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Fernando Guízar Pimentel

Profesora Yissel Arce, Grupo SH02C

Análisis de Cinema Paradiso

A los italianos no les fue nada bien en la guerra. Su papel en ella fue más bien
mediocre y, en cambio, perdieron muchos hombres. Es de suponerse que el
ambiente que se vivió en la época de la posguerra era deprimente, y ¿qué
mejor para reanimar el espíritu y olvidar las penas que ir al cine?

En ese entonces, aun mucho más que ahora, el cine estaba impregnado de
una magia sin precedentes. La gente no estaba expuesta a la saturación
mediática que nosotros enfrentamos; había visto menos cosas y, por lo tanto,
era más inocente.

Cinema Paradiso abusa de la provocación de la nostalgia por momentos, pero


esto es precisamente por lo que ha resultado tan entrañable para el público. Es
especial por diversos motivos: Tiene una fotografía distintiva, la icónica banda
sonora; compuesta por Ennio Morricone, una edición impecable (muy notorio al
compararse con la versión sin cortes lanzada años después, lo cual la convierte
en una película diferente) y un maquillaje muy bien empleado, aunque discreto.

Hay otros aspectos que, si no se pueden considerar fallidos, sí menos


logrados: una incoherencia en el argumento (el rollo que amalgamaba los
besos censurados ya se había quemado) y en la evolución del personaje
principal; de ser a ser un niño precoz y avispado, pasa a crecer para
convertirse en un muchacho igualmente audaz, pero torpe y poco articulado.

Sin duda, entre los mayores méritos del film está el documentar la emotividad
de la relación película-espectador. Sobre todo, le otorga una especial
importancia al ambiente que envolvía las funciones, el cual la audiencia era la
protagonista indiscutible: desde la impaciente espera por la llegada del carrete
de la cinta, pasando por peculiares incidentes, hasta las reacciones de
decepción al encontrar la censura o de gozo cuando se cumplen sus deseos de
ver la proyección en un espacio público.
La visita al cine se nos muestra como una experiencia terapéutica, casi
espiritual, lo cual debió provocar en la gente una catarsis en la que se tocaban
fibras sensibles mientras se sentaban por un par de horas en la sala
parcialmente obscura, sólo iluminada por el reflejo del proyector, para dejarse
llevar por una historia hacia cuyos personajes se desarrollaban fuertes
emociones. Con un efecto parecido al que tiene en la mayoría de nosotros, los
miedos, las ilusiones, los traumas y las pasiones de aquellas personas salían a
la luz por momentos, haciendo de las visitas al cine algo sumamente
memorable.

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