo
ensayaba esclarecer en su honor mis oscuras ideas sobre ella. Imaginaba que
cuanto le diría cabía en tres palabras: modestia, virginidad y sumisión”. P., 30.

Aun así, existe una autoconciencia que se revela: “Yo no era como las otras
mujeres, estaba claro” (p., 45). Las otras pasaban impávidas los días bordando,
atendiendo el hogar o visitando a la familia. Catalina opta por esconder dentro de
sí lo que le sucede, protegiéndose. “Lo que me sucedía se transformaba en una
especie de manto que escondía mi verdadero rostro de las miradas ajenas” (p.,
45). Al mismo tiempo, las frases leídas por Ricardo alimentan la búsqueda del
amor, algo distinto a lo que su marido puede ofrecerle:
“El objeto de su lucha [el de las mujeres inglesas] no debía consistir únicamente en
conquistar los derechos políticos. Gracias a ellas, el amor se volvería mas noble,
como nosotras lo soñábamos”. P., 70.

9
Ibíd. P., 166,
10
GUTIERREZ DE PINEDA, Virginia. VILA DE PINEDA, Patricia. Honor familia y sociedad en la
estructura patriarcal. El caso de Santander. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1988. 433 p.
11
Ibíd. P., 29. El patriarcalismo ha sido definido como “un sistema caracterizado por una relación dispar
hombre-mujer en el manejo de la autoridad, el poder y las decisiones, sesgada a favor del primero (…) centra
cada género en territorios específicos dentro de los cuales cada sexo cumple funciones peculiares”. Ibíd. P.,
30.
Pero todas las ideas de esta mujer son atravesadas por algo que parece a veces
ser más fuerte que ella. La imagen del confesor, el sermón de sacerdote, la virtud
del sacrificio, bullendo dentro de ella, chocando entre sí. Después de descubrir la
infidelidad del marido, Catalina opta a veces por no cumplir con sus ‘deberes de
mujer casada’; esta situación la pone en contradicción con lo enseñado sobre el
“ser” esposa:
“Yo no era libre. Del cumplimiento de lo que me correspondía dependía el equilibrio en
que todo se asentaba. Además, ¿qué diría mi confesor, el padre Tobías? La
verdad era que no deseaba portarme sino de acuerdo con lo que se esperaba de
mí. Ir contra la corriente me destrozaba”. P., 53, 54.

Particularmente la idea del sacrificio se transformará. En un primer momento,


significa el camino ha seguir en una situación como la suya: un matrimonio infeliz y
un marido infiel; aceptar las cosas es un sacrificio necesario para ganarse el cielo.
Resignación, otra virtud muy cristiana.
“Cuando me confesaba con el padre Tobías me aseguraba que, al ponerme en una
situación como la mía, Dios me indicaba precisamente cuál era el camino que
debía seguir, a fin de no pensar en mi misma sino solo en El”. P., 61.

Con todo, un nuevo pensamiento aparece inmediatamente después:

“Sin embargo, yo quería que fuera de otro modo. A mis ojos, la consagración a Dios solo
valía si uno sacrificaba algo por El. Cuando no tenía nada qué entregar, carecía de
mérito”. P., 61.

Esta idea se confirma con las lecturas de Ricardo, quien de aforismo en aforismo,
sin proponérselo, alienta las reflexiones secretas de Catalina. Así, ella confirma
que tiene mucho por entregar: sus mejores años…

“Aunque solo oía las teorías de Ricardo por pasar el rato, algunas de sus palabras
poseían un eco que repercutía en mi corazón (…) “Únicamente vale lo sincero,
que nos permite realizarnos a nosotros mismos”. Quizá tenía razón y yo perdía
los pocos años buenos que me quedaban sacrificándome”. P., 74.

El amor, el que conoce con Samuel, también le ha dejado desazón y no la


satisface: “El amor no resistía las pruebas. No se podía contar con nada”. P., 118.
Así pues, Samuel luce sólo como un medio para que Catalina pueda alcanzarse a
si misma, al tiempo que hace brillar a Giorgio como el amante cobarde de esta
historia. Con Giorgio, Catalina abre esa “puerta” que debía permanecer cerrada,
solo por eso puede significar algo:
“Tengo un amante. Con esa frase quedaba abierta una puerta que siempre me
habían mandado mantener cerrada”. P., 142.

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