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Resumen
Y Dios me hizo
mujer, de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de
mujer. Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por
dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con
ella para que irrigara
todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
(Belli, 2010)
Este poema invita a sentir el cuerpo desde las ideas, sentidos y emociones de mujer. La poeta crea
el cuerpo de mujer desde una mirada tejida de senos y vientre. Los poetas hombres logran un
acercamiento a este cuerpo, no obstante, tener vientre que recoge es distinto a tener órgano
masculino que expande. Hacemos comprensión del mundo desde la estructura corporal que nos
acompaña. De ahí que, la poeta permita, también, una lectura de la disimilitud del cuerpo del
hombre con sus palabras de cuerpo de mujer: “Entre tus piernas/el mar me muestra extraños
arrecifes/rocas erguidas corales altaneros/contra mi gruta de caracolas concha nácar/tu molusco de
sal persigue la corriente/ el agua corta me inventa aletas” (Belli, 2010)
La poesía permite lecturas del cuerpo que trascienden a las limitadas por la racionalización. Dichas
lecturas promueven la formación humana la cual asumo no desde un concepto humanista de
desarrollo sino de afectación de la subjetividad. Entiendo que afectar la subjetividad es afectar el
cuerpo. Esta es mi apuesta de educación: formar el cuerpo para formar la subjetividad. En esta
formación, como Jorge Larrosa (2003) y Fernando Bárcena (2005) señalan, no se precisan de
conceptos cerrados y racionalizadores sino de palabras estéticas que abran y permitan la
multiplicidad, la transformación, el sentido: experiencia, acontecimiento. Cuando estos pensadores
españoles señalan “palabras estéticas” comprendo que su posición es frente al arte.
El arte promueve formas de pensar, emocionar, sentir, asumir el cuerpo que transgreden, afectan,
acontecen, nuestro pensamiento racionalizador, domesticado, dual, enajenado, excluyente,
marcado por la unicidad-mismicidad y territorializado en la cultura patriarcal- de la guerra-. Las
execrables acciones de supresión de lo humano: guerras, torturas, genocidios y todas las formas
necrofílicas hacen señalar nuestra inhumana condición. Por ello, estos autores españoles, entre
otros, han pensado acerca de cómo enseñar después de Auschwitz: “De eso se trata la educación
como acontecimiento ético, de ser capaz de sufrir con el otro, en el otro, de tener escrito en el
horizonte que lo más importante en cualquier acción educativa es, sin duda alguna, que Auschwitz
no se repita” (Bárcena J. y Melich, 2000).
Pensar el arte es pensar al otro, como asumía Martí, “con el hombre y para el hombre” “El arte no
ha de dar la apariencia de las cosas sino su sentido” (Alzaga, 1983). Así, apuesto por la pedagogía
poética para inaugurar con cada ser humano un sentido y desarraigar las verdades
institucionalizadas que nos han llevado a las atrocidades -antes mencionadas- de las sociedades
totalitarias. Esta inauguración, entre otras, se da gracias a la creación estética que emerge del
cuerpo. Por ello, la pedagogía poética pretende comprender, cuidar y dar sentido a nuestra única
constancia de vida que tenemos: el cuerpo. Pero, antes es necesario comprender cómo la educación
y las sociedades lo han negado.
La novela Ensayo sobre la ceguera de José Saramago (1996) visibiliza que la subjetividad en una
sociedad de vigilancia se habitúa a obedecer. Aquella contiene, en palabras de Paulo Freire, al
oprimido y al opresor. Así cuando, la subjetividad no siente los ojos de otros mirando las propias
acciones se desequilibra y por ello, no sabe cómo cuidar y proteger. Al contrario, se exacerba su
inhumana condición: yo soy porque otros me miran, sin ello no tengo sentido humano.
Frente a la sociedad del control, podemos observar la película El show de Truman (Weir, 1998).
Truman, el protagonista, es un producto de consumo. Muchos ojos están mirando a ese ideal de la
vida de Truman. Esto se constituye en un sinóptico: muchos mirando a unos pocos estereotipos
(Gil, 2005). El simulacro en esta película está en doble sentido, todos los que miran consumen
vida de Truman, viven con él, la vida que les ha sido producida. Ellos son Truman. Pero a su vez
Truman, que es mirado, evidencia que vive una vida inventada, él no es ese, todo está construido y
manejado por otro. Su vida no existe. En esta sociedad los estereotipos de belleza, género,
inteligencia, sensibilidad, roles sociales, vida, entre otros, nos seducen y controlan.
En estas sociedades soy naufraga, exiliada y expulsada de mi cuerpo. Hay tantos fragmentos de él
que no alcanzo a mirarme en un espejo, sólo percibo un ojo, un labio, el corazón, la mano, casi
siempre imágenes que disimulan mi cuerpo. Así, tal vez, termine borrándome. Pero no. Porque sé
que tengo ombligo y él me acuerda que nací de un cuerpo. Abro los ojos, salgo de la caverna y me
arriesgo a la aventura de sentir la tozudez del sol y las alegrías del viento. No soy fragmentos sino
complejidad. Soy poesía.
Por tanto, el cuerpo es un duro hueso de roer, sus desplazamientos, necesidades, encuentros,
deseos entran en contradicción con los señalados por estas sociedades. Hay que comprender el
cuerpo en el sentido que da Morin (2000) a la palabra comprensión: asir en conjunto y
proyectarse en relación al otro. Entender que somos cuerpo de la cabeza a los pies; músculos, piel,
sangre tejidos con sensaciones, emociones, ideas, sexo. Mi espíritu y mi sangre son uno mismo.
Álvaro Restrepo, filósofo y creador del colegio del cuerpo en Cartagena, señala:
El cuerpo es nuestra única pertenencia real en este mundo; lo demás son arandelas
incidentes- Así, pertenecemos a él y él nos pertenece, y por tanto existe diferencia
entre tener un cuerpo y ser un cuerpo. Cuando digo “tengo un cuerpo”, establezco una
distancia entre el yo mental y espiritual, y el físico o material. Cuando digo “soy
cuerpo”, acepto que las ideas, emociones, sensaciones comparten la misma naturaleza
de mis huesos, órganos y músculos. Tan espiritual es mi sangre, como física mi
tristeza. (Restrepo, 2005, Pág. 39)
Este cuerpo de órganos, ideas, sensaciones, emociones tiende puentes hacia el otro, porque el
cuerpo es, esencialmente, social. En palabras de Maturana (1998), lo social está constituido por el
amor: aceptación del otro junto a uno en la convivencia.
Un cuerpo cuidado es consentido, habla; está curado de las huellas de la violencia, la disciplina y el
placer vendido. Por ello, establezco la necesidad de una ética del cuidado que es emergente de la
cultura matrística y opuesta en esencia a la cultura patriarcal (Maturana, 1993). En esta última hay
negación de la sensualidad que llega a su paroxismo con las formas de exterminio humano. Pero
los seres humanos, en nuestro origen, vivimos la sensualidad y la aceptación del otro con la
cultura matrística.
Recuperar nuestro cuerpo es recuperar nuestro origen de aceptación del otro que solo es posible a
través del tejido de la sensualidad con las emociones y el pensamiento. Es decir, de crearnos
estéticamente, mirarnos, acariciarnos, cuidarnos, contenernos, alimentarnos, responder el uno por
el otro. Esta responsabilidad se entiende cuando me descentro de mí mismo para cuidar y
responder en pleno por el otro. Hay que entender que nuestro yo es el resultado de que alguien
nos haya cuidado (Gil, 2009)
La sensualidad se agudiza a través del arte. Solo veo con otras formas, colores, combinaciones;
solo oigo con otros sonidos. Esta sensualidad es biofílica, promueve la vida a través de sentirnos
plenos, alegres, bellos, expandidos en la flor, el árbol, la luna, la mariposa. Es la condición humana
unida a la vida. Negando así, esa fuerza de abstracción presente en las religiones dogmáticas, las
ciencias positivistas y las sociedades de vigilancia y control que han perdido el profundo sentido
terrenal, por tanto mágico, de nuestro cuerpo. Fernando Pessoa hace este milagro de comprender
el cuerpo con la poesía.
No podemos seguir viviendo en este artificio que ha hecho del mundo un reino de la supresión del
otro al separar realidad- imaginación, sujeto-objeto, cuerpo-mente. Tampoco continuar en estas
sociedades que nos instauran un sentido de vida enlazado a sus requerimientos: el trabajo bajo la
prescripción de la producción y el placer bajo la prescripción del consumo. Hay que recuperar el
sentido humano.
¿Qué entiendo por sentido? Crear. Estar abierto al devenir, romper con el lenguaje que prescribe,
instituye, determina, codifica, enmudece. Ser expresivo: voy construyendo lo que soy con lo que
no ha sido. Renovación, apertura, posibilidad. Este sentido es experiencia que ha sido determinada,
asustada, momificada por los detentores del poder. Colocada en el mismo sitio, domesticada
en experimento y concepto. Larrosa (2003) explora su sentido, desnudándola en palabra poética
que se deja tocar, subvertir, explotar, implosionar, ser desde otro momento y otro espacio en este
espacio y este momento. Este filósofo (1998) dice, experiencia es que nos pase algo, que nos afecte
este cúmulo de tiempo y espacio, de presencias, creando otras huellas, otras presencias del cuerpo.
En la experiencia no existe distancia ni ausencia, somos en lo que no somos, en los sabores nunca
probados, en los sonidos insonoros, en los colores que no son prismas del blanco y del negro. Así
la palabra experiencia nos hace alumbrar lo que somos, formación humana que se logra a
través de la afectación y conmoción de mi cuerpo. Dicha formación, afirma Larrosa, se da en el
devenir plural y creativo que hace llegar hacer lo que se es. Exponiendo mi cuerpo- subjetividad
mía- puedo formarme, transformarme, deformarme. Para ello, requiero aventurar, arriesgar, salir
de la caverna, reconciliar mi comienzo niño el cual me avizora que yo he sido creador y cuidador
de mí y del otro, desde ese sentido del comienzo expresado por el filósofo Bárcena (2005).
Ese comienzo que nos desinstala de la realidad homogénea y neutral y nos lanza a la aventura del
devenir en un tiempo que es uno y muchos, un momento que está aquí y allá convertido en
múltiples lugares y no lugares. Soy desde la flor que ha sido astro luminoso. Mi cuerpo ya no es
encierro de dolores y alegrías sino que hay remolinos de vidas y muertes, energías que chocan, se
abren, se multiplican.
La literatura fractal de la vida
El arte es experiencia y por ello, su magia despierta cuando un lector-creador mago hace explotar
en múltiples sentidos la realidad e imprime un efecto dialógico: polifonía de voces. Así la
literatura:
Así mismo, la literatura deviene a la expansión de la vida y avizora almas tejidas de quienes se
atreven a decir lo no dicho. Las palabras poéticas son la extensión de mi cuerpo. Sentidos,
emociones e ideas se estiran en la palabra para revertirse en mi propia sangre.
La palabra literaria es un saber que dice del cuerpo, al escucharla pueden haber más curaciones
que enfermedades. Más allá de las prescripciones médicas se pueden entender a los ojos, rostro,
contornos, huesos, piel, sangre con la poesía. Los pies son más que huesos, piel, sangre,
músculos cuando el poeta expresa: “La mujer que tiene los pies hermosos nunca podrá ser fea/
mansa suele subirle la belleza/ por tobillos, pantorrillas y muslos.”(Benedetti). La palabra literaria
me hace comprender racionalizaciones que se han hecho de mi cuerpo, pienso en la belleza y en
esa cortadura que hace de ella Manuel Bandeira cuando escribe: “Lo que yo adoro en ti/ no es tu
belleza/La belleza es en nosotros donde existe/ La belleza es un concepto./Y la belleza es triste./
No es triste en sí/ Sino porque lo que hay en ella de fragilidad e incertidumbre”.
Los sentidos están tejidos con mis emociones que son disposiciones corporales en un dominio de
acción, según lo configura Maturana. La vergüenza, el odio, la alegría, el amor, la pasión disponen
nuestro actuar. “Las emociones corresponden o se constituyen en modos distintos de ver, oír,
oler, tocar y moverse” (Maturana, 1998, pág. 207). Así pues cuando, yo estoy apasionada mi
cuerpo deja de restringirse para la acción, inventa tiempo de más y siempre hay lugar. Cuando
amo soy apertura de sensaciones. Amor y caricia: Ayer te besé en los labios…Densos, rojos.
(Salinas, 1998). Amor y olor: Me persigue tu olor, me persigue y me posee. (Jaramillo). Amor y
gusto: Tu cuerpo son todas las frutas./Te abrazo y corren las mandarinas… (Belli, 2010). Amor y
oír: Para que tú me oigas mis palabras/se adelgazan (Neruda, 1985)
Palabras finales
Mi apuesta por la pedagogía poética invoca a la poesía para que detenga la esquizofrenia, el
cinismo y la perversidad instalados en mi cuerpo: microcosmos de la sociedad. Esto es posible a
partir de la memoria de nuestras arrugas, líneas, contornos, semblantes; escritura que han tejido los
otros en mi cuerpo para que nuevas caricias se acomoden desde manos no pensadas. “La caricia es
un no saber: es una ausencia de programación, es un lanzarse a la aventura sin saber lo que se
busca” (Levinas citado por Bárcena, 2000, pág. 196)
Referido a Auschwitz, la palabra "dolor" es una "voz" distinta a las voces que dominan
el discurso pedagógico contemporáneo. Se trata de esa "otra voz" de la que hablaba
Octavio Paz: la palabra poética y esa dimensión del lenguaje capaz de decirnos más
cosas y más en profundidad sobre la complejidad de la condición humana, una
condición que incluye, por supuesto, también la inhumana conditio. El poema es la
casa de la presencia. Es la morada donde habita el testimonio, aquello que no se puede
"decir" pero sí "mostrar". La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono.
Como actividad capaz de cambiar el mundo, la palabra poética es revolucionaria por
naturaleza, y como ejercicio del espíritu, actividad intrínsecamente liberadora: más que
una forma literaria, el poema es el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre.
(Bárcena )
Bibliografía
Alzaga, F. (1983). Concepción estética del arte y la literatura en José Marti. Obtenido de Actas del
VIII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas. Centro Virtual Cervantes:
http://cvc.cervantes.es/obref/aih/pdf/08/aih_08_1_015.pdf
Barcena, F. (2005). La experiencia del comienzo en educación: una pedagogía del acontecimiento.
En G. A. (Coordinador), La educación en tiempos débiles e inciertos (págs. 49-78). Barcelona:
Antrophos.
Morin, E. (2000). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Bogotá: ICFES.