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Alzheimer

Mientras que el juglar aquel hipnotiza la mirada atenta de alrededor de un centenar


de niños sentados en la plaza, en la sala más oscura del prostíbulo cercano, un
adolescente experimenta por primera vez los caminos del placer y el desafío de los
sentidos, se cuela con desparpajo por los recovecos del estímulo, investiga con sus
dedos la tímida cueva que encierra el sonido de las olas al chocar contra el espigón
silíceo, divulga a gritos el sonido encerrado de las caracolas, viola el secreto de su
contenido y lo desparrama a medias entre la locura, el placer, la risa y la amargura
por lo efímero de las sensaciones que por sorpresa el cuerpo que hasta entonces
controlaba, es capaz de ofrecerle ahora.

El hambre ruge en el estómago de todos los merodeadores de caminos, asalta feroz,


astuto y primario, rozando las instintivas maneras y animalizando al hombre, esclavo
y superviviente de sus necesidades. Los excrementos pintan las calles, cubos de orina
lanzados por las ventanas, ratas no solo en los sótanos sino en manada una vez cae la
noche, barriles y barriles de cerveza en las reuniones populares que abundan a
mansalva los fines de semana. Embrutecimiento de doradas perlas al son armonioso
del ronroneo de las cuerdas de la guitarra española, algarabías, viñetas satíricas
pegadas en las paredes del recinto, mujeres con vello en el bigote, cirróticas,
abalanzándose sobre los macerados barriles que contienen la cerveza y con ella,
espasmos por despegar de imaginación con destino a absurdas expresiones,
homicidio de neuronas congregadas expirando sus últimos suspiros, y risas leves,
guturales, profundas y nasales, justificadas, lejanas, jugando a desafiar el equilibrio
agitando y mezclando el líquido que nuestro oído toma como pilar de referencia,
pintando al azar letras en el eje de coordenadas, dibujando esquemas de luces y
colores en mitad del radar y haciendo borrosas las figuras, dificultando la visibilidad
e identificación de los cuerpos.

Mi libertad no tiene fronteras, es una vía sin dirección que lo empapa todo a su paso,
le pinto coloretes y dibuja sonrisas, tan agradecida y benevolente que cuando intento
atraparla con mis rudas manos se escapa por la linde de las comisuras de los labios. Es
zalamera pero no se vende. Yo vivo desnudo, desafiando las reglas del juego,
armándome de valor y enfrentándome al miedo cada día, sobreviviendo a mi locura.
Yo vivo de lo salvaje, exhalando sentimiento por todos mis poros, casi sin ideales. No
necesito más que pintar ciudades, dibujarlas a mi antojo tomando un poco de salado
y otro de amargo, alternando letras, mareando tempestades de colores, jugando sin
quererlo a construir catedrales de ingenio, vicisitudes atemporales, calando a la
propia lluvia de la hemorragia del pensamiento y las ideas, cargando de fardos al
viento y aminorando su paso, disfrazando a los molinos, soltando a los presos. Yo soy
un arquitecto de mentiras y verdades, soy un mago, mientras duermes le robo a la
luna historias de niños malditos, de héroes y villanos, de enamorados dispuestos a
hacer cualquier cosa por rescatar a su amada. Yo siempre he estado aquí, junto a tu
ventana, acompasando las maravillas que un viaje cualquiera te puede traer cada
noche justo después de que cierres los ojos, tras el canto de la nana.

Ahora ven y déjame que te cuente la historia de este par de cansadas piernas, que si
los Dioses quisieron que estuvieses bajo el candelabro de aquella sala, por estar tan
cerca, un poco de lo mío te mereces. Siéntate, siéntate, no tengas miedo.

Para empezar ten en cuenta que esto que te cuento no es solo la verdad sino toda la
verdad. Los niños mudos del sur a veces son capaces en la oscuridad de la noche, de
convertirse en los mejores narradores de leyendas sin esbozar un solo sonido por la
ranura que forman sus labios. Ahora voy a encender esta llama, no la apagues, que
con mi luz voy a iluminar tu difuminada ánima. Entrégame, niña, más que tu
atención y tu tiempo tus cinco sentidos, cúrtete del sentido de las palabras que solo
ellas son imparciales, que solo ellas te darán de beber el conocimiento.

Mi historia empieza en una aldea muy al sur de aquí, más incluso de todo lo que te
puedas imaginar, de días de carretera y de caminos, rutas salvajes y arboledas,
paisajes frutales y de campiña, zonas secas y desiertos. Pues bien allá, de mucho más
allá. De donde vengo acudo desterrado, por una batalla más que una pelea, mi
contrincante es el rival más poderoso que te puedas imaginar, no perece nunca por
constancia porque siempre permanece, no se abrasa con el fuego ni se congela con el
hielo, es fuerte, poderoso y sabio, le guía la voz de la experiencia.

Sumergido me hallo en una batalla maldita que se me antoja eterna, pues ninguno de
los dos está dispuesto a ceder, luchando cuerpo a cuerpo contra el tiempo quien me
quiere robar los recuerdos. Anodina parece la voluntad del tiempo, mas no te dejes
engañar por su sabia voz, que ya otros más listos que tu perecieron sucumbiendo a
sus encantos. Y es que aunque infravalorados, grábate a fuego que quien tiene un
recuerdo tiene un tesoro. Yo he visto con estos ojos oscuros como la noche, a las aves
más rapaces en plena cacería, embrujos lanzados con ira acumulada de años,
maldiciones vomitadas desde lo más profundo de las entrañas, promesas construidas
por castillos de naipes, fuegos que dibujaban figuras de colores en el aire, venganzas
con el rojo del fuego en los ojos de los críos, gritos del color de la sangre.

Pero con más fuerza, aún, he sentido. Y de ello puedo sentirme orgulloso, casi, pese a
mi vejez y cansancio por culpa de los caminos recorridos, casi, logran los
sentimientos hacerme creer capaz de vencer al tiempo rememorándolos. Vi crecer
aquel lirio en frente del patio de baldosas de colores, aquel banco circular donde en
las tardes de mayo nos sentábamos a la hora del fresquito, donde por vez primera,
años después clavaría mi mirada para ya no apartarla jamás en dos chorros de luz, dos
cañones de sol, una proyección de fantasía, puro elixir de vida, garabatos que
dibujaban como con un martillo y cincel curvas perfectas para que la felicidad de tu
sonrisa consiguiese antes de que dijeras una palabra enamorarme.

Yo me enamoré de ti por tu corazón inmenso, ese que abrazo cada noche cuando la
vejez descompone un poco más la esbeltez de tu figura, la claridad de mis
pensamientos. Por tus ojos verdes, que me cazaron sin darme opción a nada, que me
tienen atrapado y mudo e ignorante, casi desnudo todavía al albor de tu belleza. Por
tu joven espíritu, el que saca fuerzas en las tarde noches de Enero, el que no se cansa
nunca pese a darse cuenta de que la verdad acecha a la vuelta de la esquina. Yo me
enamoré de ti por ser tu el ángel que me acompañe al cielo.
Guardo con recelo en la cajita de los sentimientos todas las tardes que la felicidad
logró reservarnos. Pero ahora el tiempo me ha embestido y cada vez soy más viejo,
estoy más cansado y tengo menos fuerza.

Te siento aquí, para darle fuerza a todos los que como yo cada día se baten con el
tiempo por la lucha de sus recuerdos. Para darle la sal de las millones de lágrimas que
brotaron por mis mejillas, para no perecer al invierno en los fríos caminos que solo
recorreremos, para atar con coraje los cordones de nuestros zapatos, para coger la
espada del valor, la que no sucumbe al sufrimiento y con todo el corazón vencer al
tiempo con el grabado de su lamina posterior, esa que reza alzhéimer

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