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Destino
Final.
Diario de un
exiliado boliviano
Mauricio Aira
Con la participación de:
Winston Estremadoiro
Esos apuntes dispersos se transformaron en un libro luego de que hace unos meses los
pusiera en manos de mi entrañable amigo Winston Estremadoiro, quien con una
laboriosidad incomparable editó y depuró mis notas, dándoles forma y ubicando cada
acontecimiento en un contexto lógico.
El resultado es un libro a dos manos que ofrezco a mi esposa Jenny Dabura, a mis hijos
María del Rosario, América, María Luisa, Arturo, Mauricio y Joaquín y a cada uno de
mis nietos: Sandra, Valentina, Vanessa y Josefina, Christofer, Johannes y Leonardo.
Fuera este la respuesta a una pregunta casi cotidiana: '¿Papi, por qué estamos en
Suecia?'.
Este libro no habría podido publicarse sin el extraordinario apoyo y permanente estímulo
de Karim Boudjema, cuyo contagioso entusiasmo acompanó incansable, nuestras
iniciativas.
El Autor
Los visitaré y cumpliré la promesa de hacerlos volver a la Patria. (Jeremías: 29, 70)
Todo hombre tiene derecho a la libertad de movimiento y de residencia dentro de la
comunidad política de la cual es ciudadano . Juan XXIII
Nuestro Señor en su niñez fué un refugiado obligado a huir del odio que se había
desatado y de la persecución que el poderoso de entonces, el Rey Herodes, había impuesto.
Jesús y su familia tuvieron que abandonar Judea y refugiarse en un país extraño hasta
que el tirano hubo muerto. Juan Pablo II
El exilio es una grave violación de la vida en sociedad, en oposición flagrante con la
Declaración de los Derechos Humanos. El hombre no debe ser privado del derecho
fundamental de vivir y de respirar en la Patria que lo vio nacer, allí, donde conserva los
más entrañables recuerdos de la infancia, la tumba de sus antepasados, la cultura que
le confiere identidad espiritual, las tradiciones que le dan alegría de vivir y el conjunto de
relaciones humanas que lo sostienen y protegen. Roma, 31.01.1982.
Inspirado en estas reflexiones, he querido anotar algunas líneas que servirán para que
expliques a tus hermanos, a tus hijos y a los hijos de tus hijos el porqué nos obligaron a
abandonar la Patria que tanto amamos.
Tu padre.
Gotemburgo, Destino Final tiene ese contenido. El juicio queda sin embargo, librado al mejor
criterio de nuestros estimados lectores.
Saudades de Bolivia
Encontré a mi padre tecleando la máquina de escribir en la esquina que mi madre había
separado para su escritorio en el pequeño departamento. En desordenado (para nosotros)
orden, como en un altar shintoísta, se amontonaban hojas mecanografiadas, recortes de
periódicos recibidos de Bolivia, una media docena de libretas empastadas con espirales de
alambre con los apuntes que el viejo atesoraba y le habiamos traído desde Bolivia, un par de
marcos con fotos de familia y de amigos de la patria lejana, y la radio.
Bendita radio de onda corta con la que se mantenía al tanto de los noticieros bolivianos y
latinoamericanos. Maldita radio de ondas que iban y venían, de llorones huayños y saltarinas
cuecas interrumpidas por el locutor y la estática, de que tanto disfrutaba el viejo.
Llegando de la universidad me había aproximado casi surrepticiamente cuando escuchaba la
radio, queriendo asustarle con un abrazo de oso menor a sus amplias espaldas de oso mayor.
Al verle el rostro percibí sus ojos llenos de lágrimas. Paré en seco deseando evitarle el
bochorno de mostrarse en su llanto solitario de hombre, pero ya había girado la cabeza hacia
Soldado, no matarás
Recuerdo con claridad el llamado a la resistencia al día siguiente del golpe militar, escritas en
volantes, llamados poéticamente palomitas, que palomas de palabras eran.
Junto a Jaime Bedregal, Fernando Baptista, y Mario Sanjinés Uriarte ex-ministro, ex-
embajador y conocido correligionario del Dr. Hernán Siles Suazo, habíamos lanzado a la
circulación miles de palomitas impresas en una máquina multicopiadora. En pocas palabras
condenábamos el bárbaro asalto al poder y el asesinato de Marcelo Quiroga Santa Cruz y de
otros por las bandas alevosas transportadas en ambulancias.
Los cuatro amigos teníamos en común una profunda bronca, y una infinita impotencia por
todos lo que estaba ocurriendo. Los cuatro compartían techo en el Hotel Capitol de
Cochabamba.
Advertíamos del imperio de patotas de paramilitares a las que el quinto mandamiento de "no
matarás" se había concedido convertir en orden de asesinar. Todo en nombre de salvaguardar
“los más altos intereses de la patria”, según los percibían los militares.
Condenábamos las consignas comunes de gran parte de los uniformados armados del
continente, aleccionados por la doctrina estadounidense de la seguridad nacional, veneno
doctrinario que inspiró los más feroces crímenes en tantos países pobres y dependientes de la
América Latina:
—“Soldado de la Patria, niégate a disparar contra tus hermanos. Los enemigos de Bolivia están
fuera de ella. Los mineros y los estudiantes son también bolivianos. Los gorilas quieren el
poder para llenar las cárceles de patriotas y vender Bolivia a los pichicateros. No dispares a
matar. Dispara al aire. Soldado, no matarás".
Por ello es que desde el primer día había comprendido que no quedaba otra solución que
prepararse para la lucha. No se podía claudicar y buscar una convivencia con los militares
golpistas. Luchar, caer preso y morir. Y como alternativa ser echado del país, perspectiva esta
última que se había cumplido dramáticamente. Ya me llegaría el día del destierro.
Varias semanas después de llegar a Buenos Aires, con la barba crecida y un desarreglo
general y ya sin recursos aparte de mi carácter e iniciativa personal, conocí a un amigo
argentino, Carlos Pastor. Hombre sensible que oyendo mi historia me dedicó un verso a
Valen las rimas del argentino para Marcelo Quiroga Santa Cruz, Luis Espinal y los centenares
que en Bolivia han sido asesinados, han padecido las penurias de la prisión y han sufrido el
desgaje del alma por el exilio.
El Hombre de la Mancha
Pasaban los días en rutinas sin trascendencia, del hotel a la Cámara de Hotelería, a la oficina
de Derechos Humanos, y así llegó otro fin de semana. De nuevo la soledad y el sobresalto.
¿Qué hacer? ¿Qué va a ser de mí? Todavía no había una solución en claro y la espera, preñada
de incertidumbre en cada hora, con extremos de entusiasmo y de pena, se tornaba angustiosa.
Cuando no hacía mucho calor o no llovía, me complacía con grandes paseos recorriendo este
fabuloso Buenos Aires, urbe que por las noches arrojaba enjambres de gente a las calles, la
mayoría bien trajeadas y en busca de diversión. Conté entonces más de quince teatros en la
zona central, entre Corrientes y Santa Fe, Suipacha y Callao. Más de treinta y cinco
cinematógrafos, restaurantes por los centenares y casas de diversión por docenas.
Por lo corto de recursos como andaba entonces, apenas podía animarme a una taza sin pasteles
del negro brebaje en los ubicuos cafés de la capital porteña.
Pero una noche tiré la casa por la ventana y decidí entrar a una función de teatro. Estaba en
cartelera El Hombre de la Mancha, extraordinaria obra basada en una recreación entremezclada
de Miguel de Cervantes Saavedra y su personaje Don Quijote. Fueron dos horas intensas de la
pieza, que por ser de gran valor estuvo doce años en el escenario de un teatro neoyorquino,
La vocación de un exiliado
Dios y Patria eran dos marcas indelebles estampadas en el carácter de mi padre por la
educación cristiana recibida de instituciones y ordenes religiosas, que señalan hitos de obra
ejemplar en Bolivia.
Mi padre había quedado huérfano de su madre a los dos años, quien por problemas
Deprimido e insolvente
Dadas las circunstancias, iba y venía en vaivén sostenido la sensación de una eternidad de
desamparo. Me ponía a pensar de nuevo en los míos, casi de un modo mecánico, aterrado por
la idea de tantos meses sin mi apoyo. ¿Qué haría mi esposa?; ¿qué cosa podrían hacer mis
pequeños hijos?
Me sentía al borde de caer sumido en una depresión. Flaco consuelo era escribir cartas anegado
en lágrimas, que luego tenía que romper para empezar otras que no revelaran mi ansiedad ni
la desesperación por una espera que habría de ser larga.
Luego se me vino encima la insolvencia financiera. Ningún dinero que se pagaba a la
administración del hotel resultaba suficiente. Era una época de acelerada inflación y se daban
casi diarias fluctuaciones de la moneda argentina en relación a la divisa extranjera. Como me
aplicaban la indexación al dólar, terminaba pagando intereses de las sumas devaluadas a la
fecha de la cancelación. Dicho en otra forma, los gallegos propietarios de aquel hotel de la
Avenida Callao se estaban aprovechando de mi situación de urgencia y desesperanza:
simplemente no podía terminar de pagar, por tanto no podía dejar el hotel y la cuenta crecía y
crecía.
Aunque la situación fue expuesta ante los personeros de Naciones Unidas y, según recuerdo
algún tiempo después la cuenta se pagó totalmente, hubo una instancia previa en que, primero,
el hotel quiso quedarse con la valija, seguramente de garantía.
Un poco después, como para completar el cuadro de mis desventuras, una noche cuando
después de un paseo llegué al hotel como de costumbre, me dijeron que mi llave había sido
confiscada por el gerente.
—Hay orden de no permitirle el ingreso—, me dijeron. Ahora estaba en la calle,
irremediablemente.
—Si alguien me hubiera explicado la forma de proceder de esta gente, habría evitado tantos
problemas—, pensaba para mis adentros, —pero, ¿cómo un exiliado que ha sido extraído de su
ambiente familiar y su rutina de trabajo puede aprender a vivir en un medio foráneo y
extraño?
Contaba con una pequeñísima suma de ayuda diaria, diez dólares americanos. Con tal
disponibilidad no se podía alquilar sino una cama de una habitación doble sin baño, lo
importante era que fuese limpia y ventilada. No sin antes pasar una noche al sereno,
durmiendo en un banco de la plaza Constitución y sintiendo hambre, mucha hambre, empecé
la búsqueda de una pensión de mala muerte.
Encontré una cerca del Obelisco, con el rimbombante nombre de Hotel Cambridge. El
hotelito estaba a tres cuadras de las oficinas de ACNUR y a otras tres de la Embajada de
Bolivia. Me dirigí allí con un compañero chileno que encontré en uno de los albergues de
Naciones Unidas, cuyo aporte para cancelar la mitad del alquiler me caía de perillas.
Había implorado en el ACNUR porque la asistencia a mis seres queridos fuese de urgencia, allí
en La Paz. Reflexionaba que si yo la estaba pasando mal por el delito de pensar y escribir
Un difícil dilema
Un día de esos hablé con Ana Manusor de la Iglesia Católica, que allí actuaba como una agencia
de ACNUR. Me dijo que habían llamado de Ginebra preguntando por el caso del periodista,
que no podía ser otro que el mío.
Cómo iba el trámite del periodista boliviano, se preocupaban, pero en los hechos nada
Suipacha y Corrientes
A pocos metros del Obelisco, el centro neurálgico de la populosa ciudad de Buenos Aires, allí
donde el bullicio alcanza su máxima expresión y el movimiento humano de los fines de
semana se hace denso y compacto, está ubicado el Hotel Cambridge. En realidad era un
alojamiento de baja categoría, eso sí, muy limpio, y desde donde podría movilizarme en mis
periplos usuales con gran ahorro de tiempo y dinero.
Una estrecha habitación con dos camas, y baño externo de uso común, podía costar 150 dólares
al mes. Como solución me asocié con un exiliado chileno de apellido Salgado, que se
encontraba a la espera de una resolución del ACNUR para ingresar a la categoría de protegido,
y que pasaba por una situación similar a la mía.
Salgado se mudó al cuarto y entonces la cuota parte del alquiler se hizo más llevadera. El
chileno era cantante y guitarrista, de modo que tenía trabajo extra cantando en el Barrio de la
Boca, donde hay una gran cantidad de cantinas que reúnen público entre las 8.00 y las 12.00
de la noche, especialmente a grupos de turistas de todo el mundo. El dinero que ganaba allí le
permitía pasarla bien. La ayuda de ACNUR era extra, también en éste caso.
Nuestra habitación daba justamente sobre la famosa esquina de las calles Suipacha y
Corrientes. A media cuadra de allí se encontraba la casa de departamentos donde vivió el Che
Guevara durante sus estudios de medicina. A 100 metros estaba la placa recordatoria de
Florida y Corrientes donde Carlos Gardel solía reunirse con Rubén Darío y Ricardo Palma.
Ahora teníamos un televisor en el cuarto, pero los programas de la televisión argentina estaban
repletos de propaganda militar, tratando de mostrar color de rosa la situación del país.
Sin embargo de la propaganda, los problemas en Argentina aumentaban de número y
tamaño. No habían soluciones porque no regía la democracia, se había despreciado esta forma
de convivencia y se creía, igual que en Bolivia, que los gobiernos de fuerza tienen autoridad,
que son una solución, que los cambios se pueden hacer desde el gobierno. ¡Qué equivocados
que estaban!
Carta al dictador
Aquella noche no pude conciliar el sueño. A la mañana siguiente, muy temprano, escribí al
dictador García Meza una carta que hasta el día de hoy no tiene respuesta. Usando el tuteo,
como cuando habíamos sido amigos, le impetré:
"Tengo el honor de escribirte la presente a la espera de que le prestes atención, no obstante tus
múltiples e importantes ocupaciones de Estado, en el entendido de que es necesario que yo
pueda salir de la terrible duda que me atormenta en el destierro político.
Me acabo de enterar, luego de casi tres meses de haber salido de la patria en calidad de
desterrado, dejando atrás familia y trabajo, que se adoptó esta drástica e inhumana medida
contra mi persona, porque aprovechando de mi condición de periodista, habría desatado una
campaña de desprestigio e intriga contra las Fuerzas Armadas, testigo de lo cual eres tú, el
Sr. Presidente de la República.
Estoy seguro que semejante infamia no puede tener por testigo a mi ex-amigo el general
García Meza, porque lo digo a fe de hombre bien nacido: NUNCA HE TENIDO SIQUIERA
LA INTENCION DE DAÑAR EL PRESTIGIO DE LAS FUERZAS ARMADAS DE LA
NACION, lo cual tengo corroborado durante mis largos 22 años de actividad periodística en
Potosí, Siglo XX, La Paz y Cochabamba.
Tengo testigos de los modestos servicios que, por el contrario, he prestado a la institución
armada y al país, como ejecutor de campañas de prensa, misiones especiales, de asistencia
permanente. Conservo notas, oficios, publicaciones de prensa, tarjetas y algunas cartas
personales del Gral. Barrientos, a quién me ligó un parentezco espiritual y de quien me
consideré amigo hasta el día mismo de su muerte y aún después, para evitar que su nombre
fuera manipulado en favor de mezquinos y subalternos intereses.
Del general Bánzer fui un abierto opositor y por ello fui encarcelado a raíz de las acciones de
Tolata. Más tarde, al cambiar el General Bánzer de actitud en un sentido positivo, me
convertí en su colaborador y funcionario; lo propio puedo decir del General Pereda, que pudo
contar con mi desinteresado aporte.
Qué decir de los generales Azero, Pérez Tapia, Torrelio, Céspedes, Sánchez, Padilla Caero,
Eguino Claure o de los coroneles Ramallo, Baldi, Lanza, Mario Guzmán, Gary Prado, Raúl
López, Jorge Rodríguez, Rodrigo Lea Plaza, a quienes conocí en el curso de mi trabajo
periodístico, sea como conductor de programas de radio, maestro de ceremonias o
simplemente cronista o redactor, lo que me permitió participar de todo tipo de reuniones en que
primaba el interés nacional.
Es cierto que nunca fui un incondicional, como tuve oportunidad de manifestártelo
personalmente el 26 de abril de 1980, cuando me buscaste por medio del coronel Arze Gómez
en Radio Cosmos. También es cierto que expresé puntos divergentes con algunos jefes del
ejército por asumir actitudes contrapuestas con el espíritu nacional en cuanto a la conducción
política. No puedo negar que soy militante de la Democracia Cristiana desde hace 20 años, y
Militares no gorilas
El martes 7 de julio de 1981 me puse en contacto con Emilio Lanza que se encontraba en
Argentina huyendo de la persecución de García Meza. Se había levantado en armas en mayo en
el CITE, el Centro de Instrucción de Tropas Especiales, de la poderosa Séptima División
Aerotransportada de Cochabamba. Acordamos una reunión para el día siguiente.
Ese miércoles 8 de julio, muy temprano en la Embajada de Bolivia situada en la céntrica
avenida Corrientes, me encontré sin proponérmelo con el embajador Padilla. Me recibió con
entusiasmo y de buenas a primeras me propone que trabaje con él, es decir en la embajada,
que tome a mi cargo las tareas de prensa.
Me aconsejó escribirle sin demora al Canciller boliviano y que le ofreciera mis servicios. Claro
está que agradecí la inesperada gentileza del Embajador, pero estaba muy lejos de ofrecer mis
servicios al dictador. Con todo, acordamos vernos de nuevo el día viernes y seguir
conversando.
Emilio Lanza me recibió en el hotelito donde se alojaba con sus oficiales camaradas de
destierro, situado a pocas cuadras donde yo mismo residía. Con Lanza estaban los mayores
Luis Iriarte (hijo del general oriundo de Tarata, en el valle cochabambino), y el chapaco Adel
Montero. Más tarde llegó el coronel Rolando Saravia que fuera ministro de Padilla, Carlos
Mena quién fuera Jefe de la Casa Militar primero y más tarde ministro del interior del
Gobierno de Natusch Busch que duró 15 dias. Finalmente, luego se nos acopló el coronel
Maldonado, quien resultara perseguido luego de levantarse contra García Meza a la cabeza de
los cadetes del Colegio Militar.
En el calor de la charla, alguien habló por teléfono con el general Raúl Ramallo.
Inmediatamente se me propuso presentar un esquema de gobierno alternativo al de García
Meza, claro está como sugerencia periodística, que podría resultar muy interesante —dijeron—
puesto que me informaron que el Estado Mayor clandestino del ejército boliviano sesionaría
en Buenos Aires.
En los próximos dos días, para sorpresa mía me encuentro con nuevos oficiales bolivianos, entre
ellos, los hermanos Galindo, quienes se decía que habían venido a Buenos Aires para planificar
el retorno a Bolivia del coronel Lanza. En algún momento, Lalo Galindo me dijo que “parecía
inevitable un baño de sangre promovido por la mafia de los “narcos”.
Eduardo y Fernando Galindo habían estado de acuerdo en un principio con el golpe de García
Meza. Se habían desilusionado cuando vieron como se empezó a manejar el país. Lo que les
puso en alerta fué el famoso negocio de las piedras semipreciosas de La Gaiba, una preciosa
laguna ubicada en el Pantanal fronterizo con el Brasil, donde las antiguas afloraciones
Cadena de infortunios
Me estremecía con el recuerdo de la lectura de Amalia, aparte de sentir un frío mortal durante
nuestro retorno, mirando los campos inmensos de la pampa húmeda y las haciendas
fascinantes en el largo camino de 400 kilómetros hacia la capital porteña.
En Buenos Aires la gente vivía febrilmente a raíz de las medidas económicas que acababa de
asumir el Gobierno: un 30% de reajuste en el dólar, la vigencia de controles en el tipo de
cambio, nuevas regulaciones para disminuir las importaciones, el fomento de la exportación.
Aparte, claro, del congelamiento de los sueldos y salarios y ciertas liberalidades para el juego
de precios en los comestibles. O sea, mayor angustia y hambre para los que no tienen mucho y
felicidad para los que tienen más.
La economía de la Argentina se encontraba paralizada. Las protestas y lamentaciones se
daban en todas partes. Los impuestos habían subido varias veces, los servicios se habían
encarecido. Como los de arriba ajustan a los de abajo, la consecuencia inmediata era que los
salarios no alcanzaban para nada, los comerciantes no vendían, no pagaban sus deudas a los
bancos y estos iniciaban acciones legales por miles, dentro de una insolvencia colectiva del
país.
La familia reunida
Muy tarde en la noche, luego de haber realizado una escala técnica en Sao Paulo, debido a
que un pájaro se introdujo en una de las turbinas del avión, llegamos a Río de Janeiro.
Ya en tierra, sentí una terrible angustia al no encontrar a mi gente como estaba planeado.
—Dígame, por favor, si el avión de Sao Paulo ha llegado ya.
—Los pasajeros del vuelo demorado están desembarcando en este momento.
—¡Que alivio!, haga usted el favor de perifonear una llamada urgente a mis hijos, que vienen en
ese vuelo desde La Paz.
Abraham Baptista
Agente policial que montó su propio aparato de espionaje y extorsión. Logró hacerse de varios
millones de dólares por la vía de la delación y el decomiso en los negocios del narcotráfico. Dejó
apreciable fortuna cuando fué víctima de un asesinato en pleno centro de la ciudad de Santa
Cruz ordenado por García Meza a quién se dijo había traicionado.
Alberto Suppa
Entrañable amigo. Brindó su oficina, su hogar en Mar del Plata y sus recursos para hacer
llevadera la vida del exiliado en Buenos Aires. Martillero de profesión, poseía además un
supermercado en Mar del Plata.
Carlos Helguero
Oficial del Ejército acusado de graves delitos durante la dictadura, tuvo sin embargo algunos
gestos nobles con sus camaradas exiliados según testimonio de Emilio Lanza en su libro
Mayo y después.
Coronel Canido
Jefe del G-2, departamento de inteligencia del ejército en Santa Cruz. Estrecho colaborador
del General Hugo Echavarría, considerado entonces animador del narcotráfico en su calidad
de Jefe de las FFAA
Carlos Gardel
El más grande ídolo de la canción porteña. Como cantor de tango fue colocado en un pedestal
de fama por los argentinos y en general por todos los latinoamericanos.
Carlos Mena
Controvertido oficial de Ejército que fue ayudante del general Natusch aunque más tarde se
unió a García Meza y formó parte del grupo represor. Por problemas personales terminó
Celso Torrelio
Presidente de la Junta Militar que sucedió a García Meza bajo total sujeción a la Junta de
Comandantes de las Fuerzas Armadas, en especial del grupo de comandantes de unidades de
tropa conocido como Centro de Operaciones Conjuntas, con poder total durante los tres
gobiernos de García Meza, de Torrelio y de Guido Vildoso.
Ché Guevara
Ernesto Guevara, médico argentino que luchó en Sierra Maestra junto a Fidel Castro, uno de
los más grandes mitos de la rebelión juvenil y la lucha por la justicia social y contra el
imperialismo. Murió en Bolivia luego de haber dado batalla durante 14 meses al ejército
boliviano en la región de Ñancahuazú.
David Fernández
Oficial del Ejército que fué edecán primero y más tarde ministro del Interior del Presidente
Barrientos.
Domingo Lorini
Investigó y produjo la cocaína que se utilizó como base para fabricar la novocaína el analgésico
por excelencia usado para las operaciones de la vista entre otros. Trabajó para los
mundialmente famosos laboratorios Bayer de Alemania.
Eduardo Duchen
Típico boliviano de la clase media que vive aferrado a los que están en el poder sin importar
el color ni la doctrina del que manda.
Eduardo Morales
Agente del Lloyd Aéreo Boliviano en Argentina. Cooperador y solidario en las primeras
semanas del exilio bonaerense.
Embajador Padilla
Eufronio Padilla, fué largo tiempo un exiliado durante el gobierno del MNR. De los militares
de la guardia vieja, fue restituido al Ejército y le devolvieron honores y recursos. Ministro del
Interior, liquidó los restos de la guerrilla del Che. Fue cordial y generoso hasta que Rico Toro
desde el Palacio de Gobierno ordenó lo contrario.
Ennio Rodríguez
Locutor de radio, propietario de Radio Potosí en la que nuestro cronista se inicia como locutor,
relator de noticias, redactor de planta.
Fernando Baptista
Llegó a Ministro de Finanzas de Siles Zuazo. Hombre ecuánime y mejor amigo supo mostrar
su solidaridad los días negros vividos en el Hotel Capitol en julio de 1980.
Fernando Ortiz
Oficial rebelde del grupo de Lanza.
General Echevarría
Comandante de la VIII División de Ejército en Santa Cruz, verdadero vínculo con uno de los
grupos narcotraficantes y que era oponente al de García Meza. Obtuvo menor notoriedad.
Germán Condori
Campesino candidato a diputado por la UDP de Hernán Siles. Preso en la misma celda que el
protagonista, fue expulsado a Suecia directamente de La Paz. Trasladó al exilio una numerosa
familia de más de 30 miembros, todos campesinos de Calamarca, La Paz.
Guillermo Cáceres
Presidente de la Cámara de Hoteleros de La Paz.
Humberto Cayoja
General de Ejército que llegó a Buenos Aires como exiliado. Más tarde el 26 de mayo de
1981 fue posesionado Comandante de Ejército como resultado de la presión de los patriotas
del Centro de Instrucción de Tropas Especiales (CITE).
Jaime Bedregal
Amigo entrañable, esposo de Beatriz Hartmann, insigne actriz y declamadora, con Jaime
convivimos el peligro y la tensión a la caída del régimen democrático.
Jorge Rodríguez
Agregado naval en la Embajada de Bolivia de Buenos Aires, fue amigable y servicial, aunque
nunca ejercitó su autoridad para hacer justicia con el narrador.
José Morales
Boliviano residente en Buenos Aires, director de publicaciones esporádicas sobre Bolivia.
Juan Lechín
El líder de los trabajadores bolivianos. Fundó la Central Obrera Boliviana (COB) y participó en
la Revolución de Abril de 1952. Fue Ministro, Embajador y Vice Presidente. Su liderazgo fue
siempre reconocido, así como su independencia y honestidad a toda prueba. Murió pobre y
aclamado.
Juan XXIII
El Pontífice llamado Juan el Bueno, escribió una encíclica condenando el abuso del exilio en que
incurren los regímenes de fuerza.
Juan Pablo II
El Pontífice actual que se ha referido en incontables ocasiones a lo execrable del exilio político
que obliga a vivir fuera de su país a los desterrados.
Leo Kirmayer
Súbdito israelí, empresario y filántropo cuyas obras benéficas superaron a muchos
bolivianos en generosidad y grandeza. Fue un personaje popular y estimado por la sociedad.
Luciano Quispe
Compañero de juegos infantiles del autor. Novidente que se hizo dirigente sindical de los
canillitas en la ciudad de La Paz.
Lucio Añez
General de Ejército. Apoyó desde sus orígenes la revuelta de Lanza contra García Meza. Fue
comandante del Ejército y junto al General Natusch Busch, derrocó a García Meza en 1981.
Mario Guzmán
Oficial de Aviación. Ministro de Comunicaciones de García Meza, no compartió en momento
alguno sus políticas. Proporcionó apoyo y respaldo moral al exiliado cuando se encontraron en
Buenos Aires.
Martín Cárdenas
Sabio boliviano que investigó la flora boliviana dando su nombre a especies como "la
cardenácea", cacto gigante que florece cada 20 años en las montañas andinas.
Norberto Airala
Primo de Esquivel. Fué el primero en darle la bienvenida cuando el recién llegado tuvo
necesidad de ayuda en Buenos Aires.
Oscar Matos
Oficial de Ejército, convencido represor según testimonio del General Pérez Tapia (+)
Ricardo Rojas
Presidente de la Cámara de Hoteles de Bolivia y Gerente General del Hotel Tajibos. Fué
empleador y amigo cordial del narrador.
Rolando Saravia
Piloto militar que se sumó al bloque revolucionario encabezado por Lanza desde Buenos Aires
y que tuvo más tarde destacada actuación en la Fuerza Aérea Boliviana.
René Guarachi
Dirigente político y sindical que esperaba a los recién llegados en el campamento de
refugiados. Fué el brazo derecho de Juan Lechín en el área de Cochabamba. Permaneció en
Suecia hasta 20 años después, conservando una permanente amistad con los bolivianos de
todo el reino.
Waldo Villalpando
Funcionario de Naciones Unidas en Ginebra a quién recurrió Comte Mc Donnell para obtener
el status de asilado del autor. Actuó con diligencia.
Walter Guevara
Presidente durante 74 días. De mente brillante y verba inspirada se proyectó siempre como el
tercer hombre de la revolución de 1952 después de Paz Estenssoro y Siles Zuazo.
Walter Gutiérrez
Boliviano residente en Buenos Aires, ex-compañero de colegio del protagonista y ex-cadete
del Colegio Militar de donde fue obligado a desertar por su condición social.
Waldo Bernal
General de Aviación cogobernante con García Meza y corresponsable de los delitos de lesa
humanidad y los negociados. Terminó dueño de una fortuna y por algún motivo desconocido
no fue objeto de las penas y castigos que sucedieron a la condena judicial de García Meza.