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Biografía de Anna Freud

Nació en Viena el 3 diciembre de 1895. Fue la sexta y última hija del matrimonio de Sigmund
Freud y Martha Bernays. Su nacimiento encontró a su madre agotada física y mentalmente, lo
que motivó que fuera confiada inmediatamente a los cuidados de la institutriz Josefine Cihlarz,
una joven con la que mantuvo un vínculo privilegiado. Años más tarde, en una correspondencia
a Eitingon, Anna se refirió a Josefine como "la relación más antigua y más genuina de mi
niñez", y su vínculo con ella inspiraría sus posteriores conceptos de "madre psicológica" y los
contenidos del artículo "Perder y ser perdido". Mantuvo una relación distante con su madre y
sentimientos de gran ambivalencia con su hermana Sophie, la preferida de Martha y la más
bonita de las hijas mujeres, condición que Anna trató de compensar con su desarrollo
intelectual.

Anna fue apodada por su padre como "Annerl", y éste recuerda su nacimiento como el inicio de
un bienestar económico debido al aumento de su trabajo clínico. También la apodó "Demonio
Negro", por su carácter aventurero y díscolo dentro del medio familiar y de amigos, no
comportándose así en público, donde fue reconocida como reservada y tímida. Uno de sus
pasatiempos predilectos era el tejido, que, según recuerdan algunos de sus pacientes, también
practicaba mientras atendía. En cuanto a su apariencia, adoptó como vestimenta el Dirnal,
tradicional de su país, un ropaje largo y suelto que ocultaba su figura.

En 1912, al finalizar los estudios secundarios en el Lyceum, fue enviada a Merano para
descansar y recuperar la pérdida de peso, en vísperas del casamiento de Sophie, al que no
asistió por sugerencia de su padre. Esta exclusión formó parte de los malestares y amarguras
que ya venía sufriendo. Pasaba períodos de gran fatiga y hablaba de ello como "eso" que la
hacía cansarse y "sentirse tonta". De esta manera, definía su recurrencia a las ensoñaciones
diurnas e historias fantasiosas, cuestiones éstas que tratará en el trabajo Relación entre
fantasías de flagelación y sueño diurno, con el que ingresara a la SOCIEDAD
PSICOANALITICA DE VIENA en 1922.

En Anna primaban las identificaciones masculinas, no obstante lo cual tuvo varios


pretendientes; sin embargo, todos fueron rechazados, unos por ella y otros por su padre,
siendo Ernest Jones el más famoso de ellos. A los dieciocho años quedó como única hija en su
hogar, acompañando a su padre, que ya tenía sesenta y cinco años y penaba por el
alejamiento de sus hijos.
Ingresó al Profesorado de Educación Elemental, y ejerció la docencia hasta caer enferma de
tuberculosis, tras lo cual abndonó la docencia en 1920.

Dos años antes, en 1918, había comenzado a analizarse con su propio padre, análisis que se
mantuvo hasta 1922 con una frecuencia de seis sesiones semanales. Freud centró este
análisis en las fantasías y ensueños de flagelación como inhibidores del trabajo intelectual.
Junto a S.Bernfeld, militante sionista y socialista, Anna apoyó la creación del Asilo e Instituto
Baumgarten, para niños judíos huérfanos de guerra. Allí se formó un grupo dedicado a estudiar
los problemas de aprendizaje y de psicología del niño, en el que participaron también Willie
Hoffer y August Aichhorn. Este último ya tenía experiencia con niños y adolescentes y dejo en
Anna huellas de su influencia.

En 1920, la familia Freud sufre la muerte de Sophie, víctima de una epidemia. Anna sobrelleva
la pérdida de su gran rival, amada y envidiada, dedicándose al igual que su padre a un intenso
trabajo, afianzándose su consagración al psicoanálisis. Recibió de Freud su reconocimiento
cuando éste le otorgó uno de los anillos de oro grabado que poseían los miembros del COMITE
DE LOS SIETE ANILLOS, grupo que frecuentaba ya desde los catorce años, cuando se le
permitía asistir en silencio a las reuniones de los miércoles.

Su recorrido institucional se inicia en 1920 cuando asiste como invitada al primer congreso
internacional de posguerra en La Haya. Dos años más tarde, a los veintisiete, ingresa a la
SOCIEDAD PSICOANALITICA DE VIENA como psicoanalista de niños, pues la clínica con
adultos era "vedada" a los profanos. En 1921 había conocido a Lou Andreas Salomé,
psicoanalista de origen ruso que ocupa el lugar de "buena madre" y "madre analista",
encontrando en ella una imagen femenina y maternal y una valiosa ayuda para la elaboración
del citado trabajo sobre las fantasías de flagelación.

En 1923, ya declarada la enfermedad de Freud con su primera operación, decide no instalarse


en Berlín y quedarse a su lado. Asiste a las recorridas por el Servicio de Psiquiatría del Centro
Hospitalario Universitario de Viena, de Wagner Jauregg, conociendo allí a Heinz Hartmann.
Esta experiencia hizo que retomara su análisis con Freud, siendo consciente de las dificultades
que implicaba el "manejo de la transferencia". En otoño de 1925, ya finalizado el análisis con su
padre, crea con Max Eitingon un vínculo cuasi-analítico que finaliza en 1930, debido a las
resistencias de Anna a profundizar sobre la relación de fuerte apego a su padre. En esta época,
Anna estaba inmersa en los conflictos de rivalidad con su madre por el cuidado de la salud de
Freud.

Entre sus primeros pacientes se cuentan los hijos de Dorothy Burlingham, a quien la ligaría una
relación profunda y compleja por el resto de su vida. Fue su compañera de viaje y de vida, y
ejerció con los hijos de ella sus inclinaciones maternales. A pesar de las apariencias, no hay
acuerdo entre sus biógrafos acerca del carácter homosexual activo de esta relación, pero Anna
se disgustaba frente a los rumores que la señalaban como lesbiana.
En 1924 ocupa el lugar de Otto Rank en el comité, y en 1925 es designada secretaria del
INSTITUTO PSICOANALITICO DE VIENA. Allí, impulsó la formación del Kinderseminar, un
seminario de investigación sobre psicoanálisis aplicado a la pedagogía y destinado no sólo a
psicoanalistas sino también a educadores y trabajadores sociales. En colaboración con otros
profesionales del instituto, fueron creados algunos centros de reeducación, jardines de infantes,
y la primer escuela para niños que fuera guiada conforme a los principios psicoanalíticos,
dirigida por Eva Rosenfeld. Fueron, asimismo, consultados por el municipio de Viena para la
orientación de niños con dificultades.

Colaboró en la "Zeitschrift fur Psychoanalitische Pedagogie", publicación dirigida por W.Hoffer,


y en 1927 ocupa el cargo de secretaria de la ASOCIACION PSICOANALITICA
INTERNACIONAL (IPA).
La única antecesora de Anna en Viena en la práctica del análisis infantil fue Hermine von Hug-
Helmuth, maestra jubilada que poseía un doctorado en Filosofía. Pero en realidad su verdadera
competidora habría de ser Melanie Klein. El simposio de Londres en 1927, patrocinado por
Ernest Jones, es una fiel y clara exposición de las diferencias teóricas y técnicas que
prevalecían entre ambas.

Freud fue un encarnado defensor de las posiciones adoptadas por Anna, y un detractor de las
opiniones de Klein, quien en cambio sí recibío el apoyo de Abraham en primer lugar, y luego el
de Jones.
Mientras Freud, en 1934, terminaba su primer borrador de "Moisés y la religión monoteísta",
Anna iniciaba EL YO Y LOS MECANISMOS DE DEFENSA, regalándole la primer edición a
Freud al cumplir éste los ochenta años en 1936.
Un año más tarde se inaugura en Viena la guardería Jackson, patrocinada por la americana
Edith Jackson, analizada de Freud. Este proyecto, dirigido por Anna, estaba destinado a niños
menores de dos años, con el objetivo de informarse acerca de las primeras etapas de la vida a
través de la observación directa. Los niños debían pertenecer a familias indigentes.

En 1933 había sido promulgada la ley antisemita, lo que dio origen al éxodo de psicoanalistas
alemanes y austríacos, pero es recién en 1938 que la familia Freud decide partir de Viena, tras
la invasión de las tropas de Hitler. Jones y Marie Bonaparte, junto a Dorothy Burlingham,
organizaron la salida de la familia Freud hacia Inglaterra. Su casa ya había sido allanada en
dos oportunidades, y Ana y Martín habían sido llevados por la Gestapo para ser interrogados.
Ya en Londres, Anna se ocupó con exclusividad del cuidado de la salud de su padre, quien
luchaba contra el cáncer.

Al morir éste, Anna enfrenta el duelo trabajando arduamente; organiza entre 1940 y 1942 varias
residencias para niños evacuados y refugiados, siendo la guardería Hampstead, que
funcionaba en la HAMPSTEAD CLINIC de Londres, la más destacada.
El clima de la SOCIEDAD BRITANICA DE PSICOANALISIS se enrareció con la llegada de los
analistas vieneses. Jones, fundador de la misma y protector de M.Klein, se hallaba tironeado
por ambas partes, resolviendo tal contradicción con su retiro. Tras la muerte del padre del
psicoanálisis, se estableció la lucha por definir cuál de las dos corrientes sería proclamada su
heredera.

Anna fue miembro del Consejo Ejecutivo de la IPAen la década de 1950, pero su mayor interés
se manifestó en la década del 60 en torno a la capacitación para el psicoanálisis infantil.
A partir de 1963, empezó a delegar la dirección de la HAMPSTEAD CLINIC. Estaba
preparando su vejez, siempre junto a Dorothy, con quien realizó numerosos viajes. Su principal
preocupación se centraba en el futuro de la clínica, y si bien delegaba funciones, nunca lo
hacía totalmente.

En 1971 se realiza el Congreso Internacional en Viena, donde se inaugura el museo en el viejo


departamento de Bergasse 19. Anna ya tenía setenta y cinco años, y mantenía la esperanza de
que en esa oportunidad la IPA aprobara y reconociera oficialmente la formación de los
psicoanalistas de niños en la HAMPSTEAD CLINIC. Pero Leo Rangell, entonces presidente,
deseaba un congreso en paz y mocionó para que tal debate se pospusiera para el próximo
congreso, y para que la HAMPSTEAD CLINIC fuera aceptada como grupo de estudio. La
SOCIEDAD BRITANICA DE PSICOANALISIS temía que la clínica de Anna se convirtiera en
una sociedad paralela. Anna presentó entonces su renuncia a la IPA y a Rangell, quien le
ofreció el cargo de presidenta honoraria. A partir de 1976, Anna delegó la dirección de la
clínica.

Dictó clases en la Facultad de Derecho de Yale, y mantuvo con sus alumnos una relación libre
y placentera. Esta experiencia fue recogida en tres volúmenes sobre el niño y el derecho, en
coautoría con Goldstein y Solnit.
En 1975 su salud se vio afectada, sin poder llegarse a un diagnóstico preciso. Fue tratada por
una anemia, y requirió internaciones periódicas. Durante este tiempo se dedicó a la refutación y
desacreditación de teóricos posfreudianos y biógrafos no autorizados, con la ayuda de K.
Eissler. También recibió los doctorados honorarios que le confirieron las universidades de
Viena, Columbia, Harvard y Franckfort.

Su compañera de siempre, Dorothy, falleció en 1979 a los ochenta y ocho años, hecho que la
deprimió sensiblemente. Al año siguiente, y al igual que su padre, encontró compañía en una
perrita de raza china, a la que llamó Jo-Fi, el mismo nombre que Dorothy puso a un perro que
le regaló a Freud.
Alice Colonna, una ex-analizada de Anna, y Manna Friedman fueron quienes la acompañaron
durante sus últimos tiempos. En 1982 padeció un ataque cerebral que afectó su motricidad y
habla, no así su lucidez mental. Un año antes, había asistido por última vez a un simposio de la
clínica, presentando un trabajo sobre patogénesis.

A partir del ataque su estado físico era realmente penoso, y sólo podía ser paseada en silla de
ruedas, usando un viejo sobretodo de su padre.
Muríó mientras dormía en la madrugada del 9 de octubre de 1982.
Resulta oportuno, como cierre de esta biografía, citar algunas interesantes definiciones acerca
del papel que Anna Freud desempenó en la historia del psicoanálisis.

La primera de ellas parte de su padre, Sigmund Freud, al llamarla Anna Antígona. Cabe
recordar que Antígona, en la obra de Sófocles, es la hija de Edipo, a quien guía, tras su
ceguera, errante por Grecia hasta su muerte.
Ernest Jones, quien mantuvo una relación ambivalente con Anna, se unía a ella en lo político
institucional pero se le oponía en lo teórico: Tiene usted el don de escribir ordenadamente y sin
forzar la organización del material. Me gustaría hacer la reseña del libro, escribe Jones
refiriéndose a la publicación de EL YO Y LOS MECANISMOS DE DEFENSA. Y en relación al
mismo, a manera de crítica, lamenta que (...) interrumpa su viaje investigador hacia las
profundidades donde hubiera deseado mayor iluminación.
Phyllis Grosskurt, en su libro MELANIE KLEIN, ilustra el desempeño de Anna así: Anna Freud
era una expositora de las ideas de su padre, pero sólo de aquellas que podían examinarse en
lugares claramente iluminados y bien aireados.

Por último, Elizabeth Young-Bruehl, en su biografía de Anna Freud, dice: (...) era la madre del
psicoanálisis, y a ella pasó la responsabilidad de preservar su espíritu, de velar por su futuro
(...) celosa del psicoanálisis, llegó a ser no sólo la sucesora de su padre por derecho propio,
con sus contribuciones teóricas y clínicas de exacto sentido científico, sino también una mujer
cuya vida fue por entero psicoanalítica.

¿Qué pasa con la adolescencia?


Alberto Palacios Boix

La adolescencia es un periodo de transformación. Durante este proceso se establecen y se


definen las relaciones sociales significativas, se circunscriben los límites morales, se adquieren las
destrezas físicas e intelectuales que nos definirán el resto de la vida y, sobre todo, se conforma el
mundo interno mientras el cuerpo despliega crecientes ajustes hormonales.
Cuando se estudian las etapas del desarrollo pueden identificarse los momentos vitales en que
se adquiere la identidad, el sentido de sí mismo -como dicen los psicólogos. Se sabe que los niños
son capaces de reconocerse por nombre frente a un espejo a los tres años. La sensación de
vergüenza -que implica autoconciencia- emerge a los dos años, coincidiendo con la empatía, que
indica un componente básico de funcionamiento interpersonal. Debemos recordar, por ejemplo,
que las desviaciones de empatía son un elemento propio de algunos trastornos de personalidad,
particularmente las conductas antisociales. En este sentido, la impulsividad, que se considera un
rasgo biológico del temperamento, aparece en las fases tempranas del desarrollo.
Jean Piaget observó que el estilo de pensamiento y la presencia de un sistema operacional de
razonamiento son componentes de la personalidad que aparecen en niños de edad escolar y se
mantienen hasta la edad adulta. Desde entonces se distinguen niños con expresividad "aguda"
(quienes son detallistas y analíticos), en contraste con otros que son emotivos y de perspectiva
amplia. Aquí ya se hacen manifiestos los trastornos neuróticos derivados de conflictos familiares,
especialmente después de sufrir un divorcio o una separación traumática. Un estudio reciente
demostró que los adolescentes que tenían 9 a 13 años de edad cuando sus padres se habían
divorciado conflictivamente, mostraban respuestas alteradas en pruebas psicológicas (test de
Rorschach), tales como pobre autoestima, desconfianza e ideas poco flexibles.
La gente asume que durante el desarrollo temprano somos maleables y que las experiencias
infantiles nos impulsan hacia la estabilidad mental, de modo que los problemas psicológicos se
resuelven con la madurez. Pero lo cierto es que uno de cada siete adolescentes tiene problemas
de personalidad (Bernstein et al., 1993), de acuerdo con criterios psiquiátricos.

Cambios físicos

Adolecere en latín es crecer, padecer mientas se crece. ¿Cómo entender esta difícil transición que
a todos nos duele?
Primero, la sexualidad no comienza en la pubertad. Desde que sentimos las caricias de mamá
o el calor húmedo de la leche que nos amamanta, se despiertan las zonas erógenas de nuestro
cuerpo. Gracias a estos estímulos ubicamos lo sexual en correspondencia con la intensidad de los
placeres y disgustos que nos causa. Al principio
es en la boca, que nos permite descubrir el
universo sensible;
después el ano, que asociamos con expulsar
(excretar) y controlar para gratificar nuestra
saciedad. Poco a poco, mientras crecemos,
vamos ubicando las sensaciones de placer o de
rechazo en los genitales (el clítoris, la vagina y el
pene), órganos que nos señalan los límites del
deseo y el apego hacia los otros. A partir de la
pubertad, sin embargo, los impulsos sexuales se Los adolescentes sienten la necesidad de
hacen recurrentemente intensos, como integrarse a un grupo de amigos.
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explosiones de libido, que a veces parecen
incontrolables. El carácter también se hace poco tolerante, la piel se vuelve grasosa y sudorosa, y
el cuerpo cambia tan de repente, que nos cuesta identificarnos de una semana a otra frente al
espejo. ¡Ah, si pudiéramos ocultar esta metamorfosis con ropa holgada, con sombreros y lentes
oscuros hasta que pasara!
De forma llamativa, crecen los órganos sexuales y experimentamos la necesidad de
explorarlos con el tacto. Los caracteres sexuales secundarios (vello, acné, redistribución de grasa
corporal) se presentan en mujeres y hombres a distintas edades. Primero, en las niñas crecen los
senos como señal de desarrollo hormonal, mientras que en los niños la aparición del vello pubiano
indica el despunte de la maduración sexual. Gradualmente, aprendemos a localizar nuestros
afectos vinculados al placer genital (erección, lubricación: excitación). La masturbación cumple un
papel fundamental en la ubicación de la primacía genital durante la adolescencia. Pero al madurar
sexualmente, nos exponemos también al riesgo prohibido de actuar el complejo de Edipo. Por ello,
el adolescente escapa a la consumación del incesto buscando otros lazos de amor en el mundo
extrafamiliar, lo que permite al mismo tiempo distanciarse de los padres. La adolescencia es,
pues, un periodo crítico donde chocan los impulsos sexuales con las diferentes alternativas de
gratificación que experimentamos y las convenciones de la cultura adulta que nos rodea. Con ello
se explican las fricciones constantes con las figuras de autoridad y el deseo impostergable,
aunque torpe, de independencia.

Conductas del adolescente

En segundo lugar, debemos considerar que el comportamiento contradictorio e impredecible del


que se acusa a los adolescentes se explica por las demandas emocionales que alternan en su
interior. Durante la adolescencia, tratamos de adecuarnos a las exigencias sociales
(responsabilidad, ahorro, estudio y horarios), mientras que por dentro anhelamos satisfacer
nuestros gustos, tan pronto como se pueda y pese a quien le pese. La tensión emocional que
experimentamos al ver rebasado nuestro cuerpo y el abandono inequívoco de los privilegios de la
infancia se viven más como una imposición que como un proceso natural y deseable. La conducta
oscila entre la aparición de fobias y tendencias para reprimirlas, a fin de asimilarse al mundo
adulto. Muchos padres perciben estos comportamientos como amenazantes para la integridad
famliar, dado que les resulta conflictivo aceptar en sus hijos la emergencia de la genitalidad y la
personalidad expansiva que van aunadas a esta fase del desarrollo.
Entre tanto, el adolescente explora su universo
relacional, desistiendo de la contienda edípica y
temeroso de su recién adquirida potencialidad sexual. Es
común que las primeras relaciones amorosas se
emprendan con torpeza y con cierto histrionismo. Más
que enamorarnos de una persona, nos enamoramos del
amor; y tan pronto sentimos la necesidad de integrarnos
a un grupo de amigos como de retraernos en la intimidad
de nuestros cuartos, a oscuras y sumergidos en nuestra
música favorita. Parece como si nos debatiéramos entre
ser parte del mundo y volver al ambiente cálido, nutricio
de nuestra vida infantil.
En medio de estos vaivenes, oscilando entre la
clarificación de nuestros afectos y el duelo por dejar
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atrás la protección materna, aprendemos a madurar (y
cómo nos disgusta que nos digan: ¡ya madura!, como si fuera tan fácil).

Relación con el entorno

Un aspecto interesante, el tercero, es que adquirimos una percepción de continuidad y


uniformidad al identificarnos con ídolos musicales o de películas. Casi inadvertidamente,
compramos ropa de moda, que ostenta la marca distintiva, y nos peinamos y decoramos el cuerpo
siguiendo el perfil de un artista, un atleta o un grupo de rock preferido. Las ventas millonarias de
zapatos tenis auspiciadas por basquetbolistas y de jeans o camisetas promovidos en televisión así
lo atestiguan.
Al margen de estas tres premisas, que matizan nuestro desarrollo madurativo, está la
violencia. Sea como resultado de las interacciones brutales que vivieron en la infancia o producto
de una identidad difusa y sin límites emocionales precisos, algunos adolescentes se vuelcan a las
calles, desgarran las paredes con puñaladas de colores y se aíslan en el estupor de las drogas
para ocultarse de sí mismos. Podemos decir que, en ellos, el dolor brota de una herida abierta
desde el abandono, desde un hogar que se rompió y que se busca -irrecuperable- en la oscuridad
de los lotes baldíos y las casas abandonadas. Como gatos malheridos, estos jóvenes rondan la
noche: la banda los recoge, los contiene, les da abrigo. En proporción similar, acaso más
organizadamente, los adolescentes con más recursos se juntan en los antros. Aquí el alcohol, la
fuerza de la música y un ambiente voluptuoso, donde se confunden los sudores y la escasa luz,
parecen cobijarlos. En este ambiente es más fácil tocar al otro, sentirse acompañado, encontrar un
lenguaje corporal común y "ser auténtico". Parece incomprensible que en tal comunión surja la
violencia o el exhibicionismo, pero tenemos que entender que la despersonalización engendra
precisamente comportamientos agresivos y paranoides.
Ahora bien, mientras más trabas ponga la familia o la sociedad para permitir la expansión de
las conductas adolescentes, de manera autoritaria y sin ofrecer límites flexibles, más aberrantes
serán las formas de rebeldía. La necesidad de experimentar, de probar las fronteras de lo corporal
y lo emocional son características propias de la maduración sana en todo adolescente. Se sabe
que el uso de drogas o la ingestión excesiva de alcohol traducen una perturbación madurativa en
la elaboración de las pérdidas emocionales que sufrimos al dejar de ser niños, que necesitan
contención y comprensión de los padres antes que castigo y rechazo.

Búsqueda de identidad

Por último, la alternancia de estados de ánimo es propia del adolescente. Anna Freud, una lúcida
psicoanalista de mediados del siglo XX, observó que una de las cualidades distintivas de la
adolescencia es la debilidad de carácter que sufre con las presiones madurativas del inconsciente.
Parece -decía ella- como si los adolescentes estuvieran en duelo permanente, habiendo perdido a
su gran amor y necesitados de ayuda, buscando a alguien más que los consuele. Los cambios
físicos se agregan a este sentimiento de inadecuación, de que nada está en el lugar apropiado, de
que el mundo infantil -tan simétrico, tan estructurado- se perdió en el horizonte para no volver.
Así vista, la búsqueda de identidad en el adolescente no es un proceso simple. Darme cuenta
de quién soy, de qué lugar ocupo entre mis seres cercanos y tener una perspectiva de mi persona
en el tiempo es bastante complejo. Pese a ello, la consolidación de la identidad es clave para la
maduración normal en la adolescencia. En este periodo depuramos nuestro mundo interior para
integrarlo con las demandas de intimidad, competencia y diferenciación psicosocial. Con tantos
impulsos en juego, es lógico que se perciban sentimientos encontrados de incomprensión,
desamparo, amenaza sexual y hasta de odio hacia padres y maestros. Nadie parece comprender
lo que está pasando. Acaso los mejores amigos, que comparten nuestros gustos y ambivalencias,
son una fuente pasajera de alivio. Pero nos parece riesgoso acercarnos demasiado: la satisfacción
inmediata de todos nuestros deseos presupone un costo muy alto. De estos problemas, en
especial del erotismo, los trastornos de alimentación y la impulsividad en los adolescentes,
hablaremos en futuras entregas.

Otro factor que influye en la depresión es la falta de moderación del pensamiento, ya que el
joven parece vivir en un mundo del "todo o nada" dando a hechos triviales una trascendencia
desmedida reaccionando de una manera dramática y terminable. Todos estos factores
expuestos es lo que llevó a Anna Freud a plantear de que todos los adolescentes se
encontraban en un estado de duelo y que en realidad añoraban los períodos de la niñez en
donde las soluciones eran relativamente simples.

Anna FreudGeorge C. Boeree: teorías de la personalidad


Parece que cada vez que Freud consideró que había a su sucesor elegido, el candidato
que
abandonar él. Al menos, eso es lo que ocurrió con Jung y Adler. En el ínterin,
sin embargo, su hija Anna fue asistir a conferencias, pasando por análisis de su
padre y, en general, avanzar hacia una carrera como establecer un psicoanalista. Ella
también se convirtió en
su cuidado-beneficiario después de que el cáncer elaborado en 1923. Ella se convirtió
en menos de su padre
sucesor simbólico.
Ego psicología
A diferencia de Jung y Adler, que se mantuvo fiel a las ideas básicas de su padre
desarrollados. Sin embargo, fue más
interesados en la dinámica de la psique que en su estructura, y fue particularmente
fascinado por el lugar de
el ego en todo esto. Freud había, después de todo, pasó la mayor parte de sus esfuerzos
en la identificación y el lado del inconsciente psíquico
vida. Como se ha señalado acertadamente, el ego es el "puesto de observación" a partir
de la cual observamos la labor de la ID
y el superego y el inconsciente en general, merece estudio y en su propio derecho.
Ella es probablemente mejor conocido por su libro El Ego y los mecanismos de
Defensa, en la que da un
particularmente clara descripción de cómo las defensas de trabajo, algunas de ellas
especial atención a los adolescentes el uso
de las defensas. Las defensas de la sección del capítulo sobre Freud en este texto se
basa tanto en el trabajo de Anna como en
Sigmund's.
Este enfoque sobre el ego se inició un movimiento en círculos psicoanalíticos llamado
ego que la psicología hoy
representa, sin duda, la mayoría de los Freudians. Se toma Freud la labor anterior
como una base fundamental, pero
se extiende en el más común y práctico, día a día el mundo del ego. De esta manera,
freudiana teoría puede ser
aplicarse, no sólo a la psicopatología, sino social y de desarrollo así como las
cuestiones. Erik Erikson es el
ejemplo más conocido de un psicólogo ego.
Psicología infantil
Pero Anna Freud no era principalmente un teórico. Sus intereses eran más prácticos, y
la mayor parte de sus energías
se dedicaron al análisis de los niños, niñas y adolescentes, y a la mejora de dicho
análisis. Su padre, después de todo,
se ha centrado exclusivamente en pacientes adultos. Aunque escribió mucho sobre el
desarrollo, es a partir de la
perspectivas de estos adultos. ¿Qué hacer con el niño, para quienes la familia y las
crisis y traumas
fijaciones están presentes los acontecimientos, no tenue recuerdos?
En primer lugar, la relación del niño con el terapeuta es diferente. Los padres del niño
son todavía una gran parte de
su vida, una parte, el terapeuta no puede y no debe tratar de usurpar. Sin embargo, ni el
terapeuta puede pretender
ser sólo otro niño en lugar de una autoridad de la figura. Anna Freud encontraron que
la mejor manera de hacer frente a esta
"transferencia problema" fue la forma en que llegó, naturalmente, la mayoría: ser un
cuidado de adultos, no es un nuevo juego, no una
padre sustituto. Su enfoque parece ser autoritario por las normas de muchas terapias
modernas niño, pero
sería más lógico.
Otro problema con el análisis de los niños es que sus habilidades simbólicas no son tan
avanzados como los de
adultos. Los más jóvenes, sin duda, puede tener dificultad para relatar sus dificultades
emocionales verbalmente. Incluso
niños mayores de esa edad tienen menos probabilidades que los adultos para enterrar a
sus problemas en complejos símbolos. Después de todo, el del niño
problemas está aquí y ahora, no ha habido mucho tiempo para construir defensas. Por
lo tanto, los problemas son cerca de
la superficie y tienden a ser expresadas en forma más directa, menos simbólica, de
comportamiento y emocionales términos

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