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Thy Best of rest is sleep


A nd tha t thow oft provok ’st
Yet g row ly fea r’st thy dea th
Which is no m ore
Measure of measure, III, I

El Filtro

Fiebre tenaz, suelta a este hombre, no lo mates que acabarás al mismo


tiempo conmigo ; y esta casa que ni siquiera tiene agua para refrescarlo...
Así lo quizo mi caballero, ver la Mar, su último deseo, ver a un barco, el
que quizás le traiga su salvadora, ella de quién habla como de su protectora,
mi homónima experta en curaciones, Isolda, reina de Cornoalles.
Me dijo que si trae velas blancas, es que Gorneval –su escudero- la
encontró ; de lo contrario morirá, pero dudo de que sólo sea por fiebre...

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...Delirio, comenzó su delirio y con él la revelación de su trágico
destino, destino del que nunca debió nacer para evitar tales desgracias.
He aqui lo que oigo, lo consigno para que todos sepan qué destino
terrible a veces persigue los hombres, valiosos, pero condenados por una
mala estrella y mucha pasión...

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Galopa caballo, galopa que mi impaciencia ya llegó al lugar de
encuentro ; sí, impaciente estoy por encontrar la gloria, quiero matar y ser
reconocido, quiero que la gente grite : « ¡Tristan mató Morholt ! » y que mi
tío se llene de orgullo por mí, por su primo que recién nombró caballero
para no tener que pelear él...
Sí, lo venceré, ese guerrero irlandés, y jamás le pagaremos tributo a su
país, sólo recibirá golpes y maltratos, ese será tu tributo y te lo pagaré
encantado ; y mientras te lleven malherido a tu isla maldita, mientras
agonices como las olas contra tu nave ; yo, Tristán, hijo de Meliodas
devolveré a mi tío su orgullo y honor perdido.

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Pegas al azar porque te enceguece el furor, te desgastas y enojas, y yo,
como un tábano, te hostigo con mi dardo insolente. Joven e inexperto -
decías hace poco-, probable, pero esto es una fuerza, tú, viejo y decrépito.
Ya te encontré una falla, mi dardo se precipita, atraído por tu cuello...
Qué silencio... También me heriste, pero ligeramente, lo quiero creer, caíste
y puede que no te levantes más, tus lanzas se quebraron y con ellas tu
porvenir, no eres más nada Morholt, que un viejo malherido...

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Te maldice mi alma en la tumba Morholt, por haber envenenado tu
espada y transformado una pequeña herida en probable condena. Me
abandonan mis amigos en esta pequeña barca, mi destino, no sé porque,
siempre depende del Mar, y probablemente así siempre será. El menear de
las olas me entorpece los sentidos y me duermo con su rugido. Sólo el
viento sabe adonde voy, me habló de una princesa versada en los venenos y
antídotos, se llama Isolda y es princesa de Irlanda.

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Me perdí en el abismo azul de tus ojos, en las llamas de tus pelos, en
la rosa de tu rostro, Isolda, eres todo lo que he buscado : mi enfermedad y
su restablecimiento, mi envenenamiento y su antídoto, todo eso lo eres y lo
fuiste cuando te ví.
Desde ahora en adelante, para tí llora mi harpa, para tí son mis
canciones y para nadie más.
Está bien, me voy, porque tu madre reconoció en mí al asesino de su
suegro Morholt, pero volveré y –mientras tanto- jamás te olvidaré.

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No me mires así, todo es culpa de tu belleza y también, de mi lengua ;
mi tío Marcos –al oírme hablar de tí y de tus inestimables cualidades- pensó
que era hora de tomar esposa y a nadie mejor se le ocurrió que tomarte a tí.
He de obedecer a sus órdenes, pero esto va en contra de lo que dicta mi
Alma. Sin embargo, más fuerte es el deber y moribunda queda mi Alma al
tener esto que hacer.

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La noche cayó y con ella el viento que todo el día nos estremeció, el
agua corre bajo nuestros ojos y no me quieres mirar. Veo brillar lágrimas y
sé cual es su origen. Interrumpo tu tristeza porque así también la mía, el
movimiento de la nave vació los compartimentos de objetos que por el
puente rodan. Me indicas una fiola de un vino esquisito que los dos
probamos. Nuestros corazones se derriten bajo no sé cual efecto y con ellos
nuestro orgullo. Te tomo en mis brazos y toda nuestra pasión reprimida se
transmite en ese largo beso que cada uno concede al otro...

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Filtro de amor, filtro de amor... ¡Todo mi amor no proviene de un
filtro ! Y esta sirvienta de Isolda que –desesperada- me habla de su botellita
que perdió en el barco y que dice nos haber visto tomar. Era un regalo de la
madre de Isolda para mi tío, en caso de que la princesa no lo amar mucho
quisiera. ¡Y ahora, eres tú Gorneval mi escudero, quien viene a decirme lo
que tengo que hacer !
¿Dejar Isolda casarse con mi tío ? ¡Que se case ! ¡Su corazón está
conmigo !

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Isolda es reina de Cornoalles y esposa del Rey Marcos, y no va tardar
en fertilizar mi frente, bien en contra mi voluntad y la suya.
Soy como un jabalí arinconado ; puedo viajar aquí y allá, pero mi
mente sigue a su lado y no quiere dejarla. Mientras más lejos, más fuerte su
atracción ; mientras más trato de olvidarla, cansádome en duelos insensatos
de los que siempre salgo victorioso, más nítida se hace su imagen en mi
espíritu. Muchas damas he visto en mis viajes, pero nunca les he prestado la
menor atención, porque el anillo que nos liga es de acero templado,
templado en el más puro amor, amor que ningún deseo en la tierra puede
traicionar, pudiendo romperse el Alma al hacerlo.
Esta tarde te veo por última vez –espero que sea mentira- pero me
convenció Gorneval de irme a pequeña Bretaña, en la corte de Kaherdino,
porque me está destruyendo esta vida de caballero errante, y hasta me he

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hecho famoso por mis melancólicas canciones, y tu sabes a quién van


dirigidas...

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Este lugar es encantador : lago espléndido con gotas de oro, árboles
gigantescos cuyas ramas sacude un viento fresco y liberador.
Me acuesto en el pasto verde, escuchando los pájaros entonar su
canto primaveral.
Una mariposa viene a aterrizar sobre mi frente : ¿Eres tú Isolda ?,
como quisiera ser mariposa y volar contigo por los cielos...
Tu beso me despierta y tu perfume me penetra el Alma.
- Isolda, no consigo olvidarte...
Te acuestas y juntos miramos el cielo.
- Tristán, te quiero como en aquel primer día en que llegaste
enfermo y pidiéndome ayuda. Hoy, soy yo quién te pide
ayuda...
- No te vayas te lo suplico.
Me torno hacia tí.
- Isolda, mi amor...
Nos miramos hasta que las lágrimas nos ennublan la vista.
- Tengo que partir, o terminaré muriendo de tristeza.
- No, no... No...
Escondes tu mirada en mi pecho. Quizás sientes como se me para el
corazón. Mi garganta se aprieta y sofoca.
Sí, de mi corazón cayó una lágrima y el eco de su caída resuena en el
universo. Ahora sé que en la muerte nos reencontraremos : en la muerte
que no es más que un largo sueño.

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Y llegaste en mi tierra, Tristán, joven y encantador ; te ligaste de
amistad con toda la corte y mi padre Kaherdino te admiró, lo que no es
poco decir... Yo, enamorada, no entendí a quién dirigías tus canciones,
cuando por la noche tocabas de tu harpa divina.
- « Isolda », decías, pero si bien era mi nombre, ahora
entiendo que no era yo y esto me desconcierta.

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Luego vino la maldita peste que te contagió y estás aquí conmigo,


ahora, en esta cabaña de pescadores, esperando –ansioso y delirante- la
llegada de tu salvación.
...Los momentos de felicidad son breves en la vida de un hombre y los tuyos
más breves han sido aún.
Ahora, tu vida depende del color de una vela, blanca o negra...
¡A qué cosas simples, a veces, se reduce la vida ! Y sin embargo tan
importantes.
Sí, las veo esas velas y ni por más que mis lágrimas corran por mis
ojos, reconozco esa blancura de nieve que flota en un viento invernal.
Me preguntas de tu voz débil y esperanzada de qué color aparecen.
Pero no sé que me pasa y digo :
- Negras, negras son las velas...
El silencio me responde. Me abandonaste en mi soledad. De mi garganta
estalla un grito de desesperación y culpabilidad.
Asi que yo también era parte de tu destino maldito... Perdóname
Tristán. No oigo la puerta abrirse detrás de mí y cuando llorando me
devuelvo hacia tí, Isolda ; ni siquiera escuchas mis escusas. Te acercas de
Tristán en silencio y unes tus labios a los suyos.
Y es probablemente al sentir sus fríos labios que exhalas tu Alma para
reencontrar en la muerte al que fue un sueño en tu vida.

De un Alma que siempre te ha buscado en las tinieblas de las existencias.

Christian L. Talarico.B.

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