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MAESTROS: CON OJOS DE NIÑO

Carlos A. Chica

José Bernardo ha comenzado a pintar. Se le ven concentrado y con ritmo, meticuloso


en los detalles, exigente en la selección de colores, inquieto al definir la composición,
preciosista al trazar los rostros, cuidadoso en el manejo de volúmenes y atento a las
proporciones. José Bernardo evoca el invierno con abrigos, gorros y bufandas de lana.
El niño de la cara triste luce un remiendo sobre la rodilla izquierda. A su lado, un niño
negro, sonríe. Los ocho posan como para una fotografía. Y detrás de todos aparece la
imagen protectora, abrazadora, acariciadora y acogedora de una maestra. Sus brazos
son largos, tan largos, que le alcanzan para rodearlos sin esfuerzo alguno.

No hay en ese dibujo una mujer, sino una heroína. No estamos ante un dibujo de un
niño de 11 años, sino ante un signo de confianza en el otro, ante una experiencia de
seguridad personal y quizá ante la evidencia de que “un profesor afecta a la eternidad
porque nunca sabe hasta dónde llegará su influencia”, según la feliz expresión de Henry
Brooks Adams, hombre de letras e historiador norteamericano. O quizás estamos ante
la evidencia de que “hay sólo una pedagogía... la pedagogía del amor”1, según Federico
Mayor, director general de la UNESCO.

Este José Bernardo que se apellida Schmeisser, de 11 años, dibujo así a su maestra
Doris J. Winkler Niepel, docente de la Escuela No. 1 “República Federal de Alemania”
en Chile, al participar en una encuesta mundial que recogió las reacciones espontáneas
de alumnos entre 8 y 12 años a una sola pregunta: ¿cómo deber ser un buen maestro?
Los niños podían responder por escrito o por medio de un dibujo. La de José Bernardo
fue una de las 500 contribuciones recibidas en la sede de la UNESCO en París. La
organización impulsó la encuesta, convencida de que mucho se ha dicho y escrito
sobre el papel del maestro en un mundo que cambia constantemente, pero rara vez se

La socialización de este texto tiene como propósito contribuir desde mi oficio de educador
popular, con la tarea de hacer de la vida de los niñ@s un escenario donde ell@s aprendan el
significado de la felicidad y para colaborarle a otros adult@s en las obligación de hacer que
este país este al alcance de ell@s y que la educación sea una fiesta del conocimiento, no una
tortura en la vida. William Portilla Duarte, miembro de la corporación para el desarrollo
social -HORIZONTE- y de Políticos & Gobierno. Asesores. enriquecalvino@gmail.com y
politicosygobierno@gmail.com

Texto tomado del libro: EDUCACIÓN. LA AGENDA DEL SIGLO XXI. Hacia un desarrollo humano.
GÓMEZ BUENDÍA, Hernando (Director). PNUD – TM EDITORES. Bogotá, 1998. Pág.: 249 s.s.
1
Los subrayados son míos, buscan llamar la atención en algunos aspectos validos de reflexión.
1
han oído o recogido las voces de los alumnos. En sus frases y dibujos pueden esta las
claves para desnudar los rostros que ven a diario, desde sus pupitres, los niños y niñas
del planeta; los rostros de 50 millones de docentes repartidos por el mundo.

Ante todo y por todo, el maestro es vida. Las imágenes evocan una cascada de
personajes vistos como en un caleidoscopio. Maestro amigo, padre, madre, confidente
y modelo; maestro risa, canto y juego; maestro sabio, justo, prudente, guía; maestro
cómplice, libertario, gregario, acompañante, aventurero, generoso; maestro pensante,
inquieto, inconforme, crítico, osado; maestro solidario, salvador del mundo,
comprometido. Maestro hombre y mujer.

El maestro es inspirador moral, pero también consuelo y compañía en la enfermedad.


Así lo vio Youngjin Ju, 11 años, de la República de Corea, quien se dibujo en cama, con
su pierna derecha enyesada, abrazada de su profesor Lee Eanyoung, quien ha llegado
a visitarle, sonriente a morir, con ramos y frutas en sus manos, mientras a su lado
aparecen, igualmente felices, todos sus compañeros de clase.

Kabyemela, 13 años, de Tanzania, espera que su maestro sea ingenioso


académicamente, mientras el checo Albrecht,10 años, lo descubre en un cuerpo
atlético, y el eslovaco Tomás Teniak,12 años, lo imagina haciendo algo para salvar del
mundo. Maestros ingeniosos, deportistas y salvadores, pero también fuentes de
conocimiento y ternura. La polaca Anna Syrek, 13 años, colocó a la maestra delante
del pizarrón, tomada de las manos de cuatro pequeñines; el de la izquierda porta una
rosa en su mano derecha, y los tres de la izquierda miran embelesados una pelota,
mientras la maestra lee un libro que parece suspendido en el aire, dispuesto de manera
que la carátula, diseñada como un corazón, se confunde con el corazón de la maestra.

No hay licencias para un maestro borracho, incumplido, enfadado, desentendido de sus


deberes, despreocupado por los sentimientos y saberes de los niños, con favoritismos,
irrespetuoso de las ideas ajenas, sabelotodo. La austriaca Lisa, 10 años, cree que “un
profesor debería tratar a los niños y niñas en igualdad de condiciones”; la jamaiquina
Tasha-Leigh, de apenas 12 años, sostiene que “para llegar a ser un buen maestro, no
solo se tiene que enseñar a los niños sino también aprender de ellos”, en tanto que la
checa Jana, 11 años, espera que “no sea muy estricto y esté enfadado, porque asusta
a los niños y les desanima para ir a la escuela”, mientras que Zandile Sandra, 12 años,
de Zimbabwe, afirma sin rodeos que “no debería tener favoritos y no separar al pobre

2
del rico y al no inteligente del inteligente”. Fatoumata, 11 años, en el Chad, va más allá:
“un buen maestro debe tratar a sus alumnos como a sus hijos; debe contestar a
cualquier pregunta, incluso si es una pregunta tonta”.

¡ Ay del maestro que sienta su mundo agotado en el pizarrón y el aula de clase!


Simplemente será borrado de la memoria, dejará de agitar los sentimientos, cerrará los
caminos al conocimiento, atrofiará el gusto por lo simple, destruirá los nichos de la
ternura y sobre todo extinguirá las ganas de escuchar, de aprender a escuchar, de
escuchar a los otros y al otro. Si alguna duda queda, escuchen desde Nueva Zelanda,
a Rose O´Connor, 9 años: “necesitas ser bueno, amigable y tener confianza en mí...
debes escuchar y comprendernos a todos nosotros... nunca perder tu calma o
ignorarnos... Me gustan una sonrisa y una palabra amable”.

Maestros y maestras, no ¡basta con trabajar, cumplir un horario, seguir un programa! A


los niños no les bastan los títulos, el estatuto docente, la capacitación, mejores aulas y
docentes mejor pagados. No lo afirma un pedagogo, un experto o un consultor de
Naciones Unidas, ni el ensayista de moda. Lo dice Le Nhu Anh, 9 años, en Vietnam;
“es muy agradable cuando cantas, juegas con nosotros, nos tratas con igualdad y
comprendes los sentimientos, aspiraciones y el buen humor de cada uno de nosotros”.

Buen logro será destacarse en el trabajo y amarlo, pero los adultos no podemos
equivocarnos. Los niños disponen de sensores muy sofisticados para detectar los
sentimientos y lo esencial de lo accesorio. Volvamos a Nueva Zelanda, a la escuela
“Heaton Intermediate”, en donde Ara Tai Rakena, 12 años, alumna de Susan Rogers,
escribió: “un sentimiento de amor hacia el trabajo duro está bien, pero sin un
sentimiento de amor hacia los niños es todo un desperdicio de tiempo”. Por el mismo
camino va la afirmación de Catarina Livramento, de la Escola S. Juliao da Barra de
Portugal, quien está convencida de que “un maestro no da sólo clases... da mucho más
que eso. Es una persona que nos da nuevas ideas y nos explica las dudas... quien
hace de las clases un entretenimiento y no una prisión”.

La Comisión Delors2 le da la razón a Catalina Livramento cuando sostiene que “nada


puede remplazar al sistema formal de educación, donde cada uno se inicia en las
materias del conocimiento en sus diversas formas. Nada puede sustituir la relación del
autoridad, pero también de diálogo entre el maestro y el alumno. Todos los grandes

2
Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI. (1996): La educación encierra un tesoro,
París, UNESCO.
3
pensadores clásicos que han estudiado el problema de la educación lo han dicho y
repetido. Es el maestro quien ha de transmitir al alumno lo que la humanidad ha
aprendido de si misma y sobre la naturaleza, todo lo que ha creado e inventado de
esencial”.

Nada puede sustituir el diálogo entre maestro y alumno, dijo la Comisión Delors y
Bongani Sicelo, 9 años, de Zimbabwe, expresó: “me gusta un maestro que me ayude a
pensar y a conseguir respuestas para mi mismo”. Con Bongani estará de acuerdo Mary
Hatwood Futrell, presidente de la Internacional de la Educación, quien en 1996 aseguró
que “cuando el potencial de un alumno se encuentra con el arte libertador de un
docente, se produce un milagro”. Fernando Savater3 dijo además que “la principal
asignatura que se enseñan los hombres unos a otros es en qué consiste ser hombre, y
esa materia, por muchas que sean sus restantes deficiencias, la conocen mejor los
humanos mismos que los seres sobrenaturales o los habitantes hipotéticos de las
estrellas”. Y en el prólogo de su libro, el mismo Savater antepuso esta sentencia de
Montaigne: “El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso
encender”.

Montaigne imaginó al niño como un fuego que es preciso encender, pero Zaira
Alexandra Rodríguez Guijarro, 11 años, del colegio Simón Bolívar de México, cuatro
siglo después de la muerte del ensayista francés, comparó a su maestra, Patricia
Avellaneda, con otro elemento esencial: el agua. “Un maestro es al estudiante lo que
el agua es al campo”, escribió. Zaira acompaño su frase con un dibujo: 19 gotas de
lluvia sobre lo que parece una huerta; la verdura cultivada florece verde, muy verde. Si
el niño es fuego y el maestro agua, podríamos imaginar¿por qué no? , que el aula

es la tierra donde unos y otros ponen sus pies para vivir y aprender a ser hombres.

3
El valor de educar, Madrid, Ariel, 1997, p.33.
4

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