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Lucifer fue un ángel honrado y excelso, una luz especial resplandecía sobre su
rostro y brillaba a su alrededor con más fulgor y en cada momento denotaba
felicidad. Sin embargo, cuando Dios convocó a las huestes celestiales para conferir
honra especial a su Hijo en presencia de todos los ángeles y que debía especialmente
en unión con él en el proyecto de creación de la tierra y de todo ser viviente. Lucifer
tuvo envidia de él y gradualmente asumió la autoridad que le correspondía sólo a
Cristo. Cristo formaba parte del consejo especial de Dios para considerar sus planes,
mientras Lucifer los desconocía. Él solamente aspiraba llegar a la altura de Dios
mismo.
Es por eso, que Lucifer reunió a todos los demás ángeles y les declaró que él les
había congregado para asegurarles que no soportaría más esa invasión de sus
derechos y los de ellos: que nunca más se inclinaría ante Cristo. Entonces se desató
una gran guerra en el cielo. Satanás está combatiendo contra la Ley de Dios por su
ambición de exaltarse a sí mismo y no someteré a la autoridad del Hijo de Dios, el
gran comandante celestial. Dios afirmó que los rebeldes no podían permanecer más
tiempo en el cielo. Satanás y sus seguidores fueron expulsados del cielo y toda la
hueste celestial reconoció y adoró al Dios de Justicia. Ni un vestigio de rebeldía
quedó en el cielo. Todo volvió a ser pacífico y armonioso como antes.

    
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De acuerdo a mi punto de vista, pude aprender el poder que tiene la envidia que
has veces sentimos en nuestro interior. Muchas veces no pensamos en las posibles
consecuencias que pueden traer nuestras malas decisiones. Es importante rescatar de
esta historia de que Dios nos da la potestad de decidir, nosotros somos lo que vemos
si es bueno o malo. Dios en ningún momento nos quita la potestad de elegir si
seguimos a Dios o Satanás. La verdadera felicidad se obtiene al decidir de corazón
obedecer la Ley de Dios, cuando nos alejamos de él nuestro corazón se vuelve frio.

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