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INSTITUTO
LEYENDAS DEL
ECUADOR
SIERRA, COSTA, AMAZONIA Y
GALAPAGOS.
IVAN PARRA
2011
TECNICAS DE GUIAR
“ITHI” TECNICAS DE GUIAR
LEYENDAS DE LA REGIÓN SIERRA _________________________________________ 4
BRUJAS SOBRE IBARRA ______________________________________________________ 4
LAS VELAS DEL AMADOR _____________________________________________________ 6
UN SANTO ARISTÓCRATA Y SIN ZAPATOS _______________________________________ 9
LAS TRES PIEDRAS __________________________________________________________ 11
EL SACHA RUNA ___________________________________________________________ 12
EL CURA SIN CABEZA _______________________________________________________ 12
TESORO DEL INCA: LA LEYENDA DE QUINARA ___________________________________ 13
LEYENDA DE GUAMBONA: ___________________________________________________ 13
EL TAITA IMBABURA Y LA MAMA COTACACHI: __________________________________ 14
EL TREN DE YAMBO: ________________________________________________________ 15
LEYENDAS DE LA COSTA ECUATORIANA ___________________________________ 15
LOS GIGANTES _____________________________________________________________ 15
El Fraile y la Monja _________________________________________________________ 15
EL VARÓN SOBREHUMANO __________________________________________________ 16
LA DIOSA UMIÑA __________________________________________________________ 16
TINTÍN (LEYENDA MONTUBIA)________________________________________________ 17
LA TUNDA SE CONVIERTE EN GALLINA: _________________________________________ 18
LA TUNDA PARA DE MOLINILLO: ______________________________________________ 18
“LA DAMA TAPADA”. _______________________________________________________ 19
LOS AMANTES DE SUMPA: ___________________________________________________ 19
LEYENDAS DE LA AMAZONIA ECUATORIANA _______________________________ 20
EL DELFÍN ROSADO: ________________________________________________________ 20
EL MISTERIO DE LA BOCANA DEL RIO MISAHUALLI _______________________________ 20
LA BOA Y EL TIGRE _________________________________________________________ 22
EL SAPO KUARTAM: ________________________________________________________ 23
EL ESPIRITU DE LA SELVA Y EL TIGRE ASESINO ___________________________________ 23
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LEYENDAS DE LAS ISLAS GALAPAGOS _____________________________________ 25
LOS EUROPEOS EN LA FLOREANA _____________________________________________ 25
BAHÍA DE CORREOS: ________________________________________________________ 26
LA BARONESA: ____________________________________________________________ 26
BIBLIOGRAFIA ________________________________________________________ 27
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Desde arriba del Torreón, la ciudad, en las noches de luna, parecía una
maqueta parda llena de tejados, que guardaban jardines atiborrados de
buganvillas, nogales e higos. Más arriba, en cambio, se distinguían las
palmeras chilenas: enjutas y lustrosas, pese a la intensidad nocturna y las
exiguas farolas, alumbradas con mecheros que –de cuando en cuando- eran
revisados por el farolero, envuelto en un gabán descolorido que no impedía
apreciar su silueta recorriendo esa luz mortecina que golpeaba las paredes
de cal.
Más arriba, aún, el parque de Ibarra era un minúsculo tablero de ajedrez sin
alfiles, donde destacaba el añoso Ceibo, plantado tras el terremoto del siglo
XIX y que –según decían- sus ramas habían caminado una cuadra entera. La
noche caía plácida sobre las enredaderas y la luna parecía indolente a las
sombras que pasaban, pero que no podían ser reflejadas en las piedras.
¿Quiénes miraban a Ibarra dormida? ¿Quiénes tenían el privilegio de
contemplar sus paredes blanquísimas engalanadas con los fulgores de la
luna? ¿Quiénes pasaban en un vuelo rasante como si fueran aves nocturnas?
¿Quiénes se sentaban cerca de las campanas de la Catedral a mirar los
tejuelos verdes y las copas de los árboles?
No es fácil decirlo: unas veces eran las brujas de Mira, otras las de
Pimampiro y muchas ocasiones las de Urcuquí. Eran una suerte de correos de
la época, acaso a inicios de siglo, que viajaban abiertas los brazos, por los
cielos estrellados de Imbabura. Por eso no era casual que las noticias –que
por lo general se tardaban en llegar cuatro días desde Quito- se conociera
más aprisa en los corrillos de estas tres poblaciones unidas por un triángulo
mágico: que ha iniciado la revolución de los montoneros alfaristas, que el
Congreso ha sido disuelto, que llegaron las telas de los libaneses o que
fulano ha muerto.
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Todas noticias importantísimas que –de no ser por las voladoras- hubieran
llegado desgastadas. Pero, a diferencia de lo que se cree de las brujas, que
van en escoba, llevaban un traje negro y tienen la nariz puntiaguda, las del
sector norteño ecuatoriano poseían trajes blanquísimos y tan almidonados
que eran tiesos. Por eso cuando las voladoras pasaban los pliegues de sus
vestidos sonaban mientras cortaban el viento. Algunos las tenían localizadas.
Por eso cuando pasaban por encima de las casas, existían los atrevidos que
se acostaban en cruz y con esta fórmula las brujas caían al suelo.
Otros, en cambio, preferían decirles que al otro día vayan por sal y de esta
manera conocían su identidad. Pero las voladoras de Mira también tenían sus
hechizos. Quienes se burlaban de las brujas terminaban convertidos en
mulas o gallos. Y eso, al parecer, le sucedió a Rafael Miranda, un conocido
galeno de Ibarra, de inicios de siglo. Cuentan los abuelos que el doctor
Miranda desapareció un día sin dejar rastro. Sus amigos lo buscaron por
todos lados infructuosamente. Sus familiares estaban desesperados. El
tiempo pasó. Una tarde, un conocido del doctor Miranda recorría unas
huertas por Mira y miró a un hombre desaliñado con un azadón. Creyó
reconocerlo.
Por eso los políticos de turno o las autoridades, que siempre ofrecen
solucionar todos los problemas, se dan cuenta de los fatídicos brebajes
demasiado tarde: quedan arrumados en las sillas de madera, con un olor
imperceptible a aguardiente, que es uno de los ingredientes del tardón,
elaborado de papa y de secretísimos compuestos que ha sido imposible
develar. Cuando alguna autoridad trataba de levantarse caía en cuenta que
sus honorables posaderas estaban como pegadas a la silla. ¿Cuáles eran las
palabras mágicas para volar? De boca en boca ha llegado hasta estos días lo
que decían las brujas ecuatorianas: “De villa en villa y de viga en viga, sin
Dios ni Santa María” y tras pronunciar este conjuro levantaban vuelo.
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Y hasta había quienes intentaron realizar una aventura aérea. Cuentan que
un mireño insistió a una maga para que le iniciara en su arte. Tras las
súplicas decidió confiarle el secreto. Lo primero que le indicó es que tenía
que utilizar uno de sus trajes níveos. Aguardaron la noche y subieron a la
chimenea de un horno... -Tienes que repetir esta fórmula, le dijo la
encantadora. Tras decir “de villa en villa, de viga en viga, sin Dios ni Santa
María”, extendió sus brazos y salió disparada por el cielo. Nuestro
personaje se emocionó, pero al repetir el conjuro lo hizo de esta manera:
“de villa en villa, de viga en viga, con Dios y Santa María”.
Dicho esto, desplomóse cuan largo era en el patio de la casa, en medio de los
ladridos de los perros y de los vecinos que lo encontraron magullado y
vestido de traje blanco, con cintas y encajes. Aunque pidió discreción, al
otro día toda Mira conoció esta historia y su único argumento fue se enredó
en la vestimenta. Obviamente, no pudo aclarar qué hacía subido en la
chimenea y con un vestido de dama. Hay quienes dicen que las brujas aún
pasan por los tejados de Ibarra. Es posible. Mas, nunca se han
caracterizado –como lo eran acusadas en la Inquisición Española- de
artilugios malévolos.
Su único delito, podría decirse, es volar para conocer tierras lejanas o para
visitar a algún amante venturoso que abre su puerta antes que la maga tope
el suelo. Hay quienes dicen haberlas visto reunidas practicando iniciaciones
antiquísimas, en medio de un prado. Con suerte, si levantamos a mirar el
cielo en una noche de luna es posible que localicemos a una bruja que
regresa del sur y pasa por encima del pequeño Ceibo, del parque Pedro
Moncayo, que ha empezado a brotar sus hojas.
Don Juan Tenorio había llorado sobre la tumba de Doña Inés. Al final, acaso,
había entendido que el Amor era una expiación. Por eso, en la escena del
teatro se develaba una estatua. En medio de las sombras Doña Inés sale de
su tumba y exclama: “Don Juan mi mano asegura/esta mano que a la
altura/tendió tu contrito afán/y Dios perdona a Don Juan/al pie de la
sepultura”.
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Cuando el relato de Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, cruzó el mar desde
España, el actor llegó tan maltrecho que se lo confundió con cualquier
personaje entregado a los lances amorosos. Y había una diferencia: los
donjuanes de América no sufrían por amor. Sin embargo el personaje se
había convertido en sinónimo de buscador de aventuras amatorias y por eso
no fue casual que en San Miguelito, en Tungurahua, el cazador de fragancias
del pueblo sea conocido como Don Tenorio, olvidándose el de Juan, porque
hasta el nombre no había podido desembarcar de España.
Fue allí que comenzaron los fatigosos gritos envueltos en un eco bronco, en
medio de una estancia oscura. Su cuerpo cayó al suelo sólo para comprobar
que la tierra era más húmeda que antes. Para el tercer día Don Tenorio
tenia la garganta lacerada y sus leves quejidos eran cada vez más distantes.
Pero no dio tregua y siguió gritando mientras sus manos arañaban la pared,
con rastros de sangre. Ese día el sepulturero del pueblo llegó más temprano
y escucho unas voces que salían de una tumba.
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Antes de que el aliento se le termine llego hasta la casa del teniente político
con la inesperada noticia y la cara desencajada como un mal agüero. Cuando
los dos hombres se dirigieron al cementerio ya les acompañaba una
muchedumbre ansiosa por escuchar las voces que salían del cementerio. El
panteonero, junto con algunos vecinos, cavó rápidamente la fosa y en medio
de terrones negruzcos apareció la cabeza de Don Tenorio, con los ojos
lastimados por la luz.
Fue sacado al vilo y antes que pudiera decir nada se arrodilló delante de
medio pueblo y pidió perdón por su único delito: burlador de mujeres. Los
viejos de San Miguelito aun no se ponen de acuerdo en las versiones del
hecho. Hay quienes aseguran que Don Tenorio entró en un convento; otros
dicen que una alma del otro mundo se enamoró del mozuelo. Mas, en los
textos de Zorrilla se puede encontrar una alegoría de lo sucedido en San
Miguelito y es cuando la sombra de Doña Inés exclama:
En tu misma sepultura.
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En aquel cuarto tan austero, este singular personaje montó una zapatería
con una mesa y unas pocas hormas, planchas de machacar, suelas y otros
artículos necesarios para ejercer el oficio de zapatero remendón. Dos
muchachitos sanroqueños ayudaban al extraño zapatero y además de
aprender el oficio, ganaban un peso diario más comida, una remuneración que
era casi una fortuna para aquella época en que se compraba un huevo por un
calé y una gallina ponedora por seis reales.
Los vecinos de Quito veían con ojos incrédulos como todos los domingos el
zapatero dejaba su taller a las ocho de la mañana vestido con chaqueta,
chaleco de fantasía, camisa con botones de perlas, gemelos de oro en los
puños y un bastón con empuñadura de marfil y plata. Pero tanta elegancia
contrastaba con sus pies siempre descalzos.
Parecía que llegaba al éxtasis. Oía la santa misa con gran devoción y en
muchas ocasiones lo vieron llorar.
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Con los pies desnudos bajaba por la Rocafuerte hasta llegar al Arco de la
Reina, en el hospital San Juan de Dios, luego tomaba la García Moreno o
calle de las Siete Cruces para llegar a la iglesia del Carmen Alto en donde
entraba luego de rezar un Ave María y un Padre Nuestro. Después, se
dirigía a la iglesia de la Compañía para asistir a la misa de nueve. Allí tomaba
su reclinatorio forrado de terciopelo rojo y escuchaba todo el servicio
religioso de rodillas.
La razón hay que buscarla en los misterios del amor. Don Miguel se había
enamorado de una mujer de mala reputación y poco decente y aunque trató
de olvidarla, no pudo. Para tratar de apagar las brasas de la pasión, decidió
abandonar su Riobamba natal para venir a Quito donde trató de enamorarse
de otra mujeres aunque nunca lo logró. Un día leyó sobre el milagro de La
Dolorosa del colegio San Gabriel sucedido un 20 de abril de 1906 y desde
ahí se encomendó a la Madre Dios y a cambio de que le hiciera olvidar a la
mujer que le robó el corazón, Miguel se comprometió a caminar descalzo
durante un año y trabajar durante ese mismo tiempo como un humilde
zapatero.
A la final, logró conseguir a la mujer pero porque esta se fue con un gringo
que había venido a trabajar en el ferrocarril. Miguel ya no sufrió más y
dicen que se curó por obra de la Dolorosa y así ha vivido en el recuerdo de
los quiteños como el "Santo Descalzo".
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Desde arriba, se podía mirar al río Tahuando ir plácido en busca del mar,
serpenteando rocas y musgos, acariciando giabos y totoras hasta llegar a los
encañonados y a las sucesivas vertientes para que lo fortificaran.
Sus risas se confundían con los cantares que traía la corriente desde las
montañas. Eran muchachas y reían mientras se desvestían para su baño de
aromas de azahares y geranios. Sus piernas eran dóciles a las hierbas
mojadas y sus labios eran frescos como las gotas que salpicaban sus
caderas. Estaban desnudas y sus espaldas tersas se arremolinaban bajo el
chorro firme que caía golpeando leve sus cabelleras ensortijadas. Sus ojos
tenían los paisajes de estas tierras prodigiosas.
Los tunantes se acercaron para tomar por la fuerza lo que podrían haber
logrado por la ternura. Las zagalas comprendieron sus intenciones
perversas. Cuando sus manos se acercaron a sus figuras, los hombres
sintieron una dureza de alabastro. Las muchachas se habían transformado
en tres piedras. De lo que antes eran sus labios brotaban tres ojos de agua,
pero era como si estuvieran hechos de lágrimas.
Al bajar al río Tahuando las tres piedras con los fulgores de estas mujeres
aún están allí. Cuando se zambulle en su torrente es como si unas manos
recorrieran una piel ajena a su tiempo, pero también con gemidos traídos de
otras épocas
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EL SACHA RUNA
El Sacha Runa pudo ser una derivación de alguna antigua deidad pagana o
prehispánica, que expresaba la mitologización de los árboles, la forma que
asumiría el espíritu de aquellos, pero una vez que se puso en marcha la labor
evangelizadora, vio transformada su naturaleza y su representación hasta
convertirse en el medio maléfico de hoy día.
Cuentan los viejos vecinos de Pomasqui que en la Colonia, del Pacpo vertían
aguas termales, por esa razón los frailes franciscanos construyeron un
convento en sus faldas, así como una serie de acequias para acarrear
aquellas aguas y una piscina llamada “de los obispos”. Hasta ese convento
llegaban los padres enfermos, de ahí que se llamó Convento de la
Convalecencia.
Hubo una vez un padre que iba a dicho convento a restablecer su salud, pero
en el trayecto fue asaltado y le cortaron la cabeza. Sus compañeros lo
sepultaron, pero desde entonces quienes pasan cerca del antiguo campanario
o por la vieja puerta de entrada al convento, aseguran haber visto la figura
de un padre decapitado.
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El codiciado botín para el rescate de Atahualpa aún es buscado por entre las
viejas haciendas de esta población. La leyenda del tesoro perdido de
Atahualpa comienza en Quinara, un poblado ubicado a 50 km. de la ciudad de
Loja.
Allí han llegado muchos historiadores que afirman que “el mascarón”, una
roca de tres caras que orientaba el lugar del entierro del tesoro, está como
base de una antigua casa de la hacienda cuyo propietario, Manuel Enrique
Eguiguren, tuvo la fama de tener entre sus bienes una parte del codiciado
tesoro, el que no ha sido encontrado en su totalidad.
LEYENDA DE GUAMBONA:
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EL TREN DE YAMBO:
LOS GIGANTES
Eran hombres de descomunal tamaño, que llegaron sin mujeres por el mar.
Se asentaron desde Cabo Pasado, en Bahía de Caráquez, hasta Santa Elena.
Se asentaron desde Cabo Pasado, en Bahía de Caráquez, hasta Santa Elena.
El Fraile y la Monja
Cuentan que por las noches ellos el fraile y la monja abandonan estas
enormes piedras y salen a rezar; porque al retirarse las aguas del mar,
quedan profundas cuevas semejantes a enormes iglesias, con arcos
bizantinos, con muros empedrados, con sueños de alcatraces y voces que
retumban para profanar el silencio de un lugar mágico, que aún hoy puede
visitarse, y que fue bautizado como “DE LA MONJA”.
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EL VARÓN SOBREHUMANO
LA DIOSA UMIÑA
La Diosa Umiña era ídolo era una piedra de fina esmeralda, cuyo valor podía
exceder a todos los tesoros juntos de muchos templos. Su adoración se la
realizaba en el templo construido en la isla de La Plata, hasta donde llegaban
enfermos de todas partes. Luego que el gran sacerdote recibía la ofrenda
(oro, plata y piedras preciosas) hacía sus deprecaciones postrado en tierra,
y después de tomar con un paño blanco y limpio a la Umiña, frotaba con el
mismo paño la cabeza del enfermo. Muchos enfermos sanaron. Tanta fama
alcanzó en la época prehispánica que incluso desde Centroamérica llegaban
enfermos en busaca de sanación.
Pero con la llegada de los españoles, que siempre buscaron la piedra para
robarla, los indios la escondieron de manera que ese tesoro no se lo ha
podido encontrar.
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Usa sombrero que le llega un poco más abajo de las orejas y produce un
silbido lúgubre”.
Cuando se enamora de una mujer sale por las noches de los huecos donde
vive, y lleva una piedra imán en un mate, la cual coloca debajo de las
escaleras para que todos los habitantes de las casas se duerman.
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Pero la Tunda teme a los perros y el solo ladrido de uno de ellos la hace
desaparecer; por eso los parientes de la víctima corrieron por los montes
con una verdadera jauría, hasta encontrarlo al tercer día, casi muerto del
susto e indigesto de tanto camarón. ¡Qué mala es la Tunda!
Quién sabe?
Entre sus costumbres hay una muy curiosa. Es aficionada a los camarones
que recoge de los esteros, los cocina en el interior de su cuerpo y los da a
los niños que rapta. Para atontarlos, les quita la voluntad sofocándolos con
gases de su organismo que huelen a cobre. La Tunda es una caldera con
fuego interior. Cuánto nos recuerda a la madre tierra o Diosa de la
Fertilidad con sus emanaciones volcánicas que huelen a cobre, mineral noble
para los indios, que lo sabían utilizar en diversas aleaciones, en la confección
de joyas y demás utensilios.
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LEYENDAS DE LA AMAZONIA
ECUATORIANA
EL DELFÍN ROSADO:
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Como vivían en plena selva y ante la ausencia de una autoridad que legalizara
la relación de la pareja, ésta decidió unir sus cuerpos y sus destinos a la
sombra de los frondosos y florecidos árboles de guaba. Pero como el amor
no produce para vivir, el cauchero tuvo que viajar una vez más al Aguarico
para recoger la balata recolectada por sus trabajadores y llevarla a los
mercados de Iquitos.
Los años pasaron dándole espacio a la historia y una mañana brumosa y fría,
unos indígenas que pescaban por el sector, vieron a una hermosísima mujer
parada en la piedra grande de la margen izquierda del río; se acercaron a
ella y cuando le preguntaron donde vivía solo señalo el agua, y lanzándose al
torrente sin salpicar una gota ni producir una onda en la superficie se
sumergió.
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LA BOA Y EL TIGRE
Cuando regresaron los padres de los chicos, recogieron con dolor los restos
de su boa amiga y ceremoniosamente la velaron durante dos días, para luego
enterrarla con todos los honores y ritos que se acostumbraban utilizar para
con los seres queridos.
IVAN PARRA 22
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EL SAPO KUARTAM:
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Ese mismo día nuestro indígena regresó a la selva donde tuvo lugar la pelea;
allí yacía el cuerpo del enorme huagra tigre, cubierto de impresionantes
heridas y lleno de hormigas gigantes que le devoraban los ojos. Uno del
grupo comentó que la sombra protectora debió ser la madre selva, que
protege a los hombres cuando estos se internan en el bosque.
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A los cuatro días, el Dr. Ritter enfermó al comer carne envenenada, algo
inexplicable porque era vegetariano. Después de la muerte del Dr. Ritter,
Dore dejó Santa María. La familia Wittmer permaneció en la isla.
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BAHÍA DE CORREOS:
LA BARONESA:
IVAN PARRA 26
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BIBLIOGRAFIA
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- http://www.visitecuador.travel/contenidos.php?menu=4&submenu1=1
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- http://www.visitaecuador.com/ver_diseno_wdi.php?codigo=qO7H8CJ
tmze8tXtolpmN&idiomas=1
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