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ISBN N° 987-20672-8-7
Poesía que se pretende celebratoria y queda en un blues: el grito triste del macho urbano
en medio de la oscuridad, entre fritangas, llanto de bebés y el sonido zumbón del
televisor. Aldo Luis Novelli no cuenta, sólo retrata: toma instantáneas de una ciudad
sesgada por la producción petrolera, cuyos detritos aparecen constitutivos del paisaje
esencial. En ese ámbito, el poeta es un boxeador que golpea con adjetivos en lugar de
puños el aire que lo rodea, su sombra y los fantasmas. Y lo único que, además de la
basura ciudadana y las referencias domésticas está en el hábitat poético es la noche,
inmensa y vacía, interrogante y sugerente.
Hay imágenes que sorprenden porque hacen estallar la tersura de la narración poética.
Por caso, el oxímoron ocurre en una silla, cuando el cura, al doblar su sotana “encuentra
la bombacha que María, hacía días buscaba con desesperación”.
A punto de suceder: lo ominoso en Novelli es una costumbre. De la misma manera que en
Raymond Carver o en John Cheever o en Sam Shepard y en Antón Chéjov, el maestro de
todos ellos, –y las menciones no son ociosas-, en esta poesía hay algo por ocurrir, y
ocurre aunque nadie salvo el autor parezca darse cuenta.
Narra a dentelladas, narra a puñetazos, narra con esos silencios recortados, tensos: hay
perros y ratas; hay una costumbre, hay seducciones y resistencias, equívocos en las
miradas y también ironías despellejantes.
Su posición arquetípica consiste en estar sentado: sentado a la mesa de un bar; sentado
mientras mira pasar las cosas. También en eso respeta el código anglosajón: ellos se
sientan a beber, a mirar, a hablar, a ver tevé. Se sientan a dominar el mundo y es
entonces cuando no controla su personalidad: estalla, antes o después de escribir. Por lo
tanto, la escritura siempre está haciéndose.
Novelli usa el gerundio como un norteamericano: busca en el presente continuo ese fluir
permanente y actual de la conciencia y entonces su obra se transforma, crece delante de
los ojos de lector.
Uno mira a Erdosain caminar por la ciudad que lo anula, pero acá –en esta ciudad
cosmopolita del norte de la Patagonia- sólo quedan los residuos del planeta globalizado.
En una escritura que inaugura la voz de esta ciudad en el comienzo del siglo, Novelli se
propone poetizar desde el revés de la trama: lejos de la poesía regional y en las antípodas
del folklorismo; espantado por las actividades productivas y la posible benevolencia de los
bien pensantes, toma lo que necesita y descarta el resto. Así hace de su escritura un acto
fundacional y originario que procura poner en su lugar –en un lugar designado por el
poeta-taumaturgo- los objetos y los hechos de la vida cotidiana.
El poeta está sentado, en presente continuo, generalmente ebrio y de noche. La noche
triste de Contursi, la noche del negro que canta el blues con un único futuro en la
desesperación.
El amor es un dolor, sobre todo, es una construcción entre él y la nada, entre él y la
sombra que lo amenaza.
El erotismo está en la forma en que acaricia las palabras, en que el ritmo se desdobla
como en el contrapunto entre un bajo y un saxo, o entre las guitarras de BB King y
Clapton. Suena a blues, huele al aserrín con kerosén que limpia los bares de vómitos,
puchos y alcohol al amanecer.
Esta poesía colisiona con la realidad, con la palabra, con el futuro, con el pasado. No hay
claudicación posible, y el lirismo es apenas un remedo nostálgico.
Justamente el verso de Novelli cae como un hachazo triste que desnuda las ingenuidades
hipócritas y los brillos innecesarios de lo poéticamente correcto. Un ejemplo es el poema
“El encendedor”, que lleva hasta la exasperación la tensión del diálogo desgastado de una
pareja y espanta las buenas conciencias tan de moda.
Esta poesía tiene hondura de batallas: la del hombre común acorralado por sus
obligaciones, la del amante cuyo único patrimonio es la fantasía y la decepción, la del
noctámbulo que pretende asomarse a la noche y cae borracho en una esquina o en un
bar y así se transforma en testigo mudo de la pasión ajena.
No es posible hablar de la poesía de Novelli sin apelar al vocabulario bélico y su
asimilación con la pasión erótica.
Esgrime –otro verbo de riña- su principal hallazgo en la pasión erótica: la hembra que
duerme y descansa al lado del macho saciado. La hembra que domina desde el silencio,
en la soledad de la post-pasión cuando la “petite mort” cede su lugar al vacío.
La futilidad de la pasión es atávica, a tal punto que poco ha cambiado desde la vida
cotidiana en las cavernas a la actual, al menos en el plano de lo amoroso. Curioso: la
ternura se oculta tras dolorosos esguinces y el poeta apenas se atreve a designar sus
sentimientos: el instinto funciona como un escudo eficaz ante cualquier claudicación.
Lo otro –la otra- es lo ominoso.
Lo extranjero es también lo femenino: la hembra, la noche, “la luna que se quita” o “los
ojos húmedos estaquearon la luna”. Y también es femenina la ciudad... esta ciudad, esta
época.
Gerardo Burton
Neuquén, junio de 2003.-
a mis hijos Luis y Emanuel
Allí en la profundidad de la noche, en sus aguas negras y violentas late el viejo deseo,
el goce inacabado, el suspenso del próximo instante, la intriga por la luz final.
El autor
He soñado más que lo que Napoleón hizo.
He apretado al pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he hecho filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella.
Fernando Pessoa
(Lisboa, 1888-1935)
Cesare Pavese
(Santo Stefano Belbo, 1908-1950)
Por las calles, en la noche.
En la Tasca
Entre tanto yo
aquí sentado sin dolor ni emoción
no logro la voluntad necesaria para
abandonar la silla
apagar el televisor
guardar el libro que no abrí
y sucumbir a la vacuidad de mi alma.
Despedida anual
Cuando desperté
en la cama de al lado estaba él, Toledo
apretando la manguera del sachet vacío de suero
para que las burbujas transparentes que bajaban
no le entraran en las venas.
Hacía 40 minutos
que había pulsado la perilla de la enfermería
y ahora gritaba desesperado.
En el fuego circular
que interminablemente todo lo consume,
tan solo quedan restos diurnos
que en un último esfuerzo
cargamos sobre el cuerpo
para vadear el alevoso océano de la noche.
Conjeturando en las noches
Todas las noches