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No recuerdo muy bien cuándo fue la primera vez que jugué con una ouija,
pero la imagen que tengo nítida en la cabeza de ese día es el logotipo de la
marca “Monopoly” (la misma marca de juegos de mesa dueña de Scrabble y
Monopolio) en la caja de la tabla. Tampoco sé por qué empecé a jugar, pero
lo hice durante mucho tiempo.
Nadie leyó las instrucciones. Empezamos con la pregunta cliché de los ritos
místicos, productos de mitos urbanos o culturales… “¿Hay alguien ahí?”. Esa
necesidad de confirmar que no estamos solos en esta dimensión puede más
que cualquier racionalidad existente en los seres humanos. Evidentemente,
la herramienta con la que los alguna-cosa-de-otra-dimensión respondían
empezó a deslizarse suavemente, inconstante, casi que a pasos por la tabla
hasta detenerse en el “sí”.
Tengo que confesar que hoy, varios años después de esta experiencia,
sentada en el computador de mi casa escribiendo el relato de mi vivencia,
tengo la misma sensación que tuve ese día y los días que vinieron al lado de
la ouija. La sensación de que alguien me mira desde un punto cercano a mí,
tal vez el corredor de madera de mi casa o la puerta del cuarto donde me
encuentro o, incluso, desde justo atrás de la silla donde estoy sentada. La
respiración sigue normal pero se siente más intensa, como si sólo pudiera
concentrarme en ella. Se siente como si un millón de hormigas caminaran
desde mi garganta hasta mi estómago, por toda la mitad de mi cuerpo y no
puedo evitar mirar hacia ambos lados constantemente.
TH era nuestro espíritu favorito. Siempre creí que se había quedado a vivir
en mi casa y es probable que así sea. Yo lo podía sentir conmigo todo el
tiempo, no sólo en mi casa sino en todas partes, al lado mío, caminando a
mi lado. Puede haber sido paranoia y puede serlo ahora. Las noches haber
jugado y hablado con él tenían algo en particular. Un singular frío
atravesaba mi cama y sólo bastaba con cerrar los ojos y pensar “TH, tengo
mucho frío” y de inmediato pasaba, era casi un abrazo de calor.
La ouija es como el cigarrillo: un mal vicio. Cuando lo dejas, el mundo a tu
alrededor empieza a ofrecértelo de nuevo sin notarlo. No sé si el mundo
“paralelo” que hacía parte de mi alrededor tuvo que ver con eso, pero todo
indica que así fue. Los ruidos que hacen las puertas de mi casa a esta hora,
hora en la que todos se disponen a dormir y caminan de un lado para otro
me recuerdan esos momentos; esos ruidos evocan la impresión de un
momento en especial.
Recuerdo estar acostada boca abajo, con la cabeza apoyada sobre mi mano
izquierda mientras veía televisión e intentaba hacer una tarea. Mi mano
derecha sostenía un esfero común sobre una agenda pequeña de hojas a
rayas. Mi concentración era dispersa. Durante unos segundos mi atención
se enfocó en el programa de televisión que estaba sintonizado y cuando
regresé a mi tarea noté que la hoja estaba llena de la palabra “ouija”,
escrita en letra cursiva que, a propósito jamás aprendí a hacer, en una
plana perfecta. Y aún mirando mi propia mano no pude controlar el
movimiento del esfero sobre la hoja escribiendo cada vez más rápido y
completando la plana. Con los ojos abiertos al máximo y con la agitación
digna del momento logré soltar el esfero y correr. Correr hacia ninguna
parte, hacia cualquier parte. Correr.
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