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APUNTES DE FILOSOFÍA 2º BACHILLERATO

DESCARTES Y KANT (FILOSOFÍA MODERNA)

1. DESCARTES
NOCIONES
 Duda y certeza
Descartes elige el camino de la duda, duda de todo para ver si hay algo que se
le resista toda duda, es decir, encontrar algo que le resulte totalmente
indudable y cierto. La duda cartesiana es metódica, es decir, es un proceso
metodológico para encontrar la verdad indubitable. A diferencia de los
pensadores escépticos que “dudan por dudar”, cuyo objetivo es dudar de la
existencia de la verdad absoluta – como el pirronismo de la época – o de
nuestras posibilidades de alcanzarla. Descartes duda voluntariamente para
encontrar una verdad de la que no se pueda dudar. La duda de Descartes es
también universal, se extiende a la totalidad del conocimiento recibido hasta
ahora; de todos los principios en que se apoya dicho conocimiento, incluso
hasta lo más sólido y, en apariencia, evidente. Su duda es teorética, no se
extiende al terreno del comportamiento ético, sólo al plano de la teoría.
Descartes propone re-pensar la filosofía desde sus fundamentos. En Descartes,
la duda metódica abarca una serie de niveles. Primero, Descartes duda de los
sentidos, ya que si éstos nos han engañado algunas veces, se puede suponer
que nos engañan siempre. Por tanto, se considera provisionalmente falsos
todos los datos que nos procedan de los sentidos. El segundo nivel de duda es
la realidad exterior. Según Descartes, a veces se tienen sueños tan intensos que
parecen reales, por tanto no se puede distinguir la vigilia – el hecho de estar
despierto – del sueño, por lo que se puede dudar de la existencia de un mundo
exterior al pensamiento. El tercer y último nivel de duda es el de la razón,
Descartes dice que a veces nos equivocamos en razonamientos muy sencillos
tomándolos como verdaderos. Habla por otra parte de la existencia de un genio
maligno, que hace que nos engañemos incluso en los razonamientos más
sencillos en los que se hace uso de la intuición. Descartes usa la metáfora del
genio maligno para expresar la duda sobre la propia razón. Parece que esto nos
lleva al escepticismo, pero es entonces, cuando Descartes en el mismo acto de
pensar encuentra algo que resiste toda duda: estoy dudando. Esto es, equivale
a estar pensando y para poder pensar es necesario que “yo”, en tanto que
desarrollo el acto de pensar, tenga que existir. Si no existiera, en tanto que
pensamiento, no podría estar dudando. Y de ahí Descartes concluye con su
famoso “Pienso, luego existo”. Se trata de una verdad tan firme y segura que ni
los escépticos pueden rechazarla y constituye el primer principio de la filosofía.
Es una verdad que nos ha sido conducida por la aplicación del métido. No se
trata de una deducción sino de una verdad captada mediante la intuición. Así
pues, analizando esta primera verdad, obtendrá dos conclusiones: El yo como
sustancia pensante, Descartes parte de los pensamientos que descubre en sí

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mismo y a partir de ahí llega a la existencia del Yo como pensamiento que


existe. Yo soy una cosa que piensa. Pensar significa dudar, entender, negar,
afirmar… Esos pensamientos se dan en un yo como una cosa que piensa. La
actividad de pensar ha de sostenerse una alguna “cosa”: una sustancia. Recoge
así la noción aristotélica de sustancia: lo que existe en sí mismo y por sí mismo
y no necesita de ninguna otra cosa para existir. Es decir, lo que existe de forma
independiente. El Yo es una sustancia cuya esencia o atributo es pensar. Por
otra parte, saca la conclusión del criterio de certeza, ya que en su cita “Pienso,
luego existo” no hay más garantía de verdad que el hecho de que lo captemos
de forma clara y distinta. Así establece el criterio general de que todas las cosas
que percibimos con claridad y distinción son verdaderas, tienen absoluta
certeza. No obstante, este criterio ha sido puesto en duda por la hipótesis del
genio maligno que todavía no ha sido rechazada.

 Alma y cuerpo (res cogitans y res extensa).


En la filosofía de Descartes, el método, la teoría del conocimiento y la
metafísica se encuentran profundamente interrelacionados. Descartes, a partir
de la duda metódica y de la evidencia de las ideas claras y distintas,
fundamentó la existencia de la realidad, estableciendo pues tres tipos de
realidad: el pensamiento – res cogitans – el mundo corpóreo – res extensa – y
Dios – res infinita -. Según Descartes, la realidad está compuesta por cosas. Si
cosa significa “ser real”, se deduce que el término cosa es equivalente a
sustancia, que definió como aquello que existe de tal manera que no necesita
de otra cosa para existir. Esta definición de sustancia únicamente es aplicable a
Dios, así pues, Descartes lo utiliza para referirse a la sustancia pensante o yo,
así como a la sustancia extensa o mundo corpóreo. De esta manera, ambas no
pueden existir sin la acción de Dios. En el orden del conocimiento, el yo pienso
es la primera existencia real en el ámbito del conocimiento. El “yo” es una
sustancia o realidad pensante – res cogitans -. Desde el punto de vista
ontológico, es una sustancia espiritual y finita – alma- cuyo atributo es el
pensamiento y cuyos modos propios son las ideas. A partir de esta Res Cogitans,
Descartes dijo que se deducirían los argumentos para afirmar otras dos
realidades: res infinita o res extensa, también finita. Contar solo con la
evidencia del yo pensante dejaría al hombre encerrado de sí mismo y aislado –
solipsismo-. Una vez establecida la veracidad de Dios, resulta posible el
conocimiento del mundo exterior y establecer su tercer orden de realidad
metafísica. Descartes partió de la idea clara y distinta de extensión, en la que
podemos concebir la idea de cuerpo – no incluye la existencia de los cuerpos-.
Este los deduce por el hecho de que es imposible en nosotros concebir la idea
de extensión para luego no haber dichos cuerpos extensos. En tal caso, Dios
nos engañaría y Descartes nos ha demostrado que eso es imposible. Con

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respecto a la res extensa, Descartes nos dice que el atributo esencial de ésta es
la extensión, y su modo la figura. El mundo existe como res extensa, tratándose
de una sustancia finita que no necesita de otra para existir, a excepción de Dios.
La res cogitans, como ya hemos mencionado, se identifica con el alma. Su
esencia es el pensamiento y está dotada de facultades como los sentidos
externos e internos, la imaginación, el entendimiento y la libertad. Éstas son las
cualidades más importantes y propias del alma. Descartes menciona también
que el cuerpo humano es res extensa, una máquina cuyo motor principal es el
corazón, regido por las leyes de la mecánica, quedando reducida su vida al
movimiento, sin tener siquiera sensaciones – ya que son modos del
pensamiento-. La unión accidental del cuerpo y el alma resulta muy difícil de
explicar, Descartes entiende al ser humano como sustancia extensa y como
sustancia pensante, es decir, está compuesto por dos sustancias distintas. A
pesar de ello, la interacción entre ellos es clara cuando analizamos los
sentimientos o el movimiento del propio cuerpo. En este sentido, el alma
conoce y se da cuenta de lo que le sucede al cuerpo – el alma es consciencia-.
Descartes entenderá el mundo material distinguiendo entre cualidades
primarias (cuantificables) y cualidades secundarias (no cuantificables y
dependiente del sujeto que las capta por sus sentidos).

 Pensamiento e ideas.
Lo que ante todo se da en el cogito es el pensamiento, es inmediatamente
conocido por la conciencia. Por ello se sigue que hay identidad entre el
pensamiento y la conciencia, o lo que es lo mismo, que no hay pensamiento
inconsciente. Para Descartes, tanto sentir, imaginar, querer son pensamientos,
como lo es la duda. El pensamiento, conciencia, razón, e inteligencia van a ser
aquí términos sinónimos, asimilados a la esencia del yo. Yo pienso y pienso
ideas, no cosas; me represento y concibo las cosas a través de mis ideas. Por
eso es muy importante para Descartes analizar y comprender muy bien las
ideas de las que disponemos, las ideas en las que pensamos, para poder juzgar
acerca de su verdad, de su verosimilitud, de su confusión o incertidumbre.
En este pensamiento lo que tenemos son ideas – término equivalente a
representación -. Las ideas tienen, por un lado, un carácter subjetivo: son
contenidos de la mente, y en ese sentido, todas son iguales. Por otro lado, las
ideas tienen un carácter objetivo, se refieren a una realidad diferente de mi
mente. En este sentido, no todas las ideas son iguales: hay ideas con más
realidad objetiva que otras: las ideas que representan sustancias son más reales
que las que representan accidentes; y la idea que representa una sustancia
infinita tiene más realidad objetiva que las ideas que representan sustancias
finitas.
Por otra parte, con el cógito sólo tenemos un yo que piensa. Piensa
pensamientos. Tendrá que basarse en alguno de ellos para estar seguro de la
existencia de alguna otra cosa, para poder conocer nuevas verdades – éste es
justamente el camino del argumento ontológico-.

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Así pues, analizando los tipos de ideas, Descartes establecerá la conocida


distinción entre ideas Facticias, inventadas o imaginadas por mí. Adventicias – o
que parecen, pues no lo sabemos aún mientras dudamos, provenir de los
objetos y cosas exteriores a nosotros y que percibimos por los sentidos – e
Innatas – virtual o potencialmente innatas, como Descartes diría, esto es que
están siempre potencialmente en nosotros, como implantadas en nuestra
mente por la naturaleza o, más propiamente, por Dios-. Descartes dice que las
ideas innatas no pueden proceder de otra fuente que nuestra facultad de
pensar, facultad que también nos es innata.
Descartes nos dice que sólo éste tipo de ideas son claras y distintas, pues
considera que las adventicias son confusas. La experiencia sensible solo
proporciona las ocasiones para que la mente reconozca aquellas ideas innatas
que saca, por así decir, de sí misma, de su propia capacidad natural.
Como último detalle, según Descartes podemos distinguir entre realidad
subjetiva y objetiva. Todas mis ideas son precisamente ideas mías y, en cuanto
a tales, todas me parecen muy semejantes. Pero Descartes habla también de la
realidad objetiva de las ideas, y en esto dice que es la propiedad de nuestras
ideas que las hace referirse a algo, significar algo, apuntar o referirse a algo real.
En este segundo aspecto, a Descartes ya no le parecen todas las ideas iguales,
antes al contrario unas tendrán más realidad objetiva que otras, significarán
cosas más reales o perfectas.

TEMAS
 El cogito y el criterio de verdad.
Visto que Descartes descubre como primera verdad que existe y que piensa,
sabemos que esto no es completamente original de él y que San Agustín ya dijo
algo similar con su “Si fallor, sum”. Descartes conocía muy bien el pensamiento
de San Agustín ya que lo había estudiado con los jesuitas de La Flèche, así como
la escolástica tomista por mediación de Francisco Suárez, el último gran
escolástico español.
Pero centrándonos más en su famosa sentencia “Cogito ergo sum”, hemos de
decir de ella, ante todo, que se trata de una intuición intelectual. Por su forma,
cabría pensar que se trata de un razonamiento o conclusión de un silogismo,
cosa que el propio Descartes nos presenta: para poder pensar es necesario
existir; es así que yo pienso; luego yo existo. Y nos dice Descartes que él no ha
dudado nunca de la evidencia, de la verdad, de la primera premisa: el
pensamiento esta necesariamente ligado a la existencia. Ahora bien, para
Descartes, aunque el cogito puede expresarse de esta manera, no es
propiamente un razonamiento sino una intuición, esto es, la captación
intelectual inmediata o directa de una idea o concepto bien claro y distinto –
llamada por Descartes “naturaleza simple”. Esta intuición intelectual es el
primer principio de la filosofía cartesiana. Hemos de tener en cuenta que
Descartes distingue dos clases de principios: los abstractos, lógicos o formales –
evidentes y constituyentes de la base del pensamiento, pero que no dan a
conocer ninguna cosa real o existente – y los reales – por ejemplo, el cogito que
se apoya en la realidad, primera verdad de existencia y que nos permitirá,
según Descartes, deducir a continuación la existencia de otras realidades. El

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cogito es para nosotros la primera verdad, lo que significa que es la única


verdad absolutamente indudable. A partir de aquí se debe levantar todo el
edificio de la filosofía, debemos deducir, con evidencia, todas las demás
verdades. Para pensar o dudar, para tener conciencia de algo, tengo que existir
y sé que existo en la medida, y en el momento, en que estoy pensando.
Descartes entiende por pensar “todo aquello de lo que somos conscientes
como operante en nosotros”. Por tanto, sentir, imaginar, querer,dudar, etc son
para Descartes pensamientos o formas de pensar.
Mas Descartes no se detiene aquí. Olvidando por un momento que está
sometiendo todo a duda y que, por eso mismo, no puede todavía confiar en su propia
razón (recordemos la hipótesis del genio maligno), se apresura a deducir, partiendo del
cogito, dos nuevas “verdades”. Y escribimos “verdades”, entre comillas, precisamente
porque no tenemos de momento más que una verdad (pienso, luego existo) y todo lo
demás es absolutamente incierto. Pues bien, estas dos “verdades” son las siguientes:
La primera, referida al yo; la segunda, a la verdad misma. Veámoslo
brevemente, por tratarse de algo a lo que habrá que aludir más adelante:
Pienso y soy. ¿Pero qué soy? Y cómo Descartes ha podido dudar de su propio
cuerpo, entonces tiene que afirmar, lógicamente: “yo no soy más que una cosa que
piensa”. Algo capaz de pensar.
Pero es la segunda verdad la que nos interesa ahora: ¿en qué consiste la verdad?
¿Qué es la verdad? ¿Cuál es el criterio de la verdad? ¿Cuál es la norma o regla según la
cual podemos afirmar que algo es verdadero y distinguirlo de lo falso o dudoso?
Si el cogito es verdadero, tendremos que saber por qué es verdadero. Y esto es
lo mismo que saber en qué consiste, al menos, una verdad: la principal, la básica, la
fundamental.
A las preguntas anteriores responde Descartes diciendo: porque lo concibo o lo
entiendo, de manera clara y distinta. He aquí, pues, hallado el Criterio de Verdad, de
toda verdad: lo que entendamos de manera clara y distinta será verdadero, y lo que no
será falso.
El error se da en los juicios sólo cuando juzgamos precipitadamente, por
ejemplo, sin la debida seguridad. Por eso es importante seguir las reglas del método,
con el debido orden, con el debido cuidado para estar bien seguros de no olvidar nada,
de no equivocarnos en nada.
Y esto nos obliga a una última y breve consideración: la novedad, la originalidad
del criterio de verdad cartesiano, lo que es casi lo mismo, del criterio moderno de la
verdad. La filosofía anterior, lo hemos dicho, era esencialmente realista y hacía
depender la verdad del ser mismo de las cosas. En cambio, la filosofía cartesiana inicia
el camino del idealismo en la medida en que desplaza la norma de la verdad hacia el
sujeto que conoce en lugar de verla en el objeto conocido. Las ideas, la conciencia,
serán el fundamento del ser para la filosofía moderna de corte idealista y racionalista.
Si nos fijamos bien, el ser, la realidad, no aparece como tal en el criterio de verdad o
certeza cartesiano: mis ideas, mis contenidos de conciencia, en la medida en que son
evidentes para mí, constituirán lo verdadero. ¿Dónde está el ser, donde está la
realidad? Supeditada a la conciencia. Kant explotará y desarrollará, como veremos en
el tema siguiente, esta nueva fundamentación de la filosofía.
 Las demostraciones de la existencia de dios.
Por medio de la duda se pretendía encontrar una verdad indudable y se ha

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demostrado el cogito, el “pienso, luego existo”. Ahora empieza la parte


constructiva, compositiva o deductiva. La primera consecuencia es lo que yo
soy, una cosa que piensa, que tiene ideas; también el criterio de certeza, la
evidencia aun no está libre de sospecha. Lo más urgente será restaurar la
confianza en dicho criterio. Para conseguirlo hay que demostrar la existencia
real de Dios. Las ideas son ciertos modos de pensar, y todas parecen proceder
del “yo” del mismo modo, son actos de la mente. Según el origen pueden ser
innatas – cuando nacemos con ellas – ficticias – las que se inventan – o
Adventicias – son las ideas cuyo origen está fuera de nosotros-. Su diferencia
en cuanto a contenido es su realidad objetiva. Las que representan sustancias
contienen más realidad objetiva, participan de más grado de perfección que
las que representan modos o accidentes. La idea de Dios tiene más realidad
objetiva que aquellas que son finitas. La idea de Dios se encuentra en mí y
tiene en sí la máxima realidad objetiva. Aplicando el principio de causalidad a
la idea de Dios, se aportarán pruebas para demostrar su existencia. La primera
asume el viejo principio de causalidad. Todas las ideas que hay en mí las he
podido causar exceptuando la idea de Dios, entendiéndolo como una
sustancia infinita, omnisciente, omnipotente, por la cual yo mismo y todas las
cosas que existen han sido creadas y producidas. Concluyendo pues que Dios
existe, ya que si existe en mí la idea de sustancia, no podría haber en mí la
idea de sustancia infinita, siendo yo un ser finito, a menos que hubiese sido
puesta por una sustancia infinita. Descartes dice, pues, que Dios existe como
causa de su idea en mí. La segunda prueba que nos dice Descartes es, que la
existencia no puede ser de uno mismo, sino que su creación y conservación
dependen de otro ser, no siendo posible su procedencia de otro ser menos
perfecto que Dios. Hay que concluir que, puesto que existo, y puesto que la
idea de un ser perfecto, Dios , está en mí, la existencia que Dios queda
demostrada, siendo ésta una idea innata, puesta por él al crearme. La tercera
prueba queda aportada por Descartes en la quita meditación. Se trata de un
argumento ontológico, que nace de la consideración de la idea de Dios. A
cualquier idea de una cosa obtenida del ejercicio de mi pensamiento, todo
cuanto reconozca pertenecerle clara y distintamente le pertenece
necesariamente. De la simple consideración de la idea de Dios, que reúne en
sí infinitamente todas las perfecciones, se sigue necesariamente su existencia
real, ya que ésta es una perfección. La existencia real es una perfección, luego
le pertenecen necesariamente. La causa de no haberlo visto antes es el
acostumbramiento que se tiene en distinguir siempre las cosas entre su
esencia y existencia, y tal distinción real es imposible en Dios. Puesto que no
se puede concebir a Dios sino como existente, se infiere que la existencia es
inseparable de Él y, por lo tanto, que existe verdaderamente. Por ello no se es
libre de concebir a Dios sin la existencia, es decir, a un ser sumamente

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perfecto, sin una suma perfección. Así pues, Dios constituye el garante último
y definitivo del criterio de certeza. Si Dios es perfecto no puede engañarme, y
como Dios es la causa de mi existencia y me ha hecho como soy, debe
garantizarme que lo que yo concibo como evidente, sea indudable. Luego no
hay lugar para el “genio maligno”.

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